septiembre 06, 2010

Mensaje del Presidente de la República Argentina, Carlos Saúl Menem, en el acto de toma de posesión ante la Asamblea Legislativa (1989)

MENSAJE
DEL
PRESIDENTE DE LA REPUBLICA ARGENTINA
Carlos Saúl Menem
ANTE LA ASAMBLEA LEGISLATIVA
EN EL ACTO DE TOMA DE POSESION
EN 8 DE JULIO DE 1989
En la Ciudad de Buenos Aires, capital federal

Quiero inaugurar este momento trascendental que vivimos, con un pedido, un ruego, una convocatoria.
Quiero que mis iniciales palabras como presidente de los argentinos, sean una elevación al cielo, a nuestras mejores fuerzas, nuestra más vital esperanza.
Ante la mirada de Dios y ante el testimonio de la historia, yo quiero proclamar:
Argentina, levántate y anda,
Argentinos, de pie para terminar nuestra crisis.
Argentinos, con el corazón abierto para unir voluntades.
Hermanas y hermanos, con una sola voz para decirle al mundo:
“Se levanta de la faz de la tierra, una nueva y gloriosa nación.”
Este gobierno de unidad nacional que hoy nace, parte de una premisa básica, de una realidad que debemos admitir, para ser capaces de superar: todos, en mayor o menor medida, somos responsables y copartícipes de este fracaso argentino.
Y entre todos, sólo entre todos, seremos artífices de un cambio a fondo y de una transformación positiva
Sobre estas ruinas, construiremos todos juntos el hogar que nos merecemos.
Sobre este país quebrado, levantaremos una patria nueva, para nosotros y para nuestros hijos.
Sobre esta crisis que nos paraliza y nos carcome, sacaremos coraje para sentirnos orgullosos y seguros de nuestro destino.
A cada trabajador, a cada joven, a cada empresario, a cada mujer, a cada jubilado, a cada militar, a cada niño, yo le digo: hay un lugar vacante desde el cual se construye el porvenir.
Y ese lugar nos esta esperando. Hay que decir la verdad, de una vez por todas: La argentina está rota.
En esta hora histórica, comienza su reconstrucción.
Yo proclamo solemnemente ante mi pueblo, que a partir de este momento se inicia un tiempo del reencuentro entre todos los argentinos. El tiempo de una gran reconstrucción nacio¬nal. Hombre a hombre, metro a metro, pedazo a pedazo, comunidad a comunidad, institución a institución, alma a alma. Pueblo a pueblo.
Se terminó el país del "todos contra todos”. Comienza el país del “todos junto a todos”.
Por eso, al hablar ante el Honorable Congreso y ante la expectativa del mundo, deseo que mi voz llegue a cada casa, que habite en cada corazón, que comparta cada mesa, que abrace a todos y cada uno e los argentinos, que en estas horas viven instancias difíciles, dramáticas, decisivas y fundacionales como nunca.
Yo no traigo en mis palabras promesas fáciles ni inmediatas; yo no traigo el simplismo de la demagogia; yo no traigo simulación ni el engaño; yo llego con la realidad sobre mis espaldas, que siempre es la única verdad.
Solo puedo ofrecerle a mi pueblo: sacrificio, trabajo y esperanza.
Sólo puedo asegurarle que seré el primer argentino a la hora de la austeridad, de poner el hombro, de apretar los dientes, del esfuerzo. Del esfuerzo de todos y no de unos pocos.
No existe otra manera de decirlo, el país está quebrado, devastado, destruido, arrasado.
El legado que estamos recibiendo es el de una brasa ardiendo entre las manos. El de una, realidad que quema, que lacera, que mortifica, que acosa, que urge solucionar.

LA CULTURA DE LA ESPECULACIÓN
La inflación llega a límites escalofriantes. La cultura de la especulación devora nuestro trabajo. La producción es hoy mas baja que en 1970, la tasa de inversión es negativa. La educación es un lujo al que pocos acceden. La vivienda, apenas una utopía de tiempos pasados. El hambre, moneda corriente para millones de compatriotas. El desempleo, una enfermedad que se cierne sobre cada vez más amplios sectores de nuestra comunidad.
