diciembre 11, 2010

Discurso en el Senado de Carlos Pellegrini, sobre la cuestión de límites con Chile (1895)

DISCURSO PRONUNCIADO EN EL SENADO NACIONAL, SOBRE LA CUESTION DE LÍMITES CON LA REPÚBLICA DE CHILE
Carlos Pellegrini
[18 de Mayo de 1895]

La honorable Cámara ha oído la exposición del señor Ministro, que el pueblo entero de la República conocerá mañana ; y me felicito de haberla provocado, porque creo, señor Presidente, que estas cuestiones que afectan los intereses más vitales de este país, que hieren lo que tiene de más susceptible y más sagrado, el honor nacional, deben ser conocidas en toda su verdad y en todos sus detalles, por todos los ciudadanos de la República, para que ellos sepan hacia dónde se encaminan nuestras relaciones, cuáles son las perspectivas del porvenir, y para evitar, sobre todo, que el error o la ignorancia, hiriendo esa fibra sensible, nos conduzca a extravíos o extremos lamentables.
Lo que el señor Ministro ha dicho, e raya conocido por muchas personas que tienen medios de información bastante para poder seguir la marcha de nuestros asuntos internacionales, pero no era conocido de la generalidad.
Yo creo que en estas cuestiones diplomáticas, la República Argentina no debe optar por una lucha de habilidades, ni pretender obtener un triunfo por la mayor sagacidad de sus estadistas, porque todas las naciones saben defender con igual competencia y decisión, lo que creen su interés o su derecho. La verdad y la franqueza, leal y honradamente expresadas, son siempre la norma más segura en las relaciones diplomáticas.
Creo que la diplomacia argentina, en estas cuestiones de límites, debe hacerse, como decía el príncipe de Bismarck, en mangas de camisa: es decir, debe ser la expresión franca, leal, sincera, de lo que la República Argentina considera su derecho y de lo que sostendrá en todo tiempo, en toda ocasión y en todo lugar.
El día en que la República haya hecho la declaración categórica de su política internacional, se sabrá, dentro y era del país, que lo que persigue es el cumplimiento al de los tratados con el espíritu más grande de fraternidad americana y de consideración para todas las Repúblicas vecinas, dentro del respeto de su propio derecho.
Si hasta hoy no ha habido, señor Presidente, en los últimos tiempos, conflicto alguno ni divergencia que pudiera despertar temores al patriotismo argentino, ¿cómo se explica este hecho anormal, de que la República toda, de un extremo al otro, se haya sentido estremecida ante la casi seguridad de un peligro inminente y que esta conciencia no sólo haya existido dentro de la República, sino que haya alcanzado al exterior, y que todas naciones que tienen con nosotros vínculos de algún género, estén a la expectativa de los sucesos que se desarrollarán en un porvenir muy próximo ?
El señor Ministro no se lo explica, y debemos a la verdad la única explicación que tiene.
Para conocer las causas de esta situación, no hay más que seguir su proceso; la manera cómo se ha venido formando, y confesar, con lealtad, cuál es la parte de culpa que a nosotros nos corresponde.
Yo lo he seguido, señor Presidente. Puedo explicarlo hoy, con hechos que todos pueden rectificar o ratificar.
El año próximo pasado, hubo un momento de profunda agitación interior por cuestiones de política interna. A esa agitación sucedió repentinamente un cambio completo: hubo renovación en el personal del Ejecutivo; se clausuraron las sesiones del Congreso y la calma más profunda reinó en la política interior de la República.
Esta tranquilidad era funesta para las empresas de publicidad, especialmente para aquellas que, nuevas, no tenían raíces bastantes en la opinión para poder soportarla sin graves perjuicios.
Hubo entonces quien tuvo la idea, la malhadada idea de herir este sentimiento, siempre vibrante en el corazón argentino, el amor a la patria, hacer sonar la campana de las alarmas y declarar que la integridad, la soberanía de la República Argentina, estaban amenazadas.
