agosto 20, 2010

"Chivilcoy en los boletos de sangre" Domingo F. Sarmiento (1856)

CHIVILCOY EN LOS BOLETOS DE SANGRE [1]
Domingo Faustino Sarmiento
[25 de Septiembre de 1856]

Hase decidido al fin la cuestión de los vecinos de Chivilcoy. El pueblo agricultor de Buenos Aires, el pioneer avanzado en lo interior de la Pampa con sus sembrados, arboledas y quintas, está cultivando con el sudor de su rostro, hace diez años, la tierra en que están ubicados tres o cuatro boletos de sangre. Al saber de paso en 1852, los labradores, que no eran dueños del terreno, e ignorando que pisábamos en suelo dado en premio de la fidelidad al tirano que combatíamos, exclamamos: “Aquí va a fundarse el inquilinaje, el azote de la Irlanda”. Tan de buena tinta está escrito este fallo, que no nos echarán en cara ser profetas de lo sucedido.
Trescientos labradores de Chivilcoy han sido esquilmados tallados, por tres poseedores de boletos, en virtud de los presuntos derechos que querían dejarse aún subsistentes.
Es antigua esta querella de los boletos, y queremos aprovechar la ocasión de rendir un homenaje a la integridad donde quiera que se halle. Hace más de dos años que fue nombrada una comisión para examinar la cuestión de tierras públicas. En ella las conclusiones que hoy ha fundado en derecho ante la Cámara el doctor Vélez, no encontraron otro apoyo que el de don Garvasio Rozas, que declaró nulos, invalederos esos boletos. El resto de la comisión quería acatarlos.
Los vecinos de Chivilcoy pidieron al gobierno amparo contra sus expoliadores, y data desde entonces el decreto que prohibió a los enfiteutas que no pagaban el canon, cobrar arrendamiento de los labradores.
Formulóse en seguida un proyecto de ley con aprobación de los vecinos de Chivilcoy y de la comisión de hacienda de la Legislatura para dar propiedad, mediante venta, a los actuales ocupantes de cuarenta y tantas leguas de tierras públicas en Chivilcoy; pero al verificar el hecho se encontró que la mayor parte estaban comprendidas en boletos de premio, y la comisión retrocedió ante este espantajo, dejando centenares de familias en la incertidumbre de su porvenir.
Como única razón de conveniencia política se alegaba en la Cámara, para torcer la justicia, el temor del resentimiento de los tenedores de boletos que no pasan de sesenta, todos ricos y poseedores de otras extensiones de territorio. El caso de Chivilcoy es bien significativo y elocuente. Tres mil ciudadanos, poseedores del suelo que habitan, en virtud de su trabajo; tres mil brazos inteligentes, unidos en la defensa de sus propios derechos, pesaban menos en la balanza política, que tres presuntos propietarios en virtud de su boleto manchado con la sangre de ilustres patriotas.
Supongamos que se hubiera reconocido la validez de este título, y que con la ley en la mano hubiesen los señores feudales de Chivilcoy presentándose sucesivamente a la puerta de trescientos labradores, a intimarles abandonar sus casas, sus mieses sin cosechar, si no querían someterse a pagar tributo, con el nombre de arrendamiento; imaginaos, si podéis, esos tres dueños de boletos dueños de veinte leguas de país poblado, arado, plantado de árboles, y entonces comprenderéis la moralidad de la ley.
Como en Chivilcoy, en cada punto del territorio habrá millares y millares de sostenedores de los buenos gobiernos, en los que se encuentran en iguales condiciones.
La campaña de Buenos Aires está dividida en tres clases de hombres: estancieros que residen en Buenos Aires, pequeños propietarios, y vagos. Véase la multitud de leyes y decretos sobre los vagos, que tiene nuestra legislación. ¿Qué es un vago en su tierra, en su patria? Es el porteño que ha nacido en la estancia de cuarenta leguas, que no tiene, andando un día a caballo, dónde reclinar su cabeza, porque la tierra diez leguas a la redonda es de uno que la acumuló con capital, o con servicio y apoyó al tirano, y el vago porteño, el hijo del país, puede hacer daño en las vacas que pacen, señoras tranquilas del desierto, de donde se destierra al hombre.
Chivilcoy no tiene vagos. Los que en otras partes son vagos o advenedizos, en Chivilcoy eran hasta hoy humildes inquilinos del poseedor de los boletos de sangre. Llegaráles luego la fausta noticia de que las tierras de Chivilcoy van a ser vendidas a precio moderado para el labrador, exorbitante para el erario que hasta ahora no había pedido por ellas sino crímenes, prostitución y servilismo. El padre de familia, rodeado de sus hijos, puede asegurarles que no correrán el riesgo de ser clasificados vagos, pues tienen ya un hogar paterno en donde reposar.
El agricultor laborioso plantará árboles en sus terrenos, seguro ya de que puede esperar diez años el crecimiento. El inquilino no planta árboles por no aumentar el valor de su arriendo. Cien leguas vendidas en lotes darán hogar, patria, familia a cien mil advenedizos que a más de una familia humana, mantendrán medio millón de animales para su sustento y riqueza. El ministro de gobierno lo ha demostrado.
La población de Chivilcoy ha triunfado, pues, en sus legítimas pretensiones, y la noticia de haberse sancionado la venta de cien leguas de tierras, será festejada en Chivilcoy con regocijos públicos; porque Chivilcoy adquiere la manumisión, la dignidad de pueblo, la ciudadanía del Estado. De inquilinos, sus habitantes pasan a ser propietarios.
Los indios no irán a turbarlos con su algazara. Las papas y los porotos son alimentos indigestos para los salvajes. Los Lagos y Bustos, estos vagos armados, no han de ir a buscar prosélitos donde no hay vagos que los sigan.
DOMINGO F. SARMIENTO

[1] El Nacional, 25 de setiembre de 1856.

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