El dolor, la violencia, el analfabetismo y la marginalidad, golpean a la puerta de nueve millones de argentinos. De nueve millones de hermanos, que hoy no pueden ni siquiera nutrirse correctamente, vestirse, aprender, conocer la dignidad. De nueve millones de voluntades que están quebradas, frente a un país que ha viso descender dramáticamente su nivel general de vida.
Ésta es la evidencia, señores. Éste es el cuadro de situación.
Sin embargo, no pretendo que mi primer mensaje como presidente de todos los argentinos, sea un mensaje de lamentos, de quejas, de resignación.
Mis iniciales palabras no pretenden ser una lágrima derramada sobre la Argentina de ayer. Sueñan con llegar a ser un canto de optimismo sobre la Argentina de mañana.
No son un lamento sobre lo que pudo haber sido y no es. Son un llamado a la imaginación, al trabajo creativo, a la ilusión puesta en el porvenir y no en el pasado. Ahora, cuando todos me escuchan, yo podría detenerme a enumerar en detalle cada uno de nuestros dramas, de nuestras carencias, de nuestras estadísticas vergonzantes. Yo podría elevar dedos acusadores, transformarme en fiscal de un fracaso político, erigirme en censor de una historia de decadencia.
Podría apelar a cifras que marcan el increíble deterioro de nuestra situación nacional.
Pero sería redundante. Seria inútil. Seria inoportuno. Mis palabras estarían de más.
Porque cada uno de los argentinos conoce perfectamente hasta dónde ha llegado esta crisis, que todo lo derrota y que todo lo destruye.
Porque toda la ciudadanía sabe que no miento, si afirmo que estamos viviendo una crisis dolorosa, y larga. La peor. La más profunda. La más terminal. La más terrible de todas las crisis de las cuales tengamos memoria.
Por eso, esta crisis no es una excusa. Esta crisis es una oportunidad. Esta crisis es un desafío.
Por eso, no les vengo a hablar de tiempos perdidos. Los vengo a convocar para el nacimiento de un nuevo tiempo. De una nueva oportunidad. Tal vez la última. Tal vez la más importante, decisiva y clave oportunidad de nuestros días.
El país más hermoso es el que todavía no construimos; el día más glorioso es el que todavía no amaneció.
El futuro más promisorio no es lo que va a ocurrir. Es lo que vamos a ser capaces de construir. Todos juntos. Todos unidos.
Éste es el desafío ante el cual venimos a responder los argentinos.
El desafío de poder transformar esta crisis en un encanto fértil.
Éste es el momento aplicar la reflexión y la imaginación. Es el momento de la idea, pero también es el tiempo de la creación y del atrevimiento.
Es la hora de eliminar lo caduco y dar la bienvenida a lo que nace.
Es el momento de la audiencia creativa, de la innovación, del coraje.
El pueblo argentino eligió el camino de la democracia con sentido social.
Optó, por la libertad y la justicia. Por la paz y el desarrollo.
El pueblo argentino se decidió, por la transformación de nuestra decadencia. Por la superación de nuestros mezquinos desencuentros. Por el esfuerzo colectivo.
El pueblo argentino votó por la epopeya de la unidad nacional.
Por eso, nuestro gobierno es un gobierno de unidad nacional.
Para nosotros, la unidad nacional no se consolida detrás de proyectos hegemónicos, ni de actitudes paternalistas, ni de arrebatos pasionales, ni de emociones pasajeras.
El gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo, no puede depender del mandato de un hombre, del capricho de un partido, de la imposición de un sector.
El gobierno de unidad nacional es propiedad de todos los argentinos. Nadie puede sentirse indiferente. Nadie puede sentirse no convocado.
Si la Argentina no está donde debe estar, no es por culpa del país sino por responsabilidad de argentinos. De nuestras divisiones, de nuestros lastres históricos, de nuestros prejuicios ideológicos, de nuestros sectarismos.
Hemos sido incapaces para formular un balance honesto de los triunfos y fracasos del país. De sus debilidades y fortalezas. De sus errores y de sus éxitos.
Ésa es la primera lección que ha hemos aprendido, entre todos juntos. Porque se acabó en el país el tiempo del peor de los subdesarrollos. El subdesarrollo de considerar como un enemigo al que piensa distinto.
