diciembre 11, 2010

"Sobre Instrucción Pública" Carlos Pellegrini (1863)

SOBRE INSTRUCCIÓN PÚBLICA [1]
Carlos Pellegrini
[Noviembre de 1863]

La libertad, hija de ese gran pensamiento que concibieron nuestros 
padres, bien pudo ser concebida, y aun nacer en el teatro de la guerra; 
mas no podía crecer ni robustecerse sino a la sombra de la paz y bajo 
el imperio de la razón ilustrada por el saber; porque sólo la razón y el 
saber triunfan de las ideas largo tiempo arraigadas por la ignorancia y 
fecundadas por el vicio, natural progenie del despotismo, del terror, 
de la anarquía.
FACUNDO ZUVIRÍA
La filosofía al ocuparse del hombre trascendental, al trazar el cuadro de los derechos y deberes del individuo y de la sociedad, señala de un modo preferente a la instrucción, como un deber que lo impone su naturaleza y su destino.
El hombre, cuyo rasgo característico es la imperfección, y que sin embargo se halla dotado de los medios de perfeccionarse, se ve obligado a emplear estos medios del modo más conveniente para poder llegar, si acaso le es permitido, al conocimiento de las verdades absolutas.
Estos medios son las facultades con que el Ser Supremo dotó al hombre, luego éste se halla en el deber de cultivar y fomentar estas facultades para hacerse así más digno del alto fin a que es llamado.
Nada hay que dignifique, que ennoblezca más al hombre, que verse con el poder de echar una ojeada en las obras de su Creador, de verse iluminado con una chispa de su genio sublime.
Es aquí donde se revela su inmensa bondad hacia él, cuando se ha dignado hacerle rey del Universo, de su obra, por medio de esas facultades, de las que el hombre está justamente orgulloso.
De aquí nace que la ley del género humano sea el esfuerzo perpetuo e incansable de tender hacia la perfección, este esfuerzo no es sino el desarrollo necesario de su actividad, este esfuerzo cumplido es lo que llamamos progreso.
Este progreso, causa gloriosa de todos los adelantos de la humanidad, es para el hombre el símbolo de su grandeza, es el ídolo al cual tributa homenaje la humanidad entera.
Luego, de la naturaleza del hombre perfectible, progresista, de su destino, de la posesión de la verdad nace el deber de instruirse, de alimentar su espíritu con ella, como alimenta su cuerpo con el pan cotidiano.
Pero el hombre, ser imperfecto y necesitado, puede hallar en sí los elementos bastantes para desarrollar su naturaleza tanto física como moral; el individuo parte mínima y trunca de la gran sociedad humana, sólo puede hallar su complemento en el resto de la humanidad, y tiene necesariamente que apelar a ella, para poder llenar sus necesidades, siendo una de ellas, y tal vez la principal, la de instruirse.
Luego la sociedad debe hacerse responsable del adelanto y progreso de esas inteligencias ofrecidas por el hombre, y de aquí nace su deber de facilitar al individuo todos los medios que estén a su alcance, para ponerle en la senda de la humanidad y conseguir su perfeccionamiento.
Luego, instruir y moralizar al pueblo, hacerlo digno del fin que le espera, es un deber que a ningún Estado le es dado desconocer.
El hombre nunca será verdaderamente libre, mientras no haya roto los grillos ignominiosos de la ignorancia. Si sus solas fuerzas no bastan, la sociedad se halla obligada a facilitarle los medios de deshacerse de ellos, fundando establecimientos donde pueda concurrir a educarse y moralizarse.
En todo Estado en que el pueblo todo concurre a gobernarse y darse leyes, se introducirá la discordia y la anarquía entre sus ciudadanos, si la Instrucción Pública, fundada sobre bases sólidas e inconmovibles, no viene en su apoyo, y libra a las masas del pueblo de aquellas ideas erróneas, creadas por la rutina de los tiempos, e ilumina aquellas inteligencias especiales, nacidas para conducir al pueblo en la senda del bien, y apartarlo y defenderlo contra todas esas pasiones estériles que sólo pueden llevarlo a la desgracia, inteligencias llamadas a cumplir con tino y sagacidad todos los deberes que le imponen los altos puestos en que están colocadas, y de cuyo fiel desempeño pende la felicidad y el porvenir de los pueblos.
