Memoria. Sobre los principios políticos que seguí en la administración del Perú y acontecimientos posteriores a mi separación
Bernardo de Monteagudo
[17 de Marzo de 1823]
Yo sería inconsecuente con los principios que profeso, si rehusase apelar al buen sentido del pueblo, o no me sometiese voluntariamente al juicio de mis iguales
Quito, Marzo 17 de 1823
1° Yo no escribo para inflamar pasiones ajenas, ni para desahogar las mías: un sentimiento de respeto a la opinión de los hombres, me obliga a interrumpir el silencio con el cual he contestado siempre a las declamaciones del espíritu de partido y a los argumentos del odio. Por otra parte, después de haber sido un funcionario público, la dignidad del ministerio que obtuve, exige, que no abandone mis derechos al juicio tumultuario de mis propios agresores. Mi objeto es defenderme sin usar de represalia: el improperio y la calumnia son las armas, que emplean los que no saben combatir, sino desacreditando su carácter y revelando los misterios vergonzosos de su alma. Yo dejo a mis enemigos en posesión de sus recursos.
2° Para vindicarme ante los hombres que piensan, únicos jueces competentes de mi causa, me basta exponer los principios políticos que he seguido mientras tuve a mi cargo el Ministerio de Estado y Relaciones Exteriores del Perú. Ellos han sido proscriptos sin examen y en su lugar se han proclamado ideas contrarias con el aparato de un triunfo, al cual han servido de trofeos la libertad de calumniar y el empeño de sugerir innovaciones, para desagraviar resentimientos. Pero mis opiniones no dependen de los sucesos de un día, ni de la malignidad de algunos hombres; y declaro que ellas serán siempre las mismas, cualquiera que sea la distancia a que yo me halle de los negocios políticos y del teatro de la revolución.
3° Es imposible juzgar los principios que profesa un hombre público, sin contraerse a las circunstancias, que han influido en su conducta. El fallo que se pronuncie sobre los que yo he seguido, sólo puede ser exacto después de considerar el estado presente del Perú, sin las excepciones que admite cuanto se diga de él en general. Yo voy a hablar con toda la franqueza de mi celo y si en el fondo de mis pensamientos no se encuentra siempre el más puro interés por la causa de los pueblos, consiento en que caiga sobre mi nombre la indignación de los patriotas virtuosos, cuya ira nunca se enciende sin justicia. No trato de lisonjear a ningún partido, sino de exponer los peligros en que todos se hallan y doy por última garantía de mis intenciones, la protesta de prescindir enteramente de los que a fuerza de prodigarme injurias, han creído envenenar mi ánimo y hacerme perder esa inapreciable tranquilidad que no depende de la conciencia de mis enemigos, sino de la mía.
4° El Perú como todas las antiguas posesiones españolas en el nuevo mundo, sufría tres siglos ha el régimen devastador, que había fundado la espada de algunos aventureros inhumanos. Hasta fines del siglo pasado, España no necesitó otra fuerza para mantener el sistema colonial que la superstición e ignorancia de los pueblos. Algunas explosiones parciales se dejaban sentir de tiempo en tiempo; pero ellas no excitaban en la metrópoli inquietud, sino venganza; aunque bastaban para avisar a los políticos que existía en la población de América una masa inflamable, que tarde o temprano presentaría el horrible espectáculo de un incendio universal en la mitad del globo.
5° La revolución de los establecimientos ingleses en Norte América y la estrepitosa alarma que dio la Francia al universo, despertaron en las colonias españolas el espíritu de resistencia. El entusiasmo con que ambas naciones llamaron al género humano, para que entrase en la época de los grandes sucesos, hizo pensar sobre su suerte a los americanos del sur. Entonces empezaron a sentir la opresión, que antes sufrían con una paciencia supersticiosa, que se confundía con los actos espontáneos de la voluntad. Para quejarse de usurpación, es preciso conocer los derechos que se defraudan; y mientras cada americano creía que su libertad consistía en obedecer, ninguno se consideraba esclavo, porque la opinión gobierna a los hombres y fija siempre el carácter de sus sentimientos.
6° El ejemplo cambió repentinamente esta opinión: el clamor de independencia resonó en diversas partes del continente y bien presto se generalizó la idea de sacudir el yugo, que era natural aborrecer con vehemencia, después que se había respetado con fanatismo. La transición de un extremo a otro, es la alternativa que siguen las afecciones humanas.
7° Con la idea de independencia empezaron también a difundirse nociones generales acerca de los derechos del hombre: mas éste era un lenguaje, que muy pocos entendían: la ciencia que enseña los derechos y las obligaciones sociales, es vasta y complicada: ella exige un largo aprendizaje y la historia de todos los pueblos sin exceptuar uno solo, demuestra, que en nada es tan lenta la marcha del género humano, como en el conocimiento práctico del término de las relaciones que unen a los gobiernos y a sus súbditos.
8° No era de esperar, que la población americana adquiriese nuevos principios con la rapidez que había cambiado de sentimientos. Detestar para siempre la dominación española y convertir el suelo patrio en una espantosa soledad, antes que depender de los herederos de Pizarro y Cortés; estos eran los votos generales que sin ambigüedad, sin discusión y con certidumbre de su importancia, hicieron todos los habitantes de estas regiones. Desde el Río de la Plata hasta la nueva California, la guerra se emprendió con este objeto; y nadie pensaba en otra cosa, que en destruir a los españoles, a excepción de algunos, que teniendo más previsión, o más osadía intelectual, trazaban ya los planes constitucionales que cada uno creía más análogos a la sección en que se hallaba.
9° Las armas americanas empezaron a triunfar; el orgullo que causa la victoria exaltó las imaginaciones y el celo se convirtió en pasión: desde entonces los hombres que habían inflamado el odio contra los españoles, creyeron que para difundir el amor a la libertad era preciso propagar principios, que embriagasen a los pueblos con la esperanza de una absoluta democracia. Este fue en aquella época un error excusable, porque hay circunstancias en las cuales no se pueden cometer sino faltas. [1]
10. La fortuna en los primeros combates, fue por decirlo así, el vehículo de aquellos principios: bien presto se sintió su efecto: asomó la hidra de la discordia y ya fue preciso combatir a los que peleaban contra la independencia y a los que atacaban la unidad. Unas veces la ambición y otras la ignorancia, levantaban el estandarte seductor de la igualdad mal entendida, contra los verdaderos intereses de la independencia proclamada.
11. Todo el continente había probado las vicisitudes de esta doble lucha con excepción del antiguo virreinato del Perú donde el despotismo conservaba el apoyo de la fuerza y con un triple muro de cadalsos impedía la entrada al espíritu de insurrección. La sangre y los tesoros de la tierra del sol, se empleaban para apagar la llama sagrada, que había encendido el amor a la independencia; y desde el Ecuador hasta el Río de la Plata, el nombre de la capital de Lima hacía estremecer de indignación a los que habían tomado las armas, no para vengar sus propios ultrajes, sino los de toda la gran familia americana.
12. Sin embargo, los habitantes del Perú en general estaban ya animados del mismo sentimiento: sus opresores lo habían difundido a fuerza de contrariarlo. Cada proclama en que proscribían los nuevos principios, servía para hacerlos abrazar a los que no habían reflexionado sobre ellos. Todos querían la independencia de los que se creían llamados a dirigir esta obra, después de haber oído por el espacio de diez años defender con ardor e impugnar a sangre y fuego la libertad y la igualdad, esperaban con impaciencia el momento de poder rivalizar a los más acalorados defensores del Contrato Social.
13. Tal era el estado político del país en 1820, cuando el ejército unido libertador desembarcó en las costas del Perú y anunció a los españoles que allí estaban los que jamás habían recibido heridas por la espalda. No es mi objeto entrar en los detalles de esta campaña memorable, porque es imposible reducir a un episodio el argumento de un heroico drama. Yo me contraigo por ahora al resultado de sus esfuerzos, que fue la ocupación de Lima en el mes de julio de 1821 y a la parte que desde entonces tuve en el gobierno del Perú.
14. Hasta l° de enero de 1822 estuvo a mi cargo el ministerio de guerra y marina, cuyas funciones había desempeñado en toda la campaña: en aquel día pasé a servir el de Estado y Relaciones Exteriores y entré en la época de mi mayor responsabilidad, porque en la primera, mis deberes estaban limitados a la parte administrativa, que en nuestro sistema y circunstancia no exigía sino un trabajo asiduo, pero material. Es tiempo que hable de la marcha que me propuse seguir en el nuevo departamento a que fui promovido.
