septiembre 06, 2010

Mensaje del Presidente de la República Argentina, Carlos Saúl Menem, ante la Asamblea Legislativa (1990)

MENSAJE
DEL
PRESIDENTE DE LA REPUBLICA ARGENTINA
Carlos Saúl Menem
ANTE LA ASAMBLEA LEGISLATIVA
APERTURA DE LAS 108° SESIONES DEL CONGRESO
EN 1 DE MAYO DE 1990
En la Ciudad de Buenos Aires, capital federal


Honorable Congreso,
Hermanas y hermanos de la patria:
El coraje de un pueblo no tan sólo se comprueba en los campos de batalla, o al sufrir catástrofes, o al enfrentar desgracias.
El coraje de un pueblo también se comprueba por la cantidad de verdad que es capaz de soportar.
Por eso, hoy más que nunca, vengo a hablarle a todo el pueblo argentino con la verdad en la mano.
Si ustedes me permiten, quiero dejar a un lado todos los convencionalismos todos los protocolos todas las etiquetas.
Como presidente de todos los habitantes de esta tierra, no quiero no busco, no pretendo transformar este mensaje en una simple enumeración de nuestras medidas de gobierno.
No vengo ante los representantes del pueblo a expresarme con frases huecas; no deseo que mis palabras se transformen en un recitado de excusas, o en un rosario de bienaventuranzas.
Todo lo contrario.
Me anima otra íntima convicción.
Llego a esta magna Asamblea no solamente para referirme a las realizaciones de mi gobierno.
También vengo a señalar sus frustraciones, sus errores, sus cuentas pendientes.
Vengo a recordar sus aciertos. Pero también vengo a recordar sus deudas.
Vengo a rescatar de la memoria nuestras acciones. Pero también vengo a convocar a la imaginación para encontrar las soluciones que aún están esperando.
Quiero evitar el torpe triunfalismo, la miopía de pensar que “todo está bien”, la ceguera exitista, la mentalidad estrecha.
Al efectuar un balance de nuestra tarea al frente del Poder Ejecutivo, hago un llamado a la humildad de todos. Pido humildad para criticar y para elogiar.
Pido humildad, para que el gran balance de este gobierno evite canto la exageración como la insignificancia.
No permito que ningún funcionario del Poder Ejecutivo realice juicios irresponsables a partir de resultados provisorios.
Y exhorto, al mismo tiempo, a que los señores representantes de la oposición queden a salvo de los tremendismos, de aquellos conceptos que plantean todo como un terrible Apocalipsis.
No seria honesto, si hoy olvidara que tuvimos un país en llamas.
Y que todavía padecemos una Argentina con muchas cenizas, con muchas heridas dolorosas, don muchos escombros humeantes.
Pero tampoco seria franco, si dejara de reconocer mi certeza de que vamos por la buena senda.
Que tenemos un horizonte nuevo; con tropiezos y con dificultades.
Y —por qué no reconocerlo—, también con contradicciones, con lógicas y humanas contradicciones, cuando todo se quiere cambiar y cuando existe ansiedad para resolver los innumerables problemas que diariamente nos agobian.
Por eso, deseo invitar a cada uno de los señores legisladores, a brindar un homenaje sincero a la entereza, y el valor de todo el pueblo argentino.
Y, sobre todo, de los más humildes, de los más desposeídos, de los que tienen hambre a secas, de quienes con su dolor nos están señalando nuestro principal compromiso.
Ese pueblo demostró, durante este último año, una madurez insospechada para afrontar los tragos más amargos, los días más dramáticos, los tiempos más difíciles.
Cuando todo parecía derrumbarse; cuando las fuerzas flaqueaban; cuando era fácil acudir a la tentación de la violencia, o a crueldad de los delirios totalitarios, el gran pueblo argentino tuvo la paciencia y la lucidez necesarias como para no aflojar, no perder el rumbo, no ceder frente a la desesperanza o el desencanto.
Así como el primer minuto de mi mandato yo formulé un llamado concreto a la unidad nacional, hoy quiero rendir este homenaje a la unidad del pueblo argentino, concretada después de los hechos de cada día.
A la unidad nacional que trasciende los límites de una divisa partidaria, de una bandera ideológica, de un interés sectario.
Ya es hora de que los dirigentes, de cualquier signo, de todo sector, nos pongamos a la altura de la ejemplar lección que nos ofrece nuestra gente todos los días.
Que hablemos su mismo idioma; que expresemos su voluntad, que representemos sus más profundos clamores.
Hago un llamado, entonces, a toda la dirigencia de mi patria.
Los exhorto a deponer las armas de los enfrentamientos mezquinos.
De las especulaciones de corto plazo; de los rencores del pasado.
Les pido que tomemos juntos las mejores herramientas para defender a la democracia y a nuestras instituciones.
Comprometo, también, el esfuerzo del gobierno nacional para no caer en la omnipotencia. No derrumbarse en la soberbia.
No pensar en las futuras elecciones, sin pensar fundamentalmente en las futuras generaciones.
Desde ese compromiso, desde ese mirador, el presiden¬te de la Nación está dispuesto a seguir pagando todos los costos políticos del mundo con tal de asegurar la concordia y la amistad entre los argentinos.
El sagrado concepto de la Reconciliación Nacional, nos enseña que los argentinos tenemos el derecho —y más aún, el deber— de disentir en nuestras ideas
Pero no podemos damos el lujo de discrepar en nuestros ideales.
¿Qué es la Patria, sino un ideal compartido, un sueño común, una esperanza que trasciende todos los laberintos y todas las etiquetas facciosas?
Los pueblos no consagran la unidad nacional por el solo hecho de estar juntos.
Los pueblos viven juntos POR algo y PARA algo.
La unidad nacional no es estática. No es una estatua de buenos propósitos, ni un concepto abstracto y rígido.
La unidad nacional es un motor dinámico, el músculo que nos moviliza para recuperar la grandeza perdida y olvidada de la Nación.
Y ese motor, hoy nos está movilizando para encarar una serie de transformaciones profundas, que la Argentina venía retrasando en el tiempo, sin decisión y sin convicción.
