mayo 10, 2010

"Relación Histórica de la rebelión de Túpac Amaru en 1780" Anónimo

RELACIÓN HISTÓRICA DE LOS SUCESOS DE LA REBELIÓN DE JOSÉ GABRIEL TÚPAC AMARU EN LAS PROVINCIAS DEL PERÚ, EL AÑO DE 1780
Anónimo

DISCURSO PRELIMINAR A LA REVOLUCIÓN
DE TÚPAC AMARU
LAS extorsiones de los corregidores, y la impunidad de que disfrutaban en las Audiencias produjeron en 1780 una fuerte conmoción entre los indios del Perú, capitaneados por José Gabriel Túpac Amaru [1], cacique de Tungasusa en la provincia de Tinta; [2] que, altivo por carácter e irascible por genio, miraba con rencor la degradación de los indígenas. Ultimo vástago de los Incas, y reducido ahora a prosternarse ante el mas vil empleado de la metrópoli, no pudo su ánimo sobrellevar en paz estos ultrajes.
Había frecuentado las universidades de Lima y del Cuzco, donde aprendió lo bastante para descollar entre sus iguales. No contento con el cacicazgo, que era hereditario en su familia, solicito ser reconocido como descendiente legitimo de los antiguos dinastas del Perú, y había ya conseguido reasumir el titulo de “Marques de Oropesa” que habían llevado sus antecesores.[3]
Preocupado con sus ideas de venganza, sintió la necesidad de adquirir renombre, y derramo sus caudales para hacerse de clientes. Se puso también en contacto con las personas más influyentes del clero, a quienes pintaba con los más vivos colores los vejámenes que sufrían los indios. Movidos por sus quejas, los obispos de la Paz, del Cuzco, y otros prelados del Perú, las habían transmitido al Rey por medio de Santelices, Gobernador de Potosí, muy inclinado a favor de los naturales, y cuyos sufragios eran de un gran peso por el crédito que disfrutaba en la corte. Carlos III, príncipe justo y magnánimo, había acogido con interés estas suplicas, y para atenderlas con acierto había llamado al mismo Santelices a ocupar un puesto en su Consejo de Indias.
Con tan prósperos auspicios, D. Blas Túpac Amaru, deudo inmediato de José Gabriel, fue a Madrid a solicitar la supresión de la mita y los repartos. Todo anunciaba un feliz desenlace, cuando la Parca trunco la vida de estos filántropos, no sin sospecha de haber sido envenenados.
Solo, y expuesto al resentimiento de los que habían sido denunciados, se resolvió Túpac Amaru a echar mano de un arbitrio violento. Hallabase de corregidor en la provincia de Tinta un tal Arriaga, hombre ávido e inhumano, que abusaba del poder para saciar su inextinguible sed de riquezas. Hecho odioso al pueblo a quien tiranizaba, fue esta la primer victima que le fue inmolada. Bajo el pretexto de celebrar con pompa el día del Monarca, el cacique lo atrajo a Tungasuca, donde en vez de las diversiones que esperaba, fue condenado a expiar sus crímenes en un cadalso. Igual suerte estaba reservada al corregidor de Quespicancha [4], que salvo la vida, abandonando sus ricos almacenes, y mas de 25,000 pesos que tenia acopiados en las arcas del fisco.
Estos despojos, repartidos generosamente entre las tropas, dilataron la esfera de acción de estos tumultos. Los funcionarios públicos, siguiendo el ejemplo de los corregidores, que eran el blanco principal de la animadversión de los pueblos, desamparaban sus puestos, y dejaban libre el campo a los amotinados. Sus filas, que se engrosaban diariamente, presentaron pronto una masa imponente para emprender mayores hazañas. Al sentimiento de venganza, que brotaba espontáneamente de todos los corazones, quiso Túpac Amaru hermanar otro que lo afirmase y ennobleciese. Dos siglos y medio, pasados en la servidumbre, no habían podido borrar de la memoria de los indígenas los recuerdos del gobierno paternal de los Incas: grabados en las ruinas del Cuzco, donde moraban sus dioses, y descansaban sus héroes, hacían de esta ciudad el objeto de una supersticiosa veneración; y aquí fue donde se dirigió Túpac Amaru para inflamar el ardor de sus soldados. Trabado en su marcha por una fuerza de milicianos que se había organizado de Sangarara, los atacó, y obligó a asilarse del templo, donde se defendieron hasta sepultarse bajo los escombros del edificio, que se desplomo sobre sus cabezas.
Esta ventaja, poco considerable en si misma, dio alas a la anarquía, que se propago hasta la provincia de Chichas. El foco principal de esta nueva insurrección era Chayanta, donde dominaban los Catari, hombres populares y atrevidos, que estaban quejosos por la indiferencia con que el virrey Vertiz y la Audiencia de Charcas habían oído sus reclamos contra la escandalosa administración de Alas, corregidor de aquel partido entonces, y promovido después al gobierno del Paraguay. Tomas, el mayor de sus hermanos, desairado por el Virrey, cuya justicia había venido a implorar personalmente a Buenos Aires, regreso a su provincia, esparciendo la voz de haber conseguido mas de lo que había solicitado: y este ardid sublevo contra Alas a todos los indios, que se resistían a pagar los tributos y a admitir sus repartos.
El corregidor se vengo por una perfidia, que hizo más arriesgada su posición. Imputó a Catari la muerte de un recaudador de rentas, y le envió preso a la Audiencia de Charcas. Desde este momento la sangre corrió a torrentes, y la pluma del historiador se retrae de trazar el cuadro espantoso de tantos excesos. En Oruro, en Sicasica, en Arques, en Hayopaya, fueron innumerables las victimas. En la iglesia de Caracoto la sangre de los españoles llego a cubrir los tobillos de los asesinos. En Tapacari, pequeño pueblo de la provincia de Cochabamba, se quiso obligar a un padre a desgarrar el corazón de sus hijos a la vista de la madre: y la repulsa a tan inicuo mandato, fue la señal de su común exterminio. Nada fue respetado: ni la edad, ni el sexo, ni las suplicas, ni los lamentos libraban de la muerte, y una parte de la población sucumbía al furor de la otra.
Entretanto los Virreyes de Buenos Aires y de Lima trabajaban de consuno para sofocar la insurrección del Perú. Varias tentativas de los rebeldes se habían malogrado por la impericia de los jefes en quienes Tupac-Amaru había depositado su confianza. Su mujer le había obligado a volver a Tungasuco, para calmar los terrores que le había causado la noticia de la salida de la tropas de Lima. ¡Triste y singular presentimiento! Con el Mariscal Valle, que mandaba esta expedición, venia el Visitador Areche -ese hombre feroz, que, conculcando los derechos de la humanidad, y ultrajando al siglo en que vivía, debía renovar las escenas de los tiempos bárbaros, en la época en que aun vivían Becaria y Filangeri.
La ausencia de Túpac Amaru, aunque momentánea, fue señalada por grandes reveses. Sus tropas, que no habían podido penetrar al Cuzco, fueron rechazadas de Puno y de Paucartambo. Estos contrastes, y la expedición de Lima que se avanzaba a marchas redobladas, le hicieron advertir todo el peligro de la inacción en que estaba, y de la que le importaba salir cuanto antes.
Su reaparición excito el mas vivo entusiasmo, y las poblaciones se agolpaban en el transito para aclamarle. Esta vez ciño las ínfulas, [llantu] que, según Garcilaso, eran las insignias de la dignidad real entre los Incas. Inexperto en el arte de mandar los ejércitos, se enredo nuevamente en el sitio del Cuzco, del que tuvo que desistir segunda vez, no por la resistencia que le oponía la ciudad, sino por el miedo de ser atacado por la fuerza de Valle. En este estado no le quedaba mas alternativa que salir al encuentro de la columna auxiliadora, o retirarse: prefirió este ultimo arbitrio, teniendo a su disposición un ejército de 17,000 hombres!
Se replegó hacía la provincia de Tinta, donde no tardo en alcanzarlo Valle al frente de 16,000 hombres. Le aguardo Túpac Amaru con 10,000, que fueron arrollados en las inmediaciones de Tungasuca. Hecho prisionero con toda su familia, fue llevado al Cuzco, donde expió de un modo atroz el deseo de restablecer la dominación de los Incas, o más bien de sustraer a los indios de la baja e intolerable tiranía de los corregidores.
No por esto cesaron los males del Perú. Diego, y Andrés, el uno hermano, y el otro sobrino de Túpac Amaru, segundados por Julián Apasa, sucesor de Tomas Catari, continuaron hostilizando a las tropas y a los pueblos. Los sitios que pusieron a Puno, a Sorata y a la Paz, forman los episodios mas interesantes de este drama. La última de estas ciudades sostuvo dos cercos, que duraron 109 días, a pesar de hallarse la ciudad embestida por 12,000 indios, dueños de las avenidas, y de todas las alturas que la dominan. En este teatro de desolación brillo el genio activo de D. Sebastián Segurola, sobre el cual gravitaba la responsabilidad de conservar un numeroso vecindario, reducido a perecer de hambre, o a entregarse al cuchillo de una horda feroz. Solo la firmeza de este jefe pudo librarlo de tan grande infortunio.
Ni fue menos honrosa la conducta de Valle, Flores, y del mas esforzado de todos, Reseguin. Cuando paso la frontera de Salta, se hallo este oficial en el centro de una gran insurrección que devoraba la provincia de Chichas. Suipacha, Cotagaita, Tupiza, estaban en manos de los insurgentes, que en esta última ciudad habían imitado el ejemplo de Tupac-Amaru, ahorcando a su corregidor. Reseguin, con un puñado de bravos, restablece el orden, escarmienta a los indios, y los pone en la imposibilidad de volverse a lanzar contra la autoridad pública. Su marcha hasta el Cuzco fue una serie continuada de combates y triunfos. Llego en circunstancias que el sitio de Sorata había tenido un horrible desenlace. Irritado Andrés Túpac Amaru de la obstinada resistencia que le hacían sus habitantes, a quienes amagaba con un ejército de 14,000 hombres, recoge las aguas del cerro nevado de Tipuani, y cuando las vio crecer en el estanque que había formado en un nivel superior a la ciudad, rompe los diques, e inunda la población, destruyendo de un modo irresistible todos sus medios de defensa.
Quedaba la Paz, cercada por segunda vez por la famosa Bartolina, mujer o concubina de Catari. Valiéndose del arbitrio empleado contra Sorata, los sitiadores hacen represas en el río que pasa por la ciudad, y forman una inundación que rompe sus puentes, y causa los mayores estragos. Tal vez hubiera tenido que ceder su intrépido defensor Segurola, sino hubiese aparecido Reseguin, que venia a socorrerle con 5,000 hombres, llenos de entusiasmo por un triunfo que acababan de reportar en Yaco.
Tantos trabajos habían postrado a este incansable oficial, que por primera vez desde su salida de Montevideo, se veía forzado a interrumpir sus tareas. Aun no había convalecido de una grave enfermedad que le había asaltado, cuando llega a la Paz la noticia de una fuerza que Tupac-Catari organizaba en las Penas. Débil, y extenuado por sus padecimientos, Reseguin halla en su alma vigor bastante para reanimar sus fuerzas abatidas. Empuña su espada, alcanza a los rebeldes, los derrota, y cual otro Mariscal de Sajonia en la batalla de Fontenoi, entra al pueblo de las Penas, cargado en hombros de sus soldados.
Tan leal como valiente, respetaba las personas de los que se habían amparado del perdón ofrecido por el Virrey de Lima. Pero un oidor de Chile, que le acampanaba en calidad de consultor complicando a los indultados en el proceso que seguía de oficio contra Tupac-Catari, mando prender a todos, e hizo destrozar vivo en la Paz a este caudillo.
De todas las cabezas principales de esta revolución no quedaba mas que Diego Cristoval Tupac-Amaru, a quien estos rasgos de perfidia hacían desconfiar de las promesas de los españoles. Pero, arrastrado de su destino, se dejo persuadir a entregarse voluntariamente al General Valle en su campamento de Sicuani; y no tardo en arrepentirse de esta confianza. Vivía retirado y tranquilo en el seno de su familia, cuando se le asecho y prendió para someterle a un juicio, en que, por crímenes imaginarios, se le condenó a perecer bárbaramente en un cadalso.
Areche, Medina y Mata-Linares, autores de tantas atrocidades, recibieron honores y aplausos: pero el aspecto de las victimas, sus ultimas lamentos, sus miembros palpitantes, sus cuerpos destrozados por la fuerza de los tormentos, son recuerdos que no se borran tan fácilmente de la memoria de los hombres;[5] y debe perpetuarlos la historia para entregar estos nombres a la execración de los siglos.
Pocos ejemplos ofrecen los anales de las naciones de una carnicería tan espantosa. No solo se atormentó, y sacrifico a Tupac-Amaru, su mujer, su hijo, sus hermanos, tíos, cuñados, y confidentes, sino que se proscribió en masa a todo su parentesco, por mas remotos que fuesen los grados de consanguinidad que los unían. Solo se perdonó la vida a un niño de once años, hijo de Túpac Amaru, que después de haber presenciado el suplicio de sus padres y deudos, fue remitido a España, donde falleció poco después. Así es que debe tenerse por apócrifo el titulo de Quinto nieto del ultimo Emperador del Perú, que asumió Juan Bautista Tupamaru, para conseguir del Gobierno de Buenos Aires una pensión vitalicia. [6]
El único resultado útil de este gran sacudimiento fue la nueva organización que la Corte de España dio a la administración de sus provincias de ultramar, y la abolición de los repartimientos. De este modo quedo legitimado el principio que invocó Túpac Amaru para mejorar la suerte de los indios, que hallaron después en sus Delegados, administradores mas responsables, y por consiguiente mas integras que los Corregidores.

