diciembre 11, 2010

Discurso en Chivilcoy de Carlos Pellegrini, como candidato a Gobernador de la Provincia de Buenos Aires (1894)

DISCURSO PRONUNCIADO EN CHIVILCOY COMO CANDIDATO A GOBERNADOR DE LA PROVINCIA DE BUENOS AIRES [1]
Carlos Pellegrini
[17 de Febrero de 1894]

Vengo ante vosotros, correligionarios, a agradeceros el alto honor que me habéis dispensado al designarme candidato del partido para gobernador de la provincia.
No voy, siguiendo viejas prácticas, a formular un programa de gobierno, porque la experiencia me ha probado que esos programas sólo importan dar testimonio de buenas intenciones que se realizarán o no, según el desenvolvimiento de los sucesos que obedecen a fuerzas y causas ajenas y superiores la voluntad del gobernante. Cuando se trata de un hombre que no es un desconocido en la sociedad política, es su vida pasada su verdadero programa porque ella revela sus cualidades y sus defectos, y vosotros al darme vuestros votos, habéis sin duda hecho previamente balance de mi vida pública y encontrado un saldo que me abona; si os habéis equivocado, será vuestro el error y la responsabilidad. Diré por mi parte que me ratifico aquí en los principios políticos que he defendido siempre.
Soy conservador y conciliador por temperamento y por convicción. Condeno la intransigencia política, que es una forma del fanatismo, porque creo que Dios iluminó al hombre con un rayo de su inteligencia para que le sirviera de guía y de luz en el camino de la vida, y que reniega y se hace indigno de ese don divino quien permite que esa luz se extinga y ese guía se extravíe ante el soplo furioso de pasiones que son inspiraciones del mal. Para ser severos con la maldad o con el delito, no es necesario que nuestra voz tiemble con las vibraciones nerviosas de la ira, sino, por el contrario, es necesario tener toda la serena tranquilidad del juez. Los partidos políticos son dados a confundir sus intereses propios con los intereses permanentes y superiores del país, y a creer que es causa de entusiasmos, o duelos públicos, lo que sólo es alegría o pesar de aspiraciones o ambiciones realizadas o defraudadas.
Por mi parte, creo que en esta lucha encarnamos las aspiraciones del mayor número; que la paz, la libertad y el trabajo en la provincia y en la república ganarán con nuestro triunfo; pero jamás la pasión política me lleva a decir que el triunfo de nuestros adversarios será una calamidad pública, pues si he combatido y combatiré sus errores en todos los terrenos en que se coloquen, respetaré a su intención y reconoceré su patriotismo, porque hombre sin amor patrio, es un monstruo que no existe en la tierra argentina.
No seguiré tampoco prácticas nuevas, y no vendré ante vosotros a declarar que mi administración será honrada, ni a hacer el breve inventario de mis bienes.
No vejaré en esa forma el nombre de mi patria ante el concepto del mundo, ni acreditaré con mi ejemplo el hecho humillante de que los hombre públicos argentinos, al solicitar los sufragios de sus conciudadanos, deban mostrar primero las manos limpias.
Si alguno no las tiene, merece nuestra compasión; para él está reservado un castigo más terrible y más doloroso que la más severa sentencia de un juez, probando una vez más que, como dijo el poeta, en el delito está la vergüenza y no en el cadalso. Nuestro partido está siendo víctima de una explotación política, y en la confusión que ha creado una propaganda tenaz y malintencionada está recibiendo piedras arrojadas por manos de todos los pecadores.
Hagamos un poco de historia no lejana, y ella bastará para dar a cada uno su parte de responsabilidad en males que no son un triste privilegio de nuestro suelo, sino un hecho que se repite en la historia de todos los pueblos. No me remontaré lejos en la historia humana, pues encontraré ejemplos muy cercanos. Los Estados Unidos, después de sofocada la colosal rebelión del Sur, gozaron de la época de mayor progreso y de mayor abundancia que recuerde la historia. La fiebre de la especulación, que fue el resultado inmediato, invadió todas las esferas sociales, desde las más encumbradas hasta las más humildes, y las tentaciones de la fortuna rápida, dominando a los débiles, introdujo en la administración pública gérmenes de corrupción que cundieron velozmente; y bajo la segunda presidencia de Grant, se oyó por toda la Unión un clamor público pidiendo un remedio al mal, que asumía proporciones colosales.
