julio 15, 2012

Discurso de Fidel Castro en la clausura del X Congreso Médico y Estomatológico (1963)

DISCURSO EN LA CLAUSURA DEL X CONGRESO MEDICO Y ESTOMATOLOGICO NACIONAL
Fidel Castro
[24 de Febrero de 1963]

― Departamento de versiones taquigráficas del Gobierno revolucionario ―

Señores miembros del Cuerpo Diplomático;
Distinguidos médicos y estomatólogos que nos visitan; Médicos y estomatólogos cubanos:
Es unánime la opinión, tanto de los que han venido del exterior como de los cubanos que han participado en él, de que el congreso ha sido un gran evento.
Quienes han participado en otros muchos congresos médicos no han dedicado pocos elogios a la forma en que se organizó y se desarrolló este congreso médico y estomatológico nacional. Hay que cuidar de no olvidarse de los estomatólogos. Para nuestro país ello constituye un motivo de honda satisfacción.
Aquí los compañeros, y el compañero Ministro de salud pública ha expuesto algunos datos, ha señalado, por ejemplo, el número de médicos que han participado, el número de estomatólogos, el número total de personas que se inscribieron y que, realmente, señalan cifras récords. Y lo importante no es la opinión del número de personas que han participado, sino del espíritu que ha reinado en este congreso, así como la calidad del trabajo que se ha llevado a cabo.
En la historia de nuestra medicina, en la historia de nuestra medicina revolucionaria, este congreso siempre será recordado.
En alguna ocasión que conversábamos con los compañeros que organizaron el congreso, que se dedicaron a la tarea de atender y vertebrar todos y cada uno de los detalles de este congreso, y a cuyo esfuerzo se debe en considerable parte la brillantez que ha tenido, encabezados por los doctores Portilla y Valverde , en una ocasión —repito— anterior al congreso, me mostraron ellos ese escrito que aparece precisamente al fondo del escenario. Todos ustedes seguramente lo habrán leído.
Pero recordaba — una cosa curiosa—, cuando leía la parte final, porque no sabía de qué se trataba, estuve a punto de decir: “Aquí hay un error; no son tres años, son cuatro años.” Pero me dijeron: “No, esto fue escrito con relación al primer congreso, no al congreso de ahora.” Porque algunas de esas palabras pudieran aplicarse a este momento. Fue algo así como una premonición de entonces, porque entonces no podía decirse de tres años de libertad.
Nuestros próceres vivieron aquella ilusión. Nuestros próceres lucharon duramente por nuestra patria. Pero nosotros sabemos las causas históricas, las fuerzas superiores a ellos que, en considerable parte, frustraron sus sacrificios.
No podía decirse en aquellos primeros días de la independencia, o de la república independiente, no podía, en realidad, hablarse de independencia. Porque en el tiempo en que se escribieron esas palabras existía en la constitución de nuestro país una enmienda ignominiosa que le daba derecho a un gobierno extranjero a intervenir en sus asuntos internos. Y cuando en la constitución de un país hay una cláusula que autoriza a eso, ese país no se puede llamar un país soberano.
Y esa fue la república de los primeros años, la república de aquel primer congreso médico. En ese escenario realizaron sus sueños grandes hombres; en aquel medio que lo limitaba todo desenvolvieron sus vidas, depositaron sus “granos de arena “ para ir haciendo, en el campo de la medicina, el camino por el cual hoy podemos transitar.
No es la república de hoy la república de entonces. Aquella era una quimera, un sueño, un deseo, una ilusión. La de hoy, donde tiene lugar este congreso médico, con sacrificios, sí, con dificultades, sí, con luchas, con riesgos, con todos los inconvenientes que entraña la lucha por la verdadera independencia, la república de hoy no es una quimera, es una realidad.
Los que entonces se enfrentaban a circunstancias mucho más poderosas que ellos, no podían hablar de soberanía plena. Hoy podemos hablar de soberanía plena al precio que sabemos: luchando contra los mismos factores que entonces hicieron imposible aquella independencia plena, y defendiéndonos contra esos mismos factores.
Porque, en el mundo de entonces, una fuerza expansionista que surgía con pujanza pudo aplastar los sueños de independencia de un país que había luchado durante 30 años por ella. Y, sin embargo, en el instante en que aquella fuerza expansionista alcanzó su máximo desarrollo y se convirtió en la más poderosa fuerza expansionista del mundo, no ha podido, sin embargo, aplastar la independencia de nuestro país. Y eso indica que el mundo que vivimos no es el mundo de entonces, que el mundo de hoy ha cambiado mucho y seguirá cambiando.
Y este congreso ha tenido lugar en esas nuevas condiciones. Es el primer congreso médico que se realiza en el país plenamente independiente. Pero, además, otras características, algunas de ellas señaladas por el compañero Ministro de salud pública: el primer congreso que se realiza con un espíritu nuevo.
¿Ha sido esto fácil? ¡No!, ustedes saben que esto no ha sido fácil. Ustedes, que han adquirido sus conocimientos en la universidad, que han adquirido un considerable desarrollo intelectual para poder ejercer las funciones profesionales que ejercen, saben que no ha sido fácil, y lo comprenden. No ha podido ser fácil el desarrollo de ese nuevo espíritu, porque les ha tocado vivir un minuto singular de la vida de este país donde nacieron, donde crecieron, donde han vivido, donde han trabajado, donde han estudiado; les ha correspondido vivir un momento de profundos cambios.
Vamos a dejar a un lado ahora el antagonismo de las ideas, vamos a dejar a un lado la pugna de argumentos y vamos a atenernos a los hechos. Y los hechos indican que ha habido un cambio, pero no cualquier cambio; que ha habido un cambio profundo en la estructura y en la vida del país. Es decir, eso se sintetiza con una sola afirmación: ¡Ha habido una Revolución!
Todos ustedes habían oído hablar de revoluciones, todos ustedes habían leído acerca de revoluciones, mal que bien, en mejores o en peores libros de texto, con mayor o con menor claridad, con más o menos desinteresada interpretación de la historia, ustedes habían oído hablar y habían leído acerca de revoluciones. Hay revoluciones clásicas, sobre las que más habíamos leído: la Revolución Francesa, por ejemplo, que nos pintaba toda aquella inmensa hecatombe que fue para las cortes monárquicas, para los condes, para los marqueses, para los príncipes, para los vizcondes, para toda aquella clase social rodeada de un sinnúmero de privilegios, la hecatombe que para ellos significó la revolución de los plebeyos, la revolución de los siervos de la gleba, la revolución de los comerciantes y de los industriales, que entonces eran pequeños comerciantes, pequeños mercaderes, pequeños industriales y que, junto con los siervos, con los campesinos, dieron al traste con aquel sistema social.