RELACION HISTORICA &
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AUNQUE las crueles y sangrientas turbaciones, que han excitado y promovido los indios en la provincias de esta América Meridional, han sido la causa total de tantas lamentables desdichas, como se han seguido a sus habitantes, es no obstante preciso confesar que el verdadero y formal origen de ellas no es otro que la general corrupción de costumbres, y la suma confianza o descuido con que hasta ahora se ha vivido en este continente. Así parece se deduce de los propios hechos, y lo persuaden todas sus circunstancias.
De algunos años a esta parte se reconocían en esta misma América muchos de aquellos vicios y desordenes que son capaces de acarrear la mas grande revolución a un estado, pues ya no se hallaba entre sus habitadores otra unión que la de los bandos y partidos. El bien público era sacrificado a los intereses particulares: la virtud y el respeto a las leyes, no era mas que un nombre vano: la opresión y la inhumanidad no inspiraban ya horror a los mas de los hombres acostumbrados a ver triunfar el delito. Los odios, las perfidias, la usura y la incontinencia representaban en sus correspondientes teatros la mas trágica escena, y perdido el pudor se transgredían las leyes sagradas y civiles con escándalo reprensible.
Tal era el infeliz estado de estas provincias en punto a disciplina, y no mejor el que se manifestaba en orden a la seguridad y defensa de ellas; pues no se encontraban armas, municiones ni otros pertrechos para la guerra, carecían de oficiales y soldados que entendiesen el arte militar: porque, aunque en las capitales de este vasto reino, como son Lima y Buenos Aires, se hallasen buenos e inteligentes, como el fuego de la rebelión se encendió en el centro de las mismas provincias y casi a un mismo tiempo en todas, y la distancia de una a otra capital es mil leguas, cuando menos, no dio lugar a otra cosa que a hacer inevitables los estragos, pues aunque tenían nombrados regimientos de milicias, cuya fuerza se hizo crecer en los estados remitidos a la Corte, se conoció después que solo existían en la imaginación del que los formo, tal vez con miras poco decorosas a su alto carácter, por la utilidad que producían los derechos de patentes y otras gabelas.
Los corregidores, poseídos de una ambición insaciable con cuantiosos e inútiles repartos, cuyo cobro exigían por medio de las mas tiranas ejecuciones, con perjuicio de las leyes y de la justicia, se les había visto en algunas provincias hacer reparto de anteojos, polvos azules, barajas, libritos para la instrucción del ejercicio de infantería, y otros géneros, que lejos de servirles de utilidad, eran gravosos y perjudiciales. Por otra parte se veían también hostigados de los curas, no menos crueles que los corregidores para la cobranza de sus obvenciones que aumentaban a lo infinito, inventando nuevas fiestas de santos y costosos guiones con que hacían crecer excesivamente la ganancia temporal: pues si el indio no satisfacía los derechos que adeudaba, se le prendía cuando asistía a la doctrina y a la explicación del evangelio, y llegaba a tanto la iniquidad, que se le embargaban sus propios hijos, reteniéndolos hasta que se verificaba la entera satisfacción de la deuda, que regularmente se la había hecho contraer por fuerza el mismo párroco.
En algunas ocasiones habían manifestado anteriormente los indios estos justos resentimientos, que ocasionaron la alteración de varias provincias, resistiendo y matando a sus corregidores, como sucedió en la de Yungas de Chulumani, gobernándola el Marques de Villa-hermosa, que se vio precisado, después de haberle muerto a su dependiente Solascasas, a contenerlos con las armas, a cuyo acto le provocaron. Así también en la de Pacajes y Chumbilvicas, en donde quitaron las vidas a sus corregidores, Castillo y Sugastegui, cometiendo otros excesos, que indicaban el vasto proyecto, que con mucho tiempo y precaución iban meditando, para sacudir el yugo.
Ya fuese fatigados y oprimidos de las extorsiones y violencias que toleraban, o insultados y conmovidos con un espíritu de sedición que sembró el reo Tomas Catari, con el especioso pretexto de haber conseguido rebaja de tributos, se alzaron con tan furioso ímpetu, que en breve espacio de tiempo el incendió abraso todas las provincias. En el pueblo de Pocoata, provincia de Chayanta, se declaró la sedición, y dando los indios muerte a muchos españoles, prendieron a su corregidor, D. Joaquín de Alas, que retuvieron en el pueblo de Macha, como en rehenes, para solicitar insolentes la libertad de su caudillo Catari; y como presentándose la necesidad armada en toda la fuerza del poder, es irreparable el daño de la resistencia, fue forzoso que por salvar aquella vida, se libertase del castigo el delincuente Catari, logrando prontamente soltura de la prisión en que se hallaba: ya fuese porque en tiempo que el peligro aprieta, la prudencia induce a no detenerse en formalidades, ni aventurar la quietud publica por los escrúpulos de autoridad, o ya porque, poco acostumbrados los Oidores de Charcas al perdimiento del respeto tenido a sus personas, recelaban pasase adelante el atrevimiento, y se viese disminuida la sumisión fastidiosa y excesiva que siempre han pretendido.
Por otra parte, desde los principios del año de 1780 se vieron en todas las ciudades, villas y lugares del Perú, pasquines sediciosos contra los ministros, oficiales y dependientes de rentas, con el pretexto de la aduana y estancos de tabaco. De modo que el vulgo, a quien se atribuyo esta insolencia, se despecho tanto en algunas partes, que hicieron victima de su furor a algunos inocentes: como en Arequipa, donde perdiendo el respecto a la justicia, saquearon la casa del corregidor D. Baltazar Semanat, le precisaron a ocultarse para salvar su vida, atropellaron las casas destinadas a la recaudación de estos derechos reales, persiguieron a los administradores, y estuvo la ciudad a pique de perderse: trascendiendo hasta los muchachos el espíritu sedicioso, con juegos tan parecidos a las veras, que habiendo nombrado entre ellos a uno, con el titulo de aduanero, se enfurecieron después tanto contra el, que a pedradas acabo su vida, costándole no menos precio el fingido empleo con que le habían condecorado.
Como suelen las enfermedades de la naturaleza, originadas de pequeños principios, llegar al último término, así en las dolencias políticas sucede muchas veces, que nacidas de leves causas, suben a tan alto punto, que es costoso su remedio. Experimentose esta verdad en Macha; pues logrando en aquel engañado pueblo, Tomas Catari, todos aquellos rendimientos que son gajes de la autoridad, y olvidado del no esperado beneficio de su libertad, dio agigantado vuelto a sus ideas, por la desconcertada fantasía de los indios, graduando la soltura de su caudillo por efecto del temor que había infundido con sus insolencias; y persuadidos por el nuevo método que se seguía con ellos, no era la piedad la que obraba, para atraerlos suavemente a sus deberes, se creyeron autorizados para ejecutar las mas sangrientas crueldades, siendo como consecuencia, se vean estas sinrazones donde no se conoce ni domina la razón.
La Real Audiencia de Charcas, al paso que sentía la conmoción de tantas poblaciones, deseaba con ansia el remedio, pero no acertaba con el oportuno, porque sus miembros, poco acostumbrados a este genero de acontecimientos, se mantenían tímidos e irresolutos, sin atreverse a tomar providencia, que cortase en sus principios el peligroso cáncer que amenazaba al reino, haciendo algún castigo que escarmentase a los sediciosos, y arrancase en su nacimiento la raíz de rebelión, que comenzaba a sembrarse: único remedio, cuando ya de nada servía la luchazon de sus personas, que con servil acatamiento se había venerado hasta entonces. Y desengañados de que eran inútiles en estos casos las formulas del derecho y preeminencias de la toga, descendieron con tanto exceso a contemporizar con los rebeldes, franqueando les el perdón de sus excesos y otras gracias, que no les fue dificultoso conocer que la suma condescendencia de unos ministros, que en las felicidades de su absoluto gobierno habían sido tan engreídos, nacía del terror y confusión en que se hallaban.
Bien convencidos los indios de esta verdad, apenas había poblaciones de ellos, que no se abrasase en la trágica llama del tumulto, porque a poco después alborotase la provincia de Paria, dando en el pueblo de Challapata cruel muerte al corregidor D. Manuel Bodega, ejecutándose lo mismo en la de Chichas, Lipes y Carangas, siguiendo el mal ejemplo la de Sicasica, parte de las de Cochabamba, Parco y Pilaya, siendo en todas iguales los excesos, y parecidos los insultos de muertes, robos, ruinas de haciendas, sacrílegas profanaciones de los templos. Y como era uno el principio del desasosiego, reglaban sus movimientos por el teatro de la de Chayanta, donde, después de muchos tormentos y ultrajes, quitaron la vida a D. Florencia Lupa, cacique del pueblo de Moscani, falleciendo victima de la lealtad a manos de una plebeya indignación, la que no satisfaciéndose con juntar la muerte a la ignominia, le cortaron la cabeza, y tuvieron el arrojo de fijarla en las inmediaciones de la Plata, en una cruz, que se nombra Quispichaca, tremolando con esta audacia la bandera de la sedición.
Este suceso cubrió a la Plata de horror y de susto, temiendo con razón, que estos principios tuviesen consecuencias muy tristes. Fue este día el 10 de Setiembre de 1780, y como se esparció en la ciudad, que en sus extramuros se hallaba una multitud crecida de indios para invadirla y saquearla, fue notable la confusión que se origino. Presentaronse en la plaza mayor los Ministros de la Real Audiencia, en compañía de su Regente, para dar algunas disposiciones, que en aquella necesidad pudieron graduarse oportunas, para rechazar la invasión del enemigo, y desde aquel momento se empezaron a reglar compañías, alistando se la gente sin excepción de ciases: pero con tal desorden y confusión, que si hubiese sido cierta la noticia, indefectiblemente perece la ciudad a manos de los rebeldes: llegando la turbación de aquellos togados a tales terminas, que uno de ellos pregonaba en persona el ridícula bando de pena de muerte, y 10 años de presidio al que no acudiese a la defensa, y no hallando se el pregonero para hacer igual diligencia con otra providencia, se ofreció el mismo Regente a ejecutarlo, añadiendo la circunstancia de que tenia buena voz. ¡O temor de la muerte, cuanto puedes con las almas bajas! pues unos hombres, que poco antes se consideraban poco menos que deidades, les obligas a ejercer los oficios mas viles de la republica, haciéndose irrisibles de los mismos que los tenían por sagrados.
Aunque el rebelde Catari, desde el pueblo de Macha, aparentaba sumisión y respeto a la autoridad de la Real Audiencia, no se ignoraba que secretamente escribía cartas, convocando las provincias para una general sublevación, coligado con el principal rebelde José Gabriel Tupac-Amaru, indio cacique del pueblo de Tongasuca en la provincia de Tinta, del virreinato de Lima, quien pretendía ser legitimo descendiente de los Incas del Perú.
Este, pues, dio principio a sus bárbaras ejecuciones el 14 de Noviembre de 1780, prendiendo a su corregidor, D. Antonio de Arriaga, en un convite que le dio, con el pretexto de que quería celebrar el día de nuestro Augusto Soberano. Asegurado el tirano de su propio juez, que sorprendió inopinadamente cuando estaba comiendo, público se hallaba autorizado con una real Cedula para proceder de aquel modo, y substanciando le la causa en pocos días, ello del propio mes le quito la vida en una horca, en la plaza publica de su pueblo, y apoderando se de todos sus bienes, paso a hacer la misma ejecución con el de la provincia de Quispicanchi, que no tuvo efecto por haber huido a la ciudad del Cuzco, a donde llevo la noticia del suceso de Tinta. A contener este alboroto, salieron de aquella ciudad 600 hombres tumultuariamente dispuestos, los mas del país, y entre ellos algunos europeos y a pocas leguas que anduvieron, avistaron al rebelde en el paraje llamado Sangarara, con un considerable trozo de indios y mestizos de aquella comarca: y como al mismo tiempo experimentasen una cruel nevada, se refugiaron en la iglesia; y mas poseídos del miedo, que resueltos a acometer al enemigo, le despacharon un emisario que le preguntase cual era su intento, y el motivo que habla tenido para levantar gente y turbar la tierra: y la respuesta fue, que todos los Americanos pasasen luego a su campo, donde serian tratados como patriotas, pues solo quería castigar a los europeos o chapetones, corregidores y aduaneros.
Esta orden, que mando notificar José Gabriel Tupac-Amaru a los que le habían hecho el mensaje, con apercibimiento de no reservar a ninguno de los que la contradijesen, excito entre ellos una especie de tumulto, y tratando sobre lo que se había de resolver, fueron unos de parecer que se embistiese al enemigo, y otros que no; de modo que, divididos en los dictámenes, sintieron bien presto los efectos de la discordia, que paro en herirse recíprocamente. A esta fatalidad sobrevinieron otras, cuales fueron la de haberlos cargado el enemigo, haberse pegado fuego a la pólvora que tenían, y caidoles un lienzo del edificio en que se alojaban: y muertos unos, otros abrasados, y no pocos envueltos en la ruina de la pared, fueron todos consumidos y disipados, y el rebelde se aprovecho de las armas de fuego y blancas, reforzando se con los despojos de sus mismos enemigos.
Tanto cuanto este suceso desgraciado pudo ofrecer de turbación a la ciudad del Cuzco, tuvo de feliz y ventajoso para Tupac-Amaru, con el cual, dueño de la campana, la corrió y saqueó, haciendo destrozos en los pueblos, haciendas y obrajes de los españoles, y avanzando se hasta la provincia de Lampa, entro en Ayabiri sin oposición: porque aunque en este pueblo se habían juntado algunos vecinos españoles de aquella y otras provincias comarcanas, conducidos de sus corregidores, al aproximarse al enemigo, tomaron la fuga: con lo que, difundiéndose la confusión, el sobresalto y el temor, y prófugos los curas y corregidores, quedaron abandonados, y a discreción de los indios, los pueblos y provincias, excepto la de Pancarcolla, en que su corregidor, D. Joaquín Antonio de Orellana, lleno de heroicos sentimientos, formo poco después el proyecto de mantenerla a costa de su vida, y buscando por asilo la villa de Puno, se fortifico en ella con pocos de los suyos.
La desenfrenada codicia de los bárbaros usurpadores los empeñaba en pillarlo todo, sin respetar los templos; en ellos derramaban la sangre humana sin distinción de sexos, ni edades. Pocas veces se habrá visto desolación tan terrible, ni fuego que con mas rapidez se comunicase a tantas distancias, siendo digno de notar, que en 300 leguas que se cuentan de longitud, desde el Cuzco hasta las fronteras del Tucumán, en que se contienen 24 provincias, en todas prendió casi a un mismo tiempo el fuego de la rebelión, bien que con alguna diferencia en el exceso de las crueldades.
Siguió José Gabriel Tupac-Amaru las huellas de todos los tiranos, y conociendo cuan fácilmente se deja arrastrar el populacho de las apariencias con que se le galantea, porque no penetra los arcanos del usurpador, comenzó publicando edictos de las insufribles extorsiones que padecía la nación, las abultadas pensiones que injustamente toleraba, los agravios que se repetían en las aduanas, y estancos establecidos: que los indios eran victima de la codicia de los corregidores, quienes buscaban todos los medios de enriquecer, sin reparar en las injusticias y vejaciones que originaban, cuyas modestas quejas, con que muchas veces les representaron sus excesos, no sirviesen de otra cosa que de incitar la ira y la venganza; y en fin que todo era injusticia, tiranía y ambición: que su intento estaba únicamente reducido a buscar el bien de la Patria, con exterminio de los inicuos y ladrones. Así se explicaba este rebelde, para seducir a los pueblos, engrosando su partido, y con mano armada pasando a los filos de su calera a cuantos se le oponían, invadió las provincias de Azangaro, Carabaya, Tinta, Calca y Quispicanchi, que por fuerza o de grado se declararon sus partidarias, a cuyo ejemplo siguieron el mismo rumbo las de Chucuito, Pacajes, Omasuyos, Larecaja, Yungas y parte de las de Misque, Cochabamba y Atacama. Siendo ya general la sublevación, se experimentaron trágicos o inauditos sucesos, para cuya descripción era necesario sudase sangre la pluma, y fuesen los caracteres nuestras lagrimas.
Con los muchos indios que se habían juntado a Tupac-Amaru, y las armas de que ya se había apoderado, resolvió ir sobre el Cuzco, con el fin de posesionarse de esta ciudad, y logrado su intento, coronarse en ella, por ser la antigua capital del imperio Peruano, con todas las solemnidades que imitasen la costumbre de sus antiguos poderes. Se habían acogido a esta población muchos fugitivos de las provincias inmediatas, que atemorizados de los estragos que ocasionaba el tirano, no pensaban sino en salvar sus vidas por aquel medio: y cuando estaban imaginando abandonar la ciudad, y que era en vano intentar resistir al rebelde, lo impidió D. Manuel Villalta, corregidor de Abancay, que había servido en el real ejército con el grado de Teniente Coronel. Este animoso oficial, despreciando los temores, y con la experiencia de su profesión, levanto aquellos espíritus abatidos, echo mano de las milicias, y ordeno las cosas de manera que dificultasen el proyecto del rebelde: a que contribuyeron mucho los caciques de Tinta y Chicheros, Rozas y Pumacagua, cuya lealtad y la de los Chuquiguancas, brillo como un astro luminoso en medio de la negra oscuridad de la rebelión, ofreciendo en obsequio de su fidelidad el digno sacrificio de algunas vidas de los de sus familias y todas las haciendas que poseían.
Conocido por el tirano lo difícil que le era tomar el Cuzco, desistió del empeño, después de algunos ataques, en que fue rechazado gloriosamente por sus vecinos, dirigidos y gobernados por Villalta, quien le quito de las manos una presa con que ya contaba, y perdida aquella esperanza, se contrajo a continuar las correrías y robos contra los españoles. Declarada ya en todas partes la guerra, y las poblaciones y campaña sin resistencia, los que pudieron escapar de los primeros insultos, se refugiaron a las ciudades y villas que les fueron mas inmediatas. En la de Cochabamba solo, de las partes de Yungas (con quienes confina por los valles de Ayopaya), entraron mas de 5,000 personas de ambos sexos y de todas edades, que condujo su corregidor, D. José Albisuri. No porque en los pueblos de españoles faltase la alteración y recelo que ofrecía el numeroso vulgo, sino porque el riesgo parecía menos ejecutivo, aunque diariamente se fijaban pasquines y se oían canciones a favor de Tupac-Amaru, contra los europeos y el gobierno. Agitado el cuidado de los virreyes de Lima y Buenos Aires, los Excmos. Señores, D. Agustín de Jauregui y D. Juan José de Vertiz, pensaron seriamente al remedio de tantos males. El primero dispuso pasase al Cuzco el Visitador General, D. José Antonio Areche, con el mando absoluto de hacienda y guerra, nombrando también al Mariscal de Campo, D. José del Valle, Inspector de las tropas de aquel virreinato, al Coronel de Dragones, D. Gabriel de Aviles, y otros oficiales, para que tomasen el mando y dirección de las armas que habían de obrar contra los rebeldes; y el segundo confirmo la elección que había hecho el Presidente de Charcas, del Teniente Coronel D. Ignacio Flores, Gobernador que era de Moxos, declarándole Comandante General de aquellas provincias, y demás que estuviesen alteradas en la jurisdicción de su mando, con inhibición de la Real Audiencia de la Plata, concediéndole muchas y amplias facultades, para obrar libremente. Los Oidores, poco conformes con esta disposición, manifestaron su resentimiento en distintas ocasiones, dificultando las providencias del Comandante, oponiendo obstáculos a sus determinaciones, criticando su conducta de morosa, calumniándole de pusilánime e irresoluto, fundándose en que no tomaba partido con prontitud, y suponiendo que si hubiese obrado con actividad ofensivamente contra los rebeldes, hubiera podido sofocarse con el escarmiento de pocos el atrevimiento de los demás. En cuyas alteraciones y etiquetas, suscitadas indebidamente en tan criticas circunstancias, pasaron algún tiempo: hasta que fue creciendo el cuidado, con motivo de haber mandado la Audiencia secretamente, y sin el conocimiento que le correspondía a Flores, prender al reo Tomas Catari, lo que ejecutó D. Manuel Álvarez en el Asiento de Ahullagas, en virtud del auto proveído en acuerdo reservado que se celebro con todo sigilo, atropellando las prudentes disposiciones del Virrey, y desairando le cruelmente, porque tal proceder era opuesto a sus providencias y a las facultades que tenia concedidas a aquel Comandante.
Este suceso lleno de regocijo a la ciudad de la Plata, y no fue de poca satisfacción a sus ministros, porque todos creían que cortada aquella cabeza, pasase la inquietud, y que un hecho de esta naturaleza podía servirles de escudo para cubrirse de sus primeros yerros y desacreditar la conducta del Comandante militar: porque no solo había concurrido a el, sino que tenia significado, no era conveniente en aquella ocasión, antes bien proponía se empleasen los medios políticos que eran mas oportunos en tan criticas circunstancias, en que se debía sacar todo el partido posible de la autoridad y fuerzas que ya había adquirido el delincuente, en tanto se acopiaban armas y municiones para resistirle, motivos porque ocultaron su determinación. Pero a poco tiempo se desapareció aquella alegría, desvaneciendo se sus concebidas esperanzas con las desgraciadas muertes del dicho D. Manuel, y del Justicia Mayor, D. Juan Antonio Acuna, que con una corta escolta conducían preso a aquel rebelde: quienes, viéndose inopinadamente atacados en la cuesta de Chataquilay, y que era muy dificultoso conservar su persona con seguridad, determinaron matarle antes de intentar la resistencia, sin que bastase después el esfuerzo a salvar ninguno de los que le conducían; creciendo el espanto y susto con haberse acercado inmediatamente los indios agresores a la ciudad para cercarla, campando dos leguas de ella, en los cerros de la Punilla, mas de 7,000, capitaneados por Damaso y Nicolas Catari, hermanos del difunto Santos Achu, Simon Castillo y otros caudillos. Con cuyo hecho desgraciado vario el modo de pensar de la Audiencia, que empleo todos los recursos imaginables para ocultar había sido suya aquella providencia, significando que Álvarez había ejecutado la prisión de motu propio: pero Flores, que no se descuidaba en cubrirse de sus resultas, tuvo modo de conseguir copia de todo lo acordado sobre aquel hecho. Así perpetuamente se eslabonan los fracasos con las dichas, teniendo en continua duda nuestros afectos, para que busquen en su centro la verdadera y estable felicidad.
Aun no bien se supo estaban acampados los indios en aquel cerro, proyectando el asalto de la ciudad, se infundió en todos sus vecinos la generosa resolución de defenderse, hasta derramar la última gota de sangre: y porque fuesen iguales el valor y la precaución, ganando los instantes, se colocaron puestos avanzados para observar desde mas cerca los movimientos del enemigo, y cortando las calles con tapias de adobes, que impropiamente han llamado trincheras, se destacaron algunas compañías de milicianos para que guarnecieran sus extramuros. El Regente en una continua agitación Expedia providencia sobre providencia, y los Ministros, disimulando el miedo que los dominaba con el celo y amor al Soberano, se hicieron cargo con las compañías formadas del gremio de abogados, de rondar y patrullar todas las noches, reconociendo las centinelas avanzadas. Pero como todos carecían de los principios del arte de la guerra, servían de confusión más que de seguridad sus diligencias, que también contribuyeren no poco a suscitar nuevas disputas sobre sus pretendidas facultades, y las que tenía el Comandante de las armas. Sin embargo de todo esto, se notaba en los vecinos buena disposición, por mas que se haya querido disminuir después, abultando desconfianzas para cubrir la negligencia, y el error de no haber acudido con resolución y actividad a cegar el manantial de donde nacían estas alteraciones: siendo fácil comprender, que si en sus principios se hubiese obrado con el valor y determinación que piden semejantes casos, se hubieran evitado tantos estragos, como siguieron, y la muerte de mas de 40,000 personas españolas, y mucho mayor número de indios, que han sido victimas de estas civiles disensiones.
Insolentes los rebeldes en su campamento, dirigieron a la Real Audiencia algunas cartas llenas de audaces amenazas, pidiendo las cabezas de algunos individuos, y asegurando hacer el uso mas torpe de las mujeres del Regente y algunos Ministros, ofreciendo emplearlas después en las tareas mas humildes del servicio de sus casas. En esta ocasión fue sospechado cómplice en las turbaciones el cura de la doctrina de Macha, el DI. D. José Gregario Merlos, ec1esiastico de corrompida y escandalosa conducta, de genio atrevido y desvergonzado, que fue arrestado por el Oidor D. Pedro Cemadas en su misma casa, y depositado en la Recoleta con un par de grillos, y después en la cárcel publica con todas las precauciones que requerían el delito que se le imputaba, y las continuas instancias que hacían los rebeldes por su libertad, quienes aseguraban entrarían a sacarle de su prisión a viva fuerza: cuyo hecho se ejecutó también sin consentimiento del Comandante militar, aprovechando la Audiencia, para proceder a su captura, del pretexto de hallarse ausente, para un reconocimiento en las inmediaciones de la ciudad. El cuidado se iba aumentando con continuos sobresaltos que ocasionaba la inmediación de los sediciosos, y aunque no llegaron nunca a formalizar el cerco, se empezaba asentir alguna escasez de víveres, que fue también causa de aumentarse las discordias, por la libertad de pareceres para el remedio.
Solicitaron los abogados, unidos con los vecinos, se les diese licencia para acometer al enemigo, pero luego que entendieron que se disgustaba el Comandante por esta proposición, se apartaron de su intento. El Director de tabacos, D. Francisco de Paula Sanz, sujeto adornado de las mejores circunstancias y calidades, se hallaba en la ciudad casualmente, y de resultas de la comisión que estaba a su cargo para el establecimiento de este ramo, movido de su espíritu bizarro, y cansado de las contemplaciones que se usaban con los rebeldes, quiso atacarlos con sus dependientes y algunos vecinos que se le agregaron, y saliendo de la ciudad con este intento, el día 16 de Febrero de 1781 llego a las faldas de los cerros de la Punilla, en que estaban alojados los indios, que descendieron inmediatamente a buscarle para presentar el combate, persuadidos de que el poco número que se les oponía, aseguraba de su parte el vencimiento. Cargaron con tanta violencia y multitud aquel pequeño trozo, que se componía de solos 40 hombres, que no basto el valor para la resistencia, y cediendo al mayor número y a la fuerza, fue preciso pensar en la retirada, en que hubieran perecido todos por el desorden son que la ejecutaron, a no haber salido a sostenerlos la compañía de granaderos milicianos, no pudiendo evitar perdiese la vida en la refriega D. Francisco Revilla, y dos granaderos que le acampanaron en su desgraciada suerte: pues aunque después salio Flores con mayor número de gente, sirvió poco su diligencia, por haber entrado la noche.
El genio dócil y el natural agrado del Director Sanz, acampanados de su generosidad, le hacían muy estimado de todos, menos de Flores, con quien había tenido algunos disgustos por el diverso modo de pensar. Sanz, todo era fuego para castigar la insolencia de los sediciosos, y Flores, todo circunspección y flema en contemplarlos, cuya conducta, mormurada generalmente, ocasionó pasquines denigrantes a su honor, tildando le de cobarde, atreviéndose a decir, era afecto al partido de la rebelión: y llegó a tanto la osadía del público, que expreso sus sentimientos con satíricos versos y groseras significaciones, enviándole a su casa, la misma noche del ataque del 16, una porción de gallinas, sin saber quien había sido el autor de este intempestivo regalo. Al siguiente día se presentaron los vecinos por escrito, manifestando estaban prontos y dispuestos a ir en busca del enemigo. Todos clamaban se anticipaba su última ruina, gritaban descaradamente, que si no se les conducía al ataque, saldrían sin el Comandante: y ya obligado de tantas y tan repetidas eficaces insinuaciones que se aumentaron con el desgraciado suceso del Director, determino para el20 del mismo Febrero atacar a los indios de la Punilla. Serian las 12 de aquel di a, cuando se pusieron en marcha nuestras tropas, y llegando al campo se presento al Comandante un espectáculo agradable, que le anunciaba la victoria, y fue reconocer que un crecido número de mujeres, mezcladas y confundidas entre la tropa, deseaba con ansia entrar en función: este raro fenómeno, cuanto lisonjeaba el gusto, arranco lagrimas de aquel jefe, que ejército toda su habilidad para disuadirlas se apartasen de tan peligroso empeño, con el cual únicamente habían conseguido ya una gloria inmortal: y aunque se les mitigo el ardor, nunca se pudo lograr se retirasen, y permanecieron en el campo de batalla, o bien para que su presencia inspirase aliento a los soldados, o para que sirviesen de socorro en cualquiera infortunio.
