noviembre 07, 2010

"Los ferrocarriles en contra de nuestro progreso industrial" Manuel Ugarte (1916)

LOS FERROCARRILES EN CONTRA DE NUESTRO PROGRESO INDUSTRIAL [1]
Manuel Baldomero Ugarte
[12 de Febrero de 1916]

Uno de los problemas que más nos interesa, fuera de toda duda, es el de la explotación de nuestros ferrocarriles por empresas de capital forastero, cuyos intereses, de conveniencias motivadas por su misma falta de arraigo y su origen, son fundamentalmente opuestos a los intereses de la república.
Quien no nos conozca y oiga decir que aquí las empresas ferroviarias no hacen cosa alguna, después de obtener sus utilidades, que perjudicamos, no lo creería, por parecerle cosa inadmisible. Sin embargo, es la realidad de lo que sucede, y no se trata de pequeñeces sino de cuantiosas riquezas que huy en del país y atrasos de todo género que gravitan directamente sobre nuestro progreso industrial. Atribúyase a lo que mejor se considere, de cualquier forma, se pensará en el gobierno, el gobierno que cuando posee para su explotación una finca férrea pierde dinero y se deja robar por medio mundo... el mismo gobierno que entrega a una empresa extranjera esas mismas líneas y sin mayor control permite y ampara un crecido número de irregularidades, de actitudes contraproducentes para la economía nacional.
Las empresas ferroviarias son todas extranjeras: capital inglés, sindicatos ingleses, empleados ingleses. .. El capital, especialmente el inglés y el yanqui, no sólo tienen campo abierto para todas sus especulaciones, buenas, regulares o peores, si no además de ser respetado, como merece, es obedecido con ciertos visos de servilismo poco honrosos por cierto.
Una línea férrea se explota entre nosotros de manera halagüeña. Lleva la empresa noventa y ocho probabilidades de obtener pingües ganancias contra dos de obtenerlas... regulares; de perder, ninguna. Línea alguna ha dado ni dará pérdidas. Y este dato merece ser tenido muy en cuenta al ocuparse de los ferrocarriles como origen de nuestra atrofia industrial.
Una empresa ferroviaria nos dará el servicio que juzgue oportuno ofrecernos, cobrando las tarifas que tenga la ocurrencia de fijar. El monopolio de las líneas de comunicación da un enorme margen para explotar al público, aun cuando el ministerio fije tarifas máximas. Las empresas saben lo que hacen.
No les falta un abogado a sueldo que esté emparentado con políticos de volumen o que sea él mismo empleado nacional futuro o pasado.
Recientemente se repitió el caso. El gobierno no pudo evitar que las empresas aumentaran las tarifas. Se discutió mucho y encontró justa oposición de parte del público el aumento del diez por ciento. La razón que dieron para obtener permiso del gobierno es de sobra conocida. No obtenían los sindicatos la utilidad que según sus contratos con accionistas y banqueros deben dar anualmente los capitales invertidos. No fue suficiente aducir en contra de tal pretensión la crisis que soportan todos, la escasez de dinero, la época anormal en que vivimos.
Los ferrocarriles deben conseguir sus dividendos aun cuando se sepa que ningún comerciante ganadero, agricultor, industrial, no llega actualmente a cubrir sus gastos.
El aumento se llevó a cabo. Un diez por ciento más a las tarifas que, repetimos eran caras, enormemente caras. (¿Debe influir ello en que nuestros compatriotas adinerados conozcan mejor Europa que el territorio nacional?)
Los jornales.
Pero las empresas no creyeron que esto bastaba. El diez por ciento ése no podía hacer ingresar a sus cajas suficientes utilidades. El precio que se cobra por cargas está ya suficientemente subido también. Tanto que dificulta el intercambio de productos provinciales con el beneplácito de la administración nacional. Se recurrió entonces al torniquete tantas veces usado. Exprimir al obrero y obtener una mínima economía a fuerza de dejar exhaustos los estómagos de los peones y sus familias. Se suprimieron en toda la extensión de las líneas, cuadrillas de trabajadores y con el razonamiento de que el ofrecimiento de brazos es superior en un cincuenta por ciento a la demanda, se resolvió pagar a los peones el mínimo jornal. Un peso treinta centavos diarios que a duras penas darán treinta pesos mensuales descontando domingos y feriados.
En tanto una sola empresa "El ferrocarril Buenos Aires al Pacífico", y bastará como ejemplo, desde el primero de enero al veintisiete de noviembre pasado, en menos de un año, ha tenido entradas por un total de un millón seiscientos ochenta y un mil libras esterlinas mientras que en igual tiempo del año anterior fueron un millón trescientos setenta y tres libras lo que presenta un aumento a favor del año corriente de trescientas ocho mil libras esterlinas. Este año es malo, de sobra lo sabemos.
Muchísimas más cifras podríamos traer aquí, si no estuviéramos seguros de que con un solo vistazo se convence cualquiera de que las empresas de capital extranjero no pierden nunca ni un centavo.
Otro ejemplo.
Ayer mismo leíamos unos telegramas de Entre Ríos quejosos del malísimo servicio del ferrocarril de aquella provincia. Se han reducido todos los servicios, al extremo de que entre Paraná y Bajada Grande, el principal puerto para embarque de cereales, se efectúan todos los trabajos con una sola máquina, produciéndose así abarrotamiento que perjudica a los agricultores y casas acopiadoras.
Y un telegrama publicado inmediatamente después dice textualmente: "Las entradas de la empresa de ferrocarriles de Entre Ríos. en la última semana batieron el récord, superando en 17.500 libras esterlinas la mayor entrada semanal habida hasta entonces".
Los ferrocarriles, y repetimos que esto es importante, no pierden. Obtienen una compensación excelente a su trabajo y a su capital. Pero la nación se perjudica, Pagamos caros malos servicios, no hay nación donde los viajes por ferrocarril sean tan subidos de precio, pero tenernos además, el enorme flete que mata la industria que comienza, que cohíbe a infinidad de comerciantes en impulsar sus negocios en un sentido ampliamente nacional.
Volveremos a ocupamos de este problema y hemos de probar con datos que los ferrocarriles prohíben el progreso del país.
MANUEL UGARTE

[1] Editorial del diario La Patria, publicado en Buenos Aires, del día 12 de febrero de 1916. Archivo General de la Nación Argentina.

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