julio 14, 2012

Discurso de Fidel Castro resumiendo la reunión con los Directores de Escuelas de Instrucción Revolucionaria (1962)

DISCURSO RESUMIENDO LA REUNION CON LOS DIRECTORES DE ESCUELAS DE INSTRUCCION REVOLUCIONARIA, CELEBRADA EN EL EDIFICIO DE LA DIRECCION NACIONAL DE LAS ORI
Fidel Castro
[27 de Junio de 1962]

― Departamento de versiones taquigráficas del Gobierno revolucionario ―

Compañeros directores de las escuelas de instrucción revolucionaria:
Ya yo tengo por experiencia que estas reuniones que son muy largas — y creo que tengo una vieja experiencia en reuniones largas— al final, cuando llega la hora de hacer este resumen o esta conclusión, suele ocurrir que ya las personas están cansadas y nosotros mismos estamos un poco cansados, después que estamos muchas horas, y ayer tuvimos una que fue más larga que esta todavía; esta creo que ha sido un poco más ligera y más breve.
En primer lugar, quiero expresarles nuestra impresión sobre la reunión. En realidad esta reunión nos hace a nosotros muy buena impresión, aunque por lo general nunca podemos sentirnos enteramente satisfechos de lo que hayamos logrado del trabajo, porque en realidad todo el trabajo revolucionario — y todo trabajo revolucionario tiene siempre muchas cosas que superar—, todo trabajo revolucionario, sobre todo en la primera parte, en la primera etapa de una revolución, tiene muchas lagunas, muchos defectos, y no puede ser de otra manera.
En realidad se tiene la impresión aquí, en una reunión como esta, de que poco a poco, venciendo los obstáculos naturales, tropezando, cayendo, volviéndonos a levantar, luchando, se ve realmente en marcha, se ve en marcha un gran movimiento de educación revolucionaria. Los compañeros que han hecho uso de la palabra representando a la dirección nacional de las escuelas de instrucción revolucionaria en cada provincia, han hablado aquí de manera seria, responsable. Han demostrado que hay una serie de compañeros seriamente enfrascados en el trabajo de la instrucción revolucionaria, que han tomado con una gran responsabilidad su tarea y que, además, son compañeros que se les ve la vocación por el trabajo que están realizando. Y además, nosotros sabemos que de la nada prácticamente se ha organizado este movimiento de instrucción o de educación revolucionaria.
Nosotros sabemos que una gran parte de ustedes fueron alumnos precisamente de los primeros cursos que se organizaron, y que producto de la selección en las escuelas, ha ido formándose esta organización, esta organización que ya cuenta con varios cientos de compañeros y de compañeras dedicadas, dedicados a este trabajo.
Es lógico que se cuente hoy con muchos más recursos humanos — que es lo más importante— de lo que se contaba cuando se comenzaron a organizar las escuelas; y es también el hecho evidente de que son todos ustedes compañeros jóvenes que tienen todas las posibilidades y todas las oportunidades de continuar desarrollándose, continuar preparándose, continuar capacitándose para este trabajo que apenas empieza.
La realidad de que de la nada se haya formado esta organización, y la posibilidad de que de las propias escuelas sigan surgiendo valores revolucionarios, valores jóvenes, materia prima de calidad para seguir formando cuadros para este movimiento de educación revolucionaria, permite hacerse una imagen optimista de las perspectivas que este movimiento tiene.
Y desde luego que es importante o es alentador este esfuerzo o esa posibilidad, por la importancia que tiene para la Revolución la elevación del nivel político de los cuadros y de las masas.
Hemos sido quizás menos exigentes que las academias, que las universidades, que los institutos, que los organismos. Hay centros de enseñanza ya preestablecidos, de enseñanzas técnicas, de enseñanzas universitarias, que son muy exigentes. Está bien, ellos se pueden dar el lujo de ser muy exigentes, si cuentan con un número, aunque sea pequeño, ya, de profesores formados; o tienen la posibilidad de contratar profesores para enseñar ingeniería, enseñar medicina, enseñar en las escuelas tecnológicas.
Pero no podía decir la dirección de escuelas de instrucción revolucionaria, que contara con un equipo de profesores altamente experimentados, ni mucho menos podía concebirse que para un trabajo de esta índole fuésemos a contratar profesores y técnicos para enseñar aquí en Cuba instrucción revolucionaria. Y sin embargo, lo que se está enseñando es más importante que la medicina, que la ingeniería, que la arquitectura; es más importante que cualquier facultad tecnológica o cualquier facultad universitaria. Lo que se está enseñando es más difícil, además de más importante: y lo que se está enseñando es también una ciencia, pero la ciencia más compleja, la ciencia más difícil, la ciencia más profunda, y no una ciencia muerta sino una ciencia en pleno desarrollo histórico. Porque, ¿qué puede haber más difícil y más complejo, en primer lugar, que una Revolución: qué puede haber más difícil y más complejo en la vida de los pueblos que la política: y qué puede haber más difícil que aquello que tiene que irse aprendiendo en medio del fragor de la lucha, de la batalla diaria? Y que de la propia lucha y de cada batalla tiene que ir extrayendo más y más conocimientos. Y porque, además, la política y la Revolución, en general todas estas actividades de la sociedad humana, por lo general aparecen ante los ojos del pueblo camufladas, ocultas por un sinnúmero de fachadas que ocultan a la vista de los pueblos el verdadero fondo de las cuestiones políticas y sociales. Pero, además, es algo que hay que ir dilucidando en medio de pasiones, en medio de los odios de clase, en medio de tremendos conflictos de intereses. Por eso es la política y la Revolución algo mucho más difícil que cualquier cosa que se estudie en las universidades. Hemos sido menos ambiciosos y sin embargo somos más ambiciosos; es decir, nos hemos conformado con empezar utilizando lo poco que teníamos, y sin embargo aspiramos a que algún día podamos utilizar lo mucho que estamos formando hoy. Hemos sido más prácticos, porque nos hemos adentrado por estos caminos, avanzando lentamente si se quiere, pero ganando terreno cada día; hemos ido ganando terreno, y así, con constancia, con tenacidad, iremos logrando en el camino de la ciencia política todo lo que nos propongamos ganar. Y cuando nosotros hablamos de ciencia política y de ciencia revolucionaria, nos estamos refiriendo a la única ciencia política y a la única ciencia revolucionaria verdadera, que es el marxismo.
Para la Revolución nuestra, proceso convulso, audaz, que se adentra en la historia firme y resueltamente, desafiando tantas y tantas dificultades, significa mucho el que nuestro pueblo, todos nosotros —unos más tarde, otros más temprano—, hayamos ido haciendo nuestra la única ciencia política y revolucionaria verdadera que existe.
Desde el momento en que nuestra Revolución, por el hecho mismo de ser una revolución, por el hecho de haber desatado las fuerzas revolucionarias de nuestra sociedad, por el hecho mismo de haberse enfrentado resueltamente al enemigo — y el enemigo no era otro que el imperialismo—, por el hecho mismo de habernos enfrentado a los enemigos de los pueblos — y los enemigos históricos de los pueblos no eran otros que los explotadores de los pueblos—, por el hecho de haber desatado la lucha de clases en toda su dimensión, arribáramos inevitablemente hacia la única formulación ideológica a que podía arribarse, hayamos hecho nuestra la riquísima experiencia, experiencia de más de un siglo, el caudal extraordinario de conocimientos que el marxismo encierra, significa para nosotros una ventaja extraordinaria en esta lucha.
Porque el marxismo no es solo la única verdadera ciencia de la política y de la revolución, sino que desde que el hombre tiene conciencia de sí mismo, es la única interpretación verdadera del proceso de desarrollo de la historia humana. Y nada menos que en este terreno, en ese caudal inmenso de experiencia y de conocimiento, nos hemos adentrado con lo que teníamos, con lo poco que teníamos, para desarrollar un movimiento de la magnitud de este movimiento de educación revolucionaria, y sin embargo modestamente, modestísimamente, hemos ido ganando terreno, hemos ido avanzando y hemos establecido ya prácticamente las bases para seguir adelante.