La mejor institución no podría sostenerse si no se apoyase en la instrucción popular, puesto que esta institución formaría una multitud de necesidades que la falta de instrucción impediría llenar, se crearían muchos deberes, muchos derechos que el pueblo ignorante no comprende y por consiguiente desprecia.
Además, la falta de instrucción, produce una centralización ruinosa del poder, en unos cuantos individuos, que llegan a tener en sus manos los destinos del pueblo, sin que éste, por la ignorancia en que se halla, conozca ni eche de menos los derechos sagrados de que se le ha despojado, ni comprenda mucho menos el abuso torpe que se hace de la generalidad, por medio de ese poder colocado en manos sacrílegas. Por eso es que todo tirano para poder conservar su infame gobierno, destierra de sus Estados a la ilustración, y trata de sumir al pueblo en el cieno de la ignorancia, para que así humillado, no ose ni pueda osar levantarse contra la autoridad.
Luego, el primer cuidado de toda sociedad, si quiere progresar y florecer, es el de poner en armonía la instrucción de sus miembros con su constitución; ésta, para ser duradera, necesita bases sólidas y nada las ofrece con mayores ventajas que la instrucción.
Un pueblo ilustrado es una entidad indestructible y respetable y no habrá poder humano capaz de ultrajarlo, mucho menos destruirlo.
En un país constituido como el nuestro, es donde la falta de educación se hace sentir más: todas esas virtudes que forman al verdadero republicano, ese sacrificio constante del interés individual en bien de la generalidad, esto sólo puede ejecutarlo un hombre instruido que conoce sus deberes.
En estos países, donde el poder está colocado en manos de los individuos, es de necesidad absoluta la instrucción, para evitar las intrigas y explotaciones, que se pueden hacer de un país ignorante.
El amor a la patria y a las leyes, este amor que exige constantes sacrificios, amor indispensable para la conservación de las mismas, sólo puede inspirarlo verdaderamente la educación. Pero si queremos que el individuo que nace a la vida social esté dotado de ella, es preciso que los que se hallan encargados de inspirárselos, se hallen también poseídos de esta pasión sagrada. Y este sentimiento tiene que ser uniforme. Por eso es necesaria la uniformidad de sentimientos en los establecimientos de instrucción pública.
El niño se prepara a ser ciudadano por medio de aquellas leyes generales de la educación, por eso toda familia, toda congregación educacionista, debe estar basada sobre el plan general de la sociedad, de la cual va a formar parte la juventud que se educa.
Ahí deben valerse de los mismos medios de que se valdrá más tarde la sociedad para con los ciudadanos.
La primera educación, y tal vez la más importante, por la influencia que ejerce en la vida del individuo, es aquella que recibe el niño en el regazo materno. Ahí el niño aprende todas esas virtudes domésticas, virtudes que más tarde han de manifestarse en su conducta pública, ahí da los primeros pasos en la senda del bien.
La generación que viene imita los ejemplos de la generación que se va. Si los padres, si los encargados de trasmitir al niño las primeras nociones de moral, se hallan en un estado degradante de corrupción, nada podrá esperarse de él, puesto que desde sus primeros años no ha tenido otro espectáculo ante sus ojos que el del vicio.
Por eso la sociedad debe poner especial cuidado en esta educación, debe arrancar al hijo de manos del padre corrompido, para que la conducta de éste no pueda pervertir la de aquél.
Quizás nos hayamos extendido demasiado al hablar sobre la necesidad, sobre el deber de la sociedad de velar sobre la instrucción, de cuidarla como el medio más precioso para la conservación del poder y de la autoridad legítima.
Trataremos ahora de examinar nuestro sistema de instrucción, señalar sus principales vacíos y bosquejar, en fin, un sistema adaptable a nuestra República.
Como lo dije ya, a lo que se debe atender con más cuidado es a la educación de las masas.
El principal obstáculo que se opone a esta instrucción general es la repugnancia de estas mismas masas, su poco interés o deseo de recibir ese bálsamo saludable, que ha de regenerar su existencia, su modo de ser.
Esta repugnancia se explica fácilmente; en nuestro país nace de la naturaleza indolente de sus habitantes.