Ésta es la causa esencial que alienta nuestros pasos.
Ésta es la única bandera que levanto, aquí y ahora.
Corno presidente de la Nación, yo no pienso si una determinada política es de derecha, de izquierda, o de centro. Yo pienso si una política es buena o mala para mi patria. Yo pienso si una política es buena o mala para nuestros hijos, y para los hijos de nuestros hijos.
Seria inútil negar el dilema trascendental que me presentó hace diez meses, al asumir la responsabilidad de guiar los destinos de la patria.
Como mandatario de la ciudadanía, tenía una necesidad dramática el último 8 de julio.
O me transformaba en un simple testigo de la crisis, o me decidía a encarar una transformación en serio.
O gerenciaba nuestra pobreza, o ponía en marcha un cambio de raíz, que debe conducir el aprovechamiento más genuino de nuestra riqueza.
O era el líder del statu quo, del “más de lo mismo”, de un libreto probado y fracasado, o convocaba a todos los argentinos para dar vuelta una página histórica de nuestra vida.
La opción elegida fue la más dura, la más compleja, la más dolorosa.
Para todos empezando por raí.
Hubiera sido mucho más sencillo apelar a la demagogia, a la mentira, al facilismo, a la irresponsabilidad.
Pero ese error hubiera desembocado en una auténtica tragedia nacional.
Este país moribundo ya no toleraba más los aventurerismos de cualquier signo.
Este país enfermo no se sana con antiguos remedios.
Por eso, nuestra apuesta fuerte; por eso, nuestra decisión por los cambios; por eso, la convicción y el sentido transformador y revolucionario de un nuevo sistema político, económico y social que propusimos a toda la ciudadanía.
Un sistema que requiere, antes que nada, un impresionante esfuerzo de transformación cultural, de modificación de nuestros hábitos y costumbres.
Un sistema que no se modifica simplemente por decreto; o por la voluntad de un burócrata, o por una decisión administrativa.
Sería muy fácil –muy fácil y muy cruel-, encarar un proceso de cambio con la boca de un fusil, y bajo el silbido de las balas.
Seria muy fácil cambiar la Argentina apelando a la exclusión social de millones de argentinos, a la fuerza, y al autoritarismo.
Lo difícil –lo difícil y la gran epopeya nacional de esta hora–, es poner de pie a la Argentina modificando conciencias, convocando al protagonismo de todos, integrando a los argentinos que hoy están olvidados en el subsuelo de la patria.
Éste es el gran desafío.
Porque se puede ser injusto distribuyendo mal las riquezas.
Pero, también se es infinitamente injusto impidiendo lo generación de nuevas riquezas.
Inmortalizando nuestra decadencia.
Perpetuando un sistema que despilfarró nuestros bienes, que estafó a los más humildes, que fracturó a nuestro país en un conjunto irrelevante de islas económicas y sociales
Por eso, nuestro sistema tiene dos pilares.
Dos exigencias.
La libertad y la justicia social.
En una nación como la nuestra, la libertad y la justicia social no tan sólo son un derecho.
Son también una obligación para cada uno de nosotros.
La libertad no es el derecho que tienen los argentinos para morirse de hambre.
No es la libertad para consolidar la miseria.
No es la libertad pan perpetuar a los poderosos.
Estamos apostando a la recreación de un sistema donde se recompense al trabajo, por encima de toda otra actividad económica.
Nuestra decisión, desde el primer instante, fue una y sola una: la Argentina no podía seguir siendo un país populista de bolsillos vacíos.
Una republiqueta sentada sobre la fuga de sus mejores talentos.
Un país encarcelado en el círculo vicioso de la especulación, la estafa institucional y la declinación.
Para alcanzar este objetivo, era preciso destrabar la vida nacional.
Liberar sus mejores energías.
Poner al descubierto sus más lacerantes llagas, sus peores miserias.
Romper el nudo donde se mezclan intereses sectoriales, robos cotidianos, lobbies perfectamente organizados, grupos de presión, bastiones de prebendas, auténticos feudos de privilegios.
Es decir, un sistema económico y social que en realidad era un antisistema en términos de crecimiento, producción y cultura del trabajo.
Sobre esto, entiendo que no pueden caber dudas.
Nosotros pusimos sobre la mesa las cartas de las peores contradicciones de la República.
La estructura de un sistema del fracaso y del atraso.
A toda esta situación, mi gobierno le dijo basta.
Seguramente con desprolijidades.
Tal vez con más dificultades de las previstas.
Sin dudas con innumerables problemas de instrumentación y de ejecución.
Pero les dijimos basta y nuestra decisión es irrevocable.
Las leyes fundacionales de Reforma del Estado y de Emergencia Económica, que vuestra honorabilidad aprobó patrióticamente al comienzo de nuestro mandato, fueron las bases de este nuevo modelo propuesto a la ciudadanía.
En el mismo sentido, consideramos la ley Penal Tributaria, y el nuevo régimen impositivo, como así también los decretos 435 y 612, y las normas complementarias que buscan instalar nuevas reglas de comportamiento y acción en materia económica.
Este nuevo modelo, está perfectamente definido.
Aspiramos a construir un capitalismo humanizado, decente, eficiente, y competitivo.
Un capitalismo de verdad, y no simplemente una retórica capitalista que en realidad se convirtió en una pantalla para ocultar vicias perversos.
Porque el verdadero capitalismo excluye a la burocracia estatal y a la incompetencia privada.
Excluye a la socialización de las pérdidas y a la privatización de las ganancias.
Rechaza a la mínima producción y a la máxima especulación; rechaza a los empresarios ricos y las empresas pobres.
El primer paso, entonces, consistió en sincerar el debate sobre nuestra economía nacional.
Terminar con la hipocresía de los principios proclamados en las declaraciones y olvidados en las decisiones.
Otorgar reglas juego lo más estables posible, dentro del terrible devenir impuesto por la crisis.
Hacer más transparentes los mecanismos económicos.
Menos trabados por decisiones ajenas a los propios actores centrales de nuestra economía.