El pueblo de los Estados Unidos sabía que había muchos culpables, pero no que lo fuera un partido entero, ni que esos males pudieran oscurecer las glorias del partido republicano, que acababa de salvar a su patria manteniendo su unidad bajo la bandera estrellada, y de servir a la humanidad suprimiendo la esclavitud y dando la libertad a ocho millones de esclavos. No creyó tampoco ese pueblo sensato, que esos males de que ninguna nación se ha librado, deberían ser curados a sangre y fuego. Emprendió su regeneración por la propaganda firme y enérgica, y la reforma se operó bajo la administración del mismo partido republicano.
Entre nosotros, la conquista del desierto, la obra más fecunda y más grande que se haya realizado después de nuestra independencia, conquista que entregó al trabajo y al progreso 20.000 leguas donde hoy crecen florecientes nuestras provincias, la organización definitiva de una nación, que acabó con antagonismos funestos, un gobierno que consolidó la paz y el fomento del trabajo, inauguraron una época de prosperidad sin ejemplo, que tuvo desgraciadamente las mismas consecuencias que en los Estados Unidos.
Es la provincia de Buenos Aires la más obligada a la reparación, porque fue en ella donde primero asomó el mal, y no revelo un secreto al recordar que fue aquí donde se inició el funesto sistema de crear partidos políticos por el estímulo de lucros indebidos, y que fue un gobernador de Buenos Aires, como lo ha evidenciado un proceso célebre, quien primero destinó sumas considerables de los dineros públicos para engrosar los fondos de un partido político. Contra ciertos males hay que protestar a tiempo, pues es inútil clamar al cielo más tarde, cuando la semilla se ha convertido en árbol y el árbol ha dado sus frutos de maldición. No hago de estos antecedentes especulación política, porque sería tan injusto culpar a un hombre aisladamente como culpar un partido en su totalidad, de males que provienen, no sólo de causas políticas, sino también económicas y sociales.
Pero sí protesto contra la explotación que se ha hecho de sucesos lamentables para herir a nuestro partido y desalojarlo de puestos que otros ambicionan; protesto contra una propaganda que es una mistificación, en la que se ha pretendido dividir a los partidos en honrados y oprobiosos, presentando a nuestros adversarios como modelos de probidad, encargados por misión divina de la regeneración del país, y a nosotros como los culpables de su ruina, que en nuestra criminal osadía nos atrevemos a solicitar el apoyo de la opinión, cuando deberíamos estar purgando nuestra falta. Protesto una y cien veces contra eso que es una calumnia, y quiero de una vez por todas levantar mi voz y decir ante el país entero, con toda la autoridad que me da el conocimiento personal y detallado de los hechos pasados, que si la justicia fuera a marcar en la frente a los que arruinaron los bancos abusando de su crédito, los directores de la Unión Provincial la ostentarían limpia y sin mancha, y sería mi anhelo, para honra nacional, que todos los partidos pudieran repetir igual afirmación, y que cuando los jueces han empezado a ejercer su misión y las cárceles a recibir a los culpables, se ha visto con asombro de algunos, pero no mío, que la mayoría de los detenidos no pertenecen al partido acusado.
Hace veinte años que ese partido, con pequeños intervalos, dirige los destinos del país, y con Sarmiento, con Alsina, con Avellaneda, con Roca, ha sabido consolidar la autoridad nacional, completar su organización política, establecer el imperio de la nación en toda la extensión de su territorio, levantar y arraigar el sentimiento nacional, fijar definitivamente sus límites internacionales, promover la inmigración y la colonización, cubriendo territorios desiertos con redes de ferrocarriles y entregando la pampa inmensa donde antes sólo se veía ondular la flor de la cortadera salvaje y se oía el grito del indio fugitivo, al colono que con honrado y noble esfuerzo cubre hoy su desnudez con manto de oro y nos devuelve en riqueza y en poder la protección que le dispensamos. El partido que tales servicios ha prestado al país, tiene que tener profundas raíces en la gratitud popular, y esto explica por qué a pesar de los ataques apasionados que de todos lados se le dirigen, se muestra cada día más fuerte y más vivaz en toda la extensión de la república. Después de los últimos y desgraciados ensayos de la anarquía durante los cuales llegó para el pueblo un momento de dolorosa expectativa en que tembló por sus destinos, una reacción visible y fecunda se ha operado en todos los espíritus, y hoy, aun nuestros mismos adversarios, reconocen que no hay otro camino de salvación que el que está escrito en nuestro programa: Paz y trabajo.
