enero 18, 2014

La Junta a los Pueblos (1811)

EPOCA PRIMERA
La Revolución de Mayo y la Independencia
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La Junta a los Pueblos
[30 de Julio de 1811]

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En las gacetas del 15 y 30 del mes de Junio tuvo a bien el Gobierno publicar las constituciones con la corte del Brasil, y el Ministro de S. M. B. en ella. Entre estas cosas, se proponía por objeto confundir las calumnias con que un partido de hombres falaces abusaban de la credulidad, para poner en descrédito la conducta de este Gobierno.
A pesar de esto ¿podríamos temer nuevas asechanzas de la mentira? ¿Es un derecho infalible, que la verdad difícilmente desarmará los odios? ¡Si cuando se aborrece la verdad, la evidencia misma es un suplicio que aumenta el empeño de perseguirla! Así es, que los enemigos del Gobierno, cuando debían enmudecer a presencia de unas pruebas que son la expresión fiel de sus sentimientos, inventan nuevas imposturas y perfidias, para llevar adelante un designio, de que esperan grandes provechos. Cartas fingidas, convocaciones sediciosas a que se ha hecho servir la prensa, ingentes sumas de dinero, y puestos elevados por precio del reino; en fin; temores pánicos de una subversión próxima en que el Gobierno, y principalmente los señores vocales Saavedra, French, Cossio y Molina iban a precipitar al Estado, fieros imitadores de Catilina. Los perturbadores pronuncian con descaro los nombres de virtud, y de patria, y hablan de abusos, de reformas, de felicidad; por que en todos tiempos el bien público ha servido de pretexto a los crímenes.
Si los injuriados fuesen hombres privados, no tendrían necesidad de vindicarse. Sus yerros serían de poca consecuencia al Estado, y una filosofía sensata bastaría para tranquilizarlos. Ellos podrían decir: el origen de nuestras acciones debe residir en nuestras almas, y no en la opinión de los demás. ¿Se nos ofende? Qué importa Una nación justiciera es nuestro juez. ¿Hay malvados que nos persiguen? Nos son útiles, pues sin ellos sería menos patente nuestra fidelidad. ¿Y el ultraje?  El ultraje envíesele al que lo hace, y no al que lo recibe. ¿Y la calumnia? Demos gracias al cielo, de que nuestros enemigos para ofendernos se vean en precisión de recurrir a la mentira. La calidad de hombres públicos no permite esta indiferencia. ¿De qué sirve a la gloria del magistrado, dice un sabio, esa inocencia, esa lealtad, de que se lisonjea, si encerradas dentro de sí mismo, no brillan por de fuera; y si entretanto que la reverencia en silencio, no teme envilecer la dignidad del magistrado ? Es a esa dignidad que la verdad debe una parte de su gloria. La calumnia de los magistrados, es un mal público, que debe rebatirse.
Apeles, el pintor más famoso de la antigüedad, retrató la calumnia en un cuadro, cuyo mérito bastaba para justificar la admiración de su siglo. Vetase en él la credulidad con tamañas orejas alargando las manos a la calumnia, que venía a encontrarla. La credulidad iba acompañada de la inocencia; la ignorancia se representaba bajo la figura de una mujer ciega; la sospecha bajo la de un hombre agitado de una inquietud secreta, aplaudiéndose tácitamente de algún descubrimiento. La calumnia, con miradas feroces, ocupaba el medio del cuadro, sacudiendo con la izquierda un azote, y arrastrando de los cabellos con la diestra a la inocencia bajo la figura de un niño, que parecía poner el cielo por testigo: la envidia le precedía con ojos apresurados, y un semblante pálido y flaco: por detrás tenía a la lisonja: a una distancia, que permitía distinguir los objetos, se descubría la verdad caminando a paso lento sobre las huellas de la calumnia, y conduciendo al arrepentimiento en traje lúgubre y desastrado.
Ciudadanos: ved aquí los lutos que ha de arrastrar nuestro arrepentimiento por dar crédito a esas calumnias que ha inventado el odio y la venganza. Hace tiempo que los españoles de ultramar depositaban su confianza en esas mismas divisiones, que a la sombra de la calumnia se van introduciendo entre nosotros, y que miraban desde lejos como garantes de nuestra perpetua servidumbre. «Las afueras de Méjico y de Lima (decían) sujetarán a los insurgentes; estos se dividirán entre sí y nosotros triunfaremos.» Cuando se trata de tan grandes intereses, paliar el mal es flojedad; excusarlo, es un crimen. Los españoles verán cumplida su profecía siempre que logren nuestros enemigos con las divisiones domésticas entorpecer la acción simultánea de nuestras fuerzas. La fuerza verdadera de unos pueblos que se hallan en revolución no consiste en sus murallas, sino en esa unidad de pensamientos, y en esa experiencia que, acreditándose cada día, produce cada día nuevos progresos. Todas esas materias combustibles que ha preparado el odio, al paso que, fermentadas, encenderán la llama de la guerra civil, apagarán infaliblemente la del patriotismo, y el triunfo de las pasiones será la ruina de la Patria. Ciudadanos, alerta; los enemigos del Gobierno son esos mismos terroristas, que, imitadores de los Robespierres, Dantones y Marats hacen esfuerzos para apoderarse del mando, y abrir esas escenas de horror, que hicieron gemir la humanidad. Sus crueldades perdieron a la Francia, haciéndola retrogradar al despotismo más absoluto, y la de nuestros enemigos, en caso de triunfar, tendrán por resultado darnos un dueño más inhumano. Ciudadanos: que, promoviendo nuestra libertad no se diga jamás, que hemos probado de ese árbol emponzoñado, semejante al del Paraíso, que levantó la Francia, y que regó con sangre de tantos ciudadanos. Seamos libres sin presentar espectáculos de tumulto, de desorden, de terror y de injusticia. Venid sin sospecha y sin desconfianza al abrigo de un gobierno que, compuesto de los diputados de los pueblos, no puede hacer traición a la Patria. Sus intenciones son rectas, sinceras y verídicas.
Damos a comprobación otro oficio dirigido posteriormente a la corte del Brasil, y prometemos otros más decisivos.

Fuente: Neptalí Carranza, Oratoria Argentina, T° I, pág. 71 y sgtes., Sesé y Larrañaga, Editores – 1905. Ortografía modernizada.

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