noviembre 21, 2010

"Arte de Hablar y Arte de Decir - Una excursión botánica en la prádera de la retórica" Jose L. Ramírez (1999)

ARTE DE HABLAR Y ARTE DE DECIR [*]
Una excursión botánica en la pradera de la retórica
José Luis Ramírez [**]
[1999]

Hablar y decir no es lo mismo, aun cuando son interdependientes. Hablar es actuar, un acto intransitivo; decir es hacer, que supone transitividad. De la diferencia entre hablar y decir se derivan dos concepciones complementarias de la retórica. El autor de este artículo afirma que el «arte de hablar» exige una perspectiva fundamentalmente antropológica. La retórica se convierte así, en competencia con la filosofía, en una ciencia fundamental que influye en todo conocimiento humano de cualquier índole, pero especialmente el conocimiento práctico que supone la deliberación sobre nuestras actuaciones y el planteamiento y resolución de nuestros problemas.
Después de más de un siglo de incomprensión y desprecio asistimos desde hace dos decenios a lo que podría llamarse el renacimiento de la Retórica. El interés por la vieja disciplina aumenta día a día a ritmos diferentes según los países. Nuevas instituciones, actividades y publicaciones que propugnan la restauración de los estudios retóricos van surgiendo en estos momentos de transición tanto secular como histórica entre la sociedad postindustrial y lo que llaman sociedad de la información. Vivimos sin embargo en unos tiempos en que la chrêmatistikê, el espíritu financiero, y la retórica del Mercado dominan nuestra vida y nuestro pensar de una manera inevitable. Como en el siglo de la Sofística, estamos expuestos a un uso de la retórica de variopintas intenciones.
El dar nombre a algo no implica sin más que ese algo conlleve una descripción o una definición clara y unívoca. Cuanto más frecuente es el uso de una denominación concreta, más probabilidad hay de que vaya adquiriendo sentidos diferentes. La denominación de retórica no se aplica a algo que pueda definirse o delimitarse sin más. La retórica es un lugar, un topos -por usar un término retórico-, una especie de hogar que reúne en su torno narraciones diferentes, o un parque de recreo en el que cada uno juega su juego. El filólogo noruego Øivind Andersen publicó en 1995 uno de los mejores libros sobre la evolución y los diferentes aspectos de la retórica que hayan visto la luz durante los últimos años. Ha dado el autor nórdico a su libro el sugestivo título de "En la pradera de la retórica» (I retorikkens hage, Andersen [1995]). La comparación entre la retórica y una pradera en la que proliferan plantas y flores de diversas especies y en donde muchos tipos diferentes de actividades pueden tener lugar, es sumamente acertada y ha inspirado el subtítulo de mi artículo.
Hablar y decir
Para ir distinguiendo especies en la pradera de la retórica, voy a empezar por distinguir entre el hablar y el decir y, con ello, entre dos concepciones -ciertamente coordinadas, mas no por ello menos diferentes- de la retórica como arte de hablar y como arte de decir. Elegir la primera concepción implica acercarse a la filosofía y a la psicolinguística, mientras que la segunda nos conecta con la ciencia de la literatura o estilística y con la semiótica.
Hablar y decir parecerán quizá expresiones respectivamente sinónimas y ciertamente el uso cotidiano las intercambia e iguala. Pero si alguien dice, por ejemplo: «El Jefe del Gobierno habló en la televisión ayer» y un interlocutor responde preguntando: «Y ¿qué dijo?», esta pregunta carecería de sentido si el hablar y el decir significaran exactamente lo mismo. Hablar es en efecto hacer uso de una facultad, decir es usar esa facultad en un acto de expresión concreta, empíricamente apreciable. Esto hace relación a la distinción aristotélica entre prãxis y poíesis a la que volveré más adelante. Naturalmente que nadie puede hablar sin decir o formular expresiones concretas en una lengua concreta y ningún ser viviente puede decir nada concreto sin poseer la facultad de hablar. No obstante, hablar y decir son aspectos diferentes del acto concreto de hablar, dando esto lugar a sectores de estudio y análisis diferentes.
La retórica ha venido a concentrarse cada vez más, durante los siglos transcurridos desde su creación, en el aspecto del decir, más bien que en el aspecto del hablar. Haciendo otra distinción más, es de notar también cómo el análisis de lo dicho, que propiamente es objeto de la poética y de la estilística, ha atraído mayor interés que el estudio del propio decir. Durante el siglo XIX, el interés de los estudiosos de la retórica se concentró casi exclusivamente en la teoría de las figuras, a despecho de las otras partes de la retórica (inventio, dispositio, elocutio, memoria, etc.). Lo primero en el conocimiento es lo último en el ser. Yo quiero hacer resaltar aquí el aspecto hablante como fundamentador del aspecto dicente y el acto de decir como creador de lo fácticamente dicho. Dicho en orden inverso: distingo entre el arte y su producto, la acción de pintar del cuadro pintado, haciendo así que el interés por lo especialmente dicho quede en tercer lugar; pero además doy prioridad al acto de hablar como tal sobre el acto de decir, retrotrayendo así la comprensión de la retórica a su origen genuino que es el habla, la oralidad.