Y más sujetos a la responsabilidad de quienes deben ser responsables por excelencia de un proceso de cambio.
Una apuesta semejante tuvo, como era previsible, muchos riesgos.
Momentos traumáticos, desencuentros, decepciones y presiones.
Varias de esas instancias las creímos superadas antes de lo previsto, frente a las iniciales señales de estabilidad y calma de la tormenta.
Nos faltó, seguramente, una clarísima noción de la profundidad de los cambios requeridos, y una debida instrumentación, para asegurar su inmediata eficacia.
Debo ser muy claro en este aspecto.
A veces, quisimos hacer todo de golpe y tropezamos con la lentitud de nuestra propia burocracia y nuestros propios problemas Internos.
En otras ocasiones, postergamos medidas, a la espera de una iniciativa privada que tardó más de lo debido en llegar, y que aún hoy no se encuentra al ritmo ideal que requiere nuestra comunidad.
Así como sería simplista decir que ya pasó el tiempo del esfuerzo, también seria simplista cargarle al gobierno todas las culpas de las falencias.
Más aún, cuando elegimos la opción de la libertad y de la responsabilidad de todos.
En definitiva, conviene que seamos realistas y prudentes, tanto en la apreciación de lo que pasó, como en la proyección de lo que va a venir.
Hoy, cada uno de nosotros tiene que continuar aprendiendo de las lecciones ofrecidas por estos últimos meses.
Porque sabemos que los crujidos del viejo sistema continuarán escuchándose mas tiempo, a pesar de los éxitos parciales, y del sacrificio requerido.
A pesar de todo lo que andamos y de todo lo que nos falta por recorrer, debo reiterar una vez más la irrenunciable e inmodificable decisión del presidente de la nación en esta materia.
En la Argentina se acabó la época de los enriquecimientos vertiginosos, al amparo de la especulación financiera.
En la Argentina se acabó la época de los privilegios irritantes, al amparo de un Estado quebrado.
Nadie puede sentirse ajeno o ignorado frente a semejante convicción.
Fue, es y será necesario remover un estado de cosas que nos postraron durante años, y que nadie –hasta ahora- se había atrevido a remover.
Un estado de cosas que nos empujó al abismo de la hiperinflación, y mucho peor aún: al abismo de la hiperfrustación nacional, de la hiperpobreza de gran parte de nuestra gente y del hiperatraso económico y cultural.
Con una realidad como ésta, no hay soberanía política, independencia económica, ni justicia social posibles.
Éste fue el escenario que pretendimos y pretendemos modificar.
El último año se ha desarrollado en un contexto económico signado por la hiperinflación y consecuentemente por la recesión.
La recesión hiperinflacionaria no es, como otras recesiones, un fenómeno breve o habitual del ciclo económico.
Produce una ruptura profunda en la voluntad inversora del empresariado y la imposibilidad de la inversión pública, impidiendo la creación de fuentes de trabajo.
Si bien la hiperinflación puede ser breve y violenta, sus consecuencias son una duración extremadamente larga.
Produce la interrupción de las cadenas productivas y genera la desaparición del país de los mercados internacionales.
Pero, lo que es mucho peor, termina evaporando el patrimonio económico-cultural.
Las habilidades de la fuerza laboral, el espíritu de emprendimiento del sector privado, la capacidad mediadora del Estado.
Entre esa situación y la disolución nacional, sólo media un paso, como lo demuestran diversas experiencias históricas.
No puede extrañar, entonces, que nuestra lucha esencial en este terreno se haya centrado en el abatimiento de la hiperinflación.
Lo hicimos, sin olvidar otras necesidades acuciantes de un país que hace catorce años que no crece, y que registra salarios reales que son la mitad de hace una década
Recordamos perfectamente estos dramas, pero nuestro proceso de reconstrucción tuvo inicialmente una prioridad terminante.
Porque en hiperinflación no hay posibilidad de cálculo económico, ni público ni privado, y por lo tanto no hay rentabilidad ni inversión.
Sólo cabe la destrucción del salario y el empobrecimiento.

EL ESTADO SOBREPROTECTOR
Entendemos perfectamente que la inflación argentina reconoce diversas causas y etapas de distinta intensidad.
Pero sin duda alguna, la reciente quiebra del Estado, y la negativa de aceptar dicha quiebra, operaron como factores desencadenantes de un proceso terminal.
Por eso, nuestro esfuerzo en transformar el Estado argentino, tanto en sus movimientos financieros de corto plazo, como en su estructura empresaria y administrativa.
Por eso, la privatización de activos públicos, la solución en materia de deuda interna, la severa paralización tributaria, la disminución del gasto improductivo, los impuestos de emergencia y las medidas de cambio profundo, estructural, que superan una simple coyuntura adversa.
Que nadie se equivoque. Que nadie se llame a engaño. La transformación del Estado, la venta de empresas públicas, la eliminación de regulaciones, la racionalización administrativa, el saneamiento de sus cuentas fiscales, la apertura al mundo y la ausencia de controles innecesarios, no constituyen un mecanismo para ponerle una bandera de remate a nuestro Estado Nacional.
Todo lo contrario.
Son mecanismos para recuperar la soberanía de nuestro Estado, su capacidad de gobierno, su indispensable actividad sobre sectores en los cuales no puede, no debe, ni va a estar ausente.
Los argentinos vivimos durante años encandilados por un eclipse fatal.
Vimos Estado allí donde había trabas; vimos servicio donde había explotación.
El resultado fue doloroso y sus consecuencias aún las padecemos.
¿Qué maestro fue bien recompensado por ese Estado sobreprotector?
¿Qué médico se sintió gratificado profesionalmente trabajando en el hospital público?
¿Qué servidor del orden estuvo bien pago a cambio de arriesgar su vida?
¿Qué argentino humilde pudo acceder a una justicia rápida, a un sistema de salud digno, a un servicio público eficaz?
Naturalmente, transformar al Estado lleva necesariamente a una reestructuración de las empresas públicas.
Queremos servicios públicos eficientes, donde sobrevivan en manos del estado sólo aquellas empresas públicas que estructuralmente se necesiten para el desarrollo, crecimiento y producción nacional.
