septiembre 05, 2010

Mensaje del Presidente de la Confederación Argentina, Justo José de Urquiza, al abrir las sesiones del Primer Congreso Legislativo Federal (1854)

MENSAJE
DEL
PRESIDENTE DE LA CONFEDERACIÓN ARGENTINA
Justo José de Urquiza
AL ABRIR LAS SESIONES DEL PRIMER CONGRESO LEGISLATIVO FEDERAL
EN 22 DE OCTUBRE DE 1854
En la Ciudad del Paraná, capital provisoria de la Confederación

SEÑORES SENADORES Y DIPUTADOS:
Con el corazón henchido de nobles emociones y con la confianza que inspira una profunda convicción, os anuncio que la Confederación Argentina ha entrado por fin en el orden normal del sistema representativo, por el juego franco y libre de sus propias instituciones.
Las elecciones que se mandaron practicar en Mayo para instituir cuerpos colegisladores del Congreso Federal, han traído de todas partes al seno de las cámaras el mérito, el talento y el patriotismo, y lo que es más satisfactorio aún, el espíritu de concordia y de tolerancia, tan necesario para fortificar la unión.
El país, al encargaros de su mandato, ha correspondido con serio propósito a la solemnidad de la ocasión y a la altura de las necesidades que debéis encarar, conocer y remediar.
A la faz de estas circunstancias y en presencia de las personas que tan altamente las confirman, cúmpleme reconocer como la mas rara felicidad de mi carrera pública, la de presidir hoy a la instalación del primer Congreso Legislativo de la República Argentina. La grandeza de este acontecimiento, en que rivalizan el interés y la novedad, ha de ser aplaudida y ha de ser saludada por las provincias de la Confederación con el mismo alborozo y jubilo con que yo me congratulo por él.
A la manera que los espíritus después del descubrimiento de una gran verdad, los pueblos que han ganado un asiento anormal se sienten involuntariamente dominados de plácido asombro antes que puedan darse cuenta de los medios que han podido obrar para que sucedan la luz y el orden a la confusión y a las pasadas agitaciones.
Séame permitido más que a nadie embriagarme con avidez en la copa de este éxtasis grandioso, por las reminiscencias que despierta, tanto como las esperanzas con que deslumbra, y porque demorándome en él, tendré oportunidad de llenar grandes deberes.
Si ninguno de los acontecimientos de nuestra historia nos había educado para gozar de la situación que nos asombra, justo es recordar las faltas que nos habían alejado de ella, haciéndonos indignos de mere¬cerla. Reprochémonos con inflexible rigor las crueles liviandades de nuestra vida pasada.
Y haciendo comparecer nuestra imagen ante el severo juez de la propia conciencia, “como aquellos reyes que, degradados por la mano de la muerte, vienen sin corte ni otro séquito ante el tribunal de la historia a sufrir el juicio de todos los siglos”, que nuestra sentencia y condenación sean inexorables. Que esta severidad nos sirva de antídoto contra los sucesos felices, que nos persuadirán fácilmente que la fortuna nos había perdonado sin más ulterioridad. Reconozcamos aquellos errores, porque volveríamos a caer en ellos olvidándolos, y perdiéndolos de vista, no podríamos evitar sus mal disfrazadas consecuencias.
Dar ejemplos y lecciones a un pueblo es enseñar a todas las clases de él, una por una, lo que pueden esperar y temer, lo que deben buscar y huir, según demuestran las semejanzas de lo pasado.
Faltas, errores y crímenes habían alejado al pueblo argentino de los confines de las sociedades civilizadas y cristianas. Este pueblo generoso y valiente, ilustrado por brillantes triunfos, había abandonada en extremo los consejos de la prudencia y de la razón, cuyas más nobles funciones se reducen a enfrenar el orgullo de las naciones y de los hombres. Suprimid la razon y quedara aparente la demencia, que es la vanidad en su aspecto más ingenuo.
Inficionados de esta debilidad, reprobándolo todo, conmoviéndolo y cambiándolo todo, sin quedar satisfechos de nada, nos hemos mostrado incapaces de cualquier sujeción. Hemos acusado de insuficientes la ciencia antigua y los ejemplos modernos. Y como el pensamiento de la humanidad manifestado por el sentido común, no responde a nuestras pasiones, no es difícil ni casual que haya entre los argentinos quienes pretendan inventar el pensamiento. Del mismo modo que, no conviniendo las necesidades de la sociedad en que estamos colocados, con nuestras preocupaciones, no es extraño que haya entre nosotros pueblo alguno que prefiera constituir la guerra en permanencia antes que ser el igual de sus iguales en los términos de una noble y gloriosa nación.
Mas debe estar sujeto a profundas perturbaciones el país en que hay tantos que bajo tales disposiciones de espíritu se abrogan con ligereza los atributos de Dios. El no ha descendido sino una vez a la tierra, para dejarnos la caridad, que nos hace soportables nuestras miserias, y para legarnos la fe y la resignación, sin las cuales ni la autoridad, ni la ley, ni la obediencia son posibles, aunque estén autorizadas por la moral.
Sin aceptar estas condiciones, la libertad de la moderna civilización, más que imposible, es una quimera. Pero donde son tan frecuentes y tan graves los trastornos, la vanidad debe ser una falta en el carácter de los habitantes. Delante de ella, no solamente la patria, el mundo se quiebra. Y no se destruye sino con la impía presunción de poder edificar arbitrariamente.
Animados al principiar la carrera por el alto y moral pensamiento de conquistar nuestra independencia; embriagados de entusiasmo y de gloria, o irritados por los reveses; llevando a todas partes la mi¬sión revolucionaria, y ejecutando siempre con vigor y denuedo la compulsión para hacerla aceptar necesidades estas que alguna vez solicitan la buena fe y el orden del don de la autoridad— nos apartarnos lenta, pero progresivamente, de las nociones de justicia, condición esencial de la paz entre los hombres y de la armonía de los pueblos.
Desde luego, habituados a individualizar la ley en nuestras propias opiniones, y a personalizar la autoridad en los conductores del día, olvidamos el culto del derecho y nos acostumbramos también a negar nuestra sumisión a lo que no está conforme con el juicio privado, así como a no prestar obediencia sino a las personas que por amor o miedo preferimos. Las facciones en su torbellino, nutriendo al pueblo de sus propios defectos, acabaron su educación.
La autoridad de su lado poco se cuidó de consultar la opinión de los que debían obedecerla en el interés permanente de la sociedad, ni procuró discernirla en sus constantes conatos y clamoreo, ni quiso contraerse a leerla en la fisonomía peculiar del territorio. La cuestión fue imponerla, y la tenaz ocupación resistirla. De aquí las parcialidades y banderías, error a que está muy avezado y propenso el pueblo argentino.
Extraviados también abandonamos el sentimiento que fraterniza los individuas radicados sobre un mismo suelo y que, hablando un mismo idioma, viven y se alimentan del seno de una misma madre. Suprimiendo la fraternidad, que es el verdadero patriotismo, los más fuertes se apropiaron sin equidad todas las ventajas de la asociación; y para justificar las usurpaciones del egoísmo, distribuyeron el talento, el valor, las prendas e inferioridad por grados y zonas geográficas. Entre razas superiores inferiores no hay sociedad. Nacieron de esta repugnante situación el despotismo de un lado y el odio que le contesta, entre pueblos destinados a ser hermanos. Este es crimen argentino.
Pero los pueblos que así resisten a los designios de la Providencia, serán traídos fatalmente a sus destinos si antes no han perecido por el tormento de las revoluciones y de las reacciones. No está en la naturaleza de las cosas humanas que el mal que corroe y destruye se sostenga preponderante en un cuerpo político que tiene los necesarios elementos de vitalidad para conservarse.
Nuestra dolorosa carrera de cuarenta años señala esta intensa lucha entre los dos opuestos elementos; lucha a muerte que ha angustiado y sacudido la tierra amedrentada; lucha que se condensa en estas dos terribles palabras: “tiranía” y “resistencia”.
¿Qué agonías y conflictos, que desastres no hemos probado en los excesos de estos dos terribles extremos? Por donde quiera los estragos y desolación causados por las facciones de multiplicadas cabezas, peno sin corazón. En todas las localidades los partidos divisando individuos y ofreciéndoles en holocausto crímenes sin reato de responsabilidad personal. Siempre la guerra civil; la guerra civil devorando la inocencia; la guerra civil castigando con mano vigorosa las generaciones corrompidas, parleras y provocativas. La guerra civil crónica, distrayendo del trabajo las masas ignorantes, diezmadas, embrutecidas y desmoralizadas por ella, hasta el punto de despojarlas de aquel único patrimonio de que son muy felices de poseer cuando la sociedad se lo asegura, la vida y conocimiento de Dios que se les dio. Tiranía de pueblos, de hombres y de muchedumbres. Tiranía de fanatismo sin creencia. Tiranía de libertades licenciosas. Tiranía de difamación. Todo hemos gustado en nuestro doloroso y amargo aprendizaje. Por donde en el suelo argentino se tropieza con las ruinas causadas por la dislocación y el despojo de las fortunas, con el exterminio de los poseedores. El desorden estuvo en todas partes y llego hasta la extinción del derecho y hasta el mas insolente desprecio de la conciencia por el que consiguió triunfar en la lucha con mas fortuna y por mas largo tiempo de las resistencias.
¿Nos preparaba de algún modo aquella situación, reagravada por su duración, para el tranquilo estado en que la ley, la religión, la paz, y el trabajo nos han llamado emplear nuestros esfuerzos en su desarrollo, seguridad y conservación? No, señores, Perdonadme que os haya recordarlo nuestros muy conocidos y lamentables antecedentes, y que os haya hecho de ellos una reseña vulgar.
Perdonádmelo porque no es inútil y vulgar que el jefe de una nación concite al augusto cuerpo que la representa, humillarse delante de la Divina Providencia, reconociendo les errores, y extravíos de que somos inmediatos sucesores. Encorvemos nuestra inteligencia delante de la lógica admirable e inflexibles de los acontecimientos que ella sola preside y entiende. Jamás será concedido al orgullo y a la ignorancia del hombre comprender como obrando o sufriendo, contrariado o compelido, en una hora un pueblo puede ser esclavo y en el siguiente libre y señor.
Perdonádmelo, señores, porque es eminentemente edificante y moral que el jefe que ha sido dócil instrumento en las manos de la Providencia, y ha tenido durante su carrera de muchos años, influencia en los destinos de esta nación, y de cuyas vicisitudes en gran parte fue alguna vez origen y causa, invite al soberano cuerpo que la represente para que, postrados en la presencia de la Eterna Sabiduría, y con la intima conciencia de nuestra robusta, ingenua e inexperta nacionalidad, le pidamos que no nos permita olvidar jamás las faltas que con humildad reconocemos.
Pagado este noble homenaje al que se obedece recibiendo los beneficios que vienen de su libre bondad, confío a la historia el cuidado de justificar la suprema necesidad que me ha obligado a divulgar nuestras miserias. La posteridad sin estas enseñanzas no podría comprender los graves obstáculos que han trabado el progreso de esta nación en su cuna. Y creerá su compasión o su escándalo entendiendo que han nacido del desconocimiento de verdades y sentimientos familiares y bien recibidos entre los pueblos civilizados en la época en que vivimos.
Si aquella es la única súplica que nos sea permitido enderezar al cielo en nuestra reverente y justa humillación, los motivos de agradecimiento son tan inmensos y trascendentales, como que derramados sobre nosotros alcanzarán a bendecir a nuestros descendientes y sus futuras generaciones.
La Confederación Argentina, por la serie admirable de acontecimientos que se ligan y se estrechan lógicamente desde la reunión pronunciada el 1° de Mayo de 1851, ha descendido de la montaña ardiente, cuyas entrañas habían hecho hervir por tantos años sus tempestuosas pasiones, con las tablas de la ley que fijan su destino.
Esta ley es tan perfecta y comprensiva como era destituido de principios y buen sentido el estado anterior contra el cual realiza una completa reacción.
Por esta ley, la justicia se ha asegurado para todos, y por ella unión queda vinculada entre el mendocino y el porteño, el jujeño y el patagón.
Por esta ley, el progreso se ha garantizado para todos, y así como se ha hundido Martín García, desarrollándose su espíritu constantemente, quedaran allanados los Andes del Oeste y del Norte, para el cambio reciproco de la industria y de las producciones en los países limítrofes.
Por esta ley, la bandera gloriosa de nuestros padres, que tiene divisa el blanco de las crestas de los Andes, y el horizonte azul de los grandes ríos, cubrirá como un inmenso manto estrellado las catorce secciones que dividen el magnifico suelo argentino.
Por esta ley, las montañas argentiferas de nueve provincias se liquidarán, y deslizándose aquel torrente metálico por las andaderas de hierro de sus caminos, llegará por naturales pendientes a realizar al Plata su nombre ambicioso y fatídico.
Por esta ley, las mil leguas cenagosas de las costas del Paraná y Uruguay, se condenarán bajo el peso de las poblaciones, a las cuales el vapor, corriendo desde el gran estuario del Plata por las anchas arterias que lo alimentan, llevará la vida y la volverá enriquecida y doblada,
Por esta rey, cesara el divorcio sacrílego de la ciudad de Mayo con las provincias que adoran la Constitución de Mayo.
Por esta ley, las manos de la unión sostendrán la libertad, libertad, que ganará robustez y firmeza por este amplexo fraternal.
Por esta ley, se ha formulado la federación, como lo pedían las tendencias constantes y tenaces del pueblo argentino.
Por este ley, se han consagrado los principios que la inteligencia y el esfuerzo del espíritu humano han conquistado hasta nuestros días, para servir a la libertad, a la igualdad y a la felicidad del hombre constituido en sociedad.
Por esta ley, que ha hecho luz en el caos: se acabo la confusión y la divagación en el espíritu de los argentinos, cuya religión política en adelante es la Constitución de Mayo.
Por esta ley, ninguna queja legítima podrá producirse, porque el poder no se ha reservado ninguna usurpación.
Por esta ley, la responsabilidad del poder está consagrada.
Por esta ley, el origen popular del poder está determinado y formulado.
Por esta ley, la participación del país en el gobierno se ha establecido.
Por esta ley los principios de régimen interno y externo que sanciona, la población, su educación y su aumento por la afluencia exterior, no será malograda, retardada ni impedida por pretexto alguno.
La ejecución de la Constitución puede ser imperfecta, pero ya es un paso muy avanzado y una adquisición admirable haberla recibido y jurado. Mucho bueno se puede augurar de un pueblo que ha hecho el objeto de su culto la ley que contiene los principios, los hechos y las esperanzas que he diseñado.
No nos alucinemos: ni el mando ni la obediencia pueden alcanzar en nuestro país a una exacta regularidad, porque así como nuestros vicios son resabios del pasado, por la misma causa nuestras virtudes son sintomáticas tendencias más bien que habitudes, que sólo podremos adquirir de muchos años de práctica feliz del orden legal establecido por la Constitución.
En todas las extremidades que la Constitución de Mayo quede permanente; estrella polar, hervirá de guía a los pilotos extraviados y de seguro rumbo a la opinión pública.
