TRATADO DEL GOBIERNO DE LOS PRÍNCIPES [1]
Santo Tomas de Aquino y otros *
[1265]
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ÍNDICE 1° PARTE
INTRODUCCION
DEDICATORIA DEL TRADUCTOR AL EXCELENTISIMO SEÑOR CONDE DE OLIVARES
AL REY DE CHIPRE
LIBRO PRIMERO
CAPÍTULO I
Que es necesario que los hombres que viven juntos sean gobernados por alguno
CAPÍTULO II
Que es más útil a los hombres que viven juntos, ser gobernados por uno que por muchos
CAPÍTULO III
Que así como el gobierno de uno es el mejor, siendo justo, no siéndolo es el peor, y se prueba con muchas razones
CAPÍTULO IV
Cómo se mudó el gobierno entre los romanos, y que entre ellos fue más aumentado el Estado por el gobierno de muchos
CAPÍTULO V
Que en el gobierno de muchos suele suceder más veces la tiranía, por lo cual es mejor el gobierno de uno
Concluyese que el gobierno de uno es mejor; y muestra cómo se deben haber con él los súbditos; porque no se le debe dar ocasión de tiranizar, y que aun esto se debe tolerar, para evitar mayores males
CAPÍTULO VII
Pregunta el Santo Doctor que es lo que principalmente debe mover al Rey a gobernar bien: si es el honor y gloria del mundo, y pone cerca de esto algunas opiniones, y lo que se ha de tener
CAPÍTULO VIII
Aquí declara el Santo Doctor cuál es el verdadero fin del Rey, que le debe mover a gobernar bien
CAPÍTULO IX
Aquí declara el Santo Doctor que el premio de los Reyes y Príncipes tiene el supremo grado en la bienaventuranza celestial: que se prueba con muchas razones y ejemplos
CAPÍTULO X
Que los Reyes y Príncipes deben tratar del bien común por el bien suyo propio que de el se les sigue, y que lo contrario se sigue al que gobierna tiránicamente
CAPÍTULO XI
Que los bienes del mundo, como son riquezas, poder, honor y fama, mejor los alcanzan los Reyes que los tiranos; y de los males en que los tiranos caen aun en esta vida
CAPÍTULO XII
Procede mostrando lo que es el oficio del Rey, adonde conforme a las cosas naturales muestra que el Rey con el reino es como el alma en el cuerpo y a la manera que Dios en el mundo
CAPÍTULO XIII
De esta semejanza saca el modo del gobierno, porque así como Dios distingue todas las cosas con un cierto orden y propia operación y lugar, así lo ha de hacer el Rey en su Reino, y lo mismo dice del alma
CAPÍTULO XIV
Que modo de gobernar le compete al Rey según el modo del gobierno divino, el cual modo de gobierno se compara al de la nave, y se pone una comparación del gobierno real y del sacerdotal
CAPÍTULO XV
Que así como para alcanzar el último fin importa que el Rey disponga los súbditos al bien vivir, así también conviene que lo haga para los fines medios; y se señalan las cosas que aprovechan para bien vivir, y las que lo piden, y que remedio debe poner el Rey contra los tales impedimentos
LIBRO SEGUNDO
CAPÍTULO I
Como los reyes han de fundar ciudades, para alcanzar fama, y que se debe elegir para ello sitio templado, y las comodidades que de esto se siguen, y las incomodidades de lo contrario.
CAPÍTULO II
Como deben elegir los Reyes y Príncipes las regiones para fundar ciudades o castillos, y que debe ser de aire saludable, y muestra en que se conoce el serlo
CAPÍTULO III
Que es necesario que la ciudad que un Rey hubiere de fundar tenga abundancia de mantenimientos, porque sin ellos no puede ser perfecta; y dice que hay dos medios para alcanzarla, y aprueba más el primero
CAPÍTULO IV
Que la región que el Rey elige para fundar ciudades o castillos ha de tener lugares amenos y deleitosos, y que los ciudadanos se han de obligar a que usen de ellos con moderación, porque muchas veces son causa de disolución, por donde los reinos se pierden.
CAPÍTULO V
Que es necesario que el Rey y cualquiera Señor tenga abundancia de riquezas temporales, que se llaman naturales: y se da la razón de ello.
CAPÍTULO VI
Que importa al Rey tener otras riquezas naturales, como son rebaños de ganado mayor y menor, sin las cuales no puede regir bien la tierra
CAPÍTULO VII
Que conviene que el Rey tenga abundancia de riquezas artificiales, como son oro y plata, y de moneda hecha de estos metales.
CAPÍTULO VIII
Como para gobierno del reino y de cualquier señorío son necesarios ministros, y se hace una definición de los dos modos de gobierno, político y despótico; y muestra con mucha razones que el político conviene que sea suave.
CAPÍTULO IX
Del principado despótico, cuál es y como se reduce al real; donde incidentemente compara el político con el despótico, según diversas razones y tiempos
CAPÍTULO X
Después de haber hecho distinción de los modos de señoríos, se hace ahora de los Ministros, según la diferencia de los Señores, y después prueba ser natural la servidumbre en algunos
CAPÍTULO XI
Que es necesario al Rey y a cualquier otro Señor tener en su tierra fortísimas fortalezas; se ponen muchas razones para esto
CAPÍTULO XII
Que conviene al buen gobierno de un reino, o de cualquier otro señorío, tener los caminos seguros y libres en su provincia
CAPÍTULO XIII
Cómo en un reino o cualquier señorío es necesario tener moneda propia, y las comodidades que de esto se siguen, y las incomodidades de lo contrario
CAPÍTULO XIV
Se prueba con ejemplos y razones como para el buen gobierno del reino o cualquier otro señorío o policía, son necesarios los pesos y medidas
CAPÍTULO XV
Aquí declara el Santo Doctor que a un Rey o a cualquier otro Señor para la conservación de su estado le conviene tener cuidado de que del erario público sean proveídos los pobres en sus necesidades; y se prueba con razones y ejemplos.
CAPÍTULO XVI
Aquí declara el Santo Doctor como conviene que el Rey o cualquier otro que es Señor tenga cuidado del culto divino, y el fruto que de esto se sigue
LIBRO TERCERO
CAPÍTULO I
En este primer capítulo se considera y se prueba que cualquier Señorío viene de mano de Dios, considerada la naturaleza del ser.
CAPÍTULO II
Se prueba lo mismo por la consideración del movimiento de cualquier naturaleza
CAPÍTULO III
Aquí prueba lo mismo el santo Doctor por la consideración del fin.
CAPÍTULO IV
Aquí declara el Santo Doctor de la manera que Dios quiso dar el dominio a los Romanos por el amor de la patria
CAPÍTULO V
Como los romanos merecieron el Señorío por las Leyes santísimas que establecieron
CAPÍTULO VI
Como Dios les concedió el dominio por la civil benevolencia
CAPÍTULO VII
Aquí declara el Santo Doctor de la manera que permite algunos Señoríos para punición de los malos, y que los tales Señoríos son como un instrumento de la divina justicia contra los pecadores
CAPÍTULO VIII
Aquí declara el Santo Doctor que el tal dominio algunas veces se convierte en mal de los que dominan, porque ensoberbeciéndose, por su ingratitud son grandemente castigados
CAPÍTULO IX
Aquí declara el Santo Doctor que el hombre naturalmente domina los animales silvestres y las demás cosas irracionales; y como esto sea; y se prueba con muchas razones
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INTRODUCCIÓN
El opúsculo “Del Gobierno de los Príncipes” (De Regimine Principum ad Regem Cypri) tiene especial interés entre los demás opúsculos de Santo Tomas de Aquino, porque encontramos en él resumidas las ideas del Santo Doctor acerca de un problema que siempre, pero en nuestros días de una manera especial, exige la atención de todos los estudiosos: el Estado. He aquí porque hemos tenido particular empeño en dar a conocer a los lectores de la Colección de Espiritualidad Cristiana esta preciosa obra, (de la que no existe, que sepamos, ninguna moderna edición en castellano), reeditando una traducción tan fiel y castiza como desconocida en nuestros días: la de Don Alonso Ordóñez das Seyjas y Tobar, quien en 1624 prestó a la literatura castellana el inapreciable servicio de una cuidadosa versión de nuestro opúsculo.
El tratado “De Regimine Principum” esta dividido en cuatro libros, en los cuales, como indica el mismo argumento que como prologo nos ofrece Santo Tomás, se intenta explicar “lo que es el reino”, es decir, “el origen del reino y las cosas que pertenecen al oficio del Rey, conforme a la autoridad de la divina Escritura, preceptos de filósofos y ejemplos de loables príncipes”. Estamos, pues, ante un tratado acerca de la naturaleza, del origen y de las funciones del Estado, encarado con toda amplitud. No pudo el Santo Doctor llevar a cabo su obra. En el primer libro se ocupa, en los primeros capítulos, del origen y de la naturaleza del poder político, refiriéndose a sus varias formas. Luego estudia, a través de los libros Primero y Segundo, lo que pertenece al Rey o Príncipe en particular y su forma de ejercitar las funciones de gobierno respecto de los súbditos. Los libros 3º y 4º, después de una repetición de la doctrina de Santo Tomás acerca de la naturaleza y función del Estado, se detienen en considerar los ejemplos de los grandes Estados de la antigüedad de Grecia, Roma y de la era cristiana.
Aun cuando no faltan autores que hayan atribuido íntegramente el opúsculo a Santo Tomás de Aquino, (y entre ellos el traductor de la presente obra, quien se esfuerza por demostrarlo en la dedicatoria) sin embargo, la crítica actual da por firmemente establecido que sólo es autentico de Santo Tomas el libro 1° y la primera parte del libro 2°, hasta el capitulo 4°. Los capítulos siguientes del libro 2º, se atribuyen generalmente a Tolomeo de Luca, discípulo y biógrafo de Santo Tomás, quien, según la opinión más probable, terminó el libro 2° utilizando las notas de su maestro [2]*.
Los otros dos libros, 3º y 4º, atribuidos también a Tolomeo de Luca, pertenecen mas probablemente a otro autor de la misma época. Que los dos últimos libros no son de Sto. Tomas, resulta claro si se atiende a la misma doctrina, en la que falla la precisión histórica y doctrinal en algunos capítulos. Debemos indicar, para guía de nuestros lectores, las más importantes fallas en su aspecto doctrinal, dejando de lado las fallas históricas. Helas aquí, notadas por Juan Ambrosio Barbavara y aducidas por el celebre De Rubeis: “En el tercer libro, sin ningún fundamento, se saca a luz el dominio sacerdotal, como una espontánea conclusión (cap. 10). Asimismo, con demasiada precipitación se cita a los emperadores Federico, Conrado y Manfredo, como refugio de todos los criminales.
Se intenta confirmar tanto la potestad temporal como la espiritual del Romano Pontífice con el texto de Mateo, 16: “Lo que desatares sobre la tierra, etc.”, como si el Romano Pontífice fuera señor temporal por derecho divino, no distinguiendo el autor entre la potestad temporal del Papa y la potestad que tiene sobre lo temporal por su relación con lo espiritual (Ibid.). En el capitulo 12 enumera la monarquía de Cristo junto con las demás monarquías del mundo, sin considerar debidamente aquellas palabras de S. Juan, 18: “Mi reino no es de este mundo”. Lo que repite más expresamente en el capítulo 16, donde afirma que Cristo, aunque desde la infancia era Rey de Reyes, sin embargo, permitió que algunos emperadores reinaran hasta Constantino; al cual lo castigo con la lepra para que cediera a San Silvestre el dominio del mundo: de donde se sigue que los Cesares anteriores a Constantino fueron poseedores de mala fe. Es imposible creer que a Sto. Tomas se le hayan ocurrido tales cosas, aún cuando siempre haya afirmado con el mayor empeño la potestad pontificia. En el libro 4º se nota a Aristóteles atribuyendo de mala fe a Sócrates la comunidad de las mujeres, en lo cual manifiesta claramente que no ha leído bien el libro 5º De la República.
A pesar de estos deslices doctrinales aislados y de otros históricos, los libros 2º y 4º reflejan en conjunto la mentalidad de Sto. Tomas, cuyas doctrinas repiten. Esta razón, y sobre todo el hecho de que muy de antiguo hayan figurado los cuatro libros entre las obras de Sto. Tomas, hace que los cuatro libros constituyan actualmente un todo inseparable, y por ello no hemos dudado en publicarlos. Los lectores, advertidos ya de la parte indudablemente genuina de Sto. Tomas, sabrán atribuir a cada libro su propio valor.
Otro opúsculo parecido, que muchos autores atribuyeron también a Sto. Tomas, y que llevaba el titulo De la Erudición de los Príncipes, es evidentemente espurio. Por eso, el argumento del Cardenal Belarmino a que se refiere nuestro traductor en la dedicatoria, y la refutación que éste hace de aquél, carecen de fundamento.
Acerca de la traducción que reeditamos, creemos que Don Alonso Ordoñez das Seyjas y Tobar, realizo un trabajo verdaderamente escrupuloso, a fin de salvar la fidelidad al texto original.
Sin embargo, sea porque ha tenido a la vista ediciones defectuosas, sea por algún descuido inevitable del traductor o de los impresores, hemos introducido pequeñas correcciones, que, aunque en con junto no afectan a la primitiva redacción, pasan de las doscientas en toda la obra. Para ello hemos tenido a la vista el texto latino del opúsculo de la edición de Parma (tomo 16, págs. 225 a 291).
Nos resta solamente indicar que la doctrina social de Sto. Tomas esta lejos de haber alcanzado el desarrollo y la perfección de su sistema filosófico y teológico, es decir, de su metafísica y de su teología dogmática. Se han introducido apenas en la política aristotélica los elementos indispensables para cristianizarla, pero quedan puntos oscuros y no suficientemente desarrollados, como, por ejemplo, el de la esclavitud, en el cual se deja sentir con exceso la teoría de la “esclavitud natural” de Aristóteles.
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DEDICATORIA DEL TRADUCTOR AL EXCELENTISIMO SEÑOR CONDE DE OLIVARES
Dos cosas hubo, Excelentísimo Señor, en las obras del primer poeta homero, las cuales aficionaron de tal modo al Magno Alejandro que quiso, como es sabido, tenerlas siempre por consejero y compañía: una fue la realzada imagen o ejemplar de un perfecto Rey y Capitán, que aquel divino ingenio describió en la Ilíada en la persona de Agamenon; y la otra, la erudición casi infinita de que están llenos sus escritos, de que hace alarde y muestra el inestimable filósofo e historiador Plutarco. Las mismas se ven con eminencia en esta Obra del Angélico Doctor Santo Tomas, porque un príncipe católico hallará en ella tratadas las obligaciones de su oficio con tales razones y doctrina, que tengo por cierto que ninguno que se haga su discípulo, no salga maestro en la principal y más segura parte del gobierno, que es encaminarle al bien de los súbditos. Y, siendo esto tan conforme al deseo de V. E., espero que ha de hallar en su estimación acogida semejante a la que hallaron los libros del poeta en la de aquel ilustre príncipe.
Otro libro del mismo titulo “De Regimine Principum”, escribió Egidio Colona, insigne teólogo, natural romano, Arzobispo Bituriense, discípulo de Santo Tomás, a instancia de Felipe el Hermoso, Rey de Francia, como lo escribe Paulo Emilio, comenzando el libro octavo, “De rebus Francorum: Philipus Pulcher, jam inde a prima adolescentia Ægidium, Romanum Theologum observarat: auctorque fuerat, ut De Regimine Principum monumenta quæ extant, conscriberet, ederetque.” De lo cual algunos, cayendo en yerro de equivocación, quisieron dudar de que este Tratado fuese del Doctor Angélico, sino escrito después de sus días por discípulo suyo; pero estos son dos libros distintos, como se sabe y consta de Juan Thritemio, que, poniendo éste entre las Obras del Santo, no solo pone las palabras en que comienza: Cogitanti mihi, y las de Egidio también en su lugar: Ex Regia et sacratissima; sino que del cuerpo del mismo Tratado, en muchas partes parece claro ser escrito en los mismos años que el Santo floreció, particularmente en el lib. 4, cap. 8, donde hablando de que los franceses habían, en diversas edades, sujetado tres veces la isla de Sicilia, dice: “Primo enim tempore Caroli Magni: Secundo ad trecentos annos tempore Roberti Guiscardi, et temporibus nostris per Regem Carolum.” Este fuel Carlos, Duque de Anjou, hermano del Rey San Luis de Francia [3], que paso a Italia y conquistó las dos Sicilias con muerte de Manfredo y Conradino, por los años de 1263, en que e1 Santo vivía, como refiere Rafael Volaterrano en el lib. 6 de sus Comentarios, en la parte de la Historia de Sicilia: “Igitur anno 1263 Carolus trajectis Alpibus, cumn diu variis præliis cum Manfredo concurreret, eum tandem apud Beneventum superatum interfecit, deinde Conradinum Imperatorem, Manfredi fratris filium, auxilio venientem, post multa prælia, postremo apud locum Fucinum cum Henrico patruo, Rege Sardiniæ, et toto exercitu sustulit. Carolus itaque superatis hostibus, vindicatoque sibi citra, ultraque Pharurn Siciliæ Regno, Romam venit, obi Senator factus, etc.” Y en la misma dedicación de este libro, siendo escrito al Rey de Chipre, que fue Guido Lusignano, contemporáneo del mismo Rey Carlos de Sicilia y de San Luis, su hermano, y del Angélico Doctor Santo Tomás, como se infiere de los Anales de Francia, de Paulo Emilio, de Máximo Tirio y de Rafael Volaterrano.
Con lo que se responde a la primera razón de la duda de Belarmino, fundada sobre la concurrencia de los tiempos, el cual pone otras. Una de las cuales es que, puesto que el Santo escribió siete libros de “Institutione Principis”, no parece que tuviera que escribir este “De Regimine Principum.” ¡Como si fueran idénticos!, siendo tan distintos en la materia que aquel trata, de las costumbres y enseñanzas de la niñez de la persona particular de un príncipe, y aún de manera que muchas veces puede servir aquella doctrina a otras personas; y en este se habla del dominio en común, y después de sus diferentes especies, la naturaleza y distinción de ellas y en particular del gobierno Real. Otras tocan a la erudición y estilo de este Tratado, sobre cuya estimación no hay más que decir que se le da por hombres doctísimos el primer lugar entre los libros morales que el Santo escribió, de los cuales referiré algunos. El primero, el Maestro Fr. Hernando del Castillo en la primera parte de la “Historia de Santo Domingo”, lib. 3, cap. 31, dice estas palabras (habiendo hablado de algunos Opúsculos del Santo, que andan con título suyo y no lo son): “Los otros cuarenta y tres opúsculos son legítimos del Santo Doctor, donde se resuelven muchas y muy diversas materias y están singularísimos tratados, especialmente el que escribió al Rey de Chipre “De Regimine Principum”, que para materias de estado no parece que puede tener Segundo”. Y Fray Jerónimo Vielmio, Obispo de Ciudad Nueva, en el lib. 2, De Scriptis D. Thomæ, en la plana 415, dice: “Alii vero libri opuscula dicuntur, in quibus, qui De Regimine Principum inscribitur, maxime inter Morales ejus libellos eminet, et frustra Onuphrius Panvinus Romæ, num Divi Thomaæ germanus fœtus sit, in dubium revocabat.” Y el Padre Antonio Posevino, en el juicio del Libro de Maquiavelo y Antimaquiavelo, le viene a llamar obra de oro: “Quanto rectius Sanctus Thomas in aureo opere De Regimine Principum Regem Cypri docuit. Quis Rex, etc.” Donde pone un sumario de lo que este Tratado contiene, que puede bien estimarse por elogio. Y el Papa Pío V, habiendo usado de la diligencia del Santo que hizo en Roma, tan estimada de todos, hace diferencia entre los Opúsculos, poniendo los que tenían duda de ser del Santo, escritos con letra diferente y menor, y los que no la tenían, con mayor y mas lúcida, entre los cuales está éste, a cuya autoridad no se debe añadir otra.
De la traducción, solo diré a V. Excelencia que he procurado indispensablemente sacarla como un retrato de su original, sin trocar ni dilatar las palabras de él; porque siendo libro de preceptos y en muchas partes tratados con el mismo método que su autor tuvo sobre los libros del Maestro de las Sentencias, no recibiera en sí mudanza sin hacerla en lo substancial de la doctrina; además de que los muchos términos de filosofía y autoridades de la Sagrada Escritura que en él se hallan, en ningún caso reciben alteración. Ni pienso que traducción la admita, sino es pasando a paráfrasis o a imitación, como bien sintió de sus Metamorfoseos el Anguilara, diciendo en otra parte: Mentre mi possi ad imitar Ovidio; salvo en algunos casos que pueden tener por regla lo que escribe San Agustín en el Libro De Vera Religione, cap. 50. Habet enim omnis lingua sua quædam propria genera locutionum, quæ dum in aliam linguam transferuntur, videntur absurda. Esta pequeña muestra de mi deseo al servicio de V. E. le suplico reciba, pues siendo mi mayor premio, causara la continuación en cuanto pueda. Guarde nuestro Señor a V. E. muchos y felices años. En Madrid, 18 de diciembre de 1624 años.
DON ALONSO ORDÓÑEZ DAS SEYJAS Y TOBAR
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TRATADO DEL GOBIERNO DE LOS PRÍNCIPES
DEL ANGELICO DOCTOR SANTO TOMAS DE AQUINO
AL REY DE CHIPRE
Pensando yo que cosa podría ofrecer a la Alteza Real, que fuese digna de ella y conveniente a mi profesión y oficio, principalmente me ocurrió escribir al Rey un libro de lo que es el Reino, en el cual tratase diligentemente, según las fuerzas de mi ingenio, el origen del reinar, y las cosas que pertenecen al oficio del Rey, conforme a la autoridad de la divina Escritura, preceptos de filósofos y ejemplos de loables Príncipes, esperando el principio, progreso y fin de la obra del auxilio de aquél que es Rey de los Reyes y Señor de los Señores, por quien los Reyes reinan Dios, grande Señor y Rey grande sobre todos los dioses.
LIBRO PRIMERO
CAPÍTULO I
Que es necesario que los hombres que viven juntos sean gobernados por alguno
El principio de nuestra intención se ha de entender que es declarar lo que significa el nombre de Rey.
En todas las cosas que se enderezan a algún fin y en que se suele obrar por diferentes modos, es necesario alguno que guíe a aquello que se pretende; porque la nave que según el impulso de diferentes vientos suele ser llevada a diversas partes, no llegaría al puerto deseado, sí la industria del piloto no la encaminase a él.
Los hombres tienen fin a que toda su vida y sus acciones se encaminan, porque son agentes por entendimiento, a quien es propio manifiestamente obrar con algún intento. Y acontece, que diversamente caminan al fin propuesto, como lo muestra la diferencia misma de los humanos estudios y acciones, y así tienen necesidad de quien los guíe. Está en ellos, naturalmente, insita la lumbre de la razón con que en sus obras se enderecen al fin que Procuran; Y si pudieran vivir a solas, corno muchos animales, no necesitarán de otra ninguna guía, si no que cada uno fuera Rey de sí mismo debajo de Dios, sumo Rey, en cuanto por la lumbre de la razón, que de su divina mano les fue dada, se guiaran a sí mismos en sus acciones.
Pero es propio al hombre el ser animal social y político, que vive entre la muchedumbre, más que todos los otros animales; lo cual declaran las necesidades que naturalmente tiene. Porque a ellos la naturaleza le preparó el mantenimiento, el vestido de sus pelos, la defensa de los dientes, cuernos y uñas, o a lo menos la velocidad para huir, y el hombre, empero, no recibió de la naturaleza ninguna de estas cosas, mas en su lugar le fue dada la razón, para que mediante ella, con el trabajo de sus manos, lo pudiese buscar todo; a lo cual un hombre solo no basta, porque de por sí no puede pasar la vida suficientemente; y así, decimos le es natural vivir en compañía de muchos.
Además de esto, los otros animales tienen natural industria para todas las cosas que les son útiles o nocivas, como la oveja conoce al lobo naturalmente por enemigo; y otros animales, por natural industria, conocen algunas hierbas medicinales y otras cosas necesarias a su vida; mas el hombre, de las que lo son para el vivir, sólo tiene conocimiento en común, como quien por la razón puede de los principios universales venir en conocimiento de las cosas que son necesarias para la vida humana. No es pues posible, que un hombre solo alcance por su razón todas las cosas de esta manera; y así es necesario el vivir entre otros muchos, para que unos a otros se ayuden y se ocupen unos en inventar unas cosas y otros en otras.
Esto también se prueba evidentísimamente, por serles propio a los hombres el hablar, con lo cual pueden explicar sus conceptos totalmente y otros animales declaran sus pasiones sólo en común, como el perro, en ladrar, la ira, y otros por diversos modos. Así que un hombre es más comunicativo para otro, que los animales que andan y viven juntos, como las grullas, las hormigas, las abejas; y considerándolo Salomón, dice en Eclesiástico: “Mejor es estar dos que uno, por que gozan del socorro de la correspondiente compañía”.
Pues siendo natural al hombre el vivir en compañía de muchos, necesario es que haya entre los quien rija esta muchedumbre; porque donde hubiese muchos, sí cada uno procurase para sí solo lo que le estuviese bien, la muchedumbre se desuniría en diferentes partes, sí no hubiese alguno que tratase de lo que pertenece al bien común; así como el cuerpo del hombre y de cualquier animal vendría a deshacerse sí no hubiese en él alguna virtud regitiva, que acudiese al bien común de todos los miembros; y así dijo Salomón: “Donde no hay Gobernador, el pueblo se disipará”.
Esto es conforme a la razón, porque no es todo uno lo que es propio y lo que es común: según lo que es común se unen y de cosas diversas son diferentes las causas; y así conviene que además de lo que mueve al bien particular de cada uno, haya algo que mueva al bien común de muchos; por lo cual, en todas las cosas que a alguna determinadamente se enderezan, se halla siempre una que rija las demás. Entre la muchedumbre de los cuerpos, por el primero, que es el celestial, se rigen los otros con cierto orden de la divina providencia, y todos los cuerpos por criatura racional; y en un hombre también el alma rige al cuerpo, y aún entre las partes del alma la irascible y concupiscible son regidas por la razón, y también entre los miembros del cuerpo, uno es principal, que mueve los demás, ya sea el corazón o la cabeza; así que en cualquier muchedumbre conviene que haya quien gobierne.
Sucede en las cosas que se ordenan a algún fin, proceder recta y no rectamente, y por esto en el gobernar a muchos se halla lo recto, y lo que no lo es. Rectamente se gobierna una cosa, cuando al fin conveniente se encamina; y al revés cuando a fin no conveniente. Diferente es el fin que conviene a una multitud de hombres libres, que no a una de siervos, porque libre es el que es para sí mismo, y siervo el que es de otro. Pues si la muchedumbre de los libres se ordenare al bien de ellos mismos por el que los gobierna, será el gobierno justo y recto; mas si no se ordenare al bien común de la muchedumbre, sino al particular del que gobierna, será el gobierno injusto y perverso. Por lo cual el Señor amenaza los tales gobernadores por Ezequiel, diciendo: “¡Ay de los pastores que se apacentaban a sí mismos, buscando su propia comodidad! ¿Por ventura los rebaños no son apacentados por pastores?” Pues sí los pastores deben procurar el bien del rebaño, también todos los que gobiernan el bien del rebaño, también el bien de la multitud que les está sujeta.
Si el gobierno, pues, injusto fuere de uno solo, que en él procura sus propias comodidades y no el bien de la multitud que estuviere a su cargo, este Gobernador se llama tirano, nombre derivado de la fortaleza, porque oprime con potencia y no gobierna con justicia; de donde es, que entre los antiguos, cualesquiera poderoso se llamaba tirano. Mas sí el gobierno injusto fuere de más que uno, como no sean muchos, se llama oligarquía, que quiere decir gobierno de pocos, y esto cuando algunos pocos por su poder oprimen al pueblo, difiriendo del tirano sólo en que son más. Y si el mal gobierno se ejercitase por muchos se llama “democracia”, que quiere decir potentado del pueblo, que es cuando la junta de los plebeyos por su muchedumbre oprime a los más ricos, y entonces todo el pueblo será como un solo tirano.
De la misma manera se debe también dividir el gobierno justo; porque sí se administra por muchos, con nombre común se llama “policía”, como cuando una muchedumbre de soldados manda en una provincia o ciudad; y sí se administra por pocos y virtuosos, se llama aristocracia, esto es óptimo potentado, o de los óptimos, que por esto se llaman optimates; y si el gobierno justo tocare a uno solo, éste se llama Rey propiamente. Por esto dice el Señor por Ezequiel: “Mi siervo David será Rey sobre todos, y todos ellos tendrán un pastor”; en lo cual manifiestamente se muestra que le es propio al Rey, ser uno que presida, y ser pastor que procure el bien de la muchedumbre, y no sus provechos particulares. Así que, pues, el hombre ha de vivir en compañía de otros, porque no se podrá proveer de las cosas necesarias para la vida si estuviese a solas: se conoce que tanto será más perfecta la compañía de muchos, cuanto fuere por sí suficiente para las cosas necesarias. Hállanse en una familia algunas cosas útiles a la vida, como en cuanto a las acciones naturales de la crianza y procreación de los hijos, y otras a este modo; y aun en un hombre solo también, en cuanto a las cosas que pertenecen a un arte; pero en una ciudad, que es comunidad perfecta, hállase todo lo que es necesario para la vida humana, y más en una provincia por las necesidades de la guerra y en ayudarse contra los enemigos; y así el que rige una comunidad perfecta como provincia o ciudad, se llama Rey por antonomasia, y el que rige una casa, no se llama Rey, sino Padre de familia; pero tiene alguna semejanza de Rey, por lo cual algunas veces los Reyes se llaman padres de los pueblos. Y de lo dicho se conoce, que el Rey es el que rige la muchedumbre de una ciudad o provincia, por el bien común, Por lo cual Salomón en el Eclesiástico dice: “El Rey manda a toda la tierra que le sirva”.