Sin embargo, tenemos que estar conscientes, muy conscientes, de que solo estamos comenzando, y que nos queda por delante un trecho muy largo. Pero nosotros no estudiamos marxismo por simple curiosidad filosófica o histórica. No. Para nosotros es vital, es fundamental, es decisivo, estudiar marxismo y enseñar marxismo: para la Revolución es vital y es decisivo estudiar marxismo y enseñar marxismo.
Para un proceso político normal, para una revolución de mentirijillas —como esas revoluciones que hemos visto por ahí muchas veces, que a los demagogos o a los mal intencionados, para confundir a los pueblos acerca de las revoluciones verdaderas, les dio por calificar de revoluciones—, no había que estudiar marxismo, ni había que estudiar nada; si acaso, con estudiar para politiquero le bastaba a cualquiera.
En la época de la politiquería nadie tenía que estudiar absolutamente nada. Pero en medio de una revolución, de una revolución verdadera como es esta, en medio de un cambio tan profundo, tan audaz, en medio de un conflicto de tal dimensión histórica como es el conflicto en que nosotros estamos enfrascados con la más poderosa fuerza reaccionaria del mundo, hay que estudiar, y hay que estudiar de verdad; y hay que adentrarse a fondo, y hay que sacar a relucir todas las armas y todas las fuerzas de la ciencia y de la verdad.
Para orientarnos nosotros mismos, en primer lugar, y para saber orientar correctamente a nuestro pueblo, tenemos que aprender y tenemos que enseñar. Estudiar y enseñar, porque es vital y es decisivo para la Revolución, puesto que aquí se han enfrentado fuerzas históricas, intereses antagónicos e irreconciliables, en una lucha a muerte. Entonces no se puede ser irresponsable, no se puede ser superficial, no se puede echar a un lado el estudio, sino que hay que aferrarse a él, porque en él encontraremos nuestras mejores armas, en él encontraremos las más claras explicaciones y en él encontraremos la orientación que tenemos que darle a nuestro pueblo. Porque en el choque de estas fuerzas históricas chocan las ideologías, y el enemigo se vale de sus mejores armas, el enemigo se vale de sus más sutiles mentiras, el enemigo se vale de toda la fuerza de la tradición, el enemigo se vale de la ignorancia, el enemigo se vale, en fin, de todos los recursos. Y los revolucionarios tenemos por eso que valernos de las mejores armas de la verdad, de los más claros razonamientos para las masas, y con el arma de la verdad, de la razón y de la pasión revolucionaria, enseñar a las masas y llevarlas victoriosamente hacia adelante.
Creo que no le quedará duda a nadie de la importancia que por eso tienen las escuelas de instrucción revolucionaria.
Lamentablemente, a veces, confundieron el objetivo de las escuelas; lamentablemente hubo gente irresponsable, como la hay en todas partes, que creyó muchas veces que las escuelas eran un entretenimiento para mayores, un kindergarten para personas problemáticas, o un centro de chapistería para personas políticamente averiadas.
Y eso no pasó solo con las escuelas de instrucción revolucionaria. Muchas veces ha pasado eso con otras escuelas; muchas veces ha habido administradores que son los que han elegido para una escuela y han mandado al que más le ha estorbado, al primero que se les ocurrió. Desgraciadamente hemos tenido mucha gente en muchas partes cuyos cerebros no han estado aptos para comprender la idea de la importancia de la educación en cualquier campo para la Revolución, en cualquier campo, ya no solo en este campo, que es el campo más importante, es decir, el campo de la educación política, sino en el de la educación técnica, o de cualquier tipo de las tantas enseñanzas que la Revolución tiene que impartir a las masas.
Desgraciadamente, nuestras escuelas de instrucción atravesaron y sufrieron también las consecuencias de concepciones equivocadas; las escuelas también sufrieron, como sufrieron todas las organizaciones de masa, como sufrió el aparato político de la Revolución, las consecuencias de concepciones equivocadas sobre el papel de las masas en la Revolución y, por lo tanto, la importancia de las organizaciones de masa y de los organismos destinados a fortalecer la conciencia revolucionaria de las masas. Y a las escuelas les llevaban cuadros, como a las organizaciones de masa les llevaban cuadros, como a los comités políticos les llevaban cuadros, en una política que tendía a producir una anemia permanente, privando a todas las organizaciones de sus mejores cuadros. De manera que no tenía nada de extraño que sacaran al director de una escuela para designarlo, por ejemplo, administrador de un almacén; o al secretario de un sindicato nacional, para situarlo de administrador de un consolidado; o al secretario de una sección sindical, para designarlo jefe de un taller de mecánica. Y que eso, en realidad, es producto simplemente de una concepción equivocada, y que parte de una posición que es definitoria sobre el revolucionario: su actitud con respecto a las masas. ¡O se tiene fe en las masas o no se tiene fe en las masas! Y de esa posición ante las masas depende el método: o un método de masas o un método antimasas.
El método antimasas se caracteriza por la selección subjetiva, de dedo, los métodos subjetivos, las selecciones de dedo, la idea mesiánica acerca de la importancia del funcionario, del administrador; querer arrastrar a los pueblos por los cabellos, en vez de echar a andar al pueblo, en vez de hacer andar al pueblo.
Y claro que una concepción errónea nos condujo a métodos erróneos, o una actitud errónea ante las masas nos condujo a métodos erróneos y a resultados sencillamente absurdos. Bien, pero eso no tiene que desanimar a nadie, eso no ha desanimado a nadie. Y el espíritu con que se han rectificado los errores ha sido un espíritu verdaderamente revolucionario, verdaderamente marxista, que va hacia el fortalecimiento de todos los frentes revolucionarios, y cuyos frutos se verán, ¡y no tardarán en verse! Y todos lo comprenderemos, todos absolutamente lo comprenderemos.
Porque hay dentro de la Revolución también mucha gente honrada que se puede equivocar y que se equivoca, pero como que es antes que nada honrada, honesta esencialmente, comprende rápidamente y perfectamente dónde puede haber una equivocación, y la supera. Los métodos equivocados nos llevaban a la formación de un partido que se nos iba a llenar cada vez más y más de oportunistas y de mediocres, es decir, a no tener ningún partido; los métodos equivocados nos llevaban a estar gastando millones y millones de pesos — que salen del sudor de los trabajadores— en educar no a la clase obrera sino, en muchos casos, a la pequeña burguesía, y a “chapistear” gente. Y las consecuencias las vimos en más de un curso y en más de una escuela, cuando salió a relucir en algunos casos la pobre calidad, la pobre calidad de algunos cursos o de parte de algunos cursos, naturalmente.
Y desde luego que la tarea de la educación revolucionaria tiene que ir estrechamente unida a la tarea de la organización de la vanguardia revolucionaria, a la tarea de la formación del partido revolucionario de la clase obrera, porque son dos cosas indisolubles.
Si no hay partido revolucionario, si no hay método revolucionario, no habrá educación revolucionaria. Y si no hay educación revolucionaria no habrá partido revolucionario. Un partido de burócratas se puede organizar perfectamente; métodos mecánicos se pueden aplicar perfectamente, y entonces la instrucción responderá a esos métodos, responderá a esa concepción, porque no puede librarse la educación de las consecuencias de los errores. Ahora, las condiciones que se van creando son distintas: los oportunistas de cualquier tipo tienen las puertas cerradas. Hubo aquí algunos que se creyeron que la rectificación de errores era la justificación de otros errores; hubo, incluso, quienes no entendiendo bien lo del antisectarismo, trataron de disfrazar de antisectarismo su antimarxismo; hubo quienes se afilaron los dientes. Y, sin embargo, la rectificación de errores no quería decir un paso atrás, sino un gran paso adelante en todos los frentes. Y en todos los frentes teníamos que dar un gran paso adelante, porque en todos los frentes estábamos sufriendo las consecuencias de los errores y, entre otros, en la economía, que estábamos sufriendo las consecuencias de la anarquía, de la irresponsabilidad y del caos.
Tardaremos algunos meses, pero en el campo de la economía se verán también los resultados del esfuerzo que se está realizando. En el campo político, se marcha lentamente, pero, ¡ah!, cuanto pícaro que se había colado se ha ido quedando afuera, cuanto pícaro y cuanto oportunista.