El buen sentido y la prudencia aconsejarán con buen suceso casi siempre, pedir y tomar del tiempo auxilio contra las imperfecciones de los hombres encargados del poder. Ellas por lo regular son el reflejo inevitable de las imperfecciones de la misma sociedad. Para este mal es peligroso cualquier otro remedio que no sea la prudencia paciente, que sabe esperar las mejoras que la educación, las costumbres y los intereses colocados bajo ciertas condiciones adquieren con lentitud, pero con seguridad. La Constitución práctica de una nación es la obra de toda su vida política. Humilde cuadro en sus arranques, recibirá las construcciones y embellecimientos que armonicen la habitación con la situación del propietario. Ingleses y americanos de la Unión, son el objeto de la emulación de los demás pueblos, porque habiendo fijado ciertos principios y formas, saben esperar el tributo de poder y riqueza con que cada generación afirma sus instituciones; saben que la fuerza de la inteligencia está en ejercicio regular y desembarazado; que esas instituciones protegen y fecundan, y no el reposo holgazán. Por el contrario, que las violentas crisis que producen las revoluciones nada acaban porque nada comienzan.
Hay otro síntoma de alto precio que no puedo dejar de mencionar y fortalecer. Los argentinos, envueltos en prolongadas turbaciones y frecuentes tempestades, se han visito arrastrados por diferentes caminos. No nombraré los partidos, ni seguiré el giro de las diversas fracciones que los han dividido. Pero lo que hace al caso decir es que cada fracción ha traído su desgacia, cada partido su catástrofe. Unos adhirieron a esta causa por circunstancias, por opinión, por temor, por reconocimiento, por amor al país o por necesidad; y los otros a la causa opuesta por los mismos e idénticos motivos. Así las pasiones preocupan los ánimos. Así el supremo mal, que es el derramamiento de sangre en discordias civiles, debe reconocerse por honor a la humanidad, que casi siempre tiene lugar con la intención de hacer el bien. ¿A quién culpar del desacierto? ¿Quien ha mediado en este juego espantoso? ¿A quién preguntárselo? Cementerio tan vasto como los ámbitos de la República, ¿dónde esta tu victoria? Muerte, ¿dónde está tu guadaña? Os acusan de indolentes porque aun restan algunos miembros mutilados y sangrientos de esta patria destrozada.
La Constitución, continuando el programa de Mayo, quiere y prescribe la concordia y el olvido de lo pasado. ¿Habrá alguno que no sienta como nosotros, que tiene necesidad de olvido y de concordia? La reacción de Mayo, distinta de las demás, ha traspasado con el arpón de su flecha la manzana colocada sobre una cabeza querida, sin herir el corazón del hijo, del hermano o del amigo.
La fusión y el olvido es hoy la ley providencial que rige la conciencia de los argentinos, y si en algunas raras localidades se siente todavía la necesidad de aborrecer y de odiar, es aquella mórbida reminiscencia que acusa la presencia y aun los dolores de un miembro separado ya por la amputación,
La Confederación Argentina ha orillado dichosamente sus desgracias, levantándose de la última postración con el espíritu y la voluntad indomable de presentarse delante del mundo como una nación compacta y firmemente regularizada.
Es esta otra disposición providencial que agradezco expresamente a la bondad del cielo.
Los que están encargados de afirmar la organización nacional por sus trabajos, no deben perderla de vista. Semejante disposición triunfante de tantos reveses, no es asunto instintivo, irreflexivo del pueblo, que se abandona delante de los primeros obstáculos: no es un propósito ambicioso que se mueve contrariado por las dificultades del momento.
La nacionalidad argentina es tan bien precioso costosamente adquirido. Idea convertida en hecho glorioso, sentimiento sagrado de aquellos que por los sacrificios que se te han ofrecido se convierten en fe; fe afirmada por el martirio, por la sangre, por el fuego recibido en los combates, y los espléndidos triunfos que los han coronado; fe que tiene un magnifico templo, modestos altares, el incienso purísimo de los votos de todos los argentinos y los coros sublimes del ruido de las batallas y de la fama de sus infortunios, mayor que la de sus victorias.
Si el espíritu nacional necesitase demostrarse, bastaría señalar el himno universal que han cantado todos los pueblos a la Constitución y los prolongados juramentos con que le reiteran su adhesión.
La insistencia de estas manifestaciones revela que el buen sentido de las provincias repudia con horror el aislamiento y que tienen en odio las banderías parciales que las mantuvieron segregadas como átomos sin ningún valor ni importancia social. Materia de amargo y perdurable sentimiento será para ellas el recuerdo de los males que sufrieron. Cruelmente iludidas hablan pedido a su propia y efímera independencia la seguridad y el bienestar, que sólo el orden general y el progreso natural del tiempo podían conquistar y garantirles. Y no se diga que estas manifestaciones son estériles y mentidas. No. La autoridad nacional en ninguna época ha sido mejor obedecida en cuanto cabe, ni más bien respetada; al paso que jamás tuvo disponibles menos elementos de poder y fuerza material.
Si este hecho tan notable y prominente triunfó de la razón sobre las malas pasiones, colma el deseo de los buenos, también inquieta a los prudentes y sirve de asunto y materia de alarde para los malos. Estos se empeñan en hacer que los pueblos desconozcan la generosidad del jefe que se ha despojado voluntariamente del ascendiente personal sobre la fuerza, como un homenaje de respeto debido por el fundador de la ley a las influencias legítimas del derecho.
Enemigos inveterados del poder que codician, desacreditarán la autoridad que no amenaza, porque también son enemigos de la libertad, que no vive sino al abrigo de su sombra.
Hay en el alma de los malvados cierta villanía que tiene su origen en las profundas perversidades del corazón humano, y en virtud de la cual ellos y los pueblos, que pervierten, después de haber admirado al hombre colocado en las altas regiones del poder que le dieron sus victorias y su fortuna, lo despreciarán desde que, sensato, moral y consecuente con su propia gloria encorve la cerviz al yugo de la ley por amor a las conveniencias generales.
¡Cuándo no desanimáis la virtud! Ese hombre que pretendéis así rebajar adquirirá por el martirio de esas alevosías un nuevo timbre, mientras que los pueblos arrastrados por vosotros por el cieno de las adyecciones se prepararán nuevos infortunios.
El jefe y el pueblo militante que dieron la libertad a la República Uruguaya, y en Caseros emanciparon a la República Argentina, ha desaparecido delante de las cosas que crearon, y cuando esas cosas se han convertido en paz para los vecinos, reposo, pactos, congreso, instituciones y leyes para afirmar los destinos de la patria. Promesas y realidades que los pueblos argentinos no habían podido conquistar en el batallar de cuarenta años. El general libertador ha tomado de la victoria sus coronas y ha recibido de los pueblos civilizados la más lisonjera y brillante ovación.
¿Qué ambición puede abrigar? La de sacar a su patria de la degradación en que había estado sumergida y restablecerla en el rango que debe ocupar entre las naciones del mundo.
Franco, consecuente y confiado ha arrojado sus trofeos delante de aquellas cosas, y con los brazos cruzados sobre el pecho, mira complacido, con inmensa satisfacción, desenvolverse el movimiento espontáneo de una nación que tiene hoy pensamiento y conciencia, órganos para expresar su voluntad y brazos para ejecutarla.
Los miembros de los argentinos comienzan a desentumirse, el corazón de la patria palpita: sus fuerzas vitales, llevan ya la vida las últimas extremidades. Cada día la acción gubernativa es más bien apreciada desde que se observa que tiene las medidas de la administración están marcadas con un carácter verdaderamente nacional.
Todos los actos han llevado hasta ahora el sello del más alto y noble sentido moral en protección del orden, de la tranquilidad pública y del progreso. La constancia en el bien obrar ha de ser compensada, no lo dudo, por la confianza y las mejores disposiciones pacificas e industriales.
A la aparición de los hechos y de los intereses que surgen en la nueva época en que hemos entrado bajo la influencia de nuestras instituciones, allí estarán los altos poderes de la Nación, para dirigirlos, para uniformar aquello que debe ser uniforme, para evitar grandes complicaciones entre los poderes provinciales, para dejar expedita la acción individual en todo lo que la Constitución lo autoriza, y, finalmente, para crear y mantener las fuerzas que deben conservarlo todo armonizadas con la índole de nuestras ley fundamental.
Imperiosa era la necesidad de la reunión de las Cámaras Legislativas, porque es indispensable que todo el apoyo moral del país asista a esta Republica en su infancia como una nodriza cariñosa y vigilante.
La sanción y percepción de tos impuestos fiscales, de la contribución directa territorial, la formación del tesoro, en suma, cuyas fuentes ha determinado la Constitución, demandarán la más asidua contracción de las cámaras. La circulación monetaria y las leyes de crédito, pedían su intervención instantánea y, con la misma preferencia, la creación del ejército permanente, que ha de prestar seguridad a la paz de la Confederación y a su comercio interior.
La Instrucción publica y el culto tramarán seriamente vuestra atención, puesto que la base fundamental de todo orden social está, según la convicción de la experiencia, en la moral que viene de Dios y en el conocimiento del deber a que toda educación bien entendida debe dirigirse. Una masa considerable de antecedentes, de noticias estadísticas referentes a estos dos importantes ramos, existe ya penosamente recogida y estará disposición de las cámaras para ilustrarlas en sus deliberaciones.
La comunicación postal por medio de las mensajerías y correos, la mejora de los caminos actuales, las concesiones de las diversas líneas de ferrocarril que se solicitan actualmente, la regular navegación a vapor de nuestros principales ríos y la protección de los esfuerzos hechos hasta aquí para atraer brazos extranjeros, preparan un período legislativo que tendrá por término la más gloriosa recompensa.
Si lográis legislar con acierto sobre estas materias, habréis regularizado la vida de la Confederación, habréis estrechado y robustecido los vínculos frágiles que ligan las partes con el todo de esta naciente República. Habréis fundado la autoridad, no en el sentido de ningún partido, sino en el de los intereses de toda la sociedad a que ella legítimamente pertenece.
Evitad dos escollos: la precipitación y el nimio temor de errar. No olvidéis que cada día tiene su afán y que a cada uno está señalada su merced. No perdáis de vista que el trabajo de los fundadores es esencialmente espiritual, y que después de las mis laboriosas tareas, suele tenerse por resultado las más crueles decepciones. No os arredréis por esto: vencer dificultades es el trabajo incesante de toda la vida. Poned de vuestra parte buena voluntad, cautelosa circunspección y la energía perseverante y siempre victoriosa del patriotismo. Confiad, por lo demás, en la fuerza de las cosas y en el nuevo giro que han tomado los espíritus y os encontrareis ayudados con tal que mantengáis la autoridad en la alta esfera que os dejo trazada.
Este es el modo regular de proceder. Esta es la tarea que tenéis que llenar para dar cuerpo y consistencia a la nacionalidad argentina y una base fija y sólida a su progreso.
La paz y el orden constitucional es la voluntad de Dios para la actualidad de estos pueblos. El edificio se ha levantado a muchos codos de altura por encima de grandes obstáculos. Pero si la demagogia intentase atacar esta fundación, entonces el Presidente de la República, armado de la omnipotencia que le da la Constitución para conservar el orden, la integridad y la paz, ha de mostrar que el orden es sagrado. El General Urquiza ha de apoyarla con todo el prestigio de sus victorias y ha de sacrificarse por la paz y el orden del pueblo argentino y a la fe de su conciencia. Entonces el pueblo y el caudillo que libertaron a la República en Caseros, rodeado por mayor número de combatientes que los que condujo a aquella gloriosa jornada, con los pueblos libertados ha de defender la conquista de la libertad.
Hablo de la demagogia: no para designar un partirlo, no; los enemigos de la paz, del orden y de la integridad nacional, no forman ni pueden formar partido, autoridad ni gobierno. Sin pensamiento ni idea, sin un sentimiento que sea aprobado por la conciencia general del pueblo, las facciones producen solamente desorden, y confusión.
Hablo de la demagogia y de los demagogos, o más bien de aquella disposición de ciertos espíritus cuya filiación se encuentra en todas partes, causando los mismos estragos; de aquéllos que en todas partes han ahogado la libertad aparentando acariciarla, de aquellos que han privado a los pueblos amedrentados de sus creencias políticas, entregándolos por desesperación al fatalismo de la fuerza. Señalo mas bien con esta denominación, aquellos espíritus inquietos y soberbios, de quienes se ha dicho que, aspirando o ser dioses, harán caer a los ángeles, que aspirando a ser ángeles, harán rebelarse a los hombres. El buen sentido del pueblo los ha arredredado hasta ahora: que vuestra constancia los altere.
La paz y el orden constitucional es la voluntad de Dios para la actualidad de estos pueblos.
La revolución de Septiembre, el triunfo de Julio, condenados al tormento de su fama, han privado temporalmente a la Confederación de muchos elementos de fuerza, de población y da poder.
Sin embargo, este grave mal, destinado a curarse por sus propias consecuencia, ha producido un bien palpable y real. Las provincias argentinas organizadas bajo la ley de Mayo, marchando en paz, evitando con toda moderación todas las injusticias y usurpaciones, libres de odio y envidia se hacen respetable; y cuando nuestros hermanos de Buenos Aires vengan a la asociación, nos han de encontrar dignos de respeto, y ellos exonerados del desprecio por pueblos que creían pesar a su cargo, como plantas parásitas y tenaces.
Las provincias desheredadas de todo lo que el esfuerzo común por muchos años había acumulado en la parle más exterior del territorio, se han resignado a cambiar en términos menos equívocos el problema social. Poco tiempo de paz y de orden, han de traer este resultado, y con él la unión sólida y valerosa. Si Buenos Aires no difiere antes a un hecho que hoy ve realizarse, deberemos el suceso del experimento a los elementos exuberantes de vida que poseen estos países, merced a los cuales seria permitido a esta nación principiar de nuevo su existencia. Sin esto, las pasiones, las preocupaciones y las inconsecuencias de la revolución de Septiembre, con la terquedad e intolerancia de que se ha hecho tanta atentación, nos habrían conducido a un abismo.
Nuestro pasado es aterrante de turbulencias, y doloroso de infortunios, y por lo mismo el presente es rico de experiencia y lleno de esperanza. Y está dicho, por otra parte, que son felices aquellos pueblos a quienes Dios hace llegar; y, ¡Señores!, nosotros hemos llegado conducidos por la mano acertada e irreprochable de los hechos providenciales.
El Gobierno constitucional se ha ocupado desde su instalación con incesante trabajo de desarrollar la administración embrionaria del país. Muchos acuerdos, disposiciones y derechos han sido expedidos par todos los ministerios del gobierno, reservando a la aprobación de las cámaras, todas aquellas medidas que deben obtener para su firmeza y validez la sanción legislativa.
Yo me ocuparé de aquéllas que, por más dignas de interés, deben llamar con preferencia la atención de las cámaras, y la solicitud del país. Los ministros de los diversos ramos del gobierno os presentarán con sus memorias el protocolo de aquellas disposiciones.

RELACIONES EXTERIORES
Las relaciones exteriores de la Confederación no han merecido una especial contradicción, y se han cultivado según el espíritu de la Carta Constitucional y del derecho público que ella establece.
No me separaré de esta guía segura para que el Gobierno de la Confederación continúe conquistando la amistad y confianza de los gobiernos con que se halla en relación.
Las relaciones de amistad y de comercio se afirman y se extienden diariamente.
El progreso rápido que en el sentido material se verifica en la Confederación; el aumento de transacciones mercantiles con el extranjero, provocan naturalmente nuevos tratados y nuevas relaciones con el mundo. Contráese una especial atención a multiplicar esta clase de acuerdos con los pueblos cultos y productores,
Me es satisfactorio anunciares que los derechos y garantías concedidos a los extranjeros por nuestras leyes y por los tratados, son una realidad en todo el territorio de la Confederación.
A este respecto será muy vigilante el Gobierno Nacional. Las miras económicas que con respecto a la población y a la industria encierra nuestra Carta Constitucional, han sido y serán en adelante ayudadas por el Gobierno,
Los gobiernos de provincia coadyuvan a este mismo fin.