CAPÍTULO II
Que es más útil a los hombres que viven juntos, ser gobernados por uno que por muchos
Esto aparte, conviene que procuremos saber cuál le esté mejor a una provincia o ciudad: el ser gobernada por uno o muchos; y puede considerarse según el mismo fin del gobierno, porque a lo que se debe enderezar la intención del que gobierna es a procurar el bien de los que tiene a su cargo, Pues es propio del piloto, reservando la nave de los inconvenientes del mar, guiarla sin daño al puerto. El bien, pues, y la salud de una multitud que vive junta, es conservarse conforme y unida, que es lo que llamamos paz, y sí ésta falta se pierde la utilidad de vivir en compañía; y antes los muchos, siendo desconformes, serían dañosos a sí mismos. Y ésta ha de ser la principal intención del que gobierna: procurar la unión que nace de la paz. No se trata de si han de procurar esta paz los que gobiernan, como no se pregunta si el médico ha de sanar al enfermo que cura, porque nadie ha de disputar del fin a que se endereza, sino de las cosas que aprovechan para conseguirlo; por lo cual el Apóstol, encomendando la unión de los fieles, dice: “Sed solícitos en guardar la concordia del espíritu en el vínculo de la paz”, y así cuanto el gobierno fuere más eficaz para conseguir esta unión, tanto más será útil.
Aquello, pues, llamamos más útil, que es más importante para alcanzar el fin que se pretende; y es cierto que esta unión la puede fundar mejor lo que es de suyo uno, que muchos; así como es eficacísima causa de calentar lo que por sí es cálido, luego más útil es el gobierno de uno que de muchos. Y además de esto es claro que los muchos no pueden conservar la multitud que gobiernan, si son desconformes. Y así se requiere entre ellos una cierta unión para que puedan gobernar, porque no llevarían muchos una nave a esta o aquella parte, si no fuesen en alguna manera aunados; y dícese que se unen muchas cosas, cuando se aproximan a una. Así que mejor gobierna uno que muchos, por lo que se acerca más a esta unidad, y más, que las cosas naturales son hechas perfectamente, y en cada una obra la naturaleza lo que es mejor, y así todo gobierno natural es de uno. En la muchedumbre de los miembros uno, que es el corazón, los mueve todos; y en las partes del ánima una fuerza principalmente preside, conviene a saber, la razón. Tienen las abejas un Rey, y en todo el universo un Dios es hacedor y gobernador de todo. Esto es conforme a la razón; y así cualquier muchedumbre se deriva de uno, y si las cosas que son del arte imitan a las que son por naturaleza y tanto más perfecta es la obra del arte, cuanto más imita la natural, necesario es que en la muchedumbre de los hombres sea lo mejor el ser gobernados por uno.
Y esto también lo muestra la experiencia, porque las provincias o ciudades que no son gobernadas por uno están llenas de disensiones y faltas de paz, padecen grandes trabajos; porque se vea que se cumple aquello de que el Señor se queja por el profeta, diciendo: “Los muchos pastores han destruido mi viña”. Y al contrario, las provincias y ciudades que son regidas por un Rey, gozan de paz y floreciendo en justicia viven alegres con abundancia de todas las cosas; y así el Señor de los profetas promete a su pueblo, como grande cosa, el darle una cabeza, y que será uno el Príncipe entre ellos.
CAPÍTULO III
Que así como el gobierno de uno es el mejor, siendo justo, no siéndolo es el peor, y se prueba con muchas razones
Así como el gobierno del Rey es el mejor, así es el peor el del tirano. Se opone la democracia a la policía, porque entrambos gobiernos (como se ha dicho), se ejercitan por muchos: a la aristocracia la oligarquía, que entrambos son gobiernos de pocos, y el reino a la tiranía, aunque entrambos son de uno. El ser el gobierno del Rey mejor, ya queda mostrado, pues, sí lo opuesto a lo mejor, es lo peor, necesario es que lo peor sea la tiranía; y más, que la fuerza unida es más eficaz para cualquier efecto que la dividida, porque muchos juntos suelen llevar alguna cosa que, si se dividiese una parte a cada uno, no podrían llevarla. Pues así como es más útil que la fuerza que obra bien sea una, para ser más poderosa, así es más nocivo sí el poder que obra mal fuere uno, que no si fuese dividido. El poder del que gobierna injustamente obra por mal del pueblo, cuando convierte el bien común en suyo propio; y así como el gobierno justo, cuando los que gobiernan son menos, es mejor, como el del Rey excede a la aristocracia, y la aristocracia a la policía, será al contrario en el gobierno injusto, que cuanto los que gobiernen fuere menos, tanto más dañoso será el gobierno; y así es peor la tiranía que la oligarquía, y la oligarquía que la democracia. Además de esto el gobierno se hace injusto en cuanto se aparta del bien común de muchos y se busca el particular de quien gobierna; y así cuanto se apartare más del bien común, tanto será más injusto; y en la oligarquía apártase más del bien común, porque algunos pocos procuran su provecho, y en la democracia menos, porque son más los que gobiernan procurando su bien propio; y más que en todos se aparta del bien común en la tiranía, donde se procura el bien de uno solo, porque a cualquier generalidad son más propincuos los muchos que los pocos, y los pocos que uno solo, y así el gobierno del tirano es injustísimo.
Y también esto lo conocerá claramente quien considerare el orden de la divina providencia, que óptimamente dispone todas las cosas, porque el bien de ellas nace de una causa perfecta, como si se juntasen todas las que importan para causar este bien, y el mal nace de los defectos singulares, porque no será hermoso un cuerpo si no fuesen todos sus miembros convenientemente dispuestos; y la fealdad se causa de la disformidad de cualquier miembro, y así la fealdad proviene generalmente de diversas cosas, y la hermosura sólo por una causa perfecta; y así es en todos los bienes y males, queriéndolo Dios, para que el bien, naciendo de una causa, sea más poderoso, y el mal nacido de muchas, sea más débil. Por esto conviene que el gobierno sea de uno, para que sea más poderoso; pero sí se inclinare a la injusticia conviene que sea de muchos, para que sea más débil y que unos y otros se impidan; de donde nace que de los gobiernos injustos el más, tolerante es la democracia, y el peor la tiranía.
Esto también se echa de ver con toda claridad si se consideran los males que causan los tíranos; porque cuando el que gobierna, olvidado del bien común, busca el suyo particular, consecuentemente agravia a los súbditos en diversas cosas, según que por sus pasiones es inclinado a procurar su bien en diferentes cosas; porque al que le lleva la codicia roba los bienes de los súbditos, de donde dijo Salomón: “El Rey justo ensalza la tierra y el injusto la destruye”. Y si es inclinado a la ira con poca razón se moverá a derramar sangre; por lo cual en el vigésimo capítulo de Ezequiel se dice: “Sus Príncipes serán entre ellos como lobos que arrebatan la presa para derramar la sangre”. De este modo de gobierno nos amonesta el sabio que debemos huir, diciendo: “Apártate del hombre que tiene potestad para matar”, porque no da la muerte según la justicia, sino con abuso del poder y por la pasión de su voluntad. Así que en tal estado no puede haber ninguna seguridad y todo es incierto. Cuando el gobierno se desvía de lo justo, no puede haber firmeza en nada que esté puesto en la voluntad de otro, por no decir en el capricho. Ni sólo dañan a los súbditos en los bienes corporales, sino que los impiden para los del ánimo, por lo que apetecen más el mandar que: el aprovechar, estorbando el aumento de los súbditos, temiendo que cualquier excelencia de ellos sea dañosa a su inicuo señorío; porque los tiranos más se temen de los buenos que de los malos, y siempre la ajena virtud les es espantosa, y así se esfuerzan para procurar que sus súbditos no sean gente de virtud ni tengan pensamientos magnánimos, para que no dejen de sufrir su mal gobierno, y que entre ellos no haya conciertos, ni amistades, ni gocen de la correspondencia de la paz, porque así no fiándose unos de otros, no pueden intentar nada contra ellos; por lo cual siembran entre sus súbditos discordias, y fomentan las que están comenzadas, y prohíben todo lo que entre los hombres es causa de amistad, como matrimonios, banquetes y otras cosas semejantes, que en los ciudadanos suelen causar familiaridad y confianza. Procuran también que no se hagan ricos ni poderosos, porque, teniendo por su malicia sospecha de la voluntad de los súbditos, así como ellos con su poder y riqueza les dañan, temen que el poder y riqueza de los vasallos no les sea a ellos dañosa; y así en el decimoquinto de Job, se dice: “El sonido de terror esta siempre en sus orejas, y habiendo paz”, esto es, no intentando nadie hacerle mal, “él siempre es sospechoso de traición”.
Y así por esto acontece que como a los que gobiernan como malos les pesa de la virtud de sus súbditos, y la impiden con todas sus fuerzas, debiendo inducirlos a ella, donde gobiernan tiranos siempre hay pocos hombres de valor, porque conforme a la sentencia del filosofo: “Allí se hallan hombres fuertes, donde son honrados. los que son excelentes en fortaleza”, y como dice Tulio: “Siempre están caídas, y prosperan poco las cosas que son de muchos reprobadas”, y así es cosa natural que los hombres criados en servidumbre se hagan de animo servil y pusilánimes para cualquier obra varonil y grande, como lo muestra la experiencia en las provincias que han sido mucho tiempo gobernadas por tiranos; de donde el Apóstol, escribiendo a los colosenses, dice: “No queráis provocar vuestros hijos a indignación, porque no se hagan pusilánimes”.
Y considerando estos daños de los tiranos, Salomón dice: “Reinando los malos, son las ruinas de los hombres”, porque por la maldad de los tiranos se apartan los súbditos de la perfección de la virtud. Y otra vez dice: “Cuando los malos tomaren el principado gemirá pueblo como llevado en servidumbre”. Y otra vez: “Cuando se levantaren los malos, se esconderán los hombres”, para escapar de la maldad de los tiranos; ni es maravilla, porque el hombre que gobierna sin razón, según el apetito de su alma, no difiere en nada de las bestias. Y así dice Salomón: “El Príncipe impío es un león enojado y un oso hambriento sobre su pueblo”; y por tanto los hombres se esconden de los tiranos como de bestias crueles, y parece que todo es uno, el sujetarse a un tirano o ponerse debajo de las garras de una bestia fiera.
CAPÍTULO IV
Cómo se mudó el gobierno entre los romanos, y que entre ellos fue más aumentado el Estado por el gobierno de muchos
Como lo peor y lo mejor del gobierno consiste en la monarquía, que es el principado de uno, a muchos, por la malicia de los tiranos, se les hace odiosa la dignidad real; pero algunos, faltándoles el gobierno del Rey, caen en las crueldades de los tiranos, y los muchos gobernadores entonces ejercitan la tiranía con cubierta de dignidad real. El ejemplo de esto se muestra claro en la República Romana, porque siendo los reyes echados de aquel pueblo, no pudiendo sufrir la soberbia de estos reyes, o por mejor decir tiranos, instituyeron sus Cónsules y otros Magistrados, por los cuales comenzaron a gobernarse, queriendo mudar el gobierno real en aristocracia. Y como refiere Salustio, es cosa increíble cuánto en breve tiempo credo la ciudad de los romanos después de alcanzada la libertad; porque por la mayor parte sucede que los hombres que viven debajo del gobierno de algún Rey, procuren más flojamente el bien común, teniendo por cierto que lo que hacen por esto no lo hacen para si sino para otro, en cuyo poder ven estar todas las cosas de la República; y los que no ven estar el bien común en poder de uno solo, no atienden a ello coma cosa que es de otro, sino que cada uno lo trata coma suyo propio. Por lo cual muestra la experiencia que una ciudad gobernada por gobernadores de cada año, algunas veces puede más que un Rey que tuviese tres o cuatro ciudades; y muy pequeños servicios que pidan los reyes, se llevan peor que grandes cargas impuestas por la comunidad, lo cual se vio en la mudanza de la Romana República, porque el pueblo era recontado para la guerra, y pagaban el sueldo para los soldados, y cuando el común erario no bastaba, vendían las riquezas particulares para las cosas comunes; de tal suerte que alguna vez de más de los anillos y joyeles que eran insignias de dignidad, el mismo Senado vino a quedarse sin ninguna cosa de oro.
Pero como fuese fatigada con disensiones continuas, estas vinieron a crecer hasta que les quito de las manos la libertad de que tanto habían cuidado, y empezaron a vivir debajo de la potestad de los Emperadores, los cuales al principio no se quisieron llamar Reyes, por ser este nombre odioso a los romanos, pero algunos de ellos como Reyes fielmente procuraron el bien común, y con sus obras la República Romana fue aumentada y conservada; mas muchos de ellos, siendo tiranos para los suyos, y para con los enemigos perezosos y flojos, volvieron la República Romana en nada.
Semejantes fueron los sucesos del pueblo hebreo, que al principio, cuando era gobernado por jueces, de todas partes eran maltratados de los enemigos, porque cada uno obraba conforme le parecía. Y después, siéndoles dados por Dios a su instancia los Reyes, por la malicia de ellos se apartaron del culto del verdadero Dios, y finalmente fueron llevados en cautiverio; así que en todo hay peligro, si temiendo la tiranía se evita el buen gobierno del Rey, o si procurando este, la potestad real se convierte en tiranía.
CAPÍTULO V
Que en el gobierno de machos suele suceder más veces la tiranía, por lo cual es mejor el gobierno de uno
Cuando es forzoso escoger entre dos cosas, que en cada una de ellas hay peligro, aquella se debe elegir de que menos mal se sigue. De la Monarquía, pues, aunque se convierta en tiranía, se siguen menos males que del gobierno de muchos principales, si se corrompe; porque la disensión, que muy de ordinario sucede en el gobierno de muchos, es contraria al bien de la paz, que es el principal en los pueblos, y esta paz no la deshace la tiranía, sino que daña e impide algunos bienes de los hombres en particular, si no es que esta tiranía sea excesiva, que es cuando se convierte en crueldad contra todo el pueblo y así es mas de desear el gobierno de uno que el de muchos, aunque de entrambos se sigan peligros.
También se debe huir más de aquello de que más veces pueden suceder grandes peligros, y los daños del gobierno de muchos son mas ordinarios que los que suceden del de uno. Porque por la mayor parte acontece que entre muchos alguno se aparte de la intención del bien común, que cuando es uno solo; y cualquiera de ellos que huya de este bien común, luego hay peligro de disensión entre los súbditos; porque habiendo disconformidad entre los Príncipes, consecuentemente la ha de haber entre la muchedumbre del pueblo; pero si es uno el que preside, por la mayor parte atiende al bien común; y cuando aparte de esto la intención, no luego se sigue que trate de deshacer y suprimir los súbditos, que es el exceso de la tiranía y el mas alto grado de la malicia del gobierno, como lo habemos mostrado; y así mas se deben huir los peligros que nacen del gobierno de muchos que los que nacen del de uno; porque además de esto no acontece menos veces convertirse en tiranía el gobierno de muchos que el de pocos, sino antes por ventura mas ordinariamente, porque en habiendo disensión por el gobierno de muchos, sucede muchas veces que uno sobrepuja a los demás y usurpa para si el señorío del pueblo.
Lo cual se puede ver claramente en las cosas que por tiempos han sucedido, porque casi siempre el gobierno de muchos ha venido a parar en tiranía, como parece manifiestamente en la República Romana, que habiendo sido mucho tiempo gobernada por Magistrados, levantándose en ella competencias, disensiones y guerras civiles, vino a caer en manos de crudelísimos tiranos; y universalmente hallara cualquiera que considerare con diligencia los tiempos pasados, y aun los de ahora, que son mas los que han usado de tiranía en las tierras que se han gobernado por muchos, que en las que se han gobernado por uno solo. Pues si el gobierno que es el mejor se ha de huir por evitar la tiranía, y la tiranía no acontece menos veces sino mas en el gobierno de muchos que en e1 de uno, llanamente se concluye que importa mas vivir debajo del gobierno de un Rey, que no donde muchos gobiernan.
CAPÍTULO VI
Concluyese que el gobierno de uno es mejor; y muestra como se deben haber con él los súbditos; porque no se le debe dar ocasión de tiranizar, y que aun esto se debe tolerar, para evitar mayores males
Pues que el gobierno de uno debe ser elegido por ser el mejor, y suele convertirse en tiranía, que es el peor, como se echa de ver de lo dicho, se ha de procurar con toda diligencia, que al pueblo se le de tal Rey, que no venga a dar en tirano. Lo primero as necesario que aquellos a cuyo oficio toca elijan por Rey hombre de tal condición que no sea probable que se incline a la tiranía; y así Samuel, encareciendo la providencia de Dios acerca de la institución de Rey, dice en el Primero de los Reyes, cap. 13: “Busco Dios para sí un varón conforme a su corazón”. Después se debe disponer el gobierno de la República de manera que al Rey que hubiesen instituido se 1e quite ocasión de tiranizar, y juntamente moderar su potestad, para que no pueda fácilmente inclinar a la tiranía; y para que esto sea, se considerara lo que adelante iremos diciendo.
Finalmente se debe cuidar de lo que se haría si el Rey se convirtiese en tirano, como puede suceder, y sin duda que si la tiranía no es excesiva, que es más útil tolerarla remisa por algún tiempo que levantándose contra el tirano meterse en varios peligros que son mas graves que la misma tiranía. Porque puede acontecer que los que esto hacen no puedan prevalecer, y que así provocado el tirano se haga más cruel, y cuando alguno pudiese prevalecer contra el, muchísimas veces es causa de gravísimas disensiones en el pueblo, o cuando se trata de descomponer el tirano, o después de derribado, sobre el ordenar el modo del gobierno el pueblo se divide en diversas partes y opiniones; y también acontece que cuando el pueblo con ayuda de alguno deshace al tirano, aquél con la nueva potestad se adjudica y usa de la tiranía, y temiendo que otro haga con el lo que el hizo con el pasado oprime con mayor servidumbre los súbditos, y así en las tiranías suele suceder que la que se sigue es más grave que la de antes; porque el que entra no quita las cargas viejas y por su malicia traza otras nuevas; y aun antiguamente deseando todos los de Siracusa la muerte de Dionisio, cierta vieja continuamente rogaba a los dioses por su salud, y que le guardasen y defendiesen; lo cual como fuese sabido del tirano, le preguntó por que causa lo hacia, y ella le respondió de esta manera: “Siendo yo moza, teníamos un tirano muy molesto y yo le deseaba mucho la muerte, y después de haber sido muerto, sucedió otro que era mas duro y también yo deseaba mucho que se acabase su dominio; después te habemos conocido a ti, el tercero y peor que ellos, y así entiendo que si te quitasen el gobierno, sucedería en tu lugar otro que fuese peor”.
Mas si fuese intolerable el exceso de la tiranía, a algunos les pareció que tocaba al poder de los varones fuertes el dar la muerte al tirano y ofrecerse por la libertad del pueblo al peligro de la muerte; de lo cual aun se halla ejemplo en el viejo Testamento, porque Aioth con una daga que le clavó en un muslo, mato a Eglon, Rey de Moab, que oprimía el pueblo de Dios con grave servidumbre, y fue hecho juez del pueblo. Pero esto no conviene con la doctrina apostólica, porque S. Pedro nos enseña que habemos de ser sujetos no solo a los buenos y modestos señores, sino a los que no fueron tales, diciendo en el segundo capítulo de su segunda carta: “Estas son muestras de la gracia, si alguno por Dios sufriere las injurias que injustamente padece”. De donde es que, como muchos emperadores persiguiesen a la fe de Cristo tiránicamente, aunque estaba convertida una grande multitud así de nobles como de populares, se alaban los que sin resistir, pacientemente y estando armados, sufrieron la muerte por Cristo, como parece claro en la sagrada legión de los Tebeos; y mas se ha de juzgar que Aioth mató a enemigo que no a Gobernador de su pueblo, aunque tirano; y así se lee en las sagradas letras, que fueron muertos los que mataron a Joás Rey de Judá, aunque se había apartado del culto del verdadero Dios, y los hijos de aquellos fueron reservados, conforme al precepto de la ley; además de que aun al mismo pueblo le sería dañoso que cada uno por su parecer particular pudiese procurar la muerte de los que gobiernan, aunque fuesen tiranos; porque por la mayor parte más se exponen a estos peligros los malos que no los buenos, porque como a los malos les suele ser pesado tanto el dominio de los reyes como el de los tiranos, porque según la sentencia de Salomón, “el Rey sabio disipa los malos”, así más se le seguiría de esto al pueblo peligro de perder los reyes, que remedio para librarse de los tiranos.
Por lo cual parece que más se debe proceder contra la crueldad de ellos por autoridad pública, que por presunción particular. Lo primero, si de derecho pertenece al pueblo el elegir Rey, puede justamente deponer el que habrá instituido y refrenar su potestad, si usa mal y tiránicamente del poderío Real. Ni se puede decir que el tal pueblo procede contra la fidelidad debida deponiendo al tirano, aunque se le hubiera sujetado para siempre, porque el lo mereció en el gobierno del pueblo, no procediendo fielmente como el oficio de Rey lo pide, para que los súbditos cumplan lo que prometieron. De esta manera los romanos echaron del reino a Tarquino el Soberbio, a quien habían recibido por Rey, por la tiranía suya y de sus hijos, poniendo en su lugar otra menor dignidad, que fue la Consular; y de esta manera también a Domiciano, que sucedió a su padre Vespasiano y a su hermano Tito, modestísimos emperadores, porque usaba de tiranía le hizo matar el Senado; y todos sus estatutos justamente y en provecho del pueblo fueron revocados, de lo cual sucedió que el bienaventurado San Juan Evangelista, discípulo amado del Señor, a quien el mismo Domiciano había desterrado en la isla de Pathmos, fuese por decreto del Senado vuelto a Efeso.
Mas, si perteneciese al derecho de algún superior el proveer de Rey a algún pueblo, se ha de esperar de él el remedio contra la maldad de los tiranos, y así a Arquelao, que en Judea había empezado a reinar en lugar de su padre Herodes e imitaba la paternal malicia, dando los judíos quejas de él a Augusto Cesar, al principio le fue disminuida la potestad, quitado el nombre de Rey y la mitad del reino dividida entre otros dos hermanos; y después, no queriendo enmendarse de sus tiranías, fue desterrado por Tiberio Cesar a Lyon de Francia. Pero, cuando totalmente no se pudiera hallar socorro humano contra el tirano, debemos acudir a Dios, que es Rey de todos y es el que ayuda a tiempo oportuno en la tribulación, y en su poder esta el convertir el corazón del tirano a mansedumbre, según la sentencia de Salomón en el capítulo decimosegundo de los Proverbios: “El corazón del Rey esta en la mano de Dios, y le inclinará a la parte que quisiere”, porque Él convirtió a mansedumbre el corazón del Rey Asuero, que trazaba la muerte a los judíos, y Él es el que también convirtió a Nabucodonosor, Rey cruel, y le hizo predicador de la potencia divina, pues dijo, como se lee en el cap. 4 de Daniel: “Yo, Nabucodonosor, alabo, engrandezco y glorifico al Rey del Cielo, porque sus obras son verdaderas y sus caminos justos juicios, y puede humillar a los soberbios”. Y a los tiranos que tiene por indignos de conversión los puede quitar de entre los hombres o reducirlos a ínfimo estado, según aquello del Sabio en el décimo del Eclesiastés: “La silla de los capitanes soberbios destruyo Dios e hizo sentar en su lugar a los mansos”. Él es el que viendo la aflicción de su pueblo en Egipto y oyendo sus clamores, anego en el mar al tirano Faraón y a su ejército. El es el que al ya dicho Nabucodonosor, estando antes ensoberbecido, no solo le derribó de su trono, sino que le quitó de la compañía de 1os hombres y le volvió en semejanza de bestia. Ni se ha acortado su mano, para que no pueda librar a su pueblo de tiranos, porque Él le promete por Isaías que le dará el descanso del trabajo, golpes y dura servidumbre en que antes había servido. Y en el trigésimo cuarto de Ezequiel, dice: “Libraré mi rebaño de sus bocas”, conviene a saber, de los pastores que se apacentaban a sí mismos. Mas para que el pueblo alcance este beneficio de Dios, debe cesar en sus pecados, porque en venganza de ellos por permisión divina tienen los malos el Principado, como lo dice Dios en el decimotercio de Oséas: “Yo te daré Rey en mi furor”; y en el trigésimo cuarto de Job se dice, que “hace reinar al hombre hipócrita por los pecados del pueblo”; así que se ha de evitar la culpa para que cese Dios en la plaga de los tiranos.
CAPÍTULO VII
Pregunta el Santo Doctor que es lo que principalmente debe mover al Rey a gobernar bien: si es el honor y gloria del mundo, y pone cerca de esto algunas opiniones, y lo que se ha de tener
Y porque, según se ha dicho, es propio del Rey procurar el bien de muchos, demasiado pesado sería este oficio si de esto no se le siguiese a él algún bien. Y habremos de considerar que bien es el premio que corresponde al Rey.
A algunos les ha parecido que no es otra cosa sino el honor y gloria del mundo, por lo cual Tulio, en el libro de República, concluye que el Príncipe de la ciudad se ha de mantener con esta gloria, de lo cual da la razón Aristóteles en sus Éticas, diciendo que al Príncipe que no le basta el honor y la gloria por premio, consecuentemente se hace tirano; porque en los ánimos de los hombres esta asentado el procurar cada uno su bien propio; y si el Príncipe no se satisficiere de honra y gloria, buscara deleites y riquezas, y se convertirá a robos e injurias de los súbditos. Pero si recibimos esta opinión, se seguirán de ella muchos inconvenientes, porque lo primero seria desigual premio para los reyes, si padeciesen tantos trabajos y cuidados por tan quebradiza paga; pues ninguna cosa hay entre las humanas mas frágil que el honor y gloria, que depende de la gracia de los hombres, pues depende de la opinión de ellos, que es la cosa mas mudable que hay en esta vida. Y de aquí es que el Profeta Isaías llama a esta gloria flor de heno. Lo otro, el deseo de esta gloria aniquila la grandeza del animo, porque el que procura el favor de los hombres, necesario es que todo lo que hace y dice lo acomode a voluntad de ellos; y así, queriendo agradar a todos, se hace esclavo de cada uno. Por lo cual el mismo Tulio, en el segundo de los Oficios, dice que se debe huir “el apetito de esta gloria, porque roba la libertad del ánimo, por la cual deben trabajar todos los hombres magnánimos”, y porque ninguna cosa conviene mas al Príncipe, que determine proceder bien, que esta grandeza de ánimo; por lo cual no es premio competente para los Reyes la gloria del mundo.
Y también seria dañoso a los súbditos si los Reyes tuviesen esto por propio fin, porque el que es bueno debe menospreciar la gloria del mundo, como los otros bienes temporales, pues es propio del varón virtuoso y de animo fuerte menospreciar por la justicia así esta gloria como la vida; de donde sucede una cosa admirable, y es que como esta gloria se sigue a los actos virtuosos, siendo virtuosamente menospreciada, de este menosprecio de ella viene a adquirirla el hombre mayor, según la sentencia de Fabio, que dijo: “El que desprecia la gloria, la alcanzara verdadera”. Y de Catón dijo Salustio, que “cuanto menos procuraba gloria, tanto mas la alcanzaba”. Y los mismos ministros de Cristo se mostraron ser ministros de Dios en las ocasiones de gloria y en las de bajeza, en la infamia y buena fama; y así no será conveniente premio del bueno esta gloria, que desprecian los que lo son; porque, si solo este bien fuese premio de los príncipes, se seguiría que no le serían los buenos, o que si lo fuesen, quedarían sin premio. Además de esto, del apetito de gloria provienen muy peligrosos males, porque muchos, procurando la gloria inmoderadamente en las cosas de la guerra, se perdieron a sí y a sus ejércitos, viniendo la libertad de la patria a poder de su enemigo; por lo cual Torcuato, Príncipe Romano, para ejemplo de evitar este peligro, hizo matar a su hijo, que contra su mandato peleo con el enemigo, aunque fue provocado de él, y le venció, para que no fuese de más daño el ejemplo de su presunción que la gloria de haber muerto a su enemigo. Tiene también la ambición de gloria otro vicio muy familiar, que es el fingimiento, porque es cosa dificultosa, y que a pocos acontece, el poseer las verdaderas virtudes, solas a las cuales es debido el honor, y muchos con la ambición de gloria fingen estas virtudes: por lo cual dice Salustio: “la ambición ha forzado a muchos mortales a hacerse falsos y otros de lo que son, y a que teniendo una cosa en el corazón tengan prontamente lo contrario en la lengua, y muestren mejor cara que lo es la intención”. Pero nuestro Salvador a los que hacen buenas obras para que el mundo las vea los llama hipócritas, que quiere decir fingidores; así como es peligroso al pueblo que el Príncipe se incline a las riquezas y a los deleites, porque se hace robador y contumelioso, así también es peligroso que se mueva por ambición de gloria; para que no se haga presuntuoso y fingido.
Pero por lo que se echa de ver del sentido de los dichos de los sabios, no dieron por premio al Príncipe el honor y la gloria porque a ello se debe enderezar su intención principalmente, sino porque es mas tolerable que procure esto, que no los deleites o riquezas; porque este vicio es mas cercano a la virtud, siendo así que esta gloria que los hombres desean no es otra cosa, según dice San Agustín, sino un buen juicio y opinión que los otros tienen de ellos. La ambición de gloria algún rastro tiene de virtud, pues por lo menos procura la aprobación de los buenos y huye de desagradarlos; y pues es así que pocos llegan a alcanzar las verdaderas virtudes, parece mas tolerable que sea preferido en el gobierno el que a lo menos, temiendo el juicio de los hombres, se aparta de los males manifiestos. Porque el que desea gloria y fama, procura la aprobación de los hombres por el verdadero camino y por obras de virtud, o a lo menos con dolo y con engaño; pero si el que desea ser señor carece de este deseo y no teme parecer mal a los que juzgan bien, procura las más de las veces alcanzar lo que ama con muy descubiertas maldades. De donde nace que sobrepuja a las bestias en los vicios de crueldad o de lujuria, como se vio en el Cesar Nerón, cuya lujuria dice S. Agustín que fue tal que ningún exceso de ella le avergonzaba; y que fue tanta su crueldad que en ninguna cosa del mundo usaba de blandura; y esto lo significa bien lo que dice Aristóteles en sus Éticas del varón magnánimo, diciendo que el tal no procura el honor y la gloria como cosa tan grande que sea suficiente premio de la virtud, sino que no pretende otra cosa de los hombres, porque entre las cosas de la tierra la de más estima es tener un hombre entre los demás opinión de virtuoso.
