julio 14, 2012

Discurso de Fidel Castro en el acto de entrega de Diplomas a los obreros más destacados en la zafra (1962)

DISCURSO EN EL ACTO DE ENTREGA DE DIPLOMAS A LOS OBREROS MAS DESTACADOS EN LA ZAFRA, EFECTUADO EN LA PLAYA DE VARADERO
Fidel Castro
[16 de Julio de 1962]

― Departamento de versiones taquigráficas del Gobierno revolucionario ―

Trabajadores triunfantes de la emulación azucarera; Compañeros y compañeras:
Acaba de tener lugar un acto sencillo, pero extraordinariamente hermoso.
Hay que detenerse para analizar el significado revolucionario y humano que tiene el homenaje tan justo que nuestro pueblo rinde a sus mejores hijos.
Nosotros hemos estado observando a cada uno de los trabajadores premiados; hemos estado observando a los grupos que, en representación de los centrales, vinieron a recibir sus copas. Hay mucho que pensar en el ejemplo que esos hombres le dan a nuestro pueblo; hay mucho que pensar en el mérito que esos trabajadores tienen; hay mucho que pensar, y que deben pensar los que de verdad quieren saber lo que es una revolución.
Me llamó la atención, entre otras cosas, el hecho de que una parte considerable de los trabajadores premiados como los mejores obreros del año de cada uno de sus centrales azucareros, muchos de ellos son trabajadores de avanzada edad, muchos de ellos hombres que se han pasado toda la vida trabajando.
Entre los obreros premiados como obreros del año, en uno de los centrales azucareros, vino un trabajador que dijo tener 72 años, y se le veía el entusiasmo de un joven de 20. Pero no era el único. Otros trabajadores de más de 60 años vinieron aquí premiados como el mejor trabajador de su centro de trabajo.
Escuchaba algunas de las palabras que ellos decían, las que decían aquí o las que pronunciaban en público; esos discursos tan elocuentes porque son tan espontáneos, y que se resumen en una palabra, en una frase. Como cuando alguno de ellos vino aquí espontáneamente a expresar lo que sentía.
Y así, algunos dijeron que era el momento más emocionante de su vida: y hay que pensar lo que significa para un hombre que se ha pasado toda la vida trabajando, que se ha pasado 30, ó 40, ó 50 años trabajando, decir que el momento en que ha recibido ese diploma es el momento más emocionante de su vida.
O el obrero que decía, expresando lo que es para él la Revolución, sintetizando en una frase lo que para él significa la Revolución, aquella frase de que sus hijos ya no tendrán que pedir limosna.
O el obrero anciano que nos dijo que quisiera ser joven para ver la Revolución. Yo comprendí lo que quería decir; quería decir: quisiera ser joven para ver los frutos futuros de la Revolución, para poder ver todo lo que será nuestro pueblo el día de mañana. Porque yo le dije: “Ya está viendo usted la Revolución.” El dijo: “Sí, ya estoy viendo muchas cosas.”
Otro trabajador, que vino a recibir su diploma, hablaba de la necesidad de hacer represas para que el agua no se marchara al mar; es decir, la importancia que tenían para nuestra agricultura las obras hidráulicas.
Y así, cada uno de ellos expresaba algo. Otro decía que había estado una vez, en el año 1911 en Varadero, y volvía hoy. Y otro decía: “¡Por fin pude yo venir a este lugar donde antes venían los camajanes!”
Hay que ponerse en el corazón de un trabajador: hay que ponerse en la mente de un hombre humilde del pueblo, pensar en qué cosas mueven sus sentimientos y su conducta; cada uno un sentimiento, dentro de los infinitos sentimientos que un proceso revolucionario suscita, cada uno de ellos relacionando a la Revolución con aquello que está más próximo, que le llega de más cerca.
Un obrero que cruzó con su hijo, dijo: “¡Cómo he tenido que trabajar para traerte aquí a Varadero!” El venía con su hijo, orgullosísimo; su triunfo, su premio, su satisfacción es el haberse ganado, a fuerza de méritos, el orgullo, la satisfacción, la felicidad de poder traer a su hijo, con todos los honores, con ese honor que no se puede comprar con dinero, porque no se trata solamente de que ellos vengan donde antes venían los “camajanes”, sino de que antes los “camajanes” venían aquí a costa del trabajador y sin mérito de ninguna clase. Y, por eso, no puede ser lo mismo la alegría, la felicidad, la satisfacción que siente un obrero, de la que sentía el “camaján”; no puede ser igual, porque el “camaján” no venía aquí en virtud de ningún principio moral, no venía aquí en virtud de ningún mérito, no venía aquí en virtud de ningún sacrificio; no merecía lo que estaba recibiendo.
Y, en cambio, el obrero premiado que viene aquí, el trabajador que viene en virtud de un principio moral, de un principio de justicia, en virtud de su esfuerzo, de sus servicios a la sociedad, tiene que experimentar necesariamente una alegría mucho mayor. Esas aguas, esas arenas, este cielo de este pedazo maravilloso de nuestra tierra, tienen que tener para él un sabor muy superior al que tenía para un explotador.
Así, el trabajador que habló de que sus hijos ya podían tener la seguridad de que no serían pordioseros, también vinculaba la Revolución a ese sentimiento de padre, a sus hijos; no estaba pensando en él, estaba pensando en sus hijos. Y para él, la tranquilidad más grande que la Revolución le daba era saber que sus hijos no serían pordioseros.
Pero de la misma manera, cualquier obrero, cualquier familia humilde, puede decir: “Mis hijos no crecerán para criados de los ricos; mis hijas no serán prostitutas; mis hijos no serán delincuentes, no serán lumpens, no serán jugadores, no serán viciosos, no serán carne de presidio” . De la misma manera, puede decir que sus hijos no serán explotados, no serán humillados, no serán despreciados, no serán maltratados.