15. Luego que tomé posesión de él, conocí que se me abría un vasto campo de gloria y de peligros. Confieso que amo la gloria con pasión y que los peligros después de catorce años que he vivido en ellos, han perdido para mí el prestigio que los hace formidables. Sin embargo, como esto no basta para llenar grandes deberes, desesperaba de todos mis recursos, menos de mi celo: éste es infatigable, porque nada sé emprender a medias: mis enemigos no negarán, que mientras he tenido carácter público, yo he trabajado más de lo que podía esperarse de un solo hombre: la constancia dependía de mí solo: el acierto era obra de las circunstancias.
16. Desde el 25 de mayo de 1809, mis pensamientos y todo mi ser estaban consagrados a la revolución: me hallaba accidentalmente en la ciudad de La Plata, cuando aquél pueblo heroico y vehemente en todos sus sentimientos, dio el primer ejemplo de rebelión: entonces no tenía otro nombre, porque el buen éxito es el que cambia las denominaciones. Yo tomé una parte activa en aquel negocio con el honrado general Arenales, y otros eminentes patriotas, que han sido víctimas de los españoles. Desde aquel día vivo gratuitamente: una vez condenado a muerte y otras próximo a encontrarla, yo no pensé sobrevivir a tanto riesgo.
17. Mis enormes padecimientos por una parte, y las ideas demasiado inexactas que entonces tenía de la naturaleza de los gobiernos, me hicieron abrazar con fanatismo el sistema democrático. El Pacto Social de Rousseau y otros escritos de este género, me parecía que aún eran favorables al despotismo. De los periódicos que he publicado en la revolución, ninguno he escrito con más ardor que el MÁRTIR o LIBRE, que daba en Buenos Aires: ser patriota, sin ser frenético por la democracia era para mí una contradicción, y este era mi texto. Para expiar mis primeros errores, yo publiqué en Chile en 1819, el CENSOR DE LA REVOLUCIÓN; ya estaba sano de esa especie de fiebre mental, que casi todos hemos padecido; y ¡desgraciado el que con tiempo no se cura de ella!
18. Cuando llegó al Perú el ejército libertador, mis ideas estaban marcadas con el sello de doce años de revolución. Los horrores de la guerra civil, el atraso en la carrera de la independencia, la ruina de mil familias sacrificadas por principios absurdos, en fin, todas las vicisitudes de que había sido espectador o víctima, me hacían pensar naturalmente, que era preciso precaver las causas de tan espantosos efectos. El furor democrático, y algunas veces la adhesión al sistema federal, han sido para los pueblos de América la funesta caja que abrió Epimeteo, después que la belleza de la obra de Vulcano sedujo su imprudencia.
19. Penetrado de estos sentimientos, yo no podía ser infiel a ellos, cuando las circunstancias me daban una parte activa en la dirección de los negocios. Al tomar sobre mí la que me cabía de tan enorme peso, escribí en la tabla de mis deberes los principios que mi conciencia me dictaba. Los he seguido con puntualidad, y los profeso con firmeza, porque mil veces sería víctima de la revolución antes que cambiarlos. Yo ruego que se examinen sin parcialidad, no por miramiento a mi individuo, sino a los grandes intereses que se versan en esta contienda.
20. Aunque el Perú tenía los mismos motivos de resentimiento contra el gobierno peninsular, que el resto de América, en ninguna parte estaba más radicado su influjo, por el mayor número de españoles que existían en aquel territorio, por la gran masa de sus capitales, y por otras razones peculiares a su población. El odio a los desoladores del nuevo mundo, había sido en los demás países el agente principal de la revolución: la fuerza de este resorte estaba conocida: digámoslo francamente: con excepción de algunas docenas de hombres, el resto de los habitantes no tuvieron más objeto al principio, que arrancar a los españoles el poder de que abusaban, y complacerse a vista del contraste que debía formar su semblante despavorido y humillado, con esa frente altanera donde los americanos leían desde la infancia el destino ignominioso de su vida.
21. Era preciso generalizar este sentimiento en el Perú, y convertirlo en una pasión popular, que haciendo tomar un fuerte interés por la causa de la independencia, borrase hasta los vestigios de esa veneración habitual, que los hombres tributan involuntariamente a los que por mucho tiempo han estado en posesión de hacerlos desgraciados. He aquí el primer principio de mi conducta pública. Yo empleé todos los medios que estaban a mi alcance para inflamar el odio contra los españoles: sugerí medidas de severidad, y siempre estuve pronto a apoyar las que tenían por objeto disminuir su número, y debilitar su influjo público y privado. Esto era en mí sistema, y no pasión: yo no podía aborrecer a una porción de miserables que no conocía, y que apreciaba en general, porque prescindiendo de los intereses de América, es justo confesar que los españoles tienen virtudes eminentes, dignas de imitación y de respeto.
22. Cuando el ejército libertador llegó a las costas del Perú, existían en Lima más de diez mil españoles distribuidos en todos los rangos de la sociedad; y por los estados que pasó el Presidente del Departamento al Ministerio de Estado, poco antes de mi separación, no llegaban a seiscientos los que quedaban en la capital. Esto es hacer revolución, porque creer que se puede entablar un nuevo orden de cosas con los mismos elementos que se oponen a él, es una quimera. Unos salieron voluntariamente, y otros forzados, aunque todos lo eran, porque conocían su situación; y yo tenía buen cuidado de aumentar sus sobresaltos, para que ahorrasen al gobierno la incomodidad de multiplicar intimaciones.
23. No quiero atribuirme lo que no me pertenece: las órdenes ejecutivas para que saliesen los españoles que fueron en el Milagro y otros buques, emanaron del marqués de Trujillo, que era entonces Supremo Delegado: yo aplaudí y coadyuvé su celo, porque estaba de acuerdo con el mío. Las medidas que se adoptaron contra una parte de sus bienes, más tuvieron por objeto interesar en su salida a la clase menesterosa, que en estos casos calcula siempre a su modo, que enriquecer el tesoro. Ya no era tiempo de pensarlo, pues todos los habitantes de Lima saben que, con mucha anticipación, los españoles pudientes habían sacado sus caudales, y los demás fácilmente ocultaban lo que tenían, porque era poco. Los que han declamado sobre esto, han declamado para sí solos: yo no temo las acusaciones, que carecen de argumento y de pruebas.
24. El segundo principio que seguí en mi administración, fue restringir las ideas democráticas: bien sabía que para traerme el aura popular, no necesitaba más que fomentarlas; pero quise hacer el peligroso experimento de sofocar en su origen la causa, que en otras partes nos había producido tantos males. El ejemplo empezaba a formar un torrente: yo conocía que no era fácil detenerlo, y que después sería más difícil hacerlo retrogradar: me decidí por el primer partido, porque a más de estar convencido de su justicia, no me era indiferente la gloria de dar a la opinión un impulso, que aunque se interrumpa, la experiencia lo renovará con mejor éxito. ¡Ojalá que las desgracias no ejerciten el terrible ministerio de hacer llorar a los pueblos su desengaño!
25. Para demostrar que las ideas democráticas son absolutamente inadaptables en el Perú, yo no citaré al autor del Espíritu de las LL., ni buscaré en los archivos del género humano argumentos de analogía, que mientras no varíe su constitución física y moral, probarán siempre lo mismo en igualdad de circunstancias. Las autoridades y los ejemplos persuaden poco, cuando las ilusiones del momento son las que dan ley. Sólo un raciocinio práctico puede entonces suspender el encanto de las bellezas ideales, y hacer soportable el aspecto severo de la verdad.
26. Yo pienso que antes de decidir si las ideas democráticas son, o no adaptables en el Perú, es preciso examinar la moral del pueblo, el estado de su civilización, la proporción en que está distribuida la masa de su riqueza, y las mutuas relaciones que existen entre las varias clases que forman aquella sociedad. He reducido a estos cuatro principios cuanto se ha dicho por los mejores maestros de la ciencia de gobierno, y en su elección he seguido mis propias observaciones sin tomar ningún sistema por modelo: mi plan es indicar hechos, que nadie ponga en duda, y que cada uno amplíe sus reflexiones hasta donde yo no puedo extenderlas, por miramientos que no será difícil penetrar.
