REVOLUCION Y ABSTENCION
Por qué no triunfó la Revolución del
4 de Febrero de 1905
Hipólito Yrigoyen y otros
[Mayo de 1905]
La
delación y la perfidia que siempre fomentan los gobiernos sin moral, y que
fueron los verdaderos enemigos con que el movimiento revolucionario tuvo que
luchar, desde el comienzo de sus trabajos, obligando en septiembre su
suspensión han hecho frustrar por fin la demostración más grandiosa de opinión
y de protesta armada que la
República pudiera realizar en vindicaciones de su honor,
reparo de sus instituciones y seguridad de su bienestar.
Lo que el gobierno no pudo conseguir por la vigilancia de una pesquisación constante practicada con los recursos y en las formas más abusivas y deprimentes lo ha obtenido por aquellos mismos medios, a los cuales debe su estabilidad y sobre los que, desde entonces, gira la suerte dela Nación.
Lo que el gobierno no pudo conseguir por la vigilancia de una pesquisación constante practicada con los recursos y en las formas más abusivas y deprimentes lo ha obtenido por aquellos mismos medios, a los cuales debe su estabilidad y sobre los que, desde entonces, gira la suerte de
En
la frente de quienes de tal manera han traicionado deberes sagrados, infamando
sus nombres, pesarán eternamente la ignominia de su villanía y la execración de
la República.
La
dirección del movimiento tuvo la tarde del día anterior, casi la seguridad de
que el gobierno poseía hasta el secreto de la hora y había resuelto
suspenderlo. Pero la insistencia terminante y sin discrepaciones de los
representantes de los elementos organizados civiles y militares, corroboraban
por los que iban a ser jefes inmediatos, de encontrarse en las mejores
condiciones y sin el menor indicio de estar sentidos y la comunicación
afirmativa recibida en el día de toda la República , la indujeron a desistir de aquel propósito,
pensando que ése era su deber, cuando tantas veces había retardado el movimiento
de la acción por iguales motivos.
Fue
así como la autoridad pudo prepararse y modificar el curso de los hechos.
Cuando en la noche, la dirección tuvo noticia de las medidas que el gobierno
adoptaba rápidamente, y de los contrastes que había ocasionado se vio impedida
ya de ordenar su suspensión que debía comunicar a todo el país.
Quedó
de esa manera, sin ejecutarse gran parte del plan en muchos puntos. A la
inversa del que se trazó el 90, concretando la acción a esta capital y haciendo
puramente militar la primera parte, se había resuelto ahora, que fuera general
y concurrente desde el primer momento, teniendo los militares y ciudadanos sus
puestos señalados de antemano. No pudo, empero, exteriorizarse la poderosa
organización civil preparada en la capital y otros centros; la policía estorbó
a las concentraciones de pueblo, secuestró los armamentos, redujo a prisión a
los ciudadanos que alcanzaron a reunirse, y casi todos, no pudieron llegar a
las posiciones que les estaban indicadas por la perturbación del plan impreso
al movimiento. A su vez quedaron importantísimos y decisivos elementos
militares sin pronunciarse. Haciendo justicia al pundonor, notoriamente
reconocido por sus compañeros, y demostrando en la eficaz acción desplegada
durante el curso de la preparación, debe pensarse, que realmente se vieron
imposibilitados de cumplir sus compromisos y que, como los que más, habrán
lamentado esa fatalidad de tan sensibles consecuencias. En tal sentido, las
fuerzas civiles y militares que se han levantado en la República , lo han hecho
teniendo ya las armas del gobierno a su frente y venciendo sus medidas defensivas.
El
movimiento era tan vasto, que no era posible concebirlo mayor, la magnitud de
su poder excluía en absoluto el riesgo no sólo de una guerra civil, sino de
otros trastornos que los inevitables del primer instante, y permitía abrigar la
convicción de que el gobierno se creía imposibilitado de toda resistencia. De
otra manera, no se habría decidido la acción; nada inducía a precipitarla y
sólo debía consumarse estando totalmente preparada, como así sucedía.
La
delación y la perfidia que han sacrificado un nuevo y supremo esfuerzo de la Nación , que vive perenne y
honradamente conmovida, ansiosa a justo título, de volver a su nivel moral y a
entrar en el goce de sus derechos y garantías e incorporarse a la categoría de
los Estados con personalidad bien definida y respetada.