Se murió el país donde impera la ley de la selva. Se acabó el país oficial y el país sumergido. Se acabó el país visible y el país real.
Yo vengo a unir a esas dos Argentinas. Vengo a luchar por el reencuentro de esas dos patrias.
Yo no aspiro a ser el presidente de una fracción, un grupo, de un sector, de una expresión política. No deseo ser el presidente de una nueva frustración. Yo quiero ser el Presidente de una Argentina unida, que avance a pesar de las discrepancias.
Yo quiero ser el presidente de la Argentina de Rosas y de Sarmiento, de Mitre y de Facundo, de Ángel Vicente Peñaloza y Juan Bautista Alberdi, de Pellegrini y de Irigoyen, de Perón y de Balbín.
Yo quiero ser el presidente de un reencuentro, en lugar de transformarme en el líder de una nueva división entre hermanos.
De ahí que haya asumido la firme convicción de convocar a hombres del más variado pensamiento nacional, para integrar mi gobierno.
Porque creemos que la Nación se afirma sobre una identidad común. Y porque estamos convencidos de que ha llegado el momento de construir sobre nuestras coincidencias, en lugar de destruir sobre nuestras discrepancias.
Algún día, desde lo más profundo de mi calabozo, desde lo más sufrido de mis torturas, desde lo más ingrato de mi cárcel, yo le pedí al Altísimo la necesidad de soñar con este momento. Le pedí extender la mano abierta a mis adversarios, antes que cerrar el puño frente a un enemigo. Le pedí sabiduría para tender puentes de unión, antes que pasión para levantar paredes de discordia.
Hoy, siento que aquel ruego comienza a cumplirse.
Este gobierno es un gobierno de genuina unidad nacional. No es un gobierno de amiguismos. No es gobierno de acomodaticios. No es un gobierno transformado en una sede partidaria.
Es un gobierno que ha convocado ampliamente a todos los sectores. Es un gobierno que pretende buscar lo mejor de cada uno, su aporte más constructivo y eficaz. Porque hay que romper el pacto infame de convivir con el egoísmo.
Porque hay que pensar alto, sentir hondo y hablar claro.
No vamos a administrar la decadencia. Vamos a pulverizar esta crisis; no vamos a transar con la mediocridad. Vamos a hacer un culto de la excelencia.
A veces se necesita audacia para proclamar una idea. Pero se necesita mucha más valentía para estar dispuesto a escuchar una idea que no sea propia. La apuesta es difícil, lo sé, pero también estoy absolutamente convencido de que sin unidad nacional no hay posibilidad alguna de despegue.
Nuestro futuro común no existe todavía. Pero si existe nuestro presente. Y desde este presente, es que se impone la necesidad de estrechar filas, sumar voluntades y elevar nuestros objetivos hacia un destino de grandeza.
Porque Argentina, sin grandeza, no puede ser realmente Argentina. Porque una Nación, sin todos sus sectores conjugados en un verdadero trabajo colectivo, no es realmente una Nación.
Lo sé muy bien: muchos compañeros hoy manifiestan asombro ante esta generosa convocatoria que hemos formulado en todos los niveles de nuestra comunidad.
A todos ellos, les digo: unidad no significa uniformidad. Unidad no significa obsecuencia. Unidad no significa confusión.
Formulamos este llamado a las demás expresiones políticas y partidarias, desde una clara identidad. No somos soberbios, porque la soberbia es un lujo que sólo pueden darse los necios. No somos ingenuos, pero tampoco somos obcecados.
A la Argentina la sanamos entre todos los argentinos o la Argentina se muere Se muere.
Esa es la cruel opción.
Por eso, no vamos a perder tiempo para concretar la reconciliación de todos los argentinos.
Lo pediré una y mil veces. Lo repetiré. Si es necesario lo exhortaré hasta el cansancio. Lo diré casa por casa, familia por familia, sector por sector, hogar por hogar.
Ha llegado la hora de que cada argentino tienda su mano al hermano, para hacer una cadena más fuerte que el rencor, que la discordia, que el resentimiento, que el dolor, que la muerte, que el pasado.
Ha llegado la hora de un gesto de pacificación, de amor, de patriotismo. Tras seis años de vida democrática, no hemos logrado superar los crueles enfrentamientos que nos dividieron hace más de una década.