El obrero que sentía no ser joven, vinculaba la Revolución a un sentimiento, si se quiere, de nostalgia. El, obrero premiado, con más de 60 años, obrero premiado siendo un anciano, con seguridad querría decir: “¡Cuánto podría hacer yo si fuera un joven!” Con seguridad que añoraba sus años juveniles y sentía no haber sido joven cuando comenzó la Revolución. El, que se pasó toda la vida sufriendo y trabajando, es natural y es humano que haya deseado ser joven en un momento como este.
¡Pero cuánto dicen esas palabras! ¡Qué profundidad tienen, qué significado tan hondo para todos nosotros! Esas palabras expresan más que ningún discurso. Son las palabras que salen del corazón y del sentimiento de los hombres humildes, de los trabajadores, de los que cumplen con su deber para con su patria y para con la sociedad.
Y es lógico que ellos quieran espontáneamente pasar por aquí y decir alguna palabra. Es lógico que ellos quieran extraer ese sentimiento o esa idea que les quema el corazón, porque la Revolución ha significado eso precisamente, eso por encima de todo y más que todo; ha significado la liberación del hombre y de la mujer de las condiciones de esclavitud, de humillación, de olvido, de falta de esperanza en que vivía nuestro pueblo, porque la Revolución ha significado el amanecer de los humildes.
Lo que fue noche oscura definitiva para los privilegiados, para los explotadores, para los que vivían encumbrados, disfrutando lo mejor: lo que fue noche eterna para los privilegiados significa día eterno para los humildes, para los explotados de ayer.
Y esas palabras, esas ideas, solo los obreros las pueden expresar. Y lo mismo que un obrero dice que hoy es el día más emocionante de su vida, posiblemente también para el antiguo dueño del central donde él trabajaba, que quizás a lo mejor desde Miami se puso a escuchar este acto por radio y oyó que ese obrero estaba en Varadero y había recibido un premio, un diploma, pueda haber dicho que era la tarde más amarga de su vida (RISAS Y APLAUSOS), si es que la tarde de hoy pueda ser para ellos más amarga que el día en que la ley revolucionaria nacionalizó los centrales azucareros extranjeros y después los centrales azucareros todos del país.
Pero es lógico que solo de los labios de los humildes se escuchen semejantes palabras, que solo del corazón de los humildes surjan semejantes sentimientos; como solo en el corazón de los humildes está la dignidad y está el valor con que se defiende hoy la soberanía de la patria. Que solo en el corazón de los humildes están las mejores virtudes de nuestro pueblo, que solo en el corazón de los humildes se encierra el honor y la fuerza de la Revolución; como solo en el brazo de los humildes está la producción del pan que consume nuestro pueblo, de la ropa, de los zapatos que calza cada ciudadano, de la casa que habita, de los bienes materiales que consume cada ciudadano, y que salen solo del sudor de la frente de los que trabajan, del esfuerzo del brazo de los que producen. Solo de esas manos provienen todos los bienes y todas las riquezas de la patria. De esas manos provienen las riquezas que consumen los parásitos que quedan en la patria, porque parásitos quedan. ¿Quién lo ignora? Aprovechados quedan, egoístas quedan, existen todavía, y no es posible evitar que por algún tiempo existan.
Pero es hora de que en nuestro país se vayan ordenando las cosas de manera que los beneficios de la sociedad y los bienes de la sociedad y las riquezas de la nación sean cada vez más para los que trabajan para la sociedad y para los que producen las riquezas de la sociedad . Y eso es muy justo. Claro que lo justo para el trabajador no es lo justo en el pensamiento del explotador. Claro que lo justo para nuestro pueblo, lo justo para las grandes mayorías, no es lo justo en el ánimo de las minorías privilegiadas.
Pero debemos ir cada vez más ordenando las cosas de manera que los bienes sociales no se disfruten indiscriminadamente. Porque, ¿qué ocurre? Que muchas veces los bienes sociales, los mejores y los más abundantes, son disfrutados por los que no mueven un dedo en favor de la sociedad. Muchas riquezas hay todavía a libre disposición de los que tienen más.
Tenemos estas playas, tenemos estos edificios, tenemos muchos centros turísticos. Pero, ¿qué ocurre? Que el obrero azucarero, el trabajador agrícola, que gana menos de tres pesos por un salario, a pesar de ser él el que sostiene la industria azucarera, que es la base de nuestra economía, porque sin azúcar... No aquello de que no hay país, vamos a entenderlo en un sentido distinto. Vamos a entenderlo no como querían los latifundistas para mantener el monocultivo. No. Porque antes lo que podían decir ellos... Y en todo caso seríamos nosotros los que pudiéramos decir: sin azúcar no hay país, porque hoy el azúcar beneficia al país; pero ellos antes lo que podían decir es: “Sin azúcar no hay millones para los hacendados y para los terratenientes.”
Pero lo que quiero decirles es otra cosa. El azúcar es nuestra divisa. El azúcar es la garantía de todas las importaciones que llegan, desde medicinas y maquinaria, hasta combustible.
Sin el esfuerzo de los obreros que cultivan la caña y la cortan y la elaboran, ningún automóvil lujoso se pasearía por las carreteras, no habría gasolina, no habría gomas, no habría nada.
Sin embargo, un obrero de esos obreros agrícolas, posiblemente no pueda venir a Varadero; y en cambio, un especulador cualquiera, que gana 30 ó 40 pesos todos los días en algún negocio, puede venir a Varadero, hospedarse en el Internacional... ¿Su libreta? ¡Qué le importa su libreta! Con lo de la libreta compra para tres días; los otros cuatro días come en un restaurante. Porque hay restaurantes; están ahí. Sus precios eran relativamente altos, estaban a una altura donde el obrero no podía ir. Pues, por lo pronto, el Gobierno Revolucionario acordó duplicar los precios de todos los restaurantes de lujo, porque si los obreros no podían ir, que por lo menos los adinerados tuvieran que pagar el doble. Era correcto.