Yo supongo que muchos de ustedes posiblemente eran apasionados de aquellas lecturas. Y aún un siglo después se escribía y se hablaba de los acontecimientos que tuvieron lugar entonces. La historia, como ustedes saben, no ha tenido siempre la misma interpretación. Con la historia pasa un poco como con la medicina, que no ha tenido siempre las mismas recetas y los mismos métodos; y la medicina de nuestros bisabuelos no es la medicina de hoy, porque la humanidad avanza, la humanidad aprende. Y así también aprendió la humanidad a mirar desde distintos ángulos todo su pasado, así aprendió a mirar la vida de la humanidad misma desde las épocas más primitivas, desde los umbrales mismos de lo que se ha llamado historia, con todas sus guerras, sus instituciones, sus sistemas sociales. Y así, con mucha naturalidad, nos acostumbrábamos a leer acerca de aquellos tiempos de Grecia y de Roma, de aquella sociedad erigida sobre la esclavitud.
Claro que hoy, cuando nosotros leemos la historia de aquellos países nos parece que han quedado muy atrás aquellos tiempos, nos parecen absurdos, nos parecen injustísimos aquellos sistemas. Desaparecieron tales sistemas y vinieron otros un poco más humanos, porque el feudalismo fue un sistema más humano respecto al anterior, del esclavismo. Pero aún hoy nadie aceptaría el feudalismo.
Desapareció el feudalismo y vinieron los sistemas capitalistas. ¡Ah!, esos sí se discuten. Como en un tiempo, desde los más primitivos, había los filósofos del sistema esclavista, los apóstoles del esclavismo, y que les parecía que el mundo no podía vivir sin esclavos con cadenas, que el mundo no podía vivir, que la sociedad no podía existir sin el esclavo. Porque, además, decían: ¿Quién pinta?, ¿quién canta?, ¿quién filosofa, si el esclavo no trabaja en el campo? ¿Quién gobierna y quién discute en la plaza pública? ¡Incluso hemos oído hablar de la democracia ateniense, de aquella democracia en que se discutía en la plaza pública! Pero es que discutían 5 000, que eran los únicos que tenían derecho, mientras decenas y decenas de miles trabajaban como esclavos y otras muchas decenas de miles no tenían ningún tipo de derecho.
Ya nadie discute aquello, nadie discute el feudalismo como cosa anacrónica y absurda, aunque hay muchos que todavía discuten el capitalismo como bueno y lo presentan como bueno. Nosotros estamos seguros de que dentro de 50, 100, 200, 300, no sabemos cuántos, a nadie se le ocurrirá defender al capitalismo tampoco, como a nadie se le ocurre hoy defender el feudalismo o la esclavitud antigua.
Y en la propia historia de nuestro país recordarán cómo los próceres de nuestra independencia tuvieron que discutir contra los que defendían el esclavismo, también, en la historia de Cuba, como también tuvieron que discutir contra aquellos que defendían la anexión a Estados Unidos, porque de todas esas corrientes existieron en la historia de nuestro país.
Y se preguntarán ustedes: ¿Pero qué tiene que ver toda esa incursión por el pasado y por la historia, con la medicina y con el congreso médico? Y, en realidad, tiene mucho que ver. ¿Por qué tiene que ver? Precisamente porque a ustedes les correspondió vivir una etapa de tránsito, una etapa de cambios tremendos también en la historia del país. Y dentro de 100 años, los bisnietos y los tataranietos de ustedes posiblemente recuerden con orgullo que sus bisabuelos o sus tatarabuelos fueron testigos de todos estos cambios, porque entonces sobre toda estas cuestiones se hablará con un poquito de más objetividad y de más serenidad. Y a los médicos cubanos les tocó vivir ese cambio, atravesar esa etapa, realmente compleja, de cambios realmente profundos. Los hemos vivido con todos sus problemas, con todos los fenómenos que los acompañan. Realmente ustedes, como médicos y estomatólogos, deben comprender bien estas cosas, porque la profesión de ustedes es una profesión científica, a ustedes les gusta investigar, les gusta conocer. Por lo general, en muchas ocasiones, realizan una serie de análisis y de investigaciones previas antes de poder decir qué tiene el enfermo. Y así hay que hacer también en la sociedad, así hay que hacer también en la Revolución; hay que investigar para saber qué tiene el paciente. El paciente, en este caso, es el fenómeno revolucionario en sí mismo. No voy a decir que el paciente sea la vieja sociedad, porque la vieja sociedad murió hace rato , y lo más que puede hacérsele, en todo caso, es la autopsia (RISAS Y APLAUSOS) para saber de qué murió. Murió de muerte violenta, entre otras cosas. Claro que la Revolución es un paciente y nosotros, en muchas ocasiones, tenemos que estar haciendo el papel de médicos, de médicos sociales. Igual que los médicos podemos equivocarnos alguna que otra vez, no somos infalibles; pero igual que los médicos y los estomatólogos (RISAS), tratamos de acertar y tratamos de comprender.
El hecho de que hoy, en el quinto año de Revolución, se haya podido realizar un evento científico de esta calidad, de esta calidad, del entusiasmo, del calor, del interés que ha tenido, demuestra que algunas cosas han ido mejorando; demuestra que en nuestros sectores médicos y estomatólogos — si pudiéramos llamarlos de alguna manera a los dos juntos—, se ha producido yo diría que un salto de calidad.
¿De la calidad de los médicos? No. ¿De que ellos han mejorado? Indiscutiblemente que han mejorado. Se ha producido un salto de calidad en el clima médico y estomatológico, ha mejorado el clima. Indica que una fuerte columna de la ciencia, una fuerte columna de la ciencia se está desarrollando y está marchando con el proceso histórico.
Para nosotros es una enseñanza, porque nosotros que tenemos que ocuparnos de estos problemas públicos, sociales, revolucionarios, políticos, todos los días aprendemos también. Y nosotros, por eso, no podremos olvidar tampoco estos días, porque estos días serán siempre para nosotros los días en que quedó palmariamente demostrado que la masa médica se ha incorporado a la Revolución, la masa médica y la masa de los estomatólogos (RISAS).
Al afirmar esto, nosotros nos estamos ateniendo simplemente a los hechos. Nosotros no podemos pretender hacer propaganda entre ustedes. En realidad, por lo general, nosotros nunca hacemos propaganda; nosotros, en muchas cosas, actuamos como ustedes y nos atenemos a los hechos, a las realidades.
Eso para nosotros, como revolucionarios, es un motivo de aliento y es un motivo de profunda satisfacción. ¿Por qué? ¿Porque queramos tener más partidarios? No. Si a nosotros nos preocupara eso fundamentalmente no habríamos sido revolucionarios; a los revolucionarios les importa, por encima de todo, el pueblo.
Por lo que ustedes significan para el pueblo, por los servicios que ustedes le prestan al pueblo, es por lo único que a nosotros nos interesan. Y, en realidad, los servicios que ustedes le prestan al pueblo son, a nuestros ojos, de valor extraordinario. Las funciones sociales que ustedes desempeñan son directamente de un alto contenido humano.
Es cierto que en la sociedad hace falta el esfuerzo de todos, pero algunas tareas son más directas, otras son más indirectas. Y ustedes realizan una tarea altamente humana, de manera directa. Por esa preocupación que los revolucionarios sentimos hacia el pueblo, el interés que sentimos por los servicios de salud pública para el pueblo; y ustedes que están en constante lucha contra la muerte, ustedes que están en constante lucha contra el dolor, mejor que nadie lo conocen, mejor que nadie lo comprenden.