Las dos de la tarde serian cuando se toco a embestir al enemigo, que se hallaba apostado en las alturas de tres montañas ásperas y fragosas, cuya ventaja hacía peligrosa la subida: pero esta dificultad empeño el valor de los nuestros, que estaban tan deseosos de venir a las manos, y acometiendo con heroico denuedo, sufrieron los indios poco tiempo el asalto, ganando airosamente las cumbres de aquellos empinados cerros, llevando se con los filos de la espada a todos los que no retiro la fuga; dejando en el campo de batalla 400 cadáveres, con poca o ninguna perdida de nuestra parte, y de sus resultas libre la ciudad del bloqueo en tan breve espacio de tiempo, que pudo el Comandante General exclamar con Julio Cesar: “Veni, vidi, vinci”. Celebrase esta victoria con festivas aclamaciones de ¡Viva el Rey!; e iluminando se la ciudad por tres noches, se rindieron al Todopoderoso las debidas gracias, manifestándose la alegría con todos aquellas señas con que acredita el amor, la sinceridad del afecto. Este destrozo de los enemigos trajo las mas favorables consecuencias, y hubieran sido mayores si se hubiese adelantado la acción: pues asustada la provincia de Chayanta, depuso toda inquietud, y para comprobar su arrepentimiento, entrego a los principales autores, que fueron Damaso y Nicolás Catari, Santos Hachu, Simón Castillo y otros varios, que todos murieron en tres palos: que así burla la Divina Providencia las esperanzas de los delincuentes, disponiendo caigan a manos de la justicia, cuando se creen mas exentos de su rigor.
Este hecho acredita cuan conveniente era ganar los instantes, y obrar con actividad contra los insurgentes, aprovechando la consternación en que se hallaban por el dichoso suceso de la Punilla, antes que depusieran su espanto: pues los recelos y desconfianzas del Comandante, y su carácter más político que militar, le hacían observar una lentitud perjudicial a la causa pública. Y como vacilaba en un mar de dudas, paso el tiempo en hacer prevenciones, con que disimulaba su manejo, que pudiera haber variado con las repetidas pruebas de fidelidad y bizarría que le tenían dadas los vecinos de la Plata, que justamente se han quejado del concepto que le merecieron, porque consideraba no eran capaces de sostener operaciones ofensivas en campo abierto sin el auxilio de los veteranos que se esperaban: lo que debiera haber tentado sin esta circunstancia, pues algo se ha de aventurar en los casos extremos, en que no se presenta otro recurso. Estas detenciones ocasionaran no pocos males, particularmente en las provincias de Chichas y Lipes, que se sublevaron después de aquel suceso, porque conocieron la superioridad que tenían, y les manifestaba semejante conducta, y que no eran muy temibles el Comandante y armas que se hallaban en la ciudad de la Plata, cuando aun después de vencedoras se contentaban con volver a encerrarse en los términos de su recinto, sin pensar al remedio de las calamidades ajenas: a que contribuyo también el haber seguido el mismo sistema la imperial villa de Potosí, que creyó llenaba so obligación con poner a cubierto sus preciosas minas.
Cuando estaba para celebrarse en casa del Comandante, D. Ignacio Flores, con un banquete, el buen éxito que tuvo la acción de la Punilla, se recibió la infausta noticia del horroroso hecho acaecido en la villa de Oruro, con lo que se consternaron los ánimos de todos los convidados, y se llenaron de amargura, convirtiendo se en pesar el placer que tenían prevenido. Y como es uno de los acaecimientos más notables de esta general sublevación, no podrá ser desagradable se refiera con extensión, y con todas las circunstancias que requiere un hecho de esta naturaleza.
El origen, pues, y las causas de esta funestísima tragedia, fueron haberse divulgado en aquella villa las fatalidades acaecidas en las provincias de Chayanta y Tinta, con un edicto que expidió José Gabriel Tupac-Amaru, en que expresaba todas sus crueles y ambiciosas intenciones: lo que, llegado a noticia del corregidor, D. Ramón de Urrutia, juntamente con los estragos que causaba en las provincias de Lampa y Carabaya, le determinaron a prevenirse para cualquier acontecimiento. Formó compañías de los cholos y vecinos, para disciplinarlas en el manejo de las armas, destinando diferentes sitios para la enseñanza, donde concurrían semanalmente dos veces, y aprendían con gusto la doctrina de sus maestros: algunos desde luego no aprobaron esta diligencia, o porque eran adictos al principal rebelde Tupac-Amaru, cuya venida deseaban con ansia, o lo mas cierto, porque eran sus confidentes. Estos tales solamente concurrían a aquel acto para emular a los que enseñaban, que eran europeos, y a formar diferentes criticas sobre sus operaciones, al mismo tiempo que con insolencia fijaban pasquines opuestos a la corona, censurando el gobierno del corregidor y demás jueces. Entre ellos amaneció uno el día 25 de Diciembre de 1780, en que se anunciaba el asesinato, que después ejecutaron con los europeos, y zaherían la conducta de D. Fernando Gurruchaga, Alcalde ordinario, que acababa aquel año, con dicterios denigrativo s a su persona, y de la justicia. También prevenían en el a los individuos del Cabildo, se abstuviesen de elegir Alcaldes europeos, porque si tal sucedía, no durarían ocho días, porque se sublevarían y serian victima de su enojo, por ser ladrones: y que para evitar tan funesto suceso, habían de nombrar precisamente de Alcaldes a D. Juan de Dios y a D. Jacinto Rodríguez.
El Corregidor, cuidadoso con estas publicas amenazas, e insolentes pretensiones: obraba vigilante en la averiguación y pesquisa de los autores, pero por mas exactas diligencias, así judiciales como extrajudiciales que practico, nunca pudo saber la verdad para castigar a los delincuentes, a fin de mantener a todos con la quietud y buena armonía, a que siempre propendió desde el ingreso a su corregimiento.
Llegado el día de la elección, para el año de 1781, propuso a los vocales nombrasen a sujetos beneméritos y honrados, de buenas costumbres y amantes de la justicia, para que así pudiesen desempeñar con acierto los cargos, con la madurez y juicio que previenen las leyes, y requerían las criticas circunstancias, en que se hallaba el reino. Para este efecto les propuso a D. José Miguel Llano y Valdez, patricio, a D. Joaquín Rubis de Celis, y D. Manuel de Mugrosa, europeos, con la mira de que saliese la vara de la casa de los Rodríguez, que pretendía hacerla hereditaria, y que ni ellos ni ninguno de sus parciales y domesticas, fuese elegido, pues hacían 18 años que estos sujetos estaban posesionados de aquellos empleos, sin permitir jamás que fuesen nombrados otros, por la desmedida ambición de gobernar que los dominaba: y también para evitar las injusticias, extorsiones y violencias, que con titulo de jueces ejecutaban con toda clase de gentes, validos del despotismo sin limite que habían adquirido, con el cual protegían todo genero de vicios, de que adolecían sus dependientes y criados.
Trascendida por los Rodríguez esta idea, previnieron algunas alteraciones y diferencias para el día de la elección: no obstante prevalecieron los votos a favor de la justicia, y salieron electos los propuestos por el Corregidor, que aborrecían cruelmente los Rodríguez, por la desemejanza de costumbres y nacimiento: y no pudiendo ocultar la panzona que encerraban sus corazones, al ver se les había quitado el mando, que tantos años tenían como usurpado, se quitaron la mascara, para dejarse ver a todas luces sentidos contra el. D. Jacinto estuvo para morirse con lo vomitas que le ocasionó la calera del desaire, y D. Juan salio de la villa para su ingenio a toda prisa, dejando prevenido en su casa, que ninguno de sus clientes saliese a las corridas de toros, que regularmente celebran los nuevos Alcaldes para festejar al público, ni que a estos se les prestase cosa alguna que pidiesen para los refrescos acostumbrados. En este mismo día empezó a descubrirse la liga que había formado con ellos el cura de la iglesia matriz. Sucedió pues, que siendo costumbre de tiempo inmemorial, que acabadas las elecciones, y confirmadas por el corregidor en la casa capitular, pasaba todo el Cabildo a la iglesia mayor a oír la misa de gracias, se dirigieron los Cabildantes a esta pía demostración, pero estando ya a las puertas de la iglesia, salio al encuentro el sacristán para decirles que no había misa, porque ninguno había dado la limosna.
Estaban las cosas en este critico estado, cuando llego la noticia de la muerte de Tomas Catari; y creyendo el corregidor de Paria, D. Manuel Bodega, que quitado este sedicioso perturbador de la quietud publica, le seria fácil sujetar la provincia, cobrar los reales tributos y su reparto, determino ir a ella con armas y gente. Pidió para esto a Urrutia le auxiliase con soldados, que le negó, previniendo no podían resultar buenas consecuencias: pero Bodega mal aconsejado, junto 50 hombres, pagados a su costa, y emprendió la marcha al pueblo de Challapata, donde el y los mas que le acampanaban, pagaron con la vida su ligera determinación. Con este hecho, persuadidos quedaron los indios de Challapata, Cando, Popo y demás pueblos inmediatos, que el corregidor de Oruro había auxiliado al de Paria con armas y gente para castigarlos, desde aquel día amenazaban la villa y el corregidor, protestando asolarla, y dar muerte a todos sus habitantes. Agregase a esto, que un religioso franciscano, llamado Fray Bemardino Gallegos, que a la sazón se hallaba de capellán en los ingenios de D. Juan de Dios Rodríguez, solapando su malicioso designio, decía había oído, que los indios de Challapata estaban prevenidos para invadir a Oruro, y que el principal motivo que los impelía, era saber que se hacía diariamente ejercicio, por lo que consideraba conveniente se suspendiese; pues sin mas diligencia que esta, se sosegarían los animas de aquellos rebeldes, porque su resentimiento nacía únicamente de aquella disposición. El corregidor, ya fue que no dio asenso a los avisos de aquel religioso, o porque penetrase su interior, no altero sus providencias, de que nacieron continuos sobresaltos y cuidados: porque, resentido de esto, no ceso de esparcir en adelante funestas noticias, que amenazaban por instantes el insulto ofrecido por los indios circunvecinos. En este conflicto se dudaba el medio que debía elegirse: no había armas, ni pertrechos; hacíanse cabildos publicas y secretos; nada se resolvía por falta de dinero en la caja de propios, o por decirlo con mas propiedad, por no haber tal caja, porque hacía muchos años se había apoderado de su fondo D. Jacinto Rodríguez. Tampoco podía acudirse a las cajas reales, porque lo resistían sus oficiales, alegando no serles facultativo extraer cantidad alguna, sin orden expresa de la superioridad; y por último recurso, se pensó en que los vecinos contribuyesen con algún donativo, que tampoco tuvo efecto, por la suma pobreza en que se hallaban. En estos apuros se manifestó el celo del tesorero D. Salvador Parrilla, dando de contado 2.000 pesos de sus propios intereses, para que se acuartelasen las milicias, y se previniesen municiones de guerra, entre tanto se daba parte a la Audiencia, para que deliberase lo que tuviese por conveniente. Con esta cantidad se dio principio a los preparativos; pusieronse a sueldo 300 hombres: se nombraron capitanes y demás oficiales, para hacer el servicio: D. Manuel Serrano, formo una compañía de la mas infame chusma del pueblo, y nombro por su teniente a D. Nicolás de Herrera, de genio caviloso, que después fue uno de los que mas sobresalieron en esta trágica escena.
Acuartelada así la tropa, se suscitaron muchas disensiones por la poca subordinación de los soldados, la ninguna legalidad en los oficiales para la suministración del prest señalado, y otros motivos, que se originaban, más por la disposición de las ánimas, que por, las fundadas quejas.
El día 9, a las diez de la noche, salieron del cuartel algunos soldados de la compañía de Serrano, pidiendo a gritos socorro a los demás; y preguntada la causa, respondió en voz alta Sebastián Pagador:--”Amigos, paisanos y campaneros, estad ciertos que se intenta la mas aleve traición contra nosotros por los chapetones: esta noticia acaba de comunicárseme por mi hija; en ninguna ocasión podemos mejor dar evidentes pruebas de nuestro amor a la patria, sino en esta: no estimemos en nada nuestras vidas, sacrifiquémoslas gustosos en defensa de la libertad, convirtiendo toda la humildad y rendimiento, que hemos tenido con los españoles europeos, en ira y furor, y acabemos de una vez con esta maldita raza.” Se esparció inmediatamente por todo el pueblo este razonamiento, y la moción en que estaban las compañías milicianas, no descuidando se D. Nicolás Herrera en atizar el fuego, contando en todas partes con los colores mas vivos, que su malicioso intento pudo sugerirle, la conjuración de los europeos.
Sebastián Pagador había sido muchos años sirviente en las minas de ambos Rodríguez, y en aquella actualidad concurría a ellas por las tardes con D. Jacinto, donde este se ponía ebrio, mal de que adolecía comúnmente. Entre otras producciones de la borrachera, salio con el disparate que el corregidor le quería ahorcar, juntamente con sus hermanos, a D. Manuel Herrera y otros vecinos. El calor de la chicha, que tenia alterado a Pagador, le hizo facilitar el asesinato que después ejecutaron, tratándolo con D. Nicolás de Herrera, sujeto muchas veces procesado por ladran público y salteador de caminos. A este no sola le constaba que muchos de los europeos estaban acaudalados, sino que el y algunos de sus inicuos campaneros vieron depositar muchas barras y zurrones de plata sellada en cara de D. José Endeiza, a quien se le consideraba mas de 50,000 pesos efectivos. Como este sujeto era tan amable, concurrían a su mesa muchos de sus amigos, también acaudalados, y acordaron que en tanto se les proporcionaba trasladarse a Potosí, se juntasen todos con sus caudales a vivir en la casa donde se hallaba hospedado. La presa de tan crecido caudal fue el principal origen de este desgraciado suceso. D. Nicolás Herrera, que deseaba mas que todos llegase el caso de ejecutar el saqueo, publicaba en todas partes el razonamiento de Pagador, y continuando sus diligencias, entro en casa de D. Casimiro Delgado, que a la sazón estaba jugando con D. Manuel Amezaga, cura de Challacollo, y con Fray Antonio Lazo, del Orden de San Agustín. Alborotaronse todos con la novedad, y resolvieron ir a avisar a los milicianos la desgracia que los amenazaba: determinación, a la verdad, impropia de aquellos sujetos, y que tiene muchos visos de sediciosa; porque sin reflexionar en consecuencias pasaron al cuartel, llamaron al capitán D. Bartolomé Menacho y a otros, y les dieron noticia de lo que sabían, haciendo les la prevención de que se guardasen. Con esto, y la voz de traición de parte de los europeos que Herrera había esparcido por toda la villa, acudían en crecidas tropas al cuartel, las madres, mujeres y hermanas de los que estaban acuartelados: unas llevaban armas para que se defendiesen, y otras con las más tiernas voces, pedían con lágrimas dejasen aquel recinto. A esto añadían los soldados, incitados por Pagador, se persuadiesen era cierta la conjuración: los unos afirmaban que el corregidor tenia prevenida una mina para volarlos repentinamente, otros gritaban que no había que dudar, porque tenia arrimadas escaleras para asaltarlos de improviso por el corral de su casa. Todo era confusión, desorden y alboroto, sin el menor fundamento; porque la malicia de los seductores inventaba estas y otras especias sediciosas para conmover los animas. De esta conformidad pasaron aquella noche en continuo sobresalto, y luego que aclaro el día 10, desampararon el cuartel: unos se dirigieron a sus casas, y otros reunidos por Pagador, se presentaron a D. Jacinto Rodríguez, protestando que como a su Teniente Coronel debían comunicarle lo que se premeditaba contra ellos; que estaban prontos a obedecerle ciegamente, con lo que daban unas pruebas nada equivocas de la subordinación que le tenían: quien, al oír las quejas, les dijo que no volviesen al cuartel, y quedando se con algunos de mayor confianza, les previno sigilosamente se amotinasen aquella noche, y les advirtió el modo con que lo habían de practicar.
Rabia marchado días antes al pueblo de Challapata Fray Bernardino Gallegos, del Orden de San Francisco, con el pretexto de libertar algunos soldados que llevo D. Manuel de la Bodega, los que se hallaban escondidos en casa del cura; pero su verdadero designio fue el de convocar a los indios para aquel día. En el mismo distribuyo D. Jacinto a sus negros, y algunos de sus criados por las estancias y pueblos inmediatos, para con la ayuda de estos, doblar sus fuerzas y lograr su intento; monto a caballo, se dirigió al Cerro de las Minas, donde junto a todos los indios, mulatos y mestizos, que trabajaban en ellas, y les dio la orden de que precisamente bajasen por el Cerro de Conchopata a la villa, luego que anocheciese. Todo se ejecutó como estaba prevenido, empezando la bulla de los peones mineros en aquel lugar, a la hora señalada. Para asegurar mejor la acción premeditada, andaba por las calles y plazas un oficial de la compañía de Menacho, llamado D. José Asurdui, publicando era cierta la traición del corregidor y europeos, con tanto descaro, que, obligo a uno de ellos a reconvenirle, diciéndoles: “Solamente un hombre de poco entendimiento podría proferir este disparate: Vd. se persuade que el corregidor, acampanado únicamente de 30 a 40 europeos, se consideren capaces de resistir y matar a mas de 5,000 hombres que tiene la villa; esto fuera lo mismo que intentar una hormiga hacer frente a un lean.” Pero como eran otros los principios de aquel motín, de nada sirvieron estas sólidas razones para contenerle, antes bien se aumentaron los corrillos en las esquinas de las calles y plaza publica, creciendo el cuidado, por haber encontrado un pedazo de carta de Fray Bernardino Gallego, en que avisaba a su hermano, Fray Feliciano, que indefectiblemente la noche del 10 seria invadida la villa por los indios Challapatas, pero que no tuviesen cuidado, que el fin era quitar la vida al corregidor y oficiales reales. Tales indios no parecieron aquella noche, y averiguada la verdad, muchos días después se supo no pensaron en venir por entonces, y que solo había sido ardid para aumentar el temor y la confusión.
A las 4 de la tarde mando el corregidor tocar llamada, para que las milicias se juntasen; en efecto obedecieron, siendo muy pocos los que hicieron falta; pero con la circunstancia de no querer entrar en el cuartel, y si mantenerse divididos en trozos por las esquinas de la plaza, hablando entre ellos de la supuesta traición, y lo que habían de practicar; y no descuidando se Pagador en su comisión, recordó los hechos de José Gabriel Tupac-Amaru, apoyando su conducta contra el Soberano, las vejaciones que sufrían por el mal gobierno de sus ministros, los insoportables pechos, que con motivo de la guerra con los ingleses, imponían a los pueblos, y otras razones eficaces para conducir los animas al fin que se había propuesto. El corregidor, procuraba reducirlos, ya con suavidad, ya con amenazas; pero nada bastaba, y, solo pudo conseguir le ofreciesen, se mantendrían en la plaza, esperando a los indios que amenazaban invadir la villa aquella noche: y para que no quedase medio que emplear, se convido a dormir con ellos, y que cuando se verificase la conjuración de los europeos, sacrificarían primero su vida antes que permitir pereciese ninguno de los soldados. Pero como faltaba ya la razón, y empezaban a descubrir su mala intención, lejos de producir los buenos efectos que se prometía de esta sumisa oferta, solo sirvió para que se insolentasen mas. Rogabales humildemente, y procuraba disuadirlos de las supuestas quejas con los europeos: deciales que todo era falso e inventado por la malicia de los que les persuadían lo contrario; pero mas irritados con estos medios de suavidad, empezaron a manejar sus hondas, ensayando el modo con que habían de usar de ellas.
Estas son las causas de donde se origino tan cruel rebelión contra la Majestad y los europeos; pero añadiré otra que a mi ver es el principal fundamento de este sangriento suceso. Hacían 10 años, que se experimentaba un total atraso en las labores de minas; de modo que en la actualidad no había una sola que llevase formal trabajo, ni pudiese rendir a su dueño lo necesario para su conservación y giro, siendo lo único que sostenía el vecindario: cuya total decadencia puso a sus mineros en tan lamentable constitución, que los que se contaban por principales, y en otros tiempos poseían agigantados caudales, como eran los Rodríguez, Herrera, Galleguillos y otros, se hallaban en un estado de inopia, descubiertos en muchos miles, así al Rey, como con otros particulares, sin poderlos pagar, ni seguir el trabajo de sus labores, por falta de medios. Los europeos, que eran los únicos habilitadores, ya no querían suplirles cantidad alguna, y desesperados por no hallar remedio para socorrerse, y cancelar sus deudas, maquinaron esta rebelión, que se hará dudosa a los tiempos venideros, por el conjunto de muertes, robos, sacrilegios, profanaciones y demás crueldades que se ejecutaron.
Obligados los milicianos, de las muchas suplicas y persuasiones que se emplearon por varios sujetos, entraron en el cuartel, después de la oración del citado día 10 de Febrero, no para permanecer en el como otras noches, sino solo para engañar a sus capitanes con aquella aparente obediencia, y con la mira de que se les diese el prest que se les tenia asignado. Mientras se les pagaba, se oyeron por las calles y plazas, muchas voces y alaridos de muchachos y demás chusma, quienes despidiendo piedras con las hondas, pusieron al pueblo en bastante consternación. A este tiempo tocaron entredicho con la campana de la matriz, según se había prevenido, para que todos se juntasen al puesto señalado. Practicáronlo así, pero sin poder averiguar quien hubiese tocado, ni con que orden, lo que obligo al corregidor mandase apostar una compañía en cada esquina de la plaza, por si hubiese algún inopinado asalto. Cuando se estaban tomando estas y otras disposiciones para precaverse, se ayo el sonido de diferentes cometas, que de uno a otro o extremo se correspondían, para confirmar la entrada de los indios; por lo que se dispuso que algunos saliesen para hacer un reconocimiento, quienes volvieron con la noticia, de que no había nadie en aquellas inmediaciones, y averiguado el caso, se hallo que los que tocaban las cometas, eran dos negros de D. Jacinto Rodríguez, D. Nicolás de Herrera, e Isidoro Quevedo, para que reunidos con esta novedad los europeos, les fuese mas fácil conseguir su desesperado intento. Asegurados estos, que nada había que recelar de parte de los indios, se tranquilizaron algo, y entraron a cenar juntos en casa de Endeiza. Pero al primer plato que se puso en la mesa, entro D. José Cayetano de Casas, derramando mucha sangre, de una peligrosa estocada, que le habían dado los criollos, por haber resistido que entrasen por la esquina de la matriz, que estaba guardando con su compañía, y al tiempo que refería su desgracia y aseguraba era cierta la conjuración de los criollos contra ellos, oyeron que despedían desde la plaza millares de piedras hacía la casa y balcones, y determinados a defenderse hasta el ultimo extremo, tomaron las armas de fuego que tenían, para dispararlas contra los amotinados, y resistir su insulto: pero detuvolos el mismo dueño, D. José de Endeiza, sujeto de vida ejemplar, quien conociendo era inevitable la muerte de todos, les hizo el siguiente razonamiento, lleno del celo cristiano que le animaba. “Ea, amigos y compañeros, no hay remedio, todos morimos, pues se ha verificado ser la sedición contra nosotros: no tenemos mas delito que el ser europeos, y haber juntado nuestros caudales, para asegurarlos, a vista de los criollos. Cúmplase en todo la voluntad de Dios, no nos falte la confianza de su misericordia, y en ella esperemos el perdón de nuestras culpas: y pues vamos a dar cuenta a tan justo tribunal, no hagamos ninguna muerte, ni llevemos este delito a la presencia de Dios, y así procuren Uds. disparar sus escopetas al aire, y sin pensar en herir a ninguno: quizá conseguiremos con solo el estruendo atemorizarlos, y hacer que huyan.” De esta suerte con lagrimas en los ojos, tiraban de la conformidad prevenida, lo que comprueba no haber herido a ninguno de los criollos con mas 200 tiros que dispararon, y aunque después se quiso asegurar lo contrario, fue una invención de los autores del motín.
Enfurecidos los tumultuantes, y llenos de rabiosa cólera, unos despedían hondazos contra los balcones, y otros procuraban incendiar la casa. Las mujeres se empleaban en acarrear piedras las mas sólidas y fuertes que encontraban en las minas, cuidando no faltase a los hombres esta provisión. Pasaban ya de 4,000 los amotinados, crecía el peligro de los europeos, encerrados en la casa de Endeiza, y se aguardaba por instantes fuesen victima del populacho. Para evitarlo, salio de la iglesia de la Merced el Señor Sacramentado, cuya diligencia no sirvió de otra cosa que a aumentar el delito de aquellos bárbaros con el mayor sacrilegio: porque desprendidos de toda humanidad, faltaron también a la veneración y respeto debido al Dios de los cielos y tierra, pues no hicieron caso de su presencia real, y continuaron el asalto de la casa. El corregidor, antes que oyese tiro alguno, paso a casa de D. Manuel de Herrera, y le ruega encarecidamente saliese con el por las calles a apaciguar el tumulto, para ver si con su respeto conseguía lo que no había podido lograr después de haber empleado muchos medios; a que le respondió no era ya tiempo, y siguió jugando tranquilamente con el cura de Sorasora, D. Isidoro Velasco, y otros, a quienes interesaba poco la consternación en que estaba el pueblo. Viéndose el corregidor desengañado, y cerciorado que procuraban quitarle la vida, se vio precisado a emprender la fuga para salvarla, y desde la misma casa de Herrera salio al campo, sin llevar prevención alguna para el camino, y tomando el de Cochabamba, logro asilarse en la villa, capital de aquella provincia.
Continuaron los amotinados sus diligencias, y para que no desmayasen de la empresa, gritaban algunos por las calles:--”Ea, criollos y criollas, acarreen piedras para matar a los chapetones, pues ellos han sido nuestros enemigos:” y para irritar y conmover los animas, decían unas veces “ya le quitaron la cabeza a D. Jacinto Rodríguez:” otros, “han muerto 30 paisanos nuestros.” Pero entre ellos quien sobresalía mas que todos era D. Juan Montesinos, que decía a grandes voces:--”Vayan hombres y mujeres a mi casa, y saquen lana y paja para pegar fuego, y acabar con estos traidores chapetones:” lo que practicaran inmediatamente, incendiando los balcones y tienda principal, con lo que, obligados a salir por los tejados aquellos infelices europeos, se pasaron a las casas inmediatas. Luego que lo advirtieron, tomaron todas las avenidas, y no hallando otro recurso que el de salir huyendo por la puerta de la calle: se resolvieron a ejecutarlo, pero acometidos de un furioso tropel de criollos, los iban matando así como iban saliendo, hasta dejarlos despedazados e inconocibles. Mientras los unos se ocupaban en estas crueldades, y en quemar la casa, otros juntamente con las mujeres, saqueaban las tiendas y viviendas altas, donde se atesoraron hasta 700,000 pesos de los mismos europeos, y otros que, persuadidos los tendrían seguros, los depositaron en su poder, en las especies de oro, plata sellada, barras, pinas, efectos de Castilla y de la tierra: habiendo ya saqueado antes la tienda de un criollo, llamado Pantaleón Martinez, con el pretexto de que era cómplice en el supuesto intento de los europeos, por cuyo motivo debía perder todos sus haberes, y morir con ellos.
A las cinco de la mañana del día 11 se veía ya el lamentable espectáculo de muchos muertos, tendidos por las calles, desnudos y tan despedazados, que era preciso examinarlos con gran prolijidad para conocerlos. No contentos con esta venganza, los mandaron llevar al sitio afrentoso del rollo, y de allí los pasaron a los umbrales de la cárcel, donde los mantuvieron dos días, siendo los mas de ellos pasto de los perros. Se comprendieron en esta desgracia, D. José Endeiza, D. Juan Blanco, D. Miguel Salinas, D. Juan Pedro Ximenez, D. Juan Vicente Larran, D. Domingo Pavia, D. Ramón Llano, D. José Cayetano Casas, D. Antonio Sánchez, D. Francisco Palazuelos, otros que no se conocieron, y cinco negros. Siguieron los asesinos llevando se en día claro los robos que ejecutaban, diciendo públicamente lo habían ganado en buena guerra, y que por derecho les tocaba: y dirigiendo se des pues a la cárcel, abrieron las puertas, echaron fuera todos los presos, y luego salieron diciendo en altas voces: -Viva nuestro Justicia Mayor, D. Jacinto Rodríguez: caminando juntos con grande algazara y alegría, tocando cajas y clarines, lo sacaron de su casa, le hicieron dar vuelta por la plaza mayor, y repitiendo las aclamaciones, lo volvieron a ella, y habiendo subido el cura vicario a los balcones de la casa capitular, a preguntarles que era lo que solicitaban para sosegarse, respondieron todos a una voz:--Queremos por Justicia Mayor a D. Jacinto Rodríguez, y que el corregidor y demás chapetones salgan luego del lugar, desterrados a vista nuestra.
A las doce del día empezaron a entrar algunos trozos de indios, tocando sus ruidosas cometas, y armados de hondas y palos. Con horror de la naturaleza se veía, que después de rendir la obediencia a D. Jacinto, para asegurarle con sus acostumbradas demostraciones de rendimiento, que eran venidos a defender su vida, cuyas expresiones gratificaba con generosidad, salían corriendo unidos con los criollos a ver los muertos, encarnizando se de modo que descargaban nuevamente su furia contra los cadáveres despedazados, dando les palos, procurando todos ensangrentar sus manos, y bañarlas en aquella sangre inocente. De allí pasaron a las casas de D. Manuel Herrera, del capitán Menacho, y de su cunado D. Antonio Quiros, a quienes distinguían con iguales honores. El resto de la tarde lo emplearon en examinar las casas donde presumían había algún caudal para saquearlas, y en reconocer los lugares mas ocultos, donde sospechaban se hubiese escondido algún europeo, de los que se habían libertado la noche antecedente. Continuaban entrando en tropas los indios, que estaban convocados en las inmediaciones. Venían con banderas blancas, y salían los criollos a recibirlos, dando les muchos abrazos, y les instaban para que entrasen a la iglesia matriz en busca de los europeos fugitivos, y cuando no pudiesen haberlos a las manos, a lo menos se hiciesen entregar las armas que habían escondido en ella. Consiguieron esto, porque el cura, a fin de que no violasen el sagrado, les entrego varias pistolas y sables; mas no contentos con ellas, pedían otras con insolencia, y no teniendo el cura modo de contentarles, determino subirse a la cima del rollo a predicar, y darse una disciplina en público: cuyo acto, lejos de enternecerlos, les provoco la risa, e insolentando se mas, le despidieron algunos hondazos, con cuya eficaz insinuación le hicieron bajar bien a prisa. A este tiempo había sacado en procesión el Prior de San Agustín, acampanado de las comunidades de San Francisco y de la Merced, la devota efigie del Santo-Cristo de Burgos, llevando le en procesión por las calles, plazas y extramuros de la villa, pero solo le acampanaban las viejas: y sin hacer aprecio ni respetar tan sagrada imagen, se ocupaban los criollos, unidos con los indios, en saquear la casa del corregidor. Y habiendo le suplicada al Padre Prior se dirigiese por la calle del Tambo de Jerusalén, por ver si contenía a los indios que estaban derribando la puerta de la tienda de