Pero, ¿qué le importa a un especulador que gana 3 000 pesos mensuales? Ese es el que paga los 50 pesos por 3 guanajos. Y, claro, crea problemas; ese es el que se va a la bolsa negra, ese es el que fomenta la corrupción y la ambición en el campesino. Porque, claro, la Revolución no quiere andar poniendo restricciones para evitar complicaciones, para dar la mayor libertad posible a los campesinos con sus productos. Pero si todo el mundo fuera obrero, si no hubiera parásitos, entonces no se podría presentar nadie en máquina con los 50 pesos por los 3 guanajos, interfiriendo, porque si los dejan comen ellos solos, ¡y se lo comen todo!
Pero, ¿qué ocurre? Ocurre que el adinerado — y aquí hay adinerados— cuando con motivo de un show contrarrevolucionario, el gobierno de la Revolución se vio en la necesidad de confiscar a todos los burgueses del pueblo de El Cano, uno de esos burgueses estaba ganando 3 000 pesos mensuales, en un tejar pequeño.
Entonces, ¿qué ocurre? Que los burgueses conservan infinidad de privilegios. Un burgués de esos que no produce ni un grano de maíz, ni un grano de azúcar, sin embargo se hospeda en el Nacional, come en los restaurantes. Claro está que esos restaurantes no los fabricó la Revolución; si la Revolución va a fabricar algo, lo que debe fabricar es un comedor popular. Cualquiera entiende que no podemos estarnos dando esos lujos; ¡todavía si tuviéramos un turismo! Pero los imperialistas, que han realizado contra nosotros tantas agresiones, entre otras cosas prohibieron a los ciudadanos norteamericanos viajar a Cuba.
Pero, ¿qué le importa al pueblo un restaurante de lujo, si el pueblo nunca va ahí? Le importa un tipo de comedor más modesto, limpio, higiénico; pero, ¿de lujo? ¿Para qué quiere lujos el pueblo, para qué quieren lujo los trabajadores? Ya iremos creciendo económicamente y mejorándolo todo, pero iremos creciendo parejo.
Pero, claro, el capitalismo nos dejó todas estas cosas. Desde luego que muchos de esos sitios se han organizado hoy como centros, como escuelas, sirven de sede para delegados de congresos nacionales y extranjeros, en fin, los hemos ido empleando lo mejor que se puede, pero todavía quedan muchos sitios que están al alcance de los privilegiados. Y les voy a contar un ejemplo:
Resulta que en la playa de Santa María del Mar — que es playa que se le acerca, se le acerca nada más a esta, pero es, sin dudas, una gran playa la de Santa María del Mar, donde vivían muchos ricos que se han marchado— quedaron en manos del Gobierno Revolucionario varios cientos de apartamentos y casas de veraneo. ¿Qué hacer con todos estos apartamentos? Pues una de las cosas que hicimos: cierta obra que se había construido en la Ciénaga de Zapata para fines turísticos, al principio, que ya no tiene sentido ahora, la convertimos en una escuela, escuela para 3 000, una escuela técnica de mar. Entonces, esas casas están más cerca de La Habana: vamos a organizar un centro vacacional, pero, ¿para quién? ¡Ah, para los trabajadores!
Bien. Entonces hicimos allí un pequeño reglamento. ¿Quiénes iban a tener derecho? Porque, claro, si usted lo pone para todo el mundo vuelan las casas. Los burgueses llegan primero que nadie, en máquinas y alquilan todas las casas: si les pone un precio muy alto, ellos solos; si lo pone bajo, y es para todo el mundo, van ellos primero que nadie, llegan en carro. ¿Qué hacer? Bueno, pues, en el reglamento se establece: “para trabajadores organizados, miembros de las Fuerzas Armadas Revolucionarias, jubilados y pensionados...”.
¿Precios? Se pusieron ciertos precios de acuerdo con las necesidades del mantenimiento: un límite de tiempo, para que pueda aprovecharlo un mayor número de personas. Y así se organizó. Se puso también una especie de bodega allí, donde se compraba con la libreta; un barquito a pescar allí, para que hubiera un suplemento de pescado y todo, cosa de que el trabajador que fuera pues con su propia libreta resolviera los problemas.
¿Ibamos a anunciarlo? ¡No hizo falta: se llenó de trabajadores!
¿Precios? Se pusieron ciertos precios, pero también se señaló: “Cuando se trate de un obrero de bajos ingresos, que tenga un familiar enfermo —vaya, no por vacaciones—, entonces se le hace la rebaja que haya que hacerle.” Es decir, se tomó el caso de manera que quien tuviera una verdadera necesidad pudiera contar con la casa.
Bien, a los pocos días se empezaron a presentar gentes; llega uno y dice: “Mire, yo soy un trabajador; yo tengo un camión.” ¡Ah, tiene un camión! Entonces, sí, es un trabajador por su cuenta; preguntaba si tenía derecho, y cuando me consultaron, yo dije: “No, no tiene derecho.” ¿Por qué? Porque ese derecho debe ser para aquel que trabaja para la sociedad, no el que trabaja para él . Claro, hay muchos trabajadores por su cuenta, no explotan a nadie, trabajan. Pero usted se encuentra a uno que tiene un camión trabajando en Obras Públicas, a lo mejor gana 20, 30 y 40 pesos, o se aparece el chofer de alquiler que a lo mejor gana 50 en un día.
Entonces, ¿es justo que el que está trabajando por su cuenta tenga los mismos derechos que el obrero del ferrocarril, o el que maneja un camión de Obras Públicas o de una empresa consolidada, y gana un salario de 5, de 6, de 7, o de 8 pesos? No es justo. Luego, si la sociedad tiene 400 casas, cuando las va a distribuir para disfrutarlas tiene que darle preferencia al que trabaja para la sociedad , porque si no, resulta que el que trabaja para la sociedad y pone su esfuerzo en la producción en beneficio de todo el pueblo, está en una situación desigual con el que trabaja para él.