Luego, ha ocurrido que algunos técnicos, no médicos, se han quejado y han parecido insinuar que nosotros tengamos algunas preferencias con los trabajadores de la salud pública. En realidad, puede ser que hayamos tenido algunos olvidos de otros técnicos, y hasta que, incluso, sean razonables sus quejas, y nosotros debamos prestarles atención también a todos ellos; pero es cierto que nos hemos preocupado mucho por los problemas que conciernen a la salud del pueblo.
Y en ciertos momentos, ustedes lo saben, nosotros hemos criticado duramente, hemos hablado en términos muy severos de los médicos que abandonaron el país. Es que realmente nos dolía, porque si bien, desde el punto de vista de los intereses generales del país, es doloroso que se lleven un maestro, un profesor, cualquier tipo de técnico, es que indiscutiblemente en otra cosa, en ninguna otra actividad se ve el aspecto inhumano de la cuestión de tal manera como cuando se llevan un médico; o como cuando se han llevado un médico cuyos pacientes, o con algún paciente operado en un hospital. Si se escribieran algunos casos, sería altamente indignante.
Quienes, precisamente, han tratado de promover esa política, son los que nos acusan a nosotros, los revolucionarios, de no preocuparnos del dolor humano; son los que pretenden presentar a su sistema como humano. Sin embargo, quienes han sufrido esa política, quienes con más sincera indignación han condenado esa política, hemos sido nosotros; quienes con más vehemencia se han preocupado, no de que hayan cada vez menos médicos, sino cada vez más médicos, hemos sido nosotros; quienes se preocuparon de que allá, en lo profundo de las montañas, una madre angustiada pudiera recibir los beneficios de un servicio médico que le salvara la vida a un hijo, hemos sido nosotros.
Jamás ellos se preocuparon de la suerte de nuestro pueblo. ¿En nombre de qué pueden hablar hoy, ni de qué principios, los explotadores, ni de qué principios los enemigos de nuestra patria? Como si no conociéramos todos, la historia de nuestro país, las realidades pasadas de nuestro país. Solo porque alguna gente tiene poderosos reflejos condicionados en la mente, puede tener algún efecto esa propaganda, o en aquellos que nunca lograron adquirir el hábito de sentir el deseo del bien hacia los demás, del amor hacia los demás, la solidaridad hacia los demás, puede hacer algún efecto esa propaganda.
Porque en nuestros campos no solo se morían de hambre, de desnutrición, porque en nuestros campos no solo eran víctimas de las deficiencias alimenticias, sino que además, morían sin la menor asistencia médica porque no había un médico en decenas y en decenas de kilómetros a la redonda. Y cuando no hay un médico en decenas y en decenas de kilómetros a la redonda, ¿qué pasa?, ¿qué pasa muchas veces?, que la muerte arrebata vidas a montones.
Nosotros teníamos muchos médicos, sí, un número elevado de médicos, pero desproporcionalmente situados. Y así, mientras en la capital de la república estaba la inmensa mayoría de los médicos, regiones enteras carecían de un médico.
Eso, naturalmente que traía una secuela de problemas, incluso para los médicos cuando se graduaban. Emigraciones de médicos por no tener trabajo; hoy puede emigrar un médico porque no quiera trabajar, pero no emigra ningún médico porque le falte trabajo en nuestro país. Y esas eran las realidades de nuestra patria.
¿Cómo piensa un hombre consciente? Piensa que estas cosas son ciertas, piensa que la necesidad de rectificar eso es justa. No se trata de que todos y cada uno de los médicos y los trabajadores, en general, de la salud, tengan que pensar exactamente como revolucionarios, ¡no!, que tengan que adoptar determinadas ideas, ¡no!, no se trata del revolucionario consciente, o de la necesidad de que sea un revolucionario teórico. Es que un hombre humano, un hombre decente, hasta en el concepto burgués de la palabra, no es un criminal, no abandona un enfermo, no abandona su puesto en la lucha contra la enfermedad y contra la muerte.
Y por eso, algunos médicos, que aunque piensan distinto que nosotros, tienen una concepción distinta de la sociedad que nosotros, y de la historia distinta que nosotros, sin embargo han permanecido en sus puestos. Esos médicos tienen todo nuestro respeto.
Nosotros hemos tenido una opinión muy distinta de los que han abandonado sus puestos. Claro que, sobre todas estas cuestiones, nunca debe olvidarse que hay una serie de circunstancias que pueden hacer más o menos atenuantes la actitud de los individuos, no debemos olvidar que en ciertas circunstancias había un clima mucho menos propicio, no debemos olvidarnos de eso. Una serie de factores influyen, una serie de circunstancias influyen en las determinaciones de los individuos.
Eso es cierto, pero siempre hay que remitirse a lo esencial, es decir, el sentido del deber que un trabajador de la salud debe tener, el sentido de la responsabilidad, el sentido de su función, el sentido de su misión.
Cuando nosotros nos reunimos hace 16 meses, las circunstancias eran distintas. Es indiscutible que de entonces a acá hemos ganado un buen trecho, es indiscutible que de entonces a acá el clima para el trabajador de la salud pública ha cambiado mucho, ha mejorado mucho. Desde luego que no es un fenómeno absolutamente espontáneo; es también en parte resultado de esfuerzos que se han hecho, y que enseña que todo esfuerzo bien hecho tiene resultados dentro de la Revolución.
Hay que recordarles a los revolucionarios que no basta tener razón; hay que recordarles a los revolucionarios que no basta saber que es justa la causa que se defiende, sino que hay que saber defender bien esa causa, saber defender bien esa razón, saber emplear métodos inteligentes para ello.
El hecho de la incorporación de los trabajadores de la salud —vamos a llamarlos así alguna que otra vez, para no repetir aquello de médicos y estomatólogos—, nos demuestra una serie de cosas. Primero, la influencia que su propia función social, su propia profesión, su propio trabajo, ejerce sobre ustedes; es decir, la índole humana del trabajo que ustedes realizan. Segundo, el resultado del gran esfuerzo que la Revolución ha hecho en el campo de la salud pública. Y, tercero, la innegable justicia del esfuerzo que se hace; porque todo el esfuerzo de la Revolución, cualesquiera que sean sus debilidades de organización, sus errores de método, su falta de tacto, porque hubo falta de tacto veinte veces...
Recuerdo, por ejemplo, cuando se hicieron aquellas depuraciones del profesorado universitario, en que, efectivamente, había profesores que no eran dignos de ser profesores de la universidad; pero también recordamos que había algunos jovenzuelos inexpertos, como elefantes por cristalería, metidos en todo aquello, y algunos de los cuales hace rato que se fueron. Y llegaron a herir, a ofender, a maltratar, no sé si pocos o si muchos, pero sí sé que por lo menos a algunos, porque los conozco.
Claro está que una revolución no se puede librar de esas cosas. No sé si a nosotros nos echarán la culpa también de las cosas de las que no podemos librarnos de ninguna manera; es como si nosotros acusáramos a un médico de los dolores del parto... (RISAS) Son cosas inevitables del parto revolucionario. Pero, de esas cosas han habido; frente a eso tiene que haber también una consecuente lucha para evitar todos esos errores de método, de falta de tacto, de cualquier tipo.
