abril 09, 2010

Discurso de Perón en el ciclo de conferencias del Consejo Agrario Nacional

DISCURSO EN EL ACTO INAUGURAL DEL CICLO DE CONFERENCIAS DEL CONSEJO AGRARIO NACIONAL
Juan Domingo Perón
[8 de Agosto de 1945]


Al inaugurar el ciclo de conferencias del Consejo Agrario Nacional el coronel Perón, vuelve a afirmar; el propósito del gobierno de la revolución de afincar, el los trabajadores de la tierra, terminando con la pesadilla de los desalojos y los lanzamientos que pesan sobre los hogares campesinos. (Agosto 8 de 1945).
Hablo al agro argentino, bajo la advocación de nuestro lema de reforma agraria: ¡la tierra no debe ser un bien de renta sino un bien de trabajo! Hablo a todos los trabajadores del campo y de las ciudades para anunciarles que, a la reforma del trabajo urbano ya iniciada con el auspicio de los trabajadores, comenzamos hoy la reforma del trabajo rural que esperamos cuente con el mismo auspicio que la primera.
Hoy deben estar de pie los que trabajan, sean ciudadanos o campesinos; porque la solución integral será solución de todos. La reforma urbana ha solucionado la vida a millones de trabajadores industriales y comerciales; la reforma rural debe solucionar la vida y el arraigo de millones de campesinos y hacia ello vamos llenos de fe y con la inquebrantable voluntad de realizarlo.
La Revolución del 4 de Junio ha predicado incesantemente la unión de los argentinos. Esta exhortación tiene un sentido evidente: intentar que cesar entre nosotros el aislamiento de las clases sociales. La búsqueda exclusiva de medro de cada uno de ellos sin reparar en la prosperidad o en la miseria ajena porque cuando un pueblo obedece tan sólo al impulso del egoísmo, prescindiendo del sentimiento claro del bien común, que es el de la fraternidad el los seres libres, ese pueblo viola lo que es ley y condición del progreso y esta amenazado de descomposición nacional y de muerte pública.
La revolución ha querido y quiere que no fueran sacrificados como consecuencia de esa descomposición, las instituciones que son ya nuestra tradición viviente, y por ello ha combatido las ambiciones particularistas de ciertos grupos sociales que dispusieron siempre, por el engaño o por la corrupción del poder y de la fuerza. Por eso la revolución adquiere una inconfundible significación nacional y ninguna de las clases sociales puede en este momento vivir aislada de las demás e indiferente a sus problemas, porque hemos logrado forjar una conciencia popular sobre los destinos de la argentinidad.
Cuando nosotros denunciamos públicamente la despoblación del campo su correlativo hacinamiento urbano; cuando exhibimos el rancho y el conventillo como vivienda obligada de los trabajadores; cuando describimos la desnutrición y la miseria fisiológica de los habitantes del interior y el resultado de estas condiciones infrahumanas de existencia; cuando señalamos que el cincuenta por ciento de nuestros muchachos de veinte años está inhabilitado para la prestación del servicio militar, lo que significa su incapacidad para la lucha por la vida; cuando, estudiamos el problema del salario con relación al costo de la subsistencia; cuando nos referirnos a la denatalidad de nuestra población, que no aumenta, estamos en realidad diciendo que a la suerte del más humilde ciudadano está ligada, por inmutable solidaridad, la suerte de la Nación entera, y que cualquier injusticia contra él cometida ofende a la patria toda.
Es verdad que el pueblo posee una insospechable capacidad para sopor­tar el sufrimiento, al punto de que para provocar una ligera reacción es nece­sario verter toneladas de injusticia en el platillo de la indignación popular. Esto lo saben los poderosos; y ellos saben también que es tarea fácil conseguir la paz social para la cual no se requiere una justicia estricta, de perfección absoluta, basta con un poco de medida en el desenfreno de la fuerza y del privilegio. Desgraciadamente, ni ese mínimo de desprendimiento son capaces de conceder los que nos acusan de demagogos, de perturbadores del orden de agitadores de las más bajas pasiones populares.
La revolución ha cumplido su etapa social asegurando a los trabajadores de las ciudades condiciones mínimas de dignidad para una subsistencia prós­pera. Habría faltado al mas grave de sus deberes si no se enfrentara con aque­llo que es substancial en todos los movimientos revolucionarios dignos de ese nombre que recuerda la historia: el problema del régimen de la tierra, pro­blema arriesgado y sumamente difícil de resolver, que los demagogos han eludido siempre y que nosotros, que no somos demagogos sino forjadores auténticos del bien, único orden social posible, el que se basa en la justicia vamos a encarar con decisión y con fe, confiando en la comprensión de los argentinos.
Hemos encarado ya este problema con los decretos de rebaja obligatoria de arrendamientos que han de leerse a continuación, rebajas que han contado con el, beneplácito de todo el país y que permitirán ahora, cuando los precios de los productos del suelo, han de experimentar indudablemente un alza ge­neral -pues no en vano el mundo hambriento y devastado mira anhelante hacia la Argentina, granero universal- que el beneficiado sea el trabajador del suelo y no aquel que ha hecho de la tierra un simple instrumento de renta
Encaramos además, el problema en forma fundamental haciendo del Consejo Agrario Nacional un organismo que de tierra a todo aquel que quiera tra­bajarla, a fin de que ningún hijo de chacarero se vea obligado a desertar de los campos encandilado por las luces engañosas de la ciudad donde la lucha es áspera y sin las compensaciones espirituales que proporciona la labor ruda, pero fresca y sana del campesino. Esa tierra que el Consejo Agrario Nacional irá proporcionando con su renovada estructuración legal y dentro de modernas concepciones económicas, no ha de ser el lote caro y amortizable en perío­dos que oscilan entre 40 y 70 años, en condiciones tales que la colonización social se convierte en un espacio más del agricultor, que nunca verá la tierra que cultiva convertida en el firme asiento material de su hogar. La tierra que proporciona la revolución debe ser tierra barata, esto es, ajustada a su valor actual de producción y no inflado éste por la especulación determinada por la puja incesante de las muchedumbres expoliadas, siempre dispuestas a sacrificar las condiciones de vida propias y de los suyos en el afán de encontrar una chacra donde levantar su rancho. Sólo así podremos hacer de nuestra agricultura una industria sólida y estable y convertir nuestro campo en un mundo de fe y de optimismo.
Esta empresa, repito, no es fácil. Requiere antes que nada una exacta comprensión nacional, es decir por parte de los habitantes de las ciudades cuya suerte está vinculada a la del campo, y también, y muy principalmente, por parte de los agricultores y de los peones asalariados que aspiran a convertirse en agricultores, quienes deberán revestirse de energía y decisión para ayudar­los a consumar sin tropiezos una obra de auténtico sentir revolucionario que nos imponemos como una exigencia inaplazable de nuestro destino de pueblo creado para grandes conquistas sociales.
El trabajador urbano debe apoyar esta política como su propia causa, por­que su vida y su trabajo depende en gran parte del trabajador rural. El cam­pesino puede estar persuadido que si todos nos proponemos apoyar la reforma agraria con fe y energía habrá sonado la hora del campo.
Trabajadores del campo y de la ciudad: la reforma agraria es la causa de todos. Apoyadla y luchad por ella. Algún día la patria nos lo agradecerá a todos.
JUAN DOMINGO PERÓN

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