¡Qué cosa tan triste!, que el desertor, el traidor, el débil, el cobarde, empujando más que nadie, estuviera aflorando y asomando por todas partes, que se daba el caso, porque ese es más peligroso; el oportunista es muy peligroso, porque “cuela” y después empuja todo lo que puede. Sin embargo, de los trabajos que se están realizando, ¡qué magnífica selección de compañeros revolucionarios!, ¡qué magnífica integración!, porque es la integración que se basa en lo que tiene que acabar de basarse, que es en la calidad, en el mérito, en la honradez revolucionaria, en la conducta de cada revolucionario, y en la ligazón con las masas.
¡Qué gran limpieza!, no grande por el número, no. Grande por la calidad de los elementos negativos que se habían filtrado, nada menos que dentro del aparato de vanguardia de la clase obrera.
¡Ah!, y eso se refleja inmediatamente ya en este frente de trabajo, porque nosotros tuvimos oportunidad de descubrir que estábamos gastando millones de pesos para educar no a la clase obrera sino a la pequeña burguesía. Y, señores, vamos a dejarnos de cuentos, hay que integrar, sí, hay que integrar todo lo que se quiera, hay que ganarse a la pequeña burguesía —¡cómo no!, todo lo que se pueda ganar—, hay que arrastrarla hacia el proletariado, no hacia el imperialismo, no hacia la reacción. Eso está muy claro. Pero eso no puede querer decir de ninguna manera educar a la burguesía, a la pequeña burguesía y convertir a la pequeña burguesía en vanguardia de la revolución proletaria.
Hablemos claro aquí, entre nosotros, entre pequeños burgueses y proletarios, como los que estamos reunidos aquí por nuestros orígenes; hablemos claro, sin que nadie tenga que sonrojarse, porque al fin y al cabo, la posición de cada cual en la revolución es la que cada cual adopte, si adopta la posición del pequeño burgués o adopta la posición del proletario. Y el pequeño burgués puede adoptar la posición del proletario, la ideología del proletariado y la actitud revolucionaria que corresponda al proletariado, pero no creamos que fomentamos el espíritu proletario, o desarrollamos el espíritu proletario, desarrollando la pequeña burguesía. Desarrollaremos el espíritu proletario desarrollando al proletariado, educando al proletariado, liberándolo incluso de muchas de las trabas y de los lastres que le quedan porque no trabajan en balde y no dejan de hacer mella sobre el proletariado, todos los vicios y todas las consecuencias de haber tenido que vivir dentro de una sociedad capitalista y antiproletaria.
El espíritu del proletario es más fuerte, compañeros y compañeras, el espíritu del proletario es más recio; como clase, como clase, sus características son distintas al espíritu del pequeño burgués y, por supuesto, al espíritu del burgués.
Y las virtudes del proletario son más sólidas, más fuertes, más firmes, y en esto no hace falta ni razonar demasiado. Como les decía a los compañeros de la escuela de instrucción revolucionaria de la provincia de La Habana, no es lo mismo el espíritu de un oficinista que trabaja en un ministerio, que el espíritu de un minero que trabaja a 1 000 metros bajo tierra. Y constantemente lo vemos: no es lo mismo el espíritu del oficinista que el espíritu del guajiro que sube todos los días la loma; porque hasta ese guajiro, hasta ese guajiro que no es proletario, pero que tiene que enfrentarse a la naturaleza dura y áspera, desarrolla un espíritu más firme, desarrolla una capacidad de abnegación mayor, una capacidad de sacrificio más acentuada.
Y eso se ve, las selecciones para las escuelas eran selecciones de dedo: fulano va para la provincial, mengano va para la nacional. No se tenían en cuenta absolutamente para nada las características, las cualidades, el mérito. Las selecciones de los núcleos eran de dedo, y eran hasta clandestinos —pero de eso no estamos tratando hoy, hago una simple referencia—, desgraciadamente era así. Claro que muchas veces de dedo se puede señalar a mucha gente buena, porque cualquiera de dedo puede señalar a un gran individuo, y en los núcleos había mucha gente buena de dedo, pero que su condición de miembro del núcleo no tenía nada que ver con su conducta, con sus méritos, sino la suerte de que lo conocían, la suerte de que el que organizó el núcleo se acordó de que él existía; no tenía nada que ver con la masa, ni con la opinión de la masa. Y así también para la escuela, y resulta que la Revolución se estaba gastando 10 millones de pesos, ¡diez millones de pesos! — y que son pesos de verdad, porque son pesos en comida, son pesos en gastos materiales—; se estaba gastando en eso 10 millones de pesos.
Y, claro, todo el esfuerzo que hacían los compañeros en las escuelas se veía limitado en sus frutos por esos métodos.
De ahora en adelante las funciones de la escuela serán muy distintas. Un compañero dijo aquí que solo la historia diría si estuvo bien o estuvo mal que se chapisteara a mucha gente. Y yo coincido con ese punto de vista del compañero. Incluso cuando la selección no era la mejor o la ideal, la escuela no dejó de hacer surtir sus efectos sobre mucha gente, incluso no dejó de chapistear a mucha gente, que la chapisteó de verdad, desde luego; pero las escuelas no son para chapistear, e independientemente de que la historia diga si fue bueno o fue malo chapistear, no cabe ninguna duda, ni tenemos que esperar a la historia para saber que en este momento lo único correcto es que las escuelas dejen de ser escuelas de chapistería, que lo único correcto es que las escuelas se conviertan en escuelas de la clase obrera fundamentalmente.
Y ya se refleja en las escuelas la nueva composición de los alumnos. Porque las escuelas no van solo con un programa mejor —producto, naturalmente, de la experiencia—, con un programa más elaborado, programas que naturalmente van en un proceso de adaptación hasta que más adelante ya quede para cada nivel la materia que hay que estudiar; aparte de los programas, en las escuelas ya hay otra composición.
Y aquí está la prueba. En la provincia de La Habana, en el curso anterior solo había un 18% de obreros industriales, la mayor parte era de procedencia no proletaria. Y en este momento hay 46,2% de obreros industriales en la escuela provincial de La Habana.
Es decir que la composición ha aumentado de 18% a 46,2% y, desde luego, es un porcentaje alto si se tiene en cuenta que somos un país subdesarrollado.
Empleados de oficinas, 15,48%. La proporción anterior era posiblemente a la inversa, digo posiblemente por no tener aquí el dato exacto.
Técnicos, 5,31%; administración pública, 4,87%; fuerzas armadas, 3,98%; trabajadores de la enseñanza, 1,33%.
Pero ya en la escuela la composición es de una influencia decisiva de alumnos de procedencia proletaria.
Naturalmente que en muchas provincias no hay ni siquiera industrias, pero hay trabajadores agrícolas, hay obreros no industriales y, desde luego, en las provincias suele haber por lo general una gran proporción de burocracia, porque aunque La Habana es la ciudad burocrática por excelencia, la contrapesa el hecho o la presencia de un gran número de obreros industriales, porque de las pocas industrias que teníamos en nuestro país gran parte estaba en la capital de la república.
Ya en las escuelas varía la composición, y ahora, en el futuro —como explicó el compañero Lionel— a las escuelas provinciales irá el 80% de los alumnos seleccionados por méritos de las escuelas básicas.
A las escuelas básicas irán los miembros de los núcleos y los trabajadores mejores, trabajadores seleccionados de cada centro. Es decir que podrán ir a las escuelas básicas obreros que no son miembros del núcleo; incluso pudiera darse el caso de que un obrero no miembro del núcleo resulte ser tan buen alumno y tan correcto, puntual, y evidentemente revolucionario su comportamiento, que vaya a una escuela provincial aun cuando no sea miembro del núcleo. Lo que es muy posible que ese obrero que pasó por la escuela básica y pasó por la escuela provincial, tenga muchas posibilidades de ser aceptado después en el núcleo del centro de trabajo de donde procede.