D. Francisco Resa, lo ejecuto, pero nada pudo conseguir, antes si ocasionó que los indios empezasen a declarar su apostasía a la religión católica, que hasta entonces se juzgaba habían profesado: pues dijeron en alta voz, que dicha imagen no suponía mas que cualquiera pedazo de maguey o pasta, y que como de estos y otros engaños padecían por los pintores.
Ya empezaba a sentirse la consternación que causaban los indios, que habían entrado en la villa en el espacio de 6 horas, cuyo número pasaba de 4,000, convocados por D. Jacinto Rodríguez y sus parciales: uno de ellos dijo al tiempo de entrar los de Paria, que venían de paz, pues el día antes habían salido 25 sujetos para detenerlos y estorbar su venida, porque no eran ya necesarios, cuando se había conseguido el triunfo deseado. Pero la noticia que tuvieron del saqueo y caudal que todavía existía, fue incentivo para que no obedeciesen la orden de retirarse, y se multiplicaron tanto, que se hace increíble el excesivo número que andaba por las calles, divididos en tropas, tocando sus cometas, y despidiendo piedras con las hondas: de suerte que toda la gente de cristiandad y distinción estaba refugiada en los templos, implorando la clemencia del Altísimo, y esperando la muerte por instantes. Durante la noche se ocuparon en saquear las casas y tiendas de los europeos. D. Francisco Rodríguez, el Alcalde, el cura párroco y otros sacerdotes, intentaron el12 por la mañana contener los robos, que estaban ejecutando en la tienda y casa de D. Manuel Bustamante, pero nada pudieron conseguir, porque prorrumpieron en estas voces: “muera el Alcalde, pues supo afrentar a sus paisanos:” a esto siguieron los indios gritando, palabra de que usaban cuando querían matar o robar, como si dijeran todos a una. No se verifico este estrago, porque el Alcalde logro ponerse en salvo por medio del mismo tumulto.
El día 13 mando abrir Cabildo D. Jacinto Rodríguez, y cuando se presumía fuese para tomar alguna providencia, solo se dirigió a que lo recibiesen de Justicia Mayor, empleo de que se había posesionado con solo la autoridad de los sublevados. Antes de entrar en la casa capitular, se acerco a las puertas de la iglesia matriz, e hizo algunas demostraciones de querer contener a los indios, que intentaban entrar y profanar el templo, buscando a los europeos, lo que el cura había resistido hasta entonces: pero persuadido por Rodríguez y por D. Manuel de Herrera, consintió que entrasen doce de los mas principales. El pretexto era sacar solo al corregidor, que creían estaba en la bóveda.
El párroco les aseguraba que no había tal, pero simple o maliciosamente añadió, que había cuatro europeos ya confesados. Los indios que no deseaban otra cosa, se encendieron en ira, y llenos de furor entraron en la iglesia por fuerza, abrieron las bóvedas, y las indias mas atrevidas que los hombres, penetraron lo mas oculto. No encontraron a ninguno, pero como era tanto el deseo de venganza contra el corregidor, sacaron el ataúd, en que se había depositado el cadáver de D. Francisco Mollinedos, administrador de correos, que pocos días antes había fallecido; mandáronlo desclavar, creyendo estuviese dentro el corregidor, pero no encontrándolo, sacaron los cuchillos y descargaron sobre aquel cadáver, sus furias, dando le muchas puñaladas. Pasaron después a reconocer segunda vez la iglesia, y encontraron a D. Miguel Estada, que mataron en el mismo cementerio: también hallaron a D. Miguel Bustamante, y llevando le a los portales de Cabildo, le presentaron vivo a D. Jacinto Rodríguez, le preguntaron si lo habían de matar, y habiendo dispuesto lo entrasen en la cárcel, para cargarlo de prisiones, no hicieron caso de la orden, y le dijeron a gritos: “Vos nos habéis llamado para matar chapetones, y ahora queréis que solamente entren en la cárcel; pues no ha de ser así”; y usando la voz , dieron muerte a aquel infeliz. Prosiguieron profanando el templo, escudriñando con luces los lugares mas ocultos de el, cercáronle, y sacaron a D. Vicente Fierro y D. Francisco Resa de un casa inmediata, a quienes también mataron.
Cebados ya los indios en profanar los templos y matar europeos, entraron en la iglesia y convento de San Agustín, encontraron en la calle con D. Agustin Arregui, criollo, y queriendo lo matar, porque les pareció europeo, a fin de escapar, les dijo: “Yo no soy chapeton, sino criollo: entrad al convento, donde están cinco chapetones con sus armas.” Pero para asegurarse, le llevaron con ellos, y después de haber buscado los lugares mas ocultos, le dieron cruel muerte, porque no habiéndolos encontrado, se persuadieron quería escaparse con este engaño. No falto quien poco después les avisase el lugar donde se escondían los que buscaban, y volviendo a entrar con doblada furia, hallaron a D. Ventura Ayarra, D. Pedro Martínez, D. Francisco Antonio Cacho ya un francés, que una hora antes había tomado el habito de religioso: los que perecieron también a mano de aquellos bárbaras.
El día 14 amaneció cercado de una multitud de indios el convento de la Merced, y para asegurar la presa se subieron a los techos, y entrando con el mayor desacato en la iglesia, la reconocieron toda, y hallando debajo del manto de Nuestra Senara de Dolores, a D. José Bullain, lo sacaron a empellones, y le dieron muerte. Volvieron en tropel a la iglesia, y hallaron que los que habían quedado sacaban a D. José Ibarguen, vestido de mujer, traje que tomo para confundirse con el sexo, y estando rezando con las demás, lo acuso un criollo. Acometieronle furiosos, conocido por los zapatos, y arrancándole de los brazos de su propia consorte, a quien el dolor obligo a salir en seguimiento de su marido, y a quien consolaban los homicidas, con decirle: “no llores, que nosotros no tenemos la culpa, porque esto lo ejecutamos por orden de D. Jacinto Rodríguez.” Corrió en busca del indulto, pero cuando volvió, hallo a su marido desnudo, despedazado. En aquel instante encontraron debajo de una anda a un negro esclavo de D. Diego Azero, y le dieron la misma muerte. Siguieron estas y otras crueldades, que se aumentaron con la venida de 6,000 indios de la parte de Sorasora, quienes unidos a los demás, buscaban con igual furor y cuidado a los europeos: hallaron en un desván a D. Pedro Lagraba, que había libertado su vida la primera noche del tumulto, y le condujeron a la plaza, donde acabo de la misma suerte que los demás. De este modo se vio atropellada por la ambición y codicia de cuatro o seis sujetos, la grandeza del Todo-Poderoso, profanados sus templos, despreciadas sus sagradas imágenes, usurpada la inmunidad de las iglesias por las casas de los Rodríguez, pues estas eran el mejor asilo para escapar de la muerte; como lo consiguieron varios europeos, ya fuese por las alianzas de una antigua amistad, o ya para cohonestar sus atroces delitos, con algunos hechos piadosos: pero la casa del Señor, sus altares y tabernáculos se vieron polutos, despreciados y ultrajados por esta vil canalla.
Llegada la noche, desamparan los indios el convento de la Merced, se libraron en el D. José Caballero, D. José Lorzano, y D. Manuel Puch, por la diligencia de un religioso: pero creyendo el comendador que los sediciosos incendiarían la iglesia, por esta causa les obligo a salir a una casa que les tenía destinada, disfrazados en traje ordinario. El desgraciado D. José Caballero con la confusión se separo de los demás, y se vio precisado a mantenerse entre los tumultuados, hasta la media noche, que siendo descubierto le llevaron a D. Jacinto Rodríguez, quien habiendo les dicho no lo conocía, acabo a manos de los traidores, con la mas cruel muerte que puede idear la impiedad. También fueron victimas de su furor 14 negros de los europeos, sin más delito que ser sus esclavos. Siguieron saqueando consecutivamente 20 casas, y según una prudente regulación, ascendieron los robos hasta dos millones de pesos, habiendo perecido no solo los europeos que contenía la villa, sino también los de todas las inmediaciones, cuyas cabezas traían los indios, para presentarlas al nuevo Justicia Mayor, quien las hacía enterrar clandestinamente.
Vacilaba ya la confianza de D. Jacinto Rodríguez, y empezaba a temer a los mismos que había llamado: junto a los indios, y después de prevenirles se mantuviesen solo un día en la villa, ofreció les daría de las cajas reales un peso a cada uno, cuyo hecho se ejecutó al siguiente día 15, sin mas autoridad que su antojo: y convenido con los oficiales reales, abrieron las puertas del tesoro del Rey, y extrajeron cuatro zurrones, y mandando los juntar de nuevo, se les cumplió lo prometido, y se les hizo entender por medio del cura, que no había necesidad se mantuviesen dentro de la población, y que recibido cada uno el peso, se retirasen a sus estancias. “Hijos míos, les decía, yo como cura y vicario vuestro, y en nombre de todo este vecindario, os doy las debidas gracias por la fidelidad con que habéis venido a defendemos, matando a estos chapetones picaros, que nos querían quitar la vida a traición a todos los criollos: una y mil veces os agradecemos, y os suplicamos os retiréis a vuestras casas, pues ya como lo habéis visto, quedan muertos, y por si hubieseis incurrido en alguna excomunión o censura, haced todos un acto de contrición, para recibir la absolución.” Y luego siguió con el misereatur vestri; hecho que se hará dudoso a cuantos no estuvieron presentes, pero así es, y así sucedió. Instaban después los indios, para que se les declarase por el Justicia Mayor las reglas que debían observar en adelante: preguntaban si las tierras de los españoles serian todas pertenecientes al común de los indios: se les respondía que si, añadían que en adelante no pagarían tributos, diezmos, ni primicias; a todo condescendían el cura, los prelados y los vocales del Cabildo, llenos de temor, viéndose en medio de 15,000 indios, todos armados de palos, piedras y hondas.
Se emplearon en aquella distribución 25,000 pesos, que se extrajeron del erario, previniendo D. Jacinto a los indios que el restante se reservaba en cajas, para cuando se verificase la venida de su Rey, José Gabriel Tupac-Amaru, a quien se le aguardaba por instantes. Cuando se estaba practicando esta inicua diligencia, llego un indio que venia de la provincia de Tinta, y dirigiendo se a D. Jacinto, le dijo, era enviado por el Inca Tupac-Amaru, y que este encargaba mirasen con mucho respeto y veneración a los templos y sacerdote; que no hiciesen daño alguno a los criollos, y que solo persiguiesen y acabasen a los chapetones. Y habiéndole preguntado por las cartas, respondió que el día antes había llegado su campanero con un pliego para D. Jacinto: de que resultaron repetidas aclamaciones del infame nombre del tirano, que se oía repetir en las plazas y calles publicas por toda clase de gente; con el mayor regocijo, corriendo todos con banderas y otras demostraciones de jubilo, que imito D. Manuel de Herrera desde el balcón de su casa, tremolando un pañuelo blanco, y acampanando esta acción con las mismas palabras que los demás, que eran decir: “viva Tupac-Amaru;” las que volvía a pronunciar el pueblo, lleno de alegría. La chusma de criollos, que oía estas noticias tan favorables a sus ideas, manifestaba el gozo que le causaban, y algunos intentaron salir a encontrarle, porque aseguraba el indio, que muy breve se hallaría en la ciudad de la Paz.
D. Jacinto Rodríguez, convenido con la mujer del capitán de aquellas milicias, D. Clemente Menacho, intentaron que todos los españoles usasen el traje de los indios. Salio de esta conformidad por las calles, vestido de terciopelo negro con ricos sobrepuestos de oro; amenazaba a todos serian victimas de los rebeldes, sino le imitaban, porque se persuadirían eran europeos, a que se convinieron por librarse de la muerte, y en un momento logro la transformación que deseaba, adoptando los hombres prontamente la camiseta o unco de los indios, y las Señoras dejando sus cortos faldellines aseados, vistieron los burdos y largos acsos de las indias. Cuando estaban ocupados en estas y otras providencias, llego la noticia de que se acercaban los indios Challapatas. Salieron a recibirlos al campo como a los otros; pero solo venían 40 de los mas principales, ya la cabeza de ellos D. Juan de Dios Rodríguez, y luego que entraron en la plaza, se mando repicasen las campanas, pasando des pues a hospedarse en la casa del que los conducía, donde fueron bien regalados y asistidos. Al pasar por la Calle del Correo, quitaron las armas del Rey, que estaban fijadas sobre la puerta de la administración, pisándolas y ultrajándolas, con cuyas atrevidas demostraciones querían dar a entender había fenecido el reinado de Nuestro Augusto Soberano, D. Carlos III. Estos indios habían venido con el especioso pretexto de socorrer la villa, quienes aseguraban que para defenderla tenían prontos 40,000 hombres: pero se conoció que todo era invención de la malicia, pues el tiempo que existieron se ocuparon en pedir a los hacendados cesiones y renuncias de sus haciendas para su comunidad, lo que ejecutaron los dueños de ellas con escrituras publicas, para evitar la muerte, queriendo primero perder sus bienes que sus vidas. Y como hasta aquí estuviesen los indios hechos dueños de aquella población, ensoberbecidos por el dinero que les habían pagado, y por las gratificaciones de los Rodríguez y sus parciales, contemplándose ya superiores, negaron la obediencia, y no quisieron ejecutar la orden que se les había dado para retirarse: antes con mayor insolencia volvieron por la noche al saqueo, acometieron la casa y tienda de D. Francisco Polo, que no le sirvió ser de un criollo para libertarla, y como amaneciesen en esta operación, fueron vistos por el dueño, quien fue a pedir a D. Jacinto remediara aquel exceso: lo que oído por el indio, Gobernador de Challata, D. Lope Chungara, compadecido de tantos estragos, resolvió se juntasen los vecinos, y unidos echasen a los indios, y con la orden que dio, de que el que se resistiese lo matasen, habiéndola ejecutado en dos o tres de los mas atrevidos, se logro el intento, saliendo los demás sin la menor resistencia.
Este fue el cruel y sangriento acontecimiento de la villa de Oruro, donde no solo se experimentaron tiranías de parte de los indios y cholos sublevados, sino también de algunos sacerdotes y prelados de las religiones. Uno de ellos europeo, y tal vez el más beneficiado de sus paisanos, campanero diario de sus mesas, cerro las puertas para que ninguno pudiese acogerse a su clausura, despidiendo inhumanamente y con la mayor violencia, a D. Francisco Duran y D. José Arijon, de respetable ancianidad que lo intentaron. Pero mucho mas tirano se mostró, viendo dentro del convento a D. José Isasa, que por huir de la persecución, había saltado por las tapias del corral, al que también hizo salir en medio del di a, exponiendo le con barbaridad a que fuese recibido entre los garrotes, lanzas y hondas de sus enemigos. No menos indigno de su ministerio se mostro otro, que aunque permitió que sus religiosos amparasen algunos perseguidos, se apropio una cantidad crecida de alhajas de oro, perlas y diamantes, que en confianza puso en su celda un religioso, por recelar fuese saqueada la suya por los amotinados, a causa de haber encontrado en ella a un europeo: de suerte que según una prudente regulación, usurpo mas de 70,000 pesos fuertes. El cura de la villa, continuando su errada doctrina, recibió de D. Jacinto Rodríguez una barra de plata, cuyo valor ascendía a cerca de 2,000 pesos, y una mancerina de oro que le remitió de las robadas, para que celebrase los sufragios a los europeos asesinados en el tumulto, contentando se con enterrarlos a todos juntos en un hoyo, y aplicarles algunas misas. Ninguno de estos ni otros superiores ec1esiasticos hizo la menor demostración para impedir a los indios violentasen las iglesias: todos consintieron en ello, poseídos del espanto, y lo que canso mayor dolor, fue ver que, después de polutas las iglesias, permitiesen celebrar el santo y tremendo sacrificio de la misa, enterrando el cura, en el lugar que se hallaba violado, los cadáveres de los vecinos que morían de enfermedad.
Satisfecha ya la tiranía de los cómplices, con tantos y tan trágicos sucesos, procuraban cohonestar sus maldades con algún específico pretexto, por si quedaban sometidos a la obediencia del Rey. Suponían era efectiva la mina, construida por el corregidor desde su casa al cuartel: formaron autos, cuyos testigos fueron los mismos asesinos y algunos muchachos, a quienes de propia autoridad dispensaba las edades el Justicia Mayor, D. Jacinto Rodríguez, haciéndoles firmar declaraciones, que con anticipación tenía hechas por dirección de los abogados Caro y Megia. Quiso probar el hecho de la mina con vista de ojos, persuadido se había construido secretamente, como lo había mandado: pero le salio el pensamiento errado, porgue los encargados de esta maldad abandonaron la obra con la consideración del delito, y habiendo pasado el examen el escribano real, D. José de Montesinos, hallo solamente un agujero, que no se dirigía a parte alguna, pero sin embargo se siguió el proceso lleno de maldades y defectos, y se tuvo la audacia de remitirlo a la Audiencia de Charcas, para alucinar a sus Ministros. Se inventaban también diariamente continuas infaustas noticias, a fin de que los pocos vecinos fieles no levantasen el grito; unas veces aseguraban que habían arrasado la ciudad de la Plata, otras que en Potosi los criollos, unidos y confederados con los indios de la mita, habían muerto a todos los europeos, y que en la ciudad de la Paz e había querido ejecutar la misma traición que en aquella villa, y que habían muerto 200 europeos y 300 criollos; con otras novedades de esta naturaleza, que discurría la malicia para infundir terror y sumisión a los leales.
Disfrutaban los Rodríguez todas las distinciones del usurpado mando con la mayor satisfacción, fiados en la ciega subordinación que les tenían los indios: pero se desvanecieron todas sus esperanzas la mañana del día 9 de Marzo, en que improvisamente fue asaltada su casa, de los mismos que tanto confiaban, y nada menos intentaban que quitarles las cabezas y destruir toda la villa. Tocaron inmediatamente a entredicho: se juntaron las milicias, y fueron rechazados los indios con pérdida de 60. Este hecho les hizo variar de conducta, abandonando desde entonces la excesiva contemplación con que les trataban, en especial D. Jacinto, que estaba persuadido vendrían en su ayuda luego que los llamase, como lo habían ejecutado anteriormente: pero ya desengañados, mando fundir algunos pedreros, arreglar las milicias, y acopiar municiones para la defensa.
Retirados los indios con este escarmiento a sus pueblos; estancias, empezaron a convocar desde ellas a los de las demás provincias inmediatas, atrayéndolos con la plata robada en el saqueo de Oruro. Ocuparon los caminos para impedir la internación de víveres, quitando la vida a los conductores, y aprovechando se de cuanto conducían: de suerte que aquellos vecinos se vieron reducidos a sufrir las mayores necesidades. Todas las noches se tocaba entredicho, por los repetidos avisos de que entraban los indios a destruir la villa, ocasión que aprovechaban los cholos para continuar robando cuanto podían, hasta el 18 de Marzo, en que se verifico; amaneciendo en las cimas de los Cerros de San Felipe y la Tetilla de 6,000 a 7,000. Salieron a combatirlos, mataron a pocos, y hubo algunos heridos de parte de los Orurenos que bajaron, perdida la esperanza de superar las alturas que estaban ocupadas, aumentando s e la consternación, así como iba reforzándose el partido de los indios, con varias partidas que llegaban por instantes, y se colocaban en el Cerro de San Pedro. Presentaron de nuevo la batalla, que admitieron los vecinos: pero apenas se empezó el ataque, volvieron a ocupar las eminencias, excepto 14, que fueron muertos con unos de sus capitanes, cuya cabeza se enarbolo en la punta de una lanza. A este espectáculo cobraron nuevo esfuerzo, y olvidados del rencor contra los europeos, por su propia conveniencia, pensaron en buscar los que habían escapado, y estaban escondidos, para que ayudasen a la defensa, de cuya comisión se encargo D. Clemente Menacho, con toda su compañía, quien aseguro a un religioso mercedario, podía sacar libremente a algunos que sabia tenia en su celda, porque había indulto general para ellos.
En efecto salieron del convento D. Antonio Goiburu, y D. Manuel Puche, que fueron recibidos con brazos y demostraciones de buena fe, y sucesivamente se determinaron a hacer lo mismo los que quedaban, juntándose hasta 18 que tuvieron la felicidad de salvar sus vidas del furor de la pasada conjuración. Unidos con los criollos, y sabiendo que los indios que habían ocupado los cerros inmediatos a Oruro, se mantenían en el de Chosequiri, distante dos leguas, determinaron seguirlos y atacarlos: en cuya acción, que duro todo el día 19, consiguieron matar 120, y derrotarlos enteramente: sintiendo desde aquel día los ventajosos efectos de este triunfo, porque los indios empezaron a implorar el perdón, y ofrecieron entregar las cabezas que los habían conmovido, como lo ejecutaron después, conduciendo a los caudillos de los pueblos de Sorasora, Challacocho y Popo. D. Jacinto Rodríguez y demás jefes de la milicia, acordaron con ellos un convenio, con la condición de que asistiesen a la villa con los víveres necesarios a la subsistencia de su vecindario.
No causa menos dolor el estrago que la rebelión hizo en el pueblo de San Pedro de Buena Vista, de la provincia de Chayanta, que, aunque tuvo la fortuna de escarmentar el atrevimiento de los indios cuando altivos y soberbios, lo asaltaron en los meses de Noviembre y Diciembre de 1780. Impacientes de que resistiese su furor tan pequeña población, mal asistida de municiones de guerra y boca, volvieron con mayores fuerzas por el mes de Febrero de 1781 a redoblar los ataques y los asaltos. El cura, DI. D. Isidoro José de Herrera, en quien en competencia se admiraban con un gran juicio, una profunda sabiduría, y una acrisolada fidelidad, exhortaba a sus feligreses a la mayor constancia, y a que no manchasen su honor con el feo tizne de la deslealtad. Pudo este ejemplar párroco evadir el riesgo con la fuga: pero hizo escrúpulo de conciencia desamparar aquella afligida grey, que en ocasión tan apretada necesitaba de su auxilio, y con una ligera esperanza de que su respeto y autoridad podrían apagar aquella voraz llama, permaneció en el pueblo.
Con esta heroica resolución enarboló por estandarte un Santo-Cristo, y con tan sagrada efigie exhortaba a los españoles y reprendía a los rebeldes: mas estos, despreciando aquellos divinos auxilios que les franqueaba el todopoderoso por mano de su ministro, repetían los golpes con un diluvio de piedras; y aunque los nuestros por siete días continuos hicieron prodigios de valor y de constancia, no solo rechazando los furiosos esfuerzos con que eran acometidos por aquella canalla, sino hiriendo y matando a muchos, cediendo ya las fuerzas a la obstinada porfía y número desigual de los contrarios, y hallando se fatigados de la hambre y de la sed, con total falta de pólvora y balas, y sin llegar el auxilio que repetidas veces habían pedido al Comandante Militar y Audiencia de la Plata, distante solas 30 leguas, determinaron por ultimo remedio retirarse al templo, creyendo que el respeto debido a la casa de Dios fuese la mas inexpugnable fortaleza, que les salvase las vidas. Pero ¡o barbaridad inaudita! no fue así, pues con oprobio de la misma racionalidad, y menosprecio del adorable Sacramento, de las sagradas imágenes, y de toda la corte celestial, se convirtió el templo en cueva de facinerosos, que con sacrílegas manos quitaron la vida al cura y a cinco sacerdotes, pasando a cuchillo mas de 1,000 personas, entre hombres, mujeres y criaturas, quedando el santuario convertido en piélago de sangre inocente, y salpicados con ella los altares.
Experimentose la misma tragedia en el pueblo de Caracoto, provincia de Sicasica, donde la sangre de los españoles, derramada en la iglesia, llego a cubrir los tobillos de los sacrílegos agresores: en el de Tapacari provincia de Cochabamba tuvieron igual suerte los que la habitaban: llegando la crueldad de los rebeldes a tanto exceso, que quisieron enterrar vivas a las mujeres españolas, para lo que tenían ya abierto un hoyo en la plaza, capaz de enterrarlas a todas. Ejercitaron en este pueblo la crueldad hasta el extremo. Sacaron de la iglesia a un español, que se había acogido al altar mayor con seis hijos varones, le arrastraron hasta su casa, le pusieron el cuchillo en las manos, precisándole con crueles azotes, a que fuese verdugo de su propia sangre, en presencia de la mujer que se hallaba adelantada de su embarazo. Resistiose el infeliz a esta bárbara ejecución, así por los cariñosos ruegos de la madre, como por los tiernos sollozos de los hijos, sin que bastase tan compasivo espectáculo a enternecer los corazones empedernidos de aquellos tiranos, que se resolvieron degollar al padre, ya los hijos a vista de la madre, por mas diligencias y lagrimas que empleo para libertarlos, y habiendo abortado con el dolor y susto, acudieron rabiosos a examinar el feto, y hallando que era varan, le quitaron la vida, antes que espirase naturalmente.
En el de Palea, de la misma provincia de Cochabamba, cometieron las mismas tiranías y sacrilegios, dando muerte a muchas personas de todos sexos y edades, y al cura D. Gabriel Arnau, que acabo a golpes y empellones al pie de la sagradas aras, teniendo en las manos el Santísimo Sacramento del Altar, que quedo expuesto a la mas sacrílega profanación: y tomando una india la hostia consagrada, corría con ella en las manos, diciendo: “mirad el engaño, que padecemos por estos picaros; esta torta la hizo el sacristán con la harina que yo conduje del valle, y después nos fingen que en ella esta Dios sacramentado.” Así también en el pueblo de Arque fueron victima de la sedición todos los vecinos españoles, establecidos en el y su quebrada. En ella asaltaron al pueblo de Colcha, y ejercitaron iguales crueldades, prendiendo a su cura, el DI. D. Martín Martínez de Tineo, que maniatado le condujeron en medio del tumulto, donde fue herido de un garrotazo en la cabeza, porque no quiso asentir a sus proposiciones, de que no les daría azotes, para que aprendiesen la doctrina. Este eclesiástico se mantuvo con la mayor entereza, a vista del peligro que le amenazaba: preguntándole si los azotaría, les respondía, que si, cuando diesen motivo, por no quererse instruir en las obligaciones cristianas. Reproducianle los indios, que solo les daría 20 o 25 azotes: a que replicaba, que si cometían aquella falta, los castigaría con los 50, como lo había acostumbrado hasta entonces, manteniendo se inflexible a estas y otras proposiciones que le hacían, opuestas a su ministerio. Pero como su celo y arreglada conducta, con las muchas limosnas que hacía, y los infinitos intereses de obvenciones que continuamente los perdonaba, le hubiesen hecho muy amado de todos, salvo la vida; y libre ya de sus opresores, paso sin perdida de tiempo a la capital de la provincia, dando entro bañado en su propia sangre, y presentando se en la plaza mayor, sin haber hecho otra diligencia, que ponerse en la herida una medida de Nuestra Senara de Copacabana, rodeado de un numeroso concurso, ex orto a los circunstantes, diciendo: ¿Donde esta la lealtad y religión de los Cochabambinos, que no evita tantos danos y sacrilegios? Y enseñando la herida, decía: “Mirad como se trata a los sacerdotes y ministros del santuario: no creáis en las vanas ofertas del traidor Tupac-Amaru, todos seréis victima de su tirana ambición, porque su intento es derramar toda la sangre española; buenos testigos son las crueldades ejecutadas en Arque, Tapacari, Palea y otros pueblos.” Y repitiendo las mismas razones, dio muchas vueltas por la plaza y calles de la villa, con lo que conmovió los animas de aquellos cholos, que estaban vacilando en la fidelidad, y anunciaban con pasquines y canciones, les faltaba poco para abrazar el partido del rebelde, lo que daba fundados motivos para temer una tragedia tan sangrienta, como semejante a la de Oruro, de que hubiera resultado la perdida inevitable de todo el reino; porque aquella provincia tiene mas de 20,000 hombres de todas castas, que pasan por españoles, capaces de manejar las armas, y tan valientes como determinados.
Este celoso párroco fue el principal móvil para que los Cochabambinos se arraigasen en la fidelidad, vinculando Dios por este medio en aquella provincia el remedio de tan detestable sublevación: porque no bien comprendieron el altivo pensamiento de los rebeldes, de pasar a los filos del cuchillo a todos los que no fuesen legítimamente indios, cuando armados con solas lanzas y palos, salieron con denuedo, y les hicieron conocer su esfuerzo. Estos valerosos provincianos se hicieron el terror de los sediciosos, porque en los repetidos encuentros que tuvieron, dejaron regadas las campanas con la sangre del enemigo, debiéndose a su bizarría el haberlos contenido para que no repitiesen de nuevo las inauditas crueldades que se experimentaron al principio de la conmociono Estos varones fuertes han dado a conocer que, disciplinados y armados como corresponde, no tenían que envidiar a las tropas veteranas mas aguerridas. Es verdad que se les ha notado poca obediencia y demasiada inc1inación al pillare, pero estos defectos dimanaron por la falta de disciplina y del mal ejemplo que les dieron sus comandantes y oficiales.