El origen de la retórica como materia de estudio se halla ceñido a una paradoja, pues residiendo dicho origen, de un lado, en la facultad humana de hablar, no se convierte propiamente en objeto de estudio hasta que el alfabeto y la lengua escrita han quedado establecidas, convirtiendo al acto de hablar en algo no sólo audible, sino visible, analizable y planificable. Gracias a la lengua escrita surge la reflexion sobre el hablar que lleva el nombre de Retórica. Lo cual hace a la retórica como disciplina depender de la lengua escrita de un modo que atenta a la esencia de la retórica misma, pues la lengua hablada es el uso directo de una facultad humana y con ello una acción, mientras que la escritura (especialmente la escritura alfabética inventada 700 años antes de Cristo) es una tecnología. En este hecho reside la tecnificación de la retórica y su transformación en instrumento de manipulación. «La invención de la imprenta, con ser importante, no es fundamental, si se compara con la invención de las letras», escribe Hobbes en su Leviatán. Sin lengua escrita, ni la imprenta ni la ciencia habrían surgido, ni mucho menos se habrían divulgado. Por eso califica Walter J. Ong (Ong [1982]) a la escritura como tecnología y no sólo como técnica. Lo que diferencia a la tecnología de la mera técnica, según Neil Postman (Postman [1992]) es que la técnica, el mero uso de un instrumento, resuelve problemas determinados y realiza tareas previstas, mientras que la tecnología va más alla de nuestras intenciones, transformando las estructuras que determinan nuestra forma de pensar y de actuar. Con la técnica hacemos algo, la tecnología en cambio hace algo con nosotros. Lo cual no supone que el lenguaje escrito no tenga que ver con la retórica, pero una comprensión propia y profunda de la retórica supone el restablecimiento de la lengua hablada como el fundamento a partir del cual también se comprende la lengua escrita. La alfabetización, que tantas ventajas aporta a la humanidad, transforma radicalmente, al mismo tiempo, nuestra mentalidad.
Cuando Ferdinand de Saussure creó su teoría linguística partió también de la lengua hablada como fundamento último. Pero sin el descubrimiento del concepto de fonema y sin la creación de un alfabeto fonético la linguística habría sido imposible. La lingüística saussuriana vino así a ser una teoría semiológica, una teoría de la langue, no una teoría de la parole. La teoría lingüística de Saussure adolece de una contradicción interna entre la pareja Significante/significado y la pareja lengua/habla a la que he dedicado mi atención en un texto en lengua sueca titulado «El parto del sentido» (Meningens nedkomst, Ramírez [1995b]).
El doble sentido de la palabra arte
A la ambigüedad de la retórica entre el hablar y el decir hay que añadir otra ambigüedad en el propio concepto de retórica considerada como arte. Por arte entendemos unas veces la habilidad o competencia que se adquiere mediante el ejercicio y que se manifiesta en la actividad, aun cuando el que la realiza no siempre sea capaz de dar cuenta de ella. Otras veces, sin embargo, al hablar de arte nos referimos a un conocimiento objetivado, a una descripción de cómo se crea un producto de cierta índole o cómo se produce un efecto de carácter previsto. Este último concepto del arte se convierte fácilmente en una técnica, es decir en un sistema explícito de reglas de acción para lograr algo. Nuestra palabra "técnica» procede precisamente, no sin motivo, de la palabra griega correspondiente al arte (téchne). El arte puede así referirse bien al conocimiento o bien a lo conocido, ora al conocimiento que alguien posee, ora a un conocimiento acerca de algo. El conocimiento como actividad se da en individuos humanos concretos, mientras que lo conocido adquiere una existencia propia extrapersonal, transmisible y acumulable al ser formulado sobre todo gracias a la escritura.
Si la retórica ha de ser considerada como un arte, cabe entonces preguntarse si nos estamos refiriendo a la habilidad personal y espontánea en el hablar o bien al conocimiento reflexionante acerca de en qué consiste esa habilidad (el conocimiento del conocimiento). El texto de la Retórica de Aristóteles se inicia justamente señalando el hecho de que se puede ser buen retórico sin siquiera ser consciente de ello, de la misma manera -esto ya no lo dice Aristóteles sino Molière- que aquel personaje que había escrito en prosa toda su vida sin saber lo que era la prosa. Todos los seres humanos -dice el Estagirita- se esfuerzan por argumentar y sostener afirmaciones, por defenderse o acusar. La mayor parte lo hace irreflexivamente o por un hábito que reside en su carácter. Pero si podemos hacer una cosa espontánea o inconscientemente -continúa el filósofo griego-, podremos también, por supuesto, reflexionar sobre cómo lo hacemos y crear un método de acción, teorizando así sobre el modo en que logramos nuestro fin, tanto si actuamos espontáneamente como si lo hacemos por hábito. Y todos admitirán -añade- que un conocimiento de esa índole puede denominarse arte (Aristoteles Rhêt. {1354 a 6-12}). El arte espontáneo debería, no obstante, considerarse como el arte propiamente dicho, mientras que la teorización de un arte correspondería más bien a lo que se denomina una ciencia práctica [1]. Así sucede cuando Quintiliano prescinde de la palabra ars y utiliza la expresión scientia bene dicendi, para referirse a la retórica (Andersen [1995] pág. 16). También los romanos hablaban de rhetorica docens y rhetorica utens, para distinguir la teoría, que se aprende en el aula, del conocimiento que se adquiere mediante el ejercicio (Andersen [1995] pág. 12). El profesor danés de retórica Jørgen Fafner habla de «retórica» y de «ciencia retórica» para distinguir entre la facultad de hablar bien y el saber objetivo acerca de ello.
