PROCLAMA AL EJÉRCITO DE REGRESO DEL PARAGUAY [1]
Domingo Faustino Sarmiento
[Diciembre de 1869]
SOLDADOS:
En representación de vuestros compañeros que quedan aún en campaña para terminar la pacificación del Paraguay; en memoria de los héroes que pagaron en el campo de batalla el debido tributo de su vida a la Patria; en honor a nuestros dignos aliados inseparables en las fatigas, las glorias y el triunfo final, las ciudades donde desembarcáis os han preparado merecidas ovaciones.
Al regresar a vuestros hogares, después de cinco años de rudos combates y de fatigas superiores a las fuerzas humanas, el Presidente de la República se asocia al regocijo que veis pintado en todos los semblantes y a las bendiciones que os guardan en el seno de vuestras familias.
Volvéis todos cubiertos de gloria, y de honrosas cicatrices muchos, representantes escasos de los briosos batallones que volaron a servir de antemural con sus pechos para contener la oleada de barbarie con que un tirano horrible intentara sepultarnos.
La guerra del Paraguay a que fuimos arrastrados por la desacordada ambición de un frenético, es el abismo que venia de siglos cavado para sepultar con estrépito lo que quedaba en América del gobierno dado por Felipe II a las Españas, e injertado en el Paraguay sobre la tradición indígena. Os ha tocado a vosotros presenciar los más grandes horrores de la guerra. De siglos acá no se habían medido dos civilizaciones distintas: el despotismo antiguo y la libertad moderna. Dios no nos ha de pedir cuenta de la sangre derramada en la más legítima defensa. La historia no ha de echar de menos, tampoco, la cadena que quería detener el progreso humano en las bocas del río Paraguay y destrozaron los aliados.
Actores vosotros en aquella grande tragedia, habéis visto que los campos sembrados por la mano del absolutismo y cultivados por la ignorancia, sólo han producido en cincuenta años abrojos, abyección, miseria y más ignorancia para el pueblo paraguayo.
En cambio, volvéis a vuestro país en la época del mayor desarrollo que haya alcanzado hasta hoy; y este día, día de júbilo para vuestras familias, lo es también para la patria. Estas fiestas, esta recepción en cada ciudad, son la expresión del sentimiento público que rebosa en alegría.
Dejáis a vuestra espalda miseria, destrucción y escarmiento. Pero, desde que entrasteis en el territorio argentino, habréis podido desconocer dónde empieza el imperio de las leyes, la libertad y la civilización; porque el aire vibrando con cantos de alegría y de victoria, os habrá llevado las perfumadas emanaciones de las campiñas oprimidas por las mieses. A vuestro paso os han saludado centenares de naves con nuestra bandera, o la de las naciones del mundo que nos reconocen como un pueblo justo, libre, industrioso, que sólo anhela la gloria de defender sus derechos después de haber sido provocado.
No reconoceríais las ciudades de vuestro desembarco sino porque la naturaleza es la misma, habiendo doblado el número de sus habitantes en vuestra ausencia.
Volveréis en ferrocarriles a vuestras casas: donde os espera el honroso trabajo, demandado y remunerado.
Si os habéis mostrado como soldados, dignos de ser tenidos por buenos, al regresar a vuestra patria, por la manera con que el pueblo os recibe, por los progresos realizados, y el porvenir risueño que el presente augura, podéis envaneceros de tenerla por madre y dar par bien hechos los sacrificios que os cuesta. En lo moral y en lo material podéis llamaros argentinos con orgullo y sin mengua para nadie.
Os serán abonados vuestros sueldos atrasados, a fin de que al volver al seno de vuestras familias, llevéis consuelo y remedio a los pasados sufrimientos. Este acto y las recompensas decretadas por el Congreso, os imponen nueva gratitud para vuestros compatriotas. Cada ciudadano que no ha contribuido con su sangre, ha trabajado un año más para mantener ileso el honor nacional y en toda su integridad el territorio argentino.
Guerra tan dispendiosa, ha sido muchas veces superior a los recursos ordinarios, y el erario exhausto no pudo siempre atenderos como debía.
Pero, dos tesoros inagotables quedaban en reserva: la voluntad y la justicia del pueblo argentino, y la riqueza que siempre creciente le han creado. A estas dos fuentes hemos apelado para hacer que el día que lleguéis a vuestras casas, podáis mostrar a vuestros hijos que la Patria no es una madrastra.
El Congreso os ha decretado una medalla y diez años de exención de servicio como Guardias Nacionales. El resguardo que llevaréis y la medalla, serán dondequiera que las leyes de la Nación rijan, una salvaguardia y un pasaporte. Quedáis bajo la protección de la Nación.
Las legislaturas de Buenos Aires y de Córdoba han dado un bello ejemplo, que deseara ver imitado por las otras, destinando terrenos para ser distribuidos a los Guardias Nacionales que han llenado cumplidamente sus deberes para con la Patria; y quiero preveniros que los bancos y cajas de ahorros que guardan fielmente las economías del laborioso, están ahí para ayudar a estableceros: procurando para vuestra vejez y vuestros hijos, el reposo que la ley del Congreso os asegura. Tiempo es ya que el soldado argentino se parezca al norteamericano, mostrándose siempre ciudadano, hombre laborioso y sostenedor de la tranquilidad pública.