Sí, porque paz y trabajo es progreso, y progreso es libertad; error funesto es creer que la libertad pueda afianzarse por medio de la anarquía, que sólo da el triunfo a la fuerza e impone a todos la durísima ley del vencedor; error funesto es creer que la libertad puede coexistir con la guerra civil, con la lucha armada de las facciones donde las leyes callan ante el ruido de las armas; error funesto es creer que pueda haber libertad en un pueblo arruinado y despedazado en las luchas internas; más que error, delito, es creer que se pueda servir a la libertad y a las instituciones llevando la pasión política, la insubordinación y la indisciplina al seno de nuestro ejército, enseñando a jóvenes oficiales sin la experiencia de vida, que puede haber transacciones con el honor y el deber, que no lastima la hidalguía ni la lealtad del soldado fraguar en la sombra y en el misterio el golpe traidor que ha de dar en tierra con el jefe a quien se ha prometido obedecer, y que se puede aun llevar con dignidad el glorioso uniforme, cuando ya no se puede usar aquel lema famoso, suprema aspiración del soldado: “Caballero sin mancha y sin tacha”.
La provincia de Buenos Aires, que es y debe ser modelo y ejemplo de sus hermanas, ha condenado en forma elocuente esos movimientos anárquicos, negándoles su poderoso apoyo, que hubiera sido irresistible; y si nuestra asociación se ha organizado y adquirido en brevísimo tiempo tanto concurso popular sin órganos de publicidad, que agitan, conmueven y extravían la opinión, sin la complicidad del poder, pues la inmensa mayoría de las autoridades locales sirve a nuestros adversarios, es porque responde a ese sentimiento conservador, en el que la sociedad mira el secreto de su porvenir. Puedo entrar de lleno en esa aspiración, pues soy enemigo radical de los motines y de los pronunciamientos a que nuestra América da el nombre pomposo de revoluciones, los condeno y los rechazo en todos los casos, sostengo que no hay situación política tan mala que la anarquía no sea peor, y que jamás la revolución podrá traernos una mejoría ni un alivio, y que seguramente nos traerá miseria y retroceso.
Creo y creeré siempre que si algún servicio he prestado a mi país, lo fue aquel triste día que acompañé al general Levalle a contener con un puñado de soldados fieles al más formidable pronunciamiento que haya presenciado nuestra capital, y que contaba con las simpatías casi unánimes de aquella gran ciudad; allí se evitó que sobre los escombros de todo principio institucional, de todo poder organizado, se levantara una dictadura nacida en un cuartel en medio de tropa sublevada, que hubiera impuesto a todos, como única ley, la voluntad de unos pocos, a título de regeneración, que hubiera llevado a la anarquía a todo el país o hubiera constituido al ejército en arbitro supremo de la bondad y existencia de los poderes, y haciéndonos retroceder tres cuartos de siglo, hubiera renovado, al través de idénticas vicisitudes, una época funesta de nuestra historia.
Hay una providencia que vela sobre nuestros destinos, y al disponer que fuera sofocado ese poderoso levantamiento, nos ha ahorrado muchos años de lágrimas y de duelo, y ha permitido que después de tantas zozobras como las que nos han agitado en estos últimos tiempos, podamos ofrecer a la república este hermoso espectáculo de ciudadanos reunidos pacíficamente al amparo de nuestras leyes, discutiendo los intereses públicos y preparándonos para ejercer nuestros derechos políticos; procediendo, en una palabra, como proceden los pueblos civilizados de la tierra. Yo bien sé que hay una razón que puede ser una excusa, y es que cuando las válvulas se cierran las calderas explotan.