Las escuelas, naturalmente, no serán solo para los núcleos, sino para enseñar a las masas, a la clase obrera, y servirán también para descubrir inteligencias, servirán para descubrir cabezas revolucionarias y caracteres revolucionarios; servirán para fortalecer no solo ideológicamente, sino numéricamente también a los núcleos revolucionarios.
Pero, desde luego, antes que nada, los miembros de los núcleos; pero para los miembros de los núcleos hay ya también un programa y se está confeccionando un material. Desde luego que muchos de los miembros de los núcleos han pasado ya por escuelas básicas; esos compañeros ayudarán a los otros que no han pasado por las escuelas básicas a estudiar el programa y el material que se va a enviar a cada núcleo, y se está imprimiendo material para los círculos de estudio de los núcleos, donde estudiarán los miembros de los núcleos ayudados por los que ya han pasado por las escuelas básicas.
En esos mismos círculos de estudio de los núcleos pueden estudiar otros obreros, aunque no sean del núcleo, y con eso los van introduciendo en la materia, para después ir a las escuelas básicas. Y de las escuelas básicas podrán ser seleccionados para las escuelas provinciales; y se reserva un 20% para cuadros, para enviar a las escuelas provinciales, compañeros que no provengan directamente de las escuelas básicas sino para cuadros políticos.
Es decir, se ha dejado un margen para la selección por los organismos del Partido para enviarlos a las escuelas provinciales.
Ahora bien, ¿qué es una de las primeras cosas que ustedes tienen que explicarles a los alumnos en cada curso? Que aquel curso, que ese curso no les va a dar ningún privilegio, que ese curso no les va a dar ningún derecho especial, que de ese curso van a volver al centro de donde proceden, que del curso no van a salir líderes por el hecho de haber pasado un curso, que del curso no van a cambiar de trabajo: que la escuela es una oportunidad de fortalecer sus conocimientos políticos, pero que volverán al punto de donde proceden. Para que no ocurra como el caso de aquel obrero agrícola que fue a la escuela Sierra Maestra, y después de terminar el curso, al encontrarse con unos compañeros en la granja, les dijo: “Miren, aquí me tienen olvidado, todavía estoy dando azadón aquí en esta granja.” El hombre pasó un curso de tres meses, y cuando volvió al campo creyó que ya no estaba llamado a trabajar como estaba trabajando antes.
Pero es más: cuando se va a la escuela provincial, hay que recalcarle mucho que de allí volverá a su centro de trabajo, porque las escuelas provinciales tienen por misión fundamental educar también, educar a los cuadros que ya son cuadros, preparar a los militantes, preparar mejor a los buenos obreros.
¿Pero que va a ocurrir? ¿Acaso que los 900 alumnos que pasan por las escuelas se conviertan en cuadros? No. De las primeras escuelas hubo que traer muchos cuadros, muchos profesores; pero el objetivo de las escuelas no es ese, de la escuela provincial volverán a su centro de trabajo. Cuando el Partido necesite a un militante convertirlo en cuadro, naturalmente que escogerá al militante que esté mejor preparado; pero eso no quiere decir que desde el momento que pase por la escuela queda automáticamente convertido en cuadro, sino que vuelve a su núcleo, vuelve a su centro de trabajo.
Lo que a la Revolución le interesa es que en cada centro de trabajo haya obreros preparados, obreros con una gran educación política, obreros capaces de orientar a sus compañeros, obreros capaces de explicar el socialismo, de discutir contra los derrotistas, discutir contra los ignorantes, de salirles al paso a los argumentos del enemigo, de explicar el porqué de cada dificultad, de explicar el pasado, de explicar el presente y de explicar el futuro.
Lo que la Revolución necesita en cada centro de trabajo son militantes capacitados, los más educados políticamente, porque cuantos más militantes revolucionarios y con alto nivel de educación política tengamos en el centro de trabajo, más fuerza tendrá la Revolución, más apoyó en las masas, más solidez.
Porque, señores, es un principio elemental que la Revolución y el Partido no son instrumentos de beneficios personales. Esclarézcasele a cada estudiante, a cada alumno de las escuelas, como el primer principio, de que ser revolucionario quiere decir abnegación, quiere decir sacrificio, quiere decir humildad, quiere decir el primero en los trabajos más duros, el primero en el ejemplo, el primero en el esfuerzo, el primero en el peligro; eso, y apartar de la mente de cualquiera la idea de que la escuela o el Partido sean vehículos de beneficios personales para nadie, de cambiar el azadón por el tractor, ¡no!
Se cambia el azadón por el tractor en una escuela de tractoristas, en una escuela técnica. Se cambia un trabajo por otro con la superación técnica; no a través de la escuela, no a través del Partido. El Partido no es prebenda, el Partido es sacrificio; al Partido no se va a buscar nada. Enseñémosle primero que nada a cada revolucionario, que al Partido se va a darlo todo; y defendamos a cada revolucionario de esos administradores que cuando hay un buen cuadro sindical lo quieren sacar de la organización sindical para meterlo en un taller, o cuando sale un alumno de la escuela lo quieren sacar de su trabajo para convertirlo en jefe de algo o administrador de algo; porque esos administradores que así actúen son enemigos de nuestro esfuerzo, son enemigos del esfuerzo de hacer un gran partido revolucionario.
Porque entonces habrá gente que quiera ir a la escuela para ver si cuando regresan le mejoran el trabajo. Y cuando tengamos un buen militante revolucionario nos lo van a sacar de allí para ponerlo de jefe. Y entonces él tendrá un jefe, pero nosotros habremos perdido un militante, y un militante revolucionario interesa más que un jefe administrativo; y eso es un principio fundamental.
Para administradores, escuelas de administradores; para cuadros administrativos, que se vaya a la masa, porque la masa es una gran cantera; lo que tenemos es que crear condiciones para que no se elija a nadie por haber ido a una escuela de cuadros o porque sea del núcleo. Cada núcleo debe esforzarse para que en el centro de trabajo existan condiciones que permitan a cualquier obrero de la masa, a cualquier miembro de la masa, por sus méritos, por su capacidad, por sus cualidades, ser promovido a cargos administrativos más importantes, a trabajos de responsabilidad. Que de la masa surja cualquier obrero; que ningún obrero vea en el núcleo a los privilegiados; que nadie pueda ver en el núcleo el trampolín para mejorar de posición personal. El núcleo no es eso; el militante no es eso. Nos interesa mucho más ese militante humilde, con su sueldo humilde, convertido allí en un baluarte de la Revolución, que ese militante convertido en un administrador.
Si en un momento dado en un departamento hay que escoger al obrero más capaz, más competente, que demuestre más conocimientos, y ese resulta ser el del núcleo, el militante, y lo llevan allí, bien; pero que no lo lleven por ser el militante. Y dentro de un mismo departamento puede haber alguien que no sea militante y sea de más conocimientos, de más experiencia.
¿Y qué debe hacer el militante? Promover a ese. Y si lo van a llevar a él, decir: “No, no me llamen a mí, porque ese compañero tiene más conocimiento, tiene más experiencia y puede desempeñar mejor que yo el cargo; él no podrá desempeñar como yo mi papel aquí de militante y soldado de la Revolución, pero él puede desempeñar mejor que yo el papel de jefe de ese departamento o tal cargo dentro de la producción.
Esas son las condiciones que nosotros tenemos que crear en todos los centros de trabajo. Es decir, condiciones para que de las masas surjan los mejores valores, para que de las masas surjan las mejores inteligencias para cada cosa.
No se concibe que en un teatro falte el violinista y quieran convertir en violinista al portero del teatro porque sea el militante mejor del núcleo revolucionario. Hay que buscar a otro para violinista; a él no lo pueden llevar para violinista. Y si él no tiene inteligencia de músico, no debemos hacerlo músico; debemos hacerlo cualquier otra cosa menos músico. Lo que debemos tratar de extraer de las masas los mejores valores.
La organización política será siempre una selección.
La organización política no es la masa, es la dirigente de la masa; es la que dirige a las masas, desarrolla a las masas, promueve a las masas y crea las condiciones que permitan que las masas den lo mejor de sí, sus mejores valores a trabajar para la sociedad, a trabajar para la Revolución, a trabajar para la patria.
