abril 27, 2010

"Memoria sobre el problema constitucional venezolano" Fernando de Peñalver (1811)

MEMORIA SOBRE EL PROBLEMA CONSTITUCIONAL VENEZOLANO
Fernando de Peñalver [1]
[26 de Junio de 1811]

(Fragmentos)
Desde el instante que Fernando VII fuese preso en Bayona por el Emperador de la Francia, y renunciaron él y su padre la corona de España, quedaron rotos los lazos que ligaban todos los pueblos de la monarquía a formar un solo estado y soberanía. Los de la península se dividieron por provincias; y las ciudades capitales, sin ningún derecho, erigieron juntas soberanas del distrito, sin que contribuyesen a formarlas el voto de todos los pueblos. Estas Juntas formaron otra soberanía en la central, y de este modo se constituyó ilegal e imperfectamente un nuevo estado, y nuevo gobierno que volvió a ligar los pueblos como antes estaban. Los de América fueron compelidos por el despotismo de sus gobernadores, a permanecer sumisos indebidamente al nuevo gobierno de la península, hasta que repeliendo la fuerza con la fuerza, depusieron a sus tiranos y recobraron sus derechos inenajenables. Desde este punto quedó disuelto el pacto que ligaba unos pueblos con otros, el que dividía el territorio, y ya las capitales de las que antes eran provincias dejaron de serlo y entraron, como uno de los pueblos que recobraban su libertad, a formar el nuevo contrato que había de unirlos en una sociedad común. Estos principios de eterna verdad fueron conocidos en Venezuela al tiempo de la revolución por los cabildos de las ciudades, y para que no se alegase en ningún caso consentimiento tácito de reconocimiento a la capital de Caracas, prestaron su obediencia a la Junta que la necesidad formó el diecinueve de abril, en calidad de provisional, y con expresa condición de que a la mayor brevedad se llamasen todos los pueblos a elegir representantes que formasen el nuevo contrato social que había de unirlos, mantener la paz y armonía entre los ciudadanos, y asegurar la defensa interior y exterior del estado que nuevamente había de constituirse. Los representantes de los pueblos de Venezuela, con sus poderes, para formar el contrato que hacen con el gobierno que ellos mismos constituyen por sus representantes, y sanción.
Sentados estos datos innegables, veamos la especie de gobierno que quiere Venezuela, y constituyámosla según las reglas que convienen a su naturaleza y principios. Se quiere una república federal democrática. La naturaleza de ésta exige que el pueblo sea el soberano, que gobierne por magistrados elegidos por él mismo. Que el territorio sea dividido en pequeñas repúblicas, a poco más o menos de igual influencia política, y que todas reunidas por una representación común que las confedere, formen un solo estado y soberanía, que asegure la libertad e independencia común. Ligadas de este modo por un contrato, todas son dependientes de la soberanía común, en los negocios que tocan a todas, y todas son independientes en los que tocan a cada una en particular, que son los de su economía y administración interior, limitados a la educación pública, policía, fomento de su agricultura, industria, buenas costumbres y administración de justicia.
Las virtudes morales y políticas son los principios fundamentales que hacen obrar las repúblicas, y no pueden existir en las grandes porque los vicios que se introducen en su administración interior no se reprimen como en las pequeñas. Este es un mal, dice el sabio Montesquieu, sin remedio, porque no depende de accidentes sino de la cosa misma; y añade que si los hombres no hubiesen inventado la federación de muchas repúblicas pequeñas que concilian las ventajas interiores del gobierno republicano y la fuerza exterior de las monarquías, se hubieran visto precisados a adoptar siempre el gobierno de uno solo.
El gobierno republicano federal remedia el inconveniente que tienen las repúblicas pequeñas para existir, porque uniéndose muchas para la defensa común, hacen una grande y respetable por la fuerza exterior a que todas contribuyen, sin corromperse las ventajas de su administración interior que conserva la moderación y virtudes en cada una de las repúblicas, tan necesarias a su existencia.
Esta forma de gobierno es un contrato, por el cual muchos cuerpos políticos convienen en hacerse ciudadanos de un estado más grande que quieren formar; es una sociedad de sociedades, que hacen otra que puede aumentarse por nuevos socios que le unan.
Este es el negocio que ocupa el Congreso de Venezuela, el más importante para los pueblos que se hallan en las críticas circunstancias de constituir un gobierno que asegure la existencia de su libertad presente y futura, y los legisladores deben ligarlo de tal modo, que no pueda nunca desatarse.
Si en una república federal, uno de los Estados tuviese una importancia política tan grande que, reunidos todos los demás Estados socios, no la igualasen, por su naturaleza quedaba imperfecto y débil el pacto, porque el mayor podría compeler a los menores a cumplirlo, y éstos no podrían hacer lo mismo con el primero; y por consiguiente la Constitución federal, formada de este modo, duraría el tiempo que quisiese el Estado preponderante, que impunemente podría romperla cuando le conviniese a su interés particular. No sucederá así, siendo todos los Estados que se confederan de una misma importancia política a poco más o menos, porque uno no puede dar la ley a todos, y todos pueden obligar al que quiera faltar al pacto, y romper el contrato. De este modo se conserva el equilibrio, y la conservación del equilibrio hace la conservación y permanencia de la Constitución.
Si Norte América, al constituir su federación, hubiera dividido los Estados que la componen y equilibrado la fuerza de todos ellos, no pronosticarían los políticos la disolución próxima de su Constitución por la desigualdad tan grande que hay en ellos, siendo unos capaces de formar una monarquía, y otros tan cortos que apenas bastan para formar una república. Los grandes son desobedientes a la soberanía de la confederación, y tienen siempre en peligro la unión.
La Holanda se acercaba a la pérdida de su libertad, por la preponderancia que había adquirido el Estatúder, a causa de haberse hecho hereditario, cuando Pichegru la atacó y conquistó para la Francia, por haber querido enmendar así la imperfección y debilidad de su Constitución, aventuraron la libertad.
Si la confederación germánica existió defectuosa, fue porque el jefe de ella era un monarca que contenía y obligaba con su espada a todos los cuerpos que la componían a cumplir con los pactos que les prescribía la Constitución; y como en ella se mezclaban la fuerza y vigor de una monarquía, ésta hacía su conservación quitándole al mismo tiempo la libertad de la ;Bátava y Americana.
La Helvética se sostenía con sus defectos, porque la protegía el terreno escarpado en que se había fundado, que no rentaba ni la ambición interior de los que la componían, ni la exterior de las potencias que la rodeaban.
Estos Estados confederados no debieron su larga subsistencia a sus Constituciones que pronto se hubieran disuelto, si el temor de las fuerzas de las potencias vecinas que los rodeaban no los hubiera moderado, y si el interés de conservar el equilibrio político en la Europa no hubiera interesado a las mismas potencias en su conservación.
¡Cuán funesta no fue a la Grecia la preponderancia que se disputaban Esparta y Arenas en la liga anfictiónica, única causa de las continuas guerras que tu vieron estas dos famosas repúblicas, y a las que comprometían las otras!
Venezuela, pues, que va a constituir un nuevo Estado, debe hacerlo enmendando todos los defectos que se conocen en las Constituciones federales que hasta ahora han habido, y debe trabajar mucho para hacer la suya lo más perfecta que sea posible, no habiendo, como no hay, ningún obstáculo insuperable.
Debemos considerar a Venezuela, no como provincias y Estados separados, sino como una masa común que vamos a dividir con equidad y justicia por partes iguales, un poco más o menos, y formar de cada una un Estado que cuide de su economía interior; y de todos ellos, uno solo que atienda a la unión de todos, a su libertad, a su seguridad interior y exterior, y que éste tenga la soberanía absoluta en los negocios que toquen a todos, y que cada uno conserve la que le corresponda a su negocio privado y particular.
Felizmente, las provincias de Venezuela se hallan divididas en pequeños territorios, a poco más o menos iguales; y del mismo modo es su población, a excepción de la que se llama de Caracas, que tiene más extensión y gente que las otras juntas. ¿Por qué este territorio no se divide con proporción a los demás, y se hace de cada parte una pequeña república, igual con las otras? ¿Por qué se quiere una preponderancia funesta a la confederación y la libertad, que tarde o temprano la hará perecer, bien porque se levante un tirano en Caracas, o bien porque la provincia misma quieta, abusando de sus fuerzas, romper el pacto que la liga con las otras?
Yo no encuentro ninguna dificultad que embarace la división propuesta. Los pueblos del interior lo exigen; los de las que van a ser provin¬cias confederadas lo piden; lo exige la libertad, la seguridad y la igualdad que tanto cacareamos; y cuando tratamos de establecerla, no la queremos ni en la balanza política de la Constitución federal que ha de asegurar su permanencia. Creo que cuanto se ha hablado hasta ahora contra este punto es aparente, y que no se procede de buena fe. Sin virtudes no hay libertad, no hay república.
Tengo por muy infundados e injustos los temores que aparentan muchos de que los pueblos del interior todos querrán ser capitales, y que esto producida la discordia entre ellos. ¿Es posible que se supongan tan faltos de razón y juicio, y tan incapaces de conocer que el pueblo que esté más en el centro del territorio que se señale, debe ser naturalmente el centro común de todos ellos por la comodidad que a todos preste? ¿Es posible que se crea igualmente que si se hiciese la división ahora sería un obstáculo para la defensa común, cuando por el contrario sería un estímulo para que se empeñasen más en ella, por las ventajas que esperaban de las mejoras que podrían hacer en su territorio, administrado y gobernado por ellos mismos, libres ya de los obstáculos, vejaciones y perjuicios que han recibido en todos tiempos del gobierno de la capital, que los ha perpetuado en la apatía, la ignorancia, y la pobreza? ¿Y es posible, en fin, que se diga que en los pueblos del interior no hay hombres que puedan gobernar? Es verdad que no hay las luces de Caracas; pero no faltan muchos que tengan las suficientes para conducirse con juicio y tino en los negocios que se les encargue, en cuyo manejo es más necesaria la probidad y la buena fe que la ciencia. Si los pueblos internos carecen de la ilustración que se admira en Caracas es porque el sistema de la antigua Constitución la reservaba a este punto solamente. Los ciudadanos de los otros pueblos que podían sostenerse fuera de sus hogares venían a buscar las luces a la capital; y como en su país no había tribunales, ni puestos en qué usarlas, o abandonaban la carrera de las Letras, o fijaban su domicilio en esta ciudad que los tenia; y entre tanto aquellos hombres que no tenían la fortuna suficiente para trasladarse a Caracas, quedaban sepultados en la ignorancia. Estos son abusos que debemos corregir, porque además de introducir una desigualdad injusta, producen la despoblación interna que cada pueblo tiene derecho de evitar.
Si en el estado presente de las cosas se cree que está en oposición la división del territorio de la provincia de Caracas con la defensa común, no se ponga en práctica por ahora; pero divídase y márquense los límites que tendrán, y señálese el tiempo en que entrarán a la posesión; levántese sobre esta base la Constitución federal, y no se trabaje sobre fundamentos falsos que dejen desplomado el edificio político que construimos, no para asegurar la libertad e independencia presente solamente, sino la de la más remota posteridad, que debe verse siempre por los legisladores que constituyen un Estado.
Los que opinen contra estas ideas tan justas, benéficas y útiles, si no proceden con error, no quieten libertad, ni quieren igualdad; quieten despotismo, quieren tiranía, quieten que la ciudad de Caracas sea la señora de todos los pueblos de Venezuela: quieren que ella sola sea rica y populosa, y que los demás sean sus tributarios; quieren que la regeneración sea sólo para Caracas, y que los otros pueblos se queden en el abatimiento e indigencia en que antes estaban; no quieten una Constitución que asegure la libertad, igualando la fuerza de los Estados en la confederación, para que nunca pueda perecer, ni por el atrevimiento de un emprendedor, ni por el de un Estado que quiera separarse de la unión. Estas son verdades eternas que no pueden atacarse sino con sofismas falsos, débiles hipótesis, y ejemplos que no deben servir de norte a Venezuela por sus conocidos defectos.

Principios sobre que deben constituirse muchas Repúblicas que han de confederarse y formar un solo Estado y soberanía, en los negocios que toquen a todos, para conservar la unión, tranquilidad interior y defensa común.

1. Las leyes políticas son los fundamentos sobre que se apoya y levanta la Constitución de un estado; y las leyes civiles como que contribuyen a su conservación, deben tener una estrecha relación e intimidad con las políticas.

2. Todos los gobiernos tienen su naturaleza y principios, y del acierto en la aplicación de las leyes políticas y civiles a la naturaleza y principios de cada estado, depende el equilibrio y armonía que le hace más o menos duradera su Constitución.

3. Los edificios políticos son como los materiales que, quedando desplomados por algún lado, siempre gravitan por aquella parte que al fin arrastra al todo a su ruina.

4. La sabiduría de los legisladores debe llevar siempre sus mitas más allá de lo presente, para asegurar en lo futuro la permanencia de la Constitución que establezcan.

5. La naturaleza de las repúblicas exige que su territorio sea pequeño, sin cuya circunstancia queda expuesta su subsistencia.

6. Las grandes repúblicas hacen las pasiones inmoderadas, provocan a los ambiciosos, y los intereses comunes ceden a los particulares; y cuando alguno emprende mandar solo, fácilmente encuentra los medios para arruinar la libertad de su patria.

7. En las grandes repúblicas, el bien común se sacrifica a mil consideraciones, y la libertad depende de accidentes. Si la Francia hubiera dividido sus departamentos en pequeñas repúblicas, Bonaparte no sería hoy el déspota de la Europa.

8. En una pequeña república, el bien común está más al alcance de todos los ciudadanos, que generalmente se conocen, se moderan y reprimen el espíritu de los emprendedores.

9. Las repúblicas pequeñas tienen el defecto de estar expuestas a ser subyugadas por fuerzas extranjeras.

10. La confederación de muchas repúblicas pequeñas, unidas en un solo Estado para su defensa, forman una fuerza exterior que las hace respetables a las monarquías más poderosas, y les da una representación política que no tendrían por sí solas.

11. Las repúblicas pequeñas pueden existir confederadas, conservando sus virtudes, porque cada una cuida de su gobierno y administración interior, de su educación y costumbres.

12. Sólo la confederación de muchas repúblicas puede hacer existir una república grande, poderosa y respetable a otros Estados, porque la forma de esta asociación previene todos los inconvenientes.

13. Si alguno intentase usurparse el poder, no podría hacer lo que Bonaparte en Francia, porque si lograra acreditarse y hacerse poderoso en un Estado, los otros se armarían contra él, y antes que consiguiese establecer su dominio, seria destruido por las fuerzas reunidas de los demás; y si alguna seducción perturbase la paz de una de las repúblicas, las otras contribuirían a sosegarla y a corregir los abusos que se hubiesen introducido en ella.

14. Para que la Constitución de un Estado federal sea perfecta, es necesario que los Estados que se unen sean todos repúblicas, cuyo territorio ha de ser igualo un poco más o menos, y sus leyes políticas o constitucionales fundadas sobre la naturaleza y principio de la especie de gobierno republicano que se adopta.

15. En todos los Estados deben ser unas mismas las leyes políticas y civiles; esta uniformidad en lo político y civil estrecha más la amistad y unión, y si todos los pueblos hablan una misma lengua será mayor su perfección.

16. Para que la soberanía federal sea perfecta es necesario que todos los estados cedan a la representación general un poder absoluto en todos los negocios que sean comunes, y que ninguno prefiera su conve¬niencia particular a la general.

17. Para que una confederación no sea ilusoria, el gobierno federal ha de tener poder y fuerza con qué repeler a los Estados o particulares que desobedezcan las órdenes y leyes del gobierno común, siendo éste el punto cardinal del contrato que todos deben observar fiel y cumplidamente, porque en él estriba el objeto y fin a que se dirige la confederación.
FERNANDO DE PEÑALVER
[1] El patriota venezolano Fernando de Peñalver (1775¬1837) redactó esta Memoria presentada al Supremo Congreso de Venezuela, del que era miembro. Defiende en ella el principio federal, finalmente adoptado por la Constitución, y propone la división de la extensa provincia de Caracas para evitar las desigualdades entre los distintos miembros de la Con¬federación. Finaliza el documento con una proposición de los artículos del contrato que deben ligar la unión de las provincias, para formar un solo estado y soberanía.

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