DISCURSO EN LA X CONFERENCIA
INTERNACIONAL SOBRE CAMBIO CLIMATICO
Néstor Kirchner
[15 de Diciembre de
2004]
Señor ministro de Salud y Ambiente y
presidente de la X
Conferencia de las Partes; señores jefes de delegaciones
extranjeras; señores miembros del COP10; autoridades del Poder Ejecutivo
Nacional, Provincial y del gobierno de la Ciudad de Buenos Aires; señoras y señores: en mi
condición de Presidente de la República Argentina es un honor dirigirme a los
Delegados de las Partes de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el
Cambio Climático y especialmente a los ciudadanos de cada uno de esos países
que observan con preocupación lo que aquí ocurre.
Nuestro Gobierno y nuestro pueblo han recibido con afecto a la comunidad internacional y saludan la oportunidad que nos han brindado de organizar esta Conferencia en Buenos Aires, porque la preservación de un ambiente sano nos preocupa profundamente.
Nuestro Gobierno y nuestro pueblo han recibido con afecto a la comunidad internacional y saludan la oportunidad que nos han brindado de organizar esta Conferencia en Buenos Aires, porque la preservación de un ambiente sano nos preocupa profundamente.
Los científicos han venido enunciando y
alertando cada vez con mayor precisión sobre las razones que explican el cambio
climático. Somos conscientes de los efectos negativos que el deterioro de la
capa de ozono y el cambio climático pueden causar en este extremo Sur del
Continente y en la
Antártida. Nos preocupa el impacto negativo que estos
fenómenos pueden tener en las condiciones de producción de nuestros países. El
cambio climático es entre otras cosas un signo de los tiempos y los hombres
políticos tenemos la obligación de interpretar correctamente estas señales.
Por primera vez en la historia del hombre la
naturaleza lo desafía y pone en cuestión las bases mismas de la civilización
global. Se trata de una amenaza a la implantación de la vida humana en nuestro
planeta; es un problema de naturaleza mundial debido a causas frecuentemente
distantes, radicadas principalmente en sociedades económicamente más poderosas
y muchas veces desaprensivas en la generación de procesos cuyos efectos recaen
sobre otros pueblos y otras generaciones.
Las intensas transformaciones técnicas que
obedecen a un sistema particular de valor y a una voluntad de poder que sitúan
en un mismo plano de equivalencia los bienes materiales, los culturales y el
espacio natural, han engendrado desequilibrios ecológicos cuya progresión
amenaza con ser ya casi inevitable. Se admite que con toda probabilidad el
cambio climático agravará las ya insoportables condiciones de pobreza y hambre
por todo el mundo.
El costo de esa transgresión paradójicamente
es soportado por todos los países y resulta más gravoso para los países en
desarrollo, para los más vulnerables, precisamente para los que menos han hecho
para provocar esta catástrofe. Debemos convenir que lo que está sucediendo y
habrá de suceder es una catástrofe y a gran escala debemos llamar a las cosas
por su nombre.
Los argentinos valoramos el derecho a la
vida como un bien supremo, por eso simplemente no podemos aceptar que
sociedades enteras estén condenadas a la desaparición, sólo porque en algún
otro lugar del mundo no se acepta asumir el esfuerzo necesario para evitar que
ello suceda.
Hace tiempo que ha llegado el momento de
hacerse cargo de las soluciones en materia de cambio climático, pero la
retórica del compromiso no constituye en sí misma un compromiso. Los países en
desarrollo tenemos el derecho de usar la persuasión moral en éste y en todos
los foros, y eso haremos porque sabemos que la razón nos asiste.
Nuestro Gobierno ha puesto en marcha
políticas y medidas que constituyen una expresión de la voluntad de mitigar el
cambio climático y reducir las emisiones de gases de efecto invernadero, así
como la protección de los ecosistemas. Como parte de esas decisiones se incluye
en primer término la promoción de energía de fuentes renovables en orden a
asegurar su participación creciente en la matriz energética, la búsqueda de la
eficiencia energética mediante programas dirigidos a tal fin y la preservación
de los bosques nativos.