Y esas condiciones son las que tiene que crear el Partido en cada sitio. ¿Qué método vamos a seguir, qué línea vamos a seguir? Pues vamos a seguir la línea de defender los cuadros del Partido, de defender los cuadros de las organizaciones de masa, de defender los cuadros de las escuelas; que las escuelas vayan formando cuadros, pero que no les quiten cuadros a las escuelas, y no sea que el día que haga falta un administrador para una fábrica, quitemos a un director de escuela para meterlo en una fábrica, con lo que posiblemente sacaremos a ese compañero de lo que sabe hacer, para situarlo en lo que no sabe hacer.
Hay que defender los cuadros de las escuelas, hay que defender los cuadros de las organizaciones de masa y, sobre todo, hay que defender los cuadros políticos más que nada, que no pueden estar disponiendo de los cuadros políticos, ni quitándoselos a la organización. Cuesta mucho trabajo hacer un buen cuadro, cuesta años adquirir experiencia, y es sencillamente un desaguisado y una equivocación quitarles los cuadros a las organizaciones de masas, porque las organizaciones de masas son lo más importante que tiene la Revolución, su aparato político, lo más importante de todo, más importante que el aparato administrativo. Porque un buen administrador claro que es importante para la producción; pero no es el hombre, el buen administrador, el que impulsa la producción; son las masas; y las masas se mueven a través de sus organizaciones, a través de sus sindicatos, a través de sus organizaciones de jóvenes, de mujeres, los Comités de Defensa, los milicianos. No. Esa es una idea mesiánica, el administrador no es el non plus ultra; claro que un mal administrador hace más daño que un elefante en una cristalería, porque dificulta el trabajo de las organizaciones de masas, dificulta enormemente el trabajo de los cuadros políticos y de las organizaciones de masas. ¿Pero qué pinta un administrador solo, por maravilloso administrador que sea, si no hay espíritu de trabajo en los obreros, si no hay emulación, si no hay vanguardia dentro de aquel centro de trabajo, si no hay quien de el ejemplo, quien trace las pautas?
Y trabajar como cuadro político, como cuadro de las organizaciones de masas, tiene que ser para cualquier revolucionario el más alto honor que le pueda conferir la Revolución, y tanto más grande cuanto que posiblemente estará más mal pagado y sus ingresos serán más modestos, en definitiva al revolucionario no tiene que importarle eso. Y nosotros tenemos que hacer revolucionarios. Ser revolucionario significa marchar a la vanguardia en todo, a la vanguardia en las ideas; ser revolucionario significa contemplar, sí, con realismo, las condiciones objetivas de cada momento histórico, pero al mismo tiempo comprender que esas realidades objetivas no se ajusten a los supremos ideales que un revolucionario lleva dentro de sí — las supremas aspiraciones—, como ahora mismo las realidades objetivas nos dictan muchas desigualdades, las realidades objetivas nos dictan muchos privilegios todavía, y dentro de la sociedad nuestra, a pesar de todo lo que hemos avanzado y sin que podamos evitarlo, subsisten todavía muchos privilegios, subsisten todavía muchas situaciones privilegiadas.
El revolucionario contempla esa verdad con visión objetiva, con sentido real de la historia, pero sabe que eso es un tránsito. Sin embargo él, su posición, tiene que estar por encima de todos esos privilegios, su disposición tiene que ser hacer dejación de cualquier privilegio en el momento en que sea necesario.
Los revolucionarios son los que van delante, y la realidad impone inevitables desigualdades durante muchos años, desigualdades que existen dentro de nuestra sociedad y existirán dentro de muchos años.
Nosotros comparábamos el caso del médico que daba 60 consultas diarias en la medicina rural y ganaba 240 pesos, con el dueño de un taller de construcciones que ganaba 3 000 mensuales. Y comentábamos con él: “Qué triste es pensar que mientras uno como tú, que ayudas a 60 personas todos los días a conservar su salud, ganas diez veces menos que aquel que dentro de nuestra sociedad, sin ayudar a nadie, gana doce o quince veces lo que tú ganas.” Y esas son realidades que existen y existirán lamentablemente, en nuestro país determinado tiempo, que será tanto más breve cuanto más se atrevan a desafiar esas clases de privilegiados que quedan en el poder de la Revolución.
Y si el poder de la Revolución es desafiado por esas clases, alentadas por el imperialismo, sus intereses y su condición como clase durarán aquí lo que dura un merengue en la puerta de un colegio.
Ya nos las arreglaremos para suplantarla si las circunstancias lo exigen, que para eso estamos entregados a la tarea de hacer un poderoso partido revolucionario, que para eso estamos creando condiciones: ¡Para estar en condiciones de salirle al paso al enemigo cuando sea necesario y en las circunstancias en que sea necesario! Para eso estamos desarrollando un nuevo método, una nueva concepción.
Nuestro método antes no nos permitía librar la batalla contra esa clase. ¿Por qué? Porque encontrar administradores para 160 centrales no era tarea imposible, encontrar 160 hombres no era tarea imposible, 160 compañeros más o menos competentes; mientras la lucha era con la alta burguesía, con nuestros métodos anteriores podíamos ir saliendo adelante, con el método de saca de aquí, saca de allá, busca por aquí y busca por allá. Pero cuando la batalla fuera contra esa clase que es más numerosa, si nuestros métodos son nuestros métodos de antes, nuestros métodos de dedo: saca de aquí y saca de allá, y ya no hubiera de dónde sacar, ¿cómo nos íbamos a enfrentar a esa clase? ¡Ah!, cuando los métodos son de masas, y cuando hacen falta 3 000 para estudiar de auxiliares de administración los escogemos por asamblea entre los mejores trabajadores, y no le encomendamos a nadie esa tarea de dedo, porque confiamos mucho más en el cerebro de las masas que en el dedo de los hombres, porque es más difícil engañar a la masa que engañar a los hombres, conquistar a la masa que conquistar a los hombres, adularle a la masa, que adularles a los hombres.
Si nosotros sabemos extraer de las masas todos sus valores, como hemos extraído más de 300 jóvenes que irán a Helsinki... ¡Y qué impresionante, qué extraordinaria cosa es ver cómo en los planteles y en los centros las masas han escogido a los mejores jóvenes! Método infalible, de lo cual tenemos pruebas. Porque nosotros sabíamos que había una muchachita salida de la Ciénaga de Zapata, prácticamente analfabeta, que vino a una escuelita, que tenía un gran talento de escritora y que fueron tan descollantes sus cualidades de inteligencia que de allí pasó a una escuela de maestros, y supimos después que por unanimidad la habían escogido sus compañeras para ir a Helsinki. Y nos decíamos: Ahí no hay casualidad. Era lógico.
Cuando supimos de un Camilito, que en dos años había avanzado tanto como desde el analfabetismo hasta la secundaria básica, muchacho de relevantes cualidades, y después lo vimos en el periódico escogido por sus compañeros, pensábamos: “Ahí no hay equivocación posible.” Porque fue claro y evidente para nosotros que las masas cuando escogieron habían escogido a personas de cuyas brillantísimas cualidades ya teníamos noticias, y donde estaban esos muchachos, no escogieron a otros, los escogieron a ellos.
Cuando en Oriente el ejército escogió a un sargento que cuando desembarcó un grupo de mercenarios él, con un puñado de hombres, los persiguió incansablemente, hasta que los liquidó; o cuando escogieron a aquel comisario, que estando un día rodeado de contrarrevolucionarios y lo conminaron a rendirse les dijo: “¿Cómo me voy a rendir en mi patria libre?” Disparó contra ellos, mató a dos y ahuyentó al resto, nosotros pensábamos: no puede haber casualidad, las masas no se equivocan fácilmente, las masas tienen un alto espíritu de justicia.
Claro está que a algunos compañeros seleccionados para ir a Helsinki, no los seleccionaron las masas. Ciertos atletas, seleccionados por sus músculos, o ciertos compañeros de cualidades artísticas, seleccionados por sus cualidades ante la necesidad de organizar algunos grupos artísticos. Pero la inmensa mayoría fue escogida por sus méritos y por las masas.