Mi punto de partida, por lo tanto, es que la Retórica considerada como disciplina se ocupa de investigar teórica o, si se quiere, científicamente el arte de hablar. Damos sin embargo con frecuencia el nombre de retórica al arte de hablar bien, como si hubiese además un arte de hablar mal. Un «arte de hacer algo bien» es una redundancia, pues -como Aristóteles dice al comienzo de su Ética a Nicómaco {1094a, 1-2}- «Todo arte y toda investigación y, de la misma manera, toda acción y toda elección, parecen orientarse hacia algo bueno». El crimen perfecto es, por lo tanto, una acción censurable, bien realizada sin embargo dentro de su género. Esto es así porque lo bueno, en discrepancia con la opinión platónica, puede decirse de muchas maneras (Aristóteles, Ética a Nicómaco {1096a 23 ss.}.
Pero una investigación teórica acerca de un arte puede a su vez dar lugar a dos actitudes científicas que suelen denominarse ciencia descriptiva y ciencia normativa. No es lo mismo describir que prescribir. La Retórica comparte esa ambigüedad científica con la Lógica. Al incluir el arte el buen resultado en su propio concepto, podemos preguntar si estudiamos un arte para describir cómo se practica algo o para prescribir esa práctica. Nos hallamos ante la diferencia entre el ser y el deber ser del arte. Hacer de la retórica una técnica, estipulando un sistema de reglas que aplicamos conscientemente en determinadas situaciones de habla, es una tentación que ha dado y da todavía lugar a muchos cursos y a muchos manuales de retórica. Por otra parte sabemos, sin embargo, que aquello que mejor hacemos lo hacemos inconscientemente y por hábito. Cuando la técnica domina sobre el arte, cuando aceptamos de antemano una regla de acción, somos víctimas de un fundamentalismo que contradice sus propias intenciones. Pues la finalidad de la retórica debiera ser la de contribuir, mediante una reflexión consciente, a alcanzar una habilidad de actuación que no necesite seguir regla alguna. Se trata de asimilar, no de acumular conocimiento.
Esto significa que la retórica no tiene por qué crear técnicas que dicten modos de actuar en situaciones previstas, todavía no actualizadas. Lo que sí hace es proporcionarnos reflexiones y experiencias que son aprovechables para las situaciones concretas, a menudo imprevistas, que se presenten. Esas reflexiones y experiencias pueden quizá asemejarse a las reglas técnicas, pero no son más que meros consejos o advertencias. Se trata de recomendaciones o indicaciones de aquello que debe tenerse en cuenta o aquello en lo que se debe pensar para actuar en situaciones futuras [2]. Es empero la propia situación la que determina lo conveniente. Esto actualiza la consideración del concepto griego de kairós. Como dice el catedrático de retórica danés Christian Kock: «La materia concreta y la situación concreta determinan la totalidad del discurso en cuestión, la cual a su vez determina sus partes. Solamente comprendiendo lo que es el kairós puede el retórico producir una expresión en la que las partes sean el todo, una acción coordinada y relevante para una situación». «No es buena retórica seguir un procedimiento fijo, con un inventario fijo de figuras y recursos retóricos».
También yo he estudiado la función del concepto de kairós en un contexto semejante (Ramírez [1995a] pág. 166 ss.). Tras el concepto de kairós - que Christian Kock relaciona con un uso empírico prudente y yo con la prudencia en la elección y en la actuación-, se oculta el concepto aristotélico de frónêsis, que es la virtud intelectual de la prudencia en el obrar, el buen juicio. Sería interesante considerar por qué Aristóteles llamaba a la Retórica téchnê y no frónêsis, pero ello nos apartaría demasiado de nuestro razonamiento. Todo estudioso de retórica debe saber que todo discurso muestra mucho más de lo que dice. Mi lectura de Aristóteles me hizo comprender -aunque el Filósofo no lo diga explícitamente- que la retórica es frónêsis, prudencia en el uso de la palabra, y no mera téchnê o habilidad oratoria. Ello reside en la propia naturaleza del arte, tal y como yo la he descrito antes. Lo que hace artista a un pintor de cuadros no es su conocimiento de la técnica del color y del uso de los pinceles y otros instrumentos, que desde luego son conocimientos útiles para él. El arte propiamente dicho reside en la prudencia de utilizar esas técnicas y esos instrumentos para dar expresión a aquello que el artista, aquí y ahora, desea expresar. La retórica que Aristóteles calificó de téchnê no es algo que haya que seguir al pie de la letra, sino algo que hay que utilizar con prudencia para lograr un buen resultado. El arte elige la técnica y el uso adecuados. Y ese uso prudencial supone que la propia técnica se va ampliando y perfeccionando, mediante nuevas intuiciones y nuevos ejemplos. Se trata pues más bien de heurística que de metodología. Pero para distinguir entre lo que se quiere expresar y el modo concreto o material de expresarlo es necesario tener clara la distinción conceptual entre el hacer y el obrar o actuar, que en terminología aristotélica es distinguir entre poíêsis y prãxis. Pero esa distinción ha desaparecido con la instrumentalización nuestra mentalidad y de nuestra cultura (Ramírez [1995]) [3].