27. La moral de los habitantes del Perú, considerada con respecto al orden civil, no podía ser otra, que la de un pueblo que ha sido esclavo hasta el año 21, y que aun lo es en mucha parte de su territorio. La censura a que están sujetas sus costumbres en este punto de vista, es un argumento de execración contra la España, y un motivo más para sustraer aquel país a las nuevas desgracias en que se vería envuelto por la falta de sobriedad, en la reforma de sus instituciones. Sus principales y más antiguos hábitos han sido: obedecer a la fuerza, porque antes nunca ha gobernado la ley: servir con sumisión para desarmar la violencia, y ser menos desgraciado: atribuir a las clases privilegiadas esos derechos imaginarios, que todo gobierno despótico sanciona, interesado en exaltar a los primeros que oprime, para que éstos sean opresores a su turno: en fin, ser todos, en general, esclavos y tiranos a la vez, desde los que ocupaban el rango más elevado, hasta los que dirigían el trabajo en las plantaciones de la Costa. La cadena era siempre la misma, aunque algunos eslabones brillasen más que otros.
28. La virtud y el mérito sólo servían para atraer los rayos del despotismo sobre las cabezas más ilustres. Una inversión total en el objeto y en los medios de ser feliz, hacía buscar los honores y las recompensas por las sendas más extraviadas de la moral pública: el dinero suplía la idoneidad, la adulacióin valía más que la modestia y las súplicas interpuestas por medio de blandas voces, alcanzaban lo que no podía obtener el heroísmo de algunos peruanos superiores a los obstáculos de su educación y a las costumbres de su siglo.
29. Un pueblo que acaba de estar sujeto a la calamidad de seguir tan perniciosos hábitos, es incapaz de ser gobernado por principios democráticos. Nada importa mudar de lenguaje, mientras los sentimientos no se cambian; y repentinamente nuevas costumbres, antes que haya precedido una serie de actos contrarios a los anteriores, es poner a los pueblos en la necesidad de hacer una mezcla monstruosa de las afecciones opuestas, que producen la altanería democrática y envilecimiento colonial. De aquí resulta esa lucha continua entrpe el gobierno y el pueblo, que unas veces obedece como esclavo y otras quiere mandar como tirano: tan presto recibe las reformas con veneración, como trata de abolirlas, desplegando el orgullo legislativo, que es inherente a la democracia: cada uno de su clase se esfuerza a conservar las prerrogativas y ascendiente que antes gozaba y al primer grito de un ambicioso demagogo, todos gritan igualdad, sin entenderla ni desearla; en fin, los empleos se solicitan sin trabajar por merecerlos y los descontentos que forman el mayor número, denuncian como una infracción de los derechos del pueblo la repulsa de sus pretensiones.
30. El estado de la civilización del Perú es proporcionado a la latitud que concedían las leyes y repetidas cédulas, que la generosidad de los reyes de España dictaba en favor nuestro. La educación de un pueblo destinado a la obediencia pasiva se reduce a hacer a los hombres metafísicos, para que nunca descubran sus derechos en ese caos de abstracciones, donde toda idea práctica desaparece. Algunos sabios que se formaban como por sorpresa en el fondo de la soledad, han procurado en varios tiempos introducir el estudio de las ciencias exactas y naturales, al menos con aplicación a los usos más necesarios de la sociedad. Sus esfuerzos aunque han tenido algún efecto, no han podido extenderse más allá del estrecho círculo a que los limitaban los cautelosos permisos de la corte de Madrid. Entre tanto, la masa de la población seguía siempre sepultada en las tinieblas y su ignorancia llenaba de placer a los españoles, porque era natural se deleitasen en contemplar la obra de sus manos y en calcular la duración de su imperio por la fuerza de las preocupaciones en que se apoyaba.
31. Yo quiero ahora contraerme a la clase de ilustración que exige el gobierno democrático, para que sea realizable. Todo el que tiene alguna parte en el poder civil debe conocer la naturaleza y término de sus atribuciones y la relación que estas dicen al sistema administrativo en general. En el gobierno democrático, cada ciudadano es un funcionario público: la diferencia sólo está en el tiempo y modo de ejercitar ese especie de magistratura que le dan las leyes: el mayor número usa de este derecho en las asambleas electorales y los demás en la tribuna. Pero la frecuencia de las elecciones aumenta sin cesar la lista de los candidatos y exige un sobrante indefectible de hombres capaces de administrar los intereses de su país, que supone en circulación las luces necesarias para llenar esta continua demanda. Por desgracia, la mayor parte de la población del Perú carece de aquellos conocimientos sin los cuales es imposible desempeñar tan difíciles tareas. El estudio de la política y de la legislación ha sido hasta aquí tan peligroso como inútil: la ciencia económica estaba en diametral oposición con las leyes coloniales: la diplomacia no tenía objeto y habría sido tan superfluo contraerse a ella, como aprender en Lima el Deidam de los Bracmanes: en una palabra, todos los conocimientos que son accesorios a estas ciencias o no había medios para adquirirlos o era preciso arrostrar anatemas para no ignorarlos. Yo pregunto, si el pequeño número de los que han cultivado aquellas ciencias es capaz de suplir el inmenso déficit que se encuentra en la totalidad de la población, para poder realizar las formas democráticas.
32. La proporción en que está distribuida la riqueza nacional, que es la suma de las fortunas particulares, merece un examen no menos detenido; porque después de las luces, nada determina tanto como las riquezas el gobierno de que es capaz un pueblo. Cuando la generalidad de los habitantes de un país, puede vivir independiente con el producto que le rinde el capital, hacienda o industria que posee, cada individuo goza de más libertad en sus acciones y está menos expuesto a renunciar sus derechos por temor o venderlos a vil precio, porque así lo compra todo el poderoso al miserable. Es verdad que los que viven en la abundancia pueden ser alguna vez tan corrompidos, como los que gimen en la miseria: pero no es probable, que todos los que cuentan con una subsistencia segura vendan su voto en las asambleas del pueblo, prostituyan su carácter en el seno de la representación nacional, busquen los empleos con bajeza para abusar de ellos, preparen los tumultos y se reúnan en las plazas públicas a gritar con el despecho de la mendicidad. El que posee un capital de cualquiera especie con el cual puede satisfacer sus necesidades, sólo se interesa en el orden, que es el principal agente de la producción: el hábito de pensar sobre lo que perjudica o favorece a sus intereses le sugiere nociones exactas acerca del derecho de propiedad; y aunque ignore la teoría de los demás, conoce su naturaleza por reflexión y por práctica. Donde existen tales elementos no sería difícil establecer la democracia.
33. Examinemos la situación del Perú en este punto de vista. Calculando su extensión, fecundidad y producciones que encierra en los tres reinos de la naturaleza, ciertamente es uno de los países más opulentos del globo a los ojos de un filósofo. Pero si se considera su riqueza económicamente y sólo se estiman los valores que están actualmente en circulación, dista mucho de poderse igualar aun a los Estados que se hallan en la mediocridad. La falta de datos estadísticos en unos pueblos cuyo gobierno ha ignorado la aritmética política, no permite avaluar su riqueza con exactitud, aunque para mi objeto basta observar por mayor la proporción en que ella está distribuida. La cantidad más considerable resulta del precio de las fincas rústicas o urbanas y en especial de las primeras, por los valores que en ellas se acumulan para las tareas de la agricultura o para las mezquinas fábricas que permitía el gobierno español. Las más, o están vinculadas en cierto número de familias, o lo que es peor pertenecen a manos muertas. El número de los particulares propietarios de bienes raíces, sobre ser muy corto en proporción a la superficie del territorio y al total de sus habitantes, son pocos los que no están gravados con pensiones a favor de las clases monopolistas. A esto se agrega, que atendida la poca demanda que hay de bienes raíces por la falta de capitales, su precio es muy bajo en el mercado y la renta que producen, deducidas las pensiones ordinarias, en general no basta para que sus poseedores puedan vivir independientes.