La atención pública inmediatamente prestó oíd o atento: nadie escucha indiferente estos anuncios. Los demás diarios tuvieron que hacerse cargo de la alarma; algunos procuraron calmarla, otros la aumentaron; la prensa de Chile recogió el guante, tomó parte en el debate y contestó en el mismo tono.
La polémica quedó trabada y los reporteros de la prensa empezaron a golpear la puerta de ciudadanos eminentes, a pedirles opinión sobre cuestión de tan palpitante interés. Hubo alguno que, tratando de dar la nota más alta, y no pudiendo interpelar al Presidente de la República, le forjó un reportaje, comprometiendo declaraciones que obligaron al Ministerio a desautorizarlas.
Se siguieron las publicaciones de nuestros hombres públicos, que trataban de dar antecedentes que calmaran la excitación, y, en un m omento desgraciado, el señor perito de la República de Chile, olvidando el carácter oficial que reviste, su gran importancia personal y política, acudió a la prensa y dio su tan comentado manifiesto, sin cuidarse siquiera de consultar la opinión de su propio Gobierno.
¿Qué fue lo que dijo, señor Presidente?
Nada de nuevo; repitió las opiniones que viene sosteniendo desde veinte años atrás, los mismos argumentos, las mismas citas y los mismos antecedentes. Lo único que omitió el señor perito de Chile, fue el tratado del 93.
¿Por qué omitió el tratado del 93 en su larga exposición?
Lo omitió, porque las estipulaciones expresas y terminantes de ese tratado son la rectificación más categórica, más expresa, de las afirmaciones mismas de su manifiesto, y ambos no caben en el mismo documento.
Entretanto, señor Presidente, se ha producido un esta do de nerviosidad, de excitación pública, que es altamente perjudicial, no sólo para los intereses materiales de la República, sino, y sobre todo, para la discusión tranquila de sus negocios internacionales.
Cuando el espíritu público está agitado y alarmado, ejerce una presión involuntaria e indebida sobre los consejos de Estado, quitándoles la serenidad de juicio y de acción que requieren la defensa firme y tranquila de los derechos de la Nación; y no sólo ejercen presión sobre los consejos de Estado, sino que crean una situación en que cualquier incidente insignificante, puede, en un momento dado, tornarse en un conflicto irresoluble. Obra entonces la pasión, y el hecho o la palabra irreparable, se realiza o se lanza, antes que el juicio sereno haya tenido tiempo de dominar los sucesos.
Y no es éste un temor imaginario; es la historia de todos los grandes conflictos y de las guerras más recientes.
Pueden existir entre dos Naciones, cuestiones que las dividan profundamente, y hagan temer llegue el día de las soluciones violentas ; la diplomacia en acción, velando por intereses más altos y más grandes, obra con toda cautela, busca apartar las causas que puede producir el conflicto, pero, si el espíritu público está agitado o nervioso, si el sentimiento patriótico se manifiesta en una forma más o menos tumultuosa, excitado por cualquier causa, llega un momento en que un documento, un tele grama adulterado, mal interpretado, lanza dos naciones a la guerra y provoca la lucha más terrible que haya presenciado la Europa en el siglo presente. Veinte años más tarde se sabe que la causa ocasional de esa guerra, fueron unas palabras suprimidas en la publicación de un despacho, y que hubieran bastado cuarenta y ocho horas de calma y de reflexión para restablecer la verdad y evitar a la Europa y al mundo, los horrores de la guerra franco -prusiana.
En estos momentos, es éste el único peligro verdadero que debemos conjurar. Es por esto que provoqué esta interpelación, con objeto de poder discutir y exponer, con toda tranquilidad, cuál es la verdad de nuestra situación con relación al cumplimiento de los tratados con la República de Chile.
Me voy a permitir recorrer ligeramente todos los antecedentes de esta cuestión, para probar que el conflicto entre estas dos Repúblicas, no puede nacer nunca de la ejecución de los tratados del 81 y 93.