Asimismo, el desarrollo de una nueva agenda
ambiental nacional que propone un tratamiento sistemático de las principales
cuestiones ambientales e integra la dimensión regional como una categoría
central de las acciones de gobierno, refleja el compromiso que habrá de ser
permanente de esta administración con la cuestión ambiental, de modo de
recuperar el pleno ejercicio de los derechos ambientales a los ciudadanos de
nuestro país.
Pero tenemos absolutamente en claro que no
podrá arribarse a soluciones confiables sino por acción de todos los países del
mundo en tanto en la naturaleza del problema es de escala planetaria. No es
posible entonces que los estados en desarrollo reclamen angustiados pero sean
desoídos, es imperioso atender sus demandas y empezar a recorrer el camino de
las soluciones cuanto antes.
Todos los países a medida que profundizan
sus investigaciones empiezan a encontrar sus propias vulnerabilidades y a
descubrir la magnitud de las dificultades que habrán de enfrentar, sólo que
algunos, precisamente los que corresponden a las sociedades más evolucionadas,
tienen muchos más recursos de capital y tecnológicos para hacer frente a los
efectos adversos del cambio climático.
Además, a diferencia de los países en
desarrollo, no están sometidos a la carga de la deuda externa ni deben hacer
frente a las demandas de sociedades que tienen pendientes formidables
reparaciones. Es que los países en desarrollo deben asegurar a sus ciudadanos
la salud, el acceso igualitario al conocimiento y también los derechos
ambientales y no siempre lo están logrando.
Los argentinos sabemos que hemos cometido
errores. En los últimos 30 años hemos soportado las consecuencias de políticas
equivocadas que nos hicieron retroceder, sumieron a la población en la
marginación y acentuaron las desigualdades. Por decisión propia y por presión
externa hemos adoptado esas políticas y ahora sabemos por experiencia cuál es
el costo de las que no son sostenibles.
Por ello, y a partir del extraordinariamente
doloroso aprendizaje de una crisis excepcional en su severidad, afirmamos que
la sostenibilidad es una condición esencial para ponderar la bondad de los
senderos del desarrollo que puedan adoptarse.
En este contexto, ningún acuerdo destinado a
darle un horizonte de largo plazo al régimen climático será apropiado si
fracasa la incorporación de mecanismos para compartir equitativamente las
cargas que resulten de los esfuerzos de mitigación y de adaptación que se
deberán materializar.
El diseño y aplicación de un mecanismo para
compartir las cargas en función de las responsabilidades es la génesis del
problema y las capacidades diferenciales son el único modo mediante el cual
será posible lograr una participación creciente de los países en desarrollo en
la mitigación y en la acción en pos de desterrar las causas del cambio
climático, porque la equidad debe estar en la base de las determinaciones que
se tomen en esta conferencia.
Si superponemos el mapa mundial de la
pobreza y el endeudamiento financiero de los países con el mapa mundial de la
ubicación de las mayores extensiones de activos ambientales que aportan al
mantenimiento de la biodiversidad, es fácil advertir su coincidencia.
Del mismo modo, si superponemos el mapa de
los acreedores financieros con el de los países que mayor contribución realizan
a la degradación que produce el cambio de clima en el mundo, encontraríamos
simétricas coincidencias.
Advertimos que quienes cargamos con deudas
de increíble peso en materia financiera somos a la vez los mayores acreedores
ambientales en el planeta, en cuanto constituimos una verdadera reserva
ambiental, que no recibe ningún tipo de compensación por parte de sus deudores
ambientales. Los acreedores financieros que resultan implacables ante el
incumplimiento de sus deudores no admiten hacerse cargo de la deuda ambiental
que tienen contraída con los países menos desarrollados.
No debemos aceptar la doble moral que
significa reclamar a los países en desarrollo el cumplimiento estricto de los
compromisos financieros vinculados con la deuda externa, al tiempo que las
sociedades más evolucionadas y poderosas evitan el compromiso básico con la
preservación de la vida, encarnado en esta Convención y en el Protocolo de
Kyoto.