A esto yo le digo basta. A esto el pueblo argentino le dice basta, porque quiere mirar hacia adelante, con la seguridad de estar ganándose el futuro, en lugar de sepultarse en el ayer.
Entre todos los argentinos, vamos a encontrar una solución definitiva y terminante para las heridas que aun faltan cicatrizar. No vamos a agitar los fantasmas de la lucha. Vamos a serenar los espíritus.
Vamos a decide que jamás se alimentará un enfrentamiento entre civiles y militares, sencillamente porque ambos conforman y nutren la esencia del pueblo argentino.

HACIA UNA DEMOCRACIA EFICIENTE
Nuestra política de unidad nacional no tan sólo se agotará con dar vuelta esta página dolorosa. Creernos firmemente que no puede existir una real unidad o sin justicia Por eso, vamos a impulsar la adhesión a un pacto federal y un pacto político, que tendrán que ser elementos fundadores de un nuevo estilo de organización política y social.
De una organización donde no existan ciudadanos, ni ciudades, ni provincias de segunda categoría. De una organización donde tenga tanta dignidad un niño nacido en La Quiaca, como en la Patagonia en la Capital Federal.
El país nos está pidiendo a gritos que nutramos a esta democracia de eficacia, de desarrollo, de bienestar. Como justicialistas, no tendríamos perdón si continuásemos confundiendo a la República con el idioma de nuestros viejos errores.
Rescatar esta verdad, significa levantar nuestras más preciadas banderas. Con la firmeza como para no renunciar a nuestras banderas y a nuestras más íntimas convicciones. Pero también con la humildad suficiente, porque en política nadie es dueño de la razón absoluta
Por eso, en lugar de buscar lo que nos separa, preferimos pensar en lo que nos une.
Creemos en la justicia social, la soberanía política y la independencia económica.
¿Qué argentino no comparte estos postulados? ¿Cuántos compatriotas no rescatan estas esencias?
Pero también creemos en imprescindibles actualizaciones, y en el enriquecimiento de ideas nuevas y de iniciativas creadoras.
Para nosotros, la justicia social pasa hoy por la eliminación de todo tipo de privilegio. Del privilegio de la impunidad, del privilegio de las prebendas estatales, del privilegio de la burocracia, del privilegio de la falta de competencia.
Así como no puede existir nación sin esperanza, tampoco puede existir verdadera democracia con exclusiones.
Los marginados del saber, de la dignidad, de la cultura, del trabajo, de la vivienda, de la salud y del bienestar, nos están marcando nuestra primera y gran responsabilidad. La de conjugar a esta democracia con la libertad y la justicia, con el pan y la paz, con las obras y la producción.
La justicia social pasa por no distribuir pobreza. Por no igualar hacia abajo. La justicia social pasa por no perpetuar nuestra declinación. La Revolución Productiva, que hemos proclamado a lo largo y a lo ancho de todo el país, tiene un corazón, una idea central, una esencia: terminar con una Argentina a la cual le está prohibida, trabajar.
Para el cumplimiento de este objetivo nacional, resulta imprescindible encarar una serie de medidas firmes y decididas, que pongan fin a la era de la especulación en la República.
De ahí que la justicia social en una primera etapa, comenzará a consolidarse a partir de asunción de una realidad terminante. Vivimos en una economía de emergencia. Estamos en una auténtica situación de emergencia económica y social.
Y es bueno que el país lo sepa con crudeza: de esta tragedia nacional no vamos a poder salir sin realizar un esfuerzo. Un esfuerzo que será equitativo, pero que abarcará a todos y cada uno de los sectores sociales.
Nadie como el justicialismo tiene autoridad y legitimidad para asumir una política de este tipo.
Nuestro pueblo sabe que si hoy este gobierno le pide un sacrificio, es para obtener una recompensa, un resultado con¬creto, una mejora tangible en su situación de vida.
Éste es el horizonte que no estamos dispuestos a traicionar.