En esos tratados, señor Presidente, hay algo que es fundamental, hay una idea que es la que ha servido de base al celebrarlos, y el día que esa idea fundamental se destaque claramente, todos los detalles de los tratados podrán explicarse sin inconveniente ni resistencia alguna.
Hubo una época en que la República de Chile reclamaba la Patagonia, el Estrecho y la Tierra del Fuego, y la República Argentina sostenía el derecho incuestionable de todo aquel territorio patagónico y toda la Tierra del Fuego y el Estrecho de Magallanes.
Todos conocen la larga discusión a que dio lugar esta divergencia; todos saben que hubo momentos en que la República de Chile quiso ejercer actos de soberanía en territorio que la República Argentina reputaba como suyo ; todos saben que nuestra escuadra zarpó para hacer respetar la soberanía nacional, y todos saben también, que hubo luego un momento en que el sentimiento de la paz y de la justicia se sobrepuso a todas estas exigencias extremas, y los dos pueblos encontraron la fórmula que respetaba su derecho y satisfacía su dignidad.
Entonces se arribó a una transacción y se dijo: la Patagonia y todas las costas que baña el Atlántico, al oriente de la Cordillera de los Andes, pertenecen a la República Argentina; todo lo que hay al occidente de la cordillera, el Estrecho de Magallanes, y una parte de la Tierra del Fuego bañada por el Pacífico, pertenecen a la República de Chile. Esta fue la idea fundamental, y esto fue todo el tratado del 81, y ese tratado empieza con una frase que domina y define toda la cuestión. Dice: «el límite de las Repúblicas Argentina y de Chi le, es la Cordillera de los Andes hasta el grado 52.» Todo lo demás del tratado, fuera de esta frase, no es más que el detalle o la indicación de los medios para hacer práctica, en el terreno, esta idea fundamental; la Cordillera de los Andes, es la línea divisoria entre Chile y la República Argentina.
Todos los esfuerzos de una inteligencia y una ilustración que es justamente reputada dentro y fuera de su país; todos estos sistemas inventados sobre hoyas hidrográficas, y división de aguas continentales, nunca bastarán, ni pueden bastar, para destruir ni aun conmover esa declaración fundamental, ese hecho inmutable que el tratado ha consagrado.
Se dirá. Si ahí está todo el tratado, ¿a qué los demás artículos? Sencillamente, porque la cordillera no es una línea matemática, porque se desenvuelve en una gran extensión, y era preciso determinar la manera de trazar la línea dentro de esa cordillera misma. ¿Cuál es, pues, el derecho de la República Argentina?
El derecho de la República Argentina es declarar la Cordillera de los Andes como límite de su territorio, y entonces se puede hacer de esa declaración , la base de toda esa diplomacia con Chile: la línea pasa por la cordillera; dentro de la cordillera pueden discutirse todas las diversas interpretaciones del tratado, todos los diversos trazados; fuera de la cordillera no hay más que la soberanía argentina que no se discute.
El tratado del año 81, señor Presidente, como he dicho, establece como hecho fundamental, que la Cordillera de los Andes es la línea divisoria entre la República Argentina y Chile, prevé todas las divergencias que puedan suscitarse al trazar la línea dentro de la cordillera, e indica la manera de salvar todas las dificultades a que ella pudiera dar lugar.
Para mí, creo que ese tratado es completo, aunque reconozco que todo tratado, como toda ley, pueden dar lugar a interpretaciones diversas, y que al establecer que la línea pasará por las más altas cumbres que dividen las aguas, podía dar lugar a que una nación creyera que las más altas cumbres era lo que debía predominar, y otra que era la división de las aguas, siempre dentro de la cordillera. De manera que las divergencias suscitadas por la interpretación de este tratado, no importaba sino distinta manera de apreciarlas, dentro de los intereses respectivos de las dos naciones. Nadie puede hacer un cargo a los estadistas, ni a los peritos, ni a las subcomisiones chilenas o argentinas, si al trazar la línea divisoria, dentro de la Cordillera de los Andes, buscan interpretar un tratado de la manera que más les favorezca. Esto es humano y natural, y jamás se puede hacer de ello ni siquiera un reproche.