CAPÍTULO VIII
Aquí declara el Santo Doctor cuál es el verdadero fin del Rey, que le debe mover a gobernar bien
Y pues el honor y la gloria del mundo no es suficiente premio de la solicitud real, nos queda por saber lo que lo es. Es pues conveniente, que el Rey espere el premio de la mano de Dios, porque el ministro espera de su Señor el premio de su oficio, y el Rey, gobernando el pueblo, es ministro de Dios, pues dice el Apóstol a los romanos que toda potestad viene del Señor Dios, y que “es ministro que castiga airado al que hace mal” ; y en el libro de la Sabiduría se ponen los reyes por ministros de Dios; y así de su mano deben los reyes esperar el premio por el buen gobierno.
Remunera Dios a veces los servicios de los reyes con bienes temporales, premios que son comunes a los buenos y a los malos; y así en el vigésimo noveno de Ezequiel, dice Dios: “Nabucodonosor, Rey de Babilonia, hizo servir su ejército con grande trabajo contra Tiro, y no se le ha dado la paga de Tiro a él ni a su ejército por el grande servicio que me hizo contra aquella ciudad”, conviene a saber, el servicio con que dice el Apóstol que el que tiene potestad “es ministro de Dios, castiga con ira al que hace mal” ; y mas abajo hablándole del premio: “Por tanto esto dice el Señor Dios: Advertid que yo meteré a Nabucodonosor, Rey de Babilonia, en la tierra de Egipto, y destruirá sus despojos y esto será paga para su ejército”. Pues si a los Reyes malos que pelearon contra los enemigos de Dios, aunque no fuese con intención de servirle sino de satisfacer sus odios y conseguir sus deseos, Dios los remunera con tan grande paga, como darles victoria de sus enemigos, sujetarles reinos, y ofrecerles los despojos de ellos, ¿qué hará con los buenos príncipes, que con buena intención gobiernan el pueblo de Dios, y pelean contra sus enemigos? ¡No es terrena, sino eterna la paga que les promete, y no en obras cosas sino en sí mismo!, que así lo dice San Pedro a los pastores del pueblo de Dios: “Apacentad el rebano de Dios que esta a vuestro cargo..., y cuando venga el Príncipe de los pastores”, esto es, Cristo Rey de los reyes, “recibiréis la corona de gloria, que no se puede marchitar”: de la cual dice Isaías en el vigésimo - octavo: “Será el Señor corona de alegría y diadema de gloria para su pueblo”. Y esto es así puesto en razón, porque todos los que tienen use de ella saben que el premio de la virtud es la bienaventuranza.
La virtud de cualquier cosa se describe, diciendo, que es la que “hace bueno al que la tiene, y es causa de que haga buenas obras”: y cualquiera obrando bien, procura llegar a lo que tiene más asentado en su deseo, lo cual es ser feliz, cosa que nadie puede dejar de apetecer; y así convenientemente se espera por premio de la virtud lo que hace al hombre bienaventurado. Pues, si el obrar bien es obra de virtud, y las buenas obras del Rey son gobernar bien sus súbditos, también será el premio del Rey lo que hiciere bienaventurado. Pues lo que esto sea, habemos de considerar aquí.
Llamamos bienaventuranza al ultimo fin de los deseos, y el ímpetu de ellos no puede proceder en infinito: porque sería entonces vano el natural deseo, supuesto que no se pueden alcanzar las cosas infinitas: mas como el deseo de la naturaleza intelectual sea lo bueno en universal, este solo bien la puede hacer verdaderamente bienaventurada, alcanzando el cual, ningún otro bien queda que pueda ser apetecido. Por lo cual la bienaventuranza se llama bien perfecto, como el que comprende en si todos las cosas que se pueden desear; y tal como este no lo es ningún bien de la tierra, porque el que tiene riqueza desea tener muchas más, y lo mismo en las demás cosas, y cuando no procuran más de lo que tienen a lo menos desean que aquello permanezca, o que otros bienes vayan sucediendo en lugar de aquellos. Pero como ninguna cosa hay en la tierra permanente, síguese que no hay en ella nada que pueda quitar el deseo, y así ninguna cosa terrena puede hacer a uno bienaventurado, para que sea premio del Rey. Y mas, que la perfección final y el bien perfecto de cualquier cosa dependen de algún superior, ya que aún en las cosas corporales acaece que unos cuerpos se hacen mejores en juntándoseles otros más preciosos, y a la inversa se empeoran si se les juntan otros de inferior calidad: como acontece con la plata, que si se le añade oro tornase más preciosa; si empero, plomo, vuélvese impura. Mas como quiera que todo lo terreno esta por debajo de la mente humana, y la felicidad es la perfección final del hombre y el bien completo al que todos deseamos llegar, ninguna cosa terrena puede hacer feliz al hombre. Por tanto nada terreno es premio suficiente para el Rey. Porque, como dice S. Agustín, no llamamos felices a los Príncipes Cristianos porque reinaron mucho tiempo, o porque, muriendo en paz, dejaron hechos Reyes a sus hijos, o porque disminuyeron los enemigos de la República, o porque pudieron oprimir y guardarse de los vasallos que se levantaron contra ellos, sino que los llamamos felices si gobernaron justamente, si desearon mas sujetar sus apetitos que cualquiera naciones, y si todo lo que hacen es no por el ardor de la gloria falsa, sino por el amor de la felicidad eterna. Los tales Emperadores Cristianos llamamos felices acá en la esperanza, y lo serán con la posesión, cuando después venga el bien que esperamos. Ni hay otra cosa criada que haga al hombre bienaventurado, ni que se le pueda al Rey señalar por premio, porque cualquier cosa camina al principio de quien su principio ha tenido ser, y la causa del alma racional no es otra cosa sino Dios que la hizo a su semejanza. Luego solo Dios es el que puede aquietar el deseo del hombre, y hacerle bienaventurado, y ser conveniente premio del Rey.
Además de esto el alma racional es capaz de conocer el bien universal por el entendimiento, y desearle por la voluntad; y el bien universal no se halla sino en Dios. Luego ninguna cosa puede hacer al hombre bienaventurado, hinchiendo sus deseos, sino Dios: de quien se dice en el Salmo 102: “El que hinche tus deseos en las cosas buenas”. Y aquí debe poner el Rey su premio. Y así, considerando esto el Rey David, decía: “¿Qué tengo en el Cielo, y qué quise de ti en la tierra?” A la cual pregunta respondiendo el mismo, añade: “ Lo que me importa es llegarme a Dios, y poner mi esperanza en el Señor Dios, porque el es el que da la salud a los Reyes”, no solo la corporal, que es común con las bestias, sino también aquella de que dice en el decimoquinto de Isaías: “Mi salud durara para siempre”: con la cual salva los hombres, haciéndolos iguales con los Ángeles: y así se puede verificar que el premio del Rey no es el honor y la gloria del mundo; porque, ¿qué honor mundano y caduco puede ser semejante a este honor, que el hombre sea ciudadano de la casa de Dios y computado entre sus hijos, y que consiga con Cristo la herencia del Rey de los Cielos? Este es el honor de que decía el Rey David: “En gran manera son honrados tus amigos, Dios”. ¿Qué alabanza humana se puede comparar a ésta, que no la da la lengua mentirosa de los aduladores ni nace de la errada opinión de los hombres, sino que nace del testimonio de la interior conciencia, y con el del mismo Dios es confirmada? El cual, a los que le confesaren, promete en cambio que los confesara en la gloria del Padre en presencia de los Ángeles de Dios: y los que buscan esta gloria alcánzala, y alcanzan también la del mundo que no buscan, según el ejemplo de Salomón que no solo recibió de Dios la sabiduría que procuro, sino que le dio más gloria en el mundo que a los demás Reyes.
CAPÍTULO IX
Aquí declara el Santo Doctor que el premio de los Reyes y Príncipes tiene el supremo grado en la bienaventuranza celestial: que se prueba con muchas razones y ejemplos
Quédanos, pues, de considerar además de esto, que los que usan el oficio Real digna y loablemente tienen eminente grado en la bienaventuranza celestial, porque si la bienaventuranza es premio de la virtud, consecuentemente ha de tener mayor premio la virtud que fuere mayor: y es muy grande aquella con que un hombre no solo se gobierna a si mismo, sino que juntamente puede gobernar a otros, y tanto más cuanto fueren más los que gobierna; porque así como en la fuerza corporal tanto es uno tenido por mas fuerte cuantos más puede vencer, o cuanto mayores pesos puede levantar, así también se requiere mayor virtud para regir una familia que para regirse cada uno a sí mismo, y mucho mayor para regir una Ciudad o un Reino: y así se muestra que es virtud excelente ejercer bien el oficio Real, y que se le debe excelente premio.
Y más, que en todas las artes y gobiernos son más de alabar los que gobiernan bien a otros, que los que con preceptos ajenos se gobiernan bien a sí mismos. En las cosas especulativas más es enseñando mostrar a otros la verdad, que el poder aprender lo que se enseña, y en las cosas artificiales de más estimación es y por mayor precio se paga el arquitecto que dispone el edificio, que los otros artífices que según aquella disposición lo hacen por sus manos. Y en las cosas de la guerra mayor gloria alcanza de la victoria la prudencia del general que la fortaleza del soldado: así pues, procede el gobernador de un pueblo en las cosas que cada uno debe hacer conforme a virtud, como el maestro en las ciencias, y el arquitecto en los edificios y como el general en las guerras: por lo cual el Rey es digno de mayor premio, si gobierna bien sus súbditos, que ninguno de los que debajo de su gobierno proceden bien.
Además de esto, si es propio de la virtud hacer que las obras del hombre sean buenas, bien se muestra que es mayor virtud aquella por la cual se hacen mayores buenas obras. Mayor cosa es, pues, y mas divina, el bien común que el bien particular, por lo cual algunas veces se lleva el mal de uno si se convierte en bien común, como se da la muerte a un ladrón, para que deje en paz al pueblo: y el mismo Dios no dejara que hubiera males en el mundo, si no sacara bienes de ellos para la utilidad y hermosura del universo. Y así, pues pertenece al oficio del Rey procurar con cuidado el bien de muchos, mayor premio se le debe por la buena administración del pueblo, que al súbdito por la buena obra. Y esto se manifiesta más si se considera más menudamente. Es alabada cualquier persona particular, y se sabe que recibirá premio de Dios, si socorre al necesitado, si hace paces entre los que están discordes, o si libra a alguno de los agravios de otro más poderoso: y finalmente si diere a otro cualquier ayuda o consejo que sea de provecho. ¿Pues cuánto más será digno de la alabanza de los hombres y de que le premie Dios, el que hace que toda una provincia tenga paz?; ¿el que deshace las violencias?, ¿el que guarda justicia, y con sus leyes y preceptos dispone lo que deben hacer los hombres? Y también se muestra la grandeza de la virtud de los Reyes, en que tienen una grande semejanza de Dios, pues obra en su Reino lo que Dios en el mundo. Por lo cual en el capítulo 22 del Éxodo, los Jueces de la multitud son llamados Dioses: y también entre los romanos llamaron Dioses a los Emperadores; porque tanto es un hombre mas acepto a Dios, cuanto más se llega a serle semejante: por lo cual el Apóstol dice a los de Efeso: “Sed imitadores de Dios, como hijos carísimos”. Y si, según la sentencia del Sabio: “Todo animal ama su semejante, por cuanto lo causado tiene alguna manera semejanza de la causa”: consecuente cosa es que los Reyes buenos sean muy aceptos a Dios, y grandemente premiados de su mano.
Y pasando mas adelante, y usando de las palabras de San Gregorio: “¿Qué es la tempestad de la mar, sino tempestad de la mente?” Estando quieta la mar, gobierna la nave cualquiera, aunque no sepa; pero, turbada la mar en las ondas de la tormenta, aun el más diestro marinero se confunde: y así por la mayor parte en los peligros de gobierno se pierde el uso de bien obrar que había en la tranquilidad; porque, como dice San Agustín, entre las lenguas que los ensalzan y honran, y entre las sumisiones de los que con demasiada humildad les hablan, muy dificultoso es que no se ensoberbezcan, sino que se acuerden de que son hombres. Y, en el capítulo 31 del Eclesiastés, se llama bienaventurado el varón que no se dejo ir tras el oro ni puso sus esperanzas en los tesoros de dinero: el que, sin que le castigasen, pudo ser trasgresor de las leyes y no lo fue, y que pudiendo hacer mal no lo hizo, por lo cual, como aprobado en las obras de virtud, es tenido por fiel. De donde, según el proverbio de Biante, el Principado muestra quien es el hombre, porque muchos que eran tenidos por virtuosos estando en humilde estado, en habiendo llegado a la alteza del Principado se apartan de la virtud: y así las grandes dificultades que se ofrecen a los Príncipes para gobernar bien, los hacen dignos de mayor premio. Y si alguna vez por su flaqueza pecaren, son más dignos de excusa para con los hombres, y alcanzaran mas fácilmente el perdón de Dios si, como dice S. Agustín: “Humillados por sus pecados, no menospreciaren el hacer sacrificio de oración y de misericordia a su verdadero Dios”: para ejemplo de lo cual, de Acab, Rey de Israel que había pecado mucho, dijo Dios a Elías: “Porque se ha humillado por mi causa, no enviare este mal en su tiempo”. Y no solo se puede mostrar con razones que a los Reyes se les debe un premio aventajado, sino que también se confirma con autoridad divina, porque en el capítulo 12 de Zacarías se dice: Que en aquel día de bienaventuranza, en que el Señor será protector de los moradores de Jerusalén, esto es en la visión de la eterna paz, las casas de otros serán como las casas de David, conviene a saber, porque todos los Reyes reinaran con Cristo, como los miembros con su cabeza; pero la casa de David será como la casa de Dios, porque así como gobernando hizo en su pueblo fielmente el oficio de Dios, así en premio estará propincuo y se acercara mas a Él. Y también parece que los Gentiles en alguna manera se dieron a entender esto, cuando pensaban que los fundadores y conservadores de sus ciudades eran transformados en Dioses.
CAPÍTULO X
Que los Reyes y Príncipes deben tratar del bien común por el bien suyo propio que de el se les sigue, y que lo contrario se sigue al que gobierna tiránicamente
Pues a los Reyes se les propone un premio tan grande en la bienaventuranza, deben procurar con diligente cuidado no inclinarse a la tiranía, porque ninguna cosa les debe ser mas acepta que de la honra Real con que son sublimados en la tierra y ser transferidos a la gloria del Reino Celestial: y yerran los Tiranos que por algunas comodidades de la tierra se privan de tan grande premio, el cual pudieran alcanzar gobernando justamente, porque cuan necia cosa sea por cosas tan pequeñas y por bienes temporales perder los que son mayores y sempiternos, no hay quien no lo conozca, si no es tonto o infiel.
Y más que estos mismos bienes temporales, por los cuales los Tiranos se apartan de la justicia, con mayor ganancia los alcanzan los Reyes que conforme a ella gobiernan. Lo primero, porque entre las cosas del mundo ninguna hay que dignamente se pueda preferir a la amistad, porque ella es la que junta y aúna los virtuosos y conserva y levanta la virtud, y es de quien todos tienen necesidad en cualquier negocio que hayan de tratar, y la que oportunamente entra en las cosas prosperas y en las adversas no desampara a los hombres. Ella es la que es causa de los mayores contentos, de tal suerte que cualquier cosa, por delectable que sea, sin amigos se convierte en cansancio y enfado, y las que son ásperas el amor las hace fáciles y de ninguna pesadumbre: ni ha habido tan gran crueldad de Tirano que no se deleitase can la amistad. Porque como Dionisio, Tirano de Siracusa, quisiese matar a uno de dos amigos que se llamaban Damon y Phitias, y el que había de ser muerto alcanzase del Tirano tiempo para ir a su tierra y componer sus cosas, quedando el otro en su poder por fiador de la vuelta de su amigo, y llegándose el día del plazo, visto que el ausente no venia, todos confirmaban por necio al fiador; pero el decía que no temía falta de la constancia de su amigo, el cual volvió a la misma hora que había de ser muerto. Y entonces admirado el Tirano del ánimo de entrambos, les perdono el castigo movido de ver su fe y grande amistad, y les rogó que le admitiesen a ser tercero en ella. Pero este bien de la amistad no le pueden alcanzar los Tiranos, aunque le deseen; porque vemos que los que se tratan, se juntan en amistad o por parentesco o por semejanza de costumbres o por otro modo de comunicación o compañía. Poca pues puede ser la amistad entre el Tirano y los súbditos: porque, como se sienten oprimir por la tiránica injusticia, y echan de ver que no los aman, de ninguna manera pueden ellos amar, ni tienen los Tiranos por que quejarse de sus vasallos si no los aman, pues no son tales para ellos que merezcan ser amados. Mas los buenos Reyes, cuando tratan con cuidado del provecho común, y que los súbditos conocen que por su causa se les siguen bienes y comodidades, son amados de todos, porque muestran que los aman, porque en una multitud de gente no cae tan gran malicia que tengan odio a sus amigos, y que a sus bienhechores les den mal por bien. Y así de este amor nace que el Reino de los buenos Reyes es estable y permanente, cuando por sus súbditos no rehúsan de ponerse a cualesquiera peligros. De lo cual tenemos ejemplo en Julio Cesar, de quien refiere Suetonio que de tal manera amaba a sus soldados, que sabiendo la muerte de algunos no se quito el cabello ni la barba hasta vengarlos, con lo cual hacia tan aficionados sus soldados que siendo algunos de ellos presos por sus enemigos, dándoseles libertad con condición que militasen contra Cesar, no la quisieron aceptar. Y también Octaviano Augusto, que usó del Imperio modestísimamente, de tal manera era amado de sus vasallos, que muchos al tiempo de la muerte mandaban cumplir los votos que habían hecho porque los Dioses le diesen mas vida que a ellos mismos, viendo que se les cumplía su deseo.
No es pues fácil que se perturbe el dominio del Príncipe, a quien el pueblo ama con tan común voluntad: por lo cual Salomón dice en el vigésimo noveno de los Proverbios: “El Rey que juzga a los pobres conforme a la justicia, será confirmado en su trono para siempre”, pero el dominio del Tirano no puede durar mucho, porque es odioso a todos y no puede conservarse largo tiempo lo que repugna al deseo de muchos, porque apenas hay en el mundo ninguno que pase su vida sin tener algunas adversidades, y así no puede faltar ocasión de levantarse contra el Tirano en algún tiempo de adversidad; y en habiéndola, no falta de muchos alguno que use de la ocasión, y al que se levantare le seguirá el pueblo de su voluntad, y no podrá fácilmente quedar sin efecto, lo que se intenta con la ayuda de muchos, y así apenas puede suceder que el dominio del Tirano dure por largo tiempo. Y esto se vera manifiestamente, si cada uno considera con lo que se conserva el dominio de los Tiranos, porque no se conserva con amor: pues, como queda dicho, entre el Tirano y los súbditos poca o ninguna amistad puede haber, y de la fe de los vasallos no se pueden confiar los Tiranos, porque no se halla tanta virtud en algunos que por razón de la fidelidad se detengan de no sacudir de si, si pueden, el yugo de una no debida servidumbre; y por ventura, conforme a la opinión de muchos, no será contra fidelidad librarse por cualquier camino de la tiránica malicia: y así es llano que solo con el temor se sustenta el gobierno del Tirano, y por esto procuran con todas veras ser temidos de los súbditos.
El temor, pues, es débil fundamento, porque los que están sujetos por temor, si viene la ocasión de poderse levantar contra los que mandan, lo harán con tanto mayores veras cuanto mas contra su voluntad y por solo temor eran oprimidos, como el agua que esta encerrada por violencia cuando halla la salida rompe con mayor ímpetu: y aun este mismo terror de los súbditos es peligroso para el Tirano, siendo así que muchos por demasiado temor han dado en desesperación, y la desesperación de remedio precipita a intentar cualquier cosa atrevidamente: y así no puede el dominio del Tirano ser durable. Y esto no se prueba menos con ejemplos, porque cualquiera que mirare los hechos de los antiguos, y los sucesos de los modernos, apenas hallará que gobierno de Tirano haya sido muy largo. Y así Aristóteles en su política, habiendo contado muchos Tiranos, muestra que el dominio de todos se acabo dentro de poco tiempo, de los cuales con todo eso algunos gobernaron mas años que otros, porque no eran en la tiranía tan excesivos, y en muchas cosas imitaban la modestia Real.
Y esto aún se hace mas claro con la consideración del divino juicio; porque como se dice en el trigésimo cuarto de Job, hace reinar al hombre hipócrita por los pecados del pueblo, y ninguno se puede llamar con mas verdad hipócrita que el que teniendo oficio de Rey procede como Tirano; porque hipócrita se dice el que representa la persona de otro, como se suele hacer en los teatros. Así pues Dios permite que haya Tiranos para castigo de los pecados de los súbditos, y el tal caso se llama ira de Dios, y así dice el Señor: “Yo os daré Rey en mi furor”. Infeliz pues es el Rey que es dado al pueblo en el furor de Dios, pues no puede ser estable su dominio, porque Dios no se olvidara de tener misericordia, ni detendrá en su ira sus misericordias, antes en el segundo de Joel, se dice: Que sufre y tiene mucha misericordia, y que es poderoso sobre la malicia, y así Dios no permite que los tiranos reinen mucho tiempo, sino que habiendo dado tempestad al pueblo con dárselos, después con quitárselos les vuelve a dar tranquilidad. Por lo cual dice el Sabio: “Destruyo Dios las sillas de los capitanes soberbios e hizo sentar en su lugar a los mansos”.
Y también parece por la experiencia, que los Reyes alcanzan mas riquezas con la justicia, que los tiranos con los robos, porque como el dominio de los tiranos es a disgusto de todos, tienen ellos necesidad de tener muchos soldados armados con que estén seguros de los súbditos, y con esto han de gastar mas de lo que a ellos les roban. Pero en el señorío de los Reyes, como es a gusto de sus súbditos, todos son soldados para guarda suya, con que no tienen necesidad de gastar, y antes en las ocasiones de necesidad algunas veces dan más a los Reyes de su voluntad que lo que suelen robar los tiranos; y así se cumple lo que dice Salomón en el decimoprimero de los Proverbios: Unos, conviene saber a los Reyes, dividen su hacienda propia, hacienda bien a sus súbditos, y se vienen a hacer más ricos; y otros, conviene saber a los tiranos, roban lo que no es suyo, y siempre están con necesidad; y de la misma manera, por justo juicio de Dios, acontece que los que juntan riquezas injustamente, inútilmente las desperdician, o que justamente se las quitan, porque como dice Salomón en el quinto del Eclesiástico: “El avariento no se hinchara de dinero, ni el que ama el dinero alcanzara fruto de el”; antes, como dice en el decimoquinto de los Proverbios: “Conturba su casa el que sigue la avaricia”. Pero a los Reyes que procuran la justicia, Dios les añade riquezas, como a Salomón, que cuando procuro sabiduría para juzgar, le fue prometida abundancia de riquezas.
De la buena fama parece superfluo hablar, porque ¿quién dudara que los buenos Reyes no solo en la vida pero aún después de la muerte, viven en cierto modo en las alabanzas de los hombres, y que siempre dura el deseo de ellos? Pero el nombre de los malos o se acaba luego, o si fueron excelentes en malicia, detestándolos nos acordamos de ellos; de donde Salomón dice en el décimo de los Proverbios: “La memoria del justo con alabanzas; pero la del malo se pudrirá, porque se acaba o dura con hediondez”.
CAPÍTULO XI
Que los bienes del mundo, como son riquezas, poder, honor y fama, mejor los alcanzan los Reyes que los tiranos; y de los males en que los tiranos caen aun en esta vida
Por lo dicho parece que la estabilidad del poder, las riquezas, el honor y la fama mejor y más conforme a su voluntad lo alcanzan los Reyes que los tiranos, aunque por haberlas injustamente el Príncipe se inclina a la tiranía; porque nadie se aparta de lo justo, uno llevado del deseo de alguna comodidad, y además de esto se priva el tirano de la excelentísima bienaventuranza que se debe por premio a los Reyes, y lo que es mas grave de todo, que adquiere el mayor grado de tormento en las penas. Porque si el que roba a un hombre solo, o le obliga a servidumbre injusta o le da la muerte, merece grave pena, como en el juicio humano la muerte, y en el de Dios la condenación eterna, ¿cuánto mas debemos entender que merecerá mas graves castigos el tirano, que por todas partes roba a todos y a todos procura quitar la libertad, y da la muerte a cualquiera que se le antoja? Los tales raras veces hacen penitencia, hinchados con el viento de la soberbia, desamparados de Dios por sus pecados, y halagados con las adulaciones de los hombres, muy raras veces pueden satisfacer como deben; porque cuando restituyan todo lo que han llevado fuera, de lo que según justicia se les debe, lo cual nadie duda que están obligados a restituirlo, ¿cuándo harán recompensa a los que injustamente oprimieron e hicieron daños de cualquier manera que fuese? Y añádaseles, para no hacer penitencia, pensar que les fue licito todo lo que pudieron hacer sin resistencia, y sin que pudiesen ser castigados; de donde es, que no solamente no procuran enmendar lo que hicieron mal, sino que haciendo ley de su mala costumbre, pasan a sus descendientes el atrevimiento de pecar; y así los tales no solo tienen a su cargo para con Dios sus mismos pecados, sino también los de aquellos a quien dejaron ocasión de pecar, y también agrava su pecado la dignidad del oficio que tienen; porque así como un Rey de la tierra castiga mas gravemente a sus ministros, si los halla que le son contrarios, así Dios dará mayor castigo a los que hace ministros y ejecutores de su justicia, si procedieron mal, convirtiendo la justicia de Dios en amargura. De donde es que en el libro de la Sabiduría se dice a los malos Reyes: “Porque cuando érais ministros de aquel reino no juzgasteis rectamente, ni guardasteis la ley de mi justicia, ni anduvisteis según la voluntad de Dios, horrendamente y presto se os mostrara; porque se hará durísima justicia en los que presiden, porque al pequeño concédesele misericordia; mas los poderosos potentemente padecerán los tormentos”. Y a Nabucodonosor se le dice en el decimocuarto de Isaías: “Serás llevado al infierno, a lo profundo del lago, los que te vieren se inclinaran hacia a ti y te miraran como metido en lo mas profundo de las penas”. Pues si a los Reyes les vienen los bienes temporales abundantemente, y se les prepara por Dios tan alto grado en la bienaventuranza, y los tiranos por la mayor parte se quedan sin los bienes temporales que desean, y de más de esto están sujetos a muchos peligros, y lo que es más que todo, son privados de los bienes eternos y guardados para gravísimas penas; con vehemente cuidado deben procurar los que toman el gobierno ser para sus súbditos Reyes y no tiranos. Todo esto habemos dicho para mostrar lo que es ser Rey, y que le conviene a una República tenerle, y también que al que preside le conviene mostrarse Rey y no tirano, para con sus súbditos.
CAPÍTULO XII
Procede mostrando lo que es el oficio del Rey, adonde conforme a las cosas naturales muestra que el Rey con el Reino es como el alma en el cuerpo y a la manera que Dios en el mundo
Consecuente es a lo dicho el considerar lo que es el oficio de Rey, y que tal conviene que el sea, y porque las cosas del arte imitan las naturales, de quien se aprendieron para proceder conforme a la razón, parece se debe medir el gobierno Real por la forma del gobierno natural. Hállase pues en las cosas naturales gobierno universal y particular. El universal, según que todas las cosas se contienen debajo del gobierno de Dios; porque todas con su providencia las gobierna. Y el particular, que se halla en el hombre también, es muy semejante al gobierno divino, por lo cual el hombre es llamado mundo menor, porque en el se halla la forma del gobierno universal; porque así como todas las criaturas corporales y todas las virtudes espirituales están debajo del gobierno divino, así los miembros del cuerpo y las demás potencias del alma son regidas por la razón; y así en esta manera se halla la razón en el hombre como Dios en el mundo.
Mas, porque según ya dijimos el hombre es animal naturalmente sociable que vive entre otros muchos, se halla en el una semejanza de gobierno divino, no solo en cuanto cada uno por la razón se gobierna a si mismo, sino también porque por la razón de un hombre solo se gobiernan otros muchos; lo cual principalmente conviene al oficio del Rey, pues aun en algunos animales que viven en compañía se halla una semejanza de este gobierno, como las abejas que se dice que tienen su Rey entre si, no porque en ellas haya gobierno por razón, sino por instinto natural que les dio el sumo gobernador, que es hacedor de la naturaleza.
Conozca pues el Rey que el oficio que tiene es ser en su Reino como el alma en el cuerpo y como Dios en todo el mundo; que si considera esto, por una parte se le encenderá el celo de la justicia, mirando que esta puesto en lugar de Dios para juzgar a su Reino, y por otra parte se hará manso y clemente, teniendo a cada uno de los que están debajo de su gobierno por propios miembros suyos.
CAPÍTULO XIII
De esta semejanza saca el modo del gobierno, porque así como Dios distingue todas las cosas con un cierto orden y propia operación y lugar, así lo ha de hacer el Rey en su Reino, y lo mismo dice del alma
Conviene pues considerar lo que Dios obra en el mundo, y así se vera manifiestamente lo que el Rey tiene obligación de hacer en el Reino.
Y se han de considerar universalmente dos obras de Dios en el mundo. La una el haberle formado, y la otra cómo después de formado le gobierna; y también tiene estos dos oficios el alma en el cuerpo; porque lo primero por virtud del alma time forma el cuerpo, y después por ella es regido y gobernado. El segundo de los cuales es el que más propiamente toca al oficio del Rey, por lo cual a todos los Reyes les pertenece el gobierno, y de la administración de él toman este nombre. Pero el primer oficio no toca a los Reyes, porque no todos fundan el Reino o la ciudad en que reinan, sino que toman el cargo de gobernar el Reino o ciudad que ya esta fundada; y es de notar que si no hubiera precedido quien fundara el Reino o ciudad, no tuviera lugar la gobernación de ellos.