Conocida por el corregidor, D. Felix José de Villalobos, la buena disposición de los Cochabambinos, y asegurado de su fidelidad, dispuso 600 hombres, que a las órdenes de D. José de Ayarza, saliesen a conocer los estragos que se experimentaban en su provincia. Se encamino este comandante por las quebradas de Arque en busca de los enemigos, que le esperaron en las inmediaciones del pueblo de Colcha, fiados en su mayor número, y en las ventajosas situaciones que ocupaban. Presentoles la batalla, que admitieron audaces, haciendo les una larga y obstinada resistencia, hasta que derrotados y puestos en una vergonzosa desordenada fuga, dejaran sembrados de cadáveres y despojos, a disposición del vencedor, los eminentes cerros que tenían por inexpugnables. Subido después de la victoria el trágico suceso de Oruro, dirigió sus marchas hasta aquella villa, donde entro, despreciando la repugnancia que manifestaron los Rodríguez y sus parciales, haciendo fijar en su puesto el escudo de armas del Soberano, que pocos días antes había sido hollado, y tremolar las reales banderas por las calles y plazas mas principales: y después de haber permanecido tres días en aquel destino, dejo algunos víveres para alivio del vecindario, y se retiró a Cochabamba; pero en Oruro se tuvo el atrevimiento de quitar segunda vez las armas de S.M., luego que verifico su salida. A evitar las crueldades de Tapacari se destino otro cuerpo de tropas de igual fuerza, que después de haber combatido a los rebeldes, salvó oportunamente a las mujeres españolas, que tenían ya recogidas y encerradas para hacer con ellas el cruel atentado de enterrarlas vivas.
Por la parte de Tarata se tuvieron los mismos fundados recelos, que no llegaron a verificarse por la actividad de su cura D. Mariano Moscoso, cuyo celo y conocida fidelidad supieron aplicar eficaces remedios, sacrificando mucha parte de sus intereses para costear bastantes soldados de aquellas milicias, que sirviesen a contener la osadía de los malcontentos. Con estos estragos no quedaban por el Rey, desde el Tucumán hasta el Cuzco, mas que las ciudades de la Plata y la Paz, que las villas de Potosi, Cochabamba y Puno; porque en la provincia de Chucuito habían sido semejantes los robos y muertes de los españoles y sacerdotes, habiendo sentido también en la de Mizque algunas turbaciones que dieron no poco cuidado.
Los continuos y repetidos avisos que sucesivamente recibía de estos graves acontecimientos el Excmo. Señor D. Juan José de Vertiz, Virrey de Buenos Aires, le determinaron a desprenderse de algunas tropas, sin embargo de las pocas fuerzas con que se hallaba para atender a las necesidades y recelos que ocasionaba en todas aquellas costas la guerra con los ingleses. Primeramente dispuso marchase un destacamento de 200 veteranos, a cargo del capitán de infantería D. Sebastián Sanchez; ya pocos días nombro otro de igual número, inclusa en ella compañía de granaderos del batallan de infantería de Saboya, a las ordenes de su capitán, el Teniente Coronel D. Cristoval Lopez: y no contento aquel celoso y acreditado General con estas diligencias, envió también algunos oficiales sueltos para que pudiesen contribuir al arreglo y enseñanza de las milicias, y mandar las operaciones militares que ocurriesen en aquellas provincias para sujetarlas y mantenerlas en la debida obediencia al Soberano. Uno de ellos fue el Comandante en jefe del cuerpo de Dragones de la expedición, D. José Reseguin, que salio de Montevideo con la mayor aceleración; y recibida la instrucción del Virrey se puso en camino por la posta, el 19 de Febrero de 1781, con la mira de alcanzar el destacamento que había salido primeramente, y que llevaba ya dos meses de marcha: y aunque hizo presente a aquel Excmo. no le era nada airoso ir a servir bajo las ordenes de un Teniente Coronel mas moderno, y que solo era graduado, no fue obstáculo para que este oficial practicase cuantos esfuerzos le fueron posibles, a fin de lograr la idea que se había propuesto, y que consiguió a costa de sus diligencias; habiéndose incorporado en aquellas tropas el 13 de Marzo en el Puesto de los Colorados, que dista 460 leguas de la capital del virreinato, sin que lograsen detenerle los eficaces esfuerzos y ruegos que emplearon los vecinos de Jujuy, y los de muchos españoles fugitivos, que por todo el camino encontraba, quienes le aseguraban estaban ya del todo sublevadas las provincias de Chichas, Ciuti, Lipes y Parco, que median hasta la villa de Potosi y ciudad de la Plata, cuya noticia confirmaba el corregidor de Chayanta, D. Joaquín de Alas, que disfrazado de religioso franciscano, iba huyendo por no caer segunda vez en manos de los sediciosos.
Recibido por este oficial el mando del departamento, le hallo disminuido de 50 hombres, que habían desertado en el transito de la provincia del Tucumán, seducidos por sus habitantes, que ponderaban los riesgos a que iban a exponerse, y las comodidades y libertad que ellos disfrutaban, ofreciéndoles casamientos y otras ventajas; cuyo dulce atractivo fue muy perjudicial a todas las tropas que se destinaron al Perú; pero se hallaba reemplazada aquellas falta con una compañía de las milicias de Salta, aunque muy inferior en la calidad, así por su poca disciplina y subordinación, como por el ningún conocimiento que tenían en el manejo de las armas de fuego. Con estas cortas fuerzas, y con solos 5,000 cartuchos de fusil y algunas armas de repuesto, siguió reseguin las marchas, forzando las cuanto le permitía la debilidad de las caballerías, y el crecido número de cargas de equipaje que habían multiplicado algunos oficiales, poseídos de miras lucrativas, faltando expresamente a las rigurosas ordenes del Virrey, dirigidas a evitar todo comercio. Estos y otros embarazos que le ocurrieron, no lo fueron para que el día 16 llegase a las inmediaciones del pueblo de Moxa, correspondiente ya a la provincia de Chicas, desde donde se adelanto a encontrarle el cura de Talina, el DI. D. Antonio José de Iribarren, ec1esiastico de recomendables circunstancias; de acrisolada fidelidad al Soberano, quien le impuso igualmente de la fermentación en que estaban aquellas inmediatas provincias, los riesgos que había padecido por mantener en la debida subordinación a sus feligreses, y el terror pánico de que estaban poseídos los vecinos españoles, a vista de los estragos que cometían los rebeldes, habiendo sacrificado a su ira, la noche del 6 al 7 de aquel mes en la villa de Tupiza, al corregidor D. Francisco García de Prado y algunos de sus dependientes; y que igual suerte había tenido D. Francisco Revilla, corregidor de la de Lipes, hallando se fugitivos de las suyas, D. Martín de Asco, que lo era de la de Cinti, y D. Martín Boneo, de la de Parco. Persuadiale también a que se colocase y detuviese en su pueblo, a esperar el segundo destacamento que le seguía, porque el terreno que había de transitar en adelante era muy quebrado; los caminos, a mas de ser ásperos, estaban llenos de angosturas, y que era excesivo el número de indios que se reunía para embarazar el paso a las tropas. Que si se perdían, era segura la ruina de la ciudad de la Plata, villa de Potosi, y demás poblaciones que aun se mantenían con alguna esperanza de salvarse, y que también quedaría cortada enteramente la comunicación de ellas con el Tucumán y Buenos Aires, de que podía seguirse la perdida de todo el reino, pues de este modo les seria fácil interceptar los socorros y demás auxilios que se remitiesen para contener a los sediciosos en los limites de la debida obediencia.
Vacilaba Reseguin, combatido de la fuerza de estas razones, y del deseo que tenia de emprender alguna acción que acreditase su conducta, e impusiese respeto a los rebeldes. Conocía el inmediato peligro de todo el pero, si se malograba aquel corto refuerzo de veteranos, lo arduo de la empresa que iba a emprender, los obstáculos insuperables que se le oponían, y el ningún recurso que le quedaba en caso de ser batido. Por otra parte consideraba, que buscar el abrigo de las trincheras indicaba temor, que su detención era peligrosa, porque animaría a los sediciosos, les daría tiempo para adquirir mayores fuerzas, y concebir fundadas esperanzas de arraigarse en el dominio que tenían usurpado. Ignoraba la suerte de la Plata y Potosi, y el éxito que había tenido el ataque de la Punilla, que meditaba el Gobernador de armas, D. Ignacio Flores. Por instantes llegaban de todas partes españoles fugitivos, que ponderaban los estragos, las muertes y los robos que cometían los indios: nadie se consideraba seguro, y todos creían perecer irremediablemente a manos de la tiranía. Nada fue bastante para hacer decaer su ánimo. Oía con serenidad las trágicas relaciones de los que se le unían: hacía concebir a los tímidos nuevos pensamientos y esperanzas, ponderando les cuanto valía aquel corto número de hombres, por su disciplina y por sus armas, y reflexionando importaba poco se sacrificase el y todos los suyos, cuando se trataba de evitar la perdida de todo el reino, y tal vez podría cortar los progresos de la rebelión que estaba en sus principios en aquellas provincias, con algunos movimientos y maniobras del arte militar que supliesen el número y debilidad de sus fuerzas, echo la suerte, y resolvió vencer o morir, y dirigirse a evitar el riesgo inmediato y cierto, abandonando a la fortuna el que estaba mas distante y dudoso.
Resuelto a poner en práctica esta determinación, desprecio las instancias de cuantos le persuadían lo contrario, y superadas en su interior todas las dificultades que le representaban, oculto las ideas que tenia determinadas, y trato solo de dar algunas horas de descanso a sus tropas, con el fin de conferir con el cura Iribarren el modo y medios que podrían emplearse para sorprender a Tupiza, residencia de Luis Laso de la Vega, cabeza principal del motín de aquella villa, y de todas las provincias inmediatas. Después de reflexionado todo, con la madurez y resolución que pedían las criticas circunstancias en que se hallaba, facilitole aquel párroco 200 mulas que le pidió, e hizo apostar en el puesto de Morara, distante tres leguas de Moxa, camino real de Potosi, y al propio tiempo significo a todos no podía alterar las ordenes de seguir su marcha, para incorporarse con Flores y salvar la ciudad de la Plata que tanto cuidado daba por el bloqueo que le hacían sufrir los indios, acaudillados por los dos hermanos Cataris, de cuya perdida se haría responsable por su detención: y sin el menor retardo destaco algunas partidas, para que ocupasen los caminos y embarazasen el paso a cuantos se dirigiesen hacía adelante, con la orden de observar los movimientos de los enemigos, que con alguna distancia y disimulo, procuraban certificarse de la verdadera intención de aquellas tropas.
Lleno de confianza y algo reforzado con aquellos, que poco antes creían no les quedaba mas recurso que la fuga, se puso en marcha la misma tarde del citado día 16 de Marzo, y campo en Moraja con todas las apariencias de pasar la noche en aquel campamento, tomando las precauciones necesarias a evitar el grave riesgo que le amenazaba por todas partes. Hizo poner las tiendas, encender fogatas, y cenar la tropa con brevedad, y al acabar el día mando de nuevo tomar las mulas de refresco que tenia anticipadas, y dejando el campamento con solo 20 hombres veteranos a cargo de un oficial, se puso en movimiento con mucha precaución y silencio; y dejando a la derecha en el pueblo de Suipacha el camino de la Plata, tomo el de la izquierda, que dirigía a Tupiza, previniendo al oficial que quedaba en el campo, cuidase con exactitud y vigilancia, permaneciesen encendidos los fuegos, y se pasase la palabra toda la noche: dejándole también la orden, para que antes de amanecer el nuevo día, levantase el campamento, y siguiese sus pasos con el equipaje y bagajes que le quedaban.
Se practico este movimiento con tanto orden y destreza militar, que logro eludir la cuidadosa vigilancia con que le observaban los rebeldes, los cuales quedaron sorprendidos a las primeras luces del día siguiente, por no saber el como, y por donde se había desaparecido Reseguin. Dista Moraya de Tupiza 10 leguas de camino muy fragoso, la mitad cuestas y barrancos, y la otra mitad de profunda quebrada, por donde desciende un río que se badea muchas veces, y como a dos leguas de aquella villa, es inevitable una angostura de medio cuarto de legua, en que no pueden ir mas que dos hombres de frente, y a los lados tiene unos peñascos escarpados, de altura extraordinaria, que forman un callejón tortuoso, muy a propósito para que un corto número de hombres contenga y resista al mas numeroso ejército. No ignoraban los indios las excelencias de aquel puesto, como que ha demostrado la experiencia su conocimiento y acierto para la elección de situaciones ventajosas, razón porque le habían escogido, para oponer la primera resistencia a las tropas del Rey, considerando, que cuando llegasen a el, estarían cansadas de superar los obstáculos, que por grados iban creciendo, así como se iban acercando: porque a los naturales del camino, agregábase en aquella ocasión lo caudaloso del río, que en algunos vados se pasaba con mucho trabajo y no poco peligro, aumentado por la oscuridad de la noche. Superados con diligencia y constancia todos los inconvenientes, llego la tropa a la natural fortaleza a que el arte no podía añadir circunstancia, la que reconocida por algunas partidas que se formaron de los españoles fugitivos que eran practicas del terreno, la hallaron desocupada, y se siguió la marcha, no sin algún sobresalto, porque cuando se estaba en la mitad del peligro, se ayo un chasquido de honda, y que algunas piedras se precipitaban de lo mas alto. Todos se suspendieron, creyendo habían sido sentidos de los enemigos, pero el Comandante, animado de su resolución, se volvió, y les dijo: “ya el peligro es inevitable, lo que importa es salir de el cuanto antes.” Y avivando el paso, mando a todos le siguiesen: en efecto, logro atravesar aquel estrecho sin resistencia, y salir a otra quebrada mas espaciosa, donde tuvo ya lugar la imaginación para concebir fundadas esperanzas de un éxito feliz. No malogro instante Reseguin; y haciendo alto, reunió su formación dilatada por los regularas efectos del desfiladero, extendió su frente cuanto le permitía la mayor anchura del camino; dividió los 200 hombres que llevaba en cinco divisiones, las cuatro iguales, a las ordenes de los oficiales veteranos, y la mayor quedo a las suyas. A cada una señalo un vecino del pueblo, que se dirigiese y apostase al paraje señalado, y después de haber hablado con entereza a sus soldados, representando les su obligación, el orden que debían observar, la obediencia y resolución en el obrar, doblo el cuidado y el silencio para seguir a Tupiza. Llego a esta villa a las 4 de la mañana del día 17, y la mando rodear inmediatamente por las partidas, que ocuparon toda su circunferencia, para que nadie saliese de ella, y con la suya entro por la calle principal, y se dirigió a la plaza mayor, sin que hasta entonces le hubiesen sentido sus vecinos ni los rebeldes que estaban entregados al sueno con la mayor confianza, así por el desprecio que hicieron del corto número de tropas que los amenazaba, como por la distancia en que se hallaban el día antecedente.
Su primer cuidado fue asegurarse del caudillo principal Luis Laso de la Vega, que prendió por si mismo en la casa que habitaba, llamando le por su nombre, a que contesto agriamente, porque se le incomodaba: pero reproduciéndole desde afuera que se hallaba en gran peligro, porque estaban ya muy cerca las armas del Rey, se levanto, y medio vestido salio en persona a la puerta con un trabuco en la mano. Pero ganando le la acción, quedo inmóvil al ver una visita que no esperaba, faltando le el movimiento, aun para dar impulso al gatillo, regulares efectos que ocasiona en los traidores la magnitud de su delito; a presencia del Juez, de quien aguardan el castigo. Siguieronse sin intermisión las prisiones de su secretario, Fermín Aguirre, sujeto español y no de común nacimiento, quien por la ambiciosa fantasía de haberle nombrado Virrey de aquella provincia, abrazo el partido sedicioso; y la de otros que se hallaban condecorados con varios titulas, para dividirse el marido de las cuatro que se habían propuesto dominar: y como una exhalación mando recorriesen sus tropas todas las inmediaciones de la villa, a dos leguas de distancia, que lograron asegurar a los demás cómplices del tumulto.
De modo que, por la tarde se hallaban en las cárceles 100 reos de los principales y que más se habían distinguido en aquella conspiración. Se tomaron después por el comandante todas las precauciones y providencias convenientes para asegurarse de una sorpresa, y las que se requerían para resistir a los rebeldes, si intentaban invadir la villa, como se afirmaba, para libertar a sus caudillos. Coloco dobles guardias avanzadas, eligió la iglesia para hacer la última resistencia, dispuso rondas, nombro patrullas, encargo la exactitud del servicio, y aumentaron su vigilancia y cuidado a proporción que aumentaba el peligro. Llamo las milicias del pueblo de Suipacha, que estaban por el Rey, y las de Tarija, reforzando se con las pocas reliquias de fidelidad que habían quedado, y antes que pudieran recobrarse los desleales del terror infundido por las armas del Soberano, la resolución de aquella operación, la inopinada prisión de sus caudillos, y del conjunto de circunstancias que ocurrieron en acción tan determinada, nombro partidas para evitar los danos que seguían en todos los limites de la provincia que estaban conmovidos, y en que cometían los sediciosos atroces crueldades, obligando a los habitantes españoles a venir fugitivos, para acogerse a la sombra de las tropas recién llegadas. Diariamente se presentaban viudas desamparadas y huérfanos afligidos, que abandonando sus haciendas, comodidades y domicilio, se reunían en Tupiza, para exponer al Comandante sus padecimientos, con la perdida de sus padres, maridos y bienes, que les había quitado el rigor de los tiranos agresores; quienes ejercitaron su barbarie, con mas exceso que en otras partes, en los minerales de Tomabe, Ubina, Tatasi, Portugalete y la Gran Chocalla, ultrajando a los sacerdotes, profanando los templos, y cometiendo las mas sacrílegas muertes en ellos, con cuantiosos robos, despedazando los ingenios, y destruyendo las labores de las minas.
Oíales Reseguin con afabilidad, consolaba a todos con ternura, y ofrecíales mirar por ellos, como un padre benéfico por sus hijos; prometía hacerles restituir sus bienes, y derramar hasta la última gota de sangre en su defensa, y por tan justa causa.
La sedición de esta provincia tuvo algunas circunstancias, por las cuales se hacía mas temible que la general que se experimentaba en el Perú, y pudiera haber dado muchos cuidados, a no haberse cortado tan oportunamente sus progresos. El autor y cabeza principal de ella, Luis Laso de la Vega, era de casta de los cholos, mas español que indio, y se hallaba sirviendo en calidad de sargento de aquellas milicias, a quien acampanaba un genio audaz y algunas particularidades que le hacían distinguir entre los suyos. Este inicuo, favorecido del corregidor, D. Francisco García de Prado, correspondió a su benefactor con la mayor ingratitud, fraguando aquella trama, para usurpar el mando de las provincias de Chichas, Lipes, Cinti y Parco, aprovechándose de la fermentación que habían causado los edictos y las diligencias de los comisionados del principal rebelde Tupac-Amaru, y los movimientos de las demás, que también obligaron al corregidor al acopio de algunas municiones, y a reunir en Tupiza el regimiento de milicias de este nombre, compuesto de cholos y mestizos, en que servia Laso, quien dio principio a sus ambiciosos y atrevidos pensamientos, el 6 de Marzo, aprovechando el acto de la revista, para conmover los animas de sus soldados y campaneros, que no tardaron en dejarse seducir, y sacudiendo las riendas de la obediencia, principiaron cuantos excesos les dictaba su antojo y sugería el caudillo cuyo ejemplo siguieron los indios circunvecinos y de la villa, creciendo el tumulto en tanta aceleración, que desengañado Prado del ningún fruto que producían sus persuasiones y autoridad, no le quedo otro recurso que buscar el asilo de su casa con algunos de los suyos. Cercole en ella Laso con una crecida multitud, que inútilmente intento romper a caballo en algunas ocasiones favorables que se le presentaron, para ponerse en fuga y huir del riesgo que por instantes iba creciendo: pero viendo eran inútiles sus esfuerzos para encontrar la salida, resolvió defenderse hasta el ultimo extremo, favorecido de las puertas y ventanas de su casa, desde donde empezó a hacer fuego a la multitud que le tenia cercado, que correspondieron del mismo modo; durando la confusión hasta la media noche, en que muertos ya algunos, otros fatigados y sin fuerzas para continuar la defensa, lograron los rebeldes incendiar la casa, y volar el repuesto de pólvora que tenia acopiada para municionar aquella tropa, y caído un lienzo de pared, penetro al corral el indio Nicolás Martínez, y hallando a su corregidor aturdido en un rincón, se acerco a el y le degolló prontamente, y le bebió mucha parte de su sangre. Pudiera haberse salvado si con anticipación hubiera emprendido la fuga, como se lo aconsejaban algunos sujetos bien intencionados, pero le fue menos sensible perder la vida que abandonar sus intereses, adquiridos a costa de un descontento general, que le puso en aquel estado y situación.
Luego que el agresor público la muerte de su corregidor y demás que le acampanaban, entraron los sediciosos en su casa, saquearon cuanto en ella había, y durante la noche cometieron muchos excesos y desordenes en la población y sus inmediaciones, como en la hacienda de Salo, donde, alentados los indios con el ejemplo de Tupiza, conspiraron contra su dueño, D. Salvador Paxsi, a quien cortaron la cabeza y se apoderaron de los cuantiosos bienes que poseía: por cuyo medio y otros de igual naturaleza, se desembarazo Laso de los sujetos que podían causarle sujeción, y libre ya de este obstáculo, pensó solo en asegurarse el dominio que se había propuesto. Se intitulo Gobernador y Capitán General de aquella provincia por Tupac-Amaru, haciendo expedir sin perdida de tiempo, por su secretario Aguirre, cartas circulares y convocatorias para toda la jurisdicción, en que mandaba, bajo de graves penas, se le uniesen para contribuir a la defensa común, sacudir el mal gobierno y la opresión en que los habían puesto los corregidores, las aduanas, alcabalas y demás ramos de hacienda, nuevamente establecidos. El cura párroco de la villa, el DI. D. José Dávalos, procuro desde los principios disuadirlos y aquietarlos, empleando las mas humildes suplicas y eficaces oficios; pero no consiguió mas que el permiso para dar sepultura a los cadáveres, cuya diligencia practicada con la mayor piedad, no fue bastante a contener aquellos animas, que perdida la obediencia y el respeto a la justicia, no tardaron en perderla también a la casa del Señor, pues entrando en ella tumultuariamente una porción de indios llenos de furor, desenterraron el cadáver de Prado, y le cortaron la cabeza, para llevarla a la Audiencia de la Plata, según declararon algunos, o a su Inca, según depusieron otros. Lo cierto es, que el Gobernador indio, del pueblo de Santiago de Cotagaita, que se había mantenido leal en el centro de la rebelión, la recogió y le dio sepultura en la iglesia de su pueblo con toda la solemnidad debida, y prendió a los indios que la conducían para que sufriesen el castigo justamente merecido a tan criminal delito: pero este ejemplo, ni las repetidas diligencias que practicaron algunos vecinos honrados, impidieron que de todas partes se presentasen a rendir la obediencia al usurpador, los caciques, gobernadores, _segundas _ y _ curacas_, asegurando le sostener sus ideas hasta sacrificar sus vidas y haciendas por la libertad.
Tal era el estado en que se hallaban aquellas provincias, cuando el comandante D. José Reseguin llego a ellas con su corto número de tropas. El peso de tan graves cuidados, y la multitud de obstáculos que encontraba y que por momentos se aumentaban, no fueron bastantes a detenerle ni a intimidarle, antes bien, conociendo cuan conveniente era no perder un instante en semejantes ocasiones, se Dedicó inmediatamente y con la mayor actividad al remedio de tantos y tan crecidos males, buscando incesantemente los recursos mas oportunos y eficaces para evitarlos. Su obrar activo, su espíritu y determinación fueron sin duda los diques que contuvieron la velocidad con que corrían los progresos de la sedición, y los que sofocaron las voraces llamas que habían comenzado a arder con demasiada violencia, agitadas por las dulces lisonjeras ofertas de la libertad que prometían los edictos de Tupac-Amaru, esparcidos por sus comisionados en todas partes, los que no dejaran de penetrar hasta los corazones de los habitantes de la provincia del Tucumán, cuyos naturales empezaban ya a disponerse para admitir con gusto las turbaciones suscitadas en Chayanta y Tungasuca, no teniendo reparo en expresar públicamente lo muy grato que les seria el dominio de un dueño que aseguraba libertarlos de la opresión en que se consideraban. El 18 de Marzo recibió los primeros pliegos del comandante D. Ignacio Flores, en que comunicaba el feliz éxito que había tenido el ataque de la Punilia, cuya noticia había adquirido Reseguin pocas horas antes por algunas voces vagas: pero no tardo mucho el turbarse el regocijo de tan importante aviso, porque la misma tarde supo por D. Juan Domingo de Reguera, que se le presento vestido de clérigo, fugitivo del ingenio del Oro, se hallaba en el Pedro de la Cruz Condori, indio principal del pueblo de Challapata, provincia de Chayante, y Gobernador de los Cerrillos, intitulando se General de Tupac-Amaru, con mas de 4,000 rebeldes de quienes era tratado y obedecido con la mayor veneración. Que representaba con mucha autoridad, adornado de las insignias correspondientes, el carácter que suponía; que hablaba con entereza, manifestaba tener espíritu y resolución, con alguna habilidad para desempeñar el mando que obtenía, y que premeditaba atacar a Tupiza, para libertar a los delincuentes que estaban aprisionados en sus cárceles. Añadió también, que tres indios hermanos, tomando los nombres, el uno de Tupac-Amaru, y los dos restantes el de Damaso y Nicolás Catari, habían entrado en algunos pueblos, asegurando eran los personajes que fingían; y que los naturales sin mas examen, los seguían y obedecían ciegamente: con lo que habían juntado un cuerpo considerable, capaz de superar los esfuerzos de los pocos vecinos leales, que se habían mantenido por el Rey hasta entonces en algunas poblaciones; las que ya abandonaban apresuradamente, temerosos de la muerte y obligados del terror que infundían por todas partes aquellos tiranos, con muertes, robos y escandalosos excesos. Impuesto el Comandante de esta serie de calamidades, y que era muy conveniente atajarlas en sus principios, bien persuadido que con el retardo o circunspección tomarían mas incremento y autoridad los nuevos caudillos, haciendas e en cada momento de mayores fuerzas, dispuso saliesen a su encuentro tres destacamentos, compuestos de tropa veterana y de milicias, que por distintos caminos llegasen a un tiempo al paraje donde se hallaba acampado Pedro de la Cruz Condori, le atacasen de acuerdo, y procurasen su captura. Llegaron en efecto a su vista, como se les había prevenido, y reconociendo el corto número de hombres que se les presentaba, los miro con gran desprecio; y adelantando se con pocos de los suyos, para poder hablar con el comandante D. José Vila, teniente de dragones de la expedición, le propuso con la mas audaz confianza que se volviese, o se le incorporase, porque de lo contrario, seria victima del furor de su gente; pues era conocida temeridad intentar otra cosa a vista de las fuerzas que tenia presentes. Lejos de intimidarse este oficial, cuyo bizarro espíritu acredito des pues repetidas veces en toda el tiempo de la rebelión, le reprodujo que se entregase, y no diese lugar a que se derramase la sangre de aquellos infelices que traía engañados. Cuyas expresiones, oídas por uno de los indios que le acampanaban, dispuso la honda en acción de despedir la piedra contra el; lo que advertido por Alonso Mesías, cabo de su propio cuerpo, arranco una pistola, y con la bala atravesó el pecho del agresor, antes que acabase de poner en práctica su comenzado intento. Este no esperado accidente atemorizo a los demás que acampanaban a Condori, y aturdidos emprendieron una fuga precipitada, para incorporarse con los mas distantes, entre quienes llevaron el desorden: e introduciéndose entre todos la confusión, que regularmente causa la diversidad de pareceres, no pensaron mas que en la fuga, dejando en manos de los nuestros a su venerado general, que llevando le bien asegurado, siguieron a la Gran Chocalla en busca de los tres hermanos, que tuvieron igual suerte, y al sexto día de su salida, regresaron a Tupiza con todos estos reos, llenos de satisfacción gloriosa, y con no poco contento de algunos españoles, porque veían recuperada mucha parte de las riquezas que les había usurpado. También fue arrestado al propio tiempo el teniente de cura de aquel pueblo, el Licenciado D. José Vásquez de Velazco, a causa de habérsele justificado acampano a Condori en las aclamaciones que se hicieron de Tupac-Amaru, en las plazas publicas de su doctrina, habiendo hecho después la demostración de bendecir las tropas de aquel rebelde, implorando el favor del Altísimo por la felicidad de sus armas, y convidando se a seguirle hasta el ataque de Tupiza que premeditaba, contribuyendo con la autoridad de su carácter a promulgar los edictos, y esparcir las cartas sediciosas de que se valían para conmover los animas, en que se expresaba de esta manera:

CARTA DE LOS

SENORES PRINCIPALES, ASÍ ESPAÑOLES COMO NATURALES Y MESTIZOS CRIOLLOS DE LA DOCTRINA DE SANTIAGO DE COTAGAITA:
Muy Señores míos.
”Con la mayor urbanidad y atención que se debe al trato humano, hago esta a Uds. como Gobernador electo para estas provincias, en nombre de S.M.D. José Gabriel Tupac-Amaru, Rey Inca de este vasto virreinato del Perú, y hablando con Uds. en calidad de embajador suyo, digo:
Que el fin a que he venido a esta provincia, y escribo esta, es, para saber el parecer y dictamen de sus voluntades en asunto a vasallaje, del que tomando les el consentimiento, quisiera que Uds. deliberaran el partido a que se inclinan, y me avisaran su dictamen: esto es, si se conforman a ser vasallos debajo de las banderas de dicho Monarca, cuya piedad y clemencia no propende a otra cosa que a la conservación, pacifica tranquilidad y alivio de todos los paisanos, así naturales como españoles y mestizos criollos, y otros sujetos de cualquier calidad o condición, nacidos en nuestras tierras, sacándolos del gravamen y yugo pesado que hasta el día nos ha tenido debajo de su peso tan oprimidos, mediante el gobierno tirano de España, con sus pechos insoportables, que no parecía otra cosa que una servidumbre de total esclavitud, a semejanza del cautiverio de Babilonia, en donde el pueblo de Dios Israelita, gemía. Por lo que habiendo se visto con maduro acuerdo todos estos motivos, en nombre de Dios, Nuestro Señor, y después de el, en el de nuestro referido Monarca, Inca, vengo a convidarles mas bien con la paz y concordia, que a hacerles guerra. Pero, si despreciando este dulce llamamiento y convite, quisieren Vds. sorprenderme, experimentaran después el castigo riguroso que previene nuestro Monarca en su edicto, del que remito un tanto, sacado a la letra, para que Vds. se impongan de los fines tan santos y rectas intenciones que lleva enderezadas en esta empresa. Y en el supuesto que Uds. y los demás individuos principales que componen este cuerpo, admitan este partido que se les propone, se fijara en los lugares publicas y convenientes, después que se lea en tono de bando y pregón, para que todos comúnmente entiendan y se impongan en su contenido.
“También hago saber a Uds., para que no vivan recelosos, equívocos o confusos, como en esta doctrina de Tatasi o Chocalla tengo en prisiones, para aplicarles la pena de muerte, a ciertos bandoleros y facinerosos, que fingiendo ser comisionados de nuestro Monarca, Inca, y usurpando varios títulos furtivos, cometieron muchos delitos de alevosía y asesinato, y arrastraron muchos vecinos españoles y mestizos de varios pueblos, como son, Tolapampa, Ubina, este de Chocalla y otros, solamente llevados del perverso fin de robar y de su desordenada codicia. Contemplando lastimosamente la noticia que corre por acá, de que en ese pueblo de Santiago han muerto los naturales a su Gobernador, y no se a que español criollo; amonesto a dichos indios naturales se contengan en ejecutar estas muertes, que sin tener facultades ni motivos las hayan cometido, que eso no manda nuestro piadoso Monarca, sino solo rebatir el mal gobierno con el exterminio o expulsión de los corregidores europeos, y que armados todos los indios y españoles criollos, le defendamos, en caso de que por alguno de los puertos de este reino venga alguna armada de soldados contrarios, y opuestos a su corona.
“Y porque espero en su Divina Majestad, que por su infinita misericordia admitan Vds. esta propuesta, no soy mas, a quien ruego les guarde muchos años. Chocalla, y Marzo 19 de 1781. B.L.M. de Uds. su seguro servidor que su bien desea.”
El Gobernador D. PEDRO DE LA CRUZ CANDORI.