Han
causado la inmolación de nobilísimos ciudadanos y militares que han rendido su
vida en aras de la redención nacional, a la que entregaban todos sus desvelos y
el desprendimiento de su probidad y de su fervoroso patriotismo. Guiados siempre
por principios y virtudes inalterables y rodeados de todos los encantos de la
existencia, se apartaban del bien que debían disfrutar, para ir en pos del que
podían hacer, con esa generosa superioridad de ánimo, exenta de toda prevención
y sin más ambición que el cumplimiento del deber, es impulso y voz de estímulo
para todas las grandes acciones. Eran apóstoles y pasan a ser mártires uniendo
sus sacrificios al de los que les han precedido, en holocausto de los más
sagrados ideales de la patria, dejando en las filas de la Unión Cívica Radical,
claro imperecedero. Ellos reposarán al amparo del reconocimiento público y del
respeto de la posteridad.
Han
causado también el encarcelamiento, la persecución y el destierro de numerosos
civiles y de casi toda una generación militar brillante, pura y llena de
promesas.
La
misión del ejército con el pueblo, en las horas de prueba, ha sido en la
historia del mundo la más augusta y solemne demostración de solidaridad.
Ninguna acción tiene mayor intensidad de luz, más poder de fuerza y más
grandiosa conjunción de ideales y esperanzas. El ciudadano militar, lleva el
símbolo de la patria y siente con vigor intenso su infortunio y su grandeza.
Pretender
que abdique de su personalidad moral, substrayéndose a las inspiraciones de su
razón y su conciencia, es convertir la institución militar en fuerza ciega, y
entregar, indefensas, las sociedades a la arbitrariedad de gobierno sin origen
ni sanción popular. Tal tendencia es completamente contraria a los principios
de la justicia y de las leyes inmutables, que rigen al mundo y marcan su
civilización.
El
valor y la capacidada militar, acreditadas en la hora de la realización del
deber, que fulguran en la frente de los que, se levantaron estando sus
superiores prevenidos y preparados, así como en la del joven comandante que con
el concurso de sus dignísimos colaboradores dominó uno de los centros más
prepotentes de la oligarquía, organizando un ejército con que habría atravesado
la República ,
si esa hubiera sido la consigna, tan altas cualidades, de nuevo reveladas por
todos se recordarán con orgullo y reflejarán siempre honor sobre las armas
argentinas pasar do a los anales de sus glorias.
La
misma dignidad y corrección con que procedieron en la prueba y que guardaron
ante ella, cuando podían creer con fundamento en la certidumbre del triunfo,
observaron durante los procesos, y mantienen hoy, sufriendo con altivez, las
mortificaciones del infortunio. Justo es también mencionar a los demás que,
vinculados a la obra revolucionaria con la mayor decisión, y separados del
mando o enviados a los confines de la República , no han podido concurrir a la acción.
Todos
han obedecido con la absoluta disciplina del honor a ciudadanos desprovistos de
investidura de gobierno y de influencia oficial, sin más representación que la
integridad de la causa de la »reparación nacional. Para mayor honra de la
abnegación de sus sacrificios, debe quedar constancia, por siempre, que
expresamente habían pedido que no hubiera ascensos ni compensaciones de ninguna
clase, y así estaba acordado. Mientras que en su patria están encarcelados y
perseguidos. ¡Cuántas naciones quisieran que fueran de su seno!
Imposibilitándose
el éxito de la revolución, se ha impedido finalmente, que la República , compruebe la
existencia de elementos capaces de fundar un gobierno de severa normalidad,
respetuoso de las instituciones, que impulsara sus destinos por la senda de los
grandes y sólidos progresos, y despertara anhelos y energías a una verdadera
vida de labor fecunda.
El
movimiento del 4 de Febrero ha sido un hecho normal, en la vida argentina,
previsto como la resultante necesaria de causas de toda índole, acumuladas
durante años.