Tenemos el deber patriótico de decirlo, de advertirlo, de anticiparlo: los resultados, no serán todo lo urgente y rápido que nosotros deseamos. Pero también tenemos el coraje para asumir un juramento ante la conciencia de nuestra gente: vamos a avanzar en el rumbo correcto, vamos a caminar de la mano de los más humildes y más desposeídos, vamos a poner la economía al servicio de la dignidad del hombre argentino.
Entiéndase la primera y fundamental batalla que deberá ganar esta economía de emergencia, es la batalla contra la hiperinflación. El principal enemigo contra la justicia social es la hiperinflación, que devora salarios y bienestar en millones de hogares argentinos.
Este ataque frontal que nos proponemos, requiere el apoyo decidido y comprometido de-la dirigencia política, empresarial y gremial, para que respalden nuestra acción y para que la confrontación sectorial no termine aniquilando la totalidad del aparato productivo.
Seria un hipócrita si lo negara. Esta economía de emergencia va a vivir una primera instancia de ajuste. De ajuste duro. De ajuste costoso. De ajuste severo.
Pero la economía argentina está con la soga al cuello, y ya no queda lugar para los titubeos.
La justicia social, para nosotros, se va a conjugar con un solo verbo: producir, producir y producir.
La justicia social va a establecer un sistema con reglas claras, con necesarios premios y castigos, y con reformas de fondo que el país reclama.
Al desatar este nudo perverso del vértigo inflacionario, vamos a poder encaminarnos por la senda la reactivación.
Que quede bien en claro: en la Argentina quedan abolidos, a partir de hoy, los privilegios de cualquier signo. Así como en 1813 los fundadores de la patria nos libraron de la esclavitud hoy venimos también a libramos del privilegio.
Desde el Estado nacional vamos a dar el ejemplo, a través de una cirugía mayor, que va a extirpar de raíz males que son ancestrales o intolerables.
Porque creemos en la justicia social vamos a poner al Estado nacional al servicio de todo el pueblo argentino.
Vamos asentar las bases de un Estado para la defensa nacional y no para la defensa del delito o de coima.
Vamos a refundar un Estado para el servicio del pueblo, no para el servicio de las burocracias, que siempre encuentran un problema para cada solución.
La eficacia social, la participación de toda la ciudadanía, la sana administración, el protagonismo del usuario y la anulación de toda clase de feudo, serán instrumentos vitales para transformar a nuestro Estado.
En Estado que agoniza como esclavo de unos pocos, en lugar de paliar las necesidades de quienes más sufren.
Y como la causa de la justicia social también es la causa del más puro federalismo, vengo a anunciar que asumiremos una resuelta política de descentralización administrativa.
Todo aquello que puedan hacer por si solos los particulares, no lo hará el Estado nacional; todo aquello que puedan hacer las provincias autónomamente, no lo hará el Estado nacional.
Todo aquello que puedan hacer los municipios, no lo hará el Estado nacional. En esta autentica cruzada que inauguro hoy, en pos de la reconquista definitiva del sector estatal, quiero convocar muy especialmente a todos los trabajadores. Deseo que sepan que estas reformas son, antes que nada, a favor de los más humildes. De sus mejores oportunidades de trabajo. De su dignidad personal y realización. De su protagonismo en la vida del país. Ellos serán la columna vertebral de este cambio. Sencillamente porque este cambio tendrá un principal beneficiario: el propio trabajador.
El pueblo argentino tiene una cita con la historia. Para responder a ese llamado, vamos a tener que hacer un esfuerzo conmovedor, que comenzará en esta reestructuración de nuestro Estado nacional. Ella no se agotará en sí misma, sino que será un paradigma claro, con implicancias en el resto de toda la comunidad.
Seremos pragmáticos, sin hacer del pragmatismo una ideología. Seremos prácticos sin hacer del realismo un dogma. Seremos sensatos, sin olvidar que el desarrollo es el verdadero nombre de la paz.

EL TRIUNFO DEL DESARROLLO
Una economía de emergencia, también será una economía que castigue severamente la evasión impositiva.
Lo afirmo con énfasis, para que nadie se llame a engaño. Así como vamos a ser generosos y amplios para convocar el capital extranjero y nacional, para que se incorpore en las mejores concisiones en esta nueva etapa nacional, también vamos a ser inflexibles con el delito de evasión fiscal.