Bueno, si usted quiere trabaje para sí y gane todo el dinero que quiera. Pero como nosotros no tenemos todas las casas que queremos, sino 300 ó 400, se las damos primero al trabajador que las necesita.
Pues lo mismo debemos hacer en el futuro — no en este año— con otras cosas, como las becas. Desde luego, nosotros les dimos las becas a los jóvenes por el servicio que prestaron en la alfabetización; ahí sí que no le preguntamos — y es muy justo que no le preguntáramos— si tenía o no dinero su familia, sino que todos esos jóvenes que hicieron un gran trabajo, un extraordinario trabajo, se les dio la oportunidad, a los que quisieran, de recibir una beca.
Pero en el futuro, ¿becas para quiénes? Pues para los hijos de los trabajadores y de los campesinos pobres.
Y cuando nosotros cada cosa... Como, por ejemplo, otra medida que yo conversaba con el compañero Director del INIT, sobre un número de turistas que van todas las semanas a los países socialistas — es decir, hay un número creo que de 30 compañeros por vuelo, unos 1200 por año—, yo le decía: Mire, compañero, esos pasajes, sitios, que tenemos en los aviones, debemos dárselos no al que tenga “plata”, porque cualquiera tiene plata. Figúrense, ¡los burgueses a Moscú! Y el colmo es que el turismo de nosotros sirva para llevar burgueses a Moscú. ¡No, no! Al país de los trabajadores, y a los países de los trabajadores, no deben ir burgueses; los burgueses a Miami.
¿A quién debemos darle ese sitio en el avión, y crédito para ir a visitar el país de los trabajadores, los países socialistas? (EXCLAMACIONES DE: “¡A los trabajadores!”) ¡A los trabajadores! ¡¡Muy bien!! Pero bien, ¿a qué trabajadores? ¡A los trabajadores ejemplares, tanto a los premiados por el Ministerio de Industrias como a los seleccionados en asambleas como obreros ejemplares, que tenemos muchos miles! Y entonces, en virtud de un acuerdo entre el INIT y la CTC, si hay que darle un crédito, se le da; si parte lo tiene que sufragar el sindicato, lo sufraga el sindicato y parte lo sufraga él en créditos que le da el Estado, tan largo como lo exija el ingreso que tenga: si es un ingreso alto poco tiempo, si tiene dinero ahorrado, puede pagarlo, si tiene un ingreso bajo el tiempo que necesite para pagarlo. Pero que ese sitio en ese avión, para ir a Europa y viajar por el mundo, no sea para un burgués, que sea para un trabajador, ¡y para un trabajador ejemplar!
Señores, hemos dicho que esta es una Revolución socialista; hemos dicho que estamos creando una sociedad nueva, que es la sociedad de los trabajadores, y donde, cada vez más, todos los beneficios sociales y todas las ventajas y todas las riquezas sociales deben ser para el trabajador, para los niños y para los ancianos. Los únicos que en el futuro tendrán derecho a recibir de la sociedad lo que necesiten sin trabajar, son los niños, los enfermos y los ancianos.
Los parásitos, en nuestro país, están de más (EXCLAMACIONES DE: “¡Fuera!”). ¿Cuánto durarán los parásitos como clase parasitaria en nuestro país? Tanto como ellos quieran y estemos dispuestos a tolerarlos. Claro está que los burgueses de nuestro país viven con la esperanza puesta en el imperio yanqui, y nosotros sabemos bien que esas esperanzas son cada vez más infundadas y más remotas; sabemos que durarán lo que la Revolución esté dispuesta a tolerarles. Y la Revolución, ¿tolerará a esa clase parasitaria? (EXCLAMACIONES DE: “¡No!”) ¿La tolerará? (EXCLAMACIONES DE: “¡No!”) Bueno, pudiéramos decir que la tolerará el tiempo mínimo necesario, en la medida en que ella tolere a la Revolución.
Pero esos señores que están jugando a la candela con la Revolución, que no han puesto el oído atento a la tierra, que no saben que esta es una Revolución de proletarios y de campesinos , que no saben que esta es una Revolución que tiene un caudal infinito de energía, de vergüenza y de dignidad en su pueblo, porque tiene la razón, porque es moral, porque defiende un principio justo, porque encarna las aspiraciones de las masas; esos que están intoxicados de chismes y de rumores y de bolas que ellos mismos idean y propalan; esos que viven en el círculo vicioso de sus amigotes, diciéndose cosas al oído (RISAS), que se ilusionaron antes de Girón —como ya se habían ilusionado cuando las bandas del Escambray— , que se ilusionaron cuando lo de Costa Rica, lo de Punta del Este, que se ilusionaron cuando nos quitaron el petróleo, cuando nos quitaron la cuota azucarera, que se han ilusionado con cada una de las trapacerías de los gringos imperialistas (EXCLAMACIONES DE: “¡Fuera!”), con cada una de las puñaladas a la patria, sin que todavía hayan aprendido y hayan comprendido que la Revolución es un hecho irreversible en la historia de la nación cubana.
Esos que se han regocijado con la sangre de los mejores hijos de la patria; esos que aplaudían el asesinato de un maestro, cómplices de los imperialistas, que no se han detenido ante ninguna agresión, ante ningún horror ni ante ningún crimen. Porque ustedes ven los hechos, los crímenes del imperialismo los vemos todos los días. Porque no solo mataron ayer, cuando aparecían los jóvenes asesinados en las esquinas, en los parques, en las afueras de la ciudad, ¡no solo torturaron ayer, sino que hoy los imperialistas organizan a esos mismos torturadores y criminales, y aquellos crímenes del batistato los vemos hoy repetidos en cualquier sitio del país por los agentes del imperialismo yanqui!