El hombre, animal retórico
Cinco principios fundamentales, que yo llamaría aspectos o caminos de investigación, propone Jørgen Fafner para lograr una comprensión amplia y adecuada de la retórica: la concepción de lo humano, la concepción de lo que es el lenguaje, la credibilidad (pístis), la habilidad (que yo llamo arte) y la oralidad (Fafner [1997]). Es un esquema muy útil al que me adhiero sin reservas. El primer principio o aspecto, el principio antropológico de la retórica, encaja bien con la concepción que yo sostengo de la retórica como disciplina fundamental. La tesis de partida para esta concepción antropológicamente fundamentada de la retórica puede encontrarse en un lugar tan leído como mal meditado y analizado de la Política de Aristóteles {1253a 7-18}:
«Está claro por qué razón el ser humano es un animal social en mayor medida que cualquier abeja o cualquier animal gregario: la naturaleza no hace -como es usual decir- nada en vano y entre los animales solamente el ser humano está en posesión de lógos. El sonido producido por la voz es signo de dolor y de placer y por eso también los animales lo tienen, pues su naturaleza les permite sentir dolor y placer y dar a conocer ese sentimiento entre ellos; pero el lógos permite manifestar lo provechoso y lo nocivo, así como lo justo y lo injusto siendo atributo exclusivo del ser humano, a diferencia de otros animales, el tener conocimiento de lo bueno y lo malo, lo justo y lo injusto, etc. Y la participación en estas cosas es lo que da su origen a la sociedad doméstica y a la sociedad civil.»
Este pasaje central representa el punto de partida de una antropología y de una teoría de la acción comunicativa que puede medirse con la de Habermas aventajándola. El lógos griego, que significa tanto la acción de pensar como la de hablar (ratio et oratio, como diría Cicerón, jugando con las palabras, para reconstruir el viejo concepto griego que la ratio latina convierte en unilateralmente cognitivo) es lo que caracteriza y distingue al hombre del animal, por un lado, y de Dios por otro. Estudiar la facultad discursiva del ser humano es lo mismo que estudiar al propio ser humano, pues la facultad de palabra es la diferencia específica del ser humano y comprender al hombre es comprender lo que supone el hablar. Con esto se constituye la retórica, concebida como la investigación científica del uso de esa facultad, en lo que Jørgen Fafner llama una ciencia fundamental (Fafner [1997]), yo diría que el más fundamental de nuestros conocimientos teóricos.
Aun cuando Aristóteles comienza su tratado de retórica señalando que la retórica es la contrapartida (antístrofos) de la dialéctica -siendo la dialéctica, junto con la analítica, los nombres que Platón y Aristóteles utilizaran para referirse a lo que llamamos lógica- la tradición ha querido asociar la retórica a la poética más bien que a la lógica. Se ha dicho que la concepción occidental de la racionalidad y de la ciencia habrían sido muy diferentes si los escritos retóricos de Aristóteles hubieran sido clasificados entre los escritos que Andrónico de Rodas denominó Órganon, es decir entre sus escritos lógicos. Yo creo sin embargo que la explicación que cabe es justamente la inversa: la concepción de la ciencia, la racionalidad y la lógica dominante en Occidente, una concepción en la que la inspiración platónica ha mantenido una influencia decisiva hasta nuestros días, ha influído también en los compiladores que clasificaron los escritos aristotélicos. El desprecio platónico de la mera opinión cotidiana (dóxa) y su admiración por el pensamiento exacto de la matemática siguen vigentes en nues-tra cultura. La retórica, que parte de la actitud lingüística espontánea del hombre en su entorno, era menospreciada Platón.