Pero el señor perito de Chile, al establecer esta línea divisoria de las aguas, olvidó los términos del tratado, hizo caso omiso de sus prescripciones fundamentales e inventó o quiso aplicar, más bien dicho, teorías geográficas que no estaban en el tratado, que no habían sido discutidas y que no habían sido aceptadas por las partes, e ideó el sistema que llama algunas veces divortium aquarum continental, y otras hoyas hidrográficas.
El Gobierno Argentino se resistió siempre a admitir estas discusiones abstractas, y a consignar estas interpretaciones del perito chileno, en las instrucciones que debían darse a las subcomisiones.
Llegó un momento en que las relaciones entre los peri tos quedaron interrumpidas, y hubo que recurrir a la acción de los Gobiernos. Estos intervinieron en la solución de la dificultad, y arribaron de común acuerdo y contra la opinión del señor perito chileno, a lo que se ha llamad o el protocolo del 93, y que yo llamaré, con más verdad, el tratado del 93; y digo el tratado del 93, porque tiene la doble sanción del Ejecutivo y del Congreso de Chile, y del Ejecutivo y del Congreso de la República Argentina, que son los que, en definitiva, tienen que establecer la solución en estas cuestiones.
¿Y qué dice ese tratado? Ese tratado dice, o más bien, repite con más claridad, lo mismo que consigna el tratado del 81. Dice: La línea divisoria entre Chile y la República Argentina es el encadenamiento principal de los Andes; todo lo que hay al oriente del encadenamiento principal de los Andes, pertenece a la soberanía argentina, montes, valles, lagunas, ríos y partes de ríos; todo lo que hay al occidente del encadenamiento principal de los Andes, valles, lagos, ríos o partes de ríos, pertenece a Chile.
¿Qué quiere decir que al oriente de la línea principal de los Andes puede haber ríos o parte de ríos? Quiere decir, que pueden en las llanuras de la Patagonia, nacer ríos que se dirijan al occidente, se abran paso a través de la cordillera y vayan a desaguar en el Pacífico, al occidente del encadenamiento principal de los Andes; y, entonces, la línea divisoria que pasa por ese encadenamiento, tiene que cortarlos en dos partes.
Y esto, que ha sido declarado y sancionado por el Poder Ejecutivo y el Congreso de Chile, vale más que la opinión persistente del perito chileno.
Ese es el reconocimiento completo de que no hay hoyas hidrográficas ni división de aguas continentales, sino división de aguas dentro de la cordillera, y que es la línea principal de la cordillera, la que debe prevalecer en caso de duda.
Entretanto, señor Presidente, las comisiones de límites han continuado sus tareas: he tenido ocasión de informarme de sus trabajos y me encuentro con este hecho, que contribuye a afianzar más lo que ya he dicho y a alejar todo temor próximo de divergencias y discusiones diplomáticas. Resulta que, en nueve décimas partes de la cordillera, concuerdan exactamente las dos interpretaciones: la línea de las altas cumbres con la división de las aguas ; y que las comisiones que actualmente trabajan allá, podrán continuar sus operaciones por más de dos años, sin que lleguen a ningún punto donde puedan empezar divergencias de importancia. Lo que quiere decir que los temores de divergencias entre los dos Gobiernos, importan anticiparse a los trabajos de un porvenir relativamente lejano.
El día que lleguen a ese punto, ¿qué es lo que debe suceder, qué es lo que va a suceder? Lo que marca el tratado del 81.
Allí donde se bifurque la Cordillera de los Andes y no sea clara la línea de las más altas cumbres que dividan las aguas, ¿qué deben hacer las comisiones? Deben levantar un plano detallado del lugar, para que se conozca con perfecta exactitud la orografía e hidrografía del mismo, para que puedan los peritos en primera instancia, y los Gobiernos en segunda, determinar cuál es la línea y por dónde debe pasar con arreglo al tratado. De manera que para que conflicto se produzca, es necesario que exista divergencia en las comisiones; que elevados a conocimiento de los peritos los planos del lugar donde la encuentren, no con vengan en los puntos por donde debe pasar la línea, con arreglo a las estipulaciones del tratado; y que, por último, llevada la cuestión a los Gobiernos, tampoco concuerden éstos en esa línea, y en tal caso, si las pretensiones de algunos de los dos países no son tales que coloquen la cuestión fuera de los tratados, queda el recurso que éstos señalan a solucionar en última instancia la cuestión.
Los antecedentes que ha dado el señor Ministro, las divergencias que se han suscitado y han sido allanadas satisfactoriamente por el Gobierno, me hacen sostener firmemente que el desacuerdo entre los dos países, no puede nacer de la aplicación del tratado de límites, porque dentro del tratado están todos los medios indica dos para dirimir cualquier dificultad.
Si los conflictos vienen, señor Presidente, vendrán porque alguno de los dos países tiene intención de provocarlos, y entonces, la cuestión de límites puede servir de pretexto como cualquiera otra.
Y yo pregunto, señor Presidente, ¿puede haber esta intención en alguno de los dos Gobiernos?
Por lo que respecta a la República Argentina, basta mirar su mapa, señor Presidente, para conocer cuál es su política internacional.
Tiene un territorio enorme desde los trópicos hasta las regiones polares; hay en él todos los climas y todos los productos de la tierra, y caben millones y centenares de millones de hombres, que, con el tiempo, lo poblarán y harán de l a República Argentina, una de las Naciones más grandes y más poderosas de la tierra. ¿Qué podrá buscar en la guerra? ¿Extensión de territorio? Le sobra. ¿Glorias? En su corta historia tiene las bastantes para satisfacer las más grandes exigencias del amor patrio.
¿Qué le podría ofrecer la guerra?
Le ofrecería sólo un puñado de laureles regado con la mejor de su sangre como compensación a terribles males.
Esta no puede ser nunca la política argentina.
¿Podría ser la política chilena?
Señor Presidente: sería formar muy pobre idea de la República Argentina, quien admita que pueda ser mirada tan en menos que se la trate como una simple pieza que una potencia americana pudiera mover a voluntad, sobre el tablero de sus ambiciones o planes políticos. No, señor Presidente; mientras que la sensatez domine en los consejos del Gobierno chileno, no habrá quien juegue allí la suerte y el porvenir de su país, al dudoso azar de una guerra con la República Argentina.
Tengo plena y entera confianza en que la política del gobierno de Chile, no puede ser, hoy y mañana, sino la de ayer: la de la paz y concordia con la República Argentina como lo ha demostrado en los casos en que ha sido llamado a actuar de una manera definitiva en los tratados de 1881 y 1893.
Se buscan los motivos del desacuerdo, señor Presidente, en el incidente de San Francisco, este incidente, lejos de ser para mí motivo de temores, es una prueba más de todo lo que vengo afirmando.
En las instrucciones de abril de 1890, el perito argentino y el perito chileno establecieron que en las demarcaciones se empezaría al norte por el paso de San Francisco. Cuando se dijo paso de San Francisco, la cancillería y el perito argentinos entendían, no un punto matemático en la cordillera, que no era posible fijar desde el gabinete, sino el camino que de la República Argentina conduce a Chile y que pasa por San Francisco.
Fueron las subcomisiones a aquel lugar y colocaron el hito al pie del cerro de San Francisco, en el mismo paso.
Apercibida del error la cancillería argentina, reclamó manifestando que consideraba ese hito mal colocado, y el perito chileno declaró que el asunto estaba concluido, que la colocación del hito por las subcomisiones era definitiva y que no había lugar a volver sobre ese punto.
En disconformidad, llevó la cuestión ante los respectivos Gobiernos y Congresos, y el Gobierno y Congreso chilenos, declararon expresamente, por el tratado del 93, que se revisaría la colocación de ese hito, para determinar si estaba dentro de los términos del tratado y para removerlo en caso de que hubiera error en la colocación. De manera que el Congreso chileno, en el tratado del 93, reconoció que era posible que ese hito estuviera mal colocado y que sería removido en caso de que el error se probara.
Se ha dicho, señor Presidente -o lo ha dicho el perito chileno- que la República Argentina, al decir que ese hito estaba mal colocado, «no ha dicho en qué lugar debe colocarse». Es cierto; porque tenía previamente que levantar un plano de toda esa región, establecer con toda claridad y verdad el sistema orográfico del paso de San Francisco y sus alrededores hasta la cordillera, para poder decir en definitiva : «El hito está mal colocado en San Francisco y debe colocarse en tal punto de la cordillera.»
Estos son los planos que se están construyendo, y, una vez terminados, demostrarán de una manera evidente, que el hito de San Francisco no está bien colocado; y entonces, será llegado para el Gobierno argentino el momento oportuno de informar al Gobierno chileno sobre el verdadero sitio en que se debe colocar, todo de acuerdo con el tratado del 93.
Nada hay, por consiguiente, dentro de esa cuestión, que pueda marcar una intención de hacer caso omiso de los derechos que llegue a comprobar la República Argentina, y todos los antecedentes que ha habido hasta ahora, de Gobierno a Gobierno, inducen a creer, por el contrario, que una vez que la República Argentina justifique de una manera completa que el hito en San Francisco no está en el encadenamiento principal de la cordillera, será rectificada su colocación; porque, en efecto, si la intención del Gobierno de Chile hubiera sido declarar incuestionable o inconmovible la colocación del hito, la oportunidad habría sido al discutir el tratado del 93, en el le declara todo lo contrario.
Otra cuestión que también ha alarmado la opinión pública, es la divergencia que pudiera traernos nuestro tratado con Bolivia.
Y en este punto, tampoco creo que hay a el más mínimo fundamento para motivar alarmas.
En el acta de los dos peritos, que fijaron el paso de San Francisco como punto de partida para la demarcación hacia el sur, se estableció claramente que el territorio al norte de ese paso, ocupado por Chile, correspondía a la soberanía boliviana, y que, por el momento, no se llevaba la demarcación hacia el norte, por esa causa.
Efectivamente, el territorio comprendido entre lo que los geógrafos chilenos han llamado la Sierra Real de Bolivia, y la cadena andina, había sido poseído por Bolivia y disputado por la República Argentina, y es upado actualmente por Chile; por consiguiente, para establecer los límites en ese punto, había un tercer interesado, que era el Gobierno de Bolivia, y fue ésta la razón porque no se extendió entonces la demarcación más al norte del paralelo de San Francisco. En ese documento, Chile reconocía oficialmente que su ocupación de esa parte de territorio era sólo a título precario.
Vino más tarde nuestro tratado con Bolivia, tratado en que la República Argentina resolvió las cuestiones pendientes con el espíritu de generosidad e imparcialidad con que ha procedido siempre, y, por una serie de concesiones recíprocas, reconoció a Bolivia terrenos que antes le habían pertenecido y Bolivia reconoció como territorio argentino esa zona comprendida entre la Sierra Real de Bolivia y la s cumbres andinas.
Chile conoció el tratado que discutíamos con Bolivia, antes de ser aprobado por los Gobiernos; lo ha conocido después de aprobado y canjeado. Jamás Chile ha hecho la más mínima observación al Gobierno argentino o al boliviano sobre derechos eventuales a ese territorio. Y es sabido, señor Presidente, que, cuando una Nación cree tener algún derecho a territorios que otras disputan o tratan de dividirse entre sí, lo menos que hace es protestar, como protestó Bolivia cuando se celebraron los tratados entre el Paraguay y la República Argentina. Allí se discutían territorios a los que Bolivia creía tener derecho eventual, los que fueron salvados al celebrarse el tratado.