¡Qué magnifico método! ¡Cómo eleva eso el mérito a los ojos de la sociedad, cómo eleva el sacrificio, cómo eleva el concepto del trabajo y, sobre todo, cómo eleva la opinión de las masas proletarias y trabajadoras!, cómo va indicándole a cada cual que aquí no podrá pasar gato por liebre, porque hay cada vez más una opinión desarrollada, una opinión vigilante, una opinión justa, que sabe dónde hay mérito y sabe dónde hay falsedad.
¡Cuánto nos ayudará eso en nuestra gigantesca tarea histórica! ¡Cuánto nos ayudará a hacer un pueblo mejor, cuánto nos ayudará a crear una conciencia verdadera y real de la Revolución y del trabajo! ¡Cuánto nos ayudará!
Y esos métodos son los únicos métodos con los que en cualquier pueblito, grande o chiquito, uno puede encontrar 20, 30 ó 40 administradores, si los necesitamos. Que hicimos la prueba en un pueblito de aquí, donde los contrarrevolucionarios estaban a la ofensiva, donde los burgueses del pueblo, valiéndose de un incidente inevitable que había ocurrido con la fuerza pública, al ir a rodear un grupo de elementos que estaban en una manigua, en un sitio donde el día antes a una compañía en maniobras le habían herido a una posta, y al darle el alto a aquellos elementos y salir estos huyendo, resultó uno muerto y uno herido — un hecho absolutamente accidental, que no tenía nada de criminoso—, los burgueses, viejos sargentos políticos que se enriquecieron a la sombra de Guás Inclán y de Orúe, o producto de la explotación de obreros en ese pueblo, se lanzaron a la calle, cerraron sus timbiriches y sus negocios y trataron de escenificar un show contrarrevolucionario.
Cuando nosotros tuvimos noticias, propusimos en la dirección nacional una investigación a fondo de todos los antecedentes, de las debilidades de las organizaciones de masas allí, de las debilidades de la Revolución allí y el porqué de los errores cometidos — que fueron, por cierto, muchos—, que habían permitido a la contrarrevolución adquirir determinada fuerza para promover un show, a fin de tomar las medidas pertinentes. Pero al mismo tiempo, considerando que el hecho de que en un régimen capitalista un burgués cierre su negocio pueda pasar como una virtud — la de aquel “gran ciudadano” que cierra su negocio, aquel ciudadano “cívico”—, pueda pasar por un buen ciudadano, y por cívico en un régimen capitalista, que es el régimen de los burgueses, que un burgués cierre su negocio en una revolución socialista es lo que no se tolerará jamás.
Porque aquí no podrá pasar jamás por virtuoso ningún explotador. Que se contente y que lo toleren por el tiempo que sea necesario tolerarlo, pero que no se ponga a jugar contra la Revolución de los proletarios, porque se expone a cesar inmediatamente en su condición de explotador, y mucho antes tal vez de lo que habría podido permanecer.
Y fue lo que hicimos en aquel pueblo. Analizamos las causas de nuestras debilidades, errores — que son errores cometidos en muchos sitios—: un pésimo cuadro político, mal ejemplo, desacreditado, toda una serie de otros errores; reunimos a las organizaciones de masas, con todas sus debilidades; se reunió a los trabajadores, a las mujeres, a los Comités de Defensa, a la milicia, a los jóvenes comunistas —núcleo prácticamente no había—, se reunió a las organizaciones de masas. Y por un lado reuniéndose las organizaciones de masas, y por otro la Seguridad del Estado arrestando a todos los burgueses de aquel pueblo, excepto a unos poquísimos y contados, que habían tenido una buena actitud con la Revolución. Y que no cerraron; e inmediatamente después designando por las masas del seno de las organizaciones revolucionarias, de las organizaciones de masas, el administrador para cada negocio, desde la fonda de un portugués que había allí, hasta los tejares de la zona, pasando por bodegas, boticas, panadería y cuanto negocio había allí que había participado en la contrarrevolución.
Y las masas supieron escoger. Y para cada taller y para cada cosa escogieron al mejor. Y no había a quién escoger para la botica, y por eso se habían llevado a uno de la botica, y ellos hablaban de un compañero miliciano que estaba en Sagua: “A ese, a ese que es un gran revolucionario, tráiganlo para la botica.”
¿Y qué ocurrió? Que resultaron intervenidos y confiscados revolucionariamente , designados inmediatamente los administradores por las organizaciones de masas, constituida una comisión económica honoraria para supervisar el trabajo de cada negocio y de cada administrador, constituido un contador que llevaría la cuenta mancomunada con cada uno de los administradores, supervisado por la comisión económica, y constituida una junta de las organizaciones revolucionarias, ante la cual la comisión económica tendría que rendir cuenta de su gestión.
No pasó la fonda a un consolidado, ni pasó el tejar a un consolidado. Era necesario descubrir nuevos organismos, y los descubrimos. Porque luego se intervenía un tejar en Trinidad y lo metían en un consolidado, que es como meter una aguja en un pajar, que a veces se intervienen esos negocios porque se va el dueño, por lo que sea, y se meten dentro del saco, del barril sin fondo de un consolidado, sacan de casa de las quimbambas un administrador cualquiera, lo ponen allí, no lo fiscaliza nadie, no lo controla nadie, se está seis meses metiendo la pata y no se entera nadie. Y nosotros concebimos un consolidado de centrales azucareros, grandes fábricas, con problemas similares, con reparaciones y piezas similares, pero, ¿quién concibe un consolidado de bodegas, quién concibe un consolidado de fondas? Que a veces ocurre como con el INIT, que tiene, por ejemplo, una cafetería en Consolación del Sur con dos empleados y un bar en Baracoa, que le han pasado, porque se han ido los dueños o por lo que sea, y eso es sencillamente absurdo.
De allí mismo del pueblo se designó el administrador de cada cosa, con un sueldo modesto, advirtiéndole que su cargo no era a perpetuidad, que si no trabajaba bien sería sustituido, con una comisión económica honoraria para fiscalizar el trabajo, con una junta de las organizaciones revolucionarias. Si allí uno no sirve, se enteran enseguida todas las organizaciones, se entera la comisión económica, se resuelve inmediatamente el problema, y a nivel local se resuelve, se cambia, se toma la medida.
¿Y qué pensamos? Que a fin de año se reúna en asamblea general del pueblo, y los administradores rindan cuenta ante el pueblo de la administración de aquellos bienes, los bienes socializados locales, empresas socializadas locales, que siguen funcionando igual que funcionaba la fonda antes, bajo la administración del portugués, ahora sigue funcionando bajo la administración de un compañero del pueblo, fiscalizado por una comisión económica, un contador y, además, por las organizaciones de masas. Resultado: por la noche ya la fonda estaba sirviendo comida, en la panadería se comió pan caliente, y al otro día todo estaba marchando igual, si es que no mejor de lo que estaba marchando antes.
¿Qué ocurría realmente allí, en aquel pueblo? Me refiero al pueblo de El Cano, si es que no he mencionado el lugar, en Marianao, zona de mucha influencia politiquera de los viejos caciques. Allí los burgueses eran dueños de todos los negocios, dueños de todas las máquinas, automóviles, de todos los camiones, todos tenían teléfonos en sus casas y eran, además, dueños del dinero y los que tenían mando sobre todos aquellos obreros artesanales del lugar eran los amos del lugar; dinero, jefatura sobre los obreros a los que les daban órdenes todos los días, automóviles, camiones, teléfonos. ¡Pues se les confiscaron todos los automóviles! —¡veintiocho automóviles confiscados!—, se les confiscaron todos los camiones, se les quitaron todos los teléfonos y se pasaron a casa de trabajadores los teléfonos del pueblo . Su poder se destronó como un castillo de naipes, y lo único que no se les tocó fueron las cuentas en los bancos, y eso en virtud de que la Revolución, que tiene interés en el ahorro, tiene que establecer el principio de que es sagrado el dinero que se guarde en los bancos, como hizo cuando el cambio de moneda; y, además, para que al otro día no fueran a hacer el papel de pobrecitos limosneros en
la calle. ¡Les quedó para que fueran tirando... (RISAS) mientras se adaptan o se van para Miami!
