EL NATIVO NO HIZO LA PATRIA [1]
Manuel Baldomero Ugarte
[Noviembre de 1950]
Nos vemos en la necesidad de admitir que las colonias españolas, al emanciparse, no defendieron su autonomía, ni afianzaron la armonía interior, ni valorizaron sus recursos, ni alcanzaron conciencia del papel que les tocaba desempeñar. Se entorpeció, por encima de todo, la facultad de crear. Pese a la independencia aparente, toda iniciativa y todo esfuerzo siguió ajustándose a fórmulas importadas. Cuanto vivificó la tierra nueva continuó siendo accionado desde lejos. Cada empresa próspera dejó sus beneficios fuera de la colec¬tividad. No se hizo sentir uno de esos movimientos unánimes que renuevan el espíritu y le permiten adueñarse de lo que le rodea.
Ferrocarriles, minas, tranvías, teléfonos, petróleo, cuanto debió ser nuestro, cayó en poder de empresas de otro país. Los productos naturales fueron acaparados y vendidos por sindicatos extraños que se quedaron con el mejor beneficio. La tierra misma empezó a ser, en algunas regiones, propiedad de formidables consorcios que obtuvieron concesiones exorbitantes. Y aun en los grandes centros, donde la vida adquirió ritmo acelerado y progresista, los resortes esenciales quedaron en poder del extranjero. Hasta llegar a la situación actual, en que cada vez que descolgarnos un receptor, subimos a un tranvía o encendernos una luz dejamos caer una moneda en fabulosos rascacielos distantes.
El nativo no hizo la patria. La dejó hacer por otros. Pero expió su desidia, porque la patria, hecha por otros, se le escapó de entre las manos.
Ya no se celebra el 12 de Octubre sino el 14 de abril. La producción literaria de Iberoamérica se juzga y se premia en Nueva York. Hasta empiezan a llegar misioneros católicos que hablan inglés y proceden de Estados Unidos. Todos los caminos del continente de habla hispana parecen conducir hacia Washington...
Porque si Inglaterra se fortaleció en detrimento de España, los Estados Unidos han venido después a fortalecerse en detrimento de Inglaterra, completando, al agravar nuestro sacrificio, la evolución inevitable de su propia raza.
Inglaterra trató de aprovechar su hora. Cuando perdió sus colonias en el Norte, buscó una revancha en el Sur. Primero intentó desembarcar en el Río de la Plata en 1806 y 1807. Después apoyó el separatismo de las colonias españolas, deseosa de sustituir a la antigua metrópoli, por lo menos, desde el punto de vista comercial. El origen de nuestra emancipación no hay que buscarlo, pese a los textos, en las dificultades de la monarquía española batida por Napoleón sino en el instinto de desquite de un perdedor que trata de compensar sus reveses ganando nuevas factorías.
Tanto Inglaterra como los hombres de nuestra emancipación se limitaron pues a hacer el juego de rigor.
Lo único que sorprende es que los que encabezaron el movimiento separatista iberoamericano no tomasen las precauciones que tomaron los Estados Unidos, ayudados, en condiciones análogas, por Francia. Al desatender esta precaución, nuestro movimiento cobró un carácter esencialmente verbal, preceptivo y hasta ingenuo, puesto que olvidó realidades económicas que otros más sagaces no dejaron de aprovechar.
En medio de esta brega alrededor de posibilidades futuras que Inglaterra trataba de captar para resarcirse de la pérdida de sus colonias del Norte, apareció como factor nuevo, el crecimiento inesperado de los Estados Unidos.
Los treinta años de ventaja en la independencia que nos llevan, les permitieron asistir con discernimiento y cálculo al balbuceo de las naciones del Sur. Así se opusieron a que Bolívar llevase la independencia hasta las Antillas y así favorecieron entre nosotros el desmigajamiento que ellos evitaron, no sólo al constituirse sino más tarde, al estallar la guerra de secesión. La ley eterna de todo conjunto que acecha o teme a otro es hacer lo posible por fraccionarlo. Así facilita su acción. Hay también de esta sutileza millares de ejemplos en la historia y sería vano recordarlos.
Podemos ir descifrando de esta suerte a través de rápidas evocaciones las causas de la desigualdad en la evolución para llegar hasta el hueso de lo que aspiramos a definir.
Las antiguas colonias españolas surgieron a la vida cercadas por dos acechanzas contra las cuales no supieron precaverse. La acechanza de Inglaterra en los comienzos, y en seguida, la presión de los Estados Unidos que desalojó gradualmente a la primera en beneficio propio.
Como consecuencia lógica los trece estados, con una extensión de un millón de kilómetros cuadrados que constituyeron el primer núcleo de las colonias inglesas emancipadas, quintuplicaron y más que quintuplicaron su territorio extendiéndolo desde el Atlántico hasta el Pacífico para ejercer acción preeminente por el Caribe hasta más allá del Ecuador. Como consecuencia igualmente inevitable, Inglaterra se sintió empujada hacia el extremo sur, donde, apoyada en las Malvinas, consiguió seguir ejerciendo la irradiación excluyente que frenó o supervigiló el desarrollo de estas zonas, hasta que se produjo la revolución de 1943 y Perón dio a la Argentina vida nueva.
Los dos colosos, rivales a ratos, pero en último resorte solidarios, pesaron así sobre Iberoamérica, cuyo error capital consistió en olvidar la existencia milenaria del imperialismo y en desconocer las condiciones modernas del mundo que exigían nuevas formas de pensamiento y de acción. Estos errores nos impidieron colocamos desde el primer momento dentro de la realidad del continente y dentro del momento porque atravesaba la evolución humana.
Ha llegado el momento de recapacitar. Hasta ahora hemos hecho lo que convenía a los extraños. Hemos sido lo que otros querían. Empecemos a ser y a pensar de acuerdo con nuestras necesidades. Este libro aspira a servir de modesta contribución para estudiar, con ayuda de los antecedentes, lo que conviene a nuestro estado. Razonemos al margen de todo lirismo. Al margen de todo apasionamiento. Al margen de la misma guerra reciente y de la que asoma. Sólo debe preocupamos el destino de nuestra América. Es evidente que los anglosajones hicieron lo que convenía para la prosperidad de su conjunto y desde su punto de vista procedieron lógicamente. Pero salta a los ojos también que nosotros, desde nuestro punto de vista Iberoamericano, no hemos intentado hasta ahora nada de lo que se imponía para contrarrestar esa acción.
El momento ha llegado. No hay que dejarlo pasar.
MANUEL UGARTE
[1] Manuscrito encontrado después de la muerte del autor en base a los cuales se preparó su libro póstumo La reconstrucción de Hispanoamérica. Fechados en noviembre de 1950, la edición de Editorial Coyoacán, Buenos Aires, corresponde a diciembre de 1961.
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