Se nos ha enseñado a considerar a Aristóteles como el padre de la lógica y del lenguaje científico; pero cuando el Estagirita, en el pasaje citado, describe al lógos (entendido no ya como mera racionalidad, sino como facultad de expresar el pensamiento en palabras) como la propiedad diferencial del ser humano, no habla para nada de un conocimiento «verdadero». La capacidad del lógos supone en ese pasaje central la capacidad de distinguir entre lo justo y lo injusto, entre lo provechoso y lo perjudicial, más bien que entre lo verdadero y lo falso, a lo cual no alude explícitamente [4]. Con esto, por lo menos en el pasaje citado, el lógos aparece unido para Aristóteles no a la razón teórica, sino a la razón práctica, a una forma de pensa-miento que no se dirige a la consecución de ningún conocimiento exacto o científico, sino a un conocimiento que oriente al ser humano en la elección de sus actos. El filósofo vuelve repetidas veces en sus escritos a esta distinción entre lo que él describe como «un conocimiento de aquello que no puede ser de otra manera» (el conocimiento científico) y «un conocimiento de lo que puede ser de otra manera» (el conocimiento del obrar), es decir entre lo que es dado por necesidad natural y aquello que depende de la actuación de los seres humanos (Ét. a Nic. {1112a 18 ff}, {1140a 30 ff} Ret. {1359 a 30 ff}). Pues cada forma de conocimiento exige su método especial, escribe en Ét. a Nic. {1094b 11 ss}. Lo sistemático y lo problemático son sectores diferentes del conocimiento que hemos de tratar de manera diferente (Ramírez [1995a] cap. V). Demostrar y deducir es una tarea lógica, razonar y elegir es una tarea discursiva y, por ende, retórica. Pensar lógicamente es como calcular o ir explicando lo que está dado. El discurso retórico en cambio supone razonar acerca de lo que puede llegar a ser y de lo que hay motivo suficiente para admitir. La lógica se ocupa de lo teórico y universalmente válido, la retórica se ocupa de lo práctico y de lo cotidiano y de lo probable. Con lo cual todo tipo de razonamientos acerca del obrar o el hacer, ya se trate de asuntos diarios, de política, de planificación y urbanismo, de tratamiento de problemas y situaciones concretas o de decisiones de diferentes clases, es objeto de actividad retórica, discursiva.
La primacía de la práctica
Oponer dicotómicamente la lógica a la retórica y la teoría a la práctica es, sin embargo, fomentar una falacia. En principio no existen ni la lógica ni la teoría en sentido propio, sino que el punto de partida de éstas es la práctica, la acción retórica. La propia teoría y la propia lógica son también resultado de una práctica intelectual, ya que una teoría y una ciencia tienen también que ser hechas y la lógica es un sistema formal que también se crea mediante una actividad retórica, reflexiva y deliberante. Incluso Gottlob Frege advirtió que, cuando los matemáticos discuten y razonan entre ellos, surge un discurso retórico. Sin el estadio previo de la lengua escrita no existirían sin embargo ni la lógica ni la ciencia.
La retórica como ciencia es el conocimiento de cómo el ser humano construye su mundo dia lógos, mediante el lógos. En principio era el Lógos. La retórica como arte es el uso de esa facultad de hablar que nos ha enseñado a pensar y que crea nuestro mundo humano. Eso es el factum verum (Vico [1710]): el ser humano sólo puede comprender lo que él mismo ha hecho, lo demás sólo es comprensible para Dios. El ser humano no tiene naturaleza sino que tiene historia. Retórica es el conocimiento del hablar y del decir, no de lo dicho, mientras que una teoría es siempre algo ya dicho o, más propiamente, ya escrito. Para la teoría y para la lógica vale estrictamente sólo lo dicho, las palabras. Éstas son tomadas como semánticamente unívocas y todo cálculo lógico exige que a cada significante corresponda solamente un significado a lo largo del proceso lógico. Todo lo que no sea metafísica de la presencia reificada es aquí inválido. Pero el ser humano es, como decía Protágoras, la medida de todo, tanto de lo dado como de lo que se oculta o no aparece. La retórica como el conocimiento de la actividad fundamental del ser humano se hace consciente y considera tanto lo que se dice como lo que no se dice. Pues también el callar o el dar de lado a un asunto es significativo; en cambio una semiótica del silencio es imposible, puesto que la semiótica exige como punto de partida un signo, siendo incapaz de manejar adecuadamente su ausencia. El silencio, lo omitido al ha-blar, puede ser entendido y tiene significado sólo para una investigación retórica (Valesio [1986], Ramírez [1995]). Mientras que para la semiótica lo más importante es el significante y en éste ve el semántico el representante aprehensible del significado, para la retórica tiene valor todo lo que se manifiesta o hace patente mediante el decir (dia lógos); pues la retórica no toma las palabras «al pie de la letra», ya que la retórica sabe que el lenguaje se yergue sobre la ironía y que el decir dice siempre más y a menudo otra cosa que lo que parece decir. Por eso es constantemente necesario interpretar y reinterpretar lo dicho (Ramírez [1992]).
De lo dicho se desprende que la retórica, como yo la presento aquí, es propiamente una teoría de la acción humana, una teoría del hablar y del decir. Hablar es prãxis, decir es poíêsis. Se trata de entender lo que hacemos, no sólo lo que decimos con las palabras. Y así de las palabras se transciende a la Palabra, a la acción, no quedándose en el mero resultado de la acción. En este sentido la retórica se vislumbra como una teoría de, en primer lugar, el arte de hablar y, en sentido derivado o secundario, como una teoría del arte de decir: no una teoría de las palabras usadas, sino de la propia elección y uso de las palabras. Séneca consideraba la elocuencia como el arte de las artes y como el camino de acceso a cualesquiera otras artes. Para mí es la retórica el conocimiento de la actividad fundamental del hombre. Pues la actividad locutoria y el hecho de que el ser humano tiene la facultad de hablar están presentes en todas las demás actividades específicas del ser humano. Sin esa facultad no se habría desarrollado ninguna de las otras actividades humanas. Por eso no es tan absurdo o exagerado como alguien quizá piense el considerar la retórica como una teoría de la acción.