Pero, ¿qué ocurrió? Ellos habían movilizado 60 u 80 personas; en la reunión de las organizaciones de masas había 200, no se habían citado todos, sino una selección. Al otro día se dio un acto y fueron 2 000 ciudadanos de aquel pueblo. ¿Qué se demostró? Que aun en aquel pueblo, donde había una gran influencia de esos elementos negativos, una gran influencia negativa del pasado, la proporción a favor de la Revolución era de 10 a 1, se demostró allí ante los hechos; respondieron los sectores humildes, respondieron los trabajadores, respondieron los desposeídos, con espíritu, con energía, con entusiasmo.
Cuando nuestra organización sea fuerte, cuando en cada municipio, en cada pueblo, en cada sitio, tengamos un secretario del Partido formado, disciplinado, educado en la fe hacia las masas, convencido de que en las masas hay una cantera infinita de valores, que en las masas están los hombres y las mujeres que necesitamos para cada tarea, ¡ah!, entonces estaremos en condiciones de librar la batalla contra los enemigos de la clase obrera, contra los enemigos de nuestros trabajadores a nivel de pueblecito, de ciudad, de provincia o de república, si las circunstancias lo exigen.
Este ejemplo sirve para ilustrar la importancia del aparato de vanguardia de la Revolución; sirve para orientar a los revolucionarios y para advertir a los contrarrevolucionarios, para advertir a los burgueses, que sepan que no estamos jugando a la revolución, que sepan que tienen que evitar el choque con los trabajadores, que tienen que evitar el choque con la clase obrera, y que sepan respetar la revolución proletaria, que sepan a qué atenerse, si desafían el poder de los proletarios.
Por eso, compañeros directores, es importante que junto con las lecciones aquellas a que nos referíamos sobre el papel de la escuela, el espíritu de sacrificio con que hay que ir a la escuela y al Partido, es necesario explicarles a los alumnos cómo nuestra Revolución atraviesa un período de aguda lucha de clase, de enconada lucha de clases nacional e internacional, cómo subsiste una burguesía rural numerosa de propietarios medios, cómo subsiste una numerosa burguesía urbana, con máquina, con dinero, con teléfono, con recursos, con chismes, con una cierta cultura, con un profundo odio de clase hacia el proletariado, con los ojos puestos en el extranjero enemigo de la patria, con los ojos puestos en el poderío del imperialismo, soñando con arrasar la Revolución proletaria, soñando con volver a establecer su odioso régimen de explotación, de parasitismo en nuestro país, de hambre y de miseria, su régimen despiadado para con las masas, obligadas a vivir sin porvenir y sin esperanzas. Y esas clases sueñan eso.
Enseñar al alumno que la Revolución no se hizo el día primero — ni el primero, ni el segundo, ni el tercero, ni el cuarto, ni el quinto año—, que la Revolución es una larga batalla, una larga lucha, como fue la lucha por conquistar el poder. Pero que después de conquistado el poder hay que seguir luchando, y más duramente todavía, contra esa clase, contra su influencia, contra su espíritu reaccionario. Esos son los que crean dificultades, los que cuando nosotros liberamos de restricciones a los campesinos, porque son nuestros aliados, cuando nosotros adoptamos medidas que faciliten a los campesinos la venta de sus productos, salen ellos a pagar 10 pesos por una gallina, 50 pesos por tres guanajos.
Esos son los que como tienen dinero y como tienen recursos, se van a Rancho Mundito, y en un solo domingo compran 4 000 quintales de malanga. La malanga que necesitamos para cumplir las obligaciones del racionamiento durante seis días en la capital de la república: la malanga de los hijos de los obreros y de las familias humildes, van ellos en sus automóviles a comprarla, pagándola a cualquier precio.
Son los que en este momento de dificultades aumentan nuestras dificultades, promueven la especulación, sobornan, lanzándose, como parásitos que son, a nutrirse a costa de los que no tienen máquinas ni tienen recursos, a costa de los que no pueden pagar 50 pesos por tres guanajos.
Esos son los que crean problemas, los que interfieren, los que están ahí. Y esas clases subsisten, y esas clases estarán en batalla contra la Revolución, si es que no se deciden a aceptar la etapa de transición inevitable, si es que siguen alentándose con el imperialismo, si es que no se resignan. Y es lógico que en un país como el nuestro, a 90 millas del imperialismo yanqui el poder reaccionario mayor del mundo, se sientan esperanzados, se sientan envalentonados. Por eso hay que acudir a la teoría de la lucha de clases, para darles una explicación clara a los alumnos de las escuelas, para que no caigan en ilusiones, en ese ilusionismo en que cayeron muchos que creían que una revolución era un paseo, que ya estaba hecha, los que cayeron en esas posiciones idealistas, ajenas a las realidades de la historia, ajenas a la esencia de lo que es una verdadera revolución; para que cada alumno que salga de las escuelas comprenda la etapa en que estamos viviendo y comprenda esta lucha, se explique y pueda explicar el porqué la Revolución tiene que luchar arduamente y vencer ingentes obstáculos. Como es necesario en cada alumno que pase por la escuela crear una conciencia de revolucionario verdadero, de revolucionario combatiente, de individuo dispuesto a dar la batalla en cualquier momento. Porque lo que no podemos aceptar ni concebir es ese revolucionario que vea al enemigo en la calle y no le salga al paso, que vea al enemigo hablar de la Revolución y no le rebata inmediatamente, porque si hay un revolucionario en la calle y vienen 100 enemigos, aunque sea él solo tiene que pararse delante de ellos y hacerse matar si es necesario.
Esa es la actitud del convencido de una causa, esa es la actitud del verdadero defensor de una causa: no mira cuántos son sus enemigos, sino que piensa en la causa que defiende, en la convicción que tiene de los intereses que defiende frente a los malsanos intereses de los enemigos, de los vendepatria, de los cobardes, de los explotadores, de los traidores.
Y la Revolución se enfrenta hoya los enemigos de clase del proletariado, al lumpen, a los parásitos de todo tipo, a los instrumentos del imperialismo, a los que están dispuestos a hacerle el juego al imperialista que nos bloquea. ¡A ese que quiere salir con el caldero a hacerle el juego a Kennedy, hay que romperle el caldero en la cabeza!
Porque con esos explotadores, con esos reaccionarios que quieren aumentar las dificultades de la patria, esos son con los que está contando el imperialismo yanqui; con esos vendepatria, con esos explotadores, con esos burgueses y el lumpen que se les ha unido. Porque frente al proletariado se han unido latifundistas, especuladores, negociantes de todo tipo, politiqueros, esbirros de ayer, boliteros, elementos prostibularios, viciosos de toda ralea, porque es el abrazo del lumpen, el vicio y el crimen con el privilegio y con la explotación.
Esos son nuestros enemigos, y lo serán eternamente. Y para el enemigo ninguna consideración; para el compañero todas las consideraciones. Para el compañero campesino, para el compañero obrero, para el que trabaja por la sociedad con su inteligencia o con su brazo, nuestro corazón, nuestra vida. Para el enemigo, dondequiera que nos salga al frente, nuestro puño; para el enemigo, la mano dura, la destrucción dondequiera que nos salga al paso.
Porque ellos aspiran al San Bartolomé de los proletarios, al San Bartolomé de los revolucionarios, al San Bartolomé de los humildes. Sueñan con eso, sueñan con la hora en que pudieran bañar en sangre proletaria, campesina, revolucionaria y humilde, el suelo de la patria para implantar su mundo odioso, vicioso, corrompido e infame.
Y como nosotros sabemos que sueñan con eso, eso es lo que se van a encontrar cada vez que se enfrenten con la Revolución proletaria. Porque la Revolución tiene fuerza, tiene convicción, moral, entusiasmo, y toda la dignidad que sea necesaria para batirse con sus enemigos y para liquidar a sus enemigos si es necesario, aniquilar a sus enemigos.
Comprendemos muy bien que esta es una lucha de vida o muerte. Comprendemos muy bien que una revolución es una batalla que solo puede terminar con el triunfo de los revolucionarios o con el triunfo de los contrarrevolucionarios. Mas la historia enseña que termina siempre, en cada hora histórica, con los revolucionarios que saben interpretar esa hora de la historia.