Son muy satisfactorias las declaraciones que acaban de hacer a este respecto, mostrándose penetrados de la necesidad de ser justamente hospitalarios con los hombres útiles y honrados que se establezcan en nuestro país.
Existen pendientes desde muy atrás algunas reclamos de indemnizaciones de perjuicios causados a extranjeros residentes en la República, particularmente de súbditos ingleses y franceses.
Restablecidos aquellos reclamos por los agentes diplomáticos respectivos, el Gobierno los ha tomado en consideración y se han dado las Ordenes necesarias para esclarecer los hechos y dar la más clara satisfacción a los interesados.
Deseoso de manifestar mi respeto personal a los soberanos europeos y a los jefes de las repúblicas americanas, y de poner en servicio de mis conciudadanos la estima particular que pudiera merecerles después de los acontecimientos en que he sido actor, tuve el honor de dirigirles una carta anunciándoles mi elevación de la magistratura, y asegurándoles de la decidida voluntad en que estoy de gobernar constitucionalmente por la paz y por la ley.
Las contestaciones que he recibido a esta carta y que han visto la luz pública hacen plena justicia a mis sentimientos y honran altamente mi persona.
Espero que el mundo y mis compatriotas tomaran en cuenta la lealtad con que contraigo estos compromisos, que por otra parte están perfectamente de acuerdo con los dictados de mi conciencia.
Es en virtud de estos actos oficiales repetidos, que tengo la satisfacción de anunciaros que me hallo moralmente apoyado por las buenas disposiciones de los gobiernos amigos. El Imperio del Brasil es dignamente representado cerca de la Confederación por su Enviado Extraordinario, y Ministro Plenipotenciario, Desembargador don Rodrigo de Souza da Silva Ponte.
Su Majestad el Emperador de los franceses mantiene acreditado también cerca del Gobierno de la Confederación un Enviado Extraordinario y Ministro Plenipotenciario, en la digna persona del Caballero A. de Lemoine.
A consecuencia de la lamentable muerte de Su Majestad la Reina Dona María de la Gloria, Su Señoría el Consejero Comendador Don Leonardo de Sonza Leitte Acevedo, presentó nuevas credenciales del Gobierno de Su Majestad Fidelísima acreditándole en el carácter de Encargado de Negocios y Cónsul General cerca de la Confederación,
La nación portuguesa fue una de las primeras de Europa que reconoció nuestra independencia; y desde entonces ha conservado sin interrupción agentes públicos cerca del Gobierno Argentino.
En 9 de Agosto de 1852 fue concluido un tratado de amistad, comercio y navegación entre la Confederación Argentina y Su Majestad Fidelísima, el cual tratado esta revestido ya con la sanción real. El os será sometido a vuestro examen y aprobación.
Con el objeto de acelerar los fines del mencionado tratado y a solicitud del Señor Encargado de Negocios del Reino de Portugal, se han puesto en vigor y mandado ejecutar los articulas 2° y 14 del predicho tratado, los cuales se refieren al agualamiento de banderas, por lo que respecta a los derechos de puertos, de tonelaje y de administración de los bienes de los ciudadanos de los respectivos países que mueran ab intestato.
Su Majestad la Reina del Reino Unido de la Gran Bretaña e Irlanda tenía acreditado un Encargado de Negocios y Cónsul General.
Me es doloroso anunciaros que en la persona del Caballero Don Roberto Gore ha perdido la Confederación un amigo leal e infatigable.
Así que se supo oficialmente este deplorable acontecimiento, el Gobierno Nacional decretó honores fúnebres a la memoria de aquel ilustre diplomático, en prueba de estima por su carácter y por el país que dignamente representaba.
Por la correspondencia sentioficial del Caballero Gore, me consta que había recabado de su gobierno, entre otros, un servicio importante para el desarrollo del comercio y de la navegación de nuestros grandes ríos.
Me refiero al balizamiento del río Paraná, uno de los que se mencionan en el tratado celebrado entre el Gobierno de la Confederación y el de la Gran Bretaña sobre la libre navegación de los ríos. La capacidad reconocida de la marina inglesa, es una garantía de la perfección de aquel trabajo, tan importante como serio, y de la confianza que prestará a la navegación fluvial una vez que se halle realizado por oficiales de marina británica.
El Gobierno de los Estados Unidos de America era dignamente representado por el Caballero Don Juan Pendleton.
Con fecha 9 de Marzo último me anunció este señor, que se retiraba de la patria dejando los asuntos de su Legación a cargo del Cónsul General Americano en Buenos Aires, Don José Graham, y el Gobierno Nacional lo admitió a desempeñarlos, bajo el carácter de Encargado de Negocios “interino” y hasta tanto que fuese conocida la disposición de su gobierno.
Las consideraciones que me ha merecido y merece el Gobierno de la Republica del Norte están patentes en las manifestaciones que el caballero Pendleton me hizo en su comunicación de despedida, reconociendo la lealtad, franqueza y libertad de mi conducta pública para con los poderes extranjeros.
Me ha sido lisonjero al ver reconocidos por aquel diplomático republicano, los cambios que se han obrado en mi país, a favor de la libertad y de las buenas ideas de gobierno después de la desaparición del poder absoluto que tuve la gloria de derrocar.
El señor Don Roberto C. Schenck, Enviado Extraordinario y Ministro Plenipotenciario de los Estados Unidos en la Corte del Brasil, y el mismo caballero Pendleton, convinieron con los Plenipotenciarios del Director Provisorio en los artículos de un tratado de amistad, comercio y navegación entre la Confederación y aquellos Estados.
En cumplimiento del artículo 14 de este tratado, él será presentado oportunamente para su aprobación.
Tengo motivos para esperar muy pronto la llegada a esta capital del Encargado que haya de verificar el canje del tratado de libre navegación de los Ríos Paraná y Uruguay, concluido igualmente entre el Gobierno de la Confederación Argentina y el de los Estados Unidos.
El señor Encargado de Negocios de la República de Bolivia, presentó su carta de retiro para ponerse a las órdenes de su Gobierno que reclamaba en otra parte del señor Don Juan de la Cruz Benavente sus servicios y reconocidas aptitudes.
Durante la permanencia de este señor en la Confederación se han promovido las buenas relaciones que afortunadamente existen entre ambas repúblicas.
Los sentimientos del Gobierno para con este señor fueron explícitos en la recredencial que le fue entregada.
A su regreso fue eficaz y debidamente recomendado a todas las autoridades y gobiernos de su tránsito por territorio argentino.
El Gobierno Nacional, teniendo conocimiento de oficio de la ruptura de las hostilidades entre la República de Bolivia y el Perú, ofreció a aquélla su mediación amistosa, y la interposición de sus buenos oficios para restablecer la paz entre dos pueblos americanos de un mismo origen.
A requisición del mismo gobierno boliviano, tanto directa como interpuesta por su representante en la Confederación, se han dictado medidas de precaución y de prudencia para que algunos ciudadanos de Bolivia residentes en las provincias de Jujuy y Salta no perturben con invasiones armadas a las autoridades de su país con miras u objetos políticos.
Fue extendido de buena voluntad el “exequatur” a la patente presentada por don Ricardo José Bustamante que le acredita Cónsul de la República de Bolivia en la Confederación con la residencia en las provincias de Salta y Jujuy.
Las relaciones comerciales entre ambas repúblicas son importantes y lo serán cada día más.
Por esta razón espero que será muy útil aquel agente para ayudar a promover en adelante algunos arreglos que faciliten el intercambio entre los productos argentinos y bolivianos.
Por lo expuesto veis, señores, que nuestras relaciones con aquella república hermana y vecina se hallan en perfecto estado de amistad.
Arreglos de parecida naturaleza serían de desearse con respecto a la República de Chile que se halla tan en inmediato contacto con la Confederación, manteniendo el rico y activo comercio de las provincias occidentales por la cordillera de los Andes.
Tengo la fundada esperanza de que el orden de que disfruta aquella república le permitirá muy pronto acreditar un Agente Diplomático cerca de la Confederación.
Chile en su vía de progreso material y moral es una de las influencias saludables externas con que debemos contar para acreditar el orden y las ideas de buena economía.
Aquella republica, primera entre las españolas en establecer en gran escala líneas atrevidas de ferrocarriles, tiene interés, y así lo ha manifestado oficialmente, en que se realicen iguales empresas en nuestra porción de continente para multiplicar el aliento de transportes que demanda la celeridad de aquellos vehículos.
La liberalidad de la prensa del Pacifico ha permitido la discusión templada de los intereses argentinos, y debemos reconocer que ha sido útil la doctrina política de algunos impresos de Chile para guiar la opinión y disipar errores nocivos.
Me complazco en tributar esta justicia a aquella republica hermana tan vinculada con la Argentina por los antecedentes de la guerra de la independencia.
El coronel don José Guerra ha sido reconocido en el carácter de Encargado de Negocios y Cónsul General de la República Oriental del Uruguay en la Confederación Argentina.
Este honorable señor que reside en esta capital, ha sido intérprete de los sentimientos mas amigables de su gobierno, hacia esta República, y propende a mantenerlos y a facilitar las relaciones de comercio que activamente existen entre el Estado Uruguayo y el litoral de la Confederación.
La República independiente del Paraguay continúa en goce de su paz interior.
A la sombra de ella, desenvuelven sus intereses materiales, dando al comercio del mundo el contingente de los valiosos productos de su suelo privilegiado.
Desde el reconocimiento solemne que como Director Provisorio hice de la República del Paraguay no se han alterado en lo más mínimo los sentimientos de perfecta amistad que aquel acto despertó en el gobierno y en el pueblo paraguayo. Sentimientos que el Gobierno Argentino se hará un deber en cultivar y estrechar por razones de vecindad, de conveniencia y por simpatía también hacia un pueblo de idéntico origen al nuestro.
La Confederación tiene acreditado un Encargado de Negocios y Cónsul General cerca del Gobierno Oriental del Uruguay. Desempeña aquel puesto el distinguido argentino Dr. Don Francisco Pico, con celo y con inteligencia, prestando servicios de la mayor importancia no sólo en el mantenimiento de las relaciones amistosas con aquella República, sino en frecuentes comisiones y en la regularidad de la comunicación oficial con el extranjero desde la ciudad de Montevideo.
Llevado del vivo deseo de hacer conocer en Europa la situación política de la Confederación, el camino legal en que ha entrado y la liberalidad de los principios de derechos públicos que la Constitución establece he nombrado un Encargado de Negocios cerca de los Gobiernos de Inglaterra, Francia y España.
Al hacer este nombramiento he tenido en mira no sólo aquellos objetos, sino otros muchos de interés comercial, industrial y de población, y he debido fijarme en una persona bien al cabo de las intenciones que a estos respectos deben guiar al Gobierno de la Confederación en sus relaciones con la Europa.
He tratado siempre, como Gobernador de Provincia, y como magistrado nacional de acercar el día en que las relaciones de amistad y de comercio de la nación española con la República Argentina, tomen una forma clara y definitiva, poniendo a los súbditos de aquel país, de donde nos han venido la religión y el idioma, al alcance de todas las prerrogativas que gozan en la Confederación los demás extranjeros. Es este otro de los objetos que encierra el encargo confiado al celo y talento acreditados del Doctor Don Juan Bautista Alberdi.
Necesidades premiosas de interés religioso y espiritual me han decidido a nombrar un agente confidencial de la Confederación cerca del Soberano Pontífice, cuya bondad para con mi persona y su paternal cariño por el pueblo argentino son tan notorios.
Tengo la satisfacción de anunciaros que aquel agente ha sido recibido benévolamente por Su Santidad, manifestándole que será de sumo consuelo para su corazón el conocer y remediar las necesidades de nuestra Iglesia.
Lo que acabo de comunicaros tiene un carácter perfectamente oficial constando así de las comunicaciones del Eminentísimo Cardenal Antonelli, Ministro de Estado del Soberano Pontífice, dirigidas al Gobierno de la Confederación.
Se ha puesto un empeño activo en acreditar agentes consulares de la Confederación en los principales puertos y plazas mercantiles de Europa y América, no sólo en protección de nuestro comercio, sino también para dar a conocer en todas partes las ventajas que el extranjero puede reportar de establecerse en el territorio argentino.
Las instrucciones que se les imparte a este respecto los pone en actitud de influir según sus medios y carácter de su representación en el desarrollo de nuestros intereses materiales.
El fruto que el servicio consular da a estos respectos, es ya palpable y aumentará a medida que aumente también el número de los cónsules y se regularicen las relaciones oficiales con ellos.
A este fin, está autorizado el Dr. Don Juan B. Alberdi para nombrar y establecer en su carácter diplomático los cónsules y vicecónsules que crea necesarios en los puertos de Francia e Inglaterra.
He otorgado el “exequátur” a la patente de vicecónsul de su Majestad Británica en el Rosario, expedida a favor de Don José Dale; y posteriormente admití a este señor a desempeñar las funciones de cónsul de S. M. Fidelísima en el mismo destino.
He concedido igualmente el “exequátur” a las patentes de vicecónsules de la República Oriental del Uruguay en los puertos del Rosario y Corrientes, otorgadas a favor de los señores Don Saturni¬no Revuelta y Don Francisco Canessa.
En mi carácter de Director Provisorio celebré tratados para la libre navegación de los ríos Paraná y Uruguay con tres grandes potencias marítimas y mercantes: la Inglaterra, la Francia, y los Estados Unidos del Norte.
La forma federal adaptada definitivamente en la organización de la República, los derechos de cada provincia federada, exigían la emancipación de las antiguas trabas que las servían de rémora para el desenvolvimiento de su comercio y civilización.
Esas tratados son la sanción por el derecho de las aspiraciones del país representadas por mi en el pronunciamiento del 1° de Mayo. Esos tratados están de acuerdo con la Constitución Nacional que declara libres para todas las banderas las aguas de los ríos argentinos.
Tengo la fortuna de instruiros que esos tratados fueron ratificados y canjeados ya por la Inglaterra en 11 de Mayo, y por la Francia en 21 de Septiembre del corriente año de 1854.
Los actos del canje han tenido una solemnidad notable verificándose en la capital de la Confederación, ante mí mismo, como Presidente de ella y con intervención personal de Su Señoría el Encargado de Negocios y Cónsul General del Gobierno de S. M. Británica Caballero Don Roberto Gore y el Excmo. Señor Enviado Extraordinario y Ministro Plenipotenciario de S. M. el Emperador de los Franceses Caballero A. Lemoine.
Un hecho notable se ha verificado en la política de los Estados del Río de la Plata: un ejército brasileño de cuatro mil hombres ha entrado y existe en el territorio de la República Oriental del Uruguay.
Sabéis, señores, los motivos que militan en el Gobierno Argentino para interesarse por la suerte de aquel estado hermano y amigo. Ese estado nació en 1828, como una prenda de paz, como una garantía de buenas relaciones entre el Imperio del Brasil y la República Argentina.
Fue un acto impuesto por la necesidad de las circunstancias, el de reconocer independientes y dignos de gobernarse a si mismos a aquéllos que tantas virtudes y denuedo habían manifestado, obligándose el Gobierno de S. M. el Emperador del Brasil y el Gobierno Argentino, a garantir la nueva existencia política del Estado independiente del Uruguay.
El Gobierno de la Confederación no duda ni por un momento que aquellas mismas virtudes y denuedo que tanto se complace en reconocer en el pueblo oriental, lo han de mantener firme en la determinación de sostener su propia independencia, no como una carga impuesta, sino como un galardón y un trofeo.