Y también debajo del oficio del Rey se comprende la fundación del Reino o ciudad, porque algunos fundaron las ciudades en que reinaron, como Nino a Ninive, y Rómulo a Roma; y de la misma manera pertenece al oficio del que gobierna considerar las cosas que estén bien gobernadas, y usar de ellas para el fin a que fueron instituidas, porque no se puede conocer cumplidamente el oficio del gobierno si se ignoran las razones del fundamento del Reino o de la ciudad.
Y la razón de la fundación de un Reino se debe tomar de la institución y fundamento del Mundo, en el cual lo primero se considera la producción de las mismas cosas, y después la ordenada distinción de las partes del mundo; y además de esto a cada parte de él le fueron distribuidas diversas especies de cosas, como las estrellas al cielo, las aves al aire, los peces al agua y los animales a la tierra; y después a cada cosa la proveyó Dios abundantemente de lo que tenía necesidad. Esta razón de la institución del mundo expreso Moisés sutil y diligentemente; porque lo primero propone la producción de las cosas, diciendo: “En el principio crió Dios el Cielo y la tierra”, y después muestra que todas las cosas según conveniente orden fueron por Dios producidas unas de otras; conviene a saber, el día de la noche, las cosas superiores de las inferiores, y la mar de la tierra; y después cuenta como fue el Cielo adornado con lumbreras, el aire con aves, la mar con peces y la tierra con animales; y lo ultimo, como fue señalado a los hombres el dominio de la tierra y de los animales; y el uso de las plantas dice que es igual a los hombres y a los demás animales, por la divina providencia; mas el que funda una ciudad no puede producir hombres ni los lugares para habitar, ni las demás cosas necesarias para la vida, sino que es necesario usar de los que hay en el mundo.
También como a las demás artes les da materia la naturaleza para sus obras, y el herrero toma el hierro, y el que edifica la madera y las piedras para el uso de su arte, así es necesario al fundador de una ciudad o de un Reino, lo primero elegir sitio a propósito que siendo saludable conserve los habitantes, y que por la fertilidad les produzca suficientes mantenimientos, y que deleite con su amenidad, y con las defensas haga los moradores seguros de sus enemigos, y cuando faltare alguna de estas comodidades, tanto será el sitio mejor cuanto tuviere mas de ellas o de las mas necesarias. Y después conviene que el fundador del Reino o ciudad divida el lugar que ha elegido, según lo piden las cosas que se requieren para la perfección del Reino o de la ciudad; como si se hubiese de fundar un Reino, conviene advertir qué sitio es bueno para fundar las ciudades, cual para las aldeas, y cual para las fortalezas y castillos; adonde se deba instituir el estudio de las Tetras, adonde los ejercicios de los soldados, y las juntas de los mercaderes y negociantes, y así las demás cosas que requiere la perfección de un Reino; y si se fundare alguna ciudad, conviene señalar en que lugares hayan de estar los templos, en cual el tribunal de la justicia, y cual se deba disputar a cada genero de artífices, y además de esto conviene juntar los hombres y dividirlos en lugares convenientes a sus oficios; y finalmente se ha de tratar de que todos tengan lo necesario, según el ser y el estado de cada uno, porque de otra manera de ninguna suerte podría permanecer el Reino ni la ciudad. Esto es para decir en suma, lo que pertenece al oficio del Rey en la fundación de un Reino o ciudad, tomada la semejanza de la institución del mundo.
CAPÍTULO XIV
Que modo de gobernar le compete al Rey según el modo del gobierno divino, el cual modo de gobierno se compara al de la nave, y se pone una comparación del gobierno Real y del Sacerdotal
Así, pues, como la fundación de la ciudad o Reino se toma convenientemente de la forma de la institución del mundo, así del orden con que el es gobernado se debe tomar el modo de gobernar; y base de considerar que el gobernar no es mas que encaminar una cosa el que la gobierna a su conveniente fin, como se dice que una nave es gobernada cuando la industria del piloto por derecho camino y sin daño la guía al puerto; así que cuando alguna cosa se ordena a algún fin que no tiene en si, como la nave a puerto, entonces pertenecerá al oficio del que la gobierna no solo en conservarla sin daño, sino hacerla navegar y acercarse al fin que pretende. Y si hubiese alguna cosa que no tuviese por fin otra, sino lo que tuviese en si misma, solo se enderezaría la intención del que la gobierna a conservarla sin que recibiese daño.
Y aunque no se halla cosa de esta manera fuera de Dios, que es fin de todas las cosas, con todo eso acerca de lo que se ordena al fin extrínseco se pone cuidado de muchas maneras por diferentes personas; porque podrá ser uno el que tenga cuidado de que una cosa se conserve en su ser, y otro el que trate de que pase adelante en la perfección, como claramente parece en 1a nave, de donde tomamos la semejanza del gobierno; porque hay artífices que tienen cuidado de aderezar si algo se descompone en ella, y el piloto tiene cuidado de que navegue adelante; así también acontece al hombre, porque el medico trata de conservarle en salud, y el padre de familia de que tenga las cosas necesarias para la vida, el maestro, de que conozca la verdad, y el ayo de las costumbres, para que viva conforme a razón.
Y si el hombre no se encaminase a algún bien que no tiene de sí, bien le bastará este cuidado; pero hay un bien fuera del hombre, mientras vive, que es la bienaventuranza ultima, que después de la muerte esperamos alcanzar en la fruición de Dios. Porque, como el Apóstol dice en la segunda carta cap. 5, a los de Corinto: “Mientras estamos en este cuerpo vamos peregrinos y ausentes del Señor”; por lo cual el hombre cristiano, para quien Cristo por su sangre adquirió aquella bienaventuranza, y que para conseguirla tiene prendas del Espíritu Santo, tiene necesidad del otro cuidado espiritual, con que sea guiado al puerto de la salud eterna. Este cuidado tienen entre los fieles los ministros de la Iglesia de Cristo.
Y lo mismo debemos juzgar del fin de toda una muchedumbre que del de uno solo, porque si el fin que el hombre procura fuera algún bien que tuviera en sí mismo, también el fin de gobernar a muchos fuera de la misma manera, para que lo adquirieran y permanecieran en él. Y si este ultimo fin de uno o de muchos fuera la salud y vida corporal, fuera oficio del medico del cuerpo, y si fuera la abundancia de las riquezas, el padre de familia fuera un cierto Rey del pueblo; y si e1 bien del conocimiento de las ciencias fuera cosa a que todo el pueblo pudiera llegar, el Rey tuviera oficio de maestro. Pero es cierto que el fin que un pueblo junto tiene es vivir conforme a la virtud, porque para lo que se congregan los hombres es para vivir bien juntamente, lo cual no podrá alcanzar cada uno viviendo de por sí solo. Así que la virtuosa vida es el fin que tienen las congregaciones humanas, y es señal de esto que solos aquellos son partes de una muchedumbre congregada que se ayudan a otros para vivir bien. Porque si por solo vivir los hombres se juntaran, los animales y los esclavos fueran parte de la congregación civil, y si por adquirir riquezas, todos los hombres de negocios hubieran de ser ciudadanos de una ciudad, así como vemos ser computados por de una comunidad los que debajo de unas mismas leyes y debajo de un mismo gobierno son encaminados al bien vivir; mas porque el hombre viviendo conforme a la virtud se encamina a otro fin más adelante, que consiste en la fruición divina (como arriba dijimos), uno mismo debe ser el fin de muchos que el de uno solo.
No es pues el último fin de una muchedumbre de hombres congregada el vivir conforme a virtud, sino alcanzar la fruición divina por medio de la vida virtuosa; y si a este fin se pudiese llegar por medio de la naturaleza humana, necesario seria que al oficio del Rey perteneciese el encaminar los hombres a este fin. Y suponemos que se llama Rey aquel que tiene el supremo gobierno de las cosas temporales, y tanto es el gobierno mas sublime cuanto más se endereza al ultimo fin: porque siempre aquel a quien pertenece éste manda hacer a los que obran lo que más se encamina a él, porque el que tiene a su cargo el gobierno de una navegación manda al que tiene por oficio el aprestar la nave para ella: y el ciudadano que trata las armas, manda al artífice come las ha de hacer. Mas porque el fin de la fruición divina no alcanza el hombre por virtud humana, sino por virtud divina, conforme aquello del Apóstol cap. 6, a los Romanos: “La gracia de Dios es la vida eterna”, el guiar a este fin no será del gobierno humano sino del divino. Por tanto compete a aquel Rey que no solamente es hombre sino Dios y hombre, esto es a nuestro Señor Jesucristo, que haciendo los hombres hijos de Dios los introdujo en la gloria celestial. Este es el gobierno que le fue dado, el cual no se acabara; y así en la sagrada Escritura no solo es llamado Sacerdote, sino Rey; diciendo Jeremías en el capitulo vigésimo tercero: “Reinará el Rey y será sabio”; por lo cual de él se deriva el Real Sacerdocio, y lo que es más, que todos los fieles de Cristo, en cuanto son miembros suyos, se llaman Reyes y Sacerdotes. El ministerio de este Reino, para que las cosas terrenas fuesen distintas de las espirituales, se cometió no a los Reyes de la tierra sino a los Sacerdotes, y principalmente al Sumo Sacerdote, sucesor de S. Pedro, Vicario de Cristo, que es el Pontífice Romano, al cual todos los Reyes Cristianos deben estar sujetos como al mismo Señor Jesucristo; porque así deben serlo los que tienen a su cargo el cuidado de los fines medios al que lo tiene del fin ultimo, y guiarse por su gobierno. Y porque el Sacerdote de los Gentiles y todo el culto de los Dioses era para adquirir los bienes temporales, que todos se ordenan al bien común del pueblo, de lo cual toca el cuidado al Rey, por eso convenientemente sus Sacerdotes eran sujetos a los Reyes; y también porque en la ley vieja eran prometidos los bienes terrenos al pueblo religioso, no por el demonio sino por el Dios verdadero, por esto también se lee que en ella los Sacerdotes eran sujetos a los Reyes. Pero en la ley nueva es más alto el Sacerdocio por el cual los hombres llegan a alcanzar los bienes celestiales; de donde es que en la ley de Cristo los Reyes deben estar sujetos a los Sacerdotes. Y así maravillosamente quiso Dios hacer que en la ciudad de Roma, la cual había ordenado que fuese principal asiento del pueblo cristiano, poco a poco se introdujese que los que gobernaban la ciudad, fuesen sujetos a los Sacerdotes, como lo refiere Valerio Máximo, diciendo: “Nuestra ciudad trató siempre de posponer todas las cosas a la Religión, aún en las que quiso que se mirase al decoro de la suprema Majestad; por lo cual los que mandaban no dudaron de servir a las cosas sagradas, entendiendo que así alcanzarían el gobierno de las humanas, si bien y constantemente se juntasen a las divinas”. Y también, porque en la Galia había de crecer mucho la religión del cristiano Sacerdocio, permitió Dios que entre los galos los Sacerdotes, que llamaban Druidas, fueran los que administraban justicia en toda la provincia, como refiere Julio Cesar en el libro que escribió de las guerras de Francia.
CAPÍTULO XV
Que así como para alcanzar el último fin importa que el Rey disponga los súbditos al bien vivir, así también conviene que lo haga para los fines medios; y se señalan las cosas que aprovechan para bien vivir, y las que lo piden, y que remedio debe poner el Rey contra los tales impedimentos
Así como el vivir bien en este mundo se endereza como a su fin a la vida bienaventurada, que esperamos en el Cielo, así al bien común del pueblo se ordenan como a su fin cualesquiera bienes particulares que los hombres procuran, ahora sean riquezas, ahora ganancias, salud, facundia o erudición. Pues si, como queda dicho, el que tiene cuidado del ultimo fin debe ser superior a los que gobiernan las cosas que a él se encaminan, y guiarlas con imperio, manifiestamente se sigue de las cosas dichas que, como el Rey no debe ser sujeto al dominio y gobierno que se administra por el oficio del Sacerdocio, debe también presidir a todos los humanos oficios, y ordenarlos con el imperio de su gobierno.
Cualquiera, pues, a quien le toca hacer cosa que se ordena a otra como a fin, debe procurar hacerla tal, que sea a propósito para este fin; así como el que hace una espada la procura hacer tal que sea de provecho para la pelea; y el arquitecto debe disponer la fábrica de una casa de modo que sea a propósito para vivirse; y porque la buena vida, que en este siglo hacemos, tiene por su fin la bienaventuranza celestial, le toca al oficio del Rey procurar la buena vida de sus súbditos por los medios que mas convengan, para que alcancen la celestial bienaventuranza; como es, mandándoles las cosas que a ella encaminan y estorbándoles, en cuanto fuere posible, lo que es contrario a esto. Cual sea pues el camino para la bienaventuranza y cuáles son los impedimentos de él, por la ley divina se conoce, cuya doctrina pertenece al oficio del Sacerdote, conforme a aquello de Malaquías en el capítulo segundo: “Los labios de los Sacerdotes guardan la ciencia, y de su boca procura tomar la ley”. Y por tanto dice Dios en el décimo séptimo del Deuteronomio: “Después que el Rey se asentare en el trono de su Reino, hará que le escriban el Deuteronomio, recibiendo en un volumen el ejemplo de esta ley de mano de Sacerdotes de la Tribu de Leví y lo tendrá consigo, y lo leerá todos los días de su vida, para que aprenda a temer al Señor Dios suyo, y a guardar sus palabras y ceremonias, que en la ley están mandadas guardar”.
Y siendo enseñado por la ley divina, su principal cuidado ha de ser cómo hará que viva bien el pueblo que le está sujeto; el cual cuidado se divide en tres cosas. Lo primero, cómo ha de fundar en el pueblo este modo de bien vivir. Lo segundo, cómo lo ha de conservar después de comenzado. Y lo tercero, cómo podrá hacer que cada día vaya en aumento. Para vivir bien un hombre, se requieren dos cosas: la principal de ellas es obrar conforme a virtud, porque la virtud es por la que se vive bien; y otra secundaria, que es como instrumental, conviene a saber tener suficientemente los bienes temporales, cuyo uso es necesario para las obras de virtud. La unión en un hombre la misma naturaleza la causa; pero la unión de muchos, que se llama paz, se ha de procurar con industria; así pues, para instituir que el pueblo viva bien, se requieren tres cosas. Lo primero, que los de él se junten y constituyan en conformidad de paz. Lo segundo, que unidos con este vínculo sean encaminados al bien obrar; porque así como el hombre ninguna cosa puede hacer bien, si no es presupuesta la unión y conformidad de sus partes, así una muchedumbre de hombres, si carece de esta unión de la paz, contradiciéndose a sí misma se impide en el bien obrar. Y lo tercero, se requiere que por industria del gobierno haya suficiente copia de las cosas que son necesarias para el bien vivir.
Así pues instituido en el pueblo el modo de vivir bien por el cuidado del Rey, consecuente cosa es que trate de conservarlo. Tres cosas hay que no dejan permanecer el bien público, una de las cuales proviene de la naturaleza; porque el bien de un pueblo no se debe instituir para tiempo limitado, sino para que sea en cierto modo perpetuo; pero los hombres, como son mortales, no pueden durar para siempre, ni mientras viven están en un mismo vigor, porque la vida humana esta sujeta a muchas variedades; y así no son los hombres bastantes para unos mismos oficios igualmente toda la vida. Otro impedimento para conservar el bien publico, nacido de lo interior, consiste en la malicia de las voluntades, cuando algunos son perezosos para hacer lo que conviene a la República, o cuando otros son dañosos a la paz del pueblo, y haciendo cosas injustas perturban la quietud ajena. El tercer inconveniente, pues, para conservar la República, le viene de fuera, cuando por acometimiento de enemigos se disuelve la paz, y algunas veces el Reino o la ciudad es totalmente destruido.
Contra estos tres impedimentos debe el Rey tener cuidado de tres cosas. Lo primero, de la sucesión de los hombres y de la sustentación de los que presiden en diferentes oficios; para que, así como en las cosas corruptibles, porque no pueden durar siempre, por el divino gobierno fue ordenado que por la generación unas sucedan a otras, para que así se conserve la entereza del universo, así por el cuidado del Rey se conserve el bien del pueblo que le está sujeto, procurando diligentemente de que manera unos han de suceder en lugar de otros que se acaban. Lo segundo, que con sus leyes y preceptos, penas y premios aparte de la maldad a sus súbditos y los mueva a las obras virtuosas, tomando ejemplo de Dios que dio ley a los hombres, y da permiso a los que la guardan, y castigo a los transgresores. Lo tercero, debe el Rey tener cuidado de que sus súbditos estén seguros de sus enemigos, porque de nada aprovecha evitar los peligros interiores, si no se puede defender de los exteriores.
También resta lo tercero, que toca al oficio del Rey, y que conviene a la buena institución del pueblo, y es el tener solicitud y cuidado de mejorar siempre las cosas, lo cual se consigue si en lo que se ha hecho hay algo desordenado y se corrige; si faltando algo, se suple, y si algo pudiendo hacerse mejor, lo procura perfeccionar; por lo cual el Apóstol amonesta a los fieles, que deseen y procuren aumentarse en los dones del Espíritu Santo.
Estas cosas son las que pertenecen al oficio del Rey. De cada una de las cuales conviene tratar más particularmente.
LIBRO SEGUNDO
CAPÍTULO I
Como los Reyes han de fundar ciudades, para alcanzar fama, y que se debe elegir para ello sitio templado, y las comodidades que de esto se siguen, y las incomodidades de lo contrario.
Lo primero, pues, habemos de tratar principalmente del oficio del Rey en la fundación de una ciudad o Reino; porque, como dice Vegecio: “Potentísimas naciones y Príncipes señalados, ninguna gloria mayor pudieron alcanzar que fundar nuevas ciudades o ampliando las ya fundadas, hacerlas de su propio nombre”, lo cual también concuerda con los documentos de la Sagrada Escritura, pues dice el Sabio en el cap. 40 del Eclesiástico que “el edificar una ciudad confirma el nombre”; porque el de Rómulo estuviera olvidado, si no hubiera fundado a Roma. En la fundación, pues, de una ciudad o Reino, si hay ocasión para ello, lo primero que el Rey debe hacer es elegir región que sea templada, porque de estos se siguen muchos provechos a los habitadores. Lo primero, porque por la templanza de la tierra alcanzan los hombres la salud del cuerpo y largueza de vida; porque como la salud consiste en cierta templanza de humores, se conserva más en las regiones templadas, porque las cosas se conservan con sus semejantes; y habiendo exceso de calor o de frío, es necesario que según la calidad del aire se mude la calidad de los cuerpos, de donde nace que algunos animales por natural industria en el tiempo de frío se mudan a lugares calientes y después en el caliente vuelven a buscar los lugares fríos, para gozar de la templanza del tiempo, con la contraria disposición de las tierras. Y finalmente, como los animales viven por lo cálido y húmedo, si el calor fuese intenso brevemente se deseca el humor y se acaba la vida, como la lámpara se muere presto, si el aceite que se le echa lo gasta la grandeza de la lumbre y así se dice que en algunas regiones calidísimas de Etiopía no pasa la vida de los hombres de treinta años; y también en las regiones demasiado frías el húmero radical se congela fácilmente, y el natural calor se extingue; y además de esto importa mucho la templanza de la tierra para las ocasiones de la guerra, con que se asegura la paz de los hombres. Porque, como refiere Vegecio, todas las naciones cercanas al Sol, desecadas con el mucho calor, se dice que tienen más de ingenio que de sangre; y por tanto no tienen constancia y confianza para pelear de cerca, porque los que tienen poca sangre temen más las heridas; y por el contrario los pueblos septentrionales apartados de los ardores del Sol son de menos consejo, pero siendo muy abundantes de sangre son potentísimos para la guerra; mas los que habitan en las tierras más templadas, tienen bastante copia de sangre que les hace menospreciar las heridas y la muerte, y no les falta prudencia para no ser desordenados en los ejércitos; y no aprovechan poco los buenos consejos en las batallas.
Y finalmente, el ser la región templada, importa mucho para la vida política, porque como Aristóteles dice: “Las gentes que habitan en lugares fríos son de grande ánimo, pero tienen menos entendimiento y arte, por lo cual perseveran más viviendo sin sujeción, ni viven políticamente, ni pueden tener imperio sobre sus vecinos por la prudencia; y los que viven en las tierras calientes son de más entendimiento y artificios, pero de poco ánimo; por lo cual son sujetos a otros y perseveran en la sujeción; pero los que habitan en las tierras que tienen en esto medianía, participan de lo uno y de lo otro, por lo cual perseveran siendo libres, y pueden vivir políticamente y saber gobernar a otros.” Así que se ha de elegir región templada para la fundación de una ciudad o Reino.
CAPÍTULO II
Como deben elegir los Reyes y Príncipes las regiones para fundar ciudades o castillos, y que debe ser de aire saludable, y muestra en que se conoce el serlo
Después de haber elegido la Provincia, conviene elegir lugar a propósito para fundar la ciudad; en lo cual lo primero que se ha de mirar es a que el aire sea saludable, porque primero es la vida natural que la junta de ciudadanos, la cual se conserva sin daño por la sanidad del aire. El lugar saludable, según Vegecio, será levantado, sin nieblas, ni muchas lluvias, y que tenga el cielo ni muy caluroso ni muy frío, y que no tenga junto a si lagunas ni pantanos. La eminencia del lugar suele ser causa de que el aire sea sano; porque el lugar alto esta descubierto a los vientos, con que el aire queda más puro; y también los vapores que se resuelven con la fuerza de los rayos del Sol, la misma tierra y las aguas los multiplican más en los valles y lugares bajos que en los altos, y así en los lugares altos es el aire más sutil. Esta sutileza del aire, que importa mucho para la libre y descansada respiración, se impide con las nieblas y lluvias, de que suelen ser muy abundantes los lugares húmedos. Por lo cual se halla que los tales son contrarios a la salud. Y porque los lugares pantanosos y en que hay lagunas son demasiados húmedos, conviene que el que se escogiere para fundar la ciudad sea apartado de pantanos y lagunas; porque cuando al salir del Sol los vientos de la mañana llegan al tal lugar, juntándoseles las nieblas que salen de las lagunas, y mezclándoseles el aliento venenoso de las animales de ellas, hacen el lugar sujeto a pestilencia; con todo eso, si las murallas estuvieren en lagunas o pantanos o cerca de ellos, que estén junto a la mar y hacia el septentrión, y estas lagunas o pantanos fueren mas altos que las orillas del mar, entonces parece que serán bien edificadas; porque haciéndose fosos tiene el agua salida para la mar, y cuando ella crece hincha las lagunas y pantanos de agua y estorba que se críen animales ponzoñosos; y si vienen de otra parte mueren, por no ser criados en el agua salada. Y también conviene trazar el lugar donde se ha de edificar la ciudad de manera que participe moderadamente del calor y del frío, y que mire a la parte del cielo que mas convenga para esto, porque si mirase al Mediodía, mayormente si esta junto a la mar, no será saludable; porque en los tales lugares son las mañanas muy frías, porque no les da el Sol, y al Mediodía serán ardientes, porque entonces les esta muy vecino. Los que miran al Occidente cuando sale el Sol se comienzan a enfriar, son calientes al Mediodía, y a la tarde hierven; pero los que miran al Oriente, por la mañana por la derecha oposición del Sol son calientes templadamente, y al Mediodía no crece mucho el calor, porque no da el sol derechamente; más a la tarde, porque del todo se les aparta, son fríos. El mismo temple o muy semejante tendrán los que miraren al Aquilón, y al revés de lo que se ha dicho es en lo que mira al Mediodía; y podemos conocer por experiencia que cualquiera que se muda donde hace más calor, se halla con menos salud; porque los cuerpos que se mudan de lugares fríos a los calientes, no pueden conservarse, sino acabarse; porque el calor, resolviendo lo húmedo, deshace la virtud natural, y así también en los lugares mas saludables se hallan los cuerpos mas enfermos en el estío.
Y porque para la salud del cuerpo importa el use de mantenimientos sanos, se debe advertir en esto para lo que es la sanidad del lugar que se eligiere para fundar la ciudad, porque se conocerá en la calidad de los mantenimientos que produce la tierra; lo cual solían procurar saber los antiguos por los animales que allí se criaban. Porque, como sea común a los hombres y a los otros animales usar para su sustento de las cosas que la tierra lleva, es cosa consecuente, si lo interior de los animales que se matan se halla sano, que también los hombres que se criaren en aquella parte vivan con mas salud; pero si en los animales se echare de ver que están malsanos, con razón se puede juzgar que la habitación de aquel lugar no será sana para los hombres.
Y de la misma suerte que el aire se debe buscar el agua saludable, porque la salud de los hombres depende por la mayor parte de lo que usan más ordinariamente en las comidas y en las demás cosas, y del aire es claro que cada hora con la respiración le metemos dentro de nosotros hasta las mismas entrañas; por lo cual el ser el aire sano es lo que principalmente importa a la sanidad de los cuerpo, y lo mismo el agua; porque entre las cosas de que nos sustentamos usamos de ella muchísimas veces, así en la bebida como en los manjares; y así después de la pureza del aire no hay cosa que mas importe a 1a salud de un lugar que ser saludables las aguas. Hay también otra señal para conocer la sanidad de un lugar, que es ver si los hombres que habitan en e1 son de buen color, de robustos cuerpos, y de miembros bien formados; si hay muchos muchachos y agudos, y si también hay muchos hombres viejos; y por el contrario si los hombres son de ruines caras, los cuerpos disminuidos o enfermos, si hubiese pocos muchachos y tibios, y menos viejos, no se puede dudar de que el lugar es pestilente [4].
CAPÍTULO III
Que es necesario que la ciudad que un Rey hubiere de fundar tenga abundancia de mantenimientos, porque sin ellos no puede ser perfecta; y dice que hay dos medios para alcanzarla, y aprueba más el primero
Conviene, pues, que el lugar donde se hubiere de fundar una ciudad, no solo sea tal que conserve sus habitadores en salud, lino que con su fertilidad sea suficiente para sustentarlos; porque no es posible que habite una muchedumbre de hombres, donde no hay abundancia de mantenimientos. Y así como dice el filósofo, mostrando Xenocrates, arquitecto peritísimo, a Alejandro Macedonio, como en cierto monte se podía fundar una ciudad de admirable forma, pregunto Alejandro si había allí campos que pudiesen proveer a la ciudad de mantenimientos; y que hallándose que no, dijo que se debería vituperar el que en tal lugar la fundase. Porque como el niño recién nacido no puede criarse ni crecer sin la leche del ama, así una ciudad sin abundancia de mantenimientos no puede tener muchedumbre de gente. Dos son, pues, los modos con que se le puede a una ciudad granjear la abundancia de todas cosas: uno es el ya dicho de la fertilidad de la tierra, que produce todo lo que es necesario para la vida de los hombres, y otro el use de la mercancía, con el cual se traen de todas partes las cosas que son menester; mas el primer modo se conoce manifiestamente ser más conveniente; porque tanto es una cosa mejor cuanto por sí es más suficiente; porque lo que tiene necesidad de otra cosa bien se muestra que es faltoso. Más cumplidamente, pues, tiene lo que ha menester una ciudad que la tierra circunvecina le da todo lo necesario para vivir, que la que tiene necesidad de recibirlo de otras partes por la mercancía. Y así será mejor la ciudad si de su propio territorio tiene abundancia de todo, que si fuese por medio de mercaderes. Y esto es cosa más segura; porque con los sucesos de la guerra, o con los diversos peligros de los caminos, fácilmente puede ser impedido que se le traigan mantenimientos, y entonces por defecto de ellos se hallaría la ciudad oprimida: y también es de más utilidad para los ciudadanos, porque la ciudad que para su sustento ha menester tener muchedumbre de mercaderes, necesario es que continuamente haya de tratar con gente extranjera, cuya conversación corrompe mucho las costumbres de los ciudadanos, según la doctrina de Aristóteles en su Política, porque es forzoso que los hombres de otras naciones, criados en diferentes leyes y costumbres, procedan en muchas cosas diferentemente de lo que son las costumbres de aquella ciudad: y así como los de ella con su ejemplo se mueven a hacer lo que ellos, se van perturbando las propias costumbres.
Además de esto, si los ciudadanos tratan mucho con los mercaderes, se abre la puerta a muchos vicios, porque como el cuidado de los hombres de negocios se endereza todo a la ganancia, con el uso de ellos arraiga la codicia en los corazones de los ciudadanos, de lo cual nace que en la ciudad todas las cosas se hagan vendibles, y apartada la buena fe, se da lugar a muchos fraudes, y olvidado el bien común cada uno trata de su provecho en particular, y mengua el cuidado de la virtud, viendo que el honor, que es premio suyo, se da a todos, y así necesariamente en la tal ciudad se pervertirán las costumbres de los ciudadanos. Es también el uso de la negociación muy contrario a los ejercicios militares, porque los hombres de negocios estándose a la sombra no tratan de trabajar, y gozando de los regalos y deleites se hacen de poco animo; y los cuerpos débiles y sin provecho para los trabajos de la guerra; por lo cual por derecho civil la mercancía es prohibida a los soldados. Y finalmente una ciudad suele ser más pacífica, cuanto el pueblo se junta menos veces, y cuanto menos asiste dentro de las murallas, porque del frecuente concurso de los hombres nacen ocasiones de disensiones, y se da materia a sediciones: y así, según la doctrina de Aristóteles, más útil es que la gente se ocupe y ejercite fuera de su ciudad, que asistir mucho dentro de ella. Y si en la ciudad se trata mucho de la mercancía, es forzoso que los ciudadanos asistan dentro de ella, y que en ella ejerciten sus tratos. Así que mejor es que la ciudad tenga de la cosecha de sus propios campos abundancia de mantenimientos, que no que totalmente se de a la mercancía. Ni tampoco los mercaderes han de ser del todo excluidos de la ciudad, porque no se puede hallar fácilmente lugar que sea tan abundante de todo lo necesario para vivir que no haya menester que se le traigan algunas cosas de fuera, y seria dañoso a muchos el tener exceso de las que allí hubiese en abundancia, si por la diligencia de los mercaderes no se pudiesen llevar a otras partes; por lo cual conviene que la perfecta ciudad use de los mercaderes moderadamente.