Es exacto; pero no prueba que las explosiones sean benéficas, sino que es grande la responsabilidad de los directores cuando exponen a la sociedad a estos siniestros; y creo que el mayor de los delitos que puede cometer un gobernante es coartar las libertades y los derechos del ciudadano. He tenido ocasión, más de un vez, de afirmar que las desgracias de nuestra accidentada vida política dependen en gran parte de nuestras viciosas prácticas y leyes electorales, y he sostenido que la libertad electoral es necesidad vital para nuestro progreso. Puedo abonar esta afirmación con antecedentes públicos. He presidido varias elecciones: una como ministro de Gobierno de esta provincia, en que los vencidos mismos reconocieron la libertad y legalidad del acto, y otras como presidente en la capital de la República, en las que triunfó la oposición. No hago de esto un mérito, pues sólo cumplía el más primordial de mis deberes; pero creo que este antecedente es mayor garantía que promesas tan fácilmente hechas como fácilmente olvidadas.
Después de la crisis que como un ciclón ha pasado por nuestro país dejando ruinas por todas partes, la tarea del nuevo gobierno será puramente administrativa; tarea paciente y de inmensa labor, que no puede ni debe ser distraída por aspiraciones o complicaciones políticas, que siendo fatalmente absorbentes desviarían la acción pública de su principal objetivo. Buscar para esa acción proyecciones que salven los límites de la provincia, importaría sacrificar sus intereses inmediatos, aspiraciones o combinaciones políticas, que, si se pueden consultar los intereses de un partido, serán siempre contrarios a los intereses locales.
Le bastará a la provincia de Buenos Aires cumplir una vez más su misión histórica: ser la más alta expresión del sentimiento nacional, el más firme apoyo de las autoridades constitucionales de la nación y la garantía más segura de que la república entera gozará los beneficios fecundos de la paz y del trabajo.
Más felices que otros, hemos entrado a la lucha con el alma limpia de odios y rencores, y con esa tranquilidad de espíritu que da la conciencia de la fuerza. Si atacamos es para defendernos, y en nuestros golpes no hay encono; sostenemos con decisión nuestra causa y nuestros hombres, pero nos mueve el bien público más que el interés partidista; y si ese bien nos impone sacrificar simpatías del partido a combinaciones que concilien los altos intereses del país, lo haremos sin violencia y sin extorsión, porque sabremos colocar muy por arriba de nuestros intereses propios, nuestros deberes para con la patria.
Es necesario, para garantizar a nuestro país contra estos sacudimientos histéricos que lo desacreditan, que todos nos convenzamos de que la adaptación completa de un pueblo a nuestro sistema institucional, es obra de larguísimo aliento y de inagotable paciencia.
Para que el espíritu de esas instituciones se haga carne y hueso en cada ciudadano, es necesaria la obra lenta del tiempo, que modela el cerebro humano y da como resultado final, en política como en religión, que el suizo nazca republicano, el ruso monárquico, el árabe mahometano y el español católico. Nuestras asonadas, que para salvar las instituciones cambian las autoridades con un golpe de lanza o de arma más moderna, están revelando en sus mismos procederes un atavismo indio que aun ejerce en nuestra América su funesto influjo. Busquemos allí los gérmenes del mal, y extirpémoslos, y no pretendamos curarlos aplicando un cauterio a las manifestaciones superficiales. Quiera el Cielo que iniciemos en esa lucha una reforma duradera con esos nobles propósitos.
Nuestro partido entrará de lleno en ellos, respondiendo a anhelos populares.
Buscamos la expresión verdadera de la voluntad de la mayoría para acatarla como es nuestro deber.
Si pequeñas manchas oscurecen el resultado general, las atribuiremos a causas superiores a la voluntad de los hombres y no a propósitos culpables de nuestros adversarios. Nuestro triunfo será el triunfo de todas las aspiraciones legítimas y estará inspirado en un sentimiento de conciliación y de justicia. Probaremos que si no hemos cedido jamás ante la violencia y la amenaza, cederemos ante las exigencias de la equidad y del patriotismo; y si la suerte nos fuera adversa o la victoria arrebatada en cualquier forma y cualquier modo, probaremos que los verdaderos patriotas, como la madre verdadera en el juicio bíblico, prefieren ver a la patria en poder de sus adversarios que verla desgarrada y desangrando en brazos de la anarquía.
CARLOS PELLEGRINI

Fuente: www.fundacionpellegrini.org.ar
[1] Se eligió después, por acuerdo de los partidos Unión Cívica Nacional (mitristas) y Autonomistas (pellegrinistas) al Dr. Guillermo Udaondo y Coronel J. I. Arias.

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