SOLDADOS DE LA GUARDIA NACIONAL
Al lado de los viejos tercios que desde 1806 hicieron presentir y han sostenido en su infancia al pueblo argentino, habéis escarmentado al más audaz y orgulloso de nuestros enemigos gratuitos. La guerra del Paraguay completa la Independencia, mostrando a los fuertes de la tierra que no es un accidente nuestra existencia política, ni un favor que otra nos concede. Somos la República Argentina, porque así plugo a nuestros padres reivindicarla, y porque sus hijos saben mantener sus derechos.
No os diré que no habrá más guerra. El reinado de la justicia y de la paz universal todavía es una esperanza, pero es mucho que esperanza sea siquiera. Antes de nosotros ni soñado era este bien; y si no volvernos a encontrarnos en presencia de un agresor extraño, el fusil que depositaréis en los parques será el último trofeo de la guerra. No es la espada la que señalará en adelante el camino que habremos de seguir para ser felices y grandes. Si alguno quisiera engañaros, podréis decirle "Yo recorrí el Paraguay y he visto con mis ojos todos los males que traen la violencia y el arbitrario".
El juez y el ingeniero, la vara de la justicia y el teodolito, he aquí en adelante, el árbitro soberano y el instrumento de la felicidad para cada individuo. El deber de todo argentino que haya empuñado las armas de la Nación, es mantener en lo sucesivo la tranquilidad pública, mientras se construyen las escuelas que han de servir para la educación de vuestros hijos, mientras se tiende la red de telégrafos que ha de unirnos al mundo desde la casa particular de cada uno; mientras se completan las vías férreas que empiezan ya y que concluirán por hacer accidentes de barrio los Andes y el Plata, el Chaco y Patagones.
SOLDADOS DE LA GUARDIA NACIONAL:
Vais a contemplar en pequeño lo que el mundo contempló con asombro hace pocos años. Yo mismo vi desfilar, como hoy, doscientos mil soldados delante del Presidente de los Estados Unidos, y volver un millón a sus hogares, sin que al día siguiente de licenciados, hubiese en toda la extensión de la Gran República, otra novedad que mayor movimiento en los ferrocarriles, mayor alegría en las familias y un año después mayores cosechas en los campos.
Id, pues, satisfechos de vosotros mismos y de vuestro país.
GUARDIAS NACIONALES MOVILIZADOS:
En nombre del pueblo argentino y en presencia de nuestros ejércitos victoriosos, proclamo de feliz augurio para la República el año nuevo de 1870 que comienza con una guerra exterior virtualmente concluida, la paz interior asegurada, nuestros graneros henchidos, nuestros productos demandados en los mercados del mundo, nuestro crédito alto como nunca, la inmigración en escala creciente, estrechas las ciudades para contener la población, próxima la inauguración del Ferrocarril Central, tres más en vías de ejecución, los telégrafos introducidos en la vida doméstica, la exposición de nuestros productos con seguridad de cumplido éxito, el pueblo convocado en toda la República para renovar el Congreso y resuelto a hacerse representar por ciudadanos, que sobreponiéndose a las tradiciones en pugna y a intereses pequeños, comprendan su época e impulsen ese carro triunfal de progreso, orden y libertad que hará en cinco años más de la República Argentina el teatro de la mayor felicidad para el mayor número de hombres, realizando así el objeto y fin de nuestras instituciones.
¡Viva la República Argentina!
¡Vivan los defensores armados del honor, de las instituciones y del territorio argentino!
¡Vivan las naciones aliadas!
DOMINGO F. SARMIENTO
[1] Este documento tiene una grande importancia por la época y los hechos e ideas que contiene. Tócale al nuevo Presidente recibir a su regreso, las tropas que habían hecho la guerra del Paraguay; y aprovechaba la ocasión de poner ante sus ojos el cuadro de los progresos realizados en su ausencia. Pintura un poco recargada si se recuerda que era en 1869, en que la mostraba. Habiendo estado como los soldados, ausente al mismo tiempo, era quizá un medio delicado de rendir más que lo debido a la Administración anterior. Que no era ilusión, por falta de términos de comparación, se deduce que no llegaba de Europa y Estados Unidos, y no había de entusiasmarse con los progresos realizados entonces, pues el gran movimiento de edilidad en Buenos Aires comienza en 1868, por el ornato de las quintas y alrededores, y llega a su apogeo en 1873 en las construcciones de tres pisos. Paseos, monumentos públicos, telégrafos, aguas corrientes y tranvías, aunque ya iniciados, son de creación posterior. El cuadro trazado ante los Guardias Nacionales en 1869, puede ser aproximativo al que presenta recién ahora 1° República, con mayor acción de desenvolvimiento; pero si no es la visión previsora de lo que va a desenvolverse, es una muestra de las propias esperanzas, y un aliciente a la opinión, trazándole blanco y camino.
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