El estudio de la retórica coincide pues con el propio discurso humano (Valesio [1986]). Pensar y hablar es la actividad fundamental presente o latente en cada actividad humana pero especialmente en actividades intelectuales y universitarias. Aprender una disciplina práctica y realizar la tarea a que esa disciplina va encaminada es una actividad que parte de una deliberación acerca de lo que se deba o no se deba hacer y acerca de la manera adecuada de llevar a cabo la tarea prevista. La retórica es el conocimiento de lo que es común a y está presente en toda acción humana, sin ser específico de ninguna acción concreta. Construir ciudades, curar enfermedades, organizar empresas o instituciones, toda actividad práctica de cualquier tipo, parte de un fondo común lingüístico-conceptual retórico. «Unos seres humanos lo hacen sin reflexionar o por costumbre, pero ya que puede realizarse de esta manera, también ha de ser posible estudiar su método. Pues podemos investigar por qué los que siguen su costumbre o actúan sin reflexionar en lo que hacen tienen éxito en su tarea. Y una investigación de esta índole es lo que llamaríamos un arte.» (Aristoteles Ret. {1354 6 ff}). «Otras artes buscan su materia en diferentes fuentes, pero lo que afecta al arte de hablar es inmediatamente accesible y afecta a la relación entre los seres humanos y a la comunicación cotidiana», dice Cicerón (Andersen [1995] 6.4). Toda acción humana, cotidiana o profesional exige una actividad racional que consiste en entender la situación, describir adecuadamente el problema y la tarea, deliberar acerca de lo que deba hacerse y proponer la manera adecuada de realizarlo. Este arte común de evaluar, juzgar y deliberar mediante el pensamiento y la palabra, de buscar el concepto adecuado y la expresión correcta para cada situación, es lo que la disciplina retórica se propone investigar. Por ello es la Retórica una disciplina humanista fundamental acerca de la acción humana que afecta a todas las otras actividades humanas, sean profesionales o no.
Retórica y filosofía
Algún lector se estará preguntando si no trato de otorgar a la Retórica un papel que tradicionalmente ha estado reservado a la Filosofía. La filosofía pretende también ser un saber que afecta a todos los demás conocimientos humanos. La filosofía es el saber del saber. En Noruega se mantiene todavía hoy un examen philosophicum obligatoria para toda enseñanza superior, instaurado por iniciativa del filósofo Arne Næs. Mas a pesar del papel que se ha arrogado en todos los tiempos, desde los griegos hasta nuestros días, la filosofía se halla al margen de la mayor parte de las discusiones más importantes de nuestro tiempo [5].
La filosofía dice ocuparse de la teoría del conocimiento, de la lógica y de la ética. Pero una investigación a fondo muestra que la Teoría del Conocimiento que se profesa en nuestras instituciones de filosofía es solamente una teoría del conocimiento teórico. El que los términos «teoría del conocimiento» y «epistemología» se hayan convertido en sinónimos en las lenguas nórdicas y anglosajona es muy revelador, ya que epistemología significa etimológicamente teoría de la ciencia. La teoría del conocimiento práctico se llama Retórica y la retórica no tiene cabida en las instituciones de filosofía [6]. La filosofía se dedica al conocimiento verdadero y un conocimiento de esa índole sólo se puede dar en la ciencia. «La filosofía busca la verdad en el mundo y detrás del mundo. La retórica se ocupa de la realidad que es creada por los hombres en el lenguaje», escribe Øivind Andersen (Andersen [1995] 6.4).
El instrumento del conocimiento téorico y de la ciencia es la lógica, un cálculo objetivo y en la actualidad además formalizado, que se desentiende del pensamiento práctico y de la acción. Pues esa lógica formal de la acción que von Wright y otros filósofos han intentado elaborar [7], no ha conducido a resultados de aplicación práctica. La lógica de la práctica se denomina también Retórica y la retórica no se deja reducir a cálculos formales.
Por lo que se refiere a la filosofía llamada práctica, la ética moderna huye de la acción como del demonio. La justificación de una acción se establece, según esta ética, o bien con referencia a su resultado (ética utilitarista) o bien a una regla preestablecida (ética deontológica). Pero la ética no puede consistir ni en obedecer a una regla ni en adaptarse a un resultado. Ética es teoría de la acción humana y lo que sea la acción justa en cada situación se decide en una deliberación racional, es decir en un discurso retórico. Retórica y ética son dos caras inseparables de la acción humana. La Ética, la Política y la Retórica establecen en la obra de Aristóteles un triángulo de hierro que da expresión a la filosofía práctica. Pero mientras que la retórica y la ética aristotélicas constituían dos aspectos complementarios de la frónêsis, desemboca la filosofía práctica moderna o bien en un callejón sin salida metaético que encajaría bien en la épistêmê aristotélica, o en una disciplina normativa que equivale a la téchnê. Eso de frónêsis le «suena a griego» a la filosofía universitaria de nuestros días.