CAPÍTULO IV
Que la región que el Rey elige para fundar ciudades o castillos ha de tener lugares amenos y deleitosos, y que los ciudadanos se han de obligara que usen de ellos con moderación, porque muchas veces son causa de disolución, por donde los reinos se pierden.
También se ha de elegir tal lugar para edificar una ciudad, que con su amenidad deleite los ciudadanos, porque dificultosamente se apartan los hombres de los lugares amenos, y no concurre fácilmente abundancia de habitadores a los que no lo son: porque sin esta amenidad no puede durar mucho la vida de los hombres. Hacen los lugares amenos la llanura de los campos, la muchedumbre de árboles, la vecindad de los montes, el tener agradables bosques y ser abundantes de agua. Mas porque la mucha amenidad del lugar mueve los hombres a demasiadas delicias, cosa que es muy dañosa a una ciudad, por tanto conviene usar de esto moderadamente. Lo primero, porque a los hombres que solo tratan de deleites se les entorpece el ingenio, porque la suavidad de ello sujeta el alma a los sentidos, de manera que no pueden tener libre juicio en las cosas deleitables, y así, según la sentencia de Aristóteles, el deleite corrompe la prudencia del juicio. Lo segundo, los deleites superfluos hacen apartar de lo honesto de la virtud, porque ninguna cosa más que el deleite es causa de demasías, con que se pasa el medio en las cosas: que es en lo que consiste la virtud, porque la naturaleza es codiciosa del deleite, y así a veces recibiéndole en alguna cosa, aunque sea moderado, se precipita al deseo de otras torpes delectaciones, o también porque el deleite no harta el apetito, sino que gustándole pone más sed de sí; por lo cual a las cosas de virtud importa que los hombres se aparten de los deleites superfluos, porque así quitada la demasía, se viene mas fácilmente a la medianía de la virtud; y también es cosa consecuente, que se entregan a demasiados deleites los que se hagan flojos y pusilánimes para intentar cualquier cosa ardua y para sufrir trabajos y no temer los peligros. Por lo cual también dañan mucho las delicias para las cosas de la guerra, porque como dice Vegecio en el libro de las cosas militares: “Menos teme la muerte el que ha tenido menos deleites en la vida”. Y finalmente, haciéndose con ellos los hombres delicados, dan en perezosos, y dejan de tener cuidado con las cosas necesarias y con los negocios que deben, y solo tratan de sus deleites, en que gastan largamente lo que otros antes habían granjeado: de donde es que vienen a empobrecerse, y no pudiendo carecer de los acostumbrados deleites, dan en hurtos y en robos, con que poder hartar sus apetitos. Y así es dañoso a las ciudades abundar de superfluos deleites por la disposición de su sitio o por otra causa cualquiera; pero es conveniente que los haya en la comunidad de los hombres, como por salsa con que los ánimos se recreen; porque, como dice Séneca escribiendo a Sereno, de la tranquilidad del animo: “Se ha de dar algún descanso a los ánimos”. Porque, después de haberle tomado, se levantan mejores y para más, aprovechándoles el usar de las cosas detectables moderadamente, como la sal al cocer los manjares, que si es demasiada los estraga. Y más, que si se buscan como fin las cosas que a lo que es nuestro fin nos encaminan, se deshace y muda el orden de naturaleza, como si el herrero buscase el martillo, sin quererlo para hacer otra cosa con él, o el carpintero la sierra, o el médico la medicina, siendo cosas que cada una sirve para su debido fin. Lo que el Rey debe procurar para su ciudad es que se viva conforme a virtud, y debe usar de las demás cosas como de lo que a esto se ordena, y cuanto sea necesario para conseguirlo; y este desorden sucede en los que tratan de sus deleites superfluamente, porque no los encaminan al fin dicho, sino que antes procuran como su fin solo, de la manera que lo querían usar aquellos impíos, que con malos pensamientos, como testifica la Escritura, decían: “Venid, gocemos de los bienes presentes (lo cual pertenece al fin) y aprovechémonos de la criatura prestamente, como en la juventud”, y lo que mas allí se sigue; donde se muestra que el uso inmoderado de los deleites es cosa de la edad juvenil, y es justamente reprendido de la Escritura. De aquí es que Aristóteles compara en sus Éticas las cosas que deleitan al cuerpo al uso de los manjares, que tomados en grado excesivo, o muy pocos, corrompen la salud, y si se toman con buena medida la conservan y aumentan; y así acontece en las cosas de virtud, por los sitios amenos y por las otras delicias de los hombres [5].
CAPÍTULO V
Que es necesario que el Rey y cualquier Señor tenga abundancia de riquezas temporales, que se llaman naturales: y se da la razón de ello.
Habiendo dicho estas cosas, que se requieren al ser sustancial de una ciudad, policía y gobierno Real, en la institución y providencia de los cuales el Rey debe entender principalmente, trataremos de algunas otras, que le pertenecen en orden a sus súbditos para que su gobierno sea más quieto: y aunque ya en alguna manera lo habemos tocado generalmente, ahora se tratara más en particular, para mayor declaración de lo que debe hacer el Príncipe. Lo primero es, que en todas partes de su gobierno tenga abundancia de riquezas naturales, las cuales llama así Aristóteles en su Política, o porque son naturales, o porque el hombre naturalmente tiene necesidad de ellas, como son viñedos, bosques, selvas y diversos géneros de animales y aves; de todo lo cual Paladio, exhortando a esto mismo a Valentiniano Emperador, da los documentos muy largamente y con bonísimo estilo, y también Salomón, queriendo de aquí mostrar la magnificencia de su gobierno, dice: “Edifique casas para mí; plante viñas, hice huertos y huertas, los henchí de todo genero de árboles, e hice estanques para regar la selva de los árboles, que comenzaban a brotar”. Y para esto que decimos, hay tres razones: la una es, considerándolo en cuanto al uso de las mismas cosas, porque es más deleitable aprovecharse de ellas siendo propias que siendo ajenas, porque están más unidas a su dueño, y la unión es propiedad del amor, como dice Dionisio, y al amor síguese el deleite, porque cuando la cosa que se ama están presente, trae delectación consigo misma.
Y también la diligencia y cuidado que se propone en estas cosas, porque de aquellas gustar los hombres, que les son más dificultosas; que más amamos las cosas que se gozan cuando no son fáciles, como dice el Filósofo; por la cual razón se aman los hijos y cualquiera otra obra de naturaleza a la medida del trabajo que cuesta, así que, poniendo solicitud en estas riquezas naturales propias, se hacen mas agradables que las ajenas y siendo más agradables diremos que también son mas deleitables. La segunda razón es por los oficiales del Rey, porque habiendo de acudir a los que venden por las cosas necesarias para la vivienda de su señor, algunas veces es causa de escándalo entre los súbditos, o por el comercio de las cosas en que daña la avaricia del que compra o del que vende, o por lo que se siente el engaño. Y así en el vigésimo de los Proverbios se dice: “Malo es el que compra, y apartándose se gloría” como que haya engañado al vendedor. Y en el Eclesiástico se nos amonesta que nos guardemos de la malicia de las compras y de los negociadores, como que esto les sea propio en el comprar. De más de esto por el comercio se contrae familiaridad con las mujeres, con lo cual por una palabra o mirar descuidado se suelen causar sospechas entre los ciudadanos, y se provocan contra el gobierno. Pero la tercera razón, que es de parte de las mismas cosas, confirma también lo que decimos: porque por la mayor parte los mantenimientos que se venden no carecen de alguna mácula, y así no son de tanta eficacia para su sustento como los propios; y así dice Salomón en los Proverbios: “Bebe el agua de tu cisterna”: comprendiendo en esto cualquier mantenimiento, en particular la bebida, porque más fácilmente puede macularse, y porque en cualquier cosa que este mudada de su natural y pureza, luego muestra la malicia. Y finalmente los mantenimientos propios son más seguros para comer, porque más fácilmente se pueden envenenar o hacer nocivos por el extraño, que no los que se tienen en las despensas de las propias casas. Y así el Profeta Isaías en el segundo capitulo dice: “En la exaltación de la retribución del varón justo se le ha dado pan, y sus aguas son mas fieles”: como las comidas y bebidas propias sean mas seguras para el sustento.
CAPÍTULO VI
Que importa al Rey tener otras riquezas naturales, como son rebaños de ganado mayor y menor, sin las cuales no puede regir bien la tierra
No solamente pertenecen las cosas dichas a las riquezas naturales, sino otros diversos géneros de animales por las mismas causas y razones que se han referido, sobre los cuales al primer padre, como a predominante de toda la humana naturaleza, le fue dado privilegio de regir y gobernar, como se escribe en el Génesis: “Creced, dice el Señor, y multiplicad, y henchid la tierra y señoread los peces de la mar y las aves del cielo, y a todos los animales que se mueven sobre la tierra”. Y así pertenece a la Majestad Real usar de todo esto, y tenerlo en abundancia, y cuanto más en ello extendiere su dominio tanto mas semejante será su principado al del primer hombre, por ser todas las cosas disputadas para el servicio suyo en el principio de la creación. De donde dice el Filósofo en el primero de su Política, que la caza de los animales silvestres naturalmente es justa, porque por ella toma el hombre para sí lo que es suyo, y de la pesca y volatería se puede decir lo mismo; y así la naturaleza proveyó de aves de rapiña y de perros, para ejercitar este oficio, y porque no se puede usar de este ministerio con los peces, por el lugar en que están, en vez de aves y de perros hallaron los hombres las redes. Para las necesidades, pues, y para el decoro de su Reino tiene el Rey necesidad de las cosas sobredichas; de algunas para comer, como las aves y los peces, los rebaños de vacas y de ovejas, de que tuvo mucha abundancia Salomón, como en el Eclesiástico se escribe, y en el 3° libro de los Reyes, para mostrar su magnificencia. Y de otros animales tiene el Rey necesidad para servirse de ellos, como son caballos, mulos, asnos y camellos disputados para diversos oficios, según las varias costumbres de las provincias; de modo que de estas cosas debe el Rey tenor la mayor abundancia que le fuere posible, así de los animales que se comen como de los de servicio, por las causal que han dicho de las otras riquezas naturales; porque, como hemos mostrado, las cosas propias son mas deleitables, y tanto más cuanto participan de vida, por donde se acercan más a la asimilación divina.
Y hay otras razones por las cuales el Rey debe tener abundancia de estas riquezas, y que sean propias. Lo primero mueve a esto la naturaleza, que se goza de lo que ha trabajado considerando en estas cosas siempre algún nuevo modo de sucesos en el vivir, en el engendrar y en los partos, de donde nace admiración en los dueños, y de la admiración el deleite. Y que el criar una cosa sea causa de amor, y por consiguiente de deleite, se muestra en el Éxodo en la hija de Faraón, que hizo criar a Moisés, y adelante se dice, que después de haberte criado, le toma por hijo adoptivo; por lo cual dice el Señor por Oseas: “Yo, como si hubiera criado a Efraín”, etc., mostrando en esto su afecto amoroso para con su pueblo.
Además de que la caza de los animales silvestres o de otros, en que los Príncipes y Reyes se exponen, y someten sus hijos a trabajos y ejercicios corporales, vale mucho para hacerse robustos, y para conservar la salud y dar vigor a la virtud del corazón, si se usa moderadamente, como dice el Filósofo en sus Éticas; y esto cuando descansan de la guerra con sus enemigos, como los reyes de Francia e Inglaterra lo suelen hacer, según escribe Amonio en los hechos de los alemanes y franceses.
Y finalmente mueve a lo que vamos diciendo, la caballería que los reyes deben tener para decoro del Reino, para defenderle de sus enemigos, para lo cual están más dispuestos y se hace más fácilmente si tienen rebaños de yeguas y casta de caballos propios, como lo tienen por costumbre los reyes y Príncipes de Oriente, y de la manera que se escribe de Salomón en el 3 capítulo del libro 4 de los Reyes, que floreciendo en su prosperidad tenía cuarenta mil caballos para los carros, y once mil para los hombres de armas, de los cuales tenían cuidado los caballerizos del dicho Rey. Y además de esto si tratamos de los animales que se comen aún conviene mas tenerlos propios, sean de los cuadrúpedos, sean peces, porque de todos usa el hombre con más deleite, porque son más nutritivos y mejores para comerse, y porque recibimos más contento usando de las cosas conocidas, y porque se comen con más seguridad y largueza, que es cosa muy conforme a nuestro natural, y así se recibe en ello más gusto, y también la causa general ya dicha de evitar el comercio con los ciudadanos hace a este propósito, porque puede ser ocasión de escándalo, lo cual han de procurar evitar los oficiales del Rey.
Y finalmente pide esto la magnificencia de un Rey, para que a los que pasaren por su casa se les den los mantenimientos con más abundancia y mas largamente, lo cual se hace mejor si el Rey tiene abundantemente rebaños de todos ganados. De donde se concluye, según las cosas dichas, que las riquezas naturales son necesarias al Rey, y que las tenga propias en cada provincia para la seguridad de su Reino y gobierno.
CAPÍTULO VII
Que conviene que el Rey tenga abundancia de riquezas artificiales, como son oro y plata, y de moneda hecha de estos metales.
También el Rey tiene necesidad para la seguridad de su gobierno de riquezas artificiales, como es el oro y la plata y otros metales, y de la moneda que se hace de ellos. Y supuesto que es necesario, según naturaleza, que los hombres vivan juntos para fundar un gobierno y policía, y por consiguiente un Rey o cualquier señor que los gobierne, conviene que adelante tratemos de lo que juntamente ha de tener para esto, como son las riquezas de oro y plata y moneda que de ellos se hace, sin lo cual el rey no puede ejercer su gobierno con justicia y oportunamente; y esto se puede mostrar con muchas razones. La primera se considera de parte del Rey, porque los hombres en los trueques de las cosas usan del oro o plata y moneda, como de instrumento, por lo cual dice el Filósofo en el 5 de las Éticas, que la moneda es como un fiador o prenda para las necesidades que pueden venir, porque contiene en sí cualquier cosa que se haya de hacer, como precio de todas; pues si cualquiera tiene necesidad de moneda, mucho más que el Rey: porque, si es necesaria ordinariamente para las cosas ordinarias, también lo será mas para las mayores. Además de esto las fuerzas se proporcionan con la naturaleza de las cosas, y el trabajo con las fuerzas, y la naturaleza del estado Real tiene una cierta universalidad, por cuanto ha de ser para todos los del pueblo que le está sujeto; luego también la han de tener las fuerzas, y de la misma manera el trabajo; pues si el estado de los señores, según su naturaleza, es comunicativo, también lo deben ser las fuerzas y las obras, y esto no puede hacerse sin la moneda, como el herrero y el carpintero no podrían hacer sus obras sin sus propios instrumentos; y más, que según el Filósofo en el cuarto de las Éticas, la virtud de la magnificencia se endereza a grandes gastos, y estos pertenecen al Magistrado, que es el Rey, como lo toca el mismo Filósofo en la misma parte. Y así se escribe en el libro de Ester, de Asuero, que en Oriente señoreaba ciento veintisiete provincias, que en el convite que hizo a los Príncipes de su Reino, eran servidos en los manjares y en la bebida como lo pedía la magnificencia del Rey, y esto no se puede hacer sin el instrumento de la vida, que es la moneda de oro y plata, de donde se echa de ver lo que al principio habemos dicho, y se concluye en cuanto al rey el serle necesarios los tesoros que contienen en si las riquezas artificiales.
La segunda razón se considera en orden al pueblo, o en general o en particular: porque para lo que el Rey ha de tener abundancia de dinero, es para que pueda proveer su casa de las cosas necesarias, y socorrer a los súbditos en sus necesidades; porque, como enseña el Filósofo en el octavo de las Éticas: “El Rey debe hacerse para con su pueblo, como el pastor con las ovejas, y el padre con sus hijos”. Así se hubo Faraón con toda la tierra de Egipto, como se escribe en el Génesis: porque del tesoro público compró trigo, que distribuyó, según la providencia de José cuando vino el hambre, para que el pueblo no pereciese; y también Salustio en el Catilinario cuenta lo que Catón dijo de lo mucho que había crecido la República de los Romanos, porque había durado en su ciudad el erario público, y que, faltando éste, se había vuelto en nada, lo cual dice haber acontecido en los tiempos del mismo Catón. Además de esto cualquier reino o ciudad o castillo, o cualquier junta de hombres, se compara al cuerpo humano, como dice el mismo Filósofo, lo cual también se escribe en el Polícrato, y se compara allí el erario común del Rey al estomago: porque, así como los manjares se reciben en esta parte, y de allí se comunican a todos los miembros, así el erario del Rey se hincha de tesoro de dineros, y de allí se comunica y esparce por las necesidades de los súbditos del Reino; y también lo que vamos diciendo se ve en particular, porque torpe cosa es, y que deshace mucho la reverencia Real, el tomar prestado de sus vasallos para sus gastos y los del Reino, y dejándose obligar de estos empréstitos consienten los señores que algunos súbditos suyos u otros carguen el Reino de exacciones indebidas, con lo cual se enflaquece el estado del Reino. Y también hace a este propósito que de los empréstitos muchas veces nacen escándalos, porque de su naturaleza el pagar es dificultoso a quien toma prestado, y así se dice haber dicho Biante, uno de los siete Sabios: “Cuando tu amigo recibiere de ti prestado, perderás el amigo y el dinero”. Así que es necesario que el Rey junte estas riquezas artificiales en orden al pueblo en común y en particular.
La tercera razón con que esto también se prueba, es considerando las cosas y personas que no están debajo del dominio del Rey, las cuales son de dos maneras. Lo uno, los enemigos, contra quienes conviene que el erario público del Rey esté lleno: lo primero para los gastos de su familia, lo segundo para lo estipendios de los soldados que se conducen cuando se hace ejército contra enemigos, y lo tercero para rehacer los presidios, o fundarlos de nuevo, para que los enemigos no acometan los términos del Reino. Lo otro, para procurar aumentar sus estados, cosa para que también el Rey tiene necesidad de estas riquezas; porque sucede a veces que las provincial se ven necesitadas también, o por carestía, o por deudas, o por causa de enemigos, y acuden entonces al socorro del reino, las cuales socorriéndolas con el instrumento de la vida, que es el oro y plata, u cualquier otra moneda, se sujetan al Rey, y de esta manera se aumenta su Reino; y así parece por lo dicho, que el Rey tiene necesidad de riquezas artificiales por las tres causas referidas. Por lo cual también en el libro de Judith se .escribe que Holofernes, capitán de Nabucodonosor, cuando acometió las regiones de Siria y Cilicia con un grande ejército, trajo prevenida de la casa de su Rey grandísima cantidad de oro y plata, conviene a saber, para la expedición contra sus enemigos; y lo mismo se escribe de Salomón en el libro que alegamos arriba, entre las cosas de Real magnificencia: “Junté, dice, para mí oro y plata, y la substancia”, de los tesoros de dineros por los tributos que el y su padre habían puesto, como parece en el segundo y tercero libro de los Reyes; y esto porque, como ya dijimos, según el Filósofo en las Éticas, estas riquezas son instrumento de la vida. Ni esto contradice al divino precepto, que dio el Señor en el Deuteronomio, por Moisés, en cuanto a los Reyes y Príncipes del pueblo, donde está escrita una ley para que el Rey no tenga inmensa suma de oro y plata; lo cual se ha de entender, que no sea para ostentación y fausto Real, como las historias cuentan de Creso, Rey de los Lidos, a quien de esta causa le nació su ruina, y habiéndole preso Ciro, Rey de los Persas, desnudo le ahorcó en un alto monte; pero para socorrer las cosas del Reino, sin duda son necesarias las riquezas por las causal dichas.
CAPÍTULO VIII
Como para gobierno del Reino y de cualquier señorío son necesarios ministros, y se hace una definición de los dos modos de gobierno, Político y Despótico; y muestra con mucha razones que el Político conviene que sea suave.
No solamente conviene al Rey estar preparado de riquezas, sino también de ministros, por lo cual aquel grande Rey Salomón en el libro ya alegado, dice de sí mismo: “Poseí siervos y siervas, y mucha familia en gran manera”. Lo que se posee, pues, en el dominio está del poseedor, y por tanto habemos de hacer una distinción acerca del gobierno incidentemente. Porque el Principado dice Aristóteles que es de dos maneras: Político y Despótico (aunque pone otras en el 5 libro, como ya se dijo y abajo se declara más), y cada uno de estos dos gobiernos tiene sus diferentes ministros. El Político es cuando una provincia, o ciudad o castillo es gobernado por uno o por más, conforme a sus propios estatutos, como ha sucedido en las provincias de Italia, principalmente en Roma, que por la mayor parte desde su fundación fue gobernada por Senadores y Cónsules. El gobierno de éstos conviene más regirse con una cierta blandura, porque en el hay una continua mudanza de ciudadanos o de extraños, como de los romanos se escribe en el libro I de los Macabeos cap. 8, donde se dice que cada año daban a un hombre el Magistrado para que mandase en toda la tierra que era suya. De donde se saca que hay dos razones para que en este modo de gobierno no se puedan castigar los súbditos con tanto rigor, como en el dominio Real; la una es de parte del que gobierna, porque su gobierno es de poco tiempo, por lo cual tiene menos cuidado de las cosas de sus súbditos, considerando que su dominio se ha de acabar en tan breve tiempo: y así los jueces del Pueblo de Israel, que juzgaban políticamente, fueron más moderados en el juzgar que los Reyes siguientes; por lo cual Samuel, que había juzgado el dicho pueblo cierto tiempo, queriendo mostrar que su gobierno era Político, no Real, como ellos le habían elegido, en el I de los Reyes en el cap. 17, dice: “Hablad de mí delante de Dios y de su Cristo, si he calumniado a alguno, si oprimí a alguno, si tomé dadiva de mano de alguno”; lo cual no hacen los que tienen el gobierno Real, como abajo se dirá, y el mismo Profeta muestra en el primero de los Reyes. Y de más de esto el modo de gobierno en las partes dichas, donde el dominio es Político, es como alquilado, porque hacen su oficio los señores por paga, y adonde ésta se señala por fin, no se trata tanto del gobierno de los súbditos, y así por consiguiente se templa el rigor de la corrección, por lo cual el Señor en el capítulo 10 de San Juan dice de los tales: “El alquilado y que no es pastor”, que no tiene cuidado de las ovejas porque no las tiene para siempre, “ve el lobo, y huye; el alquilado huye, porque es alquilado”, como quien tiene por fin del gobierno la paga, y hace más por sí que por sus súbditos; por lo cual los antiguos capitanes romanos, según escribe Valerio Máximo, cuidaban de la República a su propia costa, como Marco Curio y Fabricio y otros muchos; y de esto hacia que tenían más atrevimiento y cuidado en el gobierno de su República, como aquellos que enderezaban a él toda su intención y mayor afecto. Y en los tales se verifica la sentencia de Catón, que refiere Salustio en su Catilinario, que “aquella República de pequeña se hizo grande, porque ellos tuvieron industria en sus casas y justo gobierno fuera, animo libre en los consejos y no dados a delitos ni lujurias”. La segunda razón, por donde el gobierno Político conviene ser más moderado y ejercitado con moderación, se considera de parte de los súbditos, por que según su naturaleza tienen disposición proporcionada al tal gobierno; porque prueba Tolomeo en el Cuadripartito que las regiones de los hombres son diferentes según las diversas constelaciones, en cuanto a las costumbres y gobierno, señalando siempre según el imperio de la voluntad sobre el dominio de las estrellas; y pone las regiones de los romanos debajo de Marte, y que por esto son menos sujetos; y así por la misma causa esta gente con sus términos se dice que no es acostumbrada a sufrir, ni sabe sujetarse, sino cuando ya no puede resistir, y porque no puede sufrir el señorío ajeno es envidiosa de los que son superiores. Entre los que presidían entre los romanos, como se escribe en I libro de los Macabeos en el cap. 8, ninguno traía diadema, ni se vestía de púrpura; y más adelante en el mismo libro se pone el efecto de esta humildad, porque ninguno entre ellos tenía envidia uno de otro, y así con cierta apacibilidad de ánimo y con un modo humilde, coma requiere la naturaleza de los súbditos de aquella provincia, gobernaban la República, porque, coma dice Tulio en las Filípicas, no hay mayor presidio de gente armada que el amor y benevolencia de los ciudadanos, con la cual conviene al Príncipe estar defendido antes que con armas; y Salustio refiere la misma sentencia de la fortaleza de los antiguos padres romanos. Y finalmente, la confianza que tienen los súbditos de que al que gobierna se le ha de acabar el dominio, y de que a ellos también a su tiempo les ha de tocar el mandar, les da más atrevimiento para tener libertad y no sujetar el cuello a los que gobiernan, y así por esto el gobierno político debe ser suave. Además de esto tienen modo cierto en su gobierno, porque es según la forma de las leyes, o comunes o particulares, a las cuales esta asido el que gobierna.
Por lo cual, no siendo libre, no tiene lugar la prudencia del Príncipe e irrita menos la divina; y aunque las leyes tengan origen del derecho natural, como Tulio prueba en el tratado de las leyes, y el derecho natural del derecho divino, como testifica el Profeta David, diciendo: “Impresa está en nosotros la lumbre de tus ojos”, con todo eso no comprenden todos los actos particulares, porque de todos no puede tener providencia el legislador, por no saber todo lo que había de suceder a sus súbditos; y de aquí se sigue ser de menor potencia el gobierno Político, porque el que gobierna juzga el pueblo solamente por las leyes, lo cual se suple con el señorío real, pues no estando obligado a ellas juzga según su parecer y prudencia; y así se acerca más a la providencia divina que tiene cuidado de todas las cosas, como se dice en el libro de la sabiduría. Mostrado se ha, pues, cuál es el Principado político, y así ahora veremos cuál es el despótico.
CAPÍTULO IX
Del principado despótico, cuál es y como se reduce al real; donde incidentemente compara el político con el despótico, según diversas razones y tiempos
Aquí se ha de advertir que el Principado Despótico se llama aquel que tiene el señor para con su siervo; y este es nombre griego, de donde procede que algunos señores de aquellas provincias aún hoy se llaman déspotas; el cual Principado podemos reducir al Real, como parece en la Sagrada Escritura; pero se ofrece una duda, y es que el Filósofo en el libro primero de su Política distingue el Principado Real del Despótico. Esta declararemos en el siguiente libro, porque allí se ofrece ocasión de definir esta materia, y ahora baste probar lo dicho con la Sagrada Escritura: porque Samuel el profeta declara al pueblo israelítico las leyes de los Reyes, las cuales traen consigo la servidumbre; porque como pidiesen Rey a Samuel por su mucha edad, y que sus hijos no gobernaban justamente según el modo político, como lo habían hecho los otros Jueces del pueblo, habiendo consultado al Señor, les responde en el primer Reyes de los Reyes en el cap. 8: “Oye, dice, la voz del pueblo en las cosas que hablan; pero anúnciales y diles el derecho del Rey: Os tomará vuestros hijos, y se servirá de ellos en sus carros para sí, y hombres de armas, y hombres que corran delante de sus carros de cuatro caballos; señalará quien are sus campos, y segadores para sus mieses, y artífices para que le hagan armas y a vuestras hijas las hará cocineras, ungüentarias y panaderas”; y así de otras condiciones tocantes a servidumbre, que se ponen en el primero de los reyes, queriendo dar a entender por esto que el gobierno político de los jueces, y que él había tenido, era más provechoso para el pueblo; lo contrario de lo cual, con todo, habemos probado al principio; y para declaración de esto se ha de saber, que según dos consideraciones se dice aventajarse el gobierno político al real. Lo primero, si volvemos el gobierno al estado primero de la naturaleza, que se llama estado de la inocencia, en el cual no hubo gobierno real sino político, porque entonces no había dominio que causase servidumbre, sino una preeminencia y sujeción en el disponer y gobernar los súbditos según los meritos de cada uno, porque en el ordenar y cumplir lo que se ordenaba cada uno estaba dispuesto conforme a lo que le tocaba, por lo cual entre los hombres sabios y virtuosos, como fueron los romanos, por imitación de la misma naturaleza el gobierno político fue mejor. Mas, porque los perversos se corrigen difícilmente, y es infinito el número de los necios, como se dice en el Eclesiastés, por esto en la naturaleza ya corrompida el gobierno real es más provechoso, porque la naturaleza humana constituida en este estado conviene refrenarla dentro de su corriente, poniéndole límites y términos. Esto lo hace la alteza real, por lo cual está escrito en el cap. vigésimo de los Proverbios: “El Rey que se asienta en trono de justicia, disipa todo lo malo solo con mirar”. La vara del castigo, a quien temen todos, y el rigor de la justicia son necesarios para la gobernación del mundo; porque con esto el pueblo y la multitud indocta es mejor gobernado; y así el Apóstol a los romanos en I cap. 13 dice, hablando de los gobernadores del mundo, que “no sin causa traen el cuchillo que castiga al malhechor en la ira de Dios”. Aristóteles dice en las Éticas: “Que las penas instituidas en las leyes son como una cierta medicina”. Y en cuanto a esto más excelente es el dominio real. Además de lo cual es de considerar que el sitio de la tierra dispone las cosas de ella conforme al aspecto de las estrellas (como arriba se ha dicho) por lo cual vemos algunas Provincias dispuestas a la servidumbre, y otras para la virtud; y así Julio Cesar y Amonio, que escriben los hechos de los Franceses y Alemanes, les atribuyen las mismas costumbres y obras en que hoy perseveran. Los ciudadanos Romanos algún tiempo vivieron debajo del gobierno de los Reyes, desde Rómulo hasta Tarquino el soberbio, que fueron doscientos sesenta y cuatro años, como lo dicen las historias, y también los Atenienses después de la muerte del Rey Codro se gobernaron por magistrados; porque están debajo del mismo clima de los romanos, los cuales, considerando que su reino por las causas dichas era más a propósito para el gobierno político, lo gobernaron con él hasta el tiempo de Julio Cesar debajo de la potestad de los Cónsules, Dictadores y Tribunos, por tiempo de cuatrocientos y cuarenta y cuatro años, en los cuales con este modo de gobierno, como arriba dijimos, tuvo grandes aumentos la República. Y con esto habremos mostrado en que razón el gobierno político se debe preferir al real, y el real al despótico.