La negligencia de los padres, su poco cuidado por el bienestar de sus hijos, su excesiva complacencia, quizá, hace que la instrucción se vaya postergando, se vaya dejando para ese mañana, que sólo llega cuando el niño es hombre, cuando el mal es irremediable, cuando la instrucción es imposible, pues lo mismo que la falta de rocío endurece la tierra y la hace incapaz de recibir semilla alguna, así la falta del rocío saludable de la instrucción entorpece las facultades y las hace incapaces de desarrollarse.
Estas son las consecuencias fatales e inevitables de dejar a los padres la libertad de dar o no instrucción a sus hijos. Para contrarrestarlas es necesario que la instrucción sea declarada obligatoria.
Esta medida, que tal vez parezca algo violenta al principio, llegará con el tiempo a formar una costumbre, una necesidad, y cuando un pueblo respeta de este modo la instrucción, este pueblo está salvado, tiene su porvenir asegurado. Esta medida produce inmediatamente la difusión de la instrucción en el pueblo y por consiguiente reforma sus hábitos, suaviza sus costumbres.
Esta obligación no existe en nuestro país; será preciso establecerla.
Para que pueda hacerse efectiva, es preciso no dejar al padre pretexto alguno para oponerse a ella. Se debe dotar al pueblo de un número suficiente de escuelas, para que no pueda alegar la falta de estos establecimientos. Las horas de enseñanza deben estar de tal manera dispuestas, que no impidan al niño pobre el poder trabajar y ayudar al padre a soportar el peso de la familia.
Sentada la obligación de aprender, pasemos a otro punto no menos importante, la libertad de enseñanza.
Los que combaten la libertad de enseñanza lo hacen bajo el pretexto de que esta libertad es abusada, es llevada a la licencia en los países donde se ha admitido.
Esta libertad, dicen, rebaja la noble profesión del maestro, puesto que dejan en libertad a cualquier ignorante o charlatán, de fundar establecimientos de instrucción, y éstos no importan sino un grave perjuicio al país.
Pero, ¿acaso no habrá otro medio de impedir el abuso de esta libertad, sino suprimiéndola? ¿Acaso el monopolizar la enseñanza no produce males mucho mayores? Creo que sí, y trataré de probarlo.
Toda libertad tiene su límite. La libertad ilimitada se transforma en abuso, en licencia.
La libertad de enseñanza tiene, pues, su límite, este límite es la incapacidad. Al decir libertad de enseñanza no se debe entender, pues, que todos puedan enseñar; lejos de eso, lo único que se debe entender es que todo aquél que sea capaz de enseñar puede hacerlo. Para poder enseñar se precisa no sólo ilustración, sino también moralidad. Porque, ¿qué importaría ilustrar la inteligencia del niño, si al mismo tiempo se corrompen sus costumbres, se deprava su corazón? Más valiera no haberle instruido, porque el crimen en manos de un hombre ilustrado es mil veces más terrible que en las de un ignorante.
Luego, para ser maestro, director de un establecimiento de instrucción, es necesario ser ilustrado y moral. Pero, ¿cómo podrá asegurarse el pueblo que aquel que pretende dirigir la juventud posee estas cualidades indispensables? El medio es muy sencillo, un examen en cuanto a su ilustración, y un certificado que pruebe su moralidad.
Se teme que la libertad de enseñanza permita la difusión de ideas erróneas y absurdas en el pueblo. Temor inútil. Si las doctrinas que se vierten son absurdas, ellas caerán por su propio peso, y sus autores todo lo que habrán conseguido es la conmiseración que da el pueblo a todo desgraciado.
Agregan los monopolistas de la instrucción, si la autoridad monopoliza todas las necesidades vitales de los Estados, tales como la justicia, el crédito, ¿por qué no ha de poder monopolizar la instrucción, que es, tal vez, la principal de estas necesidades? Es que la justicia, el crédito, son de naturaleza enteramente distinta a la instrucción.
La justicia no puede ser sino una, una la aplicación del principio, y si ésta estuviera en manos del individuo, cada uno la aplicaría con relación a sus conveniencias particulares; el crédito lo mismo, sería explotado en bien propio, y entonces tendríamos el caos, la anarquía más completa en la sociedad. Para evitar todo esto es que la autoridad monopoliza su administración. Pero la instrucción es diferente, necesita esta divergencia, este choque entre las inteligencias, choque que produce las grandes ideas que asombran a la humanidad, que muestran el poder del hombre; esta divergencia provoca un estímulo que no puede producir sino brillantes resultados.