Es sin embargo Isócrates, más bien que Aristóteles, quien en la Atenas del siglo V a. de Cr. defendía la íntima relación entre la filosofía y la retórica. El ideal de su escuela era la formación humana o paideía y esa formación se alcanzaba mediante una comprensión (frónêsis) que conlleva la facultad de elegir lo justo y de ser convincente en cada situación concreta (kairós). Para Isócrates es kairós uno de los conceptos centrales de la retórica. Pero debemos a Aristóteles el desarrollo de la concepción de ciudadanía (polîteía) y de comunidad (koinõnía). En su obra encontramos conceptos y elementos para una discusión moderna acerca de una sociedad del bienestar de carácter totalmente diferente al modelo de sociedad consumista y pesetero que nos ha tocado en suerte vivir.
La retórica de la retórica
En la sociedad moderna la denominación de "retórica» ha venido a referirse al discurso manipulador, como si hubiera discursos no retóricos. Retórica y ética se han venido a concebir como extremos opuestos. Cuando la retórica ha sido utilizada como método de análisis, se ha puesto al servicio de la agitación política o de la propaganda comercial. En el mundo universitario la ciencia de la literatura ha sabido utilizarla para sus análisis de textos. La filosofía práctica ha incorporado a veces algunos elementos de la retórica en una teoría de la argumentación que es una prolongación de la lógica. Diferentes escuelas lingüísticas como los sociolingüistas, han sacado también provecho de alguna parte del tesoro retórico. Cognitivistas y teóricos de la comunicación también se han aproximado a la perspectiva retórica. Por lo demás, la retórica se ha concebido como un arte de persuadir que simplifica y empobrece la riqueza de aspectos de una retórica fundamental. Ciertamente que todo acto comunicativo lleva implícito el intento de convencer, de la misma manera que apagar la sed es un efecto relacionado con la bebida, pero un efecto deseado no constituye sin más el ser de una acción o de una cosa. El luchar obcecada y unilateralmente por un fin aislado conduce a menudo a lo opuesto de lo que se pretendía. Esto exigiría sin embargo una disquisición más extensa de lo que me permite este artículo.
La retórica abarca una pluralidad de aspectos y no resiste que se la escinda sin que su núcleo esencial se pierda. Si pensamos, por ejemplo, en los tres elementos clásicos de la retórica que constituyen la base de todo discurso convincente (ethos, pathos, lógos) éstos no pueden ser utilizados cada uno de por sí, excluyendo a los otros, sin que el objetivo se vea malogrado. La efectividad retórica se determina mediante la atención coordenada a esos tres elementos inseparables. Algo semejante sucede con las partes tradicionales de la retórica, conocidas desde Herenio: inventio, dispositio, elocutio, memoria, pronunciatio. Si se toman en consideración como partes separadas e independientes, el discurso pierde su vigor y efecto. El orden del discurso o dispositio y su desarrollo práctico o elocutio exigen creatividad y genio (inventio), la inventiva no puede existir sin la memoria, y así sucesivamente. Esos elementos retóricos integrados en una totalidad no constituyen meras reglas sino que son llamadas de atención o sugerencias acerca de lo que es preciso tener en cuenta para analizar, entender o preparar situaciones de habla. Una preparación excesiva daña sin embargo la calidad del discurso. Un acto de habla resulta a menudo mejor si se desarrolla de una manera espontánea basada en una larga experiencia. De la abundancia del corazón habla la lengua. Estar dispuesto es más importante que estar preparado.
La retórica se concibe y se ha usado como instrumento analítico de crítica, lo que subraya su parentesco con la filosofía. Una regla de oro en filosofía es la que recomienda probar las tesis planteadas con esa misma tesis o lo que, citando Marx, podría formularse: «Las armas de la crítica no deben olvidar la crítica de las armas». Esta norma de acción intelectual conduce a veces a paradojas, pero es justamente a esas paradojas a lo que hay que estar atento. Aplicado a la retórica, dicha norma exige una investigación retórica de la retórica, es decir una investigación de la retórica de la retórica. Pues «nada cae fuera de la retórica, ni siquiera sus propios procedimientos» (Valesio [1986]).
Esta autocrítica o autoinvestigación nos hace justamente transcender de lo dicho al decir y del decir al hablar. Con otras palabras: conduce de la cosa a la acción. Es importante no dejarse engañar por sus propias palabras y comprender cómo los conceptos dan forma y a veces deforman nuestra realidad. Piénsese por ejemplo en el propio concepto de "concepto». Esa denominación nos lleva a creer que el concepto tiene un contenido, lo cual conduce a conclusiones catastróficas. Un concepto retórico aparece de este modo a una nueva luz. Un ejemplo de esto es la tópica, que para los investigadores alemanes de la literatura se refería a ciertas expresiones o formulaciones establecidas, pero que en un sentido más profundo se refiere a la manera de crear y utilizar esas expresiones o fórmulas (Viehweg [1963]). Otro ejemplo es el de la figuras o tropos, que durante largo tiempo ocupó el interés total de la retórica.