No teme por la independencia del Estado Oriental, porque tiene entera fe en el noble y religioso carácter de S.M. el Emperador Don Pedro quien reúne a una sabiduría puesta a prueba, una clara comprensión de los verdaderos intereses del vasto imperio cuya felicidad le ha encomendado la Providencia, porque tiene fe en la regularidad creada por el orden y la paz, y por los distinguidos hombres de Estado que en todos los partidos abundan alrededor del trono brasileño. Tiene fe, por último en las declaraciones solemnes y oficiales hechas a nombre de S. M., de que la intervención armada en el territorio oriental, realizada con asentimiento y a resignación de la Asamblea Legislativa del Estado Oriental, no tiene por objeto atentar contra la independencia de aquel Estado; mas antes, fortificarla ayudando a su gobierno con arreglo a las estipulaciones de los tratados existentes.

INTERIOR
La revolución del 11 de Septiembre de 1852 ha recibido por fin su forma definitiva en la Constitución sancionada el 11 de Abril de este año en la provincia de Buenos Aires.
Este acontecimiento pone muy de relieve las inconsecuencias, y tal vez la debilidad, de la facción que la ha promovido. El ha causado sin embargo una profunda sensación en todos los pueblos argentinos y preocupa tan seriamente a sus gobiernos como a sus habitantes.
Por la semejanza de lo pasado, miden todos los ánimos el profundo cauce por donde han de precipitarse la guerra civil y las incesantes perturbaciones que amenazan el porvenir, por causa de este tizón de discordia, fría y deliberadamente arrojado en medio del pueblo argentino...
Este acto inaudito de temeridad política ha sido reprobado con toda la energía del corazón por los honrados patriotas de Buenos Aires reducidos al silencio, mientras que los numerosos hijos de aquella provincia, perseguidos y desterrados con implacable saña, han levantado una protesta solemne contra un hecho que califican de evidente traición a la patria.
Será igualmente sometida a vuestro conocimiento la protesta sentida y esforzada con la más noble dignidad, que ha elevado a las autoridades nacionales, el Gobierno de Mendoza, contra este acto irritante.
Aquel pueblo constante y leal amigo de Buenos Aires en su buena y mala fortuna, como lo fueron todos los de la circunscripción de Cuyo, se ha resentido profundamente por el repudio y desleal retribución que hace Buenos Aires a todas sus relaciones y compromisos.
Yo hablaré también de esta grave ocurrencia política, no para promover cuestiones desagradables y ociosas sino para que sea constante que las demasías y usurpaciones que sanciona la Constitución de Buenos Aires contra la soberanía nacional, no son autorizadas por el indiferente silencio del gobierno de la Confederación.
Esta reticencia daría justos motivos de censura porque una nación donde no se condenasen semejantes atentados contra su integridad, quedaría por el hecho deshonrada ante el mundo civilizado.
En el día para siempre memorable del 11 de Septiembre surgió patrocinada por la soldadesca seducida, una facción reaccionaria en la plaza de la ciudad de Buenos Aires. Dando después a este levantamiento de mal origen las proporciones de una revolución, ésta proclamó que tomaba por pedestal el programa de Mayo de 1810, y que Buenos Aires puesto de pie como un solo hombre, armado de la espada y de la bandera de las batallas de la patria y de la libertad, estaba dispuesto a combatir como en los días primitivos a los enemigos de la libertad de la patria.
Antes de mucho tiempo, hubo de saber que la patria está hecha y conquistada por la sangre y el valor de los pueblos argentinos —que la tiranía que desde Palermo había absorbido e inutilizado la mitad de la vida de la nación, había sido estrepitosamente derrocada en Monte Caseros— que el Congreso Nacional Constituyente reunido en Santa Fe, para el cual había sido debidamente invitada la provincia de Buenos Aires, había formulado la libertad política de la Republica Argentina, en una Constitución cuyas bases son suficientemente grandes como para encerrar a todas las provincias, justas, como para dar a cada una su lugar en proporción a su importancia y población; equitativas y democráticas, como para asegurarles iguales y reciprocas ventajas y gravámenes— supo, finalmente, que el Congreso levantando este monumento en alto, con la conciencia más imperturbable y segura, lo presentaba al juicio de los contemporáneos, como prueba de la honestidad de sus intenciones y de la rectitud y pureza de los medios que había elegido para establecer la paz, la justicia y la unión entre todos los pueblos argentinos —supo, finalmente, que el Congreso y el país estaban tan perfectamente de acuerdo sobre la bondad del pacto fundamental, que desafiaban a las malas pasiones que pretendiesen combatirlo o hacer alguna cosa que el buen sentido común pudiera dejar de clasificar como una monstruosidad.
Independientemente de la autoridad intrínseca y moral del libro de la Constitución, este fue el quicio de trece provincias contra el de una sola que ni la rechaza ni la acepta, y lo que es peor, que no la considera por el más insigne y solemne desprecio.
La revolución de Septiembre: jactanciosa y arrogante, encontrándose con tanto coraje y brios inútiles, delante de estos hechos que se muestran de bulto iluminados a los ojos de todos, se despachó.
No había para ella porvenir, porque no es dado esto para acontecimientos que carecen de principios, designio y objeto. Su actualidad estaba deshonrada por mil transacciones vergonzosas, en que el oro había intervenido como precio de patriotismo. Para volver atrás, tenía que enfrentar su orgullo. Sus esperanzas habían encontrado el desengaño y la derrota.
Entonces dejándose arrastrar por los peores instintos, y lanzando un gemido prolongado de maldición contra los generales Paz, Hornos y Madariaga, que pusilamines o vencidos, no supieron prepararla triunfante, de un puntapié arrojó su pedestal y rompiendo el estandarte nacional, con uno de los trozos de su asta rasgó inconsiderada el seno de la patria.
Así el odio, el desprecio, la venganza, que nada reparan, han agravado inmensamente su situación. Es lamentable, pero es preciso decirlo, estas pasiones son los elementos constitutivos que han entrado en la composición de la ley orgánica promulgada el 11 de Abril para el Estado de Buenos Aires.
El genio de las raras revoluciones que representan las verdaderas necesidades de la humanidad, o el de los grandes hombres que en ella surgen, levantan los pueblos de una profunda abyección o crían las sociedades, que el patriotismo y el espíritu público se encargarán de conservar y defender contra el egoísmo que las destruye. Hay gloria y felicidad para los que afirman aquellas obras, pero vergüenza y ruina para los que las atacan.
Por la sujeción a esta ley conservadora de la humanidad la patria que levantaron al rango de las naciones del mundo con esfuerzos de tanto precio, los Moreno, Castelli, Rodríguez Peña, Rivadavia, Chiclana, Vieytes, Pasos, Sarratea, Alvear, Belgrano, Saavedra, Gómez, López, Escalada y otros ilustres y valerosos patriotas, debió conservarse intacta en las manos de sus sucesores, pues que a esta condición la recibieron enriquecida de tanta gloria.
No han corrido bien todavía dos generaciones.
Las tumbas de casi todos aquellos venerables hijos de Buenos Aires están frescas, húmedas y palpitantes; y, sin embargo, la patria que trasmitieron a sus descendientes, habrá desaparecido muerta en su propia cuna.
Los revolucionarios de Septiembre, infieles legatarios, han disipado su preciosa herencia por vergonzosos cálculos de egoísmo. La han roto y despedazado; porque incapaces de alcanzar a la elevación y dignidad de sus padres, no han podido sobrellevar el peso de un nombre glorioso, ni conservar los limites de su magnifica heredad.
Cobardes y pigmeos, la han enlodazado y envilecido, porque el último coraje de los que se degradan, es nivelarlo todo a su altura.
Mal traída será la patria y la libertad, siempre que vengan a parar sus negocios en manos de hombres inexpertos y fanáticos. Estos en las dificultades y complicaciones de los negocios humanos, no tendrán la paciencia de experimentar y de reiterar, antes de quebrar los instrumentos y la materia sujeta a su investigación, si de este o de algún otro modo, la razón y la fracción no pueden encerrarse dentro de su compromiso. En los negocios comunes de la vida, no es permitido dispensarse de la prudencia, que se echa de menos en la más grande transacción que se ha ofrecido en la vida de estos pueblos. La gloriosa situación adquirida por el sacrificio de bienestar de dos generaciones, se ha arruinado con insensatez por un solo acto de aturdimiento. Nada se ha tentado para evitarlo; por el contrario, se ha empleado por la revolución de Septiembre la ostentación del escándalo para consumarlo. Cálculos mezquinos y afrentosos, pasiones viles se han puesto de manifiesto en esta emergencia, sin ningún velo que encubra tan chocante desnudez. La revolución de Septiembre ha creído que la soberbia, el desprecio y fa venganza velan y suplen la falta de principio de sentimientos honestos y de justicia.
¿Qué motivo de división hay entre estos pueblos y Buenos Aires, que se arrojan a tales extremos? Quejas y agravios, que sin la revolución de Septiembre, Buenos Aires hubiera contado con deferencia y magnanimidad. Quejas y agravios, que justifican y evidencian el estado de progreso, atraso y desolación en que se hallan las provincias. Estado que acusa sin réplica una pésima dirección y la más insolente administración por el espacio de cuarenta años, Buenos Aires, sin la revolución de Septiembre, habría contestado enseñando sus propios dolores, y nos hubiéramos entendido para remediarlos, sin quebrantar la unión.
¿Qué injusticia tan profunda e incurable difícil la armonía entre estos pueblos y Buenos Aires? La práctica de algunos errores económicos, aceptados de la tradición y mantenidos por las preocupaciones, que Buenos Aires, sin la revolución de Septiembre, se habría apresurado a borrar con enojo de haberlos advertido antes.
¿Qué hay actualmente entre estos pueblos y Buenos Aires que haga imposible su buena inteligencia? Un nombre propio, que Buenos Aires, sin la revolución de septiembre, hubiera adoptado por deber, por gratitud y por política.
¿Qué patricio puede aspirar el porvenir si no se retempla abriendo sus filas y su seno a las ilustraciones de todas partes y de todo género?
En momentos en que arde la casa blanca, diré con el Senador Clay, en lugar de unirnos para extinguir las llamas, disputaremos sobre quien ha de ser su próximo inquilino.
El egoísmo sin principio de los revolucionarios de Septiembre ha preferido quebrantar la unidad nacional, antes que reconocer la autoridad, unida a un hombre que no aspira a otra cosa que pasar a acompañar en la memoria de la posteridad con el recuerdo del insigne beneficio que deben estos pueblos a la espada del que lo lleva -un nombre propio y provinciano al que para completar la integridad de su gloria grande y desinteresada, no le ha faltado, ni el apoteosis del estúpido aborrecimiento, ni el de la más estrepitosa ingratitud.
Necesito hacer un penoso esfuerzo de inteligencia para comprender si es posible que un pueblo culto llegue a creer que el desorden perpetuo pueda serle de algún provecho. Por fortuna, después de este esfuerzo, la razón resiste la posibilidad de semejante persuasión, y me complace reposar en la confianza de que no es el pueblo de Buenos Aires el que ha constituido sus pasiones en ley, y con ella la guerra en permanencia.
Estudiando la facción de Septiembre en sus habitudes normales, encontraremos que ella liberta de tata indigna imputación aquel pueblo célebre.
La facción de Septiembre, reclutada de entre los factores del terror y de los conspiradores subterráneos contra la tiranía, se ha incrustado en la misma roca a la cual han vivido constantemente adheridos los representantes del egoísmo local.
Estos, de corazón yerto y de inteligencia estéril, han visto con envidia y rencor, navegar con vela henchida a los generosos argonautas, que desafiando tempestades con incierta brújula sobre un mar nuevo y proceloso, intentaron descubrir a la patria su asiento, y los fundamentos a la nación.
Para ellos ésta no existió jamás sino como un ser vaporoso y fugitivo —búsquenla a su propia costa los temerarios que en ella se empeñan— la provincia es permanente —sobre este peñasco a donde no al¬canzan las olas de las tempestades, colocaremos nuestra barca— aquí esperaremos a los náufragos para maldecirlos. Y como los malhechores habitantes de las costas solitarias, allí han vivido con el privilegio de enriquecerse sin concurrencia de odiar al patriotismo y a los patriotas, las ideas elevadas, los sentimientos generosos y el porvenir. Sólo para nosotros y en nuestra casa, es su enseña.
Consagrados en cuerpo y alma los otros, al genio del mal, conservaron la libertad de su inteligencia para dirigir las fatales efervescencias populares. Travesuras sangrientas, crímenes perpetrados sin pasión, por manos de hombres arrojados al circo, para dar el placer de la sangre y hacer sanar el precio de ella a los feroces instigadores.
El tercero y no menos valioso elemento de este funesto núcleo lo completan aquellos obscuros y constantes conspiradores, que armaron del puñal a los asesinos asestados contra el tirano.
Se debe a la fatalidad desgraciada de sus propensiones el que sin alcanzar ningún bien, hiciesen ahogar en su propia sangre a muchas personas queridas. Para ellos la Nación es un fantasma.
Hacer revoluciones es su designio, y para alcanzarlas tienen por dogma el terriblemente elástico, inmoral e innoble “hacer algo”.
Egoístas sicofantas y conspiradores, unidos en monstruosa alianza formaron la facción de Septiembre. El espíritu de gobierno de un pueblo culto es incompatible con el espíritu de las conspiraciones, con las habitudes de las efervescencias, y con la indiferencia irónica por las grandezas y vicisitudes de la patria. Estas ocupaciones seguidas con predilección por los diferentes sectarios de la facción de Septiembre lucen de ellas una escuela detestable de hombres de Estado, capaces de inspirar horror a todo pueblo honrado y patriota.
Podría decirse en teoría que semejantes hombres sustituirían a las serias ocupaciones de un gabinete, a la sagaz inteligencia de los verdaderos intereses del pais, a los esfuerzos para agrupar en derredor del poder todas las fuerzas vitales de la sociedad, a los nobles sentimientos y a los grandes designios, con la firmeza, moderación y lealtad necesarias para llevarles a cabo; sustituirían, digo, sus propias y congeniables disposiciones.
Su práctica ni dejó dudar mucho tiempo la expectativa, ni vacilantes los ánimos en la incertidumbre. Haciendo protestas solemnes a los ministros extranjeros de sus disposiciones pacíficas, mandaron entrar a sangre y fuego a una provincia hermana con intenciones alevosas y homicidas contra el jefe del Estado, que satisfecho de haberles servido, los había abandonado, indiferente a sus aplausos o reprobaciones.
Del consejo de estos hombres de Estado, salió la determinación de mandar bajo falaces palabras y mentidas promesas derramar la discordia y la confusión en las provincias, obra en que preserva con constancia perversa y tenaz.
Ellos también mientras hacían correr los filtros de la seducción, preparaban simuladamente fuerzas suficientes para invadir y saquear tal vez por la décima vez a la provincia de Santa Fe, y realizar de paso el audaz y sacrílego intento de “acogotar” el Soberano Congreso Nacional Constituyente.