Señores, créanme: vamos a terminar con el crimen de quienes le roban al fisco, de quienes nos roban a todos nosotros.
Cueste lo que cueste y caiga quien caiga.
El mundo entero, también va a tener una muestra de amplitud, de reglas de juego claras y transparentes, para recibir al capital que llegue con fines productivos.
Para este gobierno, el verdadero nacionalismo es el nacionalismo del crecimiento, de la riqueza., de la producción.
Porque somos profundamente nacionales en la concepción de nuestra economía, consideramos que no puede haber realización alguna en el marco del empobrecimiento, del atraso, del retroceso, y del aislamiento internacional.
Las políticas en materia de exportaciones, de comercio exterior y de inversiones, van a estar orientadas a un mismo fin. Sentar las bases de un desarrollo perdurable y de un crecimiento genuino,
Como todos sabemos y sufrimos, la deuda externa, prudentemente contraída durante más de una década, significa una pesada carga para el pueblo argentino.
Pero constituye, además, un compromiso de honor para la República tal como tantas veces lo reafirma el general Perón.
Por eso, será atendida por mi gobierno, con la colaboración de los acreedores, y con la aprobación de vuestra honorabilidad.
Vamos a requerir fórmulas flexibles de negociación, y un compás de espera, para terminar con los déficit, equilibrar las finanzas y poner en marcha la Revolución Productiva que nos permitirá exportar más, generando así las condiciones necesarias para cumplir con nuestras obligaciones.
Asimismo, facilitaremos el retorno y la movilización del ahorro argentino, hoy atesorado en el país o colocado en el exterior.
En definitiva, vamos a respetar los compromisos contraídos, pero también vamos a reclamar comprensión, solidaridad y prudencia, porque en el mundo de hoy, con su enorme interdependencia, no existen problemas aislados, o reducidos a un grupo de naciones.
Como ya lo estarnos demostrando, no le tenemos absolutamente ningún miedo a las audacias creadoras, a las sanas rebeldías, a las transformaciones mentales y políticas capaces de poner a la Argentina de pie, y sacarla de esquemas hoy superados por la marcha de un mundo en constante evolución.
En este tiempo fundacional, la independencia económica significa para este gobierno la derrota de nuestro estancamiento, la victoria de la producción, el triunfo del desarrollo.
La independencia económica es desenterrar petróleo, extraer minerales, incrementar nuestras exportaciones, comerciar de igual a igual con el resto del mundo, a formar un espacio de decisión autónomo, transformar la voluntad del país en acción.
Como diría Eduardo Mallea, uno de nuestros grandes pensadores, la Argentina fue hasta ayer "un desierto de palabras”.
Yo les aseguro que, a partir de este instante, la Argentina inicia independencia de la retórica, del inmovilismo, de la insensatez. Vamos a hablar con los hechos, y no tan sólo con los discursos.
Por eso, para este gobierno de unidad nacional, soberanía política significa transformar a cada argentino en presidente de su destino, en lugar de convertirlo en un esclavo del pesimismo y la resignación.
La soberanía pasa por la liberación de todos los recursos y potencialidades del país. Por una auténtica explosión de iniciativas individuales y comunitarias, en el marco de un país que ofrezca oportunidades para todos.
La soberanía pasa por la participación de todo argentino en la construcción del país. La primera y la más esencial revolución nace en el interior de cada hombre y cada mujer. Parte de una gran mística nacional, capaz de poner en movimiento nuestras vitales energías como pueblo.
Nosotros le decimos no a la soberanía del hambre, no a la soberanía del analfabetismo No a la soberanía de la enfermedad.
Y al decir no, también estamos diciendo si.
Estamos diciendo sí a una soberanía constructiva, que nos integre al mundo con más oportunidades que riesgos, con más beneficios que amenazas, con más ilusiones que recelos.
Por eso, no vamos a reconocer ningún tipo de frontera ideológica para el manejo de nuestra política exterior. Para esta administración, las únicas fronteras serán las que marcan la paz y la fraternidad de las naciones, la autodeterminación de los pueblos y la no injerencia en los asuntos internos de otros Estados.
Hoy le estamos poniendo punto final a los ideologismos que tanto nos relegaron, marginándonos de inmensas posibilidades de progreso en el plano Internacional.