Haciendo retórica de la retórica alguien ha dicho que la palabra «metáfora» es una metáfora y que una teoría de la metáfora supone una metáfora de la teoría, algo que resulta más ingenioso que inteligible. Pero lo importante es quizá reconocer que lo que la retórica llama metáfora y metonimia, ambas son resultado de un desplazamiento metonímico. Metáfora y metonimia representan en realidad procesos mentales ocultos tras el resultado semántico a que se dedican los manuales de retórica al uso. Sin negar el valor de los muchos e inteligentes estudios que se han hecho acerca de la metáfora y de los pocos que se han hecho acerca de la metonimia, los dos conceptos retóricos tradicionales descubren, en una investigación atenta, una esencia más profunda que lo que una figura retórica al uso supone. En realidad se trata de procesos de creación conceptual. Quien vio esto bien fue Nietzsche. Pero ya Vico había indicado el camino y el psicoanálisis y la psicolingüística, especialmente Roman Jakbsson y Jacques Lacan, han ido allanándolo a través de intrincados parajes. Todo ello me llevó a mi a entender que Metáfora/metonimia es el mecanismo mental que crea nuestros conceptos y hace visible el sentido del mundo mediante el lógos (dia lógos). No es difícil mostrar que no sólo algunas palabras especiales sino todas las palabras de la lengua som creadas mediante una acción metafórica combinada con una búsqueda dinámica que es una acción metonímica (Ramírez [1995b][1992 & s.]. De esto y de la ironía como fundamentación del lenguaje y como paradoja existencial en sentido kierkegaardiano (Kierkegaard [1846]), me he ocupado en una parte de mi investigación retórica que he dado en denominar Fenomenología del Concepto y que todavía no ha transcendido del ámbito de las aulas y del seminario.

[*] Reproducido en la Revista RELEA - Universidad Central de Venezuela, Facultad de Ciencias Económicas y sociales, septiembre 1999.
[**] José Luis RAMÍREZ GONZÀLEZ (Nacido en Madrid , 1935). Entre 1970 y 1980 fue miembro de la Junta de Gobierno y Consejero (Teniente de Alcalde) Director del Plan Municipal de Haninge, un Ayuntamiento de más de 50.000 hab. de la región de Estocolmo (el nº 28 en de los ayuntamientos por población). De 1980 a 1983 fue Jefe del Servicio de Actividades Culturales del Ayuntamiento de Ludvika (Dalecarlia). Colabora desde 1984 en el Instituto NORDPLAN, una escuela superior de postgrado para funcionarios de la administración pública, especialmente municipales, patrocinada por el Consejo Nórdico. Cursó de doctorado en planificación (Nordplan), Stockholm 1984-1987. Profesor asistente de cursos de doctorado del Instituto Nórdico de Planificación (Nordplan), Stockholm 1987-1993. Creador y director del curso Filosofía para planificadores e investigadores de planificación (Nordplan) 1990 y 1991. Profesor y co-director, junto con el catedrático, del curso anual de 5 semanas en Teoría de la acción como ciencia humana (Nordplan) 1992-1996. Director de un proyecto de investigación sobre Teoría de la Acción y de la Planificación como ciencia humana, financiado por el Consejo de Investigaciones Urbanísticas, 1993-1995. Promovido a Docente en Planificación Territorial en la Sección de Infrastructura y Planificación Pública de la Escuela Superior Politécnica de Estocolmo el 13/6 1997. Lección magistral: Sobre el conocimiento tácito de los planificadores. Designado profesor de Teoría de la acción y de la planificación en la Institución de Arquitectura del Paisaje de la Universidad Agraria. Cuenta con mas de 30 años de intensa actividad como conferenciante y director de seminarios y mas de una decada. como organizador de cursos. Ha realizado numerosas publicaciones. Corresponsal de la Revista CIUDAD Y TERRITORIO, Ministerio de Medio Ambiente. Miembro del Consejo de Redacción de la revista Rhetorica Scandinavica.

NOTAS
[1] El teorizar sobre un arte supone, sin embargo, a su vez un nuevo arte: el arte de teorizar, es decir el arte de formular y describir lo que se piensa de manera adecuada, inteligible y convincente.
[2] Cabe por lo tanto hablar más bien de heurística que de método predeterminado.
[3] No es nada extraño que la ética moderna tienda a reducirse o al utilitarismo o a la deontología, perdiéndose de vista la ética del obrar como tal, es decir la ética en el sentido que esta palabra tenía para su creador, Aristóteles.
[4] Es cierto que añade kaì t_n áll_n («y todo lo demás» o etcétera), pero lo significativo es que destaca los valores de la razón práctica y deja en el anonimato a los de la razón teórica.
[5] Esto es palpable en Suecia, donde la filosofía, encerrada en sus instituciones universitarias y dominada por el positivismo lógico, de una parte, y por el utilitarismo de la otra, no participa todavía en ninguno de los proyectos pluridisciplinarios modernos.
[6] En Dinamarca, donde ha habido más sensibilidad para estas cosas, hay una institución en Copenhague que se denomina Institución de Filosofía, Pedagogía y Retórica. Quintiliano se sentiría muy a gusto.
[7] Véase p. ej. su Logic of preference de 1963, o Norm and Action, que ha sido publicada al castellano por la editorial Tecnos en 1970 con el título de «Norma y acción. Una investigación lógica».

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