En definitiva, lo que hacen es perjudicar a la Revolución, la pobre Revolución que siempre es víctima de los errores de los revolucionarios, y en algunos casos de los que se hacen pasar por revolucionarios, y en algunos casos de los que nunca fueron. Al fin y al cabo, nosotros tenemos que defender a la Revolución de todo, hasta de nuestros propios errores.
Naturalmente que aquello no creaba un clima. ¿Pero por qué esos errores? Porque también mucha gente jovenzuela no sabía ni lo que era una revolución, y creían que las cosas se hacían de a porque sí, o por generación espontánea, o porque estaba escrito en un libro, o en virtud de una ley histórica. Pero las leyes históricas no funcionan sin el hombre, las leyes históricas tienen lugar con el hombre, estrechamente unidas a la acción del hombre.
Una serie de errores de ese tipo, de otros tipos, de veinte tipos, producto naturalmente de las inexperiencias y de toda una serie de cosas, de la gente que no sabe — y sobre todo, de la gente que no tiene experiencia, porque hay que tener en cuenta que mucha gente con las mejores intenciones del mundo hace cosas mal hechas—, no contribuían a crear un clima.
Claro que esa no era la única razón ni mucho menos. Posiblemente sean, incluso, razones secundarias. Había cuestiones más fundamentales: la lucha de clases que se entabló, la lucha de intereses, la lucha de ideas, la lucha de mentalidades, toda una serie de cosas. Eso, por descontado.
¿Esas medidas inevitables que una revolución trae siempre, y que inevitablemente ocasionan choques fuertes de intereses? No me refiero a eso; esas son inevitables de las revoluciones. Pero unido a eso está todo el otro trabajo de organización, de tratamiento correcto de las cuestiones. De manera que, en cierto momento, había un clima antimédico — yo no sé si antiestomatólogo también, pero había un clima antimédico—, clima antimédico por la generalización de actitudes: “Que tal médico había hecho tal cosa “, “que tal médico se había ido “, “que tal médico estaba conspirando “, toda una serie de cosas.
Y por una serie de circunstancias, y porque efectivamente el tipo de profesión era indiscutiblemente una profesión bien remunerada — en ciertos casos—; es verdad. Y también un poco por la mentalidad en que se habían formado nuestros médicos —nosotros vamos a ser sinceros—, un poco por la mentalidad con que se habían formado nuestros médicos, la sociedad que formó a nuestros médicos. Era lógico que tuvieran muchas influencias de esa sociedad y de ese medio.
Todas esas causas influyeron a que en cierto momento se creara un clima, que pudiera decirse un clima antimédico; y los médicos se quejaban de esa cierta hostilidad, de esa cierta desconsideración.
Contra todo eso se comenzó a luchar. Aquella asamblea de hace 16 meses fue también el principio de un gran esfuerzo por rectificar toda una serie de errores, de métodos, de equivocaciones, y por iniciar una política correcta de tratamiento a los médicos. Fue el inicio de un esfuerzo.
No podemos pensar, de ninguna manera, que lo fundamental haya sido el resultado de ese esfuerzo para cambiar ese clima; no. En realidad nosotros pensamos con toda sinceridad que lo que ha determinado eso es la calidad de ustedes, con un tratamiento correcto de los problemas, o por lo menos con una intención correcta, un esfuerzo sincero de darles un tratamiento adecuado a los problemas.
¿Se puede concebir que un médico, un médico decente, un estomatólogo decente, tenga que chocar con la Revolución? ¿Que un hombre humano tenga que chocar con la Revolución, tenga que chocar con el esfuerzo que hace un país en favor del país, en favor de sus hijos, y que prácticamente elimina todas las bases viciosas en que dentro de esa sociedad se distribuían los bienes y los servicios, por un esfuerzo de hacer llegar esos bienes y esos servicios a todo el pueblo? ¿Puede un hombre justo, un hombre humano, chocar con ese esfuerzo?
Dejando a un lado todas aquellas tonterías, como fueron aquellas bolas acerca de la socialización de la medicina, y toda una serie de cosas, que me imagino que han quedado bastante abolidas; que aquello era una fábula que uno no acababa de saber qué querían decir con eso; como con la historia de la patria potestad y todas aquellas sandeces por el estilo. Cualquiera que vea lo que es una escuela de becados, y el trabajo que dan, los recursos que se necesitan y el esfuerzo que tiene el país que hacer para organizar bien, brindar buen servicio para educar a esos jóvenes, le bastaría para reírse completamente de aquel tipo de fábula en que les iban a quitar a las madres los hijos. Muchas cosas por el estilo de esas, que son también leyendas inevitables de todo proceso como este. Esas mentiras son mentiras incluso viejas, no son ni nuevas; porque los contrarrevolucionarios aquí no han inventado aquí ni siquiera una cosa nueva (RISAS). Nosotros podemos decir que hemos inventado algunas cosas; los contrarrevolucionarios no han inventado ni una mentira nueva siquiera.
Pero algunas de aquellas cosas que ahuyentaba a la gente, y que cuando nosotros explicamos o tratamos esta cuestión, explicamos bien que como este era un proceso de tránsito, como significaría ser poco realista el tratar de imponer métodos, o sistemas, que tienen que ser todos el producto de un desarrollo, de la formación de nuevos técnicos, de la preparación de nuevos contingentes; que eso era una etapa, que los médicos no tenían que preocuparse por esos rumores, por esas mentiras.
Algunas de esas cosas influían en alguna gente. Pero la pregunta fundamental es esta: ¿Puede un hombre honesto, un hombre justo, oponerse a lo que la Revolución hace? ¿Y, sobre todo, a lo que la Revolución hace en el campo de la salud pública? Porque en todos los aspectos y en todos los órdenes nosotros sabemos cómo era la cuestión, cómo eran los hospitales públicos. Eran, en muchos casos, sitios inmundos, donde los enfermos dormían en el suelo. Todo el mundo sabe, además, cómo tenía que estudiar un médico, con cuánta dificultad tenía que estudiar un médico en nuestro país; cuántas dificultades para después que se graduara emplearse. Todo el mundo sabe, además, cómo era aquella universidad, en que a veces —según me han contado algunos médicos— un profesor le daba clases a 800 alumnos, a 1 000 alumnos: una clase para 1000 alumnos. Es que no había ninguna facilidad para poder estudiar. Todo el mundo sabe cómo los buenos médicos prácticamente fueron autodidactas, porque se acercaron, porque lograron trabajar en algún hospital, recibir las experiencias de algún médico competente. Toda esa historia la sabemos, la sabemos todos. Y que cuando se analiza todo aquel pasado con lo que hoy se está haciendo, no admite comparación de ninguna índole; el esfuerzo que se realiza para llevar la medicina al campo, a los rincones más apartados del país; las cifras estadísticas. Cuando se compara el hecho que entre 1954 y 1959 había 200 000 vacunas, en cinco años, frente a 3 millones de vacunas en un año; la lucha contra una serie de epidemias, las vidas que se han salvado. Cuando se analiza todo eso, una persona justa, una persona honrada, no puede estar contra eso. Podrá decir: tal funcionario me cae de lo más mal, tal director del hospital es insoportable. Bueno, si quiere, a lo mejor hay un director de hospital insoportable, dondequiera uno se encuentra gente insoportable, pero esas gentes nacen así (RISAS); ustedes sabrán mejor que nosotros por qué hay gente que nace con determinado temperamento o carácter.
