DISCURSO PRONUNCIADO EN LA ASOCIACION DE ESTUDIANTES DE CARACAS [1]
“Bolívar y la juventud”
Manuel Baldomero Ugarte
[13 de Octubre de 1912]
Sólo los pueblos que son fieles a su pasado se imponen al porvenir. Por eso es que mi primer acto al llegar a Caracas fue un homenaje ante una tumba. No necesito pronunciar el nombre porque está en todos los labios. Al conjuro de su gesto ha florecido la independencia y la libertad desde el Orinoco hasta el istmo y desde Colombia hasta el Perú...
Y confieso que cuando mi mano temblorosa depositaba unas flores sobre la tumba del padre de nuestras nacionalidades, sentí como una iluminación interior. Porque para un americano de habla española que siente la atracción de los orígenes, que alimenta el orgullo de los laureles continentales y que, atraído por los múltiples lazos que nos unen, ve en la América Latina su Patria Grande su nacionalidad total, nada puede ser más emocionante que evocar en esta república la enorme cabalgata de victorias que surgió al conjuro del héroe del cual nos enorgullecemos todos.
Al salir a regar por América la libertad y la luz, al romper, en un movimiento genial, los límites de la patria chica para sentar las bases de la empresa más alta que recuerdan los anales de continente, Bolívar fue algo así como la adivinación y la encamación del sentimiento colectivo que viene a traducirse ahora, un siglo más tarde, ante la amenaza invasora, en acercamiento entusiasta y en noble fraternidad.
El ímpetu que nos anima, el fuego que enciende las manifestaciones enormes que he visto en tomo mío en México, en El Salvador y en todas las repúblicas que he visitado, la emoción que nos ha embargado aquí durante las últimas luchas, derivan fundamentalmente de las concepciones del ciclópeo defensor de la América libre, del hombre sobrenatural que sabía leer en el futuro y hacer que las montañas se abrieran ante sus ejércitos como las aguas del mar ante Jesucristo. Por eso es que si se realiza el proyecto de fundar en Caracas una agrupación destinada a defender el acercamiento latinoamericano, yo creo que ella podría ahorrarse el trabajo de formular un programa y de hacer una declaración de principios con sólo levantar, como suprema bandera, el nombre simbólico de "Sociedad Bolívar".
La juventud de Venezuela, que ha realizado una proeza más probando que por sobre todas las consideraciones está la dignidad nacional y el patriotismo de los pueblos, es la heredera legítima de las tradiciones de los héroes de la independencia. En medio de tantas contrariedades, me llevo la visión posible de una patria renovada de un continente rehecho por los que empiezan a vivir. Y al encontrarme ahora aquí, fraternizando con los que sobrenadan triunfalmente en medio del naufragio de las generaciones, respirando el oxígeno de las cimas incontaminadas que se tiñen de reflejos rosados bajo la sonrisa de una aurora nacional, olvido todas las tristezas y todas las desilusiones del camino, porque veo que aquí hay elementos sobrados para realizar la obra de sacrificio y de austeridad que se impone a nuestros pueblos, obligados por una fatalidad de la historia a defender al propio tiempo la libertad y los límites, impelidos por la fuerza de las circunstancias a sanear, con el mismo gesto, la patria chica y a solidificar la grande.
Gracias por esta manifestación que me emociona intensamente en estos momentos en que me preparo a abandonar el país. Nada sería más triste que un adiós después de largas semanas de lucha, si no existiera entre nosotros y por encima de nosotros, la obra realizada y la decisión de continuarla hasta el fin. Pero, de cerca como de lejos, seguiremos en comunión constante confundiendo la propaganda con la acción en la gran batalla campal en favor de nuestros intereses paralelos, convencidos que de norte a sur de la América Latina debemos tener dos ideales: la prosperidad interior y la independencia nacional y debemos tener dos odios: las ambiciones personales y las intervenciones extranjeras, como tenemos dos puntos de apoyo: el recuerdo de nuestro pasado intangible y la esperanza de un porvenir triunfal.
Yo no soy el agitador, ni el demagogo que dicen algunos. Soy, por el contrario, un hombre sereno y amigo de la paz. Quisiera que todos los conflictos entre los pueblos se resolvieran en el orden y por la razón. Pero ante la agresión sistemática, ante la intriga perenne, ante la amenaza manifiesta, todos los atavismos se sublevan en mi corazón y digo que si un día llegara a pesar sobre nosotros una dominación directa, si naufragaran nuestras esperanzas si nuestra bandera estuviera a punto de ser sustituida por otra, me lanzaría a las calles a predicar la guerra santa, la guerra brutal y sin cuartel, como la hicieron nuestros antepasados en las primeras épocas de América, porque en ninguna forma ni bajo ningún pretexto podemos aceptar la hipótesis de quedar en nuestros propios lares en calidad de raza sometida. Somos' indios, somos españoles, somos latinos, somos negros, si queréis, pero somos lo que somos y no queremos ser otra cosa. Hay una incompatibilidad fundamental entre los dos grupos que conviven en América, hay una demarcación entre las dos civilizaciones. Amigos, siempre; súbditos, jamás.
Mi viaje obedece al deseo de contribuir a evitar esas tristes y supremas resoluciones. No debemos ir al sacrificio inútil, debemos preparamos serenamente para oponer, dentro de la paz, el bloque de la solidaridad latina. Que el nombre de Bolívar sea nuestra bandera superior y que, en los conflictos que se anuncian, sepamos reanudar la tradición de los que nos dieron la patria y el orgullo de lo que somos.
El progreso lento que algunos nos reprochan es preferible a la abdicación de la nacionalidad, como la pobreza es preferible a la deshonra. Que sí, por imposible, el desamparo fuera tan grande que un día nos quedáramos desnudos, nos envolveríamos en nuestras banderas y seguiríamos atravesando la historia como los ejércitos de hace un siglo, privados de todo, pero iluminados por el sol de la libertad.
Los nuevos núcleos juveniles de América han soñado una campaña heroica: la reconstrucción de las autonomías nacionales, el reverdecimiento de la plenitud viril de nuestro continente, la afirmación definitiva en los siglos de la tradición hispana, aliada al empuje inmortal de Bolívar y San Martín. Por haber encabezado ese empuje me he encontrado rodeado de una ola de calumnias y de intrigas, nacidas de la zona de sombra donde se mueven los que lo sacrifican todo al éxito inmediato. En realidad, no se han ensañado contra mí, sino contra la idea de libertad sin compromisos, contra el empuje hacia la independencia, sin humillaciones, contra la aspiración hacia la autonomía sin cortapisas, contra el total afianzamiento de la personalidad de las naciones hispanas del nuevo mundo, libradas hoy, por la ambición y los apetitos a todos los azares y todas las desventuras.
Por eso sólo han conseguido provocar la reacción que denuncia esta enorme asamblea. Mientras existan juventudes como la que hoy saludo en este recinto, la América Latina será inmortal.
MANUEL UGARTE
[1] Fuente: publicado en el libro Mi campaña hispanoamericana, Edit. Cervantes, Barcelona, 1922.
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