CAPÍTULO X
Después de haber hecho distinción de los modos de señoríos, se hace ahora de los Ministros, según la diferencia de los Señores, y después prueba ser natural la servidumbre en algunos
Después de lo dicho se ha de tratar de los Ministros, que son para el cumplimiento del gobierno; porque ningún señorío puede pasar sin ellos, para que por medio suyo, según los grados de las personas, se ejerzan los oficios, se distribuyan los trabajos, se administren las cosas necesarias, y sea en un Reino y en otra cualquier República, conforme a los méritos de los que en ella se contienen. De donde es que Moisés, primer Capitán del pueblo de Israel, fue con razón reprendido por Jetro, su suegro, porque él solo sin Ministros administraba justicia al pueblo, como se ve en el Éxodo en el décimo octavo capítulo, donde se dice: “En necio trabajo te consumes tú y este pueblo que está contigo, y es fuera de todas tus fuerzas, y que no lo has de poder llevar; provee varones poderosos y que teman a Dios, hombres de verdad que aborrezcan la avaricia, y de ellos constituye Tribunos, Centuriones, Quincuagenarios y Decenarios, qua juzguen al pueblo”. Y lo mismo se halló entre los Romanos, porque como en su ciudad cesase el gobierno de los Reyes hicieron Cónsul a Bruto, pero gobernó poco tiempo solo, porque moviendo guerra los Sabinos, el Senado creó Dictador, que era preeminente en la dignidad a los Cónsules; y el primero llamó Lamios, y en este mismo tiempo también crearon Maestro de Caballeros, que obedecía al Dictador, y el primero fue Espurio Casio; y después cerca del mismo tiempo se instituyeron los Tribunos en favor del pueblo; lo cual habemos dicho para mostrar que en el gobierno de cualquier junta de gente, sea Provincia, Ciudad o Castillo, no puede ser bien regida sin el ministerio de diversos oficiales. Pero en esto ha de haber distinción, según la diferencia de gobierno; porque conviene que los Ministros sean conformes a los Señores, como los miembros con la cabeza; por lo cual el gobierno no político requiere Ministros según la calidad de él: y así hoy en Italia todos son mercenarios, como los Señores, y así proceden como quien hace sus oficios por paga, poniendo en esto su fin y atendiendo a la ganancia, y no a la utilidad de los súbditos; mas cuando se administra de gracia, como los antiguos Romanos, entonces se enderezaba su solicitud a las cosas de la República, como a fin suyo, como Valerio Máximo cuenta de Camilo, que rogó a los Dioses que si alguno de ellos le parecía demasiada la felicidad de los Romanos, satisficiese su envidia haciéndole mal a él sólo, y no a la República. Pero en el gobierno de los Reyes hay otros Ministros diputados para oficios perpetuos, para servir al Rey en cosas de su provecho, como son los Conde y Barones, los soldados ordinarios y los feudatarios que por feudo están obligados a las cosas del gobierno del Reino perpetuamente. Por donde se muestra que en cualquier señorío son necesarios Ministros, y que conforme a él se debe elegir. Y así se dice en el Eclesiastés: “Según es el juez del pueblo, así son sus Ministros; y como es el gobernador de la ciudad, tales son los que habitan en ella”. El filosofo hace distinción en su política de otros cuatro géneros de Ministros, que son más conjuntos a los que gobiernan, porque hay algunos de que el gobierno tiene necesidad para los oficios viles de los Señores, de los cuales provee la naturaleza, para que haya grados entre los hombres como en las demás cosas, como vemos que en los elementos hay ínfimo y supremo; y en las cosas mixtas siempre algún elemento es superior. Entre las plantas hay también unas diputadas para la comodidad de los hombres y otras para hacer estiércol, y del mismo modo entre los animales, y en el hombre entre los miembros del cuerpo es lo mismo. Y lo consideramos también en la relación del cuerpo al alma, y aún en las mismas potencias de ella, comparando unas a otras; porque algunas son ordenadas a mandar y a mover, como el entendimiento y la voluntad; y otras para servir a éstas, según el grado de cada una; y así es entre los hombres. De donde prueba que hay algunos que totalmente son siervos, según naturaleza.
Y además de esto sucede que algunos son faltos de razón por defecto de naturaleza, los cuales conviene que sean inducidos al trabajo por modo servil, porque no pueden usar de razón, y esto se llama justo natural. Todo lo cual toca el filósofo en el primero de sus Políticos. Hay también otros ministros diputados para los mismos oficios por otra razón, como son los que han sido presos en la guerra; lo cual la ley humana con razón instituyó para esforzar los soldados a pelear fuertemente por la República, para que por cierto derecho los vencidos fuesen sujetos a los vencedores; lo cual el filósofo en el lugar dicho llama justo legal; por lo cual estos, aunque usan de razón, son reducidos al estado de los esclavos con cierta ley militar, para poner más cuidado en los corazones de los que andan en la guerra. Y este modo tuvieron también los de Roma; y así cuentan las historias que Tito Livio, varón de tanta elocuencia, fue preso y puesto en servidumbre por los Romanos; pero Livio, nobilísimo varón, cuyo esclavo era, por su bondad le hizo libre; y tomando el nombre de su amo se llama, Tito Livio; y le dio libertad para que enseñase a sus hijos las artes liberales, porque sin ellas no le fuera licito, según los estatutos de los Romanos; y esto manda también la ley divina, como consta en el Deuteronomio.
Hay también otros dos géneros de Ministros que asisten entre la familia, unos que asisten por paga, y otros que sirven por cierta benevolencia y amor, para aumentarse en las cosas de su honra, o en las cosas de virtud; como son los que sirven al Príncipe en su casa, o en cosas de la guerra, o de su volatería o montería, o de otras cosas de su familia y casa, de que ahora no hablamos singularmente; por los cuales medios cada uno procura la amistad o gracia de los Señores, o alcanza paga, o adquiere alabanza de su virtud; por lo cual se dice en los Proverbios, que “el ministro inteligente es acepto al Rey”. Y en el Eclesiástico: “Si tuvieres un siervo fiel, sea para ti como tu alma”. Y así se debe concluir que para la perfección de un Reino y para el cumplimiento del gobierno, el Rey debe estar prevenido de riquezas y de Ministros, conforme a lo que habemos dicho; por lo cual el filósofo en el octavo de sus Éticas dice que no es Rey el que por sí no es suficiente y sobrado de todos bienes; de los cuales abunda sobre manera el Rey Salomón, como aparece en el 3 libro de los Reyes, y principalmente en el ornato y Orden de los Ministros, de que admirada la Reina Saba, dijo: “Mayor es tu sabiduría que la fama que yo oí de ella. Bienaventurados tus varones y tus siervos, estos que están siempre delante de ti, y oyen tu sabiduría”.
CAPÍTULO XI
Que es necesario al Rey y a cualquier otro Señor tener en su tierra fortísimas fortalezas; se ponen muchas razones para esto
Después de lo dicho, para fortalecer el dominio, sea Real o político, son necesarias fortalezas adonde esté el Rey y los de su casa, de lo cual nos dio el documento el Rey David, que después que tomó a Jerusalén eligió el monte Sión para su defensa y seguridad, y allí edificó un alcázar; en el cual se trataba de todo género de instrumentos místicos, y a este alcázar llamó ciudad suya; y esto observan los Reyes en todas partes, teniendo en cualquier ciudad o Castillo especial presidio o alcázar donde este con su familia y oficiales, para lo cual hay muchas causas; la una se considera de parte de los mismos Príncipes, a quien importa estar en lugar defendido para estar más seguros en el regir, corregir y gobernar, y para tener mas atrevimiento en la ejecución de la justicia; por lo cual los Cónsules y Senadores Romanos eligieron el lugar más seguro, que era el Capitolio, del cual cuentan las historias que siendo ocupada toda la ciudad de Roma por los enemigos, Allí se defendieron y quedaron sin daño: además de que esto lo impide la mayor gravedad del Rey y de su familia, para que no se desestime la majestad suya en los ojos del pueblo por el comercio con los súbditos, o por un mirar incauto, en que se requiere gran compostura; como los viejos del pueblo Troyano se habían con Elena, según el Filósofo dice en sus Éticas, para que ni el pueblo incurra en indignación del Rey, ni el Rey ni los suyos tengan ocasión de descomponerse entre los súbditos; en el cual caso cayo el Rey David con la mujer de Urías soldado, que traía el escudo a Joab: a la cual vio lavándose desde un corredor de su Palacio, como se escribe en el Segundo libro de los Reyes. Y la segunda razón se considera de parte del pueblo, el cual se mueve más por las cosas aparentes que por la razón, y viendo los magníficos gastos de los Reyes en hacer fortalezas, mas fácilmente por la admiración se inclinan a la obediencia y a acudir a sus mandatos, como dice el Filósofo en el sexto de sus Políticos; y además de esto tienen menos ocasión de rebelarse o de sujetarse a los enemigos, cuando se ven muy apretados de ellos, porque teniendo los Ministros del Rey presentes en sus fortalezas, los solicitan a defenderse más animosamente. Así lo hizo Judas Macabeo en el alcázar de Sión, que después de tornado le cerco de muros fortísimos y de torres altas, para defensa de su patria contra los enemigos, como se escriben en el primero de los Macabeos. Y de la misma manera en Bethsura edificó fortísimas fortalezas contra la frontera de Idumea.
Y finalmente, los Príncipes tienen necesidad de fortalezas para guardar las riquezas de que deben tener abundancia, como dijimos arriba, y para poder ellos y su familia usar de ellas con más libertad; y para que con esto los Ministros hagan más prontos para preparar las cosas necesarias, que es cosa muy detectable y honorífica n la propia casa; porque es natural en las cosas humanas que en estando dispuestas con orden causen belleza y hermosura, como cosa medida y proporcionada en sus partes, de donde conseguimos una alegría espiritual que por si misma causa como un éxtasis; lo cual parece que paso por la Reina Saba, mirando el orden de los Ministros de la Corte del Rey Salomón, como arriba dijimos.
CAPÍTULO XII
Que conviene al buen gobierno de un reino, o de cualquier otro Señorío, tener los caminos seguros y libres en su provincia
Otra cosa es también necesaria a los Reyes para el buen gobierno del reino, a la cual se ordenan las mismas fortalezas, conviene a saber, para que los caminos estén seguros y acomodados para caminar, así para los forasteros como para los naturales de su reino, porque los caminos son comunes a todos por un cierto derecho natural, y por las Leyes de las gentes; por lo cual es prohibido que nadie los ocupe, ni por ninguna prescripción ni curso de tiempo se puede adquirir derecho de ellos; de donde es que en el libro de los Números el camino público se llama camino real, para significar que era común a todos. De donde San Agustín en la Glosa expone esta palabra, diciendo que se llama así porque debe ser libre a cualquier pasajero por razón de la comunicación de los hombres. Y así en el mismo lugar se escribe, que mandó Dios destruir los Amorreos porque contradecían al pueblo de Israel que pasase por sus tierras, queriendo ir sólo por el camino real, sin hacer daño a la Provincia. Y para que los caminos comúnmente fuesen libres y seguros para los pasajeros, permiten los derechos a los Príncipes los portazgos; y guardando ellos a los caminantes lo que les toca, sus oficiales lo pueden cobrar justamente, y los pasajeros están obligados a pagarlos.
Y además de esto la seguridad de los caminos para el gobierno del reino es muy provechosa a los Reyes, porque por esto acuden más los mercaderes con sus mercancías, con lo cual vienen a aumentarse las riquezas del reino; y esto fue también causa de aumentarse la República Romana, porque procuraban tener los caminos bien compuestos, los cuales llamaban estradas romanas, para que los hombres con mayor seguridad pudieran traer sus mercaderías; y con sagaz engaño se disfrazaban y mudaban los nombres, para que engañados los ladrones no supiesen el tiempo que se hacían las ferias en la ciudad. Algunas instituyeron los Príncipes Romanos en otras partes, y les dieron sus propios nombres para que tuviesen más firmeza y los lugares donde se hacían fuesen más seguros para los que a ellos viniesen, como forum Julii, nombre que significa plaza de Julio y que aún dura en los confines de muchas Provincias y en diversas regiones; y además de esto algunos Cónsules y Senadores Romanos hicieron Estradas que guían hasta otras Provincias, y con sus nombres las autorizaban, para que fuesen mas libres para caminar a la ciudad, o para que su memoria de ellos fuese clara, como la vía Aurelia, de Aurelio Príncipe; la vía Apia, de Apia Senador. La primera de las cuales guía a la ciudad de Reate, donde las historias ponen la provincia Aurelia, y la otra a Campaña; y así otras tomaban el nombre de diferentes Cónsules y Senadores, como Flaminio o Emilio.
Y finalmente con esto se aumenta el culto divino, porque los hombres se hallan mas prontos para reverenciar las cosas sagradas cuando tienen libre el paso para ir en romería a ganar Indulgencias o Jubileos; por lo cual la razón principal del cuidado que tuvieron los Romanos en tener los caminos seguros fue el culto de sus Dioses, del cuál tenía gran celo la República, como escribe Valerio Máximo en el principio de su libro; y la Sagrada Escritura también refiere en el libro de Esdras que la reverencia del templo se había impedido porque tenían alrededor de sí a sus enemigos, y que por esto se había detenido la reedificación del templo; conforme a lo cual dijeron al Señor, como dice San Juan: “En cuarenta y seis años se edificó este templo, y tú lo reedificas en tres días”.
CAPÍTULO XIII
Cómo en un Reino o cualquier Señorío es necesario tener moneda propia, y las comodidades que de esto se siguen, y las incomodidades de lo contrario
Después de lo dicho nos toca hablar de la moneda, por use de la cual se regula la vida de los hombres, y así mismo por consiguiente cualquier Señorío, particularmente el Real, por los muchos provechos que de ella se siguen. De donde es que el Señor preguntando a los Fariseos, que debajo de fingimiento le tentaban, dice: “¿de quién es esta imagen e inscripción?”. Y como respondiesen que de César, dio contra ellos la sentencia de lo que le habían preguntado: “Dad, pues, lo que es de César a César, y lo que es de Dios a Dios”. Como que la misma moneda sea mucha causa de pagarse los tributos. De la materia de que se hace la moneda, y como es necesario al Rey tenerla en abundancia, ya hemos tratado; pero ahora hablemos de ella en cuanto es medida por la cual las sobras y las faltas se reducen a un medio, como el Filósofo dice en el cuarto de las Éticas, porque para lo que se inventó la moneda fue para deshacer las diferencias en los comercios, y que sea una medida en las cosas que se truecan; y aunque hay muchos modos de trueques, como escribe el Filósofo en el primero de sus Políticos, este es el más fácil de todos; por la cual causa se dice haberse inventado la moneda; de donde es que el Filósofo en su Política reprende el gobierno de Licurgo, primer legislador de los Partos y Lidos, porque les prohibía el uso de la moneda, permitiéndoles sólo el trocar unas cosas por otras, según parece de lo dicho. Y así concluye en el libro alegado de las Éticas que la moneda se hizo por la necesidad de trocar unas cosas por otras, porque con ella se hace más fácil cualquier comercio, y se quita la ocasión de diferencias sobre los trueques. Y esto viene desde Abraham, que fue mucho tiempo antes de Licurgo y de todos los filósofos. De donde es que en el Génesis se escribe de él que compró un campo para sepultura de los suyos por precio de cuatrocientos siclos de moneda pública y aprobada. Y aunque el tener moneda propia es necesario de cualquier gobierno, principalmente lo es en el del Rey, para lo cual hay dos razones. La primera, que se considera de parte del Rey; y otra, de parte del pueblo sujeto. En punto a lo primero la moneda propia es ornamento del Rey y de su Reino, y de cualquier otro gobierno, porque en ella se esculpe la imagen del Rey, como del Cesar se ha dicho; por lo cual por ninguna cosa que toque al Rey, o a cualquier Señor, puede ser tan clara su memoria; siendo así que ninguna cosa traen los hombres mas ordinariamente entre las manos. Y más, que por ser la moneda regla y medida de las cosas que se venden, se muestra en ella su excelencia, como que su imagen sea en el dinero regla de los hombres en sus comercios; de donde es que se llama moneda, porque amonesta la mente para que no haya fraudes entre los hombres, pues aquella es medida cierta, para que la imagen de César sea en el hombre como la imagen divina, como expone San Agustín tratando esta materia; y se llama la moneda Numisma, porque se señalaba con los nombres y figuras de los Señores, como dice S. Isidoro. De donde parece manifiestamente, que con la moneda resplandece la majestad de los Señores; y por tanto las Ciudades, Príncipes o Prelados para gloria suya alcanzan singularmente de los Emperadores el tener moneda propia y particular. Y finalmente, el tener moneda propia redunda en provecho del Príncipe, como dijimos, porque es medida en los tributos que se ponen en el pueblo, como se mandaba en la Ley divina cerca de las ofrendas, y en cualesquiera cosas que se volvían a comprar, y se habían ofrecido en lugar de sacrificio. Además de que el batir moneda por autoridad del Príncipe le es también de provecho, porque a ningún otro se permite hacerla con la misma imagen e inscripción, como lo ordena el derecho de las gentes; en lo cual el Príncipe o Rey, aunque puede llevar su aprovechamiento en el batir moneda, debe con todo eso ser moderado, no mudando el metal ni disminuyendo el peso, porque esto es en daño del pueblo, por ser la moneda medida de las cosas, como queda dicho; por lo cual mudar la moneda es tanto como mudar cualesquiera pesos y medidas; y cuánto esto desagrada a Dios se escribe en los Proverbios, en el cap. 20, donde dice; “Peso y peso, balanza y balanza, uno y otro abominable para con Dios”, y así fue reprendido gravemente del Papa Inocencio el Rey Aragón, porque había mudado la moneda, disminuyéndola en detrimento del pueblo, y absolvió a su hijo del juramento con que se había obligado a usar de la dicha moneda, mandándole se la restituyese al antiguo estado; y los derechos favorecen en lo que es la moneda en los empréstitos y conciertos, porque mandan pagar lo prestado y guardar los conciertos por la moneda de aquel tiempo en toda medida de calidad y cantidad. Y así concluimos, que a cualquier Rey le es necesario el tener moneda propia; y también lo es al pueblo que el Rey la tenga, como parece de lo que habemos dicho. Lo primero, porque es medida en los trueques de las cosas, y porque es más cierta entre los populares, porque muchos que no conocen las monedas extranjeras, y así fácilmente pueden ser engañados los que no tienen tanta malicia, lo cual es contra el gobierno Real. A esto proveyeron los Príncipes Romanos, porque dicen las historian que en el tiempo de nuestro Señor Jesucristo en señal de sujeción solo se usaba en todo el mundo de una moneda, que era la de los Romanos, y en ella estaba esculpida la imagen de César, la cual conocieron luego los Fariseos, cuando nuestro Señor Jesucristo les hizo aquella pregunta para descubrir la falsedad de sus corazones; y esta moneda valía diez dineros de los ordinarios, una de las cuales pagaba cada uno a los cobradores de los dichos Príncipes, o a los que tenían sus veces en las Provincias o Ciudades y Castillos.
Y finalmente la moneda propia es de más provecho, porque cuando las monedas extranjeras se comunican en los comercios, necesario es valerse del arte Campsoria cuando las tales monedas no valen tanto en las regiones extrañas como en las propias, lo cual no se puede hacer sin daño; y esto sucede principalmente en las partes de Alemania y en las regiones circundantes, por lo cual se ven obligados cuando van de una parte a otra a llevar un pedazo de oro o plata, y van vendiendo de ella según las cosas que tienen necesidad los Políticos, distinguiendo las diferencias de pecunias, o del arte pecuniaria, la Numismática, la Campsoria, Obolástica y Cathos, la primera sola dice que es natural, porque se ordena a los trueques de las cosas naturales, lo cual se hace con la moneda propia, y no con otra, como parece de lo que está dicho; por lo cual ésta sola alaba, menospreciando las demás, de las cuales diremos adelante. Así que se ha de entender que en cualquier gobierno, principalmente en el Real, para conservación del Señorío es necesario el tener moneda propia, así para el pueblo como para el Rey o cualquier gobierno.
CAPÍTULO XIV
Se prueba con ejemplos y razones como para el buen gobierno del reino u otro cualquier Señorío o policía son necesarios los pesos y medidas
Después de esto habremos de tratar de los pesos y medidas, que son necesarios para que se conserve el gobierno de cualquier Señorío, así como lo es la moneda, porque por ellos se pagan los tributos y se quitan diferencias, y se guarda fidelidad en las compras y ventas; y porque, aunque la moneda es instrumento de la vida humana, todavía imitan más que ella las cosas naturales: porque escrito esta en el libro de la Sabiduría en el cap. 2, que Dios dispuso todas las cosas con número, peso y medida; pues si todas las criaturas se determinan dentro de estos tres limites, más parece que tiene origen de la naturaleza el peso y medida que la moneda, y por tanto son cosas más necesarias en una República o Reino; y el peso y la medida en cuanto tales siempre se ordenan a las cosas que se han de medir y pesar, y de otra manera no son nada por sí misma; pero la moneda, aunque es medida e instrumento en los comercios, con todo eso puede ser por sí misma alguna otra cosa, como si se derritiese quedaría oro o plata; y así no siempre se ordena a los trueques de las cosas. Y esto aún más se prueba en todas las suertes de pecunias, como en la Campsoria, que no se ordena propiamente a ser medida de las cosas que se venden sino que se ordena más el trueque de las otros monedas; y en la Obolástica; que en los trueques es para las demasías del peso, que cuando se hallan se quitan, y se resuelven en metal. Y también en la que se llama Cathos, que significa el oficio de los que trabajan en las forjas, la cual se endereza más a las mismas monedas, como a su fin, dejados los otros trueques de las cuales diferencias trata el Filósofo en el cuanto libro de sus Políticos y arriba lo tocamos, y se dirá también adelante.
Y finalmente aquellas acciones son más necesarias en una República y en un Reino, que proceden del derecho natural, porque las Leyes que instituyeron los Príncipes tuvieron el mismo principio, y si no, no fueran justas. El peso y medida son de derecho natural, porque ajustan la natural justicia y así son necesarias a todo Reino y sociedad las medidas y los pesos; y de aquí es, que el primer Capitán del pueblo Hebreo, Moisés, como escribe S. Isidoro, dando las leyes divinas, que fueron las primeras, juntamente con ellas constituyo pesos y medidas para las comidas y bebidas, como Efi y Gomor, y el Modio y Sextario; y para las tierras y patios, que se miden por codos; y para el oro, plata y monedas, que son las balanzas y otros pesos; y así como el dicho Moisés en el Levítico exhortase al pueblo a vivir justamente, luego les pone las leyes de la justicia natural, como Orígenes expone en el mismo lugar: “No harás, dice, ninguna maldad en el peso y la medida; sean las balanzas justas, e iguales los pesos; justo el modio, e igual el sextario”, Refiere también S. Isidoro que Sidón Argivo dio medidas a los Griegos, adonde cerca de los tiempos del mismo Moisés florecía el Reino de los Argivos; y las historias cuentan que Ceres dio en Sición a los Griegos medidas para las cosas de la Agricultura y del trigo; de donde fue Ramada Diosa frumentaria y Demetra; así que por lo dicho parece que naturalmente conviene al Rey y a cualquier otro Señor, para su buen gobierno, dar al pueblo que le está sujeto pesos y medidas por las causas dichas, y por los ejemplos de los Príncipes, que aquí habemos tocado.
CAPÍTULO XV
Aquí declara el Santo Doctor que a un Rey o a otro cualquier Señor para la conservación de su estado le conviene tener cuidado de que del erario público sean proveídos los pobres en sus necesidades; y se prueba con razones y ejemplos.
Hay otras cosas que también pertenecen al buen gobierno de un Reino, Provincia o Ciudad, o de otro cualquier Principado, y es que el Príncipe que preside provea del erario común a los pobres, huérfanos y viudas en sus necesidades, y tenga cuidado de los peregrinos y forasteros; porque si la naturaleza no falta a nadie en las cosas necesarias, como dice el Filósofo en el libro de Cœlo y mundo, mucho menos debe faltar el arte, que imita la naturaleza; y entre todas las artes, la de vivir y gobernar es la superior y más grande, como muestra Tulio en sus Cuestiones Tusculanas; luego los Reyes y Príncipes no deben faltar a los necesitados en las cosas necesarias, sino antes socorrerlos, porque para eso tienen las veces de Dios en la tierra los Reyes y Príncipes, por quien el gobierna el mundo como por causas segundas; de adonde es, que como Samuel, Profeta, viéndose menospreciado en su dominio, se quejase a Dios, le fue respondido que no a el había menospreciado el pueblo de Israel, sino a Dios cuyas veces él hacía; y en los Proverbios se dice: “Por mí reinan los Reyes, y los Legisladores hacen decretos justos”. Y Dios tiene especial cuidado de los pobres, para suplirles sus efectos, habiéndose la divina providencia con los necesitados de la manera que un padre si tiene algún hijo impedido, que tiene de él mayor cuidado, por ser mayor su necesidad; por lo cual el mismo Señor tiene que se hace con él espiritualmente lo que se hace con un pobre, como el lo testifica diciendo: “Lo que hicisteis por uno de estos mis pequeñuelos, por mí lo hicisteis”. Luego obligados están los Príncipes y Prelados, como quien tiene las veces de Dios en la tierra, a suplir estas faltas de los pobres, y ayudarlos como padres, a quien obliga su oficio, que, como dice el Filósofo en el octavo de sus Éticas, deben tener especial cuidado de hacerles bien con efecto. Esta solicitud tuvo Filipo, Rey de Macedonia, para con Fisias, al cual, según escribe como padre a quien obliga su oficio, que como antes no le fuese amigo, sabiendo que tenía tres hijas, y que aunque era noble pasaba con ellas extrema necesidad, preguntando a los que se lo dijeron si sería mejor cortar una parte del cuerpo que estuviese enferma o curarla, mando llamar en particular y le dio, dineros y cosas de su casa, y le amonesto; y de allí en adelante le fue más fiel, Fuera de esto, como los Reyes y Príncipes han de tener obras para todos y universalmente diligencia en las cosas de sus súbditos, no siendo bastante un hombre aún a sus cosas propias solamente, forzoso es que en muchas falte, porque las tales acciones de gobernar un pueblo y juzgarle, y dar a cada uno de sus súbditos lo que merece, exceden la virtud natural; por lo cual se dice que el arte de las artes es el de gobernar almas; y cosa muy ardua es, que el que no puede moderar su vida propia, sea juez de la ajena; por la cual causa, siendo Saúl levantado por Rey y ungido por Samuel, se le mandó que subiese a la alteza de los Profetas, para que allí por elevación de la mente, profetizando con ellos, tuviese noticia de las cosas que había de hacer; y esto lo hizo así, como parece en el primero de los Reyes. De donde se conoce que es imposible que los Reyes no yerren por la causa dicha, si no se vuelven a aquél que gobierna todas las cosas y es hacedor de todos; y por esta causa se dice en el Eclesiástico, de los Reyes del Pueblo de Israel, que fuera de David, Exequias y Josías, que fueron varones espirituales y alumbrados por Dios, todos pecaron contra el Señor. A este defecto se socorre con la buena obra de la limosna, porque con él los pobres se sustenten, como se le dijo a Nabucodonosor, Rey de Babilonia, que era general Monarca en todo el Oriente, por boca del profeta Daniel: “Redime tus pecados con limosnas y convierte tus maldades en misericordias de los pobres”. Son, pues, las limosnas que los Príncipes dan a los necesitados, como un fiador suyo delante de Dios, para pagar las deudas de sus pecados, como el Filósofo dice que es la moneda respecto de las cosas vendibles. Y así como la moneda es medida en las cosas que se truecan en la villa corporal, así lo es la limosna en la espiritual; por lo cual en el Eclesiástico dice: “La limosna del varón sea como un saquillo que ande con él, y conservará la gracia de los hombres, como las niñas de los ojos”; así que por lo dicho se muestra bastantemente como es cosa importante a los Reyes y a cualquier Señor proveer a los pobres del común tesoro de la República o del suyo propio; y de aquí es que en todas las Provincias, Ciudades y Castillos hay hospitales para ejercer este ministerio fundados por los Reyes, Príncipes o Ciudadanos para socorrer las necesidades de los pobres, no solo entre los Cristianos, sino también entre los infieles; porque hacían casas de hospedaje para socorro de los necesitados, a las cuales llamaban Hospitales de Júpiter, (como aparece en el Segundo libro de los Macabeos), por el efecto de benevolencia y piedad que se atribuye a este planeta según los Astrólogos; y de Aristóteles también cuentan las historias que envió cartas a Alejandro, exhortándole a que se acordase de las necesidades de los pobres, para que la prosperidad de su gobierno se aumentase.