EDICTO PARA LA PROVINCIA DE CHICHAS.
D. José Gabriel Tupac-Amaru, Indio de la sangre real, y tronco principal:
”Hago saber a los paisanos criollos, moradores de la provincia de Chichas y sus inmediaciones, que viendo el yugo fuerte que nos oprime con tanto pecho, y la tiranía de los que corren con este cargo, sin tener consideración de nuestras desdichas, y exasperado de ellas y de su impiedad, he determinado sacudir este yugo insoportable, y contener el mal gobierno que experimentamos de los jefes que componen estos cuerpos: por cuyo motivo murió en público cadalso el corregidor de esta provincia de Tinta, a cuya defensa vinieron a ella de la ciudad del Cuzco, una porción de chapetones, arrastrando a mis amados criollos, quienes pagaron con sus vidas su audacia y atrevimiento. Solo siento de los paisanos criollos, a quienes ha sido mi ánimo no se les siga algún perjuicio, sino que vivamos como hermanos, y congregados en su un cuerpo, destruyendo a los europeos. Todo lo cual, mirado con el mas maduro acuerdo, y que esta pretensión no se opone en lo mas leve a nuestra sagrada religión católica, sino solo a suprimir tanto desorden, después de haber tomado por acá aquellas medidas que han sido conducentes para el amparo, protección y conservación de los españoles criollos, de los mestizos, zambos e indios, y su tranquilidad, por ser todos paisanos y compatriotas, como nacidos en nuestras tierras, y de un mismo origen de los naturales, y haber padecido todos igualmente dichas opresiones y tiranías de los europeos,--ha tenido por conveniente hacerles saber a dichos paisanos criollos, que si eligen este dictamen, no se les seguirá perjuicio ni en vidas ni en haciendas; pero si despreciando esta mi advertencia hicieren lo contrario, experimentaran su ruina, convirtiendo mi mansedumbre en sana y furia, reduciendo esta provincia en cenizas; y como se decirlo, tengo fuerzas, pesos, y a mi disposición todas estas provincias comarcanas, en unión entre criollos y naturales, fuera de las demás provincias que igualmente están a mis ordenes, y así no estimen en poco esta mi advertencia, que es nacida de mi amor y clemencia, que propende al bien común de nuestro reino, pues se termina a sacar a todos los paisanos españoles y naturales de la injusta servidumbre que han padecido. Mirando al mismo tiempo como por principal objeto el que cesen las ofensas a Dios Nuestro Señor, cuyos ministros, los Señores sacerdotes, tendrán el debido aprecio y veneración a sus estados, y del mismo modo las religiones y monasterios, por cuya piadosa y recta intención con que procedo, espero de la divina clemencia, como destinado por ella, para el efecto me alumbrara y gobernara para un negocio en que necesito toda su asistencia para su feliz éxito.
“Y para que así tengan entendido, se fijaran ejemplares de este edicto, en los lugares que se tengan por conveniente, en dicha provincia, en donde sabré quienes siguen este dictamen, premiando a los leales, y castigando a los rebeldes, que conoceréis vuestro beneficio, y después no alegareis ignorancia. Es cuanto puedo deciros. Lampa, y Diciembre 23 de 1780.”
D. JOSÉ GABRIEL TUPAC-AMARU, Inca.

Ya no quedaba en toda la provincia caudillo alguno que pudiese dar cuidado. Las partidas de tropa veterana que se habían dejado ver por toda su jurisdicción, habían llenado de respeto a los indios que habitan los pueblos, y ya empezaban a distinguirse algunas señales de sumisión en sus vecinos, porque con apresurada diligencia venían a Tupiza los Gobernadores indios, a implorar el perdón, manifestando su mayor cuidado en acreditar no había llegado el caso de sublevarse formalmente, lo que dio lugar al comandante, para substanciar las causas a los reos que tenia aprendidos, lo que se verifico militarmente, y justificados los delitos sufrieron el ultimo suplicio 23 de los principales, y los restantes se condenaron a presidio y azotes: todo lo que se ejecutó sin haber ocurrido la menor novedad, a pesar de las amenazas que se habían publicado en algunos papeles satíricos, que prometían atacar la villa para libertar los opresores. Se continuaron por aquel celoso oficial las más exactas y activas diligencias para recuperar los bienes robados, así de los españoles que habían muerto, como de los que estaban fugitivos. Consiguió juntar mas de 2,500 pesos, que devolvió a sus dueños, precedidas las diligencias precisas de justificación de legitimidad, y entrego al juzgado de bienes de difuntos, sin mas cargo que el de rogar a los interesados mantuviesen a sueldo, por algunos días a su costa, las milicias que tenia alistadas, con el fin de ahorrar a la real hacienda este gasto, a que se convinieron gustosos, en atención a los muchos beneficios que les había proporcionado.
Atento después al establecimiento de la quietud publica, y considerando que para conseguirla era preciso asegurar enteramente el recelo del castigo, que subsistía en algunos pueblos que habían contribuido en mucha parte a aquella conspiración, determine hacer publicar en todas las iglesias, por sus respectivos curas, el edicto siguiente:

D. JOSE RESEGUIN, TENIENTE CORONEL DE DRAGONES, COMANDANTE EN JEFE DEL CUERPO DE ESTA CLASE DESTINADO A LA PLAZA DE MONTEVIDEO Y COMISIONADO POR EL SUPERIOR GOBIERNO DE BUENOS AIRES A LA PACIFICACIÓN DE LAS PROVINCIAS SUBLEVADAS DEL PERÚ
“Hago saber, que habiendo llegado a esta villa de Tupiza con una porción de gente, de la que ha dispuesto pase a la ciudad de la Plata, el Excmo. Señor D. Juan José de Vertiz y Salcedo, Virrey Gobernador y Capitán General de las provincias del Río de la Plata, &c., para establecer la quietud y sosiego de las que estuviesen conmovidas y sublevadas, siendo una de ellas esta de Tarija y Chichas, hallo conveniente hacer saber a los Gobernadores, curas, segundas y demás habitantes de los pueblos de su jurisdicción, se mantengan sin la menor novedad en sus respectivos domicilios, continuando las tareas, faenas y trabajos, a que se dedicaban antes de los presentes alborotos, porque de lo contrario experimentaran el mas severo castigo. Asimismo mando, que a cualquiera individuo que se presente, aseguren y pongan a mi disposición, a fin de evitar en adelante, que estos mal intencionados aprovechen la ocasión de sorprender y seducir los animas sencillos de los indios, robar las haciendas, y cometer muchos atentados atroces, dignos de la mayor pena. Así también les hago saber, que las tropas y armas del Rey no vienen con otro objeto que el de disipar las presentes turbaciones, castigar a los culpados, y restablecer en todas partes el buen orden y administración de justicia. Por lo que encargo a todos muy particularmente no tengan el menor recelo, ni abandonen sus habitaciones a la aproximación de dichas tropas, y les exhorto por el presente, a que se mantengan leales vasallos de S. M., porque si así no lo ejecutaren, experimentaran los mas terribles efectos de severidad, trasladándome inmediatamente con fuerzas competentes, para dar el merecido castigo a los que no diesen entero cumplimiento a cuanto en este se previene. Dado en la villa de Tupiza, a 20 de Marzo de 1781.”
JOSÉ RESEGUIN.

Produjo esta diligencia, todos los favorables efectos que se esperaban, porque con indecible diligencia se presentaron muchos indios principales, representando sus pueblos, para asegurar al Comandante su mas constante resolución de mantenerse leales: de modo que en tan corto tiempo quedo enteramente sosegada la provincia, y sin recelo las inmediatas, que esperaban impacientes la llegada de la tropa, para dar las mismas pruebas y demostraciones de fidelidad. Se volvieron a trabajar las minas, se transitaba ya por las calles y caminos sin cuidado, se despacho a la Plata y Potosi la valija de la correspondencia del público, que estaba detenida en Mojo, y todo volvió a tomar el orden alterado por los sediciosos, y después de algunas disposiciones gobernativas y de precaución, se puso Reseguin otra vez en movimiento, el día 5 de Abril de 1781, para el pueblo de Santiago de Cotagaita, a donde había hecho adelantar al capitán de infantería de Saboya, D. Joaquín Salgado, con 50 hombres, para sostener aquel vecindario, y animar a sus milicianos que tuvieron la gloriosa determinación de mantenerse leales y contrarrestar los esfuerzos y persuasiones de los rebeldes, cuya heroica acción se hace acreedora a una perpetua memoria.
Dos días solamente empleo Reseguin en el camino, sin embargo de distar 18 leguas, y estar acometido de una fuerte terciana, de cuyo accidente adolecía mas de la tercera parte de los soldados, y casi todos los oficiales: lo que tampoco fue obstáculo para que dejase de substanciar inmediatamente las causas a mas de 80 reos que se hallaban en aquellas cárceles, aprendidos en las salidas que habían hecho aquellas leales milicias, entre los cuales se hallaban algunas cabezas principales en la conjuración de la provincia de Lipes, cómplices en la muerte de su corregidor, D. Francisco Revilla, a quienes examinados y justificados sus delitos, se condenaron once a pena capital, y a presidio los restantes. Entre los primeros ocurrió un suceso que tiene mucho de milagroso. Uno de ellos, reo de dos muertes, y que en el tumultuoso desorden de la doctrina de Tatasi había tomado y maltratado a su cura dentro de la iglesia, con fuertes golpes, y por varias veces le había puesto el cuchillo a la garganta para degollarle, amaneció muerto el día que se había de verificar en su persona el ultimo suplicio, de lo que inmediatamente se dio parte al Comandante, quien la tarde antes le había tomado la dec1aracion, sin notarle indisposición alguna: y creyendo que aquel accidente le nacía de algún efecto de desesperación o de descuido, mando se le reconociese; lo que ejecutado, le hallaron el brazo y mano con que había cometido el sacrilegio, enteramente descamado el hueso, como si fuese de un esqueleto de muchos años, y la manga de la chupa llena de gusanos: de todo lo que enterado Reseguin, dispuso se colgase en la horca, y que el cura explicase al numeroso concurso que estaba presente, el origen y las causas de aquel portento.
Concluidos los asuntos criminales, cuido Reseguin de significar a los leales moradores de Cotagaita, haría presente al Soberano su acrisolada fidelidad, y les exhorto a la continuación de sus buenos propósitos, dándoles las gracias en nombre del Rey por sus distinguidos servicios: a que correspondieron aquellos vecinos, juntamente con los de Tupiza y demás españoles que había librado en toda la provincia, con las mas expresivas demostraciones de respetuoso agradecimiento, aclamando le su libertador, y ofreciendo dirigir al Altísimo los mas solemnes votos por la felicidad de quien les había restituido en la antigua pacifica posesión de sus casas y haciendas. Pero temiendo aun aquellas ánimas, que todavía no habían convalecido del pavoroso espanto que ocasionaron en sus corazones los estragos y crueldades de los tiranos, le dirigieron una representación, para que se detuviese, en que se expresaron de este modo:

REPRESENTACIÓN.
“Los Oficiales, vecinos y habitantes de esta provincia, ya consideramos a V.S. bastante impuesto del lamentable estado en que la tienen constituida los alborotos, muertes y latrocinios de algunos indios incógnitos, que se han introducido en distintos curatos de esta jurisdicción, derramando cartas sediciosas, publicando bandos y ordenes, en nombre del principal rebelde, José Gabriel Tupac-Amaru: llegando la avilantes de estos, hasta plantar horcas en el punto de Estarca, para ajusticiar en ellas a todos los que, como fieles vasallos y buenos servidores de nuestro legitimo Soberano, no adhiriesen a las ideas de aquel cabeza de rebelión, que se conoce a primera vista, no son otras que anhelar a la subversión de este reino, y colocarse violentamente en la posesión de él.
“Pero, aunque a la comprensión de V.S. nada de esto se encubre, hallándonos noticiosos de la próxima marcha que resuelve ejecutar a la ciudad de la Plata, dejando esta provincia, que es el antemural y precisa entrada del Perú, abandonada y expuesta a la discreción del enemigo, que situado en los pueblos minerales de Ubina, Chocalla, Tatasi, Esmoraca, Santa Catalina, la Rinconada, Lipes y Atacama, después de haber dado muerte a los jueces y principales vecinos de dichos pueblos, se mantienen vigilantes, esperando se retire V.S. con la tropa de su mando, para entrar a fuego y sangre en esta villa y resto de la provincia, haciéndonos victimas de su rigor; se nos hace preciso, como buenos servidores y fieles vasallos del Rey Nuestro Señor, representar a V.S., que es muy de su obligación el amparar con las armas del Soberano esta provincia, pues de lo contrario, las reales rentas de tabacos, alcabalas y correos, se miraban abandonadas, sus administradores expuestos a perder la vida, o ponerse en fuga, como igualmente todos los leales, que hallándonos sin la menor defensa, por faltamos las armas y pertrechos necesarios, para juntar ejército y ponemos en campana, nos será preciso abandonar nuestros domicilios y preciosos bienes, por conservar la vida, sin embargo de que el celo de la honra de Dios, y defensa de los dominios de S.M., nos precisa a mantenemos firmes conteniendo las irrupciones de los rebeldes, hasta perder la última gota de sangre. Pero el miramos indefensos, y el derecho natural de conservar la vida, nos conducirá, no a separamos del servicio de S.M., y si a abandonar la provincia, dejando el ejercicio de azogueros y trabajo de minas, de que tanto beneficio le resulta al real erario; e incorporándonos en la tropa del mando de V.S., caminaremos a su destino, donde daremos las mas acrisoladas pruebas de nuestra fidelidad y amor al Soberano.
“El perjuicio que, de abandonar V.S. a esta provincia, resulta a S.M., por todo evento es bien conocido, pues por el ramo de tributos, se pierden anualmente mas de 20,000 pesos, y por los quintos y ramos correspondientes al trabajo de minas de oro y plata, arriba de 50,000 pesos: y por lo tocante al ramo de alcabalas, renta de tabacos y correos, bien considerable cantidad de pesos. De manera que, así en el embolso de real hacienda, como en el de los particulares fieles, vendrá S.M. a ser perjudicado en mas de un millón de pesos anualmente; y no es de menos consideración, el que V.S. tenga presente, ser este el transito preciso, por donde pasa el correo de Buenos Aires al Perú, y por donde se conduce el situado para dicha ciudad de Buenos Aires, y todo el comercio de aquella con las provincias de la tierra: de modo que, esta es la única y precisa puerta para internarse a todo el Perú, porque aquí igualmente se han de conducir los auxilios de víveres para las plazas de Potosi y Chuquisaca, las que, abandonada esta provincia, quedaron en asedio, expuestas totalmente a que por hambre se entreguen al enemigo.
“La mente del Excmo. Señor Virrey no debemos persuadimos que sea precisamente el que V.S. se presente en Chuquisaca, habiendo primero urgencia de mayor atención que remediar: pues para estos casos, que son los no prevenidos, consideramos le de a V.S. las facultades necesarias para operar según su sabio conocimiento y pericia militar tuviese por conveniente.
“El celo de la honra de Dios, y el culto de la sagrada religión que profesamos, es uno de los puntos que V.S. debe fijar la atención, pues es notorio que los indios rebeldes, sin reparo a lo sagrado de los templos y ministros de Jesucristo, se arrojen intrépidos a la profanación de ellos, como lo han ejecutado en dicho pueblo de Chocalla, degollando dentro de la misma iglesia a D. Francisco Javier Carbonel, y en esta de Tupiza, sacando del sepulcro el cadáver del corregidor, y cortando le la cabeza; y en el de Tatasi prendieron al cura de aquella doctrina, y teniendo lo de rodillas, amenazaron con el cuchillo su garganta, hasta que a fuerza de ruegos y clamores consiguió lo dejasen con vida, habiendo le intimado salga de aquella doctrina a destierro formal, y no administrase el pasto espiritual a sus feligreses.
“Tenemos por infalible que inmediatamente a su partida, mas enconados los ánimos de los rebeldes, siguiendo sus políticas perniciosas de alzarse en el mando, avasallen esta provincia, y embaracen enteramente el transito de ella: pero no dudamos que hecho cargo V.S. de los graves motivos que le precisan a mantenerse en esta provincia, hasta nueva orden del Excmo. Señor Virrey, suspenda la resolución de su marcha, o a lo menos, caso de verificarla, deje un destacamento de tropa veterana para custodiar esta jurisdicción, con cuyo respaldo no nos será dificultoso, a los jefes de esta provincia, mantener la milicia en el mejor pie, obediencia y servicio del Soberano. Mas si despreciando nuestra representación y las fuertes causas que le hacemos presentes, la abandonase, no seremos en ningún tiempo responsables al Rey ni a Dios de la perdida de esta provincia y abandono de la religión, quedándonos con un traslado para hacer presente, en caso necesario al Soberano y al Señor Virrey, que de nuestra parte hemos cumplido lo que somos obligados, y protestamos hacer a V.S. responsable de todos los danos y perjuicios que a S. M. se le sigan por abandonarla, teniendo la en el día bajo de su protección.
“Nuestro Señor guarde a V.S. muchos años. Tupiza, y Marzo 17 de 1781.”
Antolin de Chabarri.--Manuel de Montellano.--Pedro Pizarro Santander.--José Leon de los Rios.--José Davalos.--Pedro Julian Calvete. --Ramon Ignacio Davalos.--José de Burgos.--Alberto Puch.--José Martinez.--Felipe Aranibar.
Señor Comandante General D. José Reseguin.