En el consejo de estos hombres de Estado la corrupción en las más extensa y escandalosa escala, se adoptó como el resorte principal de la acción gubernativa. Patriotismo, banderas, pundonor militar y la integridad cívica, todo se compra, se vendió, pagándolo a precio de oro en el gran marcado de la plaza pública. Ellos inventaron ese tráfico de infamias y de traiciones, las mas de veces imaginarias, para substraer del tesoro público inmensas sumas de dinero. Antes ellos fueron bien recibidos y aceptados todos los sicarios aventureros, que proponían el puñal o el veneno, con tal que, sobre el paquete de aquellas drogas homicidas, hubiese un membrete con cierta dirección. Ellos han iniciado a los bárbaros en secreto de nuestras divisiones, y lanzándolos a tomar parte en ella, les han enseñado a aprovecharse de nuestras debilidades. Ellos, dejando indefensas las fronteras de la provincia de Buenos Aires, han entregado a su rapacidad las estancias más pingües y más de seis mil leguas cuadradas del territorio conquistado y poblado por cristianos.
Habiendo llegado a estos extremos no era posible contenerse ya delante de ningún abismo, y para ponerse cautelosamente a cubierto de toda emergente responsabilidad han constituido a Buenos Aires en “estado independiente”!
Es histórico lo que he dicho y lo he referido sin rencor. Estoy acostumbrado a vencer y perdonar. Los hombres públicos de todas partes deben saber olvidar, pero los de esta porción de la América, a cada instante; sin fatigarse y aun exponiéndose a que se confunda la generosidad y la grandeza de animo con la debilidad. Aunque con profundo sentimiento consigno estos hechos, porque debo deducir de ellos la invencible convicción en que estoy de que esta facción no el Buenos Aires, que ella no representa a esa grande y culta ciudad, que para librarse de esa mancha Buenos Aires no necesita la guerra ni como la ocasión, ni como aliada. Rosas oprimía y deshonraba a Buenos Aires y a la Republica; la facción de Septiembre desacredita a Buenos Airea; y un pueblo pundonoroso se libra siempre que quiere de esta desgracia, sin sangre ni costosas turbulencias.
Necesito decir estas cosas, porque no quiero cometer el crimen de desesperar ni a Buenos Aires ni a las demás provincias de mi patria.
Sin esta plausible aplicación de los hechos, mi ansiedad sería profunda y vuestra alarma e inquietud proporcionada a los peligros que evidentemente correría el país. La guerra habría seguido inmediata¬mente a la sanción de la Constitución de Buenos Aires. Pero la guerra, con el carácter de aquellas que preveía el venerable anciano y sabio Senador Clay en circunstancias análogas para país. “Ninguno, dijo en esta coyuntura, tiene el derecho de separarse de la Unión. Yo pertenezco a ella: yo tomaré mi puesto en sus filas, y me propongo sostenerla y morir peleando, si necesario fuese; pero ningún poder sobre la tierra me apartará de la Unión. La ruina para todos necesariamente provendrá de la disolución; la guerra será inevitable; y una guerra tan furiosa, tan sangrienta, tan implacable, tan exterminadora, que no se encontrará otra igual en los anales de la historia. Ruego a los miembros que se detengan antes de dar el terrible asalto al abismo que se abre bajo sus pies. Pero si este calamitoso acontecimiento ha de efectuarse al cabo, imploro al cielo cine no me permita sobrevivir y ser testigo de la disolución de la Unión”.
¿Por qué calamidad no hemos olido estos o semejantes acentos proferidos por alguna voz autorizada en el seno de la Representación de Buenos Aires, antes de consumarse el acto inválido de la segregación de aquella provincia de la Unión Argentina? Si somos insensibles a las manchas que pueden afear nuestras glorias, si no cuidamos de nuestro nombre y reputación, si podemos arrojar al fango nuestros antecedentes sin pesar ni remordimiento, que al menos la memoria nos recuerde que nosotros conocemos esa guerra, que el senador americano apenas podía imaginar. Cuarenta hemos vivido en medio de sus horrores. ¿Y será posible que con deliberación en un Senado de hombres culto se haya pretendido lanzar al país aquella cruelísima situación de que recientemente acabamos de alejarle? El sentimiento desborda inútilmente del lima; pero la razón no podrá jamás semejante aturdimiento.
La revolución de Septiembre reaccionaría contra la práctica del principio salvador de la fusión y el olvido de lo pasado, alevosa en sus medios, reprobada y rechazada con indignación por la provincia, es responsable muy especialmente de haberse mostrado en el nombre del pueblo de Buenos Aires, destituida de todo sentimiento de patriotismo, de todo respeto por la confraternidad argentina.
Y cuando la inteligencia solicitaba el recuerdo con mas imperio porque había intereses de todo género que armonizar, arreglar o definir; cuando con este fin debieron quedar mas expeditos todos los medios que sancionan el intercurso social aun entre enemigos, la revolución de Septiembre ha incurrido en la inconcebible puerilidad de establecer por la ley la incomunicación con el Gobierno de la Confederación Argentina. De esta manera, el orgullo que impide volver atrás, velara para que no se intente reanudar los vínculos sacrílegamente rotos, y para que aquel Gobierno no quede incapacitado de cejar ante las consideraciones de mutua convivencia o ante las exigencias de las circunstancias.
Para que en presencia de los hechos nuevos no ceda de sus exageradoras e inoportunas pretensiones, y aunque la razón universal y su mismo interés lo reclamen, no puede llegar a convenir aquel Gobierno en que reconociéndose igual a sus iguales por lo menos, con la paz y la concordia, los inconvenientes y peligros recíprocos cesarían. La revolución de Septiembre es responsable de haber hecho asumir al pueblo de Buenos Aíres una actitud taimada, desdeñosa e insensata.
Por estas trazas la revolución de Septiembre ha llegado a consti¬tuir en Abril de este año a la Provincia de Buenos Aires en un “Estado independiente, federal, con el ejercicio de la soberanía exterior”.
El Estado de Buenos Aires no puede ser independiente, dejando pendientes los vínculos indisolubles y las relaciones naturales e indestructibles que lo unen por su propia confesión a las trece provincias argentinas; vínculos y ataduras que la naturaleza, los antecedentes, la gloria y los sacrificios han formado y que el infortunio ha robustecido.
Buenos Aires no puede ser independiente, dejando pendientes e inobservados los pactos federales escritos, que la revolución de Septiembre ha conculcado, es verdad, con deslealtad, peso cuyo cumplimiento otras tienen el derecho perfecto de exigirle,
Buenos Aires no puede ser Estado federal, porque rechaza y se segrega de los únicos asociados con quienes su unión era natural, posible y debida.
Por aquella Constitución, Buenos Aires, sin colocarse en la posición de una absoluta independencia, asume el ejercido de la soberanía exterior, la que, siendo por su naturaleza la Única representante de las necesidades del todo o del cuerpo político con sus relaciones externas, -Buenos Aires, como parte, no puede ejercerla sin inferir un agravio a la soberanía de la Confederación y sin hacer una usurpación igualmente chocante sobre la autoridad del Congreso eventual, que pudiera reunirse bajo las condiciones de su preferencia, para representar la soberanía de los pueblos argentinos. Las potencias amigas o neutrales jamás podrán comprender las ridículas abstracciones de la Constitución de Buenos Aires; y para las transacciones de asuntos serios, que comprometan el presente y el porvenir de los pueblos, tienen que buscar, conformándose con la práctica y el derecho, una autoridad cierta y segura, que sea competente pera tratar con validez en su nombre y en el de sus sucesores.
Por el temor de la Constitución de Buenos Aires, el Estado constituido, haciéndose la parte del león, ha demarcado como propiedad suya la mitad del territorio argentino. Este territorio está indiviso, y es esencial y políticamente indivisible. Pero aun cuando así no fuese, este artículo encierra evidentemente una usurpación insostenible, porque obrando en virtud de él se establece que en materias de esta clase puede procederse sin conocimiento de los copartícipes. Sacar estas transacciones del conocimiento, discusión y acuerdo de los Congresos, protocolos y convenciones, es adjudicar con poca prudencia a la guerra y al sable la exclusiva competencia de departir los límites.
Por aquella Constitución es prohibido elegir para Gobernador del Estado de Buenos Aires a ninguno de los hijos de las provincias argentinas, y no se les concede en el dicho Estado la protección y derechos de la ciudadanía, sino a la edad en que puede imponérselo el tributo de la sangre.
Por la Constitución que la revolución de Septiembre ha dado a Buenos Aires, se usurpan generalmente al Gobierno de la Confederación todos los atributos que por la Constitución Federal no han sido reservados a los poderes de provincias, Por consiguiente, Buenos Aires niega a la asociación argentina su contingente de rentas, cooperación y poder.
Reasumiendo todo esto, sita a la vista que la revolución de Septiembre es responsable de haber deducido en el nombre del pueblo de Buenos Aires una serie de pretensiones injustificables, de usurpaciones odiosas y de tendencias a una preponderancia que resiste en el buen sentido y la razón común; y como queda igualmente sancionado en la Constitución de Abril, que en dicho Estado no podrá deponer las atribuciones nacionales que indebidamente le confiere su Constitución, sino en el seno de un Congreso convocado y reunido bajo las condiciones de su influencia exclusiva, reservada siempre al Estado la aprobación de las determinaciones aun de ese mismo Congreso, resulta claro: o que un Congreso semejante, invalidado en la ley de su existencia, es posible, o que la revolución de Septiembre ha querido que Buenos Aires, con el veto antisocial que se reserva, sea el único arbitro de los destinos y suerte de la Confederación Argentina, y ampliando hasta el exceso su resolución, que en caso contrario, Buenos Aires jamás pertenecerá a la asociación argentina. Por tanto, la revolución de Septiembre es responsable de haber levantado una protesta impotente contra el principio que consagra, de que el voto del mayor numero es la fuente del derecho legal, que impone y hace obligatoria la obediencia, que ordena, conduce y decide todas las cosas en las sociedades democráticas y libres.
Que es responsable de la pretensión de establecer la absurda soberanía de la minoría en número e intereses, con la que es imposible que haya patria, Constitución, leyes, deber, ni conciencia.
Que es responsable, finalmente, de haber atacado y quebrantado aquella ley suprema, viva y siempre palpitante, en virtud de la cual debe prevalecer imperturbable y sin condición alguna, en la conciencia de los pueblos y ciudadanos honestos, el convencimiento de que la Nación es antes de toda libertad, que la Nación es antes de toda política, que la Nación es antes de toda personalidad, y con toda personalidad, que la Nación es antes de todas las cosas, y para que todo lo que es grande, honesto y laudable pueda venir al alcance del pueblo que respeta su existencia y dignidad, condición esencial de toda existencia política y moral.
Tal es la situación actual de Buenos Aires respecto de la Confederación. Cada acto de la revolución de Septiembre ha agrandado el abismo que las pasiones que la alimentan, cavan debajo de sus pies. No he abultado las quejas, ni exagerado les agravios escritos sobre el libro de sus leyes, y recordados en todos sus actos oficiales,
Ellas están condenados por los principios de la razón eterna y por la opinión pública fundada en la verdad y la justicia: en nombre de los cuales protesto como irrito e invalido en todos sus efectos y consecuencias el acto de la Constitución del Estado de Buenos Aires, sancionado el 11 de Abril de este año, en virtud del cual ha sido quebrantada la integridad de la Confederación Argentina por la segregación de la Provincia de Buenos Aires.
Burlado el país en sus legítimas esperanzas de tener por capital al pueblo iniciador, privada la Confederación de la alianza de los hechos antiguos con las necesidades del presente por el egoísmo de una facción que se ha arrojado a quebrantar la unidad nacional, para que Buenos Aires no sea la capital, como lo habría roto para que forzosamente lo fuese, el Gobierno se ocupó en buscar en las previsiones del Congreso General Constituyente el remedio a esta deficiencia.
Por una ley suplementaria podía elegirse una capital provisoria en el caso que Buenos Aires no aceptase la Constitución o se negase a hacerlo.
Es en virtud de esa ley que consultada la Provincia de Entre Ríos por el órgano de su Sala de Representantes, accedió a los deseos del Gobierno Nacional para servir de asiento a las autoridades federales, sometiéndose a su inmediata y exclusiva dirección con todos sus medios del poder, población y recursos.
La Provincia de Entre Ríos tiene la gloria de haber iniciado el 1° de Mayo de 1851 el movimiento regenerador de la Nación.
La celebridad y el número de los triunfos alcanzados en esta causa de patriotismo y salvación, la constancia de sus sacrificios, la perseverancia en añadir mayores esfuerzos y fatigas en la causa de la conservación de la nacionalidad argentina, no habían de perderse delante de la única abnegación que falta para coronarlas todas. La Provincia de Entre Ríos es, pues, en virtud de las leyes del Congreso Constituyente de 4 de Mayo de 1853 y de su Sala de Representantes de 22 de Marzo ultimo y del decreto del 24 del mismo mes, la capital interina de la Confederación.
Con estas determinaciones, la cuestión sobre capital, que es una cuestión de hecho, puede quedar eliminada, hasta que, transcurrido d primer periodo decenal, pueda promoverse la reforma de la Constitución.
Así el Congreso General Constituyente habra dicho bien, “que penetrado del vivísimo deseo de hallar un remedio para la ominosa actualidad de esa provincia de Buenos Aires y no podía dejar de expresar su convicción y su esperanza de que en esos mismos actos del Congreso, se encontraría la más poderosa y eficaz transacción, buena para el presente y como justa e inalterable buena para mañana para todo tiempo”.
Con la única excepción de la provincia de Buenos Aires, todas las demás de la Confederación respiran en paz. En todas partes los beneficios sentidos por este don del cielo, redoblan el ardor con que se le bendice y anhela.
La conciencia de la seguridad se extiende y fortifica, y con ellas los capitales y los brazos se desatan en solicitud del trabajo y de la industria.
Parece que cansados; de luchar los pueblos argentinos buscan en el desarrollo de su actividad inteligente, en las ocupaciones de la industria, en el cultivo de los campos, en las crías de los ganados, en la explotación de los tesoros encerrados en el seno de sus montañas y en el comercio interno y externo, la reparación de sus fortunas destruidas.
La aurora de la paz y del orden ha lucido apenas sobre el horizonte argentino, y ya se pueden ver con los ojos los beneficios y los prodigios que han de crear el trabajo y la libertad sobre un suelo tan privilegiado.
Casas, campos, productos, frutos y salarios, han doblado sus respectivos valores de un año a esta parte en todo el país.
La circulación, desembarazada de las trabas y vegetaciones que detenían el movimiento de las personas y mercancías en los límites de cada provincia, se ha activado en proporciones desconocidas.
Los caminos se reparan. La cadena de los Andes se salva en cualquier dirección, y los mercados del Pacífico ofrecen colocación y beneficios al sobrante de nuestras producciones.
Aquellos mercados con sus necesidades crecientes están destinados a estimular poderosamente la industria argentina, con especialidad la que tiene por objeto el aumento de los ganados y la extensión de los prados artificiales.
Los pueblos del litoral, como que se han levantado de un pesado sueño, hoy vigorosos y lozanos, están llenos de animación y de esperanzas. Los ríos que corren eternamente sin traer ni llevar nada, son la más perfecta imagen de una vida estéril y la refleja en las poblaciones que los avecinan.
Por estas grandes arterias se ha precipitado un torrente de vida muy pujante; al impulso de su primera oleada hemos visto levantarse la villa del Rosario a la altura de un verdadero emporio; ciudad importante, asentada sobre las barrancas arcillosas del Paraná, sin molde ni preparación.
Siendo el Rosario el punto de acceso mas inmediato para el comercio exterior, penetrando por las bocas del Guazú, es allí donde se dan la cita los comerciantes de los últimos extremos de la Confederación, allí donde se reúnen todas las producciones, frutos y especies que mueve el comercio argentino para recibir en cambio los géneros extranjeros —allí donde bulle un considerable accesorio de buques y marineros, carretas y conductores, trajinantes y recuas— allí, finalmente, imite bajo las bandera de los cónsules extranjeros y la protección del pabellón nacional, se transan los mayores intereses del comercio de la República.