Yo he conocido gente buenísima, superrevolucionaria, pero que son disociadores (RISAS). Y de eso nos encontramos en la vida, quién no se los encuentra.
Bueno, está bien todo eso. Pero, en realidad no resiste comparación el camino que lleva el trabajo de la salud con el camino del pasado. Desde luego, me refiero exclusivamente a la cosa directa, a la atención directa, a la medicina terapéutica y a la medicina preventiva, que es la que nosotros realmente debemos tratar de desarrollar también en grado máximo. Las dos, pero sobre todo seguir el principio de evitar las enfermedades.
Combatimos las causas más profundas, porque en realidad ninguna medicina preventiva, ni curativa, puede nada contra la falta de proteínas, contra la falta de condiciones higiénicas de vida, contra la falta de alimentación. Es decir, la base fundamental tienen que ser las condiciones de vida del pueblo, y nadie puede dudar de que cuando queden erradicados todos esos barrios insalubres, cuando haya elementales condiciones higiénicas en la vivienda... Y, desde luego, ¿quién ignora cómo son las condiciones higiénicas en el campo?, el agua, la cantidad de microbios, de bacterias que ingieren por falta de medidas higiénicas, y, sobre todo, por falta de medios materiales para poder hacerlo.
Desde luego que nosotros los revolucionarios no tenemos la culpa de que haya 300 000 bohíos. El imperialismo cualquier día de estos hace una declaración diciendo que la Revolución ha traído como consecuencia que haya 300 000 bohíos en el país. El problema de nosotros es precisamente la lucha por erradicar esos 300 000 bohíos. No quiere decir que nosotros hayamos erradicado los 300 000 bohíos; hemos erradicado muchos bohíos, hemos construido muchos pueblos nuevos, pero como nosotros no somos magos, y como solo del trabajo y de la técnica pueden salir los bienes materiales del hombre, solo el trabajo del hombre y la técnica erradicará toda esa pobreza, todos los barrios insalubres, dotará a todos los pueblos de alcantarillado, de agua, dotará a toda la familia de condiciones higiénicas; solo el trabajo. Yeso no es cuestión de dos, ni de tres, ni de cuatro años, será de quince, de veinte, de veinticinco, de treinta, no sabemos; pero entre nosotros y los que vengan detrás de nosotros sí estamos seguros de que vamos a eliminar estos males. No tenemos ninguna duda de eso.
Pero que ese es el fondo fundamental, la Revolución se dirige contra eso fundamentalmente: eliminar esos males.
Pero es que en la cosa directa de la evitación de las enfermedades y de la atención a los enfermos hay un extraordinario esfuerzo por parte de la Revolución. Y es lógico que ese esfuerzo conquiste la buena voluntad de los hombres honestos, de los hombres humanos. Ese esfuerzo no conquistará la voluntad de los egoístas jamás, pero conquistará, tiene que conquistar, la voluntad de los hombres honestos, de los hombres y las mujeres honestos . Porque ustedes deben saber que, entre otras cosas, hay casi un 50% de mujeres estudiando en los primeros años de la medicina; es decir, en el primer año y en los cursos que se están preparando . Se está observando el fenómeno de la incorporación de la mujer al estudio de la medicina.
Pero bien: en realidad, el problema de nuestro país, de ustedes y de nosotros, no es ocuparnos de lo que hayamos hecho. Claro está que nosotros podemos poner aquí todas las cifras, y cifras que son verdaderas, como ustedes conocen; una serie de datos comparativos acerca del número de camas antes, número de camas ahora; número de defunciones de poliomielitis por año, número de defunciones de ese tipo ahora, que no hay ninguna, que han sido erradicadas, y toda una serie de datos estadísticos: condiciones de vida en los hospitales, condiciones de alimentación, toda una serie de cosas. Nosotros podíamos exhibir una larga lista de datos. Pero, en realidad, eso no es lo que importa. Lo que importa es lo que tenemos que hacer por delante.
En realidad, nosotros lo que hemos hecho hasta ahora no nos satisface absolutamente nada, porque nos parece que en el futuro podemos hacer diez veces, veinte veces más que ahora, si creamos las condiciones para hacerlo.
Por eso, el congreso tiene ese valor; el congreso marca un momento importante en la vida de nuestro país, una serie de saldos positivos; incuestionablemente, desde el punto de vista del país, la presencia, la brillantez del congreso es muy apreciable.
Pero lo más importante de todo, o entre las cosas más importantes está el extraordinario interés científico que se está despertando entre ustedes, el extraordinario interés científico; el número elevadísimo de trabajos que se hicieron, además del espíritu de confraternidad; la divulgación de los conocimientos de unos médicos a otros, lo que ustedes hayan podido aprender y habrán de aprender como resultado de este congreso, desde el punto de vista técnico, científico: el interés, el espíritu de superación que se ha despertado entre ustedes. Y eso es realmente prometedor. Eso es prometedor para nuestro país, eso es un buen punto, un magnífico punto de partida, y es indiscutible que los resultados se han de ver.
El hecho de que se haya despertado ese espíritu entre ustedes tiene mucha importancia. Nosotros lo hemos visto en nuestros compañeros de Revolución, nosotros lo hemos visto en nuestros compañeros del Ejército Rebelde. Entre los compañeros del Ejército Rebelde, del primer año y ahora, hay una enorme diferencia; el aprendizaje que han logrado, el interés que tienen por los estudios, es increíble. Es que prácticamente no hay uno solo que no quiera superarse, que no quiera estudiar, que no quiera desarrollarse.
Y nosotros hemos visto los resultados desde el punto de vista de la técnica militar. Muchos compañeros nuestros que eran guerrilleros y hoy son técnicos militares. Y así han surgido toda una serie de jefes, una serie de técnicos en una serie de armas que no conocían.
Cuando ese espíritu se apodera de un sector de una masa, tiene unos resultados fantásticos. En ustedes, ese espíritu se ve, y tendrá también fantásticos resultados. En los estudiantes universitarios, los preuniversitarios, los de secundaria, ese espíritu se ve.
El nivel de estudio en nuestros centros de becados preuniversitarios ha alcanzado un nivel que nunca existió en nuestro país.
Nosotros hemos ido a las 2:00 de la mañana, hemos pasado por la zona de residencia de los estudiantes del instituto de ciencias básicas, que es el equivalente al primer año de medicina, y nos hemos encontrado a todo el mundo estudiando a esa hora. En horas de la madrugada, las luces del edificio del instituto de ciencias básicas están encendidas.
Y nosotros tenemos noticias de los centros preuniversitarios. Ayer sábado por la noche, en el preuniversitario de la antigua zona residencial de Tarará, en muchos albergues, los estudiantes no fueron al cine; estaban estudiando, estaban estudiando. Y ese nivel va a alcanzar alturas superiores.