Pretendemos que el Estado abandone actividades empresarias que pueden desarrollar los particulares.
En el caso de los servicios públicos, el sector estatal controlará aquellos ofrecidos por los particulares, de modo de asegurar que los usuarios obtengan buenas prestaciones y tarifas razonables.
Aspiramos a que nuestro Estado se concentre en las funciones estratégicas y esenciales que nunca debió dejar de cumplir: educación, justicia, salud, gobierno y seguridad.
Creemos que ésta es la revolución más formidable para nuestro tiempo.
Pero esta revolución resultará imposible, por más buena voluntad y coraje que se ponga desde el sector estatal, si no resulta acompañada desde el sector privado.
Considerar la tarea de reconstruir nuestra economía como un asunto exclusivo del Estado, seria una ingenuidad y una irresponsabilidad.
Más todavía, cuando inicialmente debimos cargar con el peso de las transformaciones sin ayuda interna, en medio de una desconfianza heredada, que día a día dejamos atrás merced a nuestros objetivos cumplidos y nuestras metas realistas pero firmes.
Debe tratarse, de tal modo, de un esfuerzo, una apuesta compartida, complementada y simultánea.
Hay también mucho por hacer en lo que se refiere a la optimización de nuestra competencia empresarial privada.
A la asunción de nuevos riesgos e innovaciones gerenciales.
Al cumplimiento adecuado y honesto de las obligaciones impositivas.
A la confianza demostrada con palabras, pero también con obras, a través de inversiones genuinas, y de conductas que pongan un punto final a la fuga de divisas.
Como todos comprenderán, entonces nos cuidarnos muy bien de sobrevalorar las bondades de una estabilización momentánea de los mercados.
Porque será siempre momentánea, en tanto cada uno deje de asumir sus propios deberes y sus propios sacrificios.
Sabemos que falta mucho por hacer.
Mucho para el Estado, en materia de ajuste.
Y mucho para el sector privado, en materia de adaptación a las nuevas condiciones de libertad y responsabilidad.
Superada la instancia crítica y las consecuencias inmediatas de la hiperinflación, entendemos que se impone la tarea crucial de complementar el imprescindible ajuste fiscal, con la necesidad de generar las condiciones adecuadas para asegurar crecimiento.
Ésta es la gran tarea que demandarán los próximos meses.
Aspiramos a una reactivación genuina, y descartamos la idea de una reactivación ilusoria, que contenga en si misma una nueva estampida inflacionaria.
Como gobierno, vamos a seguir muy de cerca y atentamente este delicado proceso, de modo de garantizar que no se repitan desacomodamientos en cada una de variables.
Con la inflación bajo control, cabe esperar que les cambios estructurales emprendidos estimulen la actividad del sector privado, y eleven las tasas de crecimiento económico a un nivel que permita un aumento significativo del ingreso real por habitante, en el mediano y largo plazo.
Hoy, no sin recordar las penurias padecidas, y sin olvidar la necesaria prudencia, podemos decir que ya se observan algunos signos de recuperación incipiente, a partir de la profunda recesión registrada en la primera mitad de 1989.
La economía popular de mercado que propone mi gobierno escapa a los caprichos ideologizados de cualquier signo, de las imposiciones partidistas, a los dogmas sectarios.
Busca, ni más ni menos, que constituirse en una propuesta original, genuina y propia, de acuerdo a los más preciados intereses nacionales.
Repudiamos la idea de un Estado totalitario, que invada conductas y asfixie legítimas iniciativas.
Pero también repudiamos a un Estado que permanezca indiferente ante las escandalosas desigualdades sociales.
Queremos construir un Estado que sea garante del bien común, de la armonía social, del crecimiento económico y del equilibrio en la distribución del la riqueza.
Tenemos muy en claro que los países subdesarrollados son países subadministrados.
Por eso nuestra premisa esencial es alcanzar un modelo de desarrollo económico que sea compatible con el modelo de democracia política.
Que quede perfectamente claro: queremos un Estado popular, y no populista. Nacional, y no chauvinista. Libre, y anarquista.
Propiedad de todo el pueblo argentino, y no esclavo de un partido político, un sindicato, o un grupo empresarial.

DESEMPOLVAR LA MENTE
Este proceso de profundas transformaciones que estamos impulsando, no seria cabalmente comprensible si dejáse¬mos de atender a los espectaculares cambios que se producen hoy en el resto del universo.
Mi gobierno tiene la mente puesta en el mundo, y el corazón puesto en la Argentina.
Mi gobierno es soberano, porque ser soberano es ver en el mundo una oportunidad antes que una amenaza.
Mi gobierno se desentiende de las fronteras ideológicas, porque las únicas fronteras que nos interesa conquistar son las fronteras del progreso, el desarrollo, la expansión comercial, el intercambio cultural, la libre determinación de los pueblos, la no injerencia en sus asuntos internos y la paz universal.
Por eso, es necesario realizar un formidable esfuerzo de apertura mental, para comprender con exactitud lo que ocu¬rre en un mundo que está reformulando sus límites y diseñando un mapa diferente.
Un mundo donde todo se mueve, todo se modifica, todo se encuentra signado por el dinamismo de la historia y el protagonismo de los pueblos que aspiran a más libertad y más democracia.
En un escenario tan dinámico, tan cambiante, tan vertiginoso, apelar a ideologismos estáticos y obcecados, seria contrario al interés nacional, dependiente desde el punto de vista intelectual, y colonial desde nuestra concepción política.
De ahí, nuestra opción por la Nación con mayúsculas, en lugar de nuestro fracaso con los nacionalismos en minúsculas.
Hoy, en este preciso instante, no tan sólo las comunicaciones acortan las distancias entre los hombres del nuevo siglo.
Unen a la condición humana bajo los mismos y universales ideales.
Los mismos sueños, las mismas epopeyas.
Porque la muerte de los ideologismos no implica la muerte de los pueblos en su capacidad de utopía.
Implica, en cambio, la desaparición de los ideologismos como sinónimo de cosmovisiones sectarias y totalizadoras del universo.
Como mundos cerrados que se aíslan y excluyen entre sí.
Como paraísos artificiales, que día tras día van sumergiendo a sus habitantes en la desesperanza, el vacío, la opresión disfrazada de mil maneras... la nada.
Argentina cree en la sociedad CON el mundo, antes que en la dependencia DEL mundo.
En la integración antes que en la exclusión.
En el protagonismo antes que en el aislamiento; en el idealismo práctico, antes que en los dogmas irrealizables, en el realismo del interés, antes que en la fantasía de un principismo caprichoso.
Los argentinos debemos abandonar ese fabuloso colonialismo mental que nos indica que todos nuestros males nos vienen desde afuera.
Porque si así pensáramos, concluiríamos con que ninguna solución está en nuestras manos, en nuestra decisión, en nuestro coraje.
Un pueblo es lo que hace. Y cómo lo hace.
Un pueblo piensa en las oportunidades antes que en las excusas: en las posibilidades antes que en los riesgos; en los nuevos horizontes antes que en los viejos peligros.
Es tiempo de asumirlo: un pueblo nunca es para siempre soberano y libre.
La libertad y la soberanía son un camino constante y permanente, un programa cotidiano, un compromiso de por vida, pero también de cada día.
Son una conquista, en lugar de un regalo o una concesión graciosa.
Nuestra libertad y nuestra soberanía fueron un programa de lucha que iniciamos con las armas en 1810, y que hoy debernos continuar en la escuela, la fábrica, el gobierno, la universidad, la empresa.
Porque la soberanía y la independencia muchas veces se ganan por las armas y otras tantas se pierden por la conciencia.
Yo quiero una Argentina que sea ciudadana del mundo. Una nación con raíces y alas.
Yo quiero que millones de argentinos sean traductores de nuestra soberanía, intérpretes de nuestra independencia, realizadores de nuestros mejores proyectos.
El mundo y Occidente esperan nuestro aporte y nuestra identidad. No nuestra disolución.
Ni nuestro vasallaje.
Nuestra concepción de la soberanía y de la defensa nacional trasciende las posturas superadas por más de medio siglo de evolución política.
Seria torpe detenerse en el mundo de la preguerra, de la posguerra, la guerra fría, o del bipolarismo que socava las identidades nacionales, y tensiona hasta límites suicidas el es¬cenario mundial.
Ese mundo pertenece al siglo viejo, a otro milenio que tan sólo existe en el calendario.
Nosotros, desde aquí, con humildad y con dignidad, estamos dispuestos a derrumbar todas las barreras, a golpear todas las puertas, a derribar todos los muros, con tal de defender adecuadamente el interés nacional.
Y hemos comenzado por derribar nuestros propios muros interiores, aquellos que nos sujetaban a una cerrazón mental, a una ideologización hueca y a una retórica absolutamente inconveniente para el interés de la Nación.
Porque para conquistar el espacio de protagonismo mundial, es necesario que antes conquistemos nuestro propio espacio interior.
Nuestra política pretende traducir en hechos estas definiciones.
La creciente mejora de la atmósfera internacional y profundas transformaciones en importantes regiones del mundo, contribuyen a crear un contexto exterior lleno de desafíos y posibilidades para la Argentina.
Para que podamos aprovechar plenamente el rico potencial de ese marco internacional, es imprescindible alejar los riesgos de conflicto con otros países, fortalecer nuestra credibilidad frente al mundo, encarar con decisión la solución del angustiante y prioritario problema económico.
Nuestros objetivos de política exterior son simples y muy concretos.
Deseamos avanzar en la solución de las controversias en que somos partes.
Deseamos profundizar nuestra amistad con lodos los países.
Y deseamos ampliar los horizontes de nuestro comercio y cooperación con el continente americano, Europa y otras regiones del mundo.
Tal cual lo anuncié en mi mensaje inaugural ante la Ho¬norable Asamblea, nuestros derechos soberanos sobre las Malvinas, Georgias y Sándwich del Sur, son el tema prioritario, la causa más importante de nuestra política exterior.
Los objetivos básicos de nuestras acciones consistieron en reiniciar un diálogo constructivo con el gobierno británico, con miras a la recreación de un marco bilateral que aliente la amistad y la cooperación entre ambos países, y que en el futuro nos permita solucionar en paz y mediante negociaciones la disputa territorial.
Esta política fructificó en los entendimientos alcanzados en la reunión sustantiva de negociación, celebrada en Madrid el 14 y 15 de febrero pasados.
La declaración conjunta emitida en esa oportunidad sirvió de base para acuerdos y medidas de variada naturaleza, destinados a poner nuevamente en marcha, sobre bases firmes y en un marco de confianza mutua, la relación entres la Argentina y el Reino Unido.
Al mismo tiempo, a través del denominado “paraguas de soberanía”, se aseguró la preservación de los irrenunciables derechos de nuestro país sobre los territorios en disputa.
Esos derechos permanecen intactos, en reserva hasta el día en que ambos gobiernos puedan iniciar la búsqueda de una solución duradera en esta materia.
En este tema crucial, le doy la bienvenida, además, en nombre de nuestra memoria heroica y de nuestra patria en construcción, a la nueva provincia de la Tierra del Fuego, creada recientemente a través de una ley sancionarla por vuestra honorabilidad.
Tampoco puedo dejar de señalar la extraordinaria importancia que, en nuestro mundo contemporáneo, asume el surgimiento de espacios políticos o económicos continentales o semicontinentales.
Este florecimiento del continentalismo ofrece una gran oportunidad a las naciones de las distintas regiones. Un hogar natural donde, sin perder su individualidad, puedan desarrollar una presencia conjunta en el concierto internacional.
En este marco, tenemos el firme propósito de avanzar con decisión y dinamismo hacia la unidad de América latina, impulsando su integración.
Nuestra acción en este campo ha tenido como consecuencia práctica el fortalecimiento de los mecanismos regionales de consulta, y la firma de acuerdos bilaterales dirigidos a una mayor integración económica entre los países del área.
Como es natural, ponemos especial énfasis en las relaciones con nuestros vecinos.
La integración regional es el paso previo y necesario para la gran integración continental, con un espíritu amplio y apelando a medidas imaginativas y concretas
Aspectos trascendentales como el narcotráfico, la preservación del medio ambiente y el terrorismo también constituyen una preocupación constante y permanente, que la Argen¬tina pretende traducir en acciones, porque se trata de plagas, que asocian a nuestras tierras y condicionan decisivamente nuestro desarrollo.
Somos conscientes, a pesar de todas las dificultades, de la gran ocasión histórica que se nos presenta.
El ambiente de confianza y el espíritu de cooperación que prevalecen en esta parte del mundo, representan un verdadero ejemplo de convivencia internacional.
Aprovechar de las experiencias democráticas para impulsar procesos de crecimiento económico y progreso, constituye la principal encrucijada y desafío para nuestros pueblos y gobiernos.

LA DEUDA SOCIAL
No puedo efectuar un balance plenamente honesto y sincero de mi gestión si dejo de mencionar dos profundas deudas que, a mi juicio, aún tiene la democracia con todos los argentinos.
Yo, Carlos Saúl Menem, presidente por voluntad y elección de quienes me votaron, y por el apoyo generoso de quienes no me votaron, afirmo ante la presencia de este Honorable Congreso y ante el testimonio de mi pueblo, que la democracia argentina tiene una deuda social.
No quiero dejar de destacar, naturalmente, los enormes esfuerzos que hemos realizado en las distintas áreas de gobierno para paliar la situación de emergencia que recibimos, ya sea para brindar asistencia alimentaria, para extender los comedores escolares, para mejorar el sistema de salud, para atender y proteger a niñez desamparada, para alentar la práctica deportiva, para optimizar la construcción de viviendas, y para llegar con nuestra acción social a la población más necesitada y castigada
Voy a una visión muchos más de fondo.
Me refiero a condiciones de pobreza estructural, que la Argentina no se puede permitir con sus inmensas potencialidades y recursos malgastados.
Pobreza que no se manifiesta simplemente en el flagelo del hambre, sino en la carencia de una infraestructura educativa, sanitaria y económica adecuada para asegurar la dignidad de los argentinos.
Esta transformación debe prescindir de una mirada simplemente asistencialista o de corto plazo, para generar un profundo y sincero debate de la Argentina que queremos para la nueva década.
Es decir, se trata de evitar caer en los simples paliativos momentáneos, para llegar al alma de la cuestión, y revertir las causas más profundas que lo generan
Cuando hablamos de reformas estructurales en la Argentina también nos referimos a la pobreza estructural
Al desempleo estructural, al analfabetismo estructural, a la desnutrición estructural, a las muchas hipotecas estructurales que la Nación debe atender, si quiere ser en el futuro realmente una nación.
Por eso, considero imprescindible proponer que todos y cada uno de nosotros, abramos un debate sincero, iniciemos y continuemos un trabajo amplio.
Una agenda de los años 90, de cual deben participar todos los actores involucrados: partidos políticos, empresas, sindicatos, instituciones intermedias, sociales y económicas.
Quiero aprovechar esta magna oportunidad y convocar a lo mejor de la energía nacional, para discutir y trabajar sobre soluciones que la República no se puede dar el lujo de postergar, aunque se refieran al mediano y al largo plazo.
Es necesario que trabajemos sobre lo urgente.
Pero también es impostergable que trabajemos sobre lo importante.
Y esta discusión, para este gobierno, es urgente y es importante.
¿Qué modelo de educación queremos para nuestros hijos? ¿Qué principios de legislación laboral imaginamos para potenciar el crecimiento argentino? ¿Qué salud, qué nutrición, qué organización de la justicia?
Se hace imprescindible que abandonemos los moldes antiguos, porque se requieren soluciones nuevas para problemas antes insospechados.
Un país nunca puede estarse quieto.
Si no avanza, retrocede, si no evoluciona, envejece; si no se desarrolla, muere.
Por Dios, recordémoslo una vez más, si no se desarrolla muere.
Por tal motivo, en cada una de estas cuestiones decisivas, el gobierno nacional ha abierto instancias de diálogo y participación, que deben ser profundizadas y enriquecidas.
A vuestra honorabilidad le fue remitido un proyecto de ley que el Poder Ejecutivo considera de extraordinaria significación: la Ley Nacional de Empleo.
Hoy, 1° de mayo, la mención de este proyecto debe servir para brindar un reconocimiento a nuestro glorioso movimiento obrero y para renovar nuestro compromiso con todos los trabajadores, que son el pilar esencial de nuestra propuesta.
Para mi gobierno sigue existiendo una sola clase de hombres: los que trabajen en toda actividad lícita.
Y los que fueron expulsados del trabajo digno como producto de la decadencia y del atraso.
El trabajo es un derecho humano esencial, que condiciona el ejercicio de los demás derechos sociales, económicos, políticos e, incluso, individualidades.
El trabajo no es una simple mercancía, ni un simple precio.
Es una herramienta, para que el hombre sea más feliz, para que trascienda y se realice en el marco de nuestra comunidad.
Resulta obvio señalar, entonces, que nuestro interés primordial apunta a crear trabajo, porque sabemos muy bien que gobernar es crear trabajo.
Y aquí si entiendo necesario apelar a cifras que deben removernos a cada uno de los argentinos.
De los casi 33 millones de habitantes de nuestra tierra, 12 millones 200 mil son su población económicamente activa.
De ellos, 7 millones 600 mil ocupados plenos. Los restantes 4 millones 500 mil integran el amplio escenario de subocupados y desocupados.
Hay 3 millones 600 mil hermanos subempleados en la Argentina.
Hay 900 mil argentinos desempleados.
Que es lo mismo que decir que hay un país partido por la mitad, un escenario productivo “a medias” que debemos activar y poner de pie.
Yo no puedo tener la conciencia en paz, yo no puedo ser un presidente feliz, mientras existan setas situaciones, que son un auténtico grito.
Un doloroso clamor, llamando a nuestra solidaridad y a nuestra acción.
Por eso, nuestro proyecto de Ley Nacional de Empleo apunta a objetivos prioritarios, como:
— El blanqueo del empleo no registrado.
— Nuevas modalidades de contratación.
— La reinserción ocupacional,
— La protección al trabajador desempleado.
— La vinculación de acciones en materia tecnológica, educativa y ocupacional
— La negociación colectiva como instrumento central de regulación del sistema de relaciones laborales.
— La legislación laboral argentina vigente como marco doctrinario.
Pensamos en aquellos sectores que mayores dificultades encuentran para su inserción o su regreso al mundo del tra¬bajo: Jefes de hogar, jóvenes en búsqueda de su primer empleo, mujeres ingresantes a la actividad laboral, personas mayores de 45 años, discapacitados, trabajadores de bajas calificaciones, desocupados de larga duración y migrantes.
Asimismo, existen una serie de medidas que nuestro gobierno puso y pondrá en marcha a fin de paliar momentáneamente los efectos de la crisis
Entre ellas destaco especialmente la implementación del Programa de Ayuda Solidaria de Emergencia, a través del cual llegaremos a los sectores más carenciados de la sociedad.
Pero llegaremos con dignidad y sin dádivas. Llegaremos no para regalar nada, sino para brindar la posibilidad de que cada uno de los beneficiarios del programa, a cambio de recibir un ingreso económico, contrarreste un servicio a la comunidad
Pretendemos, así, recrear las condiciones necesarias para una nueva cultura del trabajo, con la máxima transparencia y eficacia.
La ejecución de estas medidas de ayuda de emergencia al núcleo familiar, se efectuará de manera descentralizada, porque considerarnos vital la participación del sector provincial, municipal y departamental, así como también de las entidades de bien público.
Lo destaco nuevamente: en este último caso se trata de acciones momentáneas, que de ninguna manera pretenden suplantar la necesidad de instalar mejores condiciones macroeconómicas, capaces de generar reactivación y más empleo.
El Poder Ejecutivo tiene una premisa esencial, que pretendemos aplicar con el máximo de lucidez y sentido común.
NO hay política social eficaz, sin una política económica eficiente.
Del mismo modo que una política económica no es verdaderamente eficiente, si no asegura el bienestar general y garantiza el bien común.

UN NUEVO PERFIL DE PAIS
Creo también importante referirme brevemente a otros aspectos de fundamental valor, para esta agenda de los años 90 que YA debemos comenzar a debatir.
En materia educativa, entendemos necesaria su vinculación con el mundo del trabajo y de la producción, en el marco de una transformación estructural que debe acompañar a la producida en la comunidad en su conjunto.
Nuestros cinco ejes de acción son:
— La descentralización educativa.
— La refederalización de nuestra educación.
—El papel protagónico de nuestra comunidad.
— La jerarquización de los docentes.
—Y la integración del sistema educativo, particularmente el universitario.
Cada una de estas instancias esta en pleno curso de ejecución, pero para su éxito requieren la participación y el aporte, el compromiso y la comprensión de todos los integrantes de nuestra comunidad.
Cada uno de nosotros lo sabe muy bien: Los pueblos subeducados son analfabetos del espíritu.
De ahí la trascendencia de esta cuestión impostergable.
Tampoco puedo dejar de señalar el marco participativo abierto para diseñar aquellas reformas institucionales, que el país reclama con vistas a su adaptación y sus cambios estructurales.
A través de la Comisión de Reforma Institucional convocamos al debate de aquellas medidas de fondo que afectan puntos tan importantes como nuestra Constitución, la relación Nación-provincias, su sistema electoral y la integración regional.
Y también iniciamos un proceso de concertación política, económica y social, cuya significación es vital para este gobierno.
Pretendemos que el Estado, los empresarios y los trabajadores, compartan la responsabilidad y la elaboración de medidas que deben contribuir a generar un nuevo perfil de país.
Un perfil que incluye asignaturas pendientes, que deben ser resueltas a través del diálogo, el protagonismo y el compromiso de los actores sociales involucrados, sin dilaciones ni demoras.
Porque concertar no tan sólo debe significar transformar a una sociedad en más democrática, sino también convertirla verdaderamente en una sociedad.
En esas mesas de concertación, los argentinos seguiremos discutiendo mejores reglas de competencia, una optimización de los gastos públicos en materia social y educativa, la modernización de la legislación laboral y todo lo que haga a una profunda transformación del Estado y la Nación.
Tampoco puedo dejar de señalar lo actuado en el ámbito de nuestras fuerzas armadas, donde se desarrollaron acciones tendientes a restablecer la eficacia del instrumento militar, mediante la constitución de comisiones conjuntas integradas por funcionarios civiles y representantes de los estados mayores de las fuerzas armadas, y del Estado Mayor Conjunto.
Dichas comisiones se abocaron al estudio que permite racionalizar nuestro instrumento militar, a fin de adecuarlo las necesidades d la guerra moderna y a las probabilidades de materialización de nuestra hipótesis de conflicto.
En este orden, debo señalar que el objetivo de nuestra estrategia militar es la disuasión. Y es en la búsqueda de ese objetivo, donde las fuerzas armadas han de constituirse en un factor dinámico del desarrollo nacional.
Reitero mi reconocimiento además, a la vocación militar, puesta a prueba en medio de innumerables dificultades materiales, pero comprometida con la vigencia de nuestras instituciones democráticas y el respeto de nuestros más altos valores patrióticos.
En definitiva, señores legisladores, creemos que todos estos ámbitos de participación y discusión abiertos a los mas variados planos de la vida nacional, son adecuados para revelar, nuevamente, que los argentinos estamos de acuerdo en muchas más cuestiones de las que a veces suponemos,
Existen otras muchas políticas y medidas puntuales, no menos significativas para la marcha de nuestra gestión, que cada uno de ustedes recibe detalladas en el anexo que acompaña este mensaje anual.
Pero, finalmente, me quiero referir a la otra gran deuda que tiene la democracia frente a todos los argentinos.
Sin tapujos, ni medias tintas.
Sin especulaciones sectoriales.
La democracia argentina tiene una deuda moral. La democracia argentina tiene un déficit ético que todavía no ha podido superar. La democracia argentina tiene una deuda de honor, y sus dirigentes seriamos obcecados si dejásemos de advertir esta realidad.
Así como antes señalé que la democracia no puede permitirse convivir con la pobreza material, ahora señalo que la democracia tampoco puede convivir con la miseria moral.
La pobreza material y la miseria moral están íntimamente relacionadas.
Porque los marginados morales generan y provocan marginados sociales.
Por eso, mencionar nuestra crisis moral no es una excusa, es una obligación.
Una obligación que debe ejercitarse muy cerca del propio ejemplo, y lejos de la difamación o la superficialidad.
Así como no estoy dispuesto a tolerar que los miembros de mi gobierno conviertan este tema en una puja internista, tampoco estoy dispuesto a admitir la impunidad ni la indignidad para desempeñar una función pública.
En este sentido, el Poder Ejecutivo pone a consideración del Parlamento un proyecto de ley que pretende penalizar severamente los delitos cometidos en el ámbito de la administración pública.
Al hacerlo, vamos a llenar un vacío legislativo indudable, que necesariamente se transforma en un obstáculo para comenzar a resolver una cuestión de semejante gravedad.
Sin ninguna duda, sin ningún temor, sin ninguna contemplación, reafirmo una vez más ante toda la ciudadanía lo señalado desde el primer minuto de mi gobierno: corrupción es traición a la patria; corrupción es traición a la Argentina.
La democracia tiene que aniquilar a la inmoralidad, porque de lo contrario la inmoralidad va a terminar aniquilando a la democracia.
Ésta es la cruel opción.
Pero, también hermanas y hermanos, quiero en este momento llamar a una profunda reflexión a cada uno de los argentinos.
Éste no es un problema que involucre exclusivamente a un sector, a un color político, a una divisa partidaria.
Éste es un problema que también debe analizarse en la esfera del sector privado, de la justicia de un sistema que durante años sobrecargó de regulaciones a nuestra vida económica.
Su complejidad, su integralidad y su amplitud, no nos exime de un examen personalísimo e intransferible a cada uno de nosotros.
Debemos abandonar la idea colonial de que un presidente es un superhombre, capaz de solucionarlo todo por decreto.
La Argentina no es tan sólo su presidente; ni su gobierno, ni sus dirigentes. Hay treinta y tres millones de argentinos. Treinta y tres millones de protagonistas; treinta y tres millones de conciencias que tienen que rebelarse ante la mediocridad y el conformismo.
Yo me sentida gratificado, si hoy todos y cada uno de los argentinos, si todos y cada uno de sus dirigentes, si todos y cada uno de nosotros, participara de un GRAN EXAMEN DE CONCIENCIA NACIONAL.
No tiene sentido seguir engañándonos, seguir mintiéndonos a nosotros mismo.
Si la Argentina no está donde debe estar, no es como producto de una desgracia mágica, ni por una maldición del cielo.
Nuestra sociedad se ha infectado de conductas enfermas, que no tan sólo se erradican con un tiempo de bonanza económica, con un mejoramiento de las cuentas fiscales, o con
una estabilización del tipo de cambio.
Hoy, muchos argentinos no confían en la Argentina.
Lo repito.
Muchos argentinos no confían en un país que los tiene a más como protagonistas, como actores, como testigos.
Que es lo mismo que decir que muchos argentinas no confían en si mismos.
¿Qué nos pasa? ¿Qué esperamos? ¿Qué estamos dispuestos a ofrecer para superar esta situación?
Si es verdad que nos faltan recursos materiales y que muchos de ellos están mal distribuidos, también es verdad que nos tienen que sobrar recursos espirituales para encarar la reconstrucción de nuestra patria.
Sin esa materia prima todo cambio será momentáneo, y responderá a un entusiasmo pasajero.
Cuando asumí la responsabilidad de regir los destinos de mi país, formulé una invocación y un ruego.
Dije: ARGENTINA, LEVANTATE Y ANDA.
Hoy vengo a decir que la resurrección de un país, antes que una causa económica, es una causa moral.
No tiene precio, tiene voluntad, No en una mercancía. Es una invisible y poderosa mística nacional. Una mística nacional que espera contra toda esperanza: que cree contra todo pesimismo, que avanza contra todos los cantos de sirena que tironean desde el pasado.
La Argentina está de pie.
Solamente va a ser capaz de dar pasos decisivos en su caminar como pueblo, si somos capaces de asumir nuestros peores males, y rescatar nuestras energías más trascendentes y memorables.
Ésta es la causa que vengo a reclamar ahora, y que comienzo por reclamarme a mí mismo
Debemos preguntarnos a fondo sobre esta crisis.
¿Que hice yo, como presidente de la República, para cumplir fielmente con mi deber, para defender el interés nacional, para interpretar el clamor de mi gente?
¿Qué hizo cada político para dar el ejemplo, para vivir como se piensa y pensar como se vive?
¿Qué hizo cada empresario para multiplicar riquezas, para no fugar capitales, para invertir y emprender?
¿Qué hizo cada sindicalista para representar dignamente a los trabajadores, para defender el bien común?
¿Qué hicimos cada uno de nosotros para transformar a las muchas Argentinas que hoy existen —desiguales, injustas, contradictorias, ocultas—, en una sola y gran Argentina.
En una nueva y gloriosa Nación, para nosotros y para la posteridad.
Éstas, creo yo, son algunas de las preguntas que hoy debemos formularnos los argentinos, y de modo especial quienes tenemos altas y graves responsabilidades.
Porque más allá de todas las políticas de gobierno, más allá de los errores y los aciertos, de los éxitos parciales y de los fracasos permanentes, este 1° de mayo tiene sentido si cada uno de nosotros se interroga a fondo sobre la esencia de nuestra crisis nacional.
Ser argentino no es una casualidad. Ser argentino es una vocación.
La Argentina, antes que un destino, es una conquista.
Buenos Aires, 1 de Mayo de 1990.-
CARLOS SAUL MENEM

[1] Este mensaje incluye extensos anexos que no publicamos, por no hacer al objeto del presente.

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