CAPÍTULO XVI
Aquí declara el Santo Doctor como conviene que el Rey u otro cualquiera que es Señor tenga cuidado del culto divino, y el fruto que de esto se sigue
Después de lo dicho habemos de tratar del culto divino, al cual deben atender los Reyes y Príncipes con todas sus fuerzas y solicitud, como a su debido fin, por lo cual se pone en este final capítulo. De este fin escribe el magnifico Rey Salomón en el decimosegundo del Eclesiástico: “Oigamos todos juntos el fin de nuestras palabras; teme a Dios y guarda sus pensamientos, porque esto es todo hombre”. Y aunque este fin es necesario a todos, conviene a saber, el culto y reverencia de Dios por la observancia de sus mandamientos, como se ha dicho, con todo eso compete más al Rey y es de esto más deudor por tres cosas, que en el se hallan: porque es hombre, porque el hombre fue criado por Dios singularmente, porque las demás criaturas las crió con decirlo, pero al hombre, cuando le hubo de criar, dijo: “Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza”; de donde San Pablo, en los Actos de los Apóstoles, en el capítulo diez y siete, refiere las palabras de Arato, Poeta, que dice: “Nosotros somos de casta de Dios”. Por esta parte todos en general debemos a Dios la divina reverencia; lo cual es primer precepto de la primera tabla: por lo cual Moisés dice en el Deuteronomio al Pueblo de Israel, y lo mismo a nosotros: “El Dios tuyo es un Dios”, para decir que era sólo a quien se debía honor y reverencia; por cuanto por él solo fuimos creados, y con una cierta singular prerrogativa producidos; y así, teniendo consideración a tan grande beneficio, prosigue Moisés luego en el mismo Lugar diciendo: “Amaras al Señor Dios tuyo de todo corazón, y con toda tu alma y con toda tu fortaleza”; queriendo mostrar en esto que todo lo que somos lo debemos a Dios; en reconocimiento de lo cual fue instituido el precepto de los diezmos, el cual todos están obligados a pagar, no solo en la cantidad del número de las cosas, sino de cada una de ellas, por la ya dicha causa; y aunque cada uno tenga esta obligación, con todo eso es mayor en el Príncipe, aún como una persona sola, en cuanto participa más de la nobleza de la naturaleza humana, por razón de su Sangre, de donde le procede esta calidad, como el Filósofo prueba en su Retórica; de la cual razón movido César Augusto, que también se llamo Octaviano, como cuentan las historian, no agradándose de los divinos honores que el Pueblo Romano le hacia por la hermosura de su cuerpo y por la bondad de su ánimo, procuro saber de la Sibila Tiburcia quien era su criador y hacedor; el cual halló, y adoró, y prohibió por edicto publico que de allí en adelante nadie del dicho Pueblo le adorase, ni le llamase Dios ni Señor. Tiene además de esto el Príncipe esta obligación en cuanto Señor; porque ninguna potestad hay que no venga de Dios, como el Apóstol dice en el decimotercero capítulo a los Romanos; de donde es que tiene las veces de Dios en la tierra, como dijimos arriba; por lo cual toda potencia de su dominio depende de Dios, como en ministro suyo; y así, donde hay reverencia al superior, porque él por sí nada vale, como lo vemos en los mismos ministros de las Cortes de los Reyes; por lo cual en el Apocalipsis de San Juan, todas las veces que se trata del ministerio de los espíritus celestiales, que son significados en su oficio por los viejos, como más maduros en sus acciones, y por animales, que antes que mover ellos, por la vehemente irradiación divina; siempre se dice de ellos, que cayeron y adoraron al Señor, los cuales actos son de latría y culto divino; por lo cual aquel Nabucodonosor, Monarca del Oriente, como se escribe en el libro de Daniel, porque no reconoció que su señorío venia de la mano de Dios fue convertido en bestia, según su imaginación, y se le dijo: “Siete tiempos se mudarán sobre ti, hasta que entiendas que domina el excelso en el Reino de los hombres, y que le darán al que quisiere”. Y también amonestado acerca de esto Alejandro, como dicen las historias, yendo con propósito de destruir la provincia de Judea, coma acercándose a Jerusalén le saliesen al camino el Sumo Pontífice vestido de blanco, con los Ministros del Templo, aunque iba airado se volvió manso, y bajándose del caballo él mismo le reverencia en lugar de Dios; y entrando en el Templo dejó en el grandes dones, y a toda la gente dio libertad por la reverencia divina. No solamente, pues, como hombre y como señor esta obligado al culto divino el Rey, sino también como Rey, porque son ungidos con óleo sagrado, como aparece en los Reyes del Pueblo de Israel, que eran ungidos con óleo santo por mano de Profetas; por lo cual se llamaban Cristos del Señor, por la excelencia de virtud y gracia en el ser conjuntos a Dios, de las cuales cosas deben ser dotados; y por razón de esta unión conseguían cierta reverencia y honor, por donde aún el Rey David, habiendo cortado las vestiduras al Rey Saúl, hirió su pecho en señal de arrepentimiento, como se escribe en el primer libro de los Reyes; y también el mismo Rey David, llorando lamentablemente la muerte del Rey Saúl y Jonatás, se queja de la irreverencia de los Allofilos, diciendo que así habían muerto al Rey Saúl como si no fuera ungido con óleo, como se escribe al fin del segundo libro de los Reyes; de la cual santidad sacamos también argumento de los hechos de los Franceses, de San Remigio con Clodoveo, el primero que fue Cristiano entre los Reyes de Francia, y del haber la paloma traído de lo alto el óleo con el cual fue ungido el dicho Rey y lo son sus sucesores con señales y portentos, haciendo varias curas en virtud de esta unción. Además de esto, en el ser ungidos los Reyes, como dice San Agustín en el libro de la Ciudad de Dios, se figuraba el verdadero Rey y Sacerdote, conforme aquello del Profeta Daniel en el capítulo noveno, donde dice: “Vuestra unción cesará cuando viniere el Santo de los Santos”; así por cuanto en esta unción son figura de aquel que es Rey de Reyes y Señor de Señores, como dice en el decimonono capítulo del Apocalipsis, el cual es Cristo Dios nuestro, obligados están los Reyes a imitarle, para que tenga debida proporción la figura con lo figurado, y la sombra con el cuerpo, en lo cual se incluye el verdadero y perfecto culto divino. Parece pues, cuan necesario es a cualquier Señor, y principalmente al Rey, para la conservación de su gobierno, el ser devoto y tenor reverencia a Dios; de lo cual tenemos también ejemplo en Rómulo, primer Rey de la Ciudad de Roma, como enseñan las historias; porque en el principio de su gobierno fabricó en ellas un asilo, que llamo el Templo de la Paz, y le dio muchas exenciones y gracias; por cuya divinidad y reverencia cualquier malhechor que a él se acogiese, quedaba libre. Y Valerio Máximo escribe en el principio de su libro el fin que tuvieron los sucesores que fueron negligentes en el culto divino, y el que tuvieron los que fueron cuidadosos en él. ¿Qué diré, pues, de los Reyes devotos, así del Viejo como del Nuevo Testamento?, porque todos los que fueron solícitos en las cosas de la reverencia de Dios, acabaron felizmente su curso, pero los que lo hicieron al contrario tuvieron infelices fines. Y también enseñan las historias, que en cualquier Monarquía, desde el principio del mundo, han andado juntas por Orden tres cosas: el culto divino, la sabiduría escolástica, y la potencia del siglo, las cuales consecuentemente se siguen unas a otras; y en el Rey Salomón se conservaron por sus merecimientos, porque por la divina reverencia, cuando bajo a Ebrón, lugar de oración, siendo levantado por Rey consiguió la sabiduría, y adelante por entrambas cosas el ser excelente en las virtudes de Rey sobre todos los Reyes de su tiempo; mas como se apartase del verdadero culto de Dios tuvo fin infeliz, como aparece en el tercer libro de los Reyes. Esto sea dicho por ahora en este libro de las cosas que pertenecen al gobierno de cualquier Señorío, principalmente del Real.
LIBRO TERCERO
CAPÍTULO I
En este primer capítulo se considera y se prueba que cualquier Señorío viene de mano de Dios, considerada la naturaleza del ser.
Porque el corazón del Rey esta en las manos de Dios, le inclinará a la parte que quiere; y en el capítulo veintiuno de los Proverbios se escribe lo que aquel gran Monarca del Oriente, Ciro, Rey de los Persas, confeso con público edicto, porque después de la victoria que alcanzo en Babilonia, la cual destruyo hasta el suelo habiendo muerto en ella al Rey Baltasar, según las historian escriben, hablo así, como en el primer libro de Esdras aparece: “Esto dice Ciro, Rey de los Persas: Todos los Reinos del mundo me dio el Señor Dios del Cielo”; de donde se sigue manifiestamente que cualquier dominio viene de la mano de Dios, como primer Señor.
Lo cual se puede mostrar por tres caminos, como lo toca el Filósofo. Lo primero en razón de que tiene ser; lo segundo, porque él es el que mueve todas las cosas; y lo tercero, porque es fin de ellas. En razón de que tiene ser, porque es forzoso que cualquier cosa que le tiene se reduzca al primer ser, como a principio de todas las cosas que le tienen; como todo lo que es calido se reduce a lo calido del fuego, como muestra el Filósofo en el capítulo 22 de su Metafísica. Y por la razón que todas las cosas que tienen ser dependen del primer ser, por la misma dependen de el los señoríos, porque se fundan sobre cosa que tiene ser, y sobre un ser tanto más noble cuanto es preferido a otros hombres, sus iguales en naturaleza, para mandarlos; de lo cual debe tomar ocasión para no ensoberbecerse, sino para gobernar su pueblo con humanidad, como dice Séneca en la Epístola a Lucilo. Por lo cual se dice en el cap. 32 del Eclesiástico: “Gobernador lo hicieron, no quieras ensalzarte, sino ser entre ellos como uno de los demás”. Porque como todo lo que tiene ser depende del primer ser, que es la causa primera, de la misma manera cualquier señorío de la criatura depende de Dios, como de primer Señor y primer Ser.
Además de esto, cualquier multitud depende de uno, y por uno es mensurada, como muestra el Filósofo en el décimo de la primera Filosofía; luego de la misma manera la multitud de Señores de un solo Señor tiene origen, que es Dios; como lo vemos en las Cortes de los Reyes, que habiendo muchos que presiden en diversas cosas, todos dependen de uno que es el Rey; por lo cual el Filósofo en el capítulo 12 de la primera filosofía dice que Dios, que es la primera causa, se ha para con todo el universo como un Capitán General en el ejército, del cual depende toda la multitud de gente de su campo. Y así el mismo Moisés en el Éxodo en el cap. 15 llama a Dios Capitán General de su pueblo: “Capitán General”, dice, “fuiste por la misericordia para el pueblo que redimiste”; así que todos los señoríos tienen principio de Dios.
Y finalmente, a este propósito decimos que la potencia es proporcionada al ser cuya es, y se adecua a el, porque la potencia nace de la esencia de las cosas, como enseña el Filósofo en el primero y segundo libro del Cielo; y así pues, como las cosas que tienen ser criado se han para con quien le tiene increado, que es Dios, así cualquier cosa que tiene ser creado, que es Dios: se ha para con la potencia increada, que también es el mismo Dios; porque todo lo que hay en Dios es Dios; por lo cual, así como todas las cosas que tienen ser creado tienen principio de ser increado, así también le tiene la potencia creada de la increada; y esto se presupone en el dominio, porque no hay dominio donde no hay potencia; luego todos los dominios vienen de la potencia increada, y esta es Dios, como habemos dicho, y así se sigue bien lo que vamos probando; de donde el Apóstol dice a los Hebreos que Dios sustenta todas las cosas con la palabra de su potencia: y en el Eclesiástico, en el cap. I, también se escribe que “es uno el Altísimo Criador de todo, omnipotente, Rey poderoso, a quien se ha de temer mucho, que se asienta sobre trono, Dios que domina”, en las cuales palabras bastantemente se muestra de quien todas las criaturas tienen el ser, la potencia y la operación, y por consiguiente el Señorío; y mucho más el Rey, como arriba se ha mostrado.
CAPÍTULO II
Se prueba lo mismo por la consideración del movimiento de cualquier naturaleza
No solamente por razón del ser, sino también por razón del movimiento se prueba que cualquier señorío viene de Dios; y lo primero comenzaremos por la razón del Filósofo, en el octavo de los Físicos, porque cualquier cosa que se mueve es movida de otra, y entre las cosas que mueven y son movidas no se ha de proceder en infinito; así que es forzoso confesar que hay un primer motor inmóvil, que es Dios, y primera causa; y entre todos los hombres, los que más tienen de movimiento son los Reyes y Príncipes, y todos los que presiden en gobernar, en juzgar y en defender, y en los demás actos que pertenecen al cuidado del gobierno; por lo cual Séneca consolando a Polibio de la muerte de su hermano, y exhortándole al menosprecio del mundo, habla así de César: “Cuando te quisieres olvidar de todas las cosas del mundo, considera a César, y veras cuán poco caso se debe hacer de la prosperidad de esta vida y la diligencia que en ella debes tenor, entendiendo que no te es más lícito a ti el descansar, que a él. En el se ve lo que las fábulas dicen del que tenía el mundo sobre sus hombros. El mismo César, por la misma razón que lo puede todo, hay muchas cosas que no las puede. Su vigilancia defiende las casas de todos; su trabajo el descanso de todos; su industria los deleites de todos; y su ocupación la ociosidad de todos. Desde el punto que César se dedicó al gobierno del mundo se quitó a sí mismo, y a manera de las estrellas y planetas, que sin quietud continúan siempre su curso, nunca se le permite descansar, ni ocuparse en negocio que sea suyo”. Luego, si a los jueces les toca tanto de movimiento, no le pueden perfeccionar sin influencia del primer motor, que es Dios, como ya probamos; de donde es que en el libro de la Sabiduría, donde se cuentan los efectos de la potencia divina, queriendo el autor mostrar cómo todas las cosas participan de la influencia del divino movimiento, dice luego: “La sabiduría es más movible que todas las cosas movibles, todas partes alcanza por su limpieza”; llamando absoluta la potencia divina que todas las cosas abraza y a todas las cosas esta mezclada para moverlas, a semejanza de la luz corporal, la cual en esto imita la naturaleza divina.
Y además de esto cualquier causa primaria influye más en lo que ella ha causado, que no las causas segundas; y la primera causa es Dios; luego si por la virtud de la primera causa se mueven todas las cosas, y todas reciben la influencia del primer movimiento, el movimiento de los Señores será por la virtud de Dios y moviéndolos él; y también que como hay orden en los movimientos corporales, mucho mayor la ha de haber en los espirituales; y vemos que en los cuerpos los inferiores son movidos por lo superiores, y que todos se reducen al movimiento del supremo, que es el noveno cielo, según Ptolomeo, en la primera Distinción del Almegisto, aunque según Aristóteles, en el 2 libro del Cielo, es el octavo. Pues si todos los movimientos corporales se regulan por el primero, y de él reciben la influencia, mucho más las substancias espirituales por estar más juntas unas con otras: por lo que son más aptas para poder recibir la influencia del primer motor, que es Dios, del cual movimiento trata el bienaventurado San Dionisio en el libro de los Nombres Divinos, distinguiéndole en las cosas espirituales como en las corporales, en circular, recto y oblicuo. Y estos movimientos son ciertas iluminaciones para obrar, que se reciben de las cosas superiores, como expone el mismo Doctor; y para recibirlas es necesaria disposición de la mente en que se hace esta influencia de movimiento la cual disposición deben tener más que todos los otros hombres los reyes y Príncipes, y los demás que son señores del mundo; lo uno por el oficio que ejercitan; lo otro por las universales acciones del gobierno con que .el entendimiento se levanta más a las cosas divinas, y lo otro porque les importa el disponerse para que el cuidado que se les ha encargado de gobernar el Reino, a que no es bastante un Rey, y otras cosas que son necesarias en las acciones del gobierno, que sobrepujan la naturaleza particular, por este tal movimiento de la divina influencia sean más suficientemente encaminadas. De esta manera se dispuso David, y a esta causa por el movimiento de la influencia dicha mereció en sus Salmos espíritu de profecía e inteligencia sobre todos los Reyes y Profetas, como lo dicen los Doctores de la sagrada Escritura, y por haber hecho lo contrario los Príncipes gentiles Nabucodonosor y Baltasar, padre e hijo merecieron ser cegados en sus entendimientos por lo cual la influencia de la divina iluminación les movió la fantasía con visiones imaginativas, como aparece en Daniel, para que supiesen lo que debían hacer en el gobierno Real, mas porque su entendimiento no estaba dispuesto, sino cubierto con nieblas de pecados, no pudieron llegar a esta noticia; por lo cual se dijo a Daniel, que tenía lumbre de profecía: “A ti te fue dado espíritu de inteligencia para interpretar estas cosas”, para que se verificase lo que dice el Señor por Salomón en los Proverbios: “Mío es el consejo y la equidad; mía es la providencia, y mía la fortaleza; por mí reinan los Reyes, y los Legisladores hacen decretos justos; por mi mandan los Príncipes, y los Poderosos hacen justicia”, y así es manifiesto cómo todos los señoríos vienen de Dios en consideración del movimiento.
CAPÍTULO III
Aquí prueba lo mismo el Santo Doctor por la consideración del fin.
Y también se prueba lo mismo que hemos dicho respecto del fin; porque si es propio del hombre hacer sus obras con algún intento por razón de su entendimiento, que en cualquier acción suya se señala fin a que enderezarla, cualquier naturaleza cuanto es más intelectiva tanto más procede con algún fin. Pues, como Dios sea suma inteligencia y puro acto de entender, sus acciones encierran en si algún fin, y así se ha de decir que en cualquier fin de las cosas criadas es necesaria acción del entendimiento divino, a que nosotros llamamos prudencia divina, por la cual el Señor dispone todas las cosas y las encamina a debido fin; y así la llama Boecio en el libro de la Consolación de la Filosofía, y conforme a esta razón se dice en el libro de la Sabiduría que “alcanza desde el fin hasta el fin fuertemente, y dispone suavemente todas las cosas”; y así por esto se concluye que todas las cosas, cuanto más se encaminan a más excelente fin, tanto participan mas de la acción divina; y tal es el gobierno de cualquier comunidad o junta política, o real, o de cualquier otra condición, porque como se endereza a un fin nobilísimo (como dice el Filósofo en sus Éticas, y en el primero de sus Políticos) en el se presume acción divina, y a su potencia esta sujeto el gobierno de los Señores; y de aquí por ventura tiene origen de verdad el llamar el Filósofo en su Éticas potencia al bien común. De más de esto el Legislador en su gobierno siempre debe procurar que los Ciudadanos sean encaminados a vivir conforme a virtud, porque este sólo es el fin del Legislador, como dice el Apóstol a Timoteo que el fin del precepto es la caridad, al cual no podemos llegar sin divino movimiento, como el calor no puede calentar sin la virtud del calor del fuego, ni resplandecer lo resplandeciente “en la virtud de la luz”; y tanto más alta y excelentemente es causa de esto el movimiento del primer motor, cuanto la potencia es superior y se aventaja a la potencia criada y a todos los géneros de obras suyas; tanto más fuertemente que viene a decir el Profeta Isaías: “Todas nuestras obras obró el Señor en nosotros”, y la voz Evangélica: “Sin mí ninguna cosa podéis hacer” también hace a este propósito, que el fin mueve la causa eficiente, y tanto más eficazmente cuanto el fin se tiene por más noble y mejor, como el bien de una nación respecto del de una Ciudad o familia, como dice el Filósofo en el primer libro de los Políticos. Y el fin a que debe atender el Rey principalmente, por sí y por sus súbditos, es la eterna bienaventuranza, que consiste en la visión de Dios. Y porque esta visión es perfectísimo bien de esta manera regia y gobernaba los suyos aquel Rey y Sacerdote Jesucristo, que dice por San Juan en el c. 10: “Yo les doy la vida eterna: yo vine para que tengan vida, y para que la tengan más abundantemente”. Esto hacen los Reyes cuando como buenos pastores velan sobre su ganado, porque entonces alumbra la divina luz para que gobiernen bien, como a los pastores en el nacimiento de nuestro Rey y Salvador.
Y el Príncipe y los súbditos recibimos el movimiento de la irradiación ya dicha, circular, recto, y oblicuo de los cuales dijimos arriba, y habla el bienaventurado S. Dionisio en el libro de los Divinos Nombres. Este movimiento se dice recto porque se hace por la divina iluminación sobre el Príncipe, para que gobierne bien, y sobre el pueblo por los merecimientos del Príncipe. Y se llama oblicuo cuando el que gobierna por la divina iluminación rige sus súbditos de tal manera que vivan virtuosamente y traten de las alabanzas de Dios y de darle gracias, para que sea como una figura de un arco hecho de la cuerda derecha y el arco oblicuo. Y se llama circular el movimiento de los divinos rayos cuando la divina iluminación alumbra al Príncipe, o al súbdito, y con esta iluminación se elevan a contemplar y amar a Dios, el cual movimiento se llama circular porque naciendo de Dios vuelve a él mismo, y a aquel punto donde se comenzó, lo cual es propio del movimiento circular; el cual movimiento pone también el Filósofo en el decimosegundo de su Metafísica, adonde dice que el primer motor o causa primera, que es Dios, mueve las otras cosas según lo deseado. Esto es en razón del fin, que es el mismo de quien el Profeta David habla en un Salmo, aunque los Doctores sagrados lo acomodan a Cristo nuestro Rey: “Da, Dios, dice, tu juicio al Rey, y tu justicia al hijo del Rey, que juzguen tu pueblo en justicia, y tus pobres en buen juicio; reciban los montes la paz para el pueblo, y los collados la justicia”, que todos son ruegos que dice a Dios un Rey, o cualquier otro Señor para el buen gobierno de un pueblo, en lo cual, como está dicho, deben principalmente emplear sus fuerzas, y porque tienen dispuesto así el entendimiento para recibir la divina influencia para la salud de los súbditos. Dice luego el Profeta: “Descenderá como lluvia sobre el vellocino, y como las gotas que destilan sobre la tierra comenzara en sus días la justicia y la abundancia de paz”, por todo lo cual es bien manifiesto que el dominio viene de Dios por relación al fin, ya sea remoto, que es el mismo Dios, o próximo, que es el obrar justamente.
CAPÍTULO IV
Aquí declara el Santo Doctor de la manera que Dios quiso dar el dominio a los romanos por el amor de la patria
Y porque entre todos los Reyes y Príncipes del mundo los Romanos fueron los que más cuidado tuvieron de las cosas que habemos dicho, les inspiró Dios para que gobernasen bien; por lo cual merecieron el Imperio dignamente, como prueba San Agustín en el libro de la Ciudad de Dios dando diversas causas y razones, que restringiéndolas a las principales las podemos reducir a tres, dejando las demás por tratarlo más compendiosamente. La primera razón fue el amor de la patria, la segunda el celo de la justicia y la tercera la civil benevolencia. La primera de las dichas virtudes era bastantemente digna del dominio, por la cual participaban de una cierta naturaleza divina, porque sus efectos son para todos y se emplea en acciones útiles al pueblo, como Dios, que es causa útil de las cosas; por lo cual el Filosofo en el I de las Éticas dice: “Que el bien común de la sangre es bien divino”; y porque el gobierno real, y cualquier otro señorío le causa la unión de muchos, el que ama la comunidad merece alcanzar esta unión en su señorío, para que así se le siga el premio conforme a la calidad de su virtud. Porque la condición de la divina justicia requiere que a cada uno se le de la paga a medida de las obras de virtud, para que se cumplan en ellos las palabras que están escritas en el Apocalipsis: “Sus obras lo siguen”. Y también San Mateo en el c. 25, dice que el Señor dio a cada uno según la propia virtud; además de que el amor de la patria se funda en la raíz de la caridad, que antepone las cosas comunes a las propias y no las propias a las comunes, como siente el bienaventurado San Agustín, exponiendo las palabras que el Apóstol dice de la caridad; y esta virtud en merecimiento se aventaja a todas las otras virtudes, porque el merecimiento de cada una de ellas depende de esta virtud. Luego el amor de la patria merece el grado de honor sobre las otras virtudes, el cual es el señorío y así de este amor de la patria dice Tulio en el libro de los Oficios que “ninguna junta ni compañía es más grata ni más amable, que la que persevera en provecho de la República. A cada uno de nosotros son caros los hijos, son caros los deudos y familiares; pero todas las obligaciones de todos los abraza la patria con la suya. Por la cual, ¿quién siendo bueno rehusará la muerte, si sabe que con recibirla le ha de ser de algún provecho?” Mas cuán grande fuese este amor de la patria en los antiguos romanos, Salustio lo refiere en su Catilinario, de sentencia de Catón, contando algunas virtudes de ellos, en que se incluye este amor. “No penséis, dice, que nuestros antepasados hicieron de pequeña grande la República con sólo las armas, pues nosotros tenemos más copia de ellas que ellos tuvieron, sino porque tenían industria en sus casas, y fuera justo imperio, ánimo libre en los consejos, y apartados de delitos y lujurias; y en lugar de esto nosotros tenemos la lujuria y la avaricia, necesidad en las cosas públicas y opulencia en las particulares; alabamos las riquezas y seguimos la pereza, no se hace diferencia de los buenos a los malos, y todos los premios de la virtud los posee la ambición”. Y finalmente el amor de la patria contiene el primero y principal precepto , de que en el Evangelio de San Lucas se hace mención, porque teniendo el que gobierna cuidado de las cosas de todos se asimila a la naturaleza divina, cuando en lugar de Dios tiene diligente cuidado de sus súbditos y cumple con el amor del prójimo, teniendo con paterno afecto este cuidado de todo es pueblo que le está encargado, cumpliendo de esta manera el dicho precepto: del cual se habla en el Deuteronomio en el capítulo sexto, diciendo: “Amarás al Señor Dios tuyo de todo tu corazón con toda tu alma y en toda tu fortaleza, y a tu prójimo como a ti mismo”. Y porque este precepto no admite dispensación, por tanto Tulio en el libro de República dice que ninguna causa puede haber porque se niegue la propia patria. De este amor de ella, pues, tenemos ejemplo, como cuentan las historias y el bienaventurado San Agustín en el libro quinto de la Ciudad de Dios, en Marco Curcio, noble soldado, que armado y a caballo se arrojó dentro de una grande abertura de la tierra , para que la pestilencia cesase en Roma; y en Marco Regulo, que prefirió el bien de su patria a su propia vida, porque como fuese medianero de paz entre los africanos y los suyos, siendo consultado de ellos si la paz convenía, fue de parecer que no, y volvió a África con la respuesta, como había quedado, donde los cartagineses le quitaron la vida; y en Marco Curio se mostró cuán impías tuvieron las manos los Príncipes de los romanos en no recibir dádivas por conservar su República; del cual escribe Valerio Máximo de la manera que menosprecio las riquezas de los Samnites, porque como después de la victoria que de ellos tuvo le enviasen Embajadores, y teniendo entrada le hallasen sentado comiendo en platos de palo, le ofrecieron grande cantidad de oro, rogándole que lo aceptase, y el riéndose les respondió: “Esto es en balde; contad a los Samnites como Marco Curio quiere más mandar a los que son tan ricos, que serlo él, y acordaos de que en la batalla no me pudisteis vencer, ni ahora corromperme con dineros”. Y el mismo autor en el mismo libro refiere de Fabricio otro caso semejante, que como en la honra y autoridad fuese el mayor de los suyos, pero en la renta tan pobre como el que más, procurando los Samnites, los cuales tenia debajo de su patrocinio y amparo en su República, que lo recibiese de ellos, le enviaron mucha suma de dineros y esclavos, y él los menosprecio y los envió frustrados de su intención, siendo por su continencia y por el celo de su patria riquísimo sin hacienda y sin criados, acompañado de muchos, porque le hacia rico no lo mucho que poseía, sino lo poco que deseaba. De los tales, pues, concluye el ya dicho Doctor que no se les da la potestad del señorío sino por providencia del sumo Dios, cuando juzga las cosas humanas dignas de tanto bien; y en el libro alegado dice muchas cosas por donde define que el dominio de los romanos fue legitimo, y que les fue dado por Dios. También Matías y sus hijos, aunque fueron del linaje de los Sacerdotes, por el celo de la ley y de la patria merecieron el dominio del pueblo de Israel, como aparece en el primero y Segundo libro de los Macabeos; porque estando el dicho Matías cercano a la muerte, habló a sus hijos de esta manera: “Competid, dice, sobre guardar la ley, y dad vuestras ánimas por el testamento de vuestras padres”, que se toma por República en el dicho libro. Y después añade: “Y alcanzaréis gloria grande y nombre eterno”. Lo cual entendemos por el Principado de sus hijos, que sucedieron los unos a los otros, conviene a saber, Judas, Jonatás y Simeón, que cada uno de ellos floreció siendo Capitán y Sacerdote del pueblo de Israel.
CAPÍTULO V
Como los romanos merecieron el Señorío por las Leyes santísimas que establecieron
También hay otra razón por donde los romanos dignamente alcanzaron el dominio, que fue la justicia, cosa con que consiguieron el Principado por un cierto derecho de naturaleza, de la cual tiene principio cualquier justo Señor. Lo primero porque, como escribe el sobredicho Doctor, miraban por su patria con consejo libre, desterrando la avaricia y ganancia torpe en su gobierno; ni eran dados a maldades y lujurias, por donde aun los Señoríos fundados se suelen destruir; y así atraían los hombres a amarlos, de manera que por las santísimas Leyes que instituyeron se les sujetaban de su propia voluntad; por lo cual el mismo Apóstol San Pablo, como se viese molestado de los judíos con grandes injurias, apelo al César delante de Festo, que era Príncipe en las partes de Cesárea de Palestina, y se sujeto a las Leyes Romanas, como se dice en los Actos de los Apóstoles; y cuáles y cuán santas fuesen se escribe en el dicho libro de los Actos de los Apóstoles, hablando del mismo Festo; porque estando en Jerusalén acudieron a el los Príncipes de los Sacerdotes, pidiéndole que condenase a muerte a San Pablo, a los cuales respondió Festo, como quien estaba sujeto a las Leyes de los Romanas, que entre ellos no era costumbre condenar a nadie muerte, ni entregarle, si no era estando presente los acusadores y dándosele lugar para defenderse y descargarse de lo que se le imputaba. Por lo cual el mismo Doctor San Agustín, en el libro de la Ciudad de Dios, dice que Dios quiso conquistar el mundo por los romanos para que juntos en una República, y debajo de unas mismas leyes viviesen todos en paz. Y también es este propósito que por derecho natural cualquiera que tiene cuidado de otros es justo que alcance premio, porque, como se escribe en los Proverbios, a todos les encomendó Dios las cosas de sus prójimos; por la cual razón permite el Derecho que cualquiera pueda cuidar de los bienes ajenos y granjearlos, y que se le paguen los gastos y el precio que su trabajo merece, cuando los tales bienes son maltratados de ladrones o de otros cualesquiera robadores; y así, supuesto esto parece puesto en razón que el dominio se permita para conservar la paz y la justicia, para deshacer las discordias y diferencias, y también parece que fue instituido para que los malos sean castigados y premiados los buenos; y éste es el oficio de los Señores, haciendo en ello también oficio de prójimos, para alcanzar su paga; porque por eso se le dan rentas y tributos, por lo cual, como el Apóstol escribiendo a los romanos mostrase que cualquier señorío viene de la mano de Dios, dice: “no hay potestad, si no es de Dios”, y lo demás que allí se dice perteneciente al dominio, y después concluye diciendo: “Por tanto les dais los tributos, porque son ministros de Dios, que le sirven en esto”.