Se alimenta hasta hoy aquel mercado en sus relaciones mas importantes por el comercio de entre puertos con las plazas de Buenos Aires y Montevideo. Más, adelante, creciendo las producciones de las provincias destinadas a la exportación, y haciéndose más independientes en sus fortunas los comerciantes del país, se aglomeraran géneros y comerciantes directamente del exterior, consumidores y frutos nacionales en aquel puerto, y harán de él un mercado cuya grandeza será proporcionada al bulto y valor de las especies centralizadas por la concurrencia. Se suprimirán los agentes intermediarios por aquella tendencia natural que lleva al comercio a hacer sus operaciones menos dispendiosas y mas breves, ejecutándolas en un mercado abundantemente surtido y barato.
Se reconocerá, entonces prácticamente la bondad de los canales de acceso al puerto del Rosario, el abrigo, facilidad y economías que permite hacer en las operaciones de carga y descarga. Entonces el comercio exterior directo, tímido y desconfiado hasta ahora, empezará a persuadirse que puede verificar sus especulaciones, y fundar establecimientos fijos en aquel punto con seguridad, con libertad e inmunidad doméstica; condiciones tanto como el pájaro sus alas necesita el comerciante en sus empresas.
Las operaciones, que son el resorte exclusivo del tiempo y de la naturaleza de las cosas, no pueden ni deben violentarse, porque se alejan los resultados, procurando acercarlos, y porque el artificio de las leyes no vale nada contra la verdad e interés.
Sin embargo, si la situación indefinida en que la provincia de Buenos Aires se ha colocado respecto de la Confederación, continuase por más tiempo, tal vez seremos forzados a aceptar otro orden de ideas. El comercio del interior, sufragáneo del de Buenos Aires, necesita emanciparse, para desembarazar la moralidad de sus opiniones, quedando así mejor dispuesto para apoyar las disposiciones de la autoridad al beneficio de los intereses generales de la Confederación. Pues que empieza a ser sentido el convencimiento de que las situaciones anómalas e indefinidas son esencialmente perturbadoras.
El mercado del Rosario tal como es actualmente, es el principal de la Confederación, así como la aduana de aquel puerto es la primera fuente de sus rentas. Estas circunstancias han solicitado la atención del gobierno nacional sobre aquella ciudad de tanto interés. Con este objeto, entre otros, fue comisionado el Ministro de Interior cerca del gobierno de Santa Fe, y representándole la necesidad de dar a aquella ciudad del Rosario, la forma protectora de administración, seguridad y decoro, correspondientes al número e importancia de los intereses que en ella se custodian, aquel gobierno se prestó con laudable celo a esta fundada exigencia.
En consecuencia, aquella población ha sido dotada de las instituciones necesarias a una ciudad populosa y mercantil. Se ha establecido muy acertadamente en ella un Tribunal del Consulado, magistratura congenial con las costumbres y el espíritu del comercio, el que ha de administrar la justicia entre comerciantes, conformándose con las prescripciones de las ordenanzas de Bilbao, código cuya bondad es generalmente reconocida.
Se ha establecido un alto funcionario que tiene a su cargo la vigilancia del orden, y la policía de seguridad y prevención; y la persona que desempeña este puesto es capaz de iniciar la institución y de hacer sentir su importancia.
Un juez de primera instancia en lo civil y criminal administra la justicia ordinaria, y completan esta organización el Jefe de Policía, los Jueces de Paz y demás subalternos.
Con tales medidas, el puerto del Rosario presenta hoy un aspecto decente y regular en su administración, y más adelante ofrecerá inapreciables ventajas en el número de su población y en el espíritu que la anima, para facilitar el desarrollo de las instituciones municipales que debe darse la provincia de Santa Fe.
El sentimiento de la paz y el amor a los bienes que a su sombra se desenvuelven, aumentan la adhesión a las instituciones nacionales que protegen el orden general; el culto de los principios crece, los gobiernos provinciales buscan el apoyo de la razón; la obediencia se moraliza porque no es violenta; y la opinión en libertad corteja a las mayorías, sin salir de la órbita de sus deberes.
Sin embargo, puede denunciarse un hecho que parece contradecir estos asertos. Las elecciones para la formación del Congreso Legislativo Federal, se han retardado en algunas provincias, y de otras aun no ha llegado a la capital ningún miembro que las represente. Por esta manera, el Congreso se instala con la simple mayoría absoluta de los miembros que deben componerlo.
No hay motivo para persuadirse que el espíritu público haya faltado en los comicios nacionales. Por el contrario, habiéndolos seguido con ojo atento, se descubre que mezcladas las elecciones de diputados y senadores, con la de los representantes provinciales, los partidos y los intereses locales han ejercido su influencia, y trabado con inconvenientes no previstos la regularidad y la independencia de las elecciones para las cámaras nacionales. El Congreso debe tomar cuenta de este hecho, para apresurarse a dotar al país de la ley general de elecciones, que en virtud del articulo 37, capitulo primero, sección primera, de la Constitución, está obligado a expedir.
En el corto espacio de cinco meses se han practicado tres sustituciones de gobernadores al finalizar d término legal de los que desempeñaban esas funciones.
En las provincias donde han tenido lugar estas elecciones, tres honorables ciudadanos han sido reemplazados, por otros tres no menos dignos de la estimación y aprecio de sus compatriotas. Y es tan lisonjero como satisfactorio poder asegurar que estas crisis, difíciles en otro tiempo, han pasado sin turbulencias ni desórdenes, a pesar de que se ha desplegado en ellas mucha solicitud y ansiedad. Son dignas de mayores elogios las provincias que bajo el imperio de la Constitución han dado al principio y a la práctica de la democracia una confirmación tan brillante y oportuna.
Las provincias de Santiago y Tucumán convalecen de la pasada guerra civil que las había arruinado. Principian en la paz que ha sucedido a aquellos días funestos y sombríos a recoger el fruto de los sacrificios que hicieron para ahogar la discordia y extinguir las causas que la alimentaban.
No han hecho mérito sus gobernadores de la moderación y tolerancia que rige su conducta, sin duda porque es una virtud fácil para el honorable carácter que los distingue.
A pesar de esto, el Gobierno no deja de recomendarles, aun teniendo presente todas las dificultades que quedan después de una situación semejante, la práctica de la política más elevada y generosa. De una política marcada por la bondad y la dulzura, de tal manera que pueda ser eficaz para inspirar confianza a los ánimos ulcerados y prevenidos y borrar los hondos surcos que dejan las pasiones desplegadas en una guerra fratricida.
La Confederación Argentina es una familia de hermanos, y la situación dichosa que ha creado la Constitución, hace incompatible que haya más en adelante vencedores ni vencidos dentro de los términos de la República.
Una extensa correspondencia se ha seguido por el Ministro del Interior con todos los gobiernos del Norte, al efecto de disipar desconfianzas y calmar todos los motivos de justos recelos para los Gobiernos que, sucediendo a los días angustiados de la lucha sangrienta, estaban rodeados de pasiones ardientes, prescribiendo a todos la mayor vigilancia para impedir con providencias especiales el renacimiento de la discordia y de la guerra. ¡Quieta el cielo que no me equivoque cuando aseguro con inmensa satisfacción de todos que la paz esta establecida en las provincias del Norte, bajo fundamentos sólidos!
El gobierno ha declarado por el Ministerio del Interior una y mu¬chas veces, que está resuelto a mantener como un principio conservador la inmunidad de los gobiernos existentes contra la rebelión interna o la invasión exterior en cualquiera de las provincias confederadas.
La aplicación de este principio en su más extensa latitud era de inevitable necesidad. La organización pedía un momento de repose, porque no se pueden ajustar elementos que estalla en la mano del paciente artífice; y la quietud ya no podía esperarse sin mancomunar la seguridad de todos los gobiernos, que por la ley de la propia conservación debían tender a mantenerse, concurriendo presurosos a sostener a los demás.
Ha contado el gobierno con lo resultados ciertos de este cálculo director. Ha contado con que persuadidos todos los gobiernos de provincias de la eficacia de esta garantía, depondrían sus desconfianzas, y aprovecharían de un periodo relativamente bonancible, en el que, sin temor de enemigos, podrían contraerse a reintegrar la familia, restituyendo a todos a sus hogares, a sus bienes, a sus derechos. Acabando los odios y las persecuciones, habrían muerto las venganzas implacables, se habrían enjugado las lágrimas y habrían cesado por fin en toda la República, bajo la influencia de una Constitución bienhechora, el malestar y el desaliento.
Y ha debido contar con todo esto, y el resultado ha correspondido en gran parte a sus esperanzas. Sin embarco, muchas víctimas todavía levantan desesperados testimonios de reprobación contra una Constitución y un gobierno que no alcanza a protegerlas.
Mas no tanto en consideración de estas lastimosas excepciones, causadas por fatalidades que no ha estado en el poder de nadie evitarlas, sino por la regularidad del principio, es que el gobierno llama necesariamente la atención del Congreso sobre esta faz de los negocios públicos.
La aplicación absoluta y ciega de la inmunidad de los gobiernos existentes era de rigor fatal antes del establecimiento de la Alta Corte de Justicia Federal y de la instalación de las Cámaras Legislativas. Pero no debe exagerarse por más tiempo: correría riesgo la libertad política provincial; podría darse lugar a que se conservase lo que no era digno de apoyo, a que se continuase esa funesta cadena sin fin, en virtud de la cual en todo nuestro territorio los opresores de ayer son siempre las victimas de hoy.
Por el espíritu y la letra de nuestra Constitución Federal, la acción del gobierno nacional no alcanza a proteger directamente al individuo, a las corporaciones, al pueblo, ni a los gobiernos provinciales, si no es por medio de la aplicación de las instituciones locales.
Nuestra democracia es una asociación de pueblos independientes en la orbita que les ha señalado la Constitución. Cada provincia debe ser una República organizada bajo el sistema representativo, de acuerdo con los principios, declaraciones y garantías de la Constitución Nacional. Las constituciones provinciales deben ser revisadas por el Congreso Federal antes de su promulgación, y es bajo tales condiciones que el gobierno federal garante a cada provincia el goce y ejercicio de sus instituciones.
Tales son las condiciones indispensables que deban acompañar a la aplicación del principio de la inmunidad y conservación de los gobiernos provinciales.
El Gobierno Nacional ha debido aplicarlo hasta ahora sin discernimiento, obligado a consultar el supremo bien de la paz y con el objeto de conseguir un instante de calma para que las provincias, llenándolas, entrasen en los designios de la Constitución.
Lo aplicará todavía mientras no las llenen. Pero el Gobierno en sus declaraciones de sitio, el Congreso en sus acusaciones, el Senado en sus juicios políticos, y la Suprema Corte de Justicia en los juicios en que se trate de la aplicación de la Constitución en sus relaciones de individuo a gobierno, de pueblos a gobiernos o de pueblo a pueblo, ¿cómo procederán si no conocen y tienen presentes las constituciones de las provincias? ¿Cómo distinguir el patriota celoso del revoltoso tenaz? ¿Cómo saber cuál es la junta facciosa o la representación integra? ¿Cómo distinguir el gobernante probo y recto del tirano arbitrario? ¿Cómo alcanzar a saber los grados de atenuación que pueden debilitar los colores de una asonada, si no se pueden medir los quilates de la opresión?
Apresurémonos legalizar el país, porque de otra manera podría producirse una situación anómala, y repugnante, en la que viviendo a la sombra de una Constitución liberal, se abrigasen desórdenes que afean a la tiranía misma, en la que continuando los destierros, los vejámenes, opresiones y revueltas, volveríamos a caer extenuados a los esfuerzos de nuestros comunes desaciertos; en la que, continuando por más tiempo, no llegaríamos a saber lo que ganan y pueden los pueblos bajo la influencia de las instituciones que se han dado, pera consolidar la paz pública y la libertad.
Apresurémonos a legalizar el país, armonizando los poderes provinciales con los altos poderes nacionales, como lo ha prescripto sabiamente la Constitución, para que concurriendo todos a un misma fin, gire cada una en su órbita, pero obedeciendo a leyes fijas. Habrá variedad, pero habrá armonía y unión.
Esta es la ley general de la existencia de los seres. Ninguno se destruye sino en el momento en que las partes que lo componen, no obrando con el mismo objeto, no pueden ya concurrir al bien común, que es la conservación de su existencia, Por eso la división todo lo destruye. Por eso los individuos se pierden por el egoísmo moral. Por eso los pueblos perecen por el egoísmo político.
Son de tal gravedad las consideraciones, los temores y desconfianzas que nacen al contemplar la morosidad que las provincias en lo general han mostrado para colocarse en las positivas condiciones prescriptas por la Constitución Federal, que no trepido en creer que obrando sobre el ánimo del Congreso con la misma intensidad y fuerza, lo determinarán a ocuparse sin demora en sancionar una ley para que las provincias procedan a dar cumplimiento al artículo 5° de la Constitución, dentro de un determinado espacio de tiempo.
Un ultimo y obscuro episodio ha venido a confirmar la verdad y la oportunidad de estas reflexiones. El caudillo Nicanor Cáceres, con un puñado de sus iguales, sin premeditación, porque es imposible que se haya meditado un crimen que excede todas las proporciones, comparado con los medios de ejecución, se arrojó sobre la provincia de Corrientes con el objeto de trastornar el orden público y promover un cambio en su administración.
El Gobernador de aquella noble provincia apoyado por la fuerza publica y por los ciudadanos movidos espontáneamente en todos los departamentos, sofocó y escarmentó aquella vandálica tentativa.
El Gobierno Nacional, a los previos avisos, declaró en estado de sitio a la provincia de Corrientes, apoyó la autoridad legítima del Gobernador, desmoralizó la rebelión, dictó medidas e impartió órdenes que con la cooperación de la provincia de Corrientes habrían sido suficientes para responder de la paz pública, por más serio que hubiese sido el peligro.
El pronto castigo de esta audaz tentativa no puede ser más lisonjero para los amigos del orden. El triunfo de las armas que lo sostienen es aterrador para los facciosos, honorable y honroso para el Gobierno y Provincia de Corrientes, y altamente ventajoso para el crédito de las instituciones protectoras de la paz general de la Confederación.
Pero el suceso de que nos aplaudimos no excluye que se vigile el principio de donde emana. Es necesario que el principio, vuelve a repetirlo, de la conservación e inmunidad de los gobiernos provinciales sea acompañado de las condiciones de que lo ha hecho inseparable la Constitución. Es cada vez más urgente que él descienda a la conciencia de todas las clases, justificando la legitimidad del mando, por el conocimiento del derecho. Es indispensable que se aparezca con estas recomendaciones, fortificando la razón de la obediencia. Sin esto, los partidos caídos sabrán que no pueden aspirar; pero los partidos gubernamentales han de saber muy pronto que no pueden mandar.
Coloquémonos con lealtad y buena fe en el sendero de la Constitución.; que no haya partido sin principios; que todos los círculos de la opinión se refugien en las constituciones provinciales; que éstas se amparen en la Constitución Federal; y que los poderes públicos de la Nación sepan, conociendo estas constituciones, como han de otorgarles su protección. Así el poder nacional, sosteniendo constitucionalmente a los poderes confederados, y éstos a aquél, habrán colocado la paz y la unión sobre el más sólido e inconmovible pedestal,
La población de las provincias del Río de la Plata, establecida para servir a las necesidades y designios de otra época, después de la revolución se halló que estaba en extremo mal distribuida, para responder a los objetos de defensa, comercio y progreso que deben consultar en común los pueblos destinados a formar una Nación. Escasa y diseminada sobre una superficie de más de veinticuatro mil leguas cuadradas, nuestra población forma de las provincias átomos sin cohesión, ni grande valor social, que sobre nada en ese inmenso espacio.