Y por eso les decía que lo mismo asesinaban a un maestro voluntario que otro día asesinaban a un brigadista imberbe junto con el campesino al que enseñaba, después de cubrirle el cuerpo a punzonazos, que asesinaban a un alfabetizador popular, que asesinaban a un obrero en la base de Caimanera, que asesinaban a unos jóvenes, apenas de 14 y 15 años, que otro día asesinan a una familia campesina entera, que otro día secuestran a un pescador humilde y lo matan a fuerza de golpes y de torturas.
Esos son los hechos del imperialismo, esa es su mentalidad, su política: los que asesinan lo mismo a un cabo del ejército revolucionario, a ese cabo o sargento, o soldado, que no es el cabo ni el sargento ni el soldado parasitario de ayer, ¡sino el soldado que corta caña, que gana el primer lugar en una emulación, que construye una ciudad escolar para los hijos de los campesinos! A ese hombre de uniforme que no es el “perifustán” de antes, que no es el hombre del plan de machete, que no es el hombre que abusa contra el campesino y contra el obrero; a ese soldado de hoy de la patria, soldado ejemplar, lo asesinan cobardemente, lo montan en el automóvil haciendo ver como que lo van a trasladar, y lo asesinan, como asesinan al anciano de 62 años en Güines. Creen que con eso van a asustar al pueblo; ¡creen que con eso van a intimidar a un pueblo como el nuestro! (APLAUSOS PROLONGADOS Y EXCLAMACIONES DE: “¡Venceremos!”)
¡Cómo la Revolución, cómo el pueblo se va a intimidar si no se intimidó ayer, cuando estaba desarmado, frente a los crímenes de los esbirros! ¡Cómo se va a intimidar hoy, cuando está armado hasta los dientes!
Los crímenes que cometen contra brigadistas, contra mujeres, contra niños, contra ancianos, retratan de cuerpo entero al imperialismo. Por eso la Revolución, el pueblo que luchó contra el crimen ayer, tiene que luchar contra el crimen hoy, tiene que seguir luchando contra los torturadores, los que matan a punzonazos a un brigadista, los que matan a punzonazos a un pescador. Y claro está, la Revolución, para combatir a los esbirros de hoy, a los criminales del

imperialismo, no tiene que acudir al crimen ni a la tortura, esas son armas de ellos, los esbirros, los imperialistas y sus agentes.
La Revolución no asesina a nadie ni tortura a nadie; la Revolución se enfrenta con la ley y con la frente en alto a sus enemigos, y, en nombre de la justicia, ¡los fusila! (APLAUSOS Y EXCLAMACIONES DE: “¡Para los gusanos, paredón!”) Ellos tienen que asesinar, utilizar la tortura, el puñal, la sombra, matar al obrero, matar al soldado, matar al miliciano, matar al brigadista, matar al maestro voluntario, matar al pescador, matar al alfabetizador popular, porque ellos actúan en nombre de la explotación. Ellos no pueden enarbolar ningún principio justo, por eso tienen que ser criminales y matar a cualquiera. ¿A qué brigadista? A cualquiera, al primero, aunque tenga 15 años. A un pescador. ¿A cuál? A cualquiera. A un soldado. ¿A cuál? A cualquiera. A una mujer. ¿A cuál? A cualquiera. A un obrero. ¿A cuál? A cualquiera. ¡Ellos asesinan a cualquiera!
Ellos no castigan delitos porque no tienen delito que castigar, porque ellos son el delito. Ellos quieren asesinar el símbolo, quieren castigar el hecho de ser obrero, de ser revolucionario, de ser maestro, de ser alfabetizador, de ser trabajador. Ellos, los sicarios de los explotadores y de los monopolios, quieren castigar lo incastigable, lo que no se puede castigar; quieren torturar a la clase obrera.
Y cuando asesinan a un obrero cualquiera, es un crimen contra la clase, es una manifestación de odio contra la clase.
Los obreros no actúan así. Los obreros no fusilan a un burgués por ser un burgués; los obreros fusilan a un burgués, cuando es un burgués saboteador, terrorista, contrarrevolucionario o alzado contrarrevolucionario. La clase obrera castiga el delito, la traición contra la patria, y responsabiliza el crimen sobre la cabeza de los culpables.
Ellos no; ellos, al igual que en la guerra, actúan ahora. Antes cualquier tropa en la Sierra Maestra, cualquier tropa de la tiranía asesinaba a 20 campesinos. ¿Porque hubieran hecho algo? No. Porque eran campesinos, para sembrar el terror. Y así actúan hoy, para sembrar el terror, para sembrar el miedo.
Esos asesinos son agentes, en muchos casos, que el imperialismo prepara en Estados Unidos y los filtra por nuestras costas, para que hagan actos de sabotaje, para que cometan crímenes, para desalentar, para intimidar, para sembrar el terror. Pero eso no es nuevo. Eso es lo que han hecho siempre las bandas reaccionarias en todos los tiempos de la historia de la humanidad. El pájaro se conoce —según se dice— por sus hechos (RISAS); los reaccionarios se conocen también universalmente por sus hechos, por sus crímenes, por sus salvajadas.
Pero eso es síntoma de impotencia, de impotencia frente a nuestro pueblo; nuestro pueblo firme y nuestro pueblo heroico, nuestro pueblo lleno de dignidad que se enfrenta a las dificultades y las supera. No negamos que tenemos dificultades, pero estamos seguros de que las superaremos.
Sabemos que tenemos obstáculos en nuestro camino, dificultades grandes. Pero muchas de las dificultades que tenemos provienen de la presencia de sectores parasitarios en nuestro país. Y son esos sectores parasitarios de que hablaba antes, esos burgueses acomodados, usufructuarios de lo mejor que hay en el país, los que tratan de sembrar la desmoralización, los que siembran el caos en la distribución, los que se buscan un mediquito amigo que les de un certificado de dieta aunque no esté enfermo; los que van al peletero o al dueño de la tienda de ropa y le dicen: “sepárame tantas varas de tela y tantos zapatos”; los que se benefician con la mejor carne. Esos elementos que, sin producir nada usufructúan lo mejor, son la base social de la contrarrevolución.