En cuanto, pues, como hombres virtuosos, mayores por su bondad, encaminan el pueblo con sus leyes, y toman cuidado de gobernar la multitud, que necesariamente ha menester quien la rija y no tiene quien lo haga, no solo parece que son movidos por Dios, sino que hacen su oficio en la tierra, porque conservan la multitud de los hombres en la compañía civil, la cual el hombre ha menester necesariamente, por ser de su natural animal social, como el Filósofo dice en el primero de sus Políticos; y así en este caso el Señorío parece que es cosa legítima; lo cual prueba San Agustín en el cuarto libro de la Ciudad de Dios, porque dice así: “¿Qué son los Reinos, si se quita la justicia, sino unos latrocinios?”; luego, adonde la hay, el Reino y cualquier Señorío es permitido justamente. E introduce, para probar su intento, un ejemplo de cierto pirata, que se llamaba Dionides, que siendo preso por Alejandro y preguntado por que infestaba la mar, le respondió con libre contumacia: “¿Y que más tienes tú para hacer lo mismo en todo el Orbe de la tierra? Mas porque yo lo hago con un pequeño navío me llaman Pirata, y a ti, porque lo haces con una grande armada, te llaman Emperador”. Así que por esta razón fue el dominio dado por Dios a los romanos, por lo cual dice de ellos San Agustín en el quinto libro, del que arriba hemos alegado, que con sus santísimas Leyes procuraron como por derecha vía las honras, Imperio y gloria; y que no pueden quejarse de la justicia del verdadero Dios, porque alcanzaron su paga, conviene a saber, señoreando justamente y legítimamente gobernando.
Cuán grande fuese el celo de la justicia entre los antiguos Cónsules romanos contra los malos, de muchos se sabe, porque San Agustín en el quinto libro, del que ya muchas veces hemos alegado, escribe que Bruto mató a sus hijos porque levantaban guerras en el pueblo; cosa que por rigor de justicia merecían la muerte: porque como dice el Poeta: “venció en él el amor de la patria, y la inmensa codicia de alabanza”: y también cuenta del Torcuato que hizo lo mismo con su hijo, porque contra su mandato acometió a los enemigos, provocado del ardor juvenil: y aunque salió vencedero, porque puso a peligro la gente de su ejército, le condenó a muerte, conforme a las Leyes militares; donde el mismo Doctor enseña la causa de este hecho, diciendo que para que no fuese de más daño el ejemplo del mandamiento no obedecido que el bien de la gloria de haber muerto al enemigo. Y Valerio Máximo dice del mismo que quiso más carecer de su propio hijo, que perdonar las transgresiones en la disciplina militar. Así que parece cómo por el celo de la justicia de las leyes, los romanos merecieron el Señorío.
CAPÍTULO VI
Como Dios les concedió el dominio por la civil benevolencia
La tercera virtud con que los romanos sujetaron el mundo, y merecieron el Señorío de él, fue la singular piedad y civil benevolencia; porque, como dice Valerio Máximo en el libro quinto, la dulzura de la humanidad penetra los ingenios de los bárbaros, cosa que vemos por experiencia; de donde es que en el sexto capitulo del Eclesiástico se dice: “Que las palabras dulces aumentan los amigos, y mitigan los enemigos”. Y en el mismo libro: “La respuesta blanda quebranta la ira, y las palabras duras incitan el furor”; la razón de lo cual está en la generosidad del ánimo, que, como dice Séneca, más quiere ser llevado con blandura que forzado; porque el ánimo del hombre tiene una cierta sublimidad y ser, que no sufre superior, pero sujetase con gusto a la reverencia y blandura de otro, entendiendo que se hará lo mismo con él, y que no pierde de lo que es suyo; por lo cual dice el Filósofo en el octavo de las Éticas que “la benevolencia es principio de la amistad”. Cuanto, pues, los antiguos romanos fuesen excelentes en esta virtud, por cuyo medio obligaron a su amor a las naciones extranjeras, y a que se les sujetasen de su propia voluntad, sus ejemplos nos lo muestran claro. El primero sea de Escipión, de quien refiere Valerio Máximo en el libro quinto que siendo en España de edad de veinticuatro años Capitán del ejército Romano contra la gente de Aníbal, habiendo conquistado Cartagena, la que habían edificado los africanos, y hallando en ella una doncella de grande hermosura, sabiendo que era desposada con cierto varón noble, la volvió a sus padres inviolada, y el oro que le daban por rescate se lo dio para que fuese dote suyo; con lo cual atrajo los enemigos al amor de los romanos, admirados de la casta moderación de este Príncipe; porque, como el mismo autor refiere, aunque en la edad juvenil Escipión fue de más suelta vida, viéndose con tanta libertad de poder fue tan Señor de sí que se conservó libre de todos vicios. Y Tito Livio en la guerra de África cuenta que Escipión habló al esposo de aquella doncella, y que en la plática mostró su pudicicia digna de ser imitada de los Príncipes, y merecedora del dominio. Y también cuenta este tutor otro ejemplo de benevolencia del mismo en esta victoria, para inclinar a si los enemigos; y fue que como enviase algunos presos a Roma, les exhorto a que todos tuviesen buen ánimo, pues habían venido a poder de los romanos, que pretendían más obligar a los hombres por buenas obras que por miedo, y tener las demás naciones juntas consigo en amistad y compañía, más que sujetas con triste servidumbre. Y cerca de esto dice también San Agustín, en el primer libro de la Ciudad de Dios, que fue propio en ellos el perdonar a los sujetas y deshacer a los soberbios, y que querían más perdonar las injurias que vengarlas. El mismo Doctor en el mismo libro refiere de Marco Marcelo que habiendo tomado la ciudad de Siracusa, y habiendo de arrasarla, derramó antes sobre ella muchas lágrimas, y que fue tan continente y benigno de ánimo, que primero que mandase acometer el lunar mandó con público edicto que ninguno tocase a persona que fuese Libre. Más ¿para qué buscamos mas ejemplos?, pues aún los Macabeos Judas, Jonatás y Simón siendo judíos, a los males era propio el desechar la compañía de otras naciones, lo uno porque son Saturninos, como escribe Macrobio en el Sueño de Escipión, y lo otro porque sus leyes se lo prohibían, considerada la benevolencia de los romanos, asentaron con ellos amistad, como se escribe en el libro I de los Macabeos; donde entre otras cosas suyas dignas de alabanza, con que atraían a los pueblos y diversas naciones a su amor y sujeción política o despótica, se dice sumariamente que, de los que presidían entre los romanos, ninguno traía diadema, ni se vestía de púrpura para engrandecerse con ella, y que hicieron una casa de consejo, y que cada día daban su parecer trescientos y veinte hombres, tratando siempre del bien de toda la gente de su República, para que se pusiesen por obra las cosas que convenían; y que cometían el Magistrado a uno cada año, para que mandase en toda su tierra, y que todos le obedecían; y que entre ellos no había emulación ni envidias, donde debemos notar cuán ordenado estaba en aquel tiempo en Roma el gobierno político, pues era el principal motivo para que cualquiera nación y provincia apeteciese su dominio, y les sujetase el cuello. Y tenían otra cosa que provocaba a desear serles justos, y era que por la misma codicia de señorear no se llamaban señores, sino compañeros y amigos. Y así escribe Suetonio de Julio César que a sus soldados no los llamaba súbditos, sino amigos y compañeros en la guerra; y así lo hicieron también los antiguos Cónsules con los judíos, que aunque tenían pequeño Imperio en Oriente se confederaron con pactos de amistad; porque, aunque los romanos tenían muy amplia Monarquía en Oriente y en Occidente y en otras partes del mundo, como se ve en el dicho libro de los Macabeos, tuvieron por Bien hacer amistad con los judíos, y con público edicto concertaron haberse de tratar con igualdad los unos a los otros. Parece, pues, por las razones dichas, que el mérito de la virtud en los antiguos romanos fue digno del Señorío que alcanzaron, y que por él las otras naciones se les sujetaron. Lo primero por el amor de la patria, por el cual menospreciaban todas las otras cosas. Lo segundo por el vigor de la justicia, pues por el se oponían contra cualquiera malhechor y perturbador de la paz. Y lo tercero por la civil benevolencia con que atraían a su amor a todas las naciones, a cuya afición movían por los medios dichos. Por todo lo cual por el merito de sus virtudes parece que les correspondió la divina bondad en su Principado, por las causas y razones que habemos referido; porque de esta manera merecen los hombres el Señorío, como enseña el Filósofo en el quinto de sus Éticas, donde dice que no hacemos Príncipe al hombre, en cuanto solamente es naturaleza humana, sino a aquel que es perfecto según la razón.
CAPÍTULO VII
Aquí declara el Santo Doctor de la manera que permite algunos Señoríos para punición de los malos, y que los tales Señoríos son como un instrumento de la divina justicia contra los pecadores
Hubo también otra cosa por donde Dios permitió que hubiese dominio y Señores, la cual nos la muestra la sagrada Escritura, y no es contraria a la sentencia de los Filósofos y Sabios de este siglo, conviene a saber, por los meritos de los Pueblos; la cual razón señala el bienaventurado S. Agustín en el libro diez y nueve de la Ciudad de Dios, porque prueba allí que la servidumbre entro por el pecado; de donde es que la sagrada Escritura en el capítulo treinta y cinco de Job dice que hace reinar al hombre hipócrita por los pecados del Pueblo; lo cual se ve claramente, porque los que primero tuvieron dominio en el mundo fueron hombres inicuos, según enseñan las historias: como Caín, Nemroth, Belo, Nino y Semiramis, su mujer, que señorearon en la primera y segunda edad del mundo; y la causa por que tuvieron este dominio se puede sacar o de parte de los súbditos, o de parte de los Señores, porque los Tiranos son instrumento de la divina justicia para castigar los delitos de los hombres, como el Rey de los Asirios sobre el Pueblo de Israel, y el Rey de los Godos azote de Dios sobre Italia, como cuentan las historian; y Dionisio en Sicilia, debajo cuyo dominio el Pueblo estuvo en cautiverio, y después finalmente le puso en libertad, como cuenta Valerio Máximo en el libro cuarto. Mas el Rey de los Asirios, muestra el Profeta Isaías como fue destinado para castigar los delitos de su Pueblo, diciendo así: “Asur, vara de mi furor”, (que también es lo mismo que llamarle palo) “en su mano mi indignación, le enviaré contra la gente engañosa, y le mandare ir contra el Pueblo de mi furor, para que lleve los despojos, y divida la presa, y le acocee, y pise como el lodo de las plazas”; todo lo cual se verificó en Jerusalén, que fue sitiada por Nabucodonosor, Rey de los Asirios, y la tomó y abrasó, cautivando los Príncipes de ella con su Rey Sedecías, al cual sacó los ojos y le mató los hijos, como se ve en el fin del cuarto libro de los Reyes, en las cuales palabras se muestra bastantemente de la manera que Dios castiga al pecador por mano de los Tiranos; de donde se concluye que son instrumento de Dios, como los demonios, cuya potestad dicen los Doctores sagrados que es justa, pero la intención siempre inicua, como nos lo muestra el mismo gobierno tiránico, que no se endereza sino a cargar y molestar los súbditos, porque es propiedad de los Tiranos buscar sólo su propia utilidad y comodidad, como queda dicho; y el Filósofo escribe en el octavo de las Éticas, donde dice: Que el Tirano procede con sus súbditos como el Señor con los esclavos y el artífice con el instrumento, lo cual es negocio penal para los súbditos, y contra la naturaleza del señorío, como queda probado. Más si lo consideramos de parte de los mismos Señores, también parece que permite Dios el tal dominio. Lo primero en el caso que acabamos de decir, o cuando Dios dispone para los súbditos lo que conviene para mejor fin, conviene a saber, cuando algún Príncipe hace lo que es la voluntad de Dios, aunque sea pecador, coma escribe Isaías de Ciro, Rey de los Persas, diciendo: “Esto dice el Señor a mi Cristo Ciro, a quien tomé por la mano derecha para sujetar las gentes ante su rostro, y hacer volver las espaldas a sus Reyes: abriré las puertas ante su rostro, y las puertas no se cerraran”; lo cual se cumplió, como cuentan las historias, cuando habiéndose secado súbitamente las corrientes de los ríos Eufrates y Tigris, que pasaban por medio de Babilonia, entró en la Ciudad y la destruyó, y mató a Baltasar, Rey de ella, con su gente, transfiriendo la Monarquía a los Medos, donde reinaba entonces Darío, que era Príncipe de Ciro, como escribe Josefo; y esto lo dispuso Dios así, porque se mostró humano con sus fieles los Judíos, que estaban cautivos en Asiria; los cuales después envió libres a Judea con los vasos del Templo, el cual mandó reedificar. Por estos bienes y obras virtuosas que hizo acerca del culto divino y para con el pueblo de Dios, alcanzó la Monarquía de todo el Oriente, como se ha dicho; y el Rey Baltasar fue muerto, como parece por las razones de Daniel, por haber sido ingrato a Dios, y porque en un convite profano y use mal de los vasos del templo, por lo cual le dijo Daniel: “porque no humillaste tu corazón, sino que le levantaste contra el que señorea el cielo, y trajiste delante de ti los vasos de su casa, y tú y tus Príncipes y vuestras mujeres bebisteis vino en ellos; y finalmente no glorificaste al Dios del cielo, que tiene en sus manos tu aliento y todas tus fuerzas; por tanto envió los dedos de una mano contra ti”. Lo cual se tuvo por sentencia divina contra él, como después lo mostró el suceso de las cosas, porque cuenta la historia de Daniel que procediendo el Rey Baltasar en el menosprecio de Dios, como parece de lo dicho, enfrente de la mesa de su convite vio unos dedos de una mano que escribían en la pared, del cual escrito se atemorizó, como que fuese anuncio de su muerte, porque refiere la Escritura de Daniel que de mirar al que escribía, cuya imagen no veía, sino solos los dedos de la mano, se le mudó el rostro, y sus propios pensamientos le perturbaban; y que se disolvían las junturas de sus renes, y las rodillas daban una con otra; todas las cuales cosas eran señales de inmenso temor y del futuro juicio que sobre él había de venir; pero no entendiendo el lo que estaba escrito, llamado Daniel, e interpretando por tres nombres, que lo estaban, le anuncio que había de morir; y estos nombres fueron “Mane, Thecel, Phares”, lo cual expuso la Escritura así: “Mane: Dios numeró tu Reino, y le cumplió”, que quiere decir le dio fin, como a una cuenta de dinero u otra cosa, que acabada se pone aparte de lo demás. “Thecel: fuiste puesto en la balanza, y se halló que pesabas menos”, por lo cual eres digno de muerte. “Phares: se dividió tu Reino, y se dio a los Medos y a los Persas”, como arriba lo habemos mostrado. En todo lo dicho se manifiesta bastantemente que aquellas cláusulas no son significativas según algún género de lenguaje, sino según la disposición divina, como un hecho en que el Profeta comprendiese la voluntad de Dios para con nosotros; sea pues la conclusión que en aquel escrito mostró su sentencia contra el Príncipe de Babilonia, porque por sus pecados era digno de muerte y de ser privado del Principado Real, conforme a aquello del libro de los Reyes: “El Reino se transfiere de gente en gente, por las injusticias y diversos dolos”.
CAPÍTULO VIII
Aquí declara el Santo Doctor que el tal dominio algunas veces se convierte en mal de los que dominan, porque ensoberbeciéndose, por su ingratitud son grandemente castigados
Pero aún habemos de reparar más en la divina providencia acerca de los señoríos; porque acontece algunas veces que algunos, cuando alcanzan los Principados, son hombres virtuosos, y en esto perseveran por algún tiempo, pero yendo adelante con el favor humano y la prosperidad de las cosas reales se elevan en soberbia, y se hacen ingratos a Dios de los beneficios que han recibido; de donde dice el Filósofo en el quinto de las Éticas que el Principado descubre quien es el varón que le tiene; como sucedió en Saúl, del cual se escribe en el primer libro de los Reyes que en toda la Tribu de Benjamín no bahía hombre que fuese mejor que el. Pero después que reino dos años, se hizo inobediente a Dios, por lo cual se dijo de el al Profeta Samuel: “¿Hasta cuando has de llorar por Saúl?, pues yo le he desechado, para que no reine en Israel”, como que fuese repelido por irrefragable sentencia divina; y así últimamente el dicho Príncipe fue muerto con todos sus hijos, y a toda su descendencia se le quitó el dominio; de donde en el Paralipómenos se concluye de él diciendo que Saúl fue muerto por sus maldades. Esto también sucedió en Salomón, que fue engrandecido mas que todos los Reyes que habían sido antes de él, como se escribe en el Eclesiastés, y toda la tierra deseaba oír su sabiduría. Pero como dice San Agustín en el libro diecisiete de la Ciudad de Dios, las cosas felices fueron dañosas al dicho Rey, porque dando en lujurioso vino a caer en la idolatría; por lo cual se hizo abominable a su pueblo, de tal manera que sus siervos se rebelaron contra él, robando los despojos de su provincia y destruyendo la tierra sin resistencia alguna; siendo así que antes le obedecían a un volver de ojos, como lo dijo la Reina Saba, y aparece en el tercer libro de los Reyes. Así que levantado a tanta grandeza en el principio de su gobierno por la reverencia divina en que se empleaba, después cayó en cosas viles por los delitos que había cometido: “porque el pecado hace miserables los pueblos”. Dicen con todo los Hebreos, como San Jerónimo refiere en el Comento sobre el Eclesiastés, que al fin de su vida, siendo molestado de muchos, conoció su error y se dispuso a penitencia de lo que había cometido, y que compuso el dicho libro, en el cual, como experimentado, define que todas las cosas son vanidad, y se sujeta al temor divino y a la observancia de sus mandamientos; de donde es que en el fin del dicho libro concluye diciendo: “Oigamos juntos el fin de estas razones; teme a Dios y guarda sus mandamientos, porque esto es todo hombre”. Pero demás de los Reyes que eran del gremio de Dios, ¿qué diré de los Príncipes Gentiles, que mientras fueron agradecidos a Dios y procedieron virtuosamente, florecieron en su dominio, mas cuando ensoberbeciéndose con su señorío se dieron a lo contrario acabaron la vida con mala muerte, como aconteció a Ciro, Monarca de los Persas? Porque cuentan de el las historias que habiendo sujetado el Asia ay los Partos, y habiendo domado la Escitia por armas, finalmente haciendo larga guerra a los Escitas, cuya Reina era entonces Tomiris, que se llamaba Masagia, peleando con un hijo suyo mancebo, le venció y mató a él y grande multitud de gente suya, sin perdonar a ninguna edad, y así porque usó de crueldad en Babilonia y en el Reino de Lidia, acabando los Reyes y Príncipes con mala muerte en entrambas partes, haciendo o mismo en el Reino de los Masagetas, por tanto le castigo Dios con el mismo castigo; porque dicen las historian que la dicha Reina Tomiris juntó contra él grande ejército de Escitas, Masagetas y Partos, y poniéndole celada en ciertos montes le acometió en su real, y con grande ímpetu le desbarató y mató doscientos mil hombres, y a él le prendió, y cortándole la cabeza la hizo meter en un cuero lleno de sangre, y mofando de él le decía a voces: “Tuviste sed de sangre, pues bebe sangre”; siendo la ignominiosa muerte que padeció argumento de su atrocidad. Y todos los Monarcas fueron por este camino, como el Magno Alejandro en Grecia, que mientras trato con reverencia a sus Macedones, llamando a los soldados padres, como más antiguos, procedió bien en la Monarquía; pero siendo desagradecido con su hermana, ella misma le dio veneno; y principalmente porque habiendo tomado por mujer una hija de Darío, comenzó a dejar las cosas de la guerra y darse al ocio y regalo, vino a olvidarse de sí y acabar la vida con dolorosa muerte; y así se pueden traer ejemplos de otros muchos Príncipes Gentiles, como de Julio César y Aníbal, que por usar mal del señorío fueron muertos con cruel fin, para que les cuadrase lo que se escribe en el Eclesiastés: “Algunas veces señorea el hombre al hombre por su mal”; y también aquel lugar de Isaías Profeta se puede decir de todos los Tiranos, pues habiendo mostrado que son ejecutores de la divina justicia contra los pecadores, como los verdugos lo son de los señores, según se ha mostrado cuando dijo: “Asur vara de mi furor”, etc., luego añade: “Y el no lo pensara así, ni su corazón entenderá” que lo hace así como instrumento de Dios, mas “será su corazón para destruir y para la muerte de mucha gente, porque dijo: ¿Por ventura nuestros Príncipes no son todos Reyes?”, atribuyéndolo a su potencia, y no a la de Dios, que le movía para que castigase a los transgresores de los divinos mandamientos. Esta ingratitud, pues, y presunción de los Tiranos, rebate en el acto allí el Señor y pesadamente castiga, como se deja ver claro en los dichos príncipes. Por lo cual el Profeta en el mismo lugar dice: “¿se gloriará por ventura la segur contra el que la hizo? Como si se levantara la vara contra el que la levanta, y se ensalzara un bastón, que al fin es madera”. Adonde se debe considerar la comparación, que es muy conveniente, porque el poder de los señores es para con Dios como el de un palo para el que castiga con él, y como el poder de una sierra para con el artífice, porque es claro que la segur o la sierra no tienen poder ninguno en lo que con ella se hace, si no es moviéndola y encaminándola el artífice; y así es el poder de los señores, que no es nada si Dios no los mueve y los gobierna; luego necia y presuntuosa cosa es el gloriarse ellos de su poder. Razón es ésta bien clara, y que se puede sacar de la sentencia del Filósofo que arriba dijimos, que es potencia de cualquiera cosa movible depende de la del primer motor, y es su instrumento. Y de aquí es que esta gloria es desagradable a Dios, porque los tales no atribuyen a la potencia divina lo que es suyo. Y así se escribe en el libro de Judith que humilla Dios a los que se glorían de su poder; y por tanto prosigue el dicho Profeta Isaías, diciendo: “Por esto el Señor que señorea los ejércitos enflaquecerá sus cosas, y derribada su gloria arderá como si fuera abrasada en fuego”; en lo cual significa la pena sensible que se da a los tales tiranos, y la declinación de su Principado, como se manifiesta por las cosas que habemos dicho. Así que sacamos por conclusión que cualquiera dominio, legítimo o tiránico, procede de la mano de Dios, según las diversas consideraciones de su investigable providencia.
CAPÍTULO IX
Aquí declara el Santo Doctor que el hombre naturalmente domina los animales silvestres y las demás cosas irracionales; y como esto sea; y se prueba con muchas razones
Ahora pasaremos a tratar de diversas especies de dominios, según los diversos grados y modos que de ellos y de Principados tienen los hombres, y el primero es general a todos, que le toca al hombre por naturaleza, como dice San Agustín en el decimoctavo libro de la Ciudad de Dios, con quien concuerda también el Filósofo en el primero de los Políticos, y lo confirma la sagrada Escritura, cuando en la creación del hombre dijo, como que fuese propio a su naturaleza: “Señoread los peces de la mar, las aves del cielo y todos los animales que se mueven sobre la tierra”. En lo cual se muestra que Dios dio esta tal potestad a la naturaleza humana que había criado, porque el que dijo: “Produzca la tierra hierba verde”, dando por esta palabra potestad a los árboles para producir, nos dijo a nosotros de la misma manera: “Señoread los peces de la mar”, etc. Y así por lo dicho parece que el dominio del hombre sobre las demás cosas es natural, de donde por la misma razón el Filósofo prueba que la montería y volatería son naturales; y San Agustín prueba esto en el dicho libro con el dominio que los antiguos padres solían tener en ser pastores de ganados, que hemos llamado riquezas naturales; y aunque este tal dominio se ha menoscabado por el pecado, de manera que aún animales viles tienen señoría sobre nosotros, y nos son nocivos, cosa que no sucediera a los hombres sino por la causa dicha, con todo eso participamos más de este dominio cuanto más nos llegamos al estado de la inocencia, lo cual nos promete también su voz Evangélica, si fuéramos imitadores en la justicia y santidad, porque como el Señor exhortase a sus discípulos a procurar la salud de las almas, predicando la palabra de Dios, les declara el poder que tenían, diciendo: “En mi nombre echaran los demonios, hablaran en varias lenguas, apartaran las serpientes, y si bebieren alguna cosa mortífera, no les dañara”; lo cual sabemos por experiencia de los varones perfectísimos y virtuosos, como se escribe de los Santos Padres y de San Pablo se dice en los hechos de los Apóstoles, que no le daño la víbora, ni a San Juan Evangelista el veneno; y así de otros muchos Santísimos Padres, que vadeaban el Nilo sobre atrocísimos cocodrilos y otras serpientes venenosas, para que se cumpliese en ellos lo que dice el Señor por San Lucas a sus discípulos: “Mirad que os dí potestad de andar sobre las serpientes y escorpiones, y sobre cualquiera potencia del enemigo”.
Y la razón de congruencia de este dominio que dio Dios al hombre en su principio se puede sacar por tres caminos: lo primero, por el mismo proceder de la naturaleza; porque, así como en la generación de las cosas naturales hay este orden, que se procede de lo imperfecto a lo perfecto, por que la materia es por causa de la forma, y la forma imperfecta se ordena a la perfección, así es en el uso de las mismas cosas naturales, porque las menos perfectas sirven para el uso de las más perfectas. Y así las plantas se aprovechan de la tierra para su nutrimento, y los animales se aprovechan de las plantas, y los hombres de las plantas y de los animales. De donde se concluye que el hombre naturalmente domina los animales; por lo cual, como ya habemos dicho, el Filósofo prueba en el primero de los Políticos que la caza de los animales silvestres es justa naturalmente, porque por ella toma para si el hombre lo que es suyo. Lo segundo parece esto por el orden de la divina providencia, que siempre gobierna las cosas inferiores por las superiores. Y así, siendo el hombre el superior de todos los animales, como quien fue hecho a la imagen de Dios, convenientemente son sujetos a su gobernación los demás animales. Lo tercero, se muestra lo mismo por la propiedad del hombre y de los otros animales, porque en los animales se halla, según la estimación natural, una cierta participación de prudencia para algunos actos particulares. Pero en el hombre se halla una prudencia universal, que es una razón de lo que se ha de hacer en las cosas naturales; y todas las cosas que son por participación se sujetan universalmente a las que son por esencial, de donde parece claro que la sujeción de los demás animales al hombre es natural.
Pero si el dominio del hombre sobre el hombre es natural, o permitido, o dado por Dios, de las cosas que ya hemos dicho se puede sacar la verdad. Porque si hablamos del dominio por modo de sujeción servil, introducido fue por el pecado, como dijimos arriba; pero si hablamos de él en cuanto es de su oficio el mirar por los súbditos y encaminarlos bien, en este modo se puede llamar casi natural, porque aún en el estado de la inocencia le hubo; y ésta es la sentencia de San Agustín en el libro diez y nueve de la Ciudad de Dios. Por lo cual este dominio le competía, en cuanto el hombre es social y político, como arriba dijimos, y este vivir en compañía ha de ordenarse de unos a otros; y en todas las cosas que se ordenan unas a otras ha de haber siempre alguna que sea principal y primera guía, como dice el Filósofo en el primero de los Políticos: y esto nos enseña también la misma razón o naturaleza de orden; porque como escribe San Agustín en el ya dicho libro: “Orden es una disposición de cosas desiguales, que da a cada uno lo que es suyo”. De donde es manifiesto que este nombre orden significa desigualdad, y esto es propio del dominio: y así, según esta consideración, el dominio del hombre sobre el hombre es natural; y le hay también entre los Ángeles, y le hubo en el primero estado, y le hay ahora; del cual diremos por su orden, según su dignidad y grados.
/continúa en la 2° parte…
Fuente: http://www.statveritas.com.ar/
* Ortografía modernizada.
[1] Editado en “Colección de Espiritualidad Cristiana” (Facultades de Filosofía y Teología de San Miguel, Pcia. de Bs. Aires, Editora Cultural Bs. Aires, año 45. Traducción de Alonso Ordoñez das Seyjas y Tobar, edición e Introducción del P. Ismael Quiles (SJ).
[2]* EI grado de autenticidad de nuestro opúsculo fue ya bien determinado por Fr. Bernardo María de Rubeis, quien editó las Obras Completas de Sto. Tomas, con disertaciones criticas, que aún boy son muy estimadas. En la edición de Parma, que tenemos a la vista, la Disseratio IV, se refiere al opúsculo De Regimine Principum. (Opera Omnia, T. XVI, pp. 500 - 506). Uno de los más autorizados críticos modernos, M. Grabman, confirma la opinión de De Rubeis, citando varios códices de los más antiguos, en los que sólo aparece el texto genuino de Santo Tomas. (Die Werke d. h. Thomas Munster, 1931, pp. 294 - 299).
[3] Bernardo, Obispo de Osma, viviendo todavía Alfonso XI, hizo traducir del latín al castellano, para la instrucción del Príncipe Don Pedro, la famosa obra de Egidio Colona, romano, De Regimine Principum, que salió impresa con el titulo siguiente: Regimiento de los Príncipes, para enseñamiento del Infante Don Pedro, etc., en Sevilla por Meinardo Ungut, año 1494, en un tomo en fol. Véase La Bliblioth. Vet. de Don Nicolás Antonio, lib. IX, cap. 6, pág. 3. El volumen de aquella obra es cuatro veces mayor que el de la presente.
[4] [Nota del autor de esta versión de computadorizada] Según el P. Santiago Ramírez, hasta aquí llega el original escrito por Santo Tomás. Respecto a esto ver lo que se dice al final del Cap. IV, Libro II.
[5] [Nota del autor de esta versión computadorizada] Para el autor de esta traducción, el original se extendería hasta el capítulo IV del presente Libro. Este último es también el parecer del Padre James A. Weisheipl (OP), en su obra biográfica genético-histórica de Sto. Tomás, traducida al español y publicada bajo el título “Tomás de Aquino – Vida, obras y doctrina”, ed. EUNSA, año 1994 (cfr. pág. 442, donde se dice explícitamente: “la terminación de la obra en II, 4, «ut animi hominu recreentur», se deduce de los manuscritos existentes... Nosotros hemos defendido que el texto es auténtico hasta II, 4, y que no contradice otros pasajes de los escritos de Tomás”.
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