junio 21, 2012

Discurso de Nestor Kirchner en el homenaje a Monseñor Enrique Angelelli (2006)

DISCURSO EN EL ACTO DE HOMENAJE A MONSEÑOR ENRIQUE ANGELELLI, EN CASA DE GOBIERNO
Néstor Kirchner
[2 de Agosto de 2006]

Señores Gobernadores; ministros del Poder Ejecutivo Nacional; autoridades nacionales, provinciales, municipales; representantes de diferentes credos religiosos; señores legisladores; señor representante de la Confederación General del Trabajo; Madres, Abuelas de la Plaza de Mayo; amigos y familiares del Monseñor Angelelli; amigos y amigas presentes: creo que llegamos muy tarde, llegamos, muy tarde, me refiero al Estado nacional, del que hoy somos partes todos los argentinos.
Yo sé que cuando digo estas cosas, algunos se molestan, pero no digo llegaron, digo llegamos, me incluyo, porque 30 años se van a cumplir de que un Obispo comprometido con el pueblo -como bien dijeron acá - con toda la estructura social, que defendía y sentía la dignidad de la gente, que defendía y sentía los derechos humanos, tan vapuleados.
¿Cómo molesta, a veces, que en este país se hable de derechos humanos? ¿Yo no sé por qué molesta tanto? Provoca irritación, cuando uno habla de los derechos humanos, a veces, nos dicen que dividimos a la sociedad. ¿Si los derechos humanos son universales cómo pueden dividir a la sociedad? ¿Quién puede estar en contra de la defensa irrestricta de los derechos humanos? ¿Por qué buscan, de cualquier manera, degradar la postura y la defensa que, gracias a Dios, millones de argentinos tienen y sienten de lo que deben ser los derechos humanos en la sociedad? ¿Por qué cuando se defienden los derechos humanos – como hizo el Monseñor Angelelli – se dice que se ataca la democracia, que se ataca la unidad de los argentinos, la solidaridad, la convivencia.
Pongámonos una mano en el corazón los que estamos acá y los que nos miran, hay dirigentes de la política argentina, que dicen: “acá la reconciliación es un elemento esencial y es central para reconstruir esta sociedad”. Yo, con toda la fe en Dios, no soy hipócrita, creo que si la dirigencia política argentina en vez de buscar una reconciliación, amañada por la impunidad, hubiera buscado que funcionen las instituciones de la Justicia, hoy seguramente lo estaríamos recordando al Monseñor Angelelli, pero de otra forma. No con la vergüenza, por lo menos que yo siento como representante del Estado nacional que después de 30 años lo recordamos, y como bien dijo quien habló recién, seguramente él debe ser el más molesto de dónde nos esté mirando, pero lo debemos recordar con ese despertar de conciencia a alguien que estuvo a la altura de lo que es la religión y el credo que él llevó adelante es realmente su centro y el centro de acción permanente debiera ser.
Por eso yo creo que también, aprovechando al Monseñor Angelelli, que en algún lado me escucha, también siento un profundo dolor que recién hoy se estén implementando los juicios con los responsables de los represores de Estado, pero también siento un profundo dolor que sean tan lentos, que se demoren tanto, que den tantas vueltas, es decir para que definitivamente poder alumbrar la justicia en la Argentina, porque no se va a dar la construcción definitiva de las instituciones si no hay justicia y verdad.
Ya las cosas que decía en el año 73,74, 75,76, la muerte del Monseñor Angelelli como se la trató de ocultar durante años, como muchos trabajaron y trabajamos para que el proceso en Córdoba se celebre la reapertura. Y él representa a miles y miles de argentinos que no saben ni siquiera dónde están los restos de sus familiares por el sólo hecho de haber creído en la diversidad.
Por eso me río, a veces, casi con ironía, cuando algunos que callaban durante todo ese tiempo o que compartían las mieles de ese poder autoritario y represor nos quieren dar y enseñar de cómo se vive en democracia. Y hablan, a veces, de día triste para la democracia y creen que los argentinos no tenemos memoria. Tengamos mucha fortaleza espiritual, en nombre del amor, en nombre del encuentro, en nombre de poner la otra mejilla, pero en nombre de la justicia también. Porque eso es lo que quería el Monseñor Angelelli y tantos cristianos, sino de otros credos que viven, que vivieron, que estuvieron acá en la Argentina, que sufrieron y muchos que siguen sufriendo en silencio.