Cuando ustedes quieran saber o se pregunten quién apoya a los contrarrevolucionarios, quién apoya a ese lumpen —porque se han unido el lumpen, los viciosos, la escoria social con los burgueses—, son los burgueses los que los apoyan, los burgueses rurales y los burgueses urbanos los que les dan dinero, los que les prestan sus maquinitas, los que les facilitan apoyo.
Porque lo mismo que la Revolución tiene su apoyo en la clase obrera, en las clases trabajadoras, la contrarrevolución tiene su apoyo en los parásitos, en los burgueses urbanos y rurales. Y les decía hace un rato que durarán como clase lo que ellos decidan de acuerdo con su conducta y de acuerdo con su actitud. Y que la Revolución de los obreros y de los campesinos no les tema a los burgueses, no les teme. Y la Revolución de los obreros y de los campesinos sabe que tiene fuerzas para liquidarlos como clase económica en nuestro país, y prescindir de sus servicios cuando sea necesario.
Pero, mientras tanto, lo que tenemos que ir haciendo es organizando nuestra república y nuestro país, de manera que los beneficios sean cada vez más para los que trabajan y cada vez menos para los parásitos. Y en eso la Revolución estará haciendo lo más justo.
Y aquí en este Varadero, refugio de un buen número de parásitos y de burgueses, es bueno que los compañeros del Instituto Nacional de la Industria Turística vayan pensando cómo ponemos esta maravillosa playa al servicio de los trabajadores (APLAUSOS Y EXCLAMACIONES DE:  “¡Fidel, Fidel!”).
Que en la época capitalista un obrero no pudiera venir aquí, bueno, se explica; que en la época capitalista un burgués viniera aquí, bueno, se explica. Pero que en la época de la Revolución Socialista estos lugares los disfruten principalmente los burgueses, no se explica, no se explica. Y por eso, si un obrero es el que tiene que trabajar y servir, que sirva a un trabajador; si una lavandera tiene que lavar la sábana donde duerme un huésped, que ese huésped sea un trabajador; que todos esos servicios que emplean en el trabajo, sean de los que trabajan y de los que producen. ¿Y los burgueses? ¡Allá ellos con su dinero! ¿Para qué les sirve, si los privilegios se van acabando?
Claro está, trabajadores, que esto no es fácil, esto requiere mucha organización, mucho esfuerzo, mucha elevación del nivel de conciencia ideológica del propio trabajador. No se trata solo de que nosotros enumeremos nuestras aspiraciones y nuestros derechos. Nosotros sabemos que estamos creando un mundo nuevo, nosotros sabemos que ese mundo será del pueblo, que ese mundo será de los que produzcan, de las generaciones venideras.
Nos reímos hoy, o podremos reírnos, o podremos mirar, si se quiere, serenamente nuestras dificultades. Hoy, no digamos reírnos, digamos que hemos de mirar serenamente nuestras dificultades, que mañana nos reiremos de ellas, porque nosotros sabemos que vamos sobre bases firmes y seguras; que ahora lo que tenemos por delante es el trabajo.
El compañero Béquer decía que el futuro, o la abundancia está a las puertas. Y yo le decía: no, compañero Béquer, la abundancia no está a las puertas, la abundancia está lejos todavía. Y es cierto, está lejos. ¿Con qué fábricas, con qué técnicos? Si aquí había cuatro fábricas viejas; unos centrales que ustedes saben que el que menos tiene, tiene 30 años; si no había nada, si se habían llevado todo el dinero; si los ricos invirtieron su fortuna en estos palacetes o se la llevaron para el extranjero, y dejaron al pueblo sin instrumentos de trabajo.
Ahora dicen: “el socialismo tiene dificultades”. Sí, los muy desvergonzados lo que no dicen que son las dificultades que nos dejó el capitalismo aquí: la pobreza, la incultura, la falta de instrumentos de trabajo.
Que nos hubieran dejado una industria metalúrgica instalada, que nos hubieran dejado toda una industria desarrollada, textil, de todos tipos, que hubieran desarrollado nuestra agricultura y hubiéramos recibido eso. ¡Qué bonito, habría una abundancia maravillosa!
¿Pero qué fue lo que nos dejaron? El vicio, el robo, la politiquería, el “casco y la mala idea”, como dicen por ahí los guajiros . Eso fue lo que nos dejaron. No van a embutir a nadie ni a engañar a nadie. Igual que los imperialistas: están allá contentosos pensando en que estamos pasando hambre, miseria, dificultad, después de que nos quitaron la cuota azucarera, prohibieron las exportaciones, sabotearon el comercio de nuestro país, un país de monocultivo y dependiente de un solo mercado; después de los golpes que ha recibido nuestra economía por parte del imperialismo, lo que asombra no es que pasemos algunos trabajos, lo que asombra es que hayamos podido resistir. ¡Eso es lo que debe asombrarles a ellos! ¿Qué gobierno habría resistido aquí? ¿Qué gobierno burgués habría resistido tales agresiones? (APLAUSOS Y EXCLAMACIONES DE: “¡Venceremos!” Y OTRAS CONSIGNAS REVOLUCIONARIAS.)
Se solazan pensando en nuestras dificultades y quieren hacer creer al mundo que estas dificultades son consecuencias de la Revolución, no consecuencias de sus agresiones para destruir la Revolución.