Pero se está desarrollando un espíritu de estudio verdaderamente extraordinario entre los jóvenes. Y eso es muy prometedor para nuestro país. Y ese espíritu de estudio, ese espíritu de superación entre ustedes, ha quedado evidenciado en el congreso precisamente. Y no habrá un médico ni un estomatólogo que quiera quedarse atrás.
Porque, en primer lugar, están los nuevos cursos de estudio, la preparación que hoy recibe un estudiante de medicina o de estomatología, la intensidad de los programas, el tiempo completo dedicado al estudio. Se están creando las condiciones en los hospitales docentes, en los centros hospitalarios, de tal tipo, que no habrá médico que quiera quedarse atrás.
Como dice, por ejemplo, el viejo rebelde: “Quiero estudiar porque no me quiero quedar atrás.” No se trata de una cosa egoísta, ¿no? Es que se trata también de un sentimiento de honor, de estimación propia, en el ser humano, cuando ve que todos avanzan, cuando ve que todos progresan. Y, desde luego, en el estudio está la base fundamental.
¿Por qué nosotros tenemos tanta confianza en el futuro, tanta fe en el porvenir, por encima de nuestras dificultades presentes? Porque nosotros estamos muy en contacto con toda esa masa de jóvenes. Y nosotros sabemos que estamos creando, de verdad, las condiciones para un gran desarrollo económico en el futuro, un gran desarrollo técnico, un gran desarrollo científico. Nosotros estamos seguros, porque en el estudio está la base. Y ustedes saben, por muy personal experiencia, que sin el estudio no serían lo que son, sin el estudio no desempeñarían las funciones que ustedes desempeñan.
Es cierto que en este país, durante un buen número de años, tendremos que privarnos de algunas cosas, y que en este país, durante un buen número de años, no entrará un Cadillac. Es cierto todo eso: muy pocos automóviles; es cierto todo eso. Porque nosotros sabemos que los médicos necesitan el transporte... Y los estomatólogos también (RISAS).
Durante un buen número de años, nosotros nos privaremos de muchas cosas. Pero estamos creando condiciones extraordinarias para el futuro; por el único camino, por el único camino. Porque solo el camino del trabajo, de la técnica y de la ciencia es lo que hace progresar a la humanidad; eso o la magia, eso o la magia. El que crea en la magia podrá encontrar un sustituto del trabajo, de la técnica y de la ciencia, para producir bienes materiales; el que crea que eso puede salir de un sombrero. Está en el trabajo, en la técnica y en la ciencia, acompañado, naturalmente, de la organización adecuada.
Y los hechos demuestran que cada vez que se organiza una cosa bien sale bien. Y este congreso es una prueba, porque se organizó en todos sus detalles, y nosotros sabemos que se cumplió todo exactamente como se había planeado y como se había trazado. Lo que se organiza bien sale bien.
Y este congreso va a marcar esa etapa de auge del espíritu de superación y de estudio entre ustedes. Tiene muchas cosas importantes, pero — a nuestro entender— esa es una de las más importantes. Porque todo lo demás vendrá después.
Nosotros no podemos, de ninguna manera, conformarnos con lo que se ha hecho, porque lo que se ha hecho —repito— es muy poco, y tenemos muchas lagunas que ir llenando.
Pero, si nosotros, con los que ya son profesionales, técnicos profesionales de la salud pública, podemos contar en ellos con un gran espíritu de estudio, una emulación, de manera que puedan desarrollarse hasta el máximo de sus posibilidades la capacidad de cada uno de ustedes; si, al mismo tiempo, tenemos un magnífico programa de preparación de los estudiantes actuales, con medidas tales como el crear las condiciones para que puedan dedicarle todo el tiempo al estudio, unido a promociones de jóvenes para inclinarlos hacia estos estudios...
Y, respecto a las promociones, tenemos un punto débil. Hemos promovido, y hemos hecho una campaña en favor del estudio de la medicina. Y, sin embargo, no hemos hecho una campaña en favor del estudio de la estomatología.
Yo he bromeado con esta cuestión esta noche, porque sé que hay una especie de sensibilidad en los estomatólogos, justificada, porque se han cometido algunos olvidos, y puede ser que, en cierto sentido, una subestimación de la importancia del trabajo que desarrollan.
Nosotros — a veces en broma— hemos dicho que si no nos ocupamos de esas cosas dentro de algunos años vamos a tener mucha carne, muchos abastecimientos de todos tipos, y no vamos a tener muelas (RISAS). Hemos dicho eso como para dar a entender la importancia que tiene que atendamos no solo la promoción de estudiantes de medicina, sino también de estomatología, y de farmacia, y de todas las cosas que hagan falta, para que haya una cosa proporcional. Resultado de eso: nos encontramos muy pocos alumnos que afirman que quieren estudiar estomatología.
Hay que hacer una campaña y hay que hacer una promoción, ahora, entre los que están estudiando en el curso de nivelación para ingresar el año que viene en el instituto de ciencias básicas; después, los que están estudiando en el preuniversitario de Tarará. Y en los centros preuniversitarios hay que hacer una promoción, una divulgación de la importancia que tiene esa función, ese trabajo, ese tipo de técnico. Hay que hacerla, porque nosotros en esa rama hemos alcanzado un nivel técnico muy alto y no podemos permitir ni que decaiga, ni dejar de elevarlo incesantemente. Y darle también apoyo — el mismo apoyo que se ha dado en la escuela de medicina— a la escuela de estomatología. En ese sentido, yo entiendo que los compañeros estomatólogos tienen razón, y debemos prestarle atención a esa debilidad.
Pero, en fin, si todas estas condiciones se van reuniendo, todo el esfuerzo educacional que tiene que venir desde muy atrás... Porque, entre otras cosas, nosotros hemos podido descubrir, con la Revolución, el estado en que se encontraba la escuela pública, el estado en que se encontraba la enseñanza secundaria y preuniversitaria, el estado en que se encontraba la enseñanza universitaria: un verdadero desastre.
Aquí podría volver a repetir todo lo que dije sobre el hombre decente. Que se ponga a examinar cómo estaba nuestra escuela pública, los niveles de nuestra enseñanza secundaria y de nuestra enseñanza superior, y era una vergüenza. Y nosotros tenemos algunos ejemplos.
Así, por ejemplo, hemos convocado para empezar a estudiar magisterio. Nos hemos tomado también extraordinario interés en la frotación de maestros, precisamente, producto de una convicción de que todo esto tiene que empezar desde la base.
Y la base está en la escuela primaria, hay que empezar por la escuela primaria, en la base de formación del hombre futuro de nuestro país, del cubano futuro, que tiene que ser mejor que el cubano de ahora. Y nosotros hemos visto que, por ejemplo, al llamar para hacer el ingreso en una escuela vocacional de magisterio a 5 000 jóvenes que presumiblemente tenían el 6to grado, que tenían certificado de 6to grado, y examinarlos, hemos encontrado un 46% de 4to grado hacia abajo. Nuestra escuela pública era un desastre; esto, sin contar en el campo, que había un analfabetismo espantoso.