34. Los capitales del Perú, siguiendo la acepción económica de esta voz, aun se hallan distribuidos en menor número de individuos, porque los obstáculos que hasta aquí se han puesto a la producción, no han permitido que aquellos se multipliquen, para que en proporción se difundan. El dinero, que siendo una mercancía intermediaria influye en el aumento de las demás, es escaso y se halla en pocas manos: las materias primeras y todos los otros productos, cuya acumulación forman los capitales, no corresponde a la demanda que se hace de ellos, ni pasan de un estrecho círculo en cada provincia. Con respecto a la industria del Perú, apenas hay materia para un análisis: ella supone, como lo observan los economistas, un gran número de sabios, que conozcan las leyes de la naturaleza: mayor número de emprendedores, que apliquen los conocimientos de aquellos para dar utilidad a las cosas y obreros que ejerciten las varias tareas que exige la subdivisión del trabajo. A excepción de esta última clase, que tampoco es capaz sino de aquello a que está acostumbrada, es doloroso tener que decir, que las dos primeras no existen: hay sabios en el Perú, pero no son de aquella clase que necesita la industria para inventar y perfeccionar sus productos: los emprendedores están reducidos a obrar por rutina y ofrecer en el mercado algunos artículos para los usos más comunes y casi siempre para las últimas clases. El resultado es, que la distribución de capitales de industria en el Perú, no asegura la independencia individual de sus habitantes de un modo adecuado al espíritu de las instituciones democráticas.
35. Las mutuas relaciones que existen entre las varias clases que forman la sociedad del Perú, tocan al máximum de la contradicción con los principios democráticos. La diversidad de condiciones y multitud de castas, la fuerte aversión que se profesan unas a otras, el carácter diametralmente opuesto de cada una de ellas, en fin, la diferencia en las ideas, en los usos, en las costumbres, en las necesidades y en los medios de satisfacerlas, presentan un cuadro de antipatías e intereses encontrados, que amenazan la existencia social, si un gobierno sabio y vigoroso no previene su influjo. Este peligro es hoy tanto más grave, cuanto más se han relajado los miramientos y habitudes que servían de freno a las animosidades recíprocas: ellas serán más vehementes y funestas a proporción que se generalicen las ideas democráticas y los mismos que ahora las fomentan, serán acaso sus primeras víctimas.
36. Aun los hombres que piensan y son capaces de analizar los nuevos principios que adoptan, cometen frecuentes errores en su aplicación; hasta que la experiencia rectifica su juicio. Las diversas castas que forman la mayor parte de la población del Perú, lejos de poder entrar en el análisis de la más simple idea, apenas ejercitan su inteligencia, porque la política feroz de los españoles empleaba todos los medios de extinguirla. En tal estado y sin más criterio que aquel de que son susceptibles los hombres oprimidos e insultados por continuos ultrajes, naturalmente creen al oír proclamar la libertad y la igualdad, que la obediencia ha cesado ya de ser un deber; que el respeto a los magistrados es un favor que se les dispensa y no un homenaje que se rinde a la autoridad que ejercen; que todas las condiciones son iguales, no sólo ante la ley, porque ésta es una restricción que no comprenden, sino en la más absurda latitud del significado que admite la igualdad; y en fin, que es llegado el tiempo, en que si se les niega el ejercicio de sus quiméricos derechos, hagan valer el número y robustez de sus brazos endurecidos en las fatigas de la servidumbre y demasiado desiguales en fuerza, respecto de los que animan a la democracia con escritos, que se resienten de la debilidad de su complexión. Es necesario concluir de todo, que las relaciones que existen entre amos y esclavos, entre razas que se detestan y entre hombres que forman tantas subdivisiones sociales cuantas modificaciones hay en su color, son enteramente incompatibles con las ideas democráticas.
37. Expuestas las razones que tuve para restringir aquellas ideas, voy a hablar del tercer principio que me propuse seguir en mi administración: fomentar la instrucción pública y remover todos los obstáculos que la retardan. Yo creo que el mejor modo de ser liberal y el único que puede servir de garantía a las nuevas instituciones que se adopten, es colocar la presente generación a nivel con su siglo y unirla al mundo ilustrado por medio de las ideas y pensamientos, que hasta aquí han sido prohibidos, para que la separación durase más. Esta es la empresa más digna del celo y de la perseverancia de las verdaderos patriotas: éste es el medio de disponer los pueblos a recibir esas reformas, que la oportunidad hace saludables y que siendo extemporáneas, envenenan la sociedad y la destruyen: éste era en fin el proyecto que más me ocupaba en medio de mis grandes tareas y a pesar de los obstáculos que la guerra y la escasez de fondos oponían a mis empresas. Yo recibo ahora mismo la remuneración de mis deseos, pues recuerdo con placer, que hice por mi parte cuanto pude y que mis intenciones eran las más puras y sinceras: lo digo con firmeza porque no temo que mi conciencia alce la voz y me desmienta.
38. En mi exposición de las tareas administrativas del gobierno hasta el 15 de julio, detallé las medidas a que había cooperado con este objeto: la Biblioteca pública es un establecimiento digno de la capital del Perú y me queda la satisfacción de haberlo dejado casi concluido. En el estado actual de los conocimientos humanos, el mejor medio de generalizarlos es adoptar en todas partes el sistema de enseñanza recíproca: una de las instrucciones que di al señor Cabero cuando pasó a Chile en comisión diplomática, fue que hiciese proposiciones a Mr. Thomson, miembro de la sociedad lancasteriana de Londres, que se hallaba en aquel país para que viniese a Lima: en el poco tiempo que medió desde su llegada hasta mi salida, se hicieron los preparativos para este establecimiento, al cual espero se le dé toda la extensión que yo deseaba. Mi plan era formar un Ateneo en el Colegio de San Pedro y concentrar allí la enseñanza de todas las ciencias y bellas artes, con cuya mira escogí una parte de aquel edificio para la biblioteca pública. Yo consultaba frecuentemente mis ideas con varios hombres, que para mí serán siempre respetables por su literatura y probidad; y no dudaba del buen éxito, porque contaba con su celo: la constancia y la buena intención eran el único fondo con que yo pensaba contribuir a estas empresas.
39. El último principio que me propuse por norma de mi conducta pública, fue preparar la opinión del Perú a recibir un gobierno constitucional, que tenga todo el vigor necesario para mantener la independencia del Estado y consolidar el orden interior, sin que pueda usurpar la libertad civil, que la constitución conceda al pueblo, atendidas las circunstancias políticas y morales en que actualmente se halla. El Perú como todo Estado que acaba nuevamente de formarse necesita suplir la responsabilidad que imprime el tiempo a las instituciones humanas, con la mayor energía en las atribuciones y ejercicio del poder ejecutivo, a quien toca defender los derechos que emanan de la independencia nacional. Cuando un gobierno empieza a existir por sí solo, su situación respecto de los que ya se hayan establecido es la más desventajosa y desigual, tanto en la paz como en la guerra: ésta es la lucha de un ser recientemente organizado con otros que han llegado al colmo de su robustez. Por más que estudie sus intereses políticos, no puede conocerlos en toda su extensión, porque sólo una larga experiencia es capaz de descubrir las combinaciones que admiten con los de otros estados; y para terminar las diferencias que el mismo desenlace de los sucesos produce necesariamente, al fin es preciso batirse o negociar: en ambos casos, no es difícil decidir de parte de quien se halla la superioridad. Los gobiernos antiguos tienen más medios disponibles para emprender la guerra, más crédito para hacer valer sus pretensiones, más astucia para dirigirlas y menos consideración a los gobiernos nacientes: éstos por el contrario, agotados por la contienda que generalmente precede a su existencia, no pueden renovarla sin dobles sacrificios: el nuevo rango que ocupan entre las naciones, hacen mirar con desdén y celos sus empresas: inexpertos en el giro de las transacciones diplomáticas, obran con desconfianza y calculan con timidez: en fin, el prestigio de la antigüedad les hace pagar a despecho suyo un tributo de consideración, que entre los gobiernos como entre los particulares disminuye casi siempre la osadía de sus designios y la firmeza de sus determinaciones.
40. Sólo un gobierno eminentemente vigoroso, capaz de deliberar sin embarazo y de ejecutar con rapidez, podrá equilibrar tan grandes desventajas, teniendo al menos siempre expedito el primer recurso para todas las empresas, que es la resolución. Pero si en los conflictos teme más los amagos de la democracia, que las hostilidades externas; si él no es sino un siervo de las asambleas o congresos y no una parte integrante del poder nacional; si las medidas que necesitan el voto legislativo se entorpecen por celos o se frustran por la suspicacia popular; últimamente, si en vez de encontrar el gobierno apoyo para sus planes, los demagogos fomentan contra ellos un maligno espionaje, que paraliza su curso; se hallará inferior en todo a las demás potencias con quienes tenga que batirse o negociar.