Lo admirable es que a este pueblo, al que le habían enseñado a mirar las cosas de manera que si los americanos decían:”sí”, sí; y si decían:”no”, no; y lo habían enseñado a ver las cosas de manera que los americanos moviendo un dedo tumbaban gobiernos, los americanos no solo hayan movido un dedo, sino la mano y hasta la “pata” completa y no hayan tumbado a nadie (RISAS Y APLAUSOS). Que además de todas sus agresiones económicas hayan organizado una expedición militar y se la hubiéramos hecho “fli “ en menos de 72 horas; que hayan organizado bandas de todos tipos y hayan tirado miles de armas en aviones y les hayamos agarrado todas las armas (RISAS). ¡Que metan saboteadores, quintacolumnistas —todo eso—; que asesinen brigadistas y, sin embargo, haya habido alfabetización; asesinen milicianos, asesinen trabajadores y, sin embargo, sea más firme el pueblo! Porque no se confunda nadie: ¡Esos que se asustan por ahí son los burgueses! (RISAS.) Es el miedo burgués y pequeñoburgués a las dificultades. ¡Los proletarios no tienen miedo y no le tienen miedo a nada! (APLAUSOS Y EXCLAMACIONES DE: “¡No!” Y “¡Venceremos! ¡Venceremos!”)
Los trabajadores no se asustan de nada; se asustan los burgueses, esos que se alarman; rumores, bolas, dejémosles el miedo a los burgueses y a los que se dejan influir por los burgueses. ¡Claro que los burgueses tienen influencias!, no desconozcamos eso, no desconozcamos nuestras dificultades. No olvidemos nunca que nos han dejado un país muy pobre y que tenemos que hacer un país nuevo y que tenemos que hacerlo con nuestro esfuerzo; pero también sepamos, en primer lugar, que las dificultades las estamos superando. Tenemos también un poco de más experiencia, un poco de más organización, hemos superado muchos defectos, deficiencias en el trabajo y las vamos superando en todos los frentes, en todos los campos; pero todavía tenemos mucho que hacer, todavía tenemos mucho que educar, mucho que aprender, mucho que elevar el nivel de conciencia de los trabajadores, el nivel político; llevar a cada hombre un sentido de su deber, de su obligación.
Claro está que hay decenas de miles de personas que hacen trabajo voluntario, que se sacrifican, que son conscientes, pero hay que llevar a más, a cientos de miles, hay que llevar esa convicción al ánimo de millones. ¡Claro está que contra la elevación del nivel moral del pueblo conspiran los burgueses, porque esos son los blandengues, los flojos, los que se quejan de todo, los que andan sembrando la desmoralización! Son iguales que los que en una plaza sitiada, rodeada por un ejército enemigo, siembran el derrotismo. Y nuestra isla es una isla sitiada por el imperialismo, y esos burgueses son los que siembran el derrotismo, é como tales a ellos, a sus prostitutas y a sus lumpens, hay que tratarlos cuando empiecen a tratar de debilitar la moral revolucionaria.
¡Sí! Porque cuando hemos tenido algunas dificultades con los abastecimientos, son los que han promovido shows. ¿A quiénes reclutaron? Reclutaron a la gente que ustedes saben: jugadores, viciosos, sargentos politiqueros — ¡el lumpen!—, proxenetas, prostitutas y burgueses. ¡Esos son los que organizan los shows: viciosos, jugadores, lumpen, proxenetas, prostitutas y burgueses! ¿Para qué? Para sembrar la desmoralización. Y hay que tratarlos como se trata al que en una ciudad sitiada por un ejército enemigo trata de sembrar el derrotismo. ¡Y como tales, ya ellos lo saben, los trataremos! ¡Ya ellos lo saben!
Y el pueblo comprende que esos son traidores a la nación, que son sembradores del derrotismo, son los que quieren levantar la bandera blanca y rendir a la patria y entregarla de rodillas frente al imperio criminal. Pero los trataremos como hay que tratar a los traidores; como un pueblo que no es capaz de ponerse de rodillas y que no se rendirá jamás, tratará a sus enemigos, a los vendepatrias, a los quintacolumnistas y a los traidores. ¡Y que no se alienten con las dificultades! Las dificultades hacen fuertes también a los pueblos. Mientras más tengamos que luchar, menos blandengues seremos y más nos despojaremos, más nos despojaremos de la blandenguería burguesa (RISAS Y APLAUSOS), de la cobardía que los burgueses tratan de insuflarle al pueblo, de la falta de espíritu de sacrificio que tratan de inculcarle al pueblo.
¿Y de qué se quejan los burgueses? ¡Y van a venir a hacernos creer que no sabemos lo que un pueblo resiste, si nosotros vivimos en la sierra durante dos años, donde no dejaban entrar un grano ni de azúcar, ni de sal, ni un cigarro, ni ropa, ni zapato y que tenía la población campesina, además, los aviones arriba todo el día! Sin embargo, aquel pueblo resistió. Mucha gente ya desde por la mañana se metía en cuevas, vivía bajo el terror de los aviones y ningún campesino se sintió derrotado; sabían que aquello era pasajero, sabían que algún día aquello pasaría. Y hoy las escuelas, los hospitales, los créditos, la ayuda que los campesinos están recibiendo es el premio merecido.
Los pueblos tienen una capacidad de lucha tremenda. Eso es lo que no saben los burgueses: adónde llega el sacrificio del pueblo, lo que es capaz de hacer el revolucionario, ¡cómo los espíritus revolucionarios se preparan a lo que sea, como sea! Porque eso es virtud de los pueblos heroicos, virtud de los pueblos que tienen derecho a ocupar un lugar en la historia. Y ese es nuestro pueblo. Los burgueses menosprecian a nuestro pueblo, subestiman a nuestro pueblo, lo desprecian, creen que es débil como ellos; creen que el espíritu proletario es el espíritu del burgués, “de aire acondicionado y colchón de muelles”. ¡Eso es lo que ellos ignoran! Ignoran que el pueblo irá venciendo los obstáculos. Tiene mejor organización, mejor experiencia; muchas cosas malas, sí, y contra ellas tenemos que luchar, contra la ineficiencia, contra las cosas mal hechas, pero esa debe ser lucha de todo el pueblo, de todas las organizaciones de masas, de todo el pueblo. Y el pueblo luchará.