El mundo está alcanzando inéditos niveles en la distensión y cooperación entre las naciones de distinto signo político. El mundo está convocando a la Argentina para cumplir con el protagonismo que nuestra mejor tradición histórica nos traza, y que nuestras necesidades de desarrollo e integración nos mandan.
Esta inserción, naturalmente, tendrá como prioridad los países hermanos de América Latina.
No podría ser de otra manera.
Queremos la unidad nacional en lo interno. Y queremos la unidad latinoamericana, con proyección continental.
Ser soberanos no es aislarse. Ser soberano es abrirse generosamente hacia los hermanos de nuestra patria grande. Por eso, seguiremos consolidando y ampliando los acuerdos logrados en todos los campos, para que nuestros principios doctrinarios se materialicen en realizaciones concretas, que lleven a un nivel de vida digno a todos los latinoamericanos.
Estoy convencido que también en este ámbito la opción es: ahora o nunca. Allí están las miradas de nuestros padres, para guiarnos y para hacemos más sabios. Allí están San Martín, Bolívar, Artigas, Perón y tantos otros, diciéndonos que nuestras comunes fronteras deben ser puentes de unión, por los cuales circulen compatriotas, y bienes que fortalezcan nuestra hermandad y nuestro progreso.
Como ciudadano latinoamericano, quiero afirmar que la soberanía no puede realizarse sobre ninguna forma de colonialismo, sobre ningún modo de humillación. Sobre ninguna violación de legítimos derechos.
En mi carácter de presidente de los argentinos, vengo a asumir un irrevocable compromiso. Voy a el mayor y más importante de mis esfuerzos, en una causa que libraré con la ley y el derecho en la mano. Será la gran causa argentina: la recuperación de nuestras Islas Malvinas, Georgias del Sur y Sándwich del Sur.

UNA RESPONSABILIDAD DE TODOS
El gobierno que hoy se inicia, va a ser un gobierno fuerte. Pero con la fuerza de la solidaridad y no con la fuerza de la barbarie. Con la fuerza de la convicción, y no con la fuerza de la violencia. Con la fuerza de la razón, y no con la fuerza del temor.
No vamos a protagonizar un gobierno autoritario. Vamos a protagonizar un gobierno con autoridad
Y para que la autoridad sea genuinamente autoridad, debe tener sólidas bases morales.
Creer que nuestra crisis es solamente política o económica, es una simplificación. Nuestra crisis es profundamente moral, corroe a amplios sectores de nuestra comunidad.
Vivimos una instancia terminal, que debemos eliminar a tiempo, porque corremos peligro de disolución.
Que una sociedad sea inmoral, es grave. Pero la inmoralidad trae en si misma otro mal: que una sociedad no sea realmente una sociedad.
La falta de solidaridad nos anuló durante mucho tiempo. En la Argentina, cualquiera tuvo fuerza para deshacer, pero nadie tuvo fuerza para hacer. Éste es el circulo perverso que ahora, todos juntos, comenzamos a revertir
Por eso vengo a anunciar a los representantes del pueblo, que a partir de este momento el delito de corrupción en la función pública, será considerado como una traición a la patria.
Así como vamos investigar los ilícitos cometidos en los últimos tiempos, también vamos a ser inflexibles con nuestros propios funcionarios. Aspiro a que mi gobierno sea un ejemplo de austeridad, de limpieza, de patriotismo.
El gobierno del pueblo no puede ser propiedad de sus dirigentes.
Porque la corrupción administrativa es un acto verdaderamente criminal, que como tal hay que señalar ante la conciencia y la opinión de nuestra ciudadanía
La Argentina tiene que dejar de ser el país de los grandes negociados, y tiene que pasar a ser el país de los grandes negocios.
Ante la pregunta agónica y urgente de para que sirve la democracia, pretendo que cada uno de mis funcionarios responda: “Si la democracia no sirve para hacer más feliz a la gente no sirve para nada”.
Si la democracia no sirve para ofrendar nuestra honestidad, capacidad y lealtad, no sirve para nada.