Las
revoluciones están en la ley normal de las sociedades, y ni es dado crearlas ni
es posible detenerlas, sino mediante reparaciones tan amplias, como intensas
con las causas que las engendran. Lo anunció pública y lealmente la Unión Cívica Radical,
al resolver la abstención electoral, exponiendo las causas que fundaban tan
grave medida y formulando el proceso imperante en el país. Grandes asambleas
previas y posteriores a esa decisión le dieron la sanción calurosa de la
voluntad popular. Ha podido ser evitada por lar eliminación de los motivos que
la determinaban imponiéndola como un deber, y ha sido provocada por la
persistencia y aparición de los mismos.
Si
así no fuera, no habría incorporado bajo su bandera, los grandes elementos que
la han servido. No se concibe la determinación de tantas voluntades para la
acción armada, en la que se juegan el porvenir y la vida, si no existen anhelos
públicos que la fortifiquen, altos ideales, como objetivos y un ambiente
propicio que las estimule. Si la revolución no estuviera justificada por sus
causas tendría el hecho notorio de la magnitud de sus fuerzas la prueba plena,
de su razón de ser y de la exigencia nacional a que ha respondido. Ningún
propósito es más innocuo e imposible de germinar y prosperar, que el de la
protesta por las armas, si las sociedades no lo alientan con el concurso de su
solidaridad, y si no reposan sobre la base de grandes verdades.
Fue
impulsada- por un anhelo de bien público, extraño a autoformismos y móviles
personales. Representó la encarnación de sentimientos nacionales, profundamente
arraigados; ha sido la culminación de una lucha de sacrificios y de
inmolaciones contra la corrupción y la arbitrariedad de un sistema. Aun
dominada, será benéfica por su carácter y la amplitud de sus tendencias, y como
esfuerzo de patriotismo, por la vinculación del país, la eficiencia de sus
instituciones y la grandeza de su porvenir.
Esa
su visión tan amplia, que no determinaba vencedores ni vencidos, y se realizaba
en nombre de deberes a que no pueden substraerse los ciudadanos que se
consideran obligados a cumplir la tarea impuesta por la época de h sociedad a
que pertenecen y por la situación que atraviesa.
Las
naciones más civilizadas deben a los movimientos revolucionarios del carácter
de los que daten del 90 a
la fecha gran parte de su bienestar presente; ellos han sido faros que han
iluminado su camino y factores de grandes conquistas.
No
ha de, invocarse, en su contra, el respeto al orden, porque éste supone la
armonía de las actividades y los derechos, al amparo de la libertad y de la
justicia y bajo la garantía de gobiernos regularmente constituidos.
Ese
es el orden que surge de la vida social y que hay el deber de considerar. La Revolución no ha
atentado contra él; porque la
República no lo conoce; ha tendido, por el contrario, a
restablecerlo por el predominio de las reglas morales y de los preceptos de ley
que lo contribuyen.
Las
fuerzas conservadoras de la sociedad, comprendidas en su alto y verdadero
significado, son las que realizan la labor común, cumplen con independencia sus
deberes y revelan energías en la defensa de sus derechos. Los movimientos de
opinión, cuanto más desinteresados, llevan en su seno mayor suma de ellas. Sin
criterio que sólo considere fuerzas conservadoras los elementos afines a los
gobiernos y sostenedores de su autoridad, cualquiera que sea su origen y su
forma de ejercicio. Triste condición sería la de un país si su prosperidad sólo
hubiera de consistir en el fomento de sus intereses materiales. El progreso es
preferentemente constituido por las fuerzas morales que contiene en acción, por
la altivez de los ciudadanos, por la probidad pública y privada, por la
decisión intensa para todos las nobles labores humanas. Las sociedades no
avanzan con paso firme, cuando los gobiernos no se inspiran en tan elevados
conceptos; la prosperidad material que alcanzan está de antemano condenada a
desaparecer en la disipación. Las fuerzas morales desarrolladas concurren a
caracterizar la personalidad social, forman barreras de defensa contra los
atentados y las arbitrariedades de los gobiernos, y permiten levantar sobre la
base de una sola fraternidad de voluntades, la grandeza colectiva.
El
progreso material de la
República que se invoca, es obra de la naturaleza, que no se
detiene, y más que del esfuerzo argentino, del brazo extranjero. No es
conquista de la paz, ni el fruto de los gobiernos que lo han destruido, en el
escándalo, y que volverán a hacerlo, si severos principios no los inspiran y
rigen la vida argentina.