Mientras los países en desarrollo cargan con
el costo de una deuda externa que es entre 4 y 8 veces mayor que los costos
estimados del cumplimiento de los compromisos para los países industrializados
del Anexo 1, como consecuencia de la aplicación de las reglas del Protocolo de
Kyoto, los países ricos rehúyen los compromisos o dilatan la materialización de
los aportes prometidos para los diversos fondos creados con objeto de atender
el problema del cambio climático.
No existe razón alguna para incumplir los
compromisos asumidos, cuando además buena parte de esos costos de cumplimiento
se aplicarán a la materialización de inversiones domésticas que multiplican la
demanda de bienes y servicios en sus propios países y al desarrollo de
tecnologías nuevas, que luego terminan comprando nuestros países.
No existe razón alguna por la que los países
desarrollados no cumplan con los compromisos asumidos cuando la brecha del
Producto Interno Bruto se agiganta entre los países industrializados y los
países más pobres.
No existe razón alguna por la que los países
desarrollados no deban cumplir con los compromisos asumidos cuando los
ciudadanos de estas sociedades avanzadas pueden consumir hasta el hartazgo,
potenciando las emisiones de gases de efecto invernadero y los ciudadanos de
nuestros países luchan por sobrevivir, soportan el hambre y la miseria extrema,
quedan al margen de la educación, no tienen agua potable ni cloacas, están
sometidos a endemias o carecen de sistema de salud.
No existe razón alguna cuando lo que está
sucediendo es consecuencia directa de los subsidios ambientales implícitos que
recibieron de los países en desarrollo, al usar un bien común global sin costo
a lo largo de más de dos siglos de desarrollo industrial.
No existe razón alguna por la que los países
desarrollados no deban cumplir con los compromisos asumidos si la destrucción
del patrimonio ambiental que ya provocaron no les ha sido reclamada todavía.
No existe razón alguna para que los países
desarrollados no deban cumplir con los compromisos asumidos si las barreras
proteccionistas que imponen a nuestros países implican erogaciones
monumentales, generan brutales distorsiones en los mercados y contribuyen a la
degradación de nuestros recursos naturales, deprimiendo el precio de los
productos que elaboramos con esos recursos en los mercados mundiales.
Sí existen múltiples razones para que,
equilibrados los términos del esfuerzo mundial en el marco de equidad que
postulamos, los países que pugnamos por lograr un desarrollo sustentable con
producción, empleo y crecimiento, transformemos nuestro atraso relativo en una
ventaja para la adopción de innovaciones tecnológicas que permitan el
desarrollo y el cuidado del medio ambiente. Tenemos el derecho de usar la
persuasión moral en éste y en todos los foros, lo haremos con persistencia
porque sabemos que las razones nos asisten.
El 29 de agosto de 2003, teniendo por
testigo la majestuosidad del glaciar Perito Moreno, que insiste en avanzar
cuando otros 48 glaciares de las cercanías retroceden por causa del cambio
climático, suscribimos con nuestros vecinos chilenos la Declaración de El
Calafate en la que exhortamos a los países desarrollados, que son parte del
convenio del marco, para que ratifiquen el Protocolo de Kyoto.
Volvemos a exhortarlos aquí, ante este
importante auditorio, para que contribuyan a modificar la tendencia al
crecimiento de las emisiones de gas del efecto invernadero y ayuden a iniciar
un movimiento hacia la equidad en el volumen de las emisiones por habitantes.
En este segmento de alto nivel, los insto
pues a trabajar para hacer valer esa persuasión moral que proclamamos, a
examinar la realidad sin dobleces y a poner en marcha los mecanismos prácticos
para concretar soluciones, pues no hay tiempo para más demora.
Les agradezco y les deseo una feliz y
fructífera estadía. Muchísimas gracias por deliberar en la Argentina. Gracias.
NESTOR KIRCHNER
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