Esta será la línea central de nuestra gestión. Vamos a transformar a nuestro gobierno en un plebiscito cotidiano frente a la dignidad y la decadencia. Vamos a romper con todos los tabúes. No llegamos al poder para calentar una silla. Llegamos al poder para servir a nuestra gente. Para dar y no para recibir. Porque, como decía Eva Perón: “Amar es servir”.
No vamos a detenernos frente a las tentaciones, o frente a los falsos apóstoles del desencanto.
Yo prefiero que mi pueblo me agradezca durante un siglo, a que los adulones me aplaudan durante un año
Yo no pretendo rodearme de amigos de esta democracia que tan sólo sepan elogiarla. Yo aspiro a tener amigos que también sepan defenderla.
Pretendo que millones de pechos se alcen como un solo pecho, cuando lleguen los momentos de tribulación y de dificultades.
En cada una de las áreas de gobierno, estamos dispuestos a mantener esta conducta.
Vamos a tener la convicción necesaria como para no detenernos, no demorar el paso, no escatimar soluciones, no dudar.
Pero también vamos a tener la lucidez indispensable para no caminar en círculos, para no aislarnos en el frío e impersonal ejercicio del poder. Esta será un gestión de cara a la gente, cerca de sus necesidades y anhelos, atenta a los reclamos y expectativas de toda la Nación
Por eso, en este inicial mensaje como presidente de los argentinos, yo no he querido traerles una receta técnica, un recitado de medidas instrumentales, un conjunto de fórmulas abstractas para superar nuestra crisis. Pensé, mejor, en retratarles el espíritu y el alma de la tarea que nos espera.
En los próximos días, y sucesivamente, cada uno de los ministros y responsables de las diferentes áreas de gobierno, brindarán una descripción detallada del estado en que reciben sus funciones, y de los programas que se llevarán adelante para concretar el cambio tan ansiado. Esta inmensa emergencia nacional, requerirá un contacto directo con toda la población, un intercambio de opiniones, un debate fecundo para poder instrumentar las políticas más adecuadas.
Cada argentino, tiene a partir de hoy el derecho y la responsabilidad de conocer la marcha de su gobierno. Cada argentino tiene el deber y la prerrogativa de exigir a sus hombres públicos transparencia, honestidad, aptitud, claridad en cada uno de sus actos.

PUEBLO ARGENTINO:
Pueblo de la larga espera. Pueblo del heroísmo cotidiano. Pueblo de la Ilusión inquebrantable. Pueblo del nuevo tiempo.
Yo hice de mi campaña un canto de esperanza. Y pretendo hacer de mi gobierno un acto de fe.
Yo te convoco para que caminemos juntos en esta era distinta.
Sé que el camino estará lleno de tropiezos, de dudas, de problemas. El comienzo será durísimo.
Pero también se que cuando un pueblo se decide tal trabajo, es invencible. Vamos a demostrar que no nos merecemos un presente de marginación Vamos a demostrar que podemos hacer juntos una patria de hermanos. Como Jorge Luis Borges, yo también digo, en esta hora, la Argentina no puede cometer el peor de los pecados: el pecado de no ser feliz. Y aunque el cielo todavía esté nublado, y muchos dolores asomen en el ho¬rizonte, vale la pena recordar aquella sentencia de don Leopoldo Marechal: “El pueblo siempre recoge las botellas que se tiran al mar con mensajes de naufragio."
Por eso, en este día inaugural para todos los argentinos, yo elevo mi corazón a Dios Nuestro Señor.
Le pido soñar sin ser esclavo de mis sueños; le pido amor, porque sólo con amor nacerá una Argentina nueva; le pido paciencia sin inquietarme en mi esperanza.
Le pido sabiduría, sin creerme ni demasiado sabio ni demasiado torpe; le pido prudencia, para no caminar olvidando a los pobres de toda pobreza; le pido humildad, para no creerme ni demasiado poderoso ni demasiado débil, le pido fortaleza, para comprender que la verdadera fuerza es siempre la fuerza de la fe; le pido paz, para escuchar mejor la voz del pueblo, que siempre es la voz de Dios.
Una voz que hoy se alza como una oración, como un ruego, como un grito conmovedor:
Argentina, levántate y anda.
Argentina, levántate y anda.
Argentina, levántate y anda.
Buenos Aires, 8 de Julio de 1989.-
CARLOS SAUL MENEM

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