Tenemos, por salud del Monseñor Angelelli, las Madres y las Abuelas, que sufren en silencio y todavía siguen sufriendo en silencio. Y yo las veo, a veces, con una voluntad en la búsqueda de la justicia y con una piedad cristiana que me llena de admiración. Porque, la verdad, creo que venimos con muchas asignaturas pendientes en el tema. Y en este día que recordamos los 30 años del asesinato – y lo digo acá, en el Salón Blanco, de la Casa de Gobierno y me hago responsable de lo que digo – del Monseñor Angelelli, Dios quiera que una justicia clara, cristalina, cumpliendo todos los períodos, con todas las pruebas, con todo lo que corresponde, Dios quiera que rápidamente alumbre la justicia y aquellos que la violaron sean condenados porque muchas de las cosas que nos pasan hoy, pasan por la impunidad de ayer. Cuando se cree que la impunidad puede ser factible, muchas cosas suceden porque se van instalando en la cultura de la sociedad, nada aparece por generación espontánea ni tampoco nada se soluciona simplemente con una palmada y un “te perdono”. El perdón es una cuestión humana pero, fundamentalmente, divina y yo creo que los hombres y mujeres en la Tierra lo que tenemos que aspirar es tener una herramienta que sea la Justicia, que es central y esencial.
Por eso quería decirles lo que sentía hoy y cuando lo escuchaba hablar al amigo recién, ¡qué tarde que llegamos!, pero llegamos por suerte y vamos a seguir llegando. Pero tengamos muy buena memoria, tengamos mucha conciencia y no nos doblemos de las convicciones. No importa, que nos agravien, que nos ataquen, que nos descalifiquen, que lo hagan todos los días, pero que sepan que cada día vamos a tener más convicciones en las cosas que hacemos y más fuerza, porque nosotros tenemos un compromiso con el país, con el futuro, también con nuestra historia y con nuestros amigos y hermanos de ayer. 
Los que creen que me descalifican cuando me tratan de colocar definiciones de todo tipo, se equivocan, yo no renuncio a la historia, a mi generación, a mis aciertos y a mis errores. Y pienso mucho en el futuro, en la conducción del futuro, en una Argentina con equidad, con inclusión, en la lucha contra la pobreza, por la Justicia, que es lo que sueñan todos ustedes y que Monseñor soñaba permanentemente. Lo vamos a seguir haciendo con mucha fuerza y con mucha solidaridad, corrigiendo errores todos los días. Seguramente lo hacemos cotidianamente, ojalá fuéramos perfectibles, algunos hablan de la perfectibilidad y ya sabemos que cada vez que hubo proyectos de perfectibilidad adonde fuimos y adonde terminamos.
Nosotros somos simplemente seres humanos que acertamos y erramos cotidianamente, que tenemos pasión, que tenemos sueños, que tenemos amores y que a veces decimos las cosas con sinceridad y desde lo más profundo de nuestro corazón, porque sentimos así. No venimos a hacer un molde de presidente, no venimos a hacer una estatua de presidente, no venimos a cuidar los modales y las formas que para algunos son tan importantes, venimos a tratar de honrar a los principios que debe tener un presidente para poder honrar al pueblo argentino que es lo fundamental y central que debemos tener los argentinos.
Por eso, hoy, monseñor Angelelli, nada, pero esta es su casa. Todo hubiéramos preferido escuchar una homilía suya y, seguramente, nos iríamos de acá con una gran fortaleza espiritual. Igual, nos vamos con una gran fuerza, sabemos que en usted nos debemos, como en tantos argentinos, referenciar y que a usted lo deben conocer las jóvenes generaciones de argentinos; es muy importante conocer a quien fue pastor de su pueblo en la calidad que lo fue, es central que las nuevas generaciones lo conozcan.
También quiero agradecerles a todos ustedes su presencia en este lugar que, voy a corregir a mi amigo que recién habló y que sé que lo dijo con la mejor de las intenciones, pero esta no es la casa del Presidente, de ningún presidente, uno está circunstancialmente, así les va también a los que se lo creen, estamos dando un paso transitorio, tenemos la suerte que nos han honrado con la responsabilidad y trataremos de hacer las cosas lo menos mal posible. Pero esta es la casa de los argentinos, esta Casa Rosada es la casa de los argentinos, de los argentinos que durante tanto tiempo le tuvieron tanto miedo porque se hicieron tantas cosas desde acá que pasaban atemorizados por la Casa Rosada o venían a golpear sus puertas para preguntar por alguien, por algún familiar o por algo y eso podía ser sinónimo de una futura tragedia. Esta, reitero, es la casa de los argentinos, esta es la casa de todos, de aquellos que puedan pensar como quienes circunstancialmente gobernamos y de aquellos que piensan totalmente distinto.
Cuidado con aquellos que cuando circunstancialmente por esos tiempos de la historia pasan por acá y creen que se apropian de ella, porque se terminan apropiando de los argentinos y ésa no es la tarea de un presidente. La tarea de un presidente es tratar de gobernar, administrar, buscar justicia, equidad, inclusión, lo mejor posible con imperfectibilidad humana, pero nada más que eso. 
La verdad es que quienes me precedieron en el uso de la palabra, Alba, mi amigo, creo que llenaron este Salón de amor, creo que lo definieron todo y pienso que todo tendría que haber sido al revés: yo los tendría que haber presentado a ellos.
Muchas gracias.
NESTOR KIRCHNER

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