noviembre 08, 2010

"El idioma invasor" Manuel Ugarte (1929)

EL IDIOMA INVASOR [1]
Manuel Baldomero Ugarte
[Diciembre de 1929)

Más de una vez se ha criticado en nuestra América la debilidad complaciente con que toleramos la difusión agresiva de otro idioma. Se observa su auge en las escuelas, en el mundo de los negocios, hasta en los letreros callejeros que empiezan a falsear el aspecto de las ciudades imponiéndoles un empaque anglosajón.
Fomentada por la avidez de lucro de ciertos comerciantes que creen atraer a los turistas adinerados y sostenida por el snobismo de algunos de nuestros propios compatriotas que imaginan adquirir así patente de superior distinción, esta tendencia, mal contraloreada por los dirigentes responsables, acusa una situación neocolonial, comprometiendo, con la preeminencia de nuestro idioma, el prestigio mismo de las jóvenes nacionalidades.
La incuria, la inexperiencia, la novelería, las viejas rémoras de las repúblicas del Sur, son explotadas arteramente por el imperialismo infatigable. Se complace éste en imponer su marca en todas las facetas de nuestra vida, subrayando un estado de sujeción inconfesado o una dolorosa dependencia que a veces tratamos de disimular a nuestros ojos.
El cinematógrafo agravó este estado de cosas. Las películas ridiculizan impunemente nuestra historia o nuestras costumbres. Al hispanoamericano le corresponde siempre el papel antipático o envilecedor, mientras se acumulan todas las virtudes sobre el héroe del norte. Con ayuda de la admiración que levantan en el público los personajes episódicos, se ancla en el criterio de la juventud el sofisma de una inferioridad irremediable que justifica la tutoría de otra raza mejor dotada cuyos fastuosos progresos, cuyas proezas magníficas, penetran en forma de imagen hasta el corazón.
Con el film sonoro y hablado cobra ahora esta prédica una virulencia inusitada. Ya no es la simple visión gráfica, que las leyendas en español atenuaban o equilibraban a veces; es la carne y el espíritu, la vida integral de otro estado que se derrama sobre nosotros. Y esto no constituye un hecho excepcional o limitado. Desde la frontera norte de México hasta el Cabo de Hornos, se multiplica impregnando la opinión de un continente al cual se impone el deslumbramiento de la metrópoli prestigiosa y la obligación de aprender un idioma extranjero.
Ha llegado la hora de llamar la atención de una manera concluyente sobre la desnacionalización que nos amenaza. No es posible que colaboremos en la tarea de difundir la corriente dominadora, abriéndoles nuestros teatros y nuestras almas de par en par. Hay algo que escapaba todavía al avance creciente de empresas y productos, de préstamos y sugestiones políticas. Era el espíritu de nuestras poblaciones apegadas a su filiación, a sus costumbres, a su idioma. Por encima de la presión general que gravita sobre la producción acaparada y sobre el progreso estampillado, la nacionalidad, abriendo las alas, se refugiaba en las alturas. Es esa esencia superior lo que peligra, esa personalidad moral que hasta hoy escapó a la captación sistemática, último resto incólume de la vitalidad comprometida. Entregarlo equivaldría a resignarse a la sujeción.
No faltará quien tache mis palabras de apasionadas arguyendo que nada perderán nuestros pueblos con aprender a hablar inglés. ¡Como si sólo se tratase de la materialidad del léxico! En este caso, el idioma es vehículo de infiltración. Por otra parte y en un terreno más amplio, la aceptación de una lengua extranjera sólo, marca excepcionalmente un movimiento defensivo. En la casi totalidad de los casos sanciona una capitulación. Sólo es movimiento defensivo cuando un conjunto la adquiere como arma para combatir. Es derrota, cuando la acata, sin volición previa, como resultado de una hegemonía. Las repúblicas hispanoamericanas comprometerían su vocabulario irremediablemente. Se harían más accesibles a la invasión moral que ha de doblar las últimas resistencias. Adquirirían mayor facilidad para plegarse a las tareas secundarias a que las destina el invasor. Acortarían el plazo de la genuflexión definitiva. Porque el nuevo idioma, al sobreponerse al de los nativos, confirmaría la substitución de influencias directoras, abriendo paso al aluvión que ha de arrollar al pueblo sometido bajo el prestigio del pueblo conquistador. Por eso cabe llamar la atención sobre esta nueva forma de propaganda que, aprovechando el descuido de las autoridades, despliega, hasta en las horas de solaz, el movimiento envolvente del idioma invasor.
MANUEL UGARTE

[1] Escrito en Niza, en diciembre de 1929. Publicado en El Universal de México, el 20 de enero de 1930. Archivo Gral. de la Nación. República Argentina.

No hay comentarios:

Publicar un comentario