diciembre 11, 2010

Discurso de Carlos Pellegrini en el sepelio de Bartolomé Mitre (1906)

DISCURSO PRONUNCIADO EN EL SEPELIO DE BARTOLOME MITRE [1]
Termina uno de los capítulos más emocionantes de nuestra historia
Carlos Pellegrini
[21 de Enero de 1906]

Señor Presidente, Señores:
Con honda emoción, el pueblo argentino ha asistido al ocaso de una hermosa vida y contemplado, silencioso y conmovido, la desaparición del astro, que envuelto en la aureola de su propia luz, lentamente descendía en los horizontes del tiempo, hasta ocultarse a nuestros ojos mortales para renacer mañana a la inmortalidad de la historia.
Lo que termina en esta tumba no es sólo una vida de hombre que supo cumplir con honor y con gloria su larga, fatigosa y fecunda tarea, es también, uno de los capítulos más emocionantes de nuestra agitada historia aquel que relatara la trascendental evolución política que se inició en Caseros. El pensamiento y la acción del general Mitre están tan íntimamente ligados a nuestra vida nacional, que su biografía será la historia política del pueblo argentino durante la segunda mitad del siglo XIX y sería imposible trazar aquí una reseña de su vida, porque no puede compendiarse medio siglo de la historia de un pueblo en los estrechos límites de una arenga.
Es una verdad comprobada por la historia de todos los pueblos que, en los momentos más críticos y difíciles de su vida, surge siempre entre las filas populares un hombre especialmente dotado por la Providencia por las grandes cualidades necesarias para responder a las exigencias del momento histórico, y el general Mitre ha sido uno de esos seres providenciales, nacidos con todas las virtudes, y facultades necesarias para dominar y dirigir los sucesos, en una de las grandes evoluciones de la vida política de su pueblo.
Veinte años de tiranía habían suprimido todo concepto de libertad y gobierno institucional, cegado toda fuente de educación popular y dispersado la familia argentina, dividida por hondas pasiones y rencores. Fue por eso tan vasta como difícil la tarea de los vencedores de Caseros, que tenían que hacer resurgir de esas ruinas una sociedad política orgánica, libre y culta. Para realizarle, para responder a todas las exigencias de la situación política y de las modalidades populares, tenían que poseer las más variadas y altas facultades. Había que predicar los nuevos principios y educar a los pueblos, que contener y dominar las pasiones, que dar forma orgánica a una masa caótica, poniendo en juego todas las influencias del pensamiento y todas las energías de la acción; había que predicar y que combatir, que ser apóstol y ser soldado.
De todos los hombres públicos que aparecieron en ese momento sobre la escena política, el más completo fue el general Mitre, pues poseía tal variedad de virtudes, de aptitudes y de facultades, cual no conozco reunidas en otro estadista propio o extraño; pues si alguno pudo igualarlo en una especialidad, ninguno las reunía en condiciones tales que le permitieran actuar en primera línea y con igual eficacia en todas las escenas, en todos los momentos, sobre todas las clases sociales. Fue un hombre de estudio y de vasta ilustración. Como literato e historiador, sus obras son honra de las letras argentinas. Fue un orador tan nutrido, sereno y eficaz en el Parlamento, como entusiasta y arrebatador en la plaza pública. Estadista de alto vuelo, era la voz más respetada en los consejos de Estado, por la elevación de sus sentimientos, por la seguridad de sus juicios, por la ecuanimidad de su carácter. Fue nuestro primer soldado. Fue un gran político de acción personal y directa, y más que todo y sobre todo esto, poseía ese don misterioso de seducción que atrae y domina a la masa humana, que distingue a los grandes conductores de hombres, don que el general Mitre poseía cual ninguno, pues dominaba a los hombres de pensamiento y a las masas populares, por la doble influencia de la inteligencia y del carácter, ejerciendo sobre su pueblo un prestigio y una autoridad moral que, lejos de debilitarse con el tiempo, adquiría cada día mayor poder a medida que las pasiones se calmaban y se destacaban mejor, no sólo la grandeza de la obra, sino, y sobre todo, su altura moral y la sinceridad de su patriotismo, que fue su guía constante, en los días serenos como en los más oscuros y tormentosos de nuestra agitada historia.
Jefe de la Nación, unánimemente proclamado y profundamente respetado; general en jefe coronado por la victoria de diez campos de batalla; el hijo preferido de su pueblo, ha sido el digno émulo en este extremo de América de aquel otro gran ciudadano que fue el primero en la guerra, el primero en la paz y el primero en el corazón de sus conciudadanos.
Su vasta actuación, salvando los límites de la patria, ejerció más de una vez poderosa y benéfica influencia en la política americana, hoy las Repúblicas hermanas rinden todas solemne homenaje al gran patricio, cuyo nombre será segundo sólo al del general San Martín en la consideración, el amor y el respeto de nuestra América.
No será en la escena pública, por grande que haya sido el lugar que en ella ocupó el general Mitre, donde dejará el inmenso vacío, pues no deja una obra inconclusa, que sería difícil a otro terminar. Su gran ideal y su gran misión fue la organización nacional, fue fiel a ella en todos los momentos de su vida, asistió en sus comienzos, tuvo en su realización la principal parte y ha tenido la inmensa satisfacción de verla terminada.
Donde el general Mitre deja inmenso e irreparable vacío en el corazón de su pueblo, que se había habituado a contemplarlo con respetuosa adoración, no sólo como el ídolo de sus amores, sino corno el genio tutelar de sus destinos.
Por esto, cuando viendo cumplida la misión de su vida, al sentir declinar la tarde y llegar la hora del reposo, el general Mitre se retiró de la escena pública, ese pueblo le ofreció la más hermosa apoteosis que haya merecido un argentino, y cuando una voz doliente anunció que la hora fatal, la última del gran ciudadano se acercaba, reinó en todo el país ansioso silencio, mientras el cariño popular velaba a la cabecera del agonizante.
Los méritos del general Mitre no han tenido que esperar así el tardío fallo de la historia, pues han sido sus contemporáneos los que, anticipándose al tiempo, han dictado el fallo justiciero, final e irrevocable que le asigna un lugar de preferencia en el panteón de nuestras glorias, y es el pueblo argentino, todo, el que, con la frente descubierta e inclinada, rodea esa tumba para despedirse del gran ciudadano en los dinteles de la inmortalidad; para pedir, hoy que sus consejos le faltan, que sea siempre para los que le sucedan en la tarea, fuente de alta y noble inspiración el recuerdo imperecedero de sus virtudes y de su patriotismo.
Buenos Aires, 21 de enero de 1906.
CARLOS PELLEGRINI

[1] En julio del mismo año, moriría también el orador: Carlos Pellegrini

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