Toda la población de la República Argentina estaría económicamente mejor colocada en cualquiera porción de algunas de las provincias litorales. Sus fuerzas físicas, su energía moral, su bienestar presente, serian indudablemente mejor consultados. Somos más bien amparadores, que propietarios de los términos de una grande y poderosa Nación. Pero no podemos rehacernos, y el espíritu nacional que prevalece, contra tales inconvenientes, es preciso que tenga el vigor que ha hecho los prodigios en que se funda y que pueda hacer los que le han de exigir la fuerza natural de las cosas, para llenar tan grande destino.
Partiendo de esta base, todo gobierno verdaderamente nacional debe reconocer, que ante todo devorar el desierto, y cubrir la tierra de población, es la tarea sobre lo que, ninguna hay que merezca preferencia. Nuestros disturbios pasados están fundados sobre esa inoportuna disposición de las poblaciones: nuestras futuras discordias vendrán de esa misma causa; y si alguna vez ha de desfallecer el espíritu nacional y ha de correr riesgo nuestra nacionalidad, de esa misma causa ha de provenir tan grande mal.
Con el objeto de atender a esta necesidad imperiosa e impostergable, así como el de disipar tan graves temores, el Gobierno Nacional desde los primeros momentos de su instalación se ha dedicado a promover el conocimiento de las exigencias que tenemos a este respecto, y el estudio de los medios de remediarlas con el poderoso auxilio del arte moderno. Con ese fin se han hecho recorrer nuestros caminos el Oeste y del Norte por personas competentes y hábiles ingenieros, cuyas informaciones a vuelo de pájaro, os serán sometidas.
Resultando de ellas que para completar los conocimientos del gobierno y el de los círculos del mundo monetario, que pueden tomar interés en estas obras, era necesario llenar el vacío que dejan las imperfectas nociones que poseemos, termino elevar a las formas de negocio de Estado, el estudio experimental de una vía de ferrocarril desde el Rosario en el Paraná, hasta la ciudad central de Córdoba. La suma que en este trabajo se habrá de invertir, es una anticipación hecha a la compañía que obtuviese la concesión.
Hechos y levantados los planos y presupuestos de la vía, sabrá en adelante el Gobierno lo que se le pida; y las compañías que puedan interesarse en ella, lo que emprenden. La autoridad profesional del ingeniero Don Allan Campbell ha de ser creída y aceptada.
Tiene el Gobierno en su poder dos propuestas respetables, solicitando la concesión de esta vía, y las someterá al conocimiento del Congreso, tan luego que hayan tomado la forma de negocio, recibiendo las modificaciones a que ha de dar lugar la presencia de las proponentes en el asiento del Gobierno.
Una vía de fierro hasta Córdoba disminuye para todas las provincias la mitad de la distancia hasta el litoral. De todas maneras, ella es como el tronco de donde se han de empalmar las otras ramificaciones del sistema de nuestras comunicaciones interiores en dirección al Oeste y al Norte. Así, pues, sin postergar ningún interés, podemos decir que principiamos por el principio, y que la solicitud de todas las provincias esta llamada con igual fuerza a apoyar y sostener este gran proyecto y sus inapreciables consecuencias.
El Gobierno de Santa Fe había cebrado mi contrato con una asociación de hijos del país, para promover y realizar una vasta empresa de colonización sobre los terrenos del Chaco. La sociedad, advirtiendo que la condición política de los gobiernos de provincia había sido modificada, por la Constitución Federal, solicitó del Gobierno de Santa Fe que su contrato y las condiciones que él comprendía fuesen garantidos por la autoridad nacional.
Recomendándose este asunto por el objeto y todas sus circunstancias, el gobierno no dudó garantir el contrato, y confirmar las concesiones que en él se acuerdan a los empresarios e inmigrantes, en la forma que os será presentada.
Era urgente e indispensable alentar y fortificar el espíritu de asociación, palanca poderosa que ha obrado prodigios en todas partes y que no se necesita sino aclimatar y acariciarla, para dar impulso a muchas empresas de explotación sobre los diversos ramos de nuestra industria humana, que demandan en este país nuevo el esfuerzo común de muchos pequeños capitales vinculados.
El Gobierno ha determinado también montar sobre un modesto pie una oficina en la que se reunirán y conservarán por ahora, objetos y modelos de las diversas producciones naturales e industriales de las provincias de la Confederación.
Esta oficina se pondrá en relación con los gobernadores de las provincias y los principales industriales del país, para formar progresivamente la interesante y curiosa colección de las muestras de nuestra riqueza en elementos inexplorados, y de nuestra naciente y débil industria. Es probable que nuestro país, desconocido hasta hoy a estos respectos, tardaría mucho tiempo en obtener las ventajas que son de esperarse de esta medida, si el Gobierno no dedicase algún trabajo y gasto para hacerlo conocer.

HACIENDA
No es posible presentar una relación detallada del estado de la Confederación en el Departamento de Hacienda. Es preciso, por lo tanto, limitarse a relatar sencillamente lo que se ha hecho, y proponer las medidas que la situación exige, sin ocultar que la experiencia y observación han modificado las ideas que se habían adoptado.
Desde la instalación del Gobierno Nacional hasta hoy, el tiempo ha sido corto para el trabajo exigido en todos los ramos del Departamento de Hacienda. Nada había preparado; era preciso destruir los restos fiscales del aislamiento; crear rentas conforme a la Constitución; organizar lo que se creaba; remover los obstáculos propios de todo !o que no tiene antecedentes; atender al pago de la deuda exigible de la Confederación y a los gastos más necesarios del Gobierno Nacional; y todo este cúmulo de trabajo ha sido simultáneo y urgente. Se ha hecho mucho en verdad; pero como ha faltado el tiempo, que es el realizador de todas las obras, las rentas y demás resultados, están en germen en mucha parte.
La transición del aislamiento de las provincias a la nacionalidad argentina, ha debido ser gradual, y tan lenta como lo permitían los medios que debían verificarla. El Gobierno Nacional apareció con deberes positivos que cumplir, y los arbitrios con que debían expedirse, eran un derecho escrito que necesitaba el tiempo para realizarse.
Sin rentas, sin moneda, sin comercio regular, sin medios de comunicación, todo era forzoso crearlo e intertanto servirse de lo existente en las provincias que mas recursos tenían, y en las que resaltaba el sentimiento de nacionalidad..
En 1853 los gastos nacionales encargados al Director Provisorio y al Gobierno Nacional Delegado, fueron suplidos por un módico derecho de internación, muy liberalmente percibido, que se estableció por el decreto de 3 de Octubre de 1852, por el producto del empréstito decretado en 26 de Febrero de 1853 por el Congreso Constituyente y por las anticipaciones que las provincias de Entre Ríos, Santa Fe, Córdoba y Mendoza hicieron de sus propias rentas.
No obstante estos recursos y la recomendable generosidad con que los gobiernos de las provincias mencionadas asistieron al Gobierno Nacional, no fue posible pagar las dietas de los Diputados al Congreso, ni otros sueldos civiles y militares que quedaron atrasados.
De estas resultas, a la inauguración del Gobierno Constitucional, el Ministro de Hacienda debía atender al pago de:
Ajustes de los de los Diputados.
Sueldos atrasados.
Empréstitos.
Varias deudas exigibles.
Saldos a favor de las provincias.
Gastos de instalación y ordinaria de gobierno.
A estas exigencias se unió muy luego la de dar subsidios a aquellas provincias que a consecuencia de la abolición de las aduanas interiores y de la nacionalización de las exteriores habían quedado sin medio propio para su conservación
El Gobierno Nacional Delegado sin conocimiento del monto de estos desembolsos, pero en previsión de la necesidad de atenderlos, había preparado el plan de hacienda que envuelve el estatuto, abrazando en él, el crédito, la moneda, las rentas y todo cuanto podía con el tiempo y con la cooperación de los pueblos, servir a los gastos ordinarios y al desenvolvimento de la riqueza pública.
Sobre las bases que las rentas de un Estado tienen un origen igual al derecho de propiedad, nada aparece en él arbitrario, que no sea el producto de un servicio prestado o de un capital anticipado, y que no sea en favor y sostén de la propiedad que protege, como la mayor base para la creación de las rentas y uniformidad de la moneda, Tales son los fundamentos de la organización que él contiene, y todas sus proposiciones lo muestran, estando de acuerdo con la verdad y los principios.
Las leyes de aduana debían tener efecto desde el 1° de Enero de 1854. Los derechos de importación y exportación era todo lo disponible para el servicio público; pues que la contribución territorial y de minas no podrían ser efectivas sino después del tiempo necesario para preparar su verificación.
Empero, aun esta disponibilidad de las rentas de aduana, estaba sometida a una espera indefinida, correspondiente al vacío que la nueva tarifa y nuevos arreglos ocasionarían. En Noviembre y Diciembre se habían hecho internaciones y exportaciones cuantiosas para evitar la diferencia del derecho que debía pagarse en Enero, y esto, naturalmente, redujo las entradas a un estado de casi nulidad. No sorprendió al Gobierno ese resultado, que había previsto, ni aumentaba la penuria a que estaba acostumbrado. Las tesorerías de Entre Ríos y Santa Fe continuaban con la anterior liberalidad a disposición del gobierno, sin poder, sin embargo, sufragar a las necesidades más urgentes.
Entre tantos inconvenientes, el mayor era la falta de un medio circulante uniforme en toda la Confederación, que facilitara al comercio sus transacciones y el pago al menor plazo de los derechos de Aduana, al mismo tiempo que sirviese a los gastos nacionales en toda la extensión del territorio; cuatro especies o más de moneda circulaban en las provincias, excluidas algunas de aquéllas en varias de éstas.
Aumentar las rentas y suplir la moneda uniforme, o anularse al Gobierno Nacional en los primeros días de su instalación, era la disyuntiva que se presentaba en la misma forma que con anterioridad se había visto.
El Director Provisorio en sus circulares y el Gobierno Delegado en su proyecto de estatutos para la hacienda y en sus comunicaciones a los gobiernos de las provincias, habían asegurado que sin el crédito la organización nacional no era posible; y esta verdad fue sentida por los pueblos, pronunciándose de acuerdo sobre la conveniencia y necesidad de su establecimiento.
Sobre tales antecedentes, el Gobierno dictaba las medidas y preparaba los arbitrios conducentes a establecer el Banco sobre la base de rentas seguras nacidas del consumo y producción que debía fomentar la moneda nacional. Dar libertad y facilidad a la comunicación comercial; arreglar los puertos y aduanas para obtener el aumento de esas rentas, han sido el objeto de varios decretos y ordenanzas, libertando los buques de todo gravamen; estableciendo correos y mensajerías, clasificando los puertos, facilitando la inmigración y otras.
Al mismo fin y para uniformar la moneda metálica existente en la Confederación, se dispuso que las aduanas y oficinas fiscales recibieran las piezas acuñadas en Córdoba y Rioja como moneda corriente, y se contrató la fabricación de cien mil pesos moneda de cobre en Europa, pidiendo al mismo tiempo máquinas para sellar moneda nacional y útiles para grabar billetes de Banco.
Por estos medios y varias otras disposiciones, el gobierno procuraba el aumento y fácil percepción de las rentas, y al mismo tiempo preparaba los elementos necesarios para usar del crédito público en los términos que estaba sancionado.
Todo inducía a esperar los resultados de estos antecedentes; pero las urgencias eran premiosas. Era preciso gobernar conforme a la Constitución o confesar que era irrealizable la nacionalidad.
En esta alternativa importaba ganar tiempo; en los pueblos sobreabundaban las simpatías y sentimientos por el nuevo orden; volver atrás, entonces, era imposible como hoy, porque hemos dejado un abismo.
Entonces como hoy, no había más camino que adelante. La confianza que la Confederación había depositado en el Gobierno Nacional debía resolver toda dificultad.
No había expedientes que elegir, ni recursos al crédito exterior, porque las provincias que componen la Confederación han estado ocultas y desconocidas para el mundo por la continuación de la antigua política colonial heredada por los malos gobiernos de la capital del virreinato.
El Gobierno Nacional no podía citar entre salvar la organización o exponer !os resultados del crédito público, anticipando su establecimiento sin las preparaciones acordadas.
En consecuencia, el 3 de Febrero se instaló el Banco Nacional; el papel moneda se puso en práctica. Apareció desprovisto aún de buena forma material y sin los mejores auspicios, pues que las primeras emisiones se hicieron para el pago de deudas atrasadas, y sin embargo, fue recibido como la solución más conveniente a nuestras cuestiones sociales y rentísticas.
Durante el tiempo de su circulación apareció en algunos mercados una diferencia mas o menos alta entre esta moneda y la metálica. Esto no era una novedad ni infracción al derecho. Mas ocurrió en otros puntos que la moneda era desechada a pretexto de diferente valor, o se le daba un valor enteramente arbitrario.
Este hecho llamó la atención, porque desde que la ley había declarado que los billetes de Banco serian recibidos como moneda corriente en pago de todo impuesto y en las transacciones con el fisco, esta misma declaración importaba un deber de servirse de ella en los cambios recíprocamente entre el gobierno y la sociedad, lo mismo que entre los diferentes productores y consumidores.
Reduciéndose este servicio en la práctica a pagar el gobierno sus consumos con las libranzas en pago de aquélla, toda diferencia debía ser recíproca entre el productor, el consumidor y el fisco a su vez; pues de otro modo resulta solo en favor de algunos, cuando se establece arbitrariamente y en desproporción a la relación que debe existir entre la moneda y los impuestos.
Convencido el gobierno que la diferencia en el valor de la moneda no tiene otro fundamento que el exceso de ella sobre las rentas a percibir, pidió los antecedentes para juzgar sobre la equidad con que se procedía en los cambios, en la resistencia a recibir la moneda.
Para esta investigación se tuvieron presentes el estado de la contaduría general hasta Mayo 31 y los relativos de otros bancos y aduanas.
El resultado, que publicado en Julio 23, manifestó que la emisión de billetes y el uso que se había hecho de ellos, en ninguna manera estaban fuera de proporción con las rentas generales, que el gobierno no había usado de 200.000 pesos a crédito, desde que los gastos y entradas estriban en razón de 534 a 541; que las existencias y el aumento progresivo de las entradas en todas las aduanas, especialmente la del Rosario, según estado de Junio y Julio, aseguraban el servicio ordinario al tesoro nacional sin recurrir a anticipaciones; y que por lo tanto, la diferencia y falta de circulación en la moneda, debían atribuirse, a causas muy distintas del abuso del crédito, las que era preciso remover inspirando confianza y declarando obligatorio el uso de la moneda, como se dispone en los decretos del 22 del mismo Julio.
Limitada la emisión por estas disposiciones, o más bien, limitada la cantidad que podía el Banco librar contra el impuesto, y conocido éste por el comercio en sus propias introducciones, o por los estados que se publicasen, podía conocerse por toda la verdadera proporción entre la moneda y los derechos, establecerse por consiguiente una diferencia regular entre el metálico y el billete, evitando así que el interés personal, tomando excesivas precauciones en lo que es nuevo o en lo que ignora, la figura con un exorbitancia y arbitrariedad que el mismo no acepta en reciprocidad.