Nosotros, en estos instantes, por ejemplo, tenemos 10 000 campesinas de las montañas de Oriente estudiando aquí, y he podido ver sus notas, sus exámenes: cuántas en 1er grado, cuántas en 2do, cuántas en 3ro. Entonces se ve: equis miles en 1ro, equis miles en 2do, equis miles en 3ro, equis decenas en 4to, menos todavía en 5to, y menos en 6to; porque se ve, desde que se mandaron los maestros a las montañas. En tres años hay miles en 3ro, muy pocas en 4to grado, poquísimas, ¡poquísimas!, en 5to, menos todavía en 6to — se pueden contar con los dedos de la mano. Aparte de la población infantil, que no tenía escuela, y que en nuestro país era de más de medio millón, los que tenían una escuela, tenían una escuela pésima, pésima. Bueno, se sabe que en muchos sitios no había ni edificio, ni material escolar, ni libros. Todas esas cosas las sabemos.
Ahora, ¿cómo se va a arreglar un país? Una de las preguntas que nosotros le haríamos a cualquier contrarrevolucionario era: “¿Y cómo se iba a arreglar ese país si seguía como iba?” Porque aquí no es que solo hubieran 400 000 o 500 000 personas sin empleo; había un millón de analfabetos, más de medio millón de niños sin escuelas. ¡Para qué hablar, para qué hablar!, era todo una vergüenza lo que había en nuestro país.
Pero el hecho real es que ahora, cuando pasamos a los de 6to grado para secundaria, vienen con un nivel pésimo de la primaria; cuando los pasamos de secundaria para la preuniversitaria, vienen con un nivel bajo en la secundaria; cuando van de la preuniversitaria para la universidad, tienen un nivel pobrísimo. Y entonces, cuando llegan a estudiar los programas universitarios, al aplicar la reforma nos hemos encontrado algunas cosas tales como de ciento y tanto que se desalientan, el 90% en algunas facultades universitarias. Y que, por supuesto, la fórmula no es eliminarlos a todos: la fórmula sería nivelarlos, prolongar los tiempos de estudios, pero hay que graduarlos, porque lo que recibimos en herencia es eso.
Y, desde luego, nuestro país tiene que preocuparse muy seriamente por la formación de los maestros y por el funcionamiento de sus escuelitas públicas.
En realidad, las primeras promociones de maestros formados con métodos enteramente nuevos empezarán a salir dentro de dos años. Pero ya prácticamente están ingresando de 5 000 a 6 000 jóvenes a estudiar magisterio todos los años. En el curso de 10 años se podrán contar por decenas de miles los nuevos maestros que vayan surgiendo, con métodos, sistemas absolutamente nuevos, y con una mentalidad también nueva.
Era una verdadera tragedia encontrar un maestro para dar clases en las montañas. Fue necesario recurrir a aquel procedimiento de convocar a estudiantes, los maestros voluntarios, y con maestros de ese tipo fundamentalmente se han integrado las brigadas que están enseñando en las montañas.
Nosotros recibimos toda esa herencia de un bajo nivel en la enseñanza en general. Todo eso se está rectificando, todo eso; se está elevando ya el nivel de los estudios secundarios y preuniversitarios, el nivel de la enseñanza primaria, y seguiremos incansablemente luchando en ese sentido.
Ahora, un día nuestro país recibirá los frutos de todo eso. Ahora tenemos los frutos del pasado, pero un día tendremos los frutos de lo que estamos haciendo, lo que estamos haciendo por el país, lo que estamos haciendo por el pueblo, lo que estamos haciendo por el hombre. Los enemigos de nuestra Revolución dicen que la Revolución es cruel, que el socialismo es cruel, porque al individuo lo aniquila, porque al Estado lo asfixia. Y esa es una de las grandes mentiras de los reaccionarios, porque ellos sí empleaban al Estado para aniquilar el individuo: y el individuo que se moría sin asistencia médica, y el individuo que tenía que dormir en el suelo en un hospital, y el individuo que se acostaba sin comer y que en medio de la sociedad era un ser solitario, el individuo que se quedó sin aprender a leer ni a escribir, ¿quién lo asfixió?, ¿quién lo abandonó a su suerte? El Estado burgués, el Estado capitalista. El Estado proletario no hace eso, no abandona a los enfermos a su suerte: quiere llevarle el médico al enfermo, quiere llevarle la enseñanza, sin excepción, a todos los ciudadanos.
Los capitalistas hablan de su régimen de libertades, que dicen que les da oportunidades a todos. ¿Qué oportunidad puede tener un guajiro que nunca vio una escuela, que nunca vio por allí un maestro? ¿Qué oportunidad de ser un científico, de ser un técnico, de ser un artista, de ser lo que sea, qué oportunidad tiene? ¿Qué oportunidad tenía el millón de analfabetos?
Aquel Estado no le daba ninguna oportunidad. Sin embargo, este Estado sí le da la oportunidad, hasta al niño más humilde, más pobre, que vive en el rincón más apartado del país. Para ellos prepara maestros, para ellos envía brigadas de profesores de vanguardia, para ellos tiene 100 000 becas, ¡cien mil becas! Y para tener una de esas becas no hace falta ser sargento, político, ni canchanchán de un politiquero cualquiera, ni vender el voto, no tiene que deberle favores a nadie; basta que lo necesite, basta que quiera estudiar, y tiene la oportunidad, tiene todo: ropas, alimentos, libros, condiciones de vida higiénicas, maestros; son atendidos con predilección por el Estado. Basta que lo necesite simplemente.
Y ya una criatura abandonada de sus padres no necesita de la caridad, ya no hay que llevarla a un torno en la casa de Beneficencia, porque están las casas-cuna, y después todas las escuelas donde se les educa, no como un réprobo, no como un maldecido de la sociedad, sino como un ser humano, junto con todos los demás, en condiciones mil veces más humanas que el pasado.
¡Porque el Estado proletario se ocupa del hombre y trabaja para el hombre! ¡El Estado proletario es la más sólida garantía del ser humano como individuo! Y eso es lo que nos enseñan los hechos, no las palabras: ¡los hechos!, y los hechos diarios.
Claro que para hacer todo esto tenemos que luchar duro, por hacer todo esto quieren destruir nuestra Revolución, nuestro país.
En la tarde de hoy nosotros pasábamos por una de esas avenidas donde hay miles y miles de jóvenes estudiando; los vimos, entusiastas, saludables; mes por mes se les ve más fuertes, se ve en ellos toda la pujanza de esa juventud, y me preguntaba: ¿Qué pretenden hacer los imperialistas? Pensábamos nosotros en esas 10 000 campesinas atendidas por 300 alumnas del Instituto Pedagógico  “Makarenko “, muchachas de 15 y 16 años, que dirigen una casa donde hay 40, 50 campesinas; pensábamos en todo eso, recordábamos los cables que leemos donde incesantemente está blandiéndose sobre nosotros la espada del enemigo, y nos preguntábamos: ¿Qué piensan hacer de esto?, mientras hablan de Alianza para el Progreso y de todas sus basuras, que no ha podido liquidar el analfabetismo en ningún  país de América Latina, ¡que no ha podido eliminar el analfabetismo en un solo país de América Latina!, ni la poliomielitis en ningún país de América Latina; que no ha podido hacer, ni podrá jamás hacer nada, porque para liquidar el analfabetismo fue necesario movilizar 100 000 jóvenes. Y que busquen: ¿Qué oligarquía reaccionaria?, ¿qué gobierno del tipo de Somoza, de Stroessner, de Guido, de Betancourt —asesino de estudiantes—, puede movilizar 100 000 estudiantes para llevarlos a enseñar?