Vuelvo a aquello que le decía al compañero Béquer: que está lejos la abundancia. Para ello, hoy están en las escuelas de secundaria y de preuniversitaria los futuros ingenieros. Hoy se están formando los técnicos; vamos a tener industria metalúrgica, y ya está en marcha todo el programa nuestro de industrialización. ¡Pero no es mañana ni es pasado! Llevaremos años y debemos saberlo; debemos saber cómo utilizamos lo mejor que podamos lo que tenemos ahora, mientras vamos preparando toda la generación de técnicos, llevando adelante nuestros planes industriales, para llegar a tener el día de mañana lo que no tenemos hoy, para poder el día de mañana reírnos de nuestras dificultades de hoy.
Hace dos días fui, movido por la curiosidad, a visitar ese gigantesco avión soviético: el TU-114. Llegué por ahí, sin previo aviso y me encontré dos técnicos del avión que no sabían español y por señas nos entendimos perfectamente. Cuando miraba aquel aparato, gigantesco, de líneas perfectas, de una capacidad, un volumen de pasajeros que pasa de 200, un verdadero tren volante, y miraba aquella máquina perfecta, lujosa incluso, de asientos cómodos, de mesas para comer, de todos los servicios, recordaba los primeros años de la Unión Soviética, su lucha contra los intervencionistas, contra los reaccionarios de todo tipo. Recordaba una película de cuando sacaron su primer tractor, un tractorcito, que hoy fabrican por millones. Y veía esa máquina perfecta y pensaba que aquello era obra de una revolución de obreros y campesinos, que hizo sus técnicos, sus ingenieros, sus fábricas, que lo hizo todo. Y pensaba: con cuánto sacrificio han logrado eso, cuánta hambre, cuánta miseria, cuánto luto tuvo que soportar ese pueblo, agredido por los reaccionarios de todo el mundo, para hoy poder ostentar por el mundo una máquina tan perfecta, que no tiene nada que envidiarle a la mejor máquina del imperialismo, del capitalismo. Y pensaba también que, así, nosotros hoy estamos viviendo los primeros años, en que hoy tenemos que expresar nuestro júbilo y lo tendremos que expresar cuando saquemos el primer tractor, el primer barco en nuestros astilleros, el primer motor — que lo tendremos— producto de nuestras minas, de nuestro acero, que haremos aquí, elaborado por nuestros técnicos. Y algún día no tendremos esos centrales viejos, algún día de esas fábricas siderúrgicas podremos hacer nuestras nuevas industrias azucareras mucho más modernas. Y entonces, desde luego, tendremos nuestro premio. Aunque no puede siquiera compararse nuestra situación con los años duros de otros pueblos, porque nosotros no haremos el primer tractor quizás hasta dentro de tres o cuatro años; pero, sin embargo, los estamos recibiendo por miles, como estamos recibiendo los camiones y maquinaria; estamos recibiendo tornos por miles, máquinas herramientas por miles.
Ahora mismo, estamos ya haciendo los planes de las máquinas herramientas que les vamos a dar a todas las escuelas e institutos tecnológicos; enormes cantidades de máquinas herramientas, fábricas. Estamos recibiendo una ayuda tremenda; ellos no pudieron recibir la ayuda de nadie. Y nosotros, ¿cuántos tractores? Tantos hemos recibido que, en ocasiones, ni siquiera hemos apreciado en todo su valor lo que significan esas máquinas; y, por eso, luego tenemos operarios descuidados, administradores descuidados, que como ha habido tractores en abundancia no los han cuidado; que como ha habido camiones en abundancia no los han cuidado.
Por eso es bueno que nuestro pueblo aprenda en la lucha, en el trabajo. Y créanme que si nos dieran a escoger entre una revolución sin dificultades, en que todo fuera fácil y sencillo, y una revolución con dificultades, escogería una revolución con dificultades, porque las dificultades son las que enseñan y engrandecen a los pueblos.
Y solo tendremos méritos, solo tendremos un gran pueblo organizado, disciplinado, trabajador, luchador, que alcanzará en el futuro extraordinarios éxitos, si hoy somos un pueblo que sabemos sacrificarnos; si hoy tuviéramos una revolución cómoda, quizás el día de mañana nos lamentaríamos de ello, porque no habríamos desarrollado la fuerza, la energía, la capacidad que necesitamos para el mañana verdaderamente grande y ambicioso que queremos.
¡Bienvenidas sean las dificultades y bienvenida sea la lucha, porque nos hará fuertes! ¡Seremos más fuertes, nos superaremos todos; todos, sin excepción, nos superaremos en la lucha y en la dificultad, y llegaremos más lejos! Y esto bien puede expresarse aquí como una convicción profunda, en este ambiente de obreros premiados, de obreros que dan el ejemplo, de obreros de vanguardia, de trabajadores que señalan el camino.
Nuestra felicitación más profunda y emocionada a esos obreros de más de 50 años, que recibieron premios, que fueron designados trabajadores ejemplares; nuestra felicitación a los jóvenes que obtuvieron también ese reconocimiento, nuestro abrazo de revolucionarios. Compañeros trabajadores, ejemplos vivos de dignidad, de sacrificio, de patriotismo: ¡Ustedes son los héroes más grandes de la patria! ¡Y sobre los hombros de ustedes, trabajadores ejemplares, héroes anónimos, sobre los hombros de ustedes — y lo digo aquí con la misma espontaneidad y la misma emoción con que hablaron algunos de ustedes aquí—, sobre los hombros de ustedes se construirá, indoblegable e indestructible, la patria de los hijos de ustedes, de las generaciones venideras!
¡Patria o Muerte!
¡Venceremos!
 FIDEL CASTRO RUZ

Fuente: http://www.cuba.cu/gobierno/discursos

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