mayo 16, 2011

Discurso de Carlos Taibo tras la manifestación de "Democracia Real Ya, Toma la Calle", en Puerta del Sol - Madrid (2011)

DISCURSO TRAS LA MANIFESTACIÓN DE "DEMOCRACIA REAL YA, TOMA LA CALLE", A LOS MANIFESTANTES EN LA PUERTA DEL SOL, MADRID *
Carlos Taibo [1]
[15 de Mayo de 2011]

Estamos aquí, a buen seguro somos personas muy diferentes. Tenemos en la cabeza ideales y proyectos muy distintos.
Han conseguido sin embargo que nos pongamos de acuerdo en un puñado de idea.
¿Cuál es la primera?
La llaman democracia y no lo es.
Las grandes instituciones del estado, los grandes partidos, han demostrado su visión y capacidad para funcionar al margen del ruido molesto de la población.
Esos dos grandes partidos en singular, escenifican todos los días una aparente confrontación ideológica que esconde que por detrás están de acuerdo en todo lo importante.
Mientras que las cosas en las que están de acuerdo esta en acoger, de entre sus filas, a personas de muy dudosa moralidad.
No es difícil saber que es lo que hay en la trastienda. Formidables corporaciones económicas financieras que dictan la mayoría de las reglas de juego.
Segunda…. a menudo somos victimas de las grandes cifras que se nos imponen y que no acertamos a saber que significan. En mayo de 2010, por proponer un ejemplo, la Unión Europea exigió del Gobierno español que redujese en 15.000 millones de euros el gasto público. Nadie sabe a ciencia cierta qué son 15.000 millones de euros.
Para comprenderlo no está de más que asumamos una rápida comparación con otras cifras. Unos años atrás ese Gobierno español que acabo de mencionar destinó en inicio 9.000 millones de euros al saneamiento de una única caja de ahorros, la de Castilla-La Mancha, que se hallaba al borde de la quiebra; estoy hablando de una cifra que se acercaba a las dos terceras partes de la de la exigida en recortes por la Unión Europea. Durante dos años fiscales consecutivos, ese mismo Gobierno obsequió con 400 euros a todos los que hacemos una declaración de la renta. A todos, dicho sea de paso, por igual: lo mismo recibió el señor Botín que el ciudadano más pobre. Según una estimación, ese regalo se llevó, en cada uno de esos años, 10.000 millones de euros. Estoy hablando del mismo Gobierno, que se autotitula socialista, que no dudó en suprimir un impuesto, el del patrimonio, que por lógica grava ante todo a los ricos, reduciendo sensiblemente la recaudación, mientras incrementaba en cambio otro, el IVA, que castiga a los pobres. El mismo Gobierno, en fin, que apenas hace nada para luchar contra el fraude fiscal y que mantiene la legislación más laxa de la Unión Europea en lo que hace a evasión de capitales y paraísos fiscales.
Tercera. Si hay un dios que adoran políticos, economistas y muchos sindicalistas, ese dios es el de la competitividad. Cualquier persona con dos dedos de cabeza sabe, sin embargo, en qué se han traducido, para la mayoría de quienes están aquí, las formidables ganancias obtenidas en los últimos años en materia de competividad: salarios cada vez más bajos, jornadas laborales cada vez más prolongadas, derechos sociales que retroceden, precariedad por todas partes.
No es difícil identificar a las víctimas de tanta miseria. La primera la aportan los jóvenes, que engrosan masivamente nuestro ejército de reserva de desempleados. Si no hubiera muchas tragedias por detrás, tendría su gracia glosar esa deriva terminológica que hace media docena de años nos invitaba a hablar de mileuristas [2] para retratar una delicada situación, hoy nos invita a hacerlo de quinientoseuristas y pasado mañana, las cosas como van, nos obligará a referirnos a los trescientoseuristas. La segunda víctima son las mujeres, de siempre peor pagadas y condenadas a ocupar los escalones inferiores de la pirámide productiva, a más de verse obligadas a cargar con el grueso del trabajo doméstico. Una tercera víctima son los olvidados de siempre, los ancianos, ignorados en particular por esos dos maravillosos sindicatos, Comisiones y UGT, siempre dispuestos a firmar lo infirmable. No quiero olvidar, en cuarto y último lugar, a nuestros amigos inmigrantes, convertidos, según las coyunturas, en mercancía de quita y pon. Estoy hablando, al fin y al cabo, de una escueta minoría de la población: jóvenes, mujeres, ancianos e inmigrantes.
Cuarta. No quiero dejar en el olvido los derechos de las generaciones venideras y, con ellos, los de las demás especies que nos acompañan en el planeta Tierra. Lo digo porque en este país en el que estamos hace mucho tiempo que confundimos crecimiento y consumo, por un lado, con felicidad y bienestar, por el otro. Hablo del mismo país que ha permitido orgulloso que su huella ecológica se acrecentase espectacularmente, con efecto principal en la ruptura de precarios equilibrios medioambientales. Ahí están, para testimoniarlo, la idolatría del automóvil y de su cultura, esos maravillosos trenes de alta velocidad que permiten que los ricos se muevan con rapidez mientras se deterioran las posibilidades al alcance de las clases populares, los castigos, acaso irreversibles, que han padecido nuestras costas o, para dejarlo ahí, la dramática desaparición de la vida rural. Nada retrata mejor dónde estamos que el hecho de que España se encuentre en el furgón de cola de la Unión Europea en lo hace a la lucha contra el cambio climático, con un Gobierno que alienta la impresentable compra de cuotas de contaminación en países pobres que no están en condiciones de agotar las suyas.
Quinta. Entre las reivindicaciones que plantea la plataforma que promueve estas manifestaciones y concentraciones hay una expresa relativa a la urgencia de reducir el gasto militar. Me parece tanto más pertinente cuanto que en los últimos años hemos tenido la oportunidad de comprobar cómo nuestros diferentes gobernantes rebajaban de manera muy sensible la ayuda al desarrollo. Nunca lo subrayaremos de manera suficiente: el momento más tétrico de nuestra crisis dibuja un escenario claramente preferible al momento más airoso de la situación de la mayoría de los países del Sur.
Vuelvo, con todo, a lo del gasto militar. Este último, visiblemente ocultado tras numerosas partidas, responde a dos grandes objetivos. El primero no es otro que mantener a España en el núcleo de los países poderosos, con los deberes consiguientes en materia de apoyo a esas genuinas guerras de rapiña global que lideran los Estados Unidos. El segundo se vincula con el designio de preservar un apoyo franco a lo que hacen tantas empresas españolas en el exterior. ¿Alguien ha tenido noticia de que algún portavoz del Partido Socialista o del Partido Popular se haya atrevido a criticar, siquiera sólo sea livianamente, las violaciones de derechos humanos básicos de las que son responsables empresas españolas en Colombia como en Ecuador, en Perú como en Bolivia, en Argentina como en Brasil?
Acabo. Me gustaría en estas horas tener un recuerdo para alguien que nos ha dejado en Madrid el martes pasado. Hablo de Ramón Fernández Durán, que iluminó nuestro conocimiento en lo que respecta a las miserias del capitalismo global y nos puso sobre aviso ante lo que nos espera de la mano de esa genuina edad de las tinieblas en la que, si no lo remediamos, nos adentramos a marchas forzadas. No se me ocurre mejor manera de hacerlo que la que me invita a rescatar una frase que ha repetido muchas veces mi amigo José Luis Sampedro, de quien escucharemos, por cierto, un saludo dentro de unos minutos., La frase en cuestión, que creo refleja bien a a las claras nuestra intención de esta tarde, la pronunció Martín Luther King, el muñidor principal del movimiento de derechos civiles en los Estados Unidos de cincuenta años atrás. Dice así: “Cuando reflexionemos sobre nuestro siglo, lo que nos parecerá más grave no serán las fechorías de los malvados, sino el escandaloso silencio de las buenas personas”.
Muchas gracias por haberme escuchado.
CARLOS TAIBO

* Discurso reconstruido por el propio orador sobre la base de sus apuntes, al final de la multitudinaria manifestación que convocó la plataforma Democracia Real Ya.
[1] Profesor de Ciencia Política la Universidad Autónoma de Madrid y activista
[2] El neologismo mileurista (surgido a partir de mil euros) se emplea en España para definir a una persona con unos ingresos que no suelen superar los 1.000 euros.

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