Pasemos ahora a examinar los efectos del monopolio de la enseñanza. Su efecto inmediato es la absorción de ella por tal o cual establecimiento. Obligaría a todos a pasar por un mismo canal, no daría expansión o libertad a las inteligencias, y el genio innovador que existiese en algunas de ellas se ahogaría para dar lugar a la rutina.
El progreso sería entonces muy lento, quizá nulo
¿Cuál ha sido la causa por la que Norteamérica ha llegado hasta ponerse a la vanguardia de todos los pueblos del universo, en cuanto a su progreso material?
La causa no es otra sino que el genio investigador del yankee, no se sujeta al método sistemático, rutinero del colegio, de la universidad; no, él da libertad a su inteligencia, no se contenta con saber lo que antes sabía, quiere conocer algo más, quiere conocer lo desconocido. Y este brillante resultado no se obtendría si no hubiese libertad de enseñanza.
La instrucción debe ser completa, debe abrazar todos los ramos de los conocimientos humanos. Cada ciencia tiene su aplicación práctica y necesaria en la vida de los pueblos. Si hay alguna sociedad que cultiva con predilección tal o cual ciencia, con perjuicio de otra, este pueblo al hacer la aplicación de estas ciencias, al llenar las necesidades, encontrará un perjudicial vacío, pues habrá muchas que no podrá llenar, y estas necesidades no cumplidas, importarán un retardo en la senda del progreso, por consiguiente un mal para el país.
Luego la enseñanza debe ser libre y completa, la instrucción obligatoria y proporcionada al rol que el individuo va a jugar en la sociedad.
Sentados estos principios, pasemos a aplicarlos a nuestro sistema de instrucción.
Nuestra instrucción no puede ser más deficiente, más incompleta, particularmente en el estudio de las ciencias exactas.
Es extraño lo que sucede, este vacío ha sido constantemente conocido y lamentado y sin embargo nada se ha hecho para remediarlo.
Vagan por nuestras calles, por nuestra campaña, multitud de niños sin hogar y sin familia. Estos seres criados en la holganza más vergonzosa y por consiguiente desviados por la corrupción y el vicio, no podrán formar sino ciudadanos viciosos y corrompidos, elementos de destrucción para la sociedad. Es preciso, pues, contener, ahogar este germen de anarquía, fundando escuelas de artes y oficios, donde regenerados por la atmósfera saludable del trabajo, se conviertan en ciudadanos honrados y laboriosos, útiles a la patria y a sí mismos.
Dije que este vacío en el estudio de las ciencias exactas había sido sentido y lamentado hace algunos años. En efecto, oigamos lo que decía el señor Zuviría en folleto sobre instrucción, publicado en 1852:
“Quizás sin exageración puede decirse, que hay más políticos, publicistas, abogados, oradores, escritores y poetas, que químicos, mecánicos, mineros y aún agricultores y pastores, instruidos en sus respectivas industrias”.
Y ésta es la realidad. ¿Queréis hallar quien os desenrede la más intrincada cuestión de política o derecho? Hallaréis cientos de políticos y abogados que podrán hacerlo. ¿Queréis proclamar, entusiasmar al pueblo? Encontraréis oradores en todos los rincones de la República. ¿Queréis cantar las glorias de la patria? Conocida es la abundancia de poetas en este país. Pero, ¿queréis explotar los inmensos tesoros que la naturaleza con manos pródigas ha sembrado en todo el territorio argentino? y apenas hallaréis en todo este territorio un solo argentino capaz de hacerlo. ¿Queréis llevar al centro de la República, al emblema de la civilización, a la poderosa locomotora? tendréis que ir a países lejanos a mendigar un hombre que os enseñe a hacerlo.
¿Queréis convertir las inmensas cantidades de lanas, producto de nuestras campañas, en el tejido que ha de preservar nuestro cuerpo contra el rigor de las estaciones? y no hallaréis una hilandería, ni una simple rueca par hacerlo. Tendréis que llevarla a 3000 leguas de distancia, convertirla allá, y volverla a traer, causando así grandes perjuicios al país.
Lo que forma la fuerza de un Estado no es esa turba de declamadores, que sólo viven de la revuelta, sino el honrado y pacífico ciudadano que profesa tal o cual industria. Este tiene que trabajar incesantemente para conservar su existencia, para procurar su bienestar. Este trabajo es imposible sin la paz y por eso tratarán de mantenerla; y cuando un pueblo está empeñado en sostenerla, esta se hace fructífera y duradera.
Si nuestra República hubiera tenido esta educación práctica, difundida en el pueblo, haría ya largos años que hubieran cesado esas guerras fratricidas, que han sido el constante azote de estos países.
Cuando el hombre se dedica con fe al trabajo, abandona todas estas funestas pasiones y preocupaciones de partido, aspira al bien general, porque éste redunda en el suyo propio.
¡Cuánto más sublime y conmovedor es el espectáculo que ofrece el pacífico habitante, guiando el arado sobre nuestro rico suelo, y haciendo que de ese surco, regado por sus nobles sudores, nazcan fuentes inagotables de felicidad y riqueza para la sociedad; que no el espectáculo horrible y desconsolador de bandos opuestos prontos a despedazarse, desconociendo todos los lazos de caridad y justicia que deben unir a los hombres!
Pues bien, estos dos hechos de naturaleza diametralmente opuesta, no pueden existir juntos; fundemos, arraiguemos en nuestras costumbres el primero, con eso podremos destruir hasta en sus más ocultos gérmenes al segundo.
Hagamos todo esto, y veremos al día siguiente, a electricidad, al vapor, sentar su trono en medio de nuestras campañas, agitar las tranquilas aguas de nuestros ríos, y hacer huir despavoridos en su presencia, al montonero y al indio, ese cáncer que hace tantos años impide el progreso de nuestra campaña.
Hagamos esto, y veremos todas esas riquezas que ahora se esconden en el seno de nuestra tierra, salir a raudales y hacer a la República feliz interiormente, fuerte y respetada en el exterior.
Estas consideraciones hacen ver claramente lo deficiente de nuestra instrucción. Trataremos ahora de bosquejar un sistema adaptable a la República.
La instrucción, ese manto regio que demuestra poder y la grandeza del pueblo que lo ostenta, no querramos afearlo con remiendos mal zurcidos, cual lo serían las reformas parciales de nuestro sistema.
Es preciso reformarlo todo, para que la oscuridad de una parte no vaya a deslumbrar el brillo de la otra.
La instrucción debe estar dividida en tantas grandes divisiones, cuantas son las necesidades que nacen del rol que el individuo va a jugar en la vida social. El individuo pertenece a la clase baja que se dedica a los trabajos materiales o a la clase que se dedica a explotar las riquezas del país, es decir, al comercio en general; o a la clase que dedica a los estudios elevados, al estudio de las facultades en general.
Luego debe haber tres grandes divisiones en la enseñanza, la de la primera clase que se hará en las escuelas, la de la segunda que se hará en los colegios, y la de la tercera que se hará en las universidades.
Demarcaremos ahora los diferentes ramos que corresponden a estos diversos establecimientos.
La instrucción primaria debe abrazar la instrucción moral y religiosa, lectura, escritura, rudimentos de aritmética y del idioma natal. Esto creemos que basta para las necesidades de aquella masa del pueblo que se dedica al trabajo puramente corporal. Quererla recargar con otros estudios, sería hacerle perder tiempo inútilmente, sería hacerle aspirar a estudios que no le corresponden, sería, por fin, empobrecer la industria quitándole brazos útiles: no puede haber menos, puesto que todos son indispensables para el juego de la vida ordinaria.
La obligación de instruirse de que hablamos al principio, debe limitarse aquí, puesto que no se puede pedir a hombre del pueblo que se dedique a estudios más elevados.
Pasemos a la instrucción secundaria o comercial. Esta se tiene que dividir en dos partes, para los que se dediquen al comercio (y aquí comprendemos el estudio del pastoreo y de la agricultura) y para los que pretendan pasar a estudios más elevados.