Contéstoles Reseguin verbalmente en los términos mas benignos y eficaces para consolarlos, y no obstante su corto número de tropas, determino dejarles a D. Joaquín de Soria, teniente del regimiento de infantería de Saboya, oficial de acreditado espíritu y conducta, con 25 veteranos y salteños: destacamento que le pareció suficiente, así para tranquilizarlos, como para sostener la expedición, que de aquellas propias milicias había dispuesto entrase en la provincia de Lipes, con las miras de hacer presos a los cabezas principales de aquel levantamiento, libertar la mujer del difunto corregidor, que aun mantenían prisionera, vestida a su uso, y en servicio de una de las indias principales, y también para acabar de afianzar la quietud de aquellos naturales, cuyas turbaciones se daban las manos con las de la provincia de Parco, que suscitaban en Yora, Tomabe y otros pueblos, algunos animas inquietos: las que dieron no pocos cuidados y desvelos a la imperial villa de Potosi, que se vio muchas veces amenazada de ser invadida por aquellos insurgentes, cuyos temores tomaban mayor incremento, por la impericia militar y natural en un Gobernador togado, que sobresaltaba y precavía mas de lo que era necesario, para las amenazas que diariamente le dirigían los rebeldes, con el fin de mantenerle en continuo subsidio, hasta que las acertadas operaciones de Reseguin hicieron calmar todos los recelos, como lo expresa el mismo Gobernador D. Jorge Escobedo, en carta de 9 de Abril de 1781, en que lo dice aquel Ministro: “Confío se restablezca la quietud de estos lugares, porque ya parece manifiestan el miedo, que los primeros pasos de Vd. les ha dado; pues ayer hubo carta, en que piden se interceda por ellos para el perdón, y en Tomabe podrán a estas horas estar presos los principales.” Estas y otras noticias, que adquirió el Comandante, le aseguraron el buen estado en que estaban aquella e inmediatas provincias, y considerando las ya libres del contagio que habían introducido en ellas las diligencias de los sediciosos, determino ponerse en camino el día 11 del citado mes de Abril, sin esperar la salida de la expedición de Lipes, por los cuidados que mas adelante llamaban su atención. Pero no tardo mucho tiempo en saber, había tenido el éxito mas feliz; cumpliéndose exactamente cuanto había prevenido en las instrucciones que dejo a D. Antolin de Chabarri, ya quien nombro Comandante de ella y de las milicias de Santiago de Cotagaita, que dirigió con acierto aquella operación, desempeñando puntualmente todos los encargos que se le habían confiado.
Continuo Reseguin las marchas, forzando las cuanto le permitía su debilidad, y la de los muchos enfermos que tenia; esforzábase en superar las dificultades que le sobrevenían con este motivo, porque eran repetidas las instancias que en todas ocasiones le hacía D. Ignacio Flores, para que se acercase a la Plata. Los pueblos del transito se esmeraron en dar las mayores pruebas de fidelidad, recibiendo le con las mas expresivas demostraciones que les permitía la infeliz constitución en que habían estado poco antes. Tenían dispuestos alojamientos, prontos los víveres y bagajes necesarios: se excedía en el cuidado de los enfermos; salían al encuentro a larga distancia los indios gobernadores, acampanados de sus segundas y curacas, con danzas y músicas a su uso, para acreditar el gusto y complacencia con que le recibían: de modo que parecía no había tenido aquel país alteración alguna. Estas circunstancias le proporcionaron la satisfacción de llegar a la Plata el día 19 del propio mes, donde entro por medio de las aclamaciones de un numeroso pueblo, acampanado de aquel Comandante, y de toda la oficialidad de milicias y de muchas personas de la primera distinción, que habían salido a recibir aquel corto número de hombres, cubiertos de laureles, y de una gloria inmortal, que no podía borrarla el transcurso del tiempo, ni obscurecerla las negras sombras de la envidia.
Los continuados repetidos avisos que recibía en el camino D. Cristoval Lopez, del agigantado cuerpo que tomaba la sedición en las provincias de la Sierra, le hicieron apresurar las marchas cuanto pudo: y hallando se ya en las inmediaciones de Salta con la tropa de su mando, tuvo orden del Coronel D. Andres Mestre, Gobernador del Tucumán, para que con toda la aceleración posible se acercase, en atención a que 300 hombres de las milicias de aquel gobierno, destinados a servir en el Perú, habían perdido la obediencia a su comandante y oficiales, que maniatados los hacían retroceder en busca del regalo de sus casas. Y también porque sabia que los indios Tobas, coligados con los de las inmediaciones de la ciudad de Jujuy, intentaban invadirla y saquearla. Se adelanto este comandante con sola su compañía de granaderos, haciendo la extraordinaria diligencia de caminar en dos días, 50 leguas y aunque llego en tiempo oportuno para contener a los atrevidos milicianos, algunas consideraciones prudentes detuvieron las providencias, y aquellos hombres feroces, dejando las armas, volvieron dispersos a sus idolatrados domicilios. Sin embargo se logro desvanecer el proyecto de los sediciosos, y escarmentar a los Tobas, de que se siguió la entrega de las cabezas principales del motín, que sufrieron el ultimo suplicio en la plaza publica de aquella ciudad, de cuyas resultas se consiguió algún sosiego, y que calmaron en parte los justos temores que ocasionaba un acontecimiento de esta naturaleza, temiendo con razón, que si tomaba cuerpo y trascendencia el alzamiento a toda la provincia, hubiera sido muy dificultoso y arriesgado el sujetarla, que por su extensión pasaba de 300 leguas, sin mas poblaciones considerables que Cardaba, Santiago del Estero, San Miguel del Tucumán, Salta y Jujuy: pues aunque lo restante esta muy poblado, son pequeñas aldeas y estancias, habitadas por hombres tan parecidos a las fieras y tan gigantes, que pueden considerarse los verdaderos Centauros que nos fingen los poetas. Su terreno montuoso, y lleno de inmensos bosques espesos, les proporcionaban unas ventajas, que si ellos las hubiesen conocido, puede presumirse se habrían detenido poco en admitir el partido de sedición que tanto lisonjeaba sus corazones, con la esperanza de una absoluta libertad, de que son en extremo amantes. Cuyas circunstancias, reflexionadas por el Virrey de Buenos Aires, le obligaron a enviar una compañía de infantería del regimiento de Saboya, para que ocupase la ciudad de Jujuy; puesto importante por la precisión de transitar por el a las provincias internas del virreinato. Desvanecidos en algún modo los recelos, y tomadas algunas providencias de precaución por el Gobernador, oficial de mucha experiencia y acreditada conducta, siguió Lopez al destino señalado, viendo se en la precisión de dejar en aquella ciudad y por el camino, la tercera parte de su destacamento, que igualmente fue acometido por el accidente de la terciana, y con lo restante transito las provincias pacificadas por Reseguin, sin ocurrirle novedad, y el día 20 de Abril llego oportunamente a la ciudad de la Plata.
En tanto sucedían estos acontecimientos en los limites del virreinato de Buenos Aires, en el de Lima ocurrían otros de no menor consideración, y se disponían para contener los enemigos estragos y desolación que ocasionaba el principal rebelde, José Gabriel Tupac-Amaru, a la cabeza de sus secuaces que ya formaban un formidable ejército, no como los que encontraron Pizarra, Cortez y demás primeros conquistadores, sino armados con muchas armas de fuego, lanzas y algunos cañones de pequeño calibre, que había mandado fundir el tirano, asistido con exactitud de todo lo necesario, y pagado con puntualidad. Las disposiciones de este usurpador, mas conformes con la humanidad, le hacían menos aborrecible que a sus capitanes, los cuales llenos de ferocidad, no conocían otra providencia que el cordelo el cuchillo. Tupac-Amaru, aunque en sus edictos proscribía todo europeo, perdonaba a cuantos se le presentaban, si Conocía podía sacar algún partido de su habilidad u oficio, y particularmente lograban un seguro salvo-conducto los que tenían algún conocimiento del manejo de las armas y profesión militar. El haber seguido los estudios en uno de los colegios de Lima, le había hecho deponer aquella barbarie característica de su nación, y le pusieron en estado de manejar con algún acierto una transformación tan terrible: pero faltaron agentes con que poner en práctica las bien premeditadas medidas que tenia tomadas para ella. Uno de sus generales, llamado Cicenaro, paso a cuchillo en el pueblo de Ayabiri a cuantos vivientes hallo de todas castas, menos los de la suya, contra la expresa orden de su jefe. Reprendióle agriamente por su excesiva crueldad, y este le representaba que si no extinguía a todos los que no fuesen puramente indios, era consecuente quedarían dominados por cualquier clase que animase parte de sangre española. “No es tiempo aun, decía José Gabriel; pensemos por ahora solamente en posesionamos en el dominio de estas vastas y dilatadas regiones, que luego se buscara modo para deshacemos de todos los embarazos y obstáculos que se nos presenten.” Máxima, a la verdad, que si se hubiera seguido por sus subordinados, podía temerse con razón, y según la disposición en que se hallaban los animas de aquellos habitantes, hubiera dado al través con las pocas reliquias de fidelidad que habían quedado: pudiendo se asegurar esto sin recelo de exceder los limites de una prudente conjetura, pues, aunque en las ciudades capitales y en algunos rincones de pocas provincias, se aparentaba mucho afecto al partido del Rey, estaban muy pocos corazones de parte del Soberano; y si el tirano hubiese tenido ocho o diez sujetos capaces de conformarse y ejecutar sus deliberaciones, se hubiera visto seguramente representar en el Perú la segunda parte de la catastro fe acaecida en las colonias Angloamericanas, y el nombre de Tupac-Amaru y el de sus subalternos, en los siglos venideros seria tan admirado y respetado como el de Washington y de los demás generales de aquella nueva republica.
Es innegable, que la general sublevación que acabamos de experimentar, se estaba premeditando hacía mucho tiempo. Acreditan esto mismo infinitos documentos, tomados a los capitanes indios, por los cuales consta, se trataba de ella 10 años antes que llegase el día fatal de verificarla: y aun se hubiera diferido algún tiempo, si Tomas Catari hubiese sido capaz de manejarse con mas prudencia y circunspección. Tenia tratado el principal rebelde con este y otros indios los medios de sacudir el dominio español, en distintos viajes que hizo por todas las provincias, para lo que le daba proporción el oficio de arriero que profesaba. Tuvo noticias en Tungasuca, de que se habían adelantado a sus miras los movimientos de Chayanta, y receloso de que se descubriese la trama que tenia urdida, paso inmediatamente a la ejecución del proyecto, creyendo que, aunque se había anticipado el tiempo, podía ser oportuna la ocasión, atendido el descontento que generalmente se manifestaba por los reglamentos espedidos de la Corte para el nuevo establecimiento de algunos ramos de real hacienda, que en nada perjudicaban a los indios, porque los exceptuaban las soberanas deliberaciones, siempre atentas a su beneficio y comodidad. No obstante esto, se ha querido después atribuir maliciosamente a este motivo el único origen de tantos males, sin examinar que, si contribuyo en parte, fue dimanado de la poca conformidad e imprudencia de los que debían admitir y obedecer aquellas disposiciones con la resignación debida a los buenos y leales vasallos. Esto supuesto, ¿con que razón podrá disputarse la causa primaria del levantamiento, cuando es una opinión que se destruye con tanta facilidad, que basta saber que en nada comprendían a los indios aquellas providencias, y que estos trataban y disponían la sedición antes de pensarlas el ministerio? Digan cuanto quieran los Peruanos sobre este particular, lo cierto es, que en el interior de todos ellos se aplaudía la general conmoción: sentían si hubiese sido un indio el autor, porque se les hacía muy duro doblar la rodilla a un hombre de esta casta, mirada en aquellos países con menos consideración que la de los esclavos: y no obstante esta repugnancia, estuvieron indecisos, hasta que vieron no se les cumplía, como se les había prometido, la libertad de sus vidas y haciendas. No por esto pretendo disminuir la constante fidelidad de muchos, que ligados por las obligaciones de su nacimiento, lo hubieran sacrificado todo por el Soberano: solo deseo dar una idea positiva del estado en que generalmente se hallaban aquellas provincias.
Ya dispuesto por José Gabriel Tupac-Amaru lo más preciso para emprender su meditada usurpación, no se detuvo en más reflexiones. Se hizo cargo que nuestra Corte estaba empeñada en sostener una guerra contra los Ingleses, que ocupaban toda su atención: que los excesivos clamores de los mercaderes y comerciantes, contra los nuevos impuestos repetidos muchas veces a los compradores, desde sus almacenes y mostradores, sin otro motivo que el de ver disminuida su excesiva ganancia, habían penetrado no solo los corazones de los indios, sino los animas de todos: que se prestaban gratos los oídos a las voces de libertad e independencia, y que su propio corregidor, D. Antonio de Arriaga, estaba excomulgado por el Obispo del Cuzco, cuya providencia espedida imprudentemente por aquel prelado, en ocasión tan peligrosa, había atraído contra ellos animas de sus provincianos, creyó no podía presentársele coyuntura mas favorable para establecer su dominio: y persuadido por todos accidentes que reconocía, hallaría un apoyo general para realizar su temerario intento, lo puso en ejecución. No se alejaba mucho de lo cierto, y hubiera visto seguramente verificados sus designios si, como empezó, hubiese seguido el meto do de admitir bajo sus banderas a cuantos se les presentaban, providencia eficaz, pero que inutilizaron la feroz condición de sus comandantes, y la barbarie de unas tropas que no supieron obedecer las muchas y repetidas ordenes que tenia dadas, para que se ejecutase de este modo, y para que no se ofendiese ni perjudicase a los españoles criollos, mestizos, cholos y zambos, en sus personas ni bienes.
Bien penetradas por el Visitador General, D. José Antonio de Areche, y el Mariscal de Campo, D. José del Valle, las calamitosas funestas consecuencias que podían esperarse de la critica situación en que se hallaba el reino, no malograron instante, y eligiendo por cuartel general la ciudad del Cuzco, dedicaron toda su atención a buscar los medios para contener con prontitud los progresos y autoridad del rebelde, que cada día se aumentaban extraordinariamente. Se abrieron las arcas reales para el acopio de víveres, municiones y artillería; se ofrecieron premios; se asignaron sueldos y gratificaciones, y se depusieron las ideas económicas que se habían adoptado, y procurado establecer hasta entonces, conociendo no era ya ocasión de pensar en ellas, y si solo en destruir los proyectos del tirano, que daban mas cuidados de los que se tuvieron al principio de la conjuración: y avivadas las disposiciones, con la actividad que requería el peligro, se hallo en muy poco tiempo reunido un ejército considerable, capaz de competir y superar al de los insurgentes.

FUERZA DEL EJÉRCITO DESTINADO A OBRAR CONTRA JOSÉ GABRIEL TUPAC-AMARU.
Jefe principal. El Mariscal de Campo, D. José del Valle.
Mayor General. El Capitán D. Francisco Cuellar.
Ayudantes de Campo
Los Tenientes de caballería: D. Antonio Donoso.
D. Isidro Rodríguez.
El Alférez de ídem,
D. Francisco López.
Primera columna.
Comandante, el Sargento Mayor de caballería, D. Joaquín Balcarcel. Segundo, el Coronel de milicias, Marques de Rocafuerte.
Fuerza de ella.
REGIMIENTOS.
HOMBRES.
Dragones de Cotabamba________________________  100
Ídem de Calca________________________________    60
Ídem de Urumbamba___________________________  100
Ídem de Abambay_____________________________    25
Ídem de Andaguaillas___________________________    25
Indios fieles de Tambo y Quebrada de Calca_________2,000
TOTAL.____________________________________2,310
Segunda columna.
Comandante, el Teniente Coronel, D. Manuel Campero. Segundo, el Teniente de infantería, D. José Varela.
Su fuerza
Caballería ligera_______________________________   200
Ídem del Cuzco_______________________________   150
Ídem de Quispicanchi___________________________   200
Ídem de Andaguaillas___________________________   200
Infantería de Lima______________________________  900
Indios fieles de Maras, Gayabamba y Chincheros______2,000
TOTAL._____________________________________2,950
Tercera columna.
Comandante, el Teniente Coronel, D. Manuel Villalta. Segundo, El Coronel de milicias, D. Matías Baulen.
Su fuerza.
Infantería de Lima______________________________   100
Ídem de Andaguaillas____________________________  300
Ídem de Abancay______________________________   200
Compañía del cacique Rozas______________________  200
Ídem de Lebu_________________________________   100
Indios fieles de Tinta, Guarocordo, Suritti y Altos_______2,000
TOTAL._____________________________________2,900
Cuarta columna.
Comandante, el Corregidor de Paruro, D. Manuel Urruz de Castilla. Segundo, el Coronel de milicias, D. Isidro Guizasola.
Su fuerza.
Infantería del Cuzco____________________________   100
Españoles e indios fieles_________________________2,900
TOTAL.____________________________________3,000
Quinta columna.
Comandante, el Coronel de infantería, D. Domingo Mamara. Segundo, el Corregidor de Cotabambas, D. José Acuna. Tercero, el Corregidor de Chumbivileas, D. Francisco Laisequilla.
Su fuerza.
Infantería veterana_____________________________   100
Españoles e indios fieles_________________________2,900
TOTAL.____________________________________ 3,000
Sexta columna.
Comandante, el Coronel D. José Cabero. Segundo, el Justicia Mayor de Paucartambo, D. Francisco Zelerio.
Su fuerza.
Infantería, españoles e indios fieles_________________   550
Cuerpo de reserva.
Comandante, el Coronel de Dragones, D. Gabriel de Aviles. Segundo, el Capitán de ejército, D. José Lean. Tercero, el Coronel de milicias, D. Gabriel de Ugarte.
Su fuerza.
Infantería veterana de Lima_______________________  300
Ídem de Guananga_____________________________   200
TOTAL._____________________________________  500
TOTAL.____________________________________15,210
A mas de la fuerza expresada, se destinaron dos destacamentos, compuestos de 1,846 hombres, para tomar los puestos de Urubamba, Calca y Lares, con la mira de cortar la retirada al rebelde por aquella parte: y después de haber dispuesto lo conveniente y necesario para la subsistencia del ejército, se puso en movimiento el día 9 de Marzo de 1781, con 6 cañones, pertrechos y municiones correspondientes; y con arreglo a lo que habían expuesto los patricios del país, se dio la orden a los comandantes de las columnas, para que dirigiesen su marcha, en esta forma.

La 1, por Paucartambo, Quispicanche y Tinta.

La 2, por la Quebrada de Quispicanche.

La 3, por los Altos de Orocoroco, Quispicanche hasta Tungasuca y Tinta.

La 4, por Paruro a Livitaca, Chumbivilcas, Yauri, y Coporaque de Tinta.

La 5, por Cotabamba, Chumbivilcas hasta Livitaca.

La 6, por Paucartambo, Altos de Ocongari y Puestos de Azorayaste, y el cuerpo de reserva por los Altos de Orocoroco.

Puestas en marcha todas las columnas y el cuerpo de reserva por las rutas indicadas, empezaron desde luego a experimentar las mayores incomodidades, así por los excesivos aguaceros, granizos y nieves, que son muy frecuentes en aquellas elevadas y ásperas montañas, como por la falta de víveres, leña y otros auxilios, que ocasionaba haber cerrado los rebeldes las comunicaciones con los pueblos fieles de donde podían y debían conducirse: cuyos pasos guardaban con tanta vigilancia, que las tropas del Rey llegaron a experimentar las mayores necesidades, y estuvieron expuestas en algunas ocasiones a ser victimas del fría y de la hambre. Pero sufrieron entonces con laudable constancia todos estos trabajos, animados por el ejemplo del Comandante General, y demás oficiales que se desvelaban en mantenerlas vigilantes, para rechazar a los insurgentes, que muchas veces intentaron sorprender los campamentos, aprovechando se de la hora de amanecer: en cuyas ocasiones consiguieron siempre gloriosas ventajas, y rechazaron los ataques con conocido escarmiento de los contrarios, que dejaran en todos cubiertos de cadáveres los campos inmediatos.
Estas repetidas victorias nada mejoraban las necesidades y situación del ejército: crecían los obstáculos, y las escaseases aumentaban; de tal suerte, que considerando se ya D. José del Valle en una situación critica y delicada, determino variar de ruta para encaminarse a Tinta, donde tenia el rebelde el cuartel general y repuestos de guerra: y bajando para este logro una cañada situada entre elevadas montañas, hallo un benigno temperamento, y tanta abundancia de alimentos, que su tropa consiguió reponerse en pocos días de sus pasados quebrantos, y continuar cómodamente las marchas: bien que con muchos dificultades que superar, así por los estrechos pasos, como por las grandes y profundas cortaduras que los enemigos no supieron defender, ni menos aprovecharse de estas ni otras infinitas ventajas que le proporcionaban aquellos ásperos terrenos, que en muchos parajes la naturaleza ha hecho inaccesibles. Sin embargo hicieron obstinada resistencia en algunos parajes y apostaderos menos fuertes, persiguiendo diariamente, por derecha e izquierda del camino, las marchas de nuestro ejército, particularmente en los desfiladeros, sin descuidarse en aprovechar la oscuridad de la noche, para rodear los campamentos y fatigarlos, obligando a la tropa a estar continuadamente sobre las armas, sufriendo el fuego de su fusilería y de canon, que con facilidad trasportaban y apostaban a todas partes, por ser de pequeño peso y de poco calibre.
Tolerando siempre los insultos de los rebeldes, y las repetidas amenazas de sorprender al ejército, llego a las inmediaciones del pueblo de Quiquijana, después de haber sufrido en todo el camino algún fuego de su artillería y fusilería. Aquellos vecinos habían sido los mas tenaces en el fomento y apoyo de la sedición, fiados sin duda en la situación ventajosa que ocupaban; de manera que, reconocida por el Comandante General, D. José del Valle, estimo, que para reducirlos era menester emplear muchos días, y que no lo conseguiría sino a costa de mucha sangre, no obstante la impericia de los sediciosos; graduando la expugnación de aquel puesto, capaz de detener dos meses a un ejército aguerrido y numeroso, si le hubiesen ocupado y defendido enemigos de otra naturaleza.
Pero hecho cargo de todo, determino acampar en sus inmediaciones, y desde luego fue saludado con el fuego de la artillería y fusilería, que no causo efecto alguno, por estar apostada demasiado distante. Al amanecer del siguiente di a, el cura del propio pueblo dio aviso que los rebeldes lo habían abandonado, con el designio de reunirse al ejército de su principal Jefe, José Gabriel Tupac-Amaru, que se hallaba en Tinta, habiendo cortado antes el puente, para retardar por todos terminas la continuación de la marcha a nuestras tropas, y también impedir se les persiguiese y picase la retaguardia. Con este aviso entro el ejército del Rey en Quiquijana, donde solo habían quedado las mujeres y hombres, que por su ancianidad o achaques no habían podido seguir a los demás. Todos se acogieron al asilo del templo, en donde con muchas lagrimas y señales de arrepentimiento, imploraban el perdón de sus vidas y el indulto de sus casas y haciendas, para que no fuesen entregadas a las llamas, como merecían. Todo se les concedió, y solo experimentaron el rigor del castigo, Luis Poma, Inca, primo del usurpador José Gabriel, y Bernardo Zegarra, su confidente, que pagaron con la vida en una horca sus atroces delitos.
Dadas las disposiciones mas precisas en el pueblo de Quiquijana para su seguridad y arreglo, continuo nuestro ejército las marchas sin intermisión de días, y al llegar al primer campamento se presentaron los enemigos ocupando las próximas montañas, en cuya falta habían colocado un canon, y prevenido en las cumbres muchas piedras grandes y pesadas, a que dan el nombre de “galgas” con el fin de arrojarlas y despenarlas para ofender a los nuestros en un estrechísimo desfiladero inevitable, contiguo a un río caudaloso, que se había de vadear precisamente. Para evitar el peligro se nombraron 100 fusileros de tropas ligeras con todos los indios auxiliares de Anta y Chincheros, a quienes se dio la orden para desalojar a los rebeldes de tres puestos muy ventajosos que ocupaban en la cresta de la montaña en que estaban alojados, cuyo ataque emprendieron valerosamente; y tuvieron la fortuna no solo de conseguir el intento, sino también derrotarlos enteramente, a vista del resto de las tropas que esperaban el éxito del suceso.
Al siguiente día se tuvo noticia por un desertor de los enemigos, que habían colocado una batería en la falda de otra montaña, inmediata al camino que debía seguir nuestro ejército, y que la defendían 10,000 combatientes. Se nombro inmediatamente una columna muy reforzada, para que, tomando otra dirección, rodease la montaña y subiese a dominar por la espalda a los rebeldes, y el Comandante General con el resto del ejército se puso en marcha por la llanura: pero a la media legua tuvo que dar vuelta para evitar otra montaña, y bajar a un valle muy ancho y espacioso, donde con mas desembarazo pudiesen maniobrar sus tropas. Luego que avistaron los rebeldes unas cargas de los indios de Tinta y Chincheros que se habían adelantado sin orden, las atacaron con la mayor intrepidez y osadía. Unos caballeros aventureros y los dragones de Lima y Caravaillo, que llevaