octubre 29, 2010

Mensaje del Gobernador de San Juan, José Luis Gioja, ante la Cámara de Diputados en el acto de segunda toma de posesión (2007)

MENSAJE
DEL
GOBERNADOR DE LA PROVINCIA DE SAN JUAN
José Luis Gioja
ANTE LA CAMARA DE DIPUTADOS
EN EL ACTO DE TOMA DE POSESION EN SU REELECCION
EL 11 DE DICIEMBRE DE 2007
En la Ciudad de San Juan, provincia del mismo nombre, de la República Argentina

Muchísimas gracias.
Señor Intendente de la Cuarta Región de la República de Chile, amigo Ricardo Cifuentes Lillo; señor Gobernador de la Provincia de La Rioja, doctor Luís Beder Herrera; señor Gobernador de la Provincia de Mendoza, doctor Celso Jaque; señor Vicegobernador de la Provincia de San Juan y Presidente de esta Honorable Cámara de Diputados, doctor Rubén Uñac; señor Presidente de la Corte de Justicia de San Juan, doctor Ángel Humberto Medina Palá y a los miembros de la Corte que lo acompañan; señores Senadores y Diputados Nacionales; señores Legisladores Provinciales; señor Jefe del Comando Región III de Gendarmería Nacional, Comandante General Carlos Villareal; señores Ministros y Secretarios del Poder Ejecutivo Provincial; señor Intendente de la Municipalidad de la Ciudad de San Juan; Intendentes de los distintos departamentos; señor Presidente y miembros del Tribunal Oral Federal de San Juan; señores Jueces Federales de la Provincia de San Juan; señores miembros del Cuerpo Consular acreditado en la Provincia; señores Rectores de la Universidad Nacional; Universidad Católica de Cuyo; señor Secretario y Subsecretario del Poder Ejecutivo, señores Jefes y Oficiales de las Fuerzas Armadas, de Seguridad con asiento en la Provincia de San Juan; señores Secretarios de esta Honorable Cámara; señores representantes de organismos nacionales en la Provincia; señores Presidentes de las Instituciones que tienen que ver con lo económico y con las fuerzas del trabajo y la cultura de San Juan; señores representantes de la prensa oral, escrita; señoras, señores: cualquiera que mire de afuera, creerá que venimos bien, pero debo decir que tengo los mismos nervios y la misma angustia que de hace cuatro años y un día, cuando vine a esta Cámara a jurar como orgulloso Gobernador de la Provincia más linda que tiene la Argentina, que para mí es la Provincia de San Juan.
Esta es la sexta vez que lo hago como Gobernador de esta Provincia. Y créanme que tengo y siento la carga y la responsabilidad de trabajar mucho, ese sueño del pibe sigue intacto y tengo la obligación también de decir y expresar un profundo agradecimiento por el Vicegobernador y Presidente de esta Cámara que me acompañó cuatro años y que hoy tiene otra responsabilidad institucional, nuestro compañero y amigo Marcelo Lima.
También hacer un agradecimiento a todos los miembros del Poder Legislativo que también me acompañó por cuatro años y que lo hicieron tan bien que debo expresar mi agradecimiento.
Y mi agradecimiento va también para todos mis colaboradores en todos los rangos y en todos los niveles y especialmente para el pueblo de San Juan.
No me quiero salir del libreto, porque después nos cuesta volver.
Decía que hace cuatro años y un día por última vez nos reunimos acá, con el mismo objeto que hoy, una tarea de asumir el mando, que hoy volvemos a hacer juntos y a vivir juntos.
Por supuesto que nada más lejos que mi intensión que la frase “cuatro años y un día” suene como una pesadilla o una condena. Todo lo contrario. Quisiera más bien que sus ecos tuvieran el sonido de la gesta compartida, del episodio histórico vivido a fondo, codo a codo y en plena conciencia de lo que estábamos emprendiendo: un desafío monumental manifestado en la voluntad inquebrantable de tomar el futuro con ahínco.
Es que en verdad, así fue. En los meses previos a la asunción del nuevo gobierno, allá por el 2003, la vida de todos los argentinos era como un endeble velero en un mar huracanado. Parecía no haber rumbo, parecía no haber velas, ni remos, ni motor para impulsarnos. Parecía incluso no había timón y, lo que es peor aun, la gente no estaba segura en quién debía confiar para erigirse en el piloto de tormenta que nos sacara a flote.
Pero una palabra nos salvó del naufragio. Una palabra, una simple palabra, fue –como decíamos en aquel discurso de hace cuatro años– capaz de arrasar con las divisiones entre hermanos, capaz de superar el divorcio entre la sociedad civil y las autoridades, capaz de aplastar las miserias del sectarismo y las falsedades de la politiquería.
Esa palabra no sólo templó los corazones y encendió la mecha de una transformación productiva, de una reforma de paz y de trabajo, sino que terminó reventando las urnas con los votos de cientos de miles de hombres y mujeres que hasta hacía muy poco pedían con razón que se fueran todos.
Fue la palabra ESPERANZA.
Bajo la advocación de la Esperanza fuimos doblegando los enconos de una sociedad fracturada y dolorida, fuimos cicatrizando las heridas que nos dejaron las profundas discrepancias, los errores y las humillaciones que todos nuestros comprovincianos estábamos viviendo en carne propia.
Con la Esperanza como escudo salimos a defender a los más pobres, a los indefensos, a los relegados, a la familia, a la mujer, a los niños, a los abuelos, a los enfermos, a los sin tierra, a los sin casa, a los que habían sido arrojados al costado del camino, a los que habían caído y ya no tenían ni fuerza ni voluntad para ponerse una vez más de pie.
Con la Esperanza, impulsamos a los emprendedores a retomar la pala, el martillo y el arado. Impulsamos a los intelectuales a volver a pensar y a los maestros a recuperar la magia del pizarrón. Impulsamos a los albañiles a volver a construir. Impulsamos a los empresarios a retornar tanto sus capitales como sus sueños. Impulsamos a la sociedad sanjuanina entera a mirarse a sí misma, pero no con egoísmo o mediocridad, sino con los ojos de la ilusión y del futuro.
Es verdad: la palabra Esperanza nos devolvió a la vida, nos dio alas, nos prestó aliento, nos llenó el pecho nuevamente.
Era una Esperanza de dientes apretados y puños crispados, de mucho sudor y no pocas lágrimas. Una esperanza que no aceptaba el desgano, la indiferencia o la contemplación pasiva. Una Esperanza adonde se subieron los lúcidos, los valientes, los emprendedores y que al mismo tiempo dejó de a pie a esos profetas de la desgracia que no quisieron creer, un puñado de oscuros rencorosos a los que la gente les ha venido dando la espalda una y otra vez en estos cuatro años, hasta arrinconarlos en la frustración y en el olvido.
Esperanza, señores: esa palabra sencilla y humilde, esa palabra generosa, que interpretó a carta cabal la fuerza interior de todo un pueblo. Un pueblo que, tal como dijera hace cuatro años, se negó a sucumbir frente a la adversidad y hoy puede reconocerse en su historia con todo orgullo, y puede sentirse justo heredero del tesón y el coraje de los padres fundadores de nuestra querida tierra sanjuanina. Un pueblo sencillo y decente, educado en el trabajo, alimentado en las tradiciones centenarias, curtido por un clima duro y una tierra que siempre ha reclamado y seguirá reclamando enormes esfuerzos.
Fue frente a ese pueblo, por ese pueblo, y junto a ese pueblo, que yo hablé por primera vez de terminar para siempre con el San Juan del “no se puede”, y empezar a trabajar por el San Juan que todos queríamos.
En aquel momento ya nombrábamos a ese San Juan como el del cambio, el del trabajo y la producción, el de la prosperidad individual, el de la niñez protegida. Ese San Juan –como decía en ese entonces y aun sostengo bien fuerte– donde nadie sobra, nadie está de más y nadie debe sentirse ajeno.
Fueron días de jornadas interminables de trabajo abrumador, las dificultades sobraban, pero nada nos tomo por sorpresa. Y ya sabíamos que no empezábamos de cero, sino de menos diez.
Tanto era así, que en aquel discurso inaugural dijimos que para recuperar todo lo que quedo a mitad de camino y abandonado, debíamos demostrar que la pasión, el ingenio y las ganas pueden torcer el brazo a la indolencia, y ahí mismo anuncié la creación de una Oficina Anti- Desidia.
No obstante, debo confesarlo: esa oficina jamás funcionó. Pero no vayan a creer que no funcionó porque también nosotros nos hubiésemos contagiado de ser holgazanes y de la abulia del pasado. No funcionó por la simple razón de que no fue necesario: la verdad es que el gobierno en pleno se convirtió en una Oficina Anti-Desidia.
No fue casual ni gratuito. Y hay un motivo: quienes llegábamos a administrar la provincia en diciembre del 2003, no lo hacíamos ni en forma errática, ni improvisada, sino como disciplinados participantes de ese proyecto fundacional de la Segunda Reconstrucción. Por eso, ningún miembro de mi gobierno, desde el vicegobernador hacia abajo, fue nombrado fruto del impulso, mucho menos desde las presiones o de la improvisación o el interés politiquero, sino como resultado del análisis, y el diálogo con cada uno de ellos para garantizar no sólo su voluntad sino la calidad de su aporte al proyecto.
Sabíamos lo que se debía hacer y sabíamos que contábamos tanto con las capacidades para realizar como con la humildad para escuchar y reconocer errores. Pero además de todo ello, y tal vez por encima de todo ello, fue la Esperanza, ésa que vimos en los ojos, en el alma, y en las palabras de la gente, la que nos convirtió en una administración que no necesitaba crear oficinas Anti-Desidia porque desde el primer día íbamos a dedicarnos por entero a hacer, a hacer de verdad y a intentar hacerlo bien.
Fueron años de cemento. Años de pilares, de puentes, de caminos, de edificios. De recuperación del salario. De ordenar e invertir en educación y salud. De trabajar incesantemente en la producción de San Juan defendiendo su valor, fomentando la nueva minería y sus controles. De equipar y ordenar las fuerzas de seguridad. De atender las necesidades de los carecientes, los menores, los ancianos y las personas con capacidades especiales. Y también nos dimos tiempo para saldar la deuda con nuestros adultos mayores, asesorando, facilitando, promoviendo, logramos así que más de 28.000 sanjuaninos dejen de estar excluidos del sistema previsional, y cobren puntualmente su nueva jubilación.
Años de rehabilitar, reconstruir y recuperar la infraestructura provincial en todos los ámbitos y en todos los niveles. Años cuyos resultados son por todos conocidos, y en los que hoy ya no creo necesario insistir, porque siento que, después de estos cuatro años, más que cerrar un libro, sólo estamos dando vuelta una página para enfrentarnos a un nuevo capítulo.
Ese nuevo capítulo, el de la reelección y del segundo mandato, se comenzó a escribir amparado en tres convicciones centrales:
La primera fue que este reto actual es el definitivo, dado que no voy a impulsar ni a permitir ninguna reforma que propicie la reelección indefinida.
En tanto creo profundamente que la alternancia en el poder es la virtud matriz de la democracia. Lo digo, entonces, con todas las letras: no hay ni va a haber reelección indefinida para la Gobernación de San Juan.
La segunda convicción fue que el respeto por la autoridad democráticamente elegida se justifica tanto en la cantidad de votos obtenidos como en el contenido ético con que se responde al mandato, especialmente porque estamos convencidos de que el haber triunfado sobre proyectos distintos, legitima nuestra opción, pero no destierra las otras.
En ese sentido, quiero afirmar enfáticamente que las puertas para el diálogo, el consejo y la critica, si es necesaria, están más abiertas que nunca para quien quiera aportar como sanjuanino comprometido.
De hecho, hay un principio elemental para todos quienes comparten el trabajo de esta administración: los votos no dan derechos sino obligaciones, y si la primera de ellas es cumplir con los deseos del electorado, la segunda es desterrar hasta el menor grado de altanería, jactancia o necedad en quienes detentemos temporalmente el poder.
Y hay un tercer convencimiento en la decisión de haberme postulado para este segundo y último mandato: el sentimiento de una impostergable obligación de continuidad, puesto que sólo está concluida la primera parte de la obra proyectada y resta otra, aun más desafiante y no menos urgente: consolidar el proyecto de San Juan, pero ahora menos focalizado en la reconstrucción material que ya está madura y se está consolidando. Me refiero, a que ha llegado la hora de dar un salto hacia el futuro y comprender qué significa aquello de que no sólo de pan vive el hombre.
En efecto, queridos amigos y amigas, hemos hablado extensamente del pasado, del origen, del punto de partida y de la obra realizada… pero ya es suficiente. Yo propongo, desde ahora, que dediquemos todas nuestras fuerzas, todos nuestros músculos y toda nuestra creatividad a construir el porvenir.
Un trabajo duro y sostenido, para el cual no basta con que a nadie le falte el pan y el agua, ni con bajar los índices de pobreza y subir los de empleo, ni con acometer esfuerzos reconstructivos que nos devuelvan la infraestructura material perdida.
Tener acceso a la alimentación, al trabajo, al techo, a la salud y a la educación es primordial, pero talvez insuficiente, porque no hemos sido traídos al mundo para pasar de largo, para sobrevivir apenas, para convivir en la mediocridad de una vida sin otro rumbo que la mera subsistencia. Por eso, es hora de volver a la vida el alma de los argentinos, que había llegado a estar en coma.
Esto significa que ya es hora que dejemos de pensar en vivir eternamente de los subsidios y las dádivas. Ya es hora de pasarle la topadora a la idea de que si no nos dan, no tenemos. Ya es hora de que se paren los que estaban de rodillas y que comiencen a caminar los que esperaban sentados.
Claro que si eso le pedimos a la sociedad, también debemos responder desde el Estado. Y para el Estado sanjuanino, para mi gobierno, también ya es hora. Hora de ir más allá, y estimular todas las instancias destinadas a dotar de contenido, de esencia, de médula a las personas. Hora de terminar con los fatalismos y dedicarnos a construir el porvenir en vez de esperar mansamente que éste venga. Hora de tomar las riendas de la trascendencia y ayudar a alimentar el alma de la gente, tanto o más que sus estómagos.
Tengo en claro que siempre ha sido más fácil levantar un edificio que nutrir el espíritu de quienes lo habitan. Y si bien sabemos que hacerlo no suele ser tarea de un Estado, también sabemos que sí es tarea del Estado el impulsarlo, creando las condiciones más propicias para ello.
Por otra parte, también comprendemos que conceptos como “nutrir el espíritu” o “alimentar el alma” parecen abstracciones o idealizaciones difusas, pero en realidad tienen relación directa con acciones prácticas y concretas que vayan generando un entorno propicio. Un ambiente social que pasa tanto por la cultura y la educación, como por la economía, el deporte, la salud, el medio ambiente, la tecnología, la acción social.
Y fíjense que, sin duda y primordialmente, esta nueva etapa de gestión responde también a esa misma palabra que amparó los inicios de nuestra primera gestión de gobierno: esperanza. Esperanza, sí, pero con notorias diferencias: mientras que aquélla era una esperanza en blanco y negro, la de hoy es una esperanza en colores, porque mientras que aquélla era una esperanza de vida o muerte, hoy es una esperanza de vida o mejor vida.
Paso a paso, con humildad, con prudencia, no sólo estamos empeñados sino que estamos empezando a lograr que la sociedad sanjuanina sea un poco más feliz, un poco más optimista, un poco más entusiasta. Sin la menor soberbia, pero con toda certeza, podemos asegurar que hoy estamos despertando a una sociedad más aspirante, que cada día le quiere adicionar más musicalidad, más afecto y armonía a sus conductas cotidianas.
Superados o contenidos algunos de los problemas más urgentes, es posible esperar una mejor predisposición del sanjuanino hacia lo ciudadano, un mayor respeto por los demás y por sí mismo, una actitud más tolerante hacia la diversidad y una incipiente inclinación hacia la unidad. Y, ¡ojo!, atención, porque no se trata de una unidad de rebaño, sino de una unidad alerta y perceptiva, capaz no sólo de aceptar sino de honrar las divergencias.
Por cierto, esta sociedad sanjuanina es distinta a la del 2003, en tanto ya evidencia ese saludable cansancio de haber estado durante muchas décadas en permanente conflicto consigo misma.
Y esto tiene un motivo: creemos que, al ir salvando las dificultades individuales, las personas tienen espacio para comenzar a percibir que en verdad los buenos son más que los malos. Que los delincuentes terminan en la cárcel. Que no se peca de tonto o inocente si se cree que la corrupción se está batiendo en retirada. Que ganan los que trabajan, más que los que piden. Que no es obligatorio ser amigo del juez para recibir justicia. Que la Biblia no va a quedarse para siempre junto al calefón. En definitiva, que pese a todo lo que falta. Que pese a los errores y las demoras. Que pese a que el infierno está a sólo unos pasos atrás nuestro, hoy los sanjuaninos pueden empezar a creer que lo mejor aun está por venir.
Y para eso, comprovincianos, estamos comprometidos a gobernar desde mañana mismo.
Hablemos entonces de gestión, o en otras palabras, hablemos de cómo vamos a transitar de ser una autoridad dedicada a curar heridas abiertas, hacia una autoridad dedicada a garantizar que jamás vuelvan a producirse. Para ello, creemos que es imprescindible dejar de gobernar sólo para las actuales generaciones y comenzar a gobernar pensando en las próximas. Un concepto que verdaderamente muestra muchas y muy valiosas aristas.
Tal vez la primera de ellas sea reafirmar que lo que se estaba haciendo no la vamos a dejar de lado. En ese sentido, a todos les debe quedar claro que la lucha contra la pobreza y la marginación no está ganada ni mucho menos. Lo que sí sabemos es que estamos en el camino correcto, alineados con un proyecto nacional exitoso y del cual nos sentimos tan agradecidos como partícipes.
Ese camino, el camino que hoy nuestra Presidenta comienza a profundizar, tiene un componente central: impulsar el crecimiento. Un crecimiento de todos los sectores de la economía, sin parcialidades ni remilgos, pero que no puede carecer del objeto que lo justifica: el mejoramiento directo de la calidad de vida de las personas.
Para que ello ocurra, no podemos ni debemos permitir distingos entre la economía argentina y la de los argentinos. Para ello debemos buscar un crecimiento con equidad para que esa bonanza equitativa, justa y plural que pretendemos destierre las asimetrías que siempre termina perjudicando a los más pobres.
Tenemos que impulsar, por fin, una política de crecimiento que armonice con el bienestar de las personas; eliminando hasta el ultimo vestigio de exclusión social, y asegurando la participación plena y armónica en los beneficios del crecimiento económico. La mejor herramienta para lograrlo, es el empleo productivo.
Para lo cual debemos seguir sustentándonos en nuestras cuatro grandes orientaciones económicas: el desarrollo minero, el complejo agroindustrial, el turismo; y la otra –y está presente aquí, nuestro amigo intendente de la IV Región- la salida al Pacifico y la integración con Chile.
Todo esto cumplimentado con racionalidad desde la obra pública, con mejor educación y con una fuerte presencia de la ciencia y la tecnología.
Respecto al primer tema, el minero, seguimos siendo optimistas apostando al incremento permanente de está actividad
Vamos a seguir dando la batalla que sea necesaria para defender el futuro de nuestra gente, pero –eso sí y no me voy a cansar de repetirlo: necesitamos que no nos dejen solos. Y se los pido, porque por más esfuerzos que hemos hecho, necesitamos de todos los sanjuaninos controlando que se cumpla a rajatabla cada línea de los acuerdos firmados con las compañías mineras.
- Sostenidos Aplausos -
Amigas y amigos: aquí todos somos guardianes de nuestro aire, nuestra tierra y nuestros ríos, nuestra flora y nuestra fauna. Sólo vigilando juntos vamos a conseguir que nadie nos vaya a meter jamás un dedo en la boca. Y eso es vital para que sigamos avanzando con esta Nueva Minería, que no es cualquiera y no es a cualquier costo, sino una minería responsable, respetuosa de la ley y solidaria con las personas. Pero el sustento de esta nueva página de la historia provincial ni comienza ni se agota en la producción anterior. De hecho, vamos a aplicarle la máxima atención y cuidado a los frutos de nuestro campo, por lo que al complejo agroindustrial lo continuaremos apoyando y cada vez con más fuerza, con mayor infraestructura, con mejores créditos, con más acceso a la información de los mercados y más apoyo institucionales a las exportaciones.
El otro recurso maravilloso, ése que siempre tuvimos delante de nuestros ojos y que hoy impulsamos vigorosamente, es el Turismo. Estamos comprometidos a no bajar los brazos, a sentirnos cada vez más orgullosos de generar riqueza mostrando nuestro San Juan.
Y la última de nuestras cuatro cartas de futuro: la salida al Pacifico y el túnel de Agua Negra. Un sueño. Un sueño gigantesco. Un sueño que será decisivo para cambiar para siempre el destino de esta tierra. Porque, el motivo de que hayamos venido pechando y pechando por taladrar esa bendita montaña y avizorar al final, el Océano Pacífico, es que por fin San Juan deje de ser una Provincia Terminal.
No queremos –querido amigo intendente de la IV Región- más ese destino, sino un porvenir de integración, porque en la integración está el crecimiento. Integración con Chile, con nuestros hermanos de la cuarta Región y de allí con el Pacífico y el Lejano Oriente. Integración con las provincias argentinas de La Rioja y del centro y del noreste. Integración con Uruguay, con Paraguay, con Brasil. Integración con el mundo para nuestros productores, para nuestros empresarios, y para el talento y nuestros frutos.
Finalmente en el ámbito del proyecto productivo, sabemos que es determinante la vocación que el Estado tenga de proveer las condiciones necesarias para que el salto importante pueda producirse. En este sentido, vamos a hacer nuestro mayor esfuerzo para conseguir los recursos, la tecnología, el apoyo nacional y los técnicos necesarios para lograr el desarrollo energético anhelado que se requiera, a través de obras como el dique de Punta Negra, y proyectos de energías alternativas como la solar y eólica. Especialmente la primera, la solar.
Hace unos minutos les dije que ya era suficiente de hablar de lo que hicimos, para darnos todo el espacio para pensar el futuro. Y la herramienta más poderosa para pensar el futuro, es la imaginación. La imaginación no tiene cárceles, así que nadie la puede aprisionar. La imaginación no tiene vergüenza, así que nadie puede censurarla. La imaginación no tiene compromisos, así que nadie puede obligarla a que tome un rumbo predeterminado.
Por eso es hora, queridos comprovincianos, que, con toda libertad, imaginemos San Juan.
Si me permiten, quiero por un instante hacer el ejercicio simbólico de imaginar una parte de ese San Juan que hoy no existe, pero sin embargo estamos en condiciones de poder hacerlo. Para ello, imaginemos aportes fundacionales en los grandes espacios donde el Estado tiene la mayor obligación de intervenir: Educación, Trabajo, Apoyo Social, Salud, Seguridad, Justicia…
En todos hay que avanzar y mejorar pero me detengo en lo social, imaginemos San Juan a la vuelta de la esquina de los países desarrollados, y eso significa encaminarnos decididamente a un perfil de asistencia del tipo Servicios Sociales Personalizados. Dicho en dos palabras: más que crear centros a cargo del Estado, donde agrupar gente con minusvalías físicas, mentales o sociales, procuraremos devolver al carenciado al seno de la familia y trabajarlo individualmente a través de profesionales involucrados y conocedores de su historia personal.
Esta mecánica, más humana y más acogedora, es la única que produce recuperación, en vez de la cronicidad que deviene de ser depositado en un centro, sin esperanza por años, e incluso por el resto de la vida.
También, en lo sanitario, imaginemos San Juan con una política de salud práctica, utilitaria, innovadora, dedicada fundamentalmente a fortalecer los 135 puestos de salud provinciales, además de terminar con la modernización de nuestros cinco grandes hospitales.
Comprovincianos, amigas, amigos imaginemos San Juan. Y para eso, si recién di simples ejemplos de un San Juan soñado que está en nuestras manos hacerlo tangible y cercano, denme la oportunidad también de compartir la sustancia que podría alimentar el paso a ese San Juan que queremos: me refiero a la voluntad de hurgar profundo en nuestras raíces, de volver al principio, al origen de nuestra civilidad, y encontrarnos allí, una vez más, con el colosal forjador de raza. Permítanme proponer que volvamos a encontrarnos con Sarmiento.
Pero no el Sarmiento de bronce. No el Sarmiento del libro escolar, ni el Sarmiento adusto que marco una época. No. Lo que quisiera es que volviésemos a encontrar cara a cara con el Sarmiento de carne y hueso, peleador, visionario, fogoso, intrépido, digno hasta los tuétanos, insoportablemente lleno de alma y vida. Un titán.
Y querría que nos encontráramos con él, no para honrar su memoria -algo que los argentinos ya le hemos ofrendado tantas veces durante tantos años- sino para honrar su alma. Claro que honrar un alma de dimensión tan formidable no nos va a resultar gratuito.
Si decidimos volver a mirarlo a los ojos, Sarmiento nos va a exigir un giro diametral a nuestra forma de construir la vida de las generaciones que vienen. Y nos va a pedir que pensemos un nuevo modelo de maduración social, en el cual todo gire en torno a la educación. Un modelo donde, grandes y chicos, todos enseñan y todos aprenden, con esa entrañable actitud sarmientina de tenacidad e interés.
Es por eso que en el San Juan que imaginamos, no debiéramos honrar el alma de Don Domingo recordándolo simplemente en el interior de su Casa, ahí en la calle Sarmiento, sino en el interior de las casas de todos los sanjuaninos, haciendo que su espíritu habite en cada una y nos insufle su curiosidad inagotable. Sus ideas visionarias, su desmesura para creer y crear, su férrea voluntad de HACER y HACER y HACER.
En eso estamos. Y porque en eso estamos, tal como hace exactamente cuatro años y un día, les reitero mi absoluta convicción de que el concepto de “Primer Mandatario” para mí no significa “el que más manda” sino “el primero en cumplir con el mandato”. El primer servidor público. Ayer y por los cuatro años que vienen.
Cuenten con que voy a seguir siendo el primero en estar dispuesto a cumplir el mandato. Y eso significa que estoy disponible para lo que nuestra gente necesite, pero saben una cosa no estoy disponible para renunciar a soñar. Y no estoy disponible para deponer la humildad. Y no estoy disponible para aflojar un tranco. Para rendirme al sopor y la modorra. Para dejar de imaginar y permitir que la mediocridad nos corte las alas, las ganas, la alegría de poder servir hasta el último día, hasta el último aliento y hasta al más lejano y el más pequeño de nuestros hermanos.
Queridos sanjuaninos, queridas sanjuaninas, es hora que imaginemos San Juan. Los convoco humildemente a que lo hagamos.
Muchas gracias.
JOSE LUIS GIOJA

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