Si
él no hubiese sido perturbado por desastrosas administraciones, y si a ese
ejercicio de las instituciones hubieran concurrido armónicamente pueblos y
gobiernos, la República
tendría hoy, en el mundo, una culminante representación por su autoridad moral,
y su riqueza habría alcanzado proporciones que no pueden concebirse, pero ante
las cuales serían insignificantes las que hoy revisten.
El
criterio extranjero está habituado a pasar por alto el concepto de nacionalidad
soberana y organizada, a que tenemos derecho, para sólo preocuparse de la
riqueza del suelo argentino y. de seguridad de los - capitales invertidos en préstamos
a los gobiernos o empresas industriales y de comercio. A esa condición hemos
llegado, como consecuencia de una moralidad política, que no ha sabido rodear
de respeto, el nombre del país, caracterizando su reputación ante el mundo, por
la rectitud de sus procederes y la seriedad en el cumplimiento de las
obligaciones contraídas. Los causantes y beneficiarios de este desastre del
honor y del crédito nacional, carecen de autoridad y de título, para condenar,
invocando el prestigio argentino en el exterior, un movimiento de protesta
armada, respetable y digno, porque es y será siempre representativo de
intereses sociales de todo orden y exponente de potencia cívica, de sanas
energías y de altos anhelos.
Sabe
la Nación , y
con ella el mundo, que cuenta con una fuerza de resistencia que, si al nivelar
una vez más su importancia ha podido causar mucho asombro a los que creen en el
vigor de sus reacciones, al persistir, como factor de vida cívica será centro
de atracción y elemento de progreso.
Mediante
los primeros, habría conquistado influencias morales, y la segunda, habría sido
suficiente para ensalzar su acción y enaltecer a sus hombres. Pero se ha
substraído a unos y a otros, considerándolos contrarios a su programa y
susceptibles de descalificar su autoridad sin beneficio para la República.
Será
enseñanza en el presente y honor en el futuro, el ejemplo de esta fuerza que se
mantiene íntegra y poderosa sin las atracciones de la autoridad, resistente a
los halagos y a las tentaciones y superior a las adversidades que la combaten,
porque la alienta un sincero y patriótico convencimiento de la magnitud de su
misión en la existencia de la
República. Sus sacrificios entrañan prestigio, que serán
imperecederos y fecundos por la inspiración que sugieren, mientras que, cuanto
a su acción se opone, al desmoronarse, siguiendo la ley de las
transformaciones, no dejará luz ni huella benéfica alguna.
Lo
imprevisto tiene tanto de crueldad como de injusticia; pero el esfuerzo hecho
al calor de convicciones y de deberes sagrados, no se esteriliza nunca en
desenlaces negativos. Hay siempre fecundación de savia nueva en las
inmolaciones sufridas y en los sacrificios. Los que son capaces de realizarlos,
con la alta visión de la felicidad de la patria, están siempre en el corazón de
los pueblos.
Los
infortunios de la adversidad suelen ser consecuentes con los que van con el
rostro vuelto hacia el sol y pecho descubierto al combate, pero vale más
quemarse a sus rayos que vivir a las sombras de egoísmos.
Las
justificaciones presentes e históricas, están en el espíritu de la patria y
cada vez más, libradas a la conducta de los gobiernos. Ellos demostrarán, día
por día, la justicia y la oportunidad de la viril reacción.
El
anatema estaba previsto para el caso de adversidad, debía reproducirse como
antes otras veces. Estaba igualmente prevista la alabanza para el caso del
triunfo, pero, como siempre, aquél se estrellará en la integridad de nuestras
frentes.
Buenos
Aires, mayo de 1905.
HIPÓLITO
YRIGOYEN, Presidente Honorario
Pedro
C. Molina, Presidente
José
C. Crotto, Vicepresidente
P.
H. Schickendants y Vicente C. Gallo, Secretarios
Fuente:
“Ley 12839. Documentos de Hipólito Yrigoyen. Apostolado Cívico – Obra de
Gobierno – Defensa ante la Corte ”,
Talleres Gráficos de la
Dirección General de Institutos Penales, Bs. As 1949.-
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