Betancourt, ese inmundo traidor que pretenden presentar como prototipo de gobernante, solo podría reunir 100 000 estudiantes si les diera permiso para organizarle una manifestación contra él, una protesta contra él. Solo una Revolución cuya grandeza, cuyo heroísmo, cuya envergadura histórica comprenden los jóvenes, puede librar esa batalla.
Y nosotros nos preguntábamos, ¿qué pretenden los imperialistas criminales, aplastar todo esto, destruir todo esto, liquidar todo esto para volver a establecer aquí el país del vicio, del juego, de la politiquería, de la prostitución, para que otra vez en vez de 10 000 campesinas aprendiendo distintos conocimientos, siguiendo cursos de nivelación en nuestra capital tengan que venir miles de campesinas y de hijas de campesinas a ejercer la prostitución?
¿Qué pretenden los imperialistas, y qué derecho tienen a ello? ¿Qué derecho para tratar de destruir la obra de un pueblo, cuyo único delito es el delito de querer progresar, de querer avanzar, de querer la felicidad para sus hijos?
A ustedes, compañeros, siento el deseo de expresarles estas cosas, porque no vine aquí a decir un discurso político, no vine aquí a hacer propaganda; vine, en todo caso, a hablarles a ustedes lo que siento, con toda honestidad.
Y decir estas verdades aquí, en este congreso científico, donde han venido hombres de muchos sitios distintos; porque aquí no le pusimos trabas a nadie, porque aquí en este país que los imperialistas pretenden presentar como país asfixiado, como país oprimido, es el país que tiene sus fronteras abiertas para todos, sus fronteras abiertas para cualquier médico de cualquier país del mundo.
Y lo que constituye una verdadera vergüenza y una confesión de su impotencia y de la indigencia mental de sus ideas, es que el gobierno de Estados Unidos no dejó venir a ningún médico americano.
Y aquí habríamos recibido con todo respeto a cuantos médicos norteamericanos hubiesen deseado asistir con espíritu científico. Y si ellos organizan un congreso e invitan médicos cubanos, los médicos cubanos, con la frente muy en alto, irían también a ese congreso. Es que nosotros tenemos que recordar estas cosas, nosotros tenemos que llevar en el alma estas cosas para saber ser dignos hijos de este país en esta hora de la historia. Nosotros tenemos que tener en nuestro trabajo diario, en la casa, en el hospital, en el campo como estudiantes, como ya técnico graduado, llevar siempre estas cosas, esta, nuestra batalla, nuestra batalla heroica, nuestra batalla gloriosa, nuestra batalla de hombres justos, nuestra batalla de hombres dignos, nuestra batalla de hombres que honran la historia y la dignidad de su país, y se enfrentan a los obstáculos, y se enfrentan a los enemigos por poderosos que sean.
Compañeros y compañeras, ustedes han trabajado durante una semana arduamente en el campo de la ciencia. Al concluir este congreso queremos decirles, con gran satisfacción, que se ha puesto en él en evidencia, entre otras cosas algo que es preciso destacar: el aprecio del pueblo, la estimación del pueblo hacia sus trabajadores de la salud.
Y eso se ha evidenciado en el interés de todos los sectores en atenderlos, de los obreros gastronómicos; de los obreros del transporte; de los artistas; de los periodistas; y de cuantos han tenido oportunidad de intervenir, de servirlos, de ayudar a la brillantez y al éxito de este congreso y que demuestra cómo el pueblo sabe apreciar, cómo el pueblo que recibe innumerables beneficios de ustedes, sabe apreciar, sabe agradecer y sabe estimar en su justo valor el trabajo de ustedes.
Y cualesquiera que sean las satisfacciones que se puedan tener, el estándar de vida, ninguna otra cosa estoy seguro de que es para ustedes más importante y más alentador que ese reconocimiento y que esa estimación de nuestro pueblo.
Este congreso no debe quedar aquí, no debe terminar aquí. Hay que seguir trabajando, hay que divulgar los trabajos, hay que llenar una serie de lagunas, hay que mejorar las publicaciones, hay que resolver definitivamente el problema de los libros, tanto los que hay que imprimir como los que hay que importar, así como las revistas; hay que superar los obstáculos burocráticos que entorpecen el que esas cuestiones se atiendan.
Que lo que significa de recursos es en realidad modesto y el país bien está dispuesto a hacer el esfuerzo, el aporte que de tal manera puede contribuir a la superación de los médicos y estomatólogos, de todos nuestros trabajadores de la salud; de manera que ustedes no están aislados del mundo, sino en contacto con todo el mundo, en contacto con la ciencia, y que conozcan el último detalle, el último avance, porque la ciencia es universal y tenemos que aprender del mundo de la misma manera que debemos estar siempre dispuestos a enseñar el aporte que nosotros podamos obtener para ella.
Y esas son las cuestiones que nosotros hemos discutido con los compañeros que tienen que ver con estas cosas. Es decir, no debe quedar aquí, hay que seguir trabajando y que no quede en palabras; y que, por favor, no nos hagan quedar mal con ustedes los médicos y los estomatólogos.
Yo sé que se han hecho ya algunos esfuerzos, que están viniendo algunas revistas, que están viniendo algunos libros, pero eso tiene que ser una cosa segura, para satisfacer plenamente las necesidades que tenemos en los libros impresos, en los libros que se importan, en las revistas que se importan y en las revistas que tenemos que imprimir, para darles la mayor circulación posible a las experiencias, a los conocimientos, el mayor estímulo posible.
Apoyar con todos los medios ese sentimiento de ustedes, ese espíritu de ustedes, ese deseo de superarse de ustedes; y que estoy seguro de que no ha de ser de ustedes solos, sino que ha de ser también de todos los demás técnicos, porque nuestro país lo necesita en una serie de ramas, lo necesita en la agronomía, lo necesita en cantidades enormes en la industria, y nosotros debemos apoyar el deseo de superación de nuestros técnicos, prestarles atención, estimularlos, demostrarles el aprecio de toda la nación a su esfuerzo y a sus servicios.
Creo que este congreso ha de contribuir extraordinariamente a eso, y que nuestro país se sentirá orgulloso de sus técnicos en general; que nuestro país se sentirá orgulloso de ustedes, y que ustedes no querrán quedarse atrás, y que ustedes querrán que la salud pública, más y más cada vez en nuestro país progrese, sea ejemplo, sea modelo y sea motivo de honda satisfacción para todos ustedes, compañeros.
¡Patria o Muerte!
¡Venceremos!
FIDEL CASTRO RUZ

Fuente: http://www.cuba.cu/gobierno/discursos

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