Se preveía en esas mismas disposiciones a la continuación de los bancos, a la construcción de obras públicas y a los subsidios a las provincias, todo dentro de límites señalados. De este modo, la moneda del Banco debía dilatarse en la Confederación y en su extensión aplicarse a otros servicios que los meramente fiscales; la industria y el comercio hubieran recibido asistencia favorable, y sobre todo las provincias por medio del uso del crédito, hubieran realizado la independencia de verdaderos Estados federales, desplegando sus fuerzas relativas y dándose rentas y poder.
Limitada la emisión por las medidas citadas, faltará aun fijar el cambio de ellas por metálico sobre bases inalterables.
La falta de un fondo monetario podía ser suplida por la concurrencia de capitales particulares, que a la vez que hicieran el servicio deseado, fueran compensados con provecho que no puede encontrarse en la industria ordinaria. Esta Incorporación en el crédito particular con el crédito público, serviría también para ligar la fortuna individual a la pública, por vínculos más inmediatos. En tal concepto, el Gobierno preparaba arbitrios para llegar a este resultado.
Mas, entre tanto, en los mercados continuaba una diferencia caprichosa e inmoral entre el valor de las monedas, exigidas en razón de la conveniencia del vendedor y de la ignorancia del tenedor de billetes.
Lo empleados en el servicio público, los asalariados y gente pobres eran estafados a la par de las rentas generales, que disminuían valor, desde que los avalúos y derechos percibidos no guardaban proporción con el precio de los consumos que el tesoro público pagaba.
Los empleadas al servicio del Gobierno y la masa consumidora del pueblo, eran el objeto de esta especulación; y naturalmente, los que padecían dirigían sus miradas hacia la autoridad pidiendo la remoción del mal. Esta exigencia pública bien sentida, aunque no manifestada, debía atenderse sin demora a riesgo de impopularidad.
Los arbitrios eran: cambiar por metálico a la vista los billetes, a suspender el uso del crédito. A falta de preparación para lo primero se adoptó lo segundo, y el Gobierno en fuerza y sobre la responsabilidad de los hechos libró el decreto de 26 sobre los fundamentos que en él se expresan.
Por esta disposición el Gobierno no falla contra el Banco, ni extingue el uso del crédito; suspende solamente el ejercicio de los bancos, ínterin un capital metálico venga a servir de conciliación entre el interés del individuo y el de la sociedad. La conveniencia pública en el uso del crédito, no puede someterse al egoísmo; pero la propiedad particular, base de la libertad, no puede tampoco ser desposeída ni en un ápice de su independencia y derechos. No debe existir antagonismo entre la propiedad pública y la individual: su alianza debe buscarse en un fondo metálico que sea el regulador del uso y adquisición de ambas.
El Gobierno no reconoce haber abusado del crédito; tampoco acusa al público que ha cooperado manifiestamente para obtener el mejor resultado. Sólo debe declarar que para no anular los servicios que el Banco ha hecho desde su instalación, era preciso suspenderlos ahora. Si es verdad que la organización nacional sólo era realizable con la moneda del crédito público, hoy puede continuar sin ella; y si esta privación trajese algunos embarazos, serán sin duda vencidos, pues que la confianza publica no faltará, desde que ante toda consideración se le respeta y no se abusa.
La moneda corriente que ha quedado en circulación a consecuencia del último decreto citado, alcanza a la cantidad de 667.120 pesos y no obstante esta reducción y demás seguridades y arbitrios que para el caso presente dictó la ley de 9 de Diciembre, articulo 4°, capitulo I°, titulo 4°, existe en el cambio una diferencia exorbitante, diferencia que no puede atribuirse sino a no haberse comprendido el espíritu de la resolución tomada.
El Gobierno debe abstenerse por ahora de proponer varios arbitrios que podrían adoptarse para el reembolso de aquellos billetes, porque se detiene ante consideraciones muy serias, entre las que, felizmente, no figura la falta de recursos para el servicio ordinario. Si se retira de circulación la moneda de banco, no hay otra con que suplirla; la moneda boliviana no puede ser moneda nacional; el país se expondría a un riesgo mas que probable de falsificaciones, si se declara moneda legal. La presencia de moneda de cobre contratada y la provisión de máquinas ligeras para acuñar piezas menores de plata en Córdoba, Rioja y otros puntos, no será difícil arribar al arreglo de propuestas que decidan a accionistas particulares a establecer un Banco que cambie a la vista sus billetes y se encargue de recoger los circulantes hoy en proporción que aquellos aparecieren.
Oportunamente someterá el Gobierno a la consideración del Congreso varios proyectos, que se reducirán por ahora a aumentar los derechos de aduana, estableciendo una tarifa fija y uniforme de avalúos, a aplicar la contribución territorial en favor de los gobiernos de las provincias por un tiempo dado mientras se establecen en ellas las respectivas rentas provinciales y a aplicar la contribución de minas, a la creación de un fondo para rescate de pasta y acuñación de moneda.

JUSTICIA, CULTO E INSTRUCCIÓN PÚBLICA
Por decreto de 26 de Agosto último, que pasará a la aprobación del Senado, he nombrado los jueces que deben integrar la Corte Suprema de Justicia. El Gobierno ha prestado toda la atención debida a la importancia y aun a la necesidad de la pronta instalación de este alto poder público; pero consideró también que su misma altura y la naturaleza de sus funciones exigían en su composición las primeras notabilidades de nuestro foro que se hallasen en aptitud de concurrir a ella; y dando preferencia a esta consideración han sido electos ciudadanos residentes dentro y fuera de la República y a largas distancias de la capital, lo que ha retardado su instalación.
La justicia se administra con la posible regularidad en el territorio federalizado. La seguridad individual y la propiedad, reposan sobre un orden interior bien consolidado. Los casos de homicidio y robo, son raros, y en ellos, las autoridades competentes despliegan toda la actividad y celo que les recomiendan las leyes.
El Gobierno, sin embargo, siente la necesidad de algunas reformas en el Reglamento de Justicia. De 1849 vigente aun; más las ha creído de poco o ningún efecto, ínterin no pueda dotar de un personal competente los tribunales que han de ejecutarlas, y se prepara a proponerlas oportunamente.
Los gobiernos de las provincias confederadas hacen esfuerzos plausibles para regularizar su administración de justicia, y con buen éxito en algunas de ellas. Con todo, en la mayor parte son inutilizados por la carencia de personas idóneas para desempeñar las magistraturas judiciales. El Gobierno ha puesto en ejercicio el único medio a su alcance de remediar este mal, tan generalmente sentido, dando a todas las provincias una fácil participación de la instrucción universitaria.
El gobierno constitucional encontró los negocios eclesiásticos en un lamentable desarreglo causado por el aislamiento de que han salido las provincias confederadas. Cuatro diócesis, compuesta cada una de diversas provincias que no reconocían dependencia política común en asuntos eclesiásticos, no podían establecer un gobierno regular.
Reducidas las Sedes episcopales a la sola asistencia de la provincia en que cavaban establecidas para subvenir a los gastos del culto divino y gobierno de la iglesia, sin el auxilio y protección de las distintas autoridades soberanas en que se hallaban divididas las diócesis, no había orden ni regularidad posibles.
Así, pues, el Gobierno al tomar cuenta del estado de las iglesias de la Confederación, ha encontrado los terribles efectos de aquel largo y violento período de desquicio social: la relajación de los resortes de la autoridad eclesiástica, la disminución considerable del clero secular y regular, la destrucción material de los templos y hasta el cisma mismo en algún punto de la República.
Los esfuerzos de algunos gobiernos de provincia y prelados celosos han conseguido mantener la decencia del culto y establecer la regularidad posible en la administración del pasto espiritual en ella; pero su influencia no podía alcanzar al establecimiento de un gobierno regular en la diócesis, que sólo podía partir de un centro común que no existía.
El Gobierno Constitucional en los pocos días de su existencia, ha contraído muy especialmente su atención a parar los efectos de aquella causa envejecida; y os propondrá las medidas que a su juicio deben restablecer el buen orden en el gobierno de las iglesias de la Confederación, y propender al alimento e instrucción del clero, reparación de sus templos, decencia y esplendor en el servicio del culto.
Para todo ello cuenta con el bien acreditado celo paternal y sabiduría del actual Pontífice reinante nuestro Santísimo Padre Pío IX.
La instrucción pública universitaria, cuyo sostén y dirección compete al Gobierno General ha sido atendida como lo han permitido las circunstancias.
Se ha nacionalizado el Colegio de Monserrat y la Universidad Mayor de San Carlos en la ciudad de Córdoba; establecimientos los más importantes de esta especie que poseía la República y mas convenientemente situados.
Otro de bastante consideración existe en la ciudad de Mendoza, y el Gobierno ha pedido los conocimientos necesarios respecto de él, con el mismo objeto.
En la presente sesión os serán presentados los proyectos de reforma del plan de estudios y reglamentos que rigen en esos establecimientos, lo mismo que las medidas adoptadas para hacer participar de sus beneficios a todas las provincias de la República.
La instrucción primaria en el territorio federalizado continúa en la misma forma establecida por el gobierno local en los reglamentos de 1850 y 1851, reportándose los más felices resultados.
Además de estos establecimientos, existe en la ciudad del Uruguay un importante colegio de estudios preparatorios, que últimamente ha recibido muchas mejores en su administración y en el personal de los profesores. El gobierno prepara para él un nuevo plan de estudios, que oportunamente será sometido a vuestra consideración.
Este importantísimo ramo de interés tan vital para los pueblos, ha llamado seriamente la atención del gobierno respecto de la provincias confederadas, y tiene la convicción de que estas no podrán llenar ni imperfectamente la obligación de proveer la instrucción primaria gra¬tuita que les impone la Constitución, sin el auxilio del Gobierno Nacional, por lo que se os propondrán las medidas que allanen los inconvenientes con que tiene que luchar y contra las que serian impotentes mas sus esfuerzos aislados.

GUERRA
Por este Ministerio se expidió el 28 del corriente año un decreto con el objeto de crear la institución de la guardia nacional, pero sin darle todavía la reglamentación y carácter particular que es de desear.
Con fecha 3 de Mayo, se creó el Regimiento de Dragones, de la provincia de Santa Fe, con el designo de que sirviera a cubrir sus fronteras desde el Rosario hasta Guardia de la Esquina. Este cuerpo aun cuando todavía no está completo, ocupa una posición militar en la línea del Sur, y puede pronto ponerse en estado de llenar ampliamente los objetos de su creación.
Otro decreto de la misma fecha 3 de Mayo contiene la tarifa de sueldos de la lista militar con calidad de provisoria hasta la aprobación de las cámaras. Esta medida era demandada con urgencia desde que se creaban tropas nacionales, cuyos servicios debían compensarse con regularidad. Es con cortas diferencias, la misma tarifa que regia en la República en tiempos anteriores; una de las más modestas quizás de las de todo los estados americanos, y comparativamente exigua atendidas las oscilaciones de nuestra moneda.
También se mandaron crear el Regimiento de Dragones número 2, y un Batallón de Infantería en la provincia de Córdoba, en concepto a que tiene dos fronteras que defender, de tanta importancia y extensión, la una como la otra, a las partes de las Pampas y del Chaco. El gobierno de aquella provincia no ha podido aun dar cumplimiento a dicha disposición por causas que ha manifestado, y el Gobierno Nacional ha estimado suficientes; pero aguarda que en breve quedarán removidos los obstáculos, y descansa en la idea de haberle ofrecido aquel Gobierno en reiteradas comunicaciones oficiales atender ambas fronteras con destacamentos de milicias que debe colocar especialmente en los fuertes del Tío. Garabato y Quebracho.
Muy luego se conoció la necesidad de crear la Inspección General del Ejército y Guardias Nacionales, lo que se atendió por el decreto fecha 5 de Junio anterior. Esta oficina, que en orden militar, y conforme a la ordenanza que nos rige, bien podría llamarse el muelle real de la máquina por cuanto sus funciones son de organización, mecanismo y economía, era indispensable que existiese al tiempo de crearse la fuerza de la Confederación, para que bajo de un sistema metódico dirigiese, su orden y formación.
Se han mandado levantar el Escuadrón número 3 de Dragones de la provincia de Mendoza, con destino a cubrir sus fronteras del Sur. El Gobierno Nacional se promete con entera confianza que aquella provincia se apresurará a darle el debido cumplimiento.
Con fecha 27 de Julio se prescribió la formación del Regimiento N° 6° de Dragones y una compañía de infantería en la provincia de Santiago con el expreso objeto de guardar sus fronteras del Chaco, y preparar el modo de poner expedita su comunicación con el río Paraná. Esa provincia tan maltratada por consecuencia de la guerra civil que la ha afligido, como por las frecuentes incursiones de los bárbaros, atrae las miradas del Gobierno, y no cesarán sus desvelos hasta dejar cimentada la seguridad de sus vastas comarcas.
Se ha ordenado igualmente la formación en la provincia de Salta del Regimiento número 6 de Dragones y una compañía de infantería para atender a las fronteras de Bolivia y del Chaco.
Con la base de esta fuerza, aunque de reciente creación, el Gobierno Nacional medita establecer a través del Chaco, una nueva línea de fronteras que al paso que ponga en un contacto seguro y franco las provincias, de Corrientes, Santiago, Tucumán, Salta y Jujuy, deje útiles muchos centenares de leguas de territorio, que hoy apenas siente la planta del salvaje.
El Ministerio no ha podido reunir todavía los datos necesarios para formular el proyecto bajo del cual se ha de realizar tan útil empresa. Pero tan luego como los posea en la extensión de las miras del Gobierno, los someterá a la consideración de las Cámaras, para que arbitre y sancione los medios con que han de llevarse a cabo.
El Gobierno de la provincia de Mendoza expuso en comunicaciones oficiales, que la fuerza que se había mandado organizar en aquella provincia era insuficiente para cubrir la dilatada frontera que media entre la cordillera de los Andes y el río Desaguadero; y en esta virtud el Gobierno Nacional aumentó un escuadrón al que se había mandado crear en aquella provincia.
Finalmente, por decreto de 23 de Agosto, se encargó al Gobierno de San Luis la formación del Regimiento número 4 de Dragones y una compañía de infantería, refundido en aquél los escuadrones de Auxiliares y de la Unión que hasta hoy cubrían las fronteras del Sur.
Oportunamente será sometido a la consideración de las Cámaras el estado de las fuerzas que hoy paga el tesoro nacional, pero que siendo milicias de las respectivas provincias y habiéndose mandado refundir en los cuerpos nuevamente creados, dentro de poco aparecerán bajo de una nueva forma, denominación y disciplina adecuadas al objeto indispensable de su creación.

SEÑORES SENADORES Y DIPUTADOS:
He puesto delante de vuestra vista con lealtad y franqueza, todo mi pensamiento, como explanación del programa de Mayo de 1851 y exordio del primer periodo constitucional que principiamos.
Entonces levanté la bandera de la patria en el campo de la nacionalidad argentina, y seré muy dichoso, si con vuestra cooperación consigo mantenerla siempre firme y gloriosa. He tocado nuestras heridas tal vez con mano ruda, pero amiga; he señalado las fuentes de mi esperanza; he trazado el camino para mostraros como se alcanza la libertad, que está en las cosas y no en las frases; que está, no en la exageración de la Constitución, sino en las realidades de la vida política que ella ha regularizada.
Os he diseñado los trabajos incesantes del Gobierno para desenvolver en todos los ramos del servicio público el embrión de nuestra administración. O toca conservar de estos trabajos los que fueren útiles, y mostrar al país que puestos sus destinos en vuestras manos, lo habréis adelantado y afirmado.
Paraná, Octubre de 1854.
JUSTO JOSE DE URQUIZA

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