Y por eso nosotros sabemos que aunque ellos no se resignen fácilmente, aunque hagan lo indecible, la victoria terminará inexorablemente al lado de nosotros. Sabemos lo que es una revolución, sabemos los antagonismos que se enfrentan en una revolución, sabemos, además, que esta revolución se desarrolla en condiciones especiales, que no sería igual tal vez si estuviésemos a muchas millas de distancia del imperio yanqui. Y digo solo tal vez, porque los imperialistas yanquis tienen su pezuña metida en todos los continentes; pero que la circunstancia de estar nosotros a 90 millas de ellos hace especiales nuestras circunstancias, hace especial nuestra situación, y eso determina mucho la actitud del enemigo de clase: la circunstancia especial de la proximidad del imperialismo.
Por eso les cuesta trabajo resignarse, por eso se sienten alentados. Y por eso solo los hechos decidirán, la realidad objetiva nos dictará el futuro de nuestras relaciones con esa clase; pero de todas formas debemos prepararnos para dar la batalla, debemos estar listos para darle la batalla, si es necesario darle la batalla en la forma que sea necesario darla. No la daremos innecesariamente, no caeremos jamás en extremismos innecesarios; preferimos no tener que caer en esos extremismos, o mejor dicho, no podrán llamarse extremismos cuando sean necesarios. Sería mejor decir: preferimos que no sea necesario hacerlo; preferimos que la Revolución siga su curso ascendente sin vernos obligados a la necesidad de tomar drásticas medidas contra nuestros enemigos de clase. Preferiríamos que se resignaran a la Revolución y se resignaran a desaparecer paulatinamente, sin grandes sacrificios para ellos, antes de que tengamos necesidad de que desaparezcan como clase drásticamente.
Pero comprenderán ustedes, de la meditación de los problemas del proceso revolucionario, que necesitamos para ello fortalecer nuestras organizaciones de masa, nuestro aparato revolucionario, nuestros cuadros, el nivel ideológico y político de las masas.
Compañeras y compañeros:
Es impresionante el empuje de nuestra Revolución en estos momentos. Es impresionante el avance del pueblo en todos los frentes; cómo ha avanzado, tanto en el campo militar, como en el campo del trabajo. Es impresionante el esfuerzo que se realiza en estos momentos en todas partes. Es impresionante este mismo movimiento de educación revolucionaria. Supera todo lo soñado el número de escuelas de divulgación del marxismo, las decenas de miles de hombres y mujeres que pasan por esas escuelas.
Pocas veces ha habido en ninguna parte un ascenso tan vertiginoso de las masas hacia la educación, hacia la verdad. Todo impresiona, e impresiona más cuando se piensa en las dificultades que tenemos delante, en las zancadillas que nos ha puesto el imperialismo; impresionante ver cerca de 100 000 becados estudiando, el movimiento de educación y de preparación que hay en todo el país, el esfuerzo que se realiza en todas partes.
Claro que nosotros, en medio de las dificultades, hemos tenido más suerte que otras revoluciones, porque nosotros hemos tenido tres años y medio para hacer esto, cuando la revolución soviética, por ejemplo, esos tres años se los tuvo que pasar combatiendo en los campos de batalla frente a la intervención extranjera. No podían ellos haber hecho lo que nosotros hemos podido estar haciendo, lo que estamos haciendo en este momento, el impulso que le estamos dando a la educación revolucionaria de las masas.
Y eso nos permite fortalecernos; esto nos permite darle solidez a la Revolución; esto nos permite que la Revolución eche raíces hondas, bases sólidas e indestructibles; esto nos permite pensar en nuestra Revolución como en un hecho irreversible, como en un episodio luminoso en la historia de nuestro continente; esto nos permite tener más seguridad y más fe en la victoria final de nuestro pueblo.
Expliquemos y enseñemos y estudiemos para poder ver más y enseñar más; para comprender las realidades, para que no haya misterio para ninguno de nosotros en el avatar revolucionario, para que sepamos conocer nuestros amigos y nuestros enemigos, los aliados de la clase obrera en el pequeño campesino. Como ese admirable campesino de las montañas, que ha dado a las fuerzas armadas de la Revolución decenas de miles de hijos valientes y estoicos; como ese campesino de las montañas orientales que defendiendo la Revolución proletaria ha luchado contra las bandas mercenarias en Matanzas, en Las Villas y en todos sitios; saber conocer ese aliado, esforzarnos en todos los frentes de la producción para llevarle a ese campesino ropa, para llevarle zapatos, para llevarle medicina, para llevarle maestros, para llevarle médicos, para darle ayuda económica.
Y, claro, ya sabemos que no tenemos todos los maestros que necesitamos, ni todos los médicos que necesitamos. Ya sabemos, y es muy doloroso pensar que hay maestros que apenas van dos días a dar clases, médicos que no se dignan ni a darle una consulta a un enfermo. Lo sabemos, pero no importa. No solo estamos haciendo un esfuerzo por elevar la conciencia revolucionaria de los maestros, sino que estamos haciendo nuevas generaciones de maestros, nuevas generaciones de médicos, nuevas generaciones de técnicos; como estamos haciendo nuevas generaciones de pescadores junto con los proyectos de construcción de grandes flotas pesqueras; como estamos haciendo nuevas generaciones de cuadros administrativos; como estamos impulsando el futuro de la patria, con fe, con convicción, sin desalentarnos de las dificultades de hoy, porque sabemos que son pasajeras; y, además, porque nos honran; y, además, porque sabemos que nos hacen fuertes ; y, además porque los pueblos se hacen fuertes no en la abundancia, sino en el sacrificio, en la lucha, en la adversidad. Y nosotros sabemos de lo que son capaces los pueblos.
Todo depende de que comprendamos y sepamos hacer comprender a los demás que una Revolución no es un paseo, ni es un baño de rosas, sino de sacrificio: una lucha dura y abnegada. Que sepamos que no vivimos en épocas normales, sino que la Revolución es una lucha tremenda, una guerra que cambia de forma, que a veces se vuelve guerra armada y otras guerra de clases desarmadas —saboteo, campañas, resistencia, interferencia al trabajo revolucionario—, que puede cobrar forma de lucha armada, como cobró en Girón, como cobró en el Escambray cuando la campaña contra las bandas en aquel sitio; que los enemigos no descansarán, que no descansarán en su tarea de tratar de sembrar el terror, asesinar maestros, asesinar milicianos, asesinar obreros, cometer los crímenes repugnantes y odiosos que han cometido en todas partes las bandas reaccionarias. Saber que esta es una lucha dura. Y nosotros sabemos lo que resisten los pueblos, porque lo vimos en la sierra, cuando ni nosotros ni el pueblo teníamos ni sal ni azúcar ni cigarros, y lo que teníamos eran aviones, bombas, familias viviendo en las cuevas. ¡Y con qué estoicismo lo soportaron todo!, sabiendo que aquella era la lucha, sabiendo que aquella era la guerra, sabiendo que vendrían tiempos mejores. Nosotros sabemos también que los pueblos son indoblegables, son capaces de los más inconcebibles sacrificios, y que allí donde al timorato y al que le falta fe empiezan a doblárseles las piernas, el pueblo empieza a reaccionar con energía, con valor, a reaccionar frente a sus enemigos. Los enemigos se envalentonaron; no tardó en venir la reacción del pueblo, y ya se ve, se ve en todas partes, se verá cada vez más, se verá el 26 de Julio, cuarto aniversario después del triunfo de la Revolución, que será un día también de lucha, de recuento; será un día de batalla, donde movilizaremos al pueblo allí mismo, en Santiago de Cuba, para enviar a toda la nación, desde allí, el mensaje revolucionario.
Con este espíritu, compañeros, de lucha, de combate, de ofensiva, tienen ustedes que iniciar esta nueva etapa de las escuelas, con ese espíritu tienen ustedes que ir a enseñar a sus alumnos. ¡Patria o Muerte!
¡Venceremos!
FIDEL CASTRO RUZ

Fuente: http://www.cuba.cu/gobierno/discursos

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