Chile, que conoció nuestro tratado -antes y después de su celebración- jamás hizo la más mínima observación.
Mañana, cuando ese tratado llegue a consumarse, cuando los hitos que las comisiones boliviana y argentina deben establecer, marquen que ese territorio queda definitivamente dentro de los límites argentinos, entonces habrá llegado el momento de ocuparlos y, seguramente, Chile no podrá pretender entonces derechos que no ha creído tener ayer ni hoy.
Ahora, señor Presidente, el hecho de que no exista peligro inmediato de un rompimiento entre estas dos Naciones, por razón de la cuestión de límites, ¿importa acaso decir que la República Argentina debe abandonar se por completo y descuidar la guarda de intereses tan sagrados?
De ninguna manera; no deben vincularse dos cuestiones que no tienen ni pueden tener relación inmediata, y que importan sólo el ejercicio de un derecho indiscutido y de un deber imprescindible.
Hace cuatro años que la República viene transforman do su material de guerra; hace tiempo trata de organizar sus milicias como consecuencia lógica de los progresos modernos en el arte de la guerra. ¿Procede así en vista de un peligro inmediato? De ninguna manera. En otro tiempo bastaba, señor Presidente, un corazón bien puesto, un buen caballo y un buen sable para formar en poco tiempo un granadero a caballo, y un guardia nacional se convertía en veterano en pocos meses ; bastaba tener dinero disponible para adquirir en cualquier momento todas las armas necesarias.
Todo eso ha variado hoy.
Para tener el armamento que un país como la República Argentina está en el deber de tener, se necesita mucho dinero y mucho tiempo ; para instruir a su guardia nacional en el manejo de esas armas perfeccionadas, se requieren prolongados ejercicios; y esto hace, señor Presidente, que la Nación tenga la obligación, el deber de armarse cuando la paz esté mejor asegurada, porque cuando la amenaza de la guerra se presenta, entonces ya es tarde y no hay tiempo bastante para armar u organizar las fuerzas necesarias.
El derecho que la República Argentina tiene de estar armada y preparada en cualquier momento para defender todo lo que tiene de más caro y sagrado la Nación, es un derecho que no puede discutirse ni puede ser una amenaza para nadie.
Por consiguiente, señor Presidente, todos estos actos que ejecuta la República Argentina, los que viene realizando de tres años a esta parte, no pueden revelar, ni denunciar en el Gobierno o en el pueblo argentino, intenciones hostiles o temores próximos.
Con las anteriores consideraciones, señor Presidente, no he tratado de amortiguar en lo más mínimo las nobles expansiones del espíritu nacional, creyendo, por el contrario, que es altamente benéfico para los intereses generales del país este viril empeño de instruirse en el ejercicio de las armas, que no sólo fortalece el cuerpo, sino que levanta el espíritu y permite a la Nación colocarse militarmente a la altura que le corresponde, como una de las primeras potencias de América, y lejos de ser contrariado, debe ser alentado por el Gobierno, ofreciéndole todas las facilidades y todos los alicientes que estén a su alcance.
Y hago esta observación, señor Presidente, para que no se crea que al procurar llevar la confianza y la tranquilidad a todos los espíritus, trate al mismo tiempo de enervar este sentimiento nacional que tan hermoso y tan patriótico se manifiesta; quiero, solamente, que pueda decirse mañana, a la Nación entera, que se entregue tranquila a las tareas fecundas de la paz, buscando su engrandecimiento por el trabajo que ennoblece y vigoriza, y que viva en la confianza de que su derecho, su honor, su soberanía, están resguardados por la doble garantía de la fe de los tratados y del patriotismo nacional
CARLOS PELLEGRINI

Fuente: www.fundacionpellegrini.org.ar

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