En estos colegios debe cursarse los estudios siguientes: para los primeros, gramática, geografía, historia, aritmética completa, elementos de matemáticas, de filosofía, música, enseñanza agrícola y pastoril, dibujo, idiomas vivos; y además, para los segundos, elementos de química, física, historia natural, idiomas muertos.
La necesidad de estos estudios se reconocerá fácilmente: el comercio forma la riqueza y por consiguiente el poder del país; es preciso, pues, fomentarlo, para conservar el orden interior, y el respeto exterior del mismo, porque si bien, arriba del individuo hay el poder de las leyes, arriba de las naciones no hay sino la justicia del cañón. ¿Quién dio ese inmenso poder en los tiempos antiguos los troyanos, a los fenicios, a los cartagineses, y en los tiempos modernos, a la República de Venecia, a la Inglaterra, a la Francia, a los Estados Unidos?: el comercio. Cuidemos, pues, de este medio poderoso de prosperidad para el país.
Hemos colocado la música aquí, puesto que la educación no es sólo de la inteligencia, sino también de las demás facultades, y es conocida la influencia que la música ejerce en las costumbres: id a Alemania -dice un escritor contemporáneo- y en la puerta de la cabaña encontraréis la amabilidad y la hospitalidad, penetrad más adentro y encontraréis una Biblia y un piano. En cuanto a los segundos estudios, es necesario que los que pretendan pasar a estudios más elevados, cursen ante estos preparatorios. Es por eso que hemos dividido los estudios colegiales en dos partes.
Pasemos ahora a la Universidad. ¿Qué se proponen los que penetran en ella?
Profundizar la ciencia. Es preciso, pues, establecer aquí el estudio de las diversas Facultades, tales como las de teología, derecho, medicina, ciencias exactas. Estas ciencias deben estudiarse en todas sus ramificaciones. Muchos de los estudios que hemos enumerado hasta aquí, necesitan además de la teoría, una enseñanza práctica. Para esto habrá que fundar establecimientos para esta enseñanza que complementen los anteriores.
Estos establecimientos serán: museos de historia natural, conservatorios de pintura y música, escuelas de artillería de tierra y marina, academias militares, astilleros de construcción naval, institutos agrícolas y pastoriles, etcétera.
En cuanto a la administración de los establecimientos de esta naturaleza que costee el Estado, deberá haber un Consejo general de instrucción, con sus respectivos inspectores, que visitarán y examinarán estos establecimientos y pasarán sus correspondientes informes al Consejo, que resolverá, en vista de ellos, las mejoras y reformas que hayan que hacerse, pasando todo a la aprobación del ministro del ramo. Este Consejo deberá formarse en el seno de la municipalidad, puesto que es a ella a quien le toca palpar de cerca las necesidades del municipio.
Creemos que esta instrucción así basada podrá llenar las necesidades de nuestra patria. Si no las llenare, otras voces más autorizadas podrán reformarla. Entretanto vosotros que estáis en aptitud de hacerlo, abandonad esa culpable dejadez. ¿No oís el grito de la América toda revolcándose en su sangre, del herido que ha caído combatiendo por una idea estéril, tal vez por una preocupación funesta; de la viuda, del huérfano, el grito, en fin, de agonía de un pueblo que se ahoga en el oscuro océano de ignorancia? Vosotros, que con sólo tender una mano podéis salvarlo, ¿no lo haréis, dejaréis que perezcan inteligencias que podrían llegar a ser la gloria de la patria, de la humanidad? No podemos creerlo.
Sois americanos, debéis tener ideas más grandes, sentimientos más nobles; hacedlo y la posteridad os bendecirá; si no lo hacéis, su fallo severo no se hará esperar.
Hemos concluido.
Si una perdonable osadía nos ha llevado hasta abordar una cuestión tan importante, cual es la que hemos tratado, nuestro principal deseo ha sido el tributar un homenaje de gratitud y respeto hacia nuestro ilustre y bondadoso catedrático doctor don Miguel Villegas.
Buenos Aires, noviembre 1863.
CARLOS PELLEGRINI

Fuente: www.fundacionpellegrini.org.ar
[1] Original existente en la Biblioteca de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de Buenos Aires y exhumado hace unos años y publicado, en fascículo, por el Ministerio de Justicia e Instrucción Pública de la Nación, con unas líneas prologales por el doctor Coll.

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