41. La consolidación del orden interior todavía exige en el gobierno mayor grado de fuerza orgánica para vencer la vehemente y continua resistencia de los hábitos contrarios. Después de una espantosa revolución, cuyo término se aleja de día en día, no es posible dejar de estremecerse, al contemplar el cuadro que ofrecerá el Perú cuando todo su territorio esté libre de españoles y sea la hora de reprimir las pasiones inflamadas por tantos años: entonces se acabarán de conocer los infernales efectos del espíritu democrático: entonces desplegarán las varias razas de aquella población, el odio que se profesan y el ascendiente que adquieran por las circunstancias de la guerra: entonces el espíritu de localidad, se presentará armado de las quejas y resentimientos que tiene cada provincia contra la otra; y si el gobierno no es bastante vigoroso para mantener siempre la superioridad en tales contiendas, la anarquía levantará su trono sobre cadáveres y el tirano que suceda a su imperio se recibirá como un don del cielo, porque tal es el destino de los pueblos que en ciertos tiempos llaman felicidad a la desgracia que los salva de otras mayores.
42. Pero ¡mil veces desgraciado el Perú, si en medio de aquellas oscilaciones busca la tabla del naufragio en el sistema federal! Como individuo de la sociedad humana, yo deseo que el país de donde ha venido este ejemplo, conserve y aumente su prosperidad, yo deseo que reciba la sanción de los siglos y que llegue a servir de modelo, pues hasta aquí no es más que un peligroso experimento, como observa uno de sus mejores políticos: cuarenta años de duración prueban poco a favor de su estabilidad. Mas si el Perú quiere adoptar la forma de los Estados Unidos, llegará a su ruina con la misma velocidad que caen desde la cima de los Andes las grandes masas que pierden su equilibrio. Al menos no es dudable que el sistema popular representativo dilataría su procelosa existencia, como ciertos remedios que no pudiendo curar a un enfermo prolongan en él por algún tiempo la capacidad de sufrir. Los que creen que es posible aplicar al Perú las reformas constitucionales de Norte América ignoran u olvidan el punto de donde ambos países han partido.
43. La misma diferencia de circunstancias existe entre el Perú y los Estados Unidos, que entre la Inglaterra y la España de que antes dependían. Si la península proclamase la constitución de la Gran Bretaña y las cortes sancionasen las mejores leyes, que desde el tiempo del grande Alfredo se han establecido hasta Jorge IV, el pueblo español se vería en peor estado que en el que se encuentra, tan sólo por haber adoptado algunos de los principios generales de aquel gobierno. Lo mismo sucedería en el Perú con respecto a la federación. No hay, ni puede haber analogía entre unas provincias despobladas, remotas unas de otras y cuyos recursos físicos y morales son nulos si no se concentran bajo un buen sistema y los Estados Unidos que al tiempo de emanciparse, tenían una población menos dispersa y más independiente, estaban acostumbrados al ejercicio de las funciones legislativas, aunque eran limitadas; y vivían bajo una forma de gobierno que les dejaba trazado el plan de sus actuales constituciones. Hay por último una gran razón de diferencia que abraza todas las demás. El Perú no ha tenido otro legislador que la espada de los conquistadores; y las principales colonias de Norte América recibieron sus primeras LL. de los filósofos más célebres de aquel tiempo: Guillermo Penn fundó la Pennsylvania a sus expensas: Locke, el padre del entendimiento humano, fue el legislador de la Carolina; y ambos establecieron pacíficamente los principios que habían costado a la Europa torrentes de sangre. No me extiendo más sobre esta materia porque no es mi principal objeto; y concluyo recordando a los federalistas las horribles desgracias en que precipitó al heroico país de Venezuela la constitución del año 12.
44. Yo vuelvo al análisis del cuarto principio que propuse: disponer la opinión del Perú a recibir un gobierno capaz por su energía de llenar los fines que he indicado, sin que pueda usurpar la libertad que la Constitución conceda al pueblo, atendidas sus aptitudes sociales. El gran DESIDERATUM de todos los políticos es encontrar las mejores garantías contra el abuso del poder: yo prescindo de las opiniones que se han formado sobre esto desde los tiempos a que alcanza la historia de los gobiernos; y me contraigo a dar la mía, no porque crea que es la más acertada, sino porque me he impuesto el deber de decir lo que siento. La ilustración del pueblo, el poder censorio moderadamente ejercido por la imprenta y la atribución inherente a la Cámara de Representantes de tener la iniciativa en todas las leyes sobre contribuciones; estas son en mi opinión las mejores garantías de la libertad civil.
45. Nadie emprende violar los derechos de otro sin calcular la resistencia que tiene que vencer y los medios con que para ello cuenta: lo que es moralmente cierto, respecto de cualquier particular, lo es también respecto de los que administran el poder: la variedad de objeto no altera la naturaleza de los medios que deben emplearse a un mismo fin. Cuando para usurpar el gobierno los derechos del pueblo, sabe que necesita autorizar la conciencia de sus súbditos a desobedecerle, porque ellos no ignoran los términos a que se extiende el deber de la sumisión; él entra a calcular primero sus recursos coactivos, que forman la base de sus operaciones: si aquellos penden del sufragio público, no le queda medio entre corromper la nación, lo cual es imposible estando ya medianamente ilustrada u obrar con despecho, que es la agonía de los tiranos. Es cierto, que conociendo las dificultades de una usurpación repentina, podría adoptar el plan de anular gradualmente las prerrogativas del pueblo y hacer imperceptible el trastorno de la Constitución: pero estando expedito el derecho de censura, para llamar siempre la atención por la imprenta sobre los abusos clandestinos del poder, jamás pasarían estos en silencio, ni prescribirían por el olvido.
46. Falta hacer otra importante observación acerca de los medios de frustrar el último peligro, que por lo mismo que es menos imponente, es más temible. Yo supongo que la Cámara de Representantes tenga la atribución de acusar a los ministros que abusen del poder y pedir su remoción. De aquí nace otra garantía, que se funda en las propensiones que distinguen al espíritu representativo del espíritu ministerial: no es probable que todos los ministros tengan el plan y la osadía necesaria para trastornar la constitución; pero es moralmente cierto que los representantes del pueblo tendrán siempre el mismo celo para conservarla. Este recurso unido a los demás, aseguraría al Perú su libertad civil, no sólo en el grado a que debe restringirse actualmente por su propia conservación, sino en toda la amplitud que reciba del progreso que hagan los pueblos en la carrera de su civilización.
47. A1 terminar esta materia no puedo dejar de añadir algunas reflexiones que satisfagan a los argumentos que pueden hacerse contra mis principios y que al mismo tiempo sean la recapitulación de cuanto he dicho. En el conflicto de reducir a pocas páginas la manifestación de mis ideas, combinadas con hechos y observaciones, que se multiplican cuanto más se analizan, yo he tenido que ceñirme a indicar aquellos pensamientos que sobreabundan de verdad y que no pueden oírse con indiferencia, por cualquiera que haya presenciado los sucesos de la revolución. Algunos se irritarán de la franqueza con que hablo, pero ¿hasta cuándo alucinar a los pueblos con declamaciones vacías de sentido y con esperanzas tan seductoras como falsas? No, yo no seré cómplice en el más horrible atentado que pueda cometerse contra la sociedad, que es infatuar a los pueblos con ideas, cuyo efecto estoy profundamente convencido que tarde o temprano será la ruina del país y su retorno a la esclavitud. Este escrito, sea cual fuese su mérito, vivirá más que yo; y cuando las pasiones contemporáneas hayan callado en la tumba, espero que se hará justicia a mis intenciones: ellas son las de un americano, las de un hombre que no es nuevo en la revolución y que ha pasado por todas las alternativas de la fortuna en el espacio de catorce años.
48. El principal argumento que puede hacerse contra mis principios nace de la inteligencia que se dé a mis observaciones. Cuanto he dicho sobre la moral, la civilización, la distribución de riquezas y variedad de relaciones que existen entre los habitantes del Perú, para probar que es inadaptable el sistema democrático, nada arguye contra la opinión de formar un gobierno constitucional, que concilie los derechos de la libertad con los intereses de la independencia. Bajo esta forma de gobierno las costumbres recibirían modificaciones útiles, que ni fuesen violentas ni degenerasen en abusos por el frenesí de los reformadores. El grado de civilización en que ha quedado el Perú al separarse de la España y el número de hombres ilustrados que a pesar del espionaje metropolitano pueden reunirse, luego que todos los departamentos estén libres, bastarían para poner en planta un gobierno vigoroso y sobrio, cuya fuerza no consistiese en el número, sino en la energía y duración de sus resortes. Por otra parte, una vez dado el impulso a la ilustración, ella no puede quedar estacionaria, sus progresos serán siempre adecuados a la naturaleza y necesidades de un gobierno constitucional; pero serían por mucho tiempo insuficientes para dirigir y mantener las instituciones democráticas. La riqueza nacional, que necesariamente se aumenta bajo los gobiernos que aseguran mejor el orden interior y su respetabilidad externa, se difundiría proporcionalmente extendiendo los beneficios de la independencia individual. Finalmente, las relaciones que existen entre los habitantes del Perú, cesarían de ser peligrosas bajo un gobierno enérgico, que los desarmase de sus mutuas pasiones y mejorase la condición de cada uno. La nobleza conservaría entonces sus privilegios y aumentaría su esplendor: el clero obtendría prerrogativas más ventajosas a sus intereses que las que necesariamente debe perder en el estado actual de la civilización del siglo y todas las demás clases podrían aspirar a ser felices, sabiendo que su fortuna no pendía ya sino de sus aptitudes.
49. Este es el gran secreto para contentar a los hombres y hacerlos pacíficos: éste es el objeto de los gobiernos y el fin que se proponen los que de buena intención promueven las revoluciones. La felicidad de las varias razas que pueblan el Perú, no consiste en tener una parte más o menos inmediata en el ejercicio del poder nacional, sino en vivir bajo un gobierno que favorezca el desarrollo de sus facultades, que les facilite los medios de adquirir y les afiance la seguridad de gozar el fruto de sus talentos, de su industria y de su trabajo. Extinguir la esclavitud con prudencia y sin defraudar el derecho de propiedad: fomentar la educación de los indígenas y emanciparlos de otro género de esclavitud aun más terrible, que consiste en las preocupaciones con que nutren su alma los mismos cuyo ministerio es anunciar verdades; en fin, levantar el entredicho en que han vivido aquellas clases con todo lo que puede servir de estímulo a la virtud y de recompensa al mérito: estos son los medios prácticos y reales de calmar los espíritus y de restablecer el orden: la miseria y el despecho de la desgracia causan las revoluciones: la abundancia y el sentimiento de la felicidad la pacifican.
50. He concluido la exposición de mis principios políticos aplicados a las circunstancias del Perú y contemplando la situación de aquellos pueblos, rigurosamente tal cual es: yo bien sé que las regeneraciones venideras ofrecerán el reverso de la descripción que aquí he trazado: pero mientras ellas lleguen juzgo que es impracticable cualquier otro sistema que se adopte y que será infructuoso gritar en las asambleas del pueblo LIBERTAD, LIBERTAD. Si ella no es moderada, si no guarda proporción con las aptitudes sociales de los que la proclaman su nombre no será, sino la reseña de grandes atentados y el escudo con que se cubran sus autores. La marcha del género humano hacia la perfección de sus instituciones es lenta y progresiva [2]: ningún pueblo puede precipitarla impunemente, ni contrariar el espíritu del siglo que es el termómetro para conocer el grado de su civilización. Los gobiernos constitucionales con más o menos amplitud en el ejercicio de la libertad civil, forman el espíritu del siglo presente: la democracia, el feudalismo, el poder absoluto han tenido sus épocas y ya han pasado. Esta es una razón más para no temer el despotismo a menos que se busque por el camino de la anarquía. El mar negro sirve de término a los gobiernos absolutos: desde allí al Este del mundo podrán quizá durar algunos siglos, pero en las demás partes es imposible establecerlos y mucho menos conservarlos, sin perder el crédito entre las naciones civilizadas y atraerse el desprecio y la execración de todos los hombres.
51. El peligro inminente de este siglo, no es recaer bajo el despotismo, que ha hecho gemir a nuestra especie con interrupciones tan momentáneas como costosas: es abusar de las ideas liberales y pretender que todos los pueblos disfruten el gobierno más perfecto, como si todos tuviesen las mismas aptitudes. HOY SE TEME CONCEDER DEMASIADO PODER A LOS GOBERNADORES, (decía un filósofo, cuyo nombre no puede ser sospechoso al partido democrático porque es el que arrancó el rayo a los cielos y el cetro a los tiranos). PERO EN MI CONCEPTO, ES MUCHO MÁS DE TEMER LA MUY POCA OBEDIENCIA DE LOS GOBERNADOS [3]. Por desgracia, no sólo entre nosotros, sino también en Europa, hay un gran número de periodistas exaltados, que alarman la multitud inflamándola en deseos que no puede satisfacer: algunos extienden su imprudencia hasta el extremo de dar planes de reformas para el nuevo mundo, desde la márgenes del Támesis o del Sena: los motivos de su celo pueden ser plausibles, pero sus efectos nunca serán saludables porque ignoran el pormenor de nuestra situación y acomodan sus principios a las circunstancias que ellos imaginan de antemano.
52. He dicho sobre mi conducta pública cuanto he creído que bastaba, no para satisfacer a mis enemigos, sino para llenar mis deberes: he hablado en el lenguaje de mis sentimientos y nadie me acusará de disimulo: me he abstenido de entrar en los demás detalles de mi administración, porque después de haber explicado mis principios la malignidad no tiene derecho a que yo le rinda el homenaje que sólo es debido a la opinión de los hombres sensatos. Tampoco estoy obligado a dar satisfacción sobre mi conducta privada: ningún mortal está autorizado a examinar las acciones y opiniones de cualquier individuo de la sociedad, mientras no tengan una trascendencia al orden público: el espíritu inquisitorial que desde fines del siglo XII ocultó aquella verdad a los pueblos para embrutecerles, ya no existe sino en la historia de los crímenes y calamidades que han consternado al mundo. Los que conservan esas máximas, que han hecho tantos desgraciados, son como la lava de un volcán, que dura después de la erupción y sirve para recordar a cuantos pasan el estrago de los años antiguos.
53. Para completar el plan que me he propuesto, sólo me resta dar una rápida idea de los acontecimientos que motivaron mi separación de Lima y añadir algunas reflexiones sobre el decreto expedido por el congreso en 6 de diciembre último. En el mes de julio del año pasado los negocios del Perú ofrecían la perspectiva más lisonjera que en aquel período de la revolución podía desearse. El gobierno marchaba con la regularidad que permitían las dificultades que lo rodeaban. La suerte de las armas no nos había sido contraria sino en Ica; y la masa de nuestros recursos se resintió bien poco de aquella desgracia. Las relaciones exteriores empezaban a cimentarse con los Estados limítrofes, yo había concluido un tratado de amistad y alianza con el plenipotenciario de la República de Colombia y al firmarlo gocé la dulce ilusión de creer que sería durable: nunca dudé que fuese útil. El orden interior se mantenía con pocos sacrificios: aun no se había dado el primer escándalo, que es el que abre la puerta a los demás. Los planes de paz y guerra que se meditaban, podían fallar en fuerza de las vicisitudes humanas pero las combinaciones eran tan verosímiles, que casi anticipaban los sucesos. El general San Martín, salió a principios de julio para Guayaquil: él había empeñado su palabra al Libertador de Colombia, que vendría a tener con él una entrevista, luego que se aproximase al sur. Yo tomé un grande empeño en este negocio y me lisonjeo de ello, porque el resultado nada prueba contra mis miras: esperaba que la entrevista de dos jefes a quienes acompañaba el esplendor de sus victorias y seguía el voto de los hombres más célebres en la revolución, sellaría la independencia del continente y aproximaría la época de la paz interior: ambos podían extender su influjo a una gran distancia de la equinoccial, uniformar la opinión del Norte y del Mediodía y no dejar a los españoles más asilo que la tumba o el océano. Por mi parte yo quedé lleno de estas esperanzas y a esto aludí, cuando dije en mi exposición del 15 de julio, que nos hallábamos en la víspera de grandes acontecimientos políticos y militares.
54. Apenas salió de Lima el general San Martín, se empezaron a notar los síntomas precursores de un trastorno: yo estoy persuadido hasta la evidencia, que pudo evitarse; pero no podría demostrarlo, sin faltar a la promesa que he hecho de prescindir enteramente de los que contribuyeron a mi separación. Ha habido un empeño en atribuirme la dirección casi exclusiva de la administración del Perú: yo no aprecio la intención de mis enemigos, aunque en realidad ellos me han hecho un cumplimiento que no merezco. Mi influjo naturalmente se extendía más, porque el doble ministerio que tenía a mi cargo, abrazaba mayor número de negocios: este exceso relativo de poder, debía ser en cualquier trastorno el primer objeto de ataque. El 25 de julio se presentaron los combatientes: yo renuncié por decoro antes de ser depuesto [4] bien conocía el teatro en que estaba y la impaciencia con que algunos de los espectadores deseaban figurar en él. A los tres días recibí un pliego del Supremo Delegado en que ordenaba que saliese para embarcarme en el Callao, porque así convenía. Pasé desde luego a bordo de la corbeta de guerra limeña, que tenía orden de conducirme al istmo. Mi salida fue una señal de inteligencia para variar completamente el sistema administrativo del Perú: era de esperar que los reformadores acreditasen su misión, lisonjeando a la multitud. Todo lo demás que sucedió sólo pudo tener un aire extraordinario para los que recién entraban en la revolución: el ceremonial que se observa, cuando cae un ministro en estos tiempos, es igual en todas partes.
55. En el mes de septiembre regresó de Guayaquil a Lima el general San Martín y fue recibido con aclamaciones: pero esa ya no era sino una maniobra de la ingratitud que tomaba las apariencias del agradecimiento para obrar sin obstáculos. Mi nombre servía de velo a los ataques que se hacían al general San Martín: aun no era tiempo de que se pusiesen en campaña contra él, como lo han hecho después. Conociendo la nueva situación de los negocios, él se apresuró a cumplir el voto más antiguo de su corazón, que era dejar el mando. Los jefes del ejército saben que cuando llegamos a Pisco, todos exigimos de él el sacrificio de ponerse a la cabeza de la administración, si ocupábamos a Lima, porque creímos que éste era el medio de asegurar el éxito de las empresas militares: él se decidió a ello con repugnancia y siempre por un tiempo limitado. Luego que se reunió el Congreso dimitió solemnemente el mando, como lo había ofrecido tantas veces pública y privadamente. Un ambicioso no cumple sus promesas con esta fidelidad; pero el general San Martín volviendo a la clase de un simple particular, juzgó que recibía el más alto premio de sus servicios. Poco después se despidió del pueblo y se embarcó para Chile: el día que abandonó las playas del Perú ganaron los enemigos una victoria memorable: sus trofeos quedaron esparcidos en todo el territorio y por desgracia ya han empezado a recogerlos. Esto estaba en el orden de los acontecimientos políticos a los ojos del vulgo, ellos se suceden unos a otros; pero TODOS SE ENCADENAN A LOS DEL HOMBRE QUE PIENSA. [5]
56. Yo no puedo calcular el peso de las circunstancias que precipitaron la idea del general San Martín: sin embargo, pienso que no pudo ser superior a las calumnias de la ingratitud y que habiendo perdido la confianza que antes tenían en muchos de los que figuraban en aquel teatro, creyó que no podía continuar en él sin degradarse a negociar con las nuevas pasiones e intereses que se habían formado en su ausencia. Así fue que no tardaron mucho tiempo en quitarse la máscara, los que sólo creen que hay libertad de imprenta cuando pueden ejercitar la detracción. El general San Martín, el héroe de Chacabuco y Maipú, el que aun fue más héroe emprendiendo libertar al Perú con un pequeño número de bravos, el que sin ceñir su frente de nuevos laureles manchados en sangre, triunfó de innumerables obstáculos por medio de la prudencia, el que salvó a Lima de las catástrofes que todos presagiaban a sus habitantes para la hora en que los antiguos resentimientos se diesen la señal de alarma, él alzó de la miseria con sus propias manos a muchos de los que hoy son sus enemigos; él mismo ha sido insultado en algunos periódicos de aquella capital con impunidad y escándalo de su honrado vecindario. Pero sus brillantes servicios a la causa de América desde el año XII y los que ha hecho el Perú, abriéndole la puerta para que entre a su destino, son una propiedad de la historia a la cual nada puede defraudarse.
57. Mientras la capital de Lima; ocupaba la atención pública con estas desagradables ocurrencias, yo me hallaba en Panamá, y no pensaba entonces regresar al sur. Sin embargo, por motivos que no ignoran mis amigos, me decidí de un momento a otro a venir a Guayaquil: ninguna mira política cambió mi resolución de pasar al mar de las Antillas. Luego que supieron en Lima mi regreso, se quiso adivinar el objeto que tenía: esto era imposible, porque nadie se inclinaba a lo más natural y cada uno quería encontrar un misterio en lo que sólo era obra de mis combinaciones particulares. El resultado fue que el 6 de diciembre, el congreso expidió en sesión secreta un decreto poniéndome fuera de la ley, en el caso que pisase cualquier punto del territorio del Perú. El decreto se funda en una sentencia que supone, pues dice, que fui expulsado por enemigo del Estado. Los trámites que se siguieron para mi salida, fueron muy sencillos: un tumulto hizo las veces de proceso y la orden del Supremo Delegado que he citado, sirvió de sentencia definitiva. Es verdad que se nombró una comisión del Consejo de Estado, para que me tomase residencia; pero luego solicitó la municipalidad "que se evitase aquel juicio" y que saliese fuera del territorio [6]. Por consiguiente yo salí, sin que hubiese podido recaer ninguna declaración sobre mi causa.
58. A fin de que no se extrañe mi silencio, haré algunas reflexiones sobre aquel decreto: él me dejó tan poca impresión, que confieso que mi ánimo no está preparado a impugnarlo: lo único que me importaba en este negocio era exponer los principios de mi conducta pública: lo demás, yo sé el valor que tiene en las épocas de revolución; y nunca me afano en disminuir lo que es en sí pequeño.
59. El extrañamiento es una pena, que supone la agresión de un delito, las fórmulas establecidas por derecho y la sentencia pronunciada por la autoridad que corresponde. Para decretar el mío exigía la justicia, que yo hubiese violado alguna ley, que señalase aquella pena y que convencido en juicio, un tribunal competente fallase sobre mi causa. Como ministro de Estado, yo he quebrantado muchas leyes, porque era preciso derribar el antiguo edificio para levantar otro nuevo. La misión de todos los que formábamos el gobierno directivo, era romper los vínculos que unían el Perú a la España y administrar provisionalmente los negocios públicos por los mismos principios que nosotros trazásemos, pues que no podíamos seguir otros. Un gobierno provisional formado a la retaguardia del ejército enemigo y rodeado por todas partes de peligros, casi no tenía elección sobre el plan que debía seguir. Salvar la tierra y vencer todas las resistencias que se encontrasen: esta era la única norma de su conducta y esta es la que yo he seguido como miembro del gobierno.
60. Aun suponiendo que mis principios políticos estuviesen en oposición con alguna ley EXISTENTE, no se me podía condenar por esto: las teorías no son delitos y a lo sumo podrán censurarse como errores. Más no habiendo leyes preexistentes a mi administración por las cuales debiese dirigir los negocios, mi obligación como hombre público era seguir el plan, que en mi conciencia fuese más equitativo y practicable. Por lo demás, yo estaba satisfecho que mi consagración a la causa del Perú no tenía límites: apelo a todos los hombres que me han visto trabajar desde que desembarcamos en Pisco. Conociendo cuáles eran las armas más temibles en una guerra de opinión, jamás gocé otro reposo hasta el día en que salí del ministerio, que el que queda después de haber cumplido un deber, para tener tiempo de llenar los demás. La imprenta del ejército y algunas de Lima, son testigos del celo con que yo procuraba difundir el entusiasmo por la causa de la independencia y prosperidad del Perú.
61. Hasta aquí yo no descubro la ley que he quebrantado, pero aun suponiendo la infracción, todos saben que he sido condenado sin ser oído. Con respecto a la autoridad que ha pronunciado el fallo, permítaseme decir que ha sido incompetente. Decretar el extrañamiento de un ciudadano, es ejercer las funciones del poder judicial, porque aquel es un acto que supone la aplicación al hecho de una ley ya promulgada. El congreso no tiene más atribuciones, que las del poder legislativo: en fuerza de ellas, pudo establecer una ley declarar que si un ministro seguía principios contrarios a los que ha mandado observar, incurría en la pena de extrañamiento. Aun en este caso, yo no podía ser juzgado por aquella ley, como no puedo serlo por ninguna de las declaraciones del congreso a menos que se le dé un efecto retroactivo, que es el mayor absurdo en materia de legislación. Entretanto es sensible, que el primer cuerpo representativo que se ha reunido en el Perú, autorice un ejemplo que puede serle funesto y que acusa de levedad sus decisiones. Los señores que hicieron aquella moción, podían haber llenado su objeto sin comprometer la dignidad del congreso. Todo lo que tiene apariencias de pasión es degradante y el decreto de 6 de diciembre no está concebido en términos que la disimule.
62. Ya que he hablado del congreso, quiero añadir una breve digresión sobre los fines que por mi parte me propuse, en acelerar su reunión. El general San Martín estaba firmemente decidido a no continuar en el gobierno: él es hombre de guerra y siempre ha tenido aversión a las tareas del gabinete: su salud estaba también muy quebrantada y era preciso nombrarle un sucesor; pero las circunstancias habían cambiado enteramente desde el mes de agosto de 1821: este nombramiento debían hacerlo los representantes del pueblo: el negocio era de gran trascendencia y no podía ya diferirse. A más de esto, exigía el crédito de la causa pública, que las actas provisionales del gobierno directivo recibiesen la sanción del Congreso y que este dictase los reglamentos que debían servir de norma a la administración. Jamás creí, ni pude esperar que abrazase otros objetos: la mayor parte de él se compone de diputados suplentes: las provincias más interesantes se hallan en poder del enemigo: la guerra aún no permite pensar en los establecimientos que aseguran la paz; y sería por ahora una quimera firmar la constitución del Perú, tan sólo para los pueblos de la costa y antes de ver las nuevas combinaciones que resultan de los sucesos de la guerra. En mi opinión, él debió contraerse a aumentar la respetabilidad del gobierno y hacer algunos ensayos legislativos sobre el sistema de administración: lo demás es multiplicar los obstáculos que la experiencia tendrá que vencer después y olvidar la suerte que han corrido en y otros pueblos las constituciones prematuras de los primeros congresos.
63. Antes de llegar al término que me he propuesto haré por decoro una observación sobre los libelos que se han publicado contra mí. La mayor parte de ellos son una amarga sátira contra sus autores y contra Lima: yo no los impugno, porque la pobreza de sus ideas, la impetuosidad de sus pasiones y la inexactitud de su lógica me excusan de este trabajo. Antes de escribir es preciso aprender a pensar; y el odio es un maestro muy estúpido para dar lecciones a los que necesitan de ellas. Sin embargo de esto, creo que habrán merecido el aplauso de algunos, porque NO HAY NECIO QUE NO ENCUENTRE OTRO MÁS NECIO QUE LO ADMIRE [7]. Yo les doy las gracias por el empeño que han tomado en hablar de mí: en la revolución lo que importa es no sobrevivir lino a sí mismo: el que cae en olvido, queda ya fuera de combate. Las injurias y los elogios hechos con justicia o sin ella, producen en estos tiempos la utilidad de conservar la memoria de aquel a quien se dirigen. Cada uno entra después a formar su propia opinión y al fin prevalece la verdad, por más que se desfigure. El mérito y el desmérito son las cosas más reales que hay en este mundo: ambas han sido siempre independientes de los libelos o de las apologías, que en general no son sino el diálogo de un escritor con sus pasiones.
64. A los que deseen saber mi situación, después de las vicisitudes que he sufrido, yo tengo el placer de asegurarles que vivo suelto de cuidados e inquietudes; libre de rivales, pues que a nada aspiro; y lleno de gratitud por la hospitalidad que he recibido en este país, célebre por su patriotismo, y por la sobreabundancia de buenas cualidades que distinguen a sus habitantes. Su memoria aumentará en mí el número de aquellas reflexiones que sirven de descanso al alma, cuando se fatiga de recordar las calamidades incesantes de la vida. Con respecto al porvenir, estoy también tranquilo, cualquiera que sea el plan que las circunstancias me obliguen a seguir. Yo no renuncio la esperanza de servir a mi país, que es toda la extensión de América: mi edad me permite todavía formar cálculos, que aunque necesiten algunos años parra realizarse, me dejan entrever a la distancia la satisfacción de salir de ese mundo sin haber vivido en él en vano.
65. Un sólo sentimiento tengo y es el no ver ya al Perú enteramente libre de españoles: los tropiezos de nuestra infancia política, entretienen su confianza y ciertamente dilatan nuestros últimos triunfos. Mas ellos deben reflexionar que el Perú es un país nuevo en el teatro de la revolución y que le interesa pasar por la prueba de los peligros para desarrollar todos sus recursos y conocer su valor, siguiendo el ejemplo que le han dado desde el norte al mediodía los heroicos pueblos de Méjico, Colombia, Chile y Río de la Plata. Yo no puedo, aunque deseo, lisonjearme con la idea de que las calamidades de América terminen prontamente: ellas durarán algunos años, para que se envejezca en la generación presente el odio contra los españoles que las han causado: pero jamás, jamás volverán ellos a dominar la tierra de donde los ha arrojado la naturaleza, el espíritu del siglo y el resentimiento universal de sus habitantes. Aun suponiéndolos capaces de mayores esfuerzos que los que hasta aquí han hecho, ningún corazón americano debe dudar del triunfo. Pasó el tiempo en que desde Madrid se dictasen leyes de sangre, que el nuevo mundo obedecía templando en más de ochenta grados de latitud; y sean cuáles fuesen los horrores y duración de la guerra, todos prefieren hoy sacrificarse a la patria en medio de un solemne incendio, antes que dejar a los españoles otra satisfacción que la de aplicar al Perú las tristes reflexiones de Fingal, cuando contemplaba las ruinas de la antigua Balclutha : YO NO HE VISTO SUS MUROS DESOLADOS: EL FUEGO HA RESONADO EN EL INTERIOR DE SUS EDIFICIOS Y YA NO SE OYE LA VOZ DEL PUEBLO [8].
66. Por conclusión, sólo me resta expresar mis ardientes votos por el buen suceso de todos los que están llamados a influir en favor de la independencia y libertad racional del Perú: el templo de la gloria está abierto para ellos y la revolución les ofrece cada día nuevas lecciones para marchar con acierto. Energía en la guerra y sobriedad en los principios liberales: éste es el resumen de las máximas que proclama la experiencia. A los hombres de talento, QUE SON LOS MAGISTRADOS NATOS DE SU PATRIA [9]: a los que sienten en su corazón el germen de las grandes virtudes: a los que se miran en la posteridad y desean trasmitir a sus hijos la herencia de un ilustre nombre: a los guerreros, en fin, que han adquirido en el campo de batalla el derecho de reprimir las facciones, para que no destruyan la obra de sus sacrificios; a ellos toca cicatrizar las heridas de la revolución y consolar a los pueblos, afianzando su prosperidad sobre bases sólidas que duren tanto como las instituciones de esa isla clásica, cuyo ejemplo ha dado en ambos mundos el primer impulso a la libertad. Pero si algunos hombres llenos de virtudes patrióticas, acreditadas en los combates o en la dirección de los negocios, emplean su influjo en hacer abrazar a los pueblos teorías que no pueden subsistir y que perjudican a sus mismos votos, la posteridad reclamará contra ellos, apropiándose el pensamiento de Adisson, cuando dice de César en la tragedia de Catón: MALDITAS SEAN SUS VIRTUDES: ELLAS HAN CAUSADO LA RUINA DE SU PATRIA [10].
BERNARDO DE MONTEAGUDO
(1) El Cardenal de Retz.
(2) "Le monde avec lenteur marche vers la sagésse". Voitaire.
(3) Franklin, lettre XCIV. A M. le Velliard de Passay.
(4) M. I. S. -Leído en el Consejo de Estado el papel que esa municipalidad acompañó a su nota de hoy, sobre separar al honorable ministro coronel don Bernardo Monteagudo del despacho, se ha admitido la renuncia que hizo éste en el acto de su empleo, y el gobierno se encarga de nombrarle sucesor. Dios guarde a V. S. I. muchos años. -El marqués de Trujillo. M. I. Municipalidad de esta capital.
(5) Burke.
(6) Oficio de la Municipalidad al gobierno, de 29 de julio.
(7) "Un sot trouve toujours un plus sot qui l'admire". -Des Preaux.
(8) Carthon, "Poem of Ossiam".
(9) Raynal.
(10) Curse on his virtues, they have undone his country.
Interesante, justo estaba leyendo a Basadre y mencionó a Monteagudo y su escrito, gracias por publicarlo...
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