noviembre 07, 2010

Discurso de Manuel Ugarte al llegar a Bogotá: "El ideal de los hombres de la Independencia" (1912)

DISCURSO AL LLEGAR A BOGOTÁ [1]
El ideal de los hombres de la Independencia
Manuel Baldomero Ugarte
[20 de Septiembre de 1912]

Hace un siglo, en época en que las comunicaciones eran incalculablemente más difíciles que hoy, los hombres de la independencia pasaban de una república a otra, determinando grandes empujes colectivos y soberbios ímpetus continentales en nombre del ideal común que les empujaba a la independencia.. ¿Cómo no hemos de ponernos en contacto en estos tiempos en que estamos tan cerca los unos de los otros, para defender en bloque, ante el peligro posible, la integridad nacional y la dig¬nidad de nuestras banderas? El movimiento que ha nacido simultáneamente, anónimamente, en todos los corazones, de norte a sur de la América Latina, no es más que un corolario obligado de nuestra historia, no es más que una manifestación de respeto ante nuestros padres, que si nos vieran resignados a inermes ante el peligro saldrían airados de sus tumbas a preguntarnos que habíamos hecho del legado que nos entregaron intacto, después de haber regado con su sangre las tres cuartas partes del continente.
El viaje que he emprendido no es en su esencia un acto personal, es la interpretación visible de la inquietud que nos devora, de la ansiedad que nos oprime a todos.
Empujado por la situación, he abandonado mi modesto retiro para correr de ciudad en ciudad, difundiendo la alarma. Siempre he creído que el escritor no puede dejar de ser un ciudadano, y es como ciudadano que voy golpeando a todas las puertas para recordar la catástrofe que nos amenaza. No basta que cada cual esté dispuesto a defender su vivienda. Es necesario que conjuremos colectivamente el flagelo, que defendamos en conjunto nuestras tradiciones, que preservemos nuestro porvenir común, manteniendo nuestra lengua, afianzando nuestra autonomía, haciendo imposible la infiltración y trazando con nuestras voluntades un límite a la invasión de las aguas.
Mientras existan pueblos ardientemente patriotas como este, la América Latina será inmortal. Colombia ha sido siempre entre nosotros un maestro de altivez y veo que no desmiente las nobles tradiciones de esta tierra, donde, si tendemos el oído, todavía resuena en las montañas el paso imperioso del caballo de Bolívar.
Hace cuatro meses, cuando el ímpetu de la propaganda me llevó hasta el mismo campamento enemigo, hasta la tribuna de la Universidad de Columbia, en la propia ciudad de Nueva York, para gritar al pueblo yanqui los atentados de que somos víctimas, había una imagen que se alzaba constantemente en mi espíritu: la imagen de Colombia herida por la injusticia, inmovilizada por la fuerza, pero siempre orgullosa y valiente, confiada en las revanchas del porvenir y en la suprema justicia de Dios. Desde que he pisado esta tierra he visto que no me había equivocado: lejos de inclinarse ante el fuerte y de temblar bajo la amenaza, el espíritu público ha reaccionado virilmente y la visión que me daba ayer confianza ante el adversario, resurge en este instante agigantada y ennoblecida. Ahora veo a Colombia erguida de nuevo sobre sus montañas co¬mo en tiempos de la epopeya, agitando su brazo mutilado como un supremo estandarte y llamando a la América toda a realizar la segunda independencia.
Secretamente, insensiblemente, las naciones que se formaron en los territorios que antes dominara España han ido pasando a una situación indecisa, y esta es la hora, - hay que tener el valor de decirlo, en esta encrucijada de la historia que saca a la superficie todos los instintos y los rencores viejos, esta es la hora, digo, en que los sueños de independencia de nuestros países están en peligro y hay que levantar la voz antes de que de todo ello solo quede un recuerdo esfumado ante las hoscas realidades, que nos atan económicamente a los grandes núcleos dueños del mercado mundial o políticamente a las naciones caudillos que dominan el escenario del mundo.
Los problemas de América no son las rencillas artificiales para saber cual será la línea divisoria en el Río de la Plata; como se resolverá la situación de Tacna y Arica, en que forma acabará el pleito entre Costa Rica y Nicaragua. Si ahondamos bien en esos conflictos vemos las manos que los manipulan y advertimos los grandes intereses en juego. En el pleito de Costa Rica y Nicaragua solo está en tela de juicio la posesión total del golfo de Fonseca por los Estados Unidos; en la diferencia entre Chile y el Perú solo asoma el deseo de tener en jaque la fuerza militar de Chile, único país sólido que rechaza en el Pacífico la ingerencia y la tutela; en la cuestión de las aguas del Río de la Plata, surge claramente el deseo de que el inmenso estuario se con-vierta en mar libre que sirva a las escuadras de Inglaterra y de Estados Unidos para dictar la ley en el sur del Continente.
La unión es para nosotros tan necesaria como la luz.
Bolívar quería el establecimiento de una Cámara o tribunal superior que nos sirviese dentro de la América Latina de consejo en los grandes conflictos, de fiel intérprete en los tratados públicos, de conciliador en nuestras diferencias y de punto de contacto en los peligros comunes. Los hombres diminutos de nuestros días, atenaceados por el miedo, no han sabido llevar a la práctica las concepciones gigantescas de nuestro gran padre común. Pero en el terreno moral, en el orden superior en que se mueven los espíritus, ese organismo existe, mantenido por la fuerza incontrarrestable que se llama juventud.
Por eso somos invulnerables, porque traíamos de continuar la tradición de un pasado glorioso; y to¬das las medidas que se puedan tomar contra nosotros no impedirán que florezca en nuestros corazones el espíritu inmortal de nuestra raza, no impedirá que sigamos sintiendo en nuestras venas la palpitación tumultuosa de la sangre de los héroes que constituyeron nuestras nacionalidades.
Los estudiantes son los depositarios del porvenir.
La misma injusticia con que algunos os atacan, prueba la gran fuerza moral que reside en vosotros. Hecha flor en vuestras almas está la visión sublime del futuro. Y la historia de un pueblo será tanto más gloriosa cuanto mayor sea la influencia de que vosotros dispongáis dentro de él. Pero el esfuerzo no debe ser la obra de un pasajero entusiasmo, sino el resultado de una convicción durable.
Recordemos que en nuestras tierras hay hom¬bres para los cuales las ideas de solidaridad latina resultan peligrosas e inusitadas, recordemos que la patria solo puede vivir por nuestra vigilancia y por nuestra inquietud heroica, porque tenemos que sostenerla como una cúpula, con nuestro esfuerzo infatigable y recordemos, en fin, que las verdaderas banderas son las que llevamos dentro y que por encima de las fronteras de nuestra patria directa está hoy, como hace un siglo, la América Latina dentro de la cual comulgamos todos, la patria grande del porvenir.
MANUEL UGARTE

[1] Fuente: publicado en el libro Mi campaña hispanoamericana, Edit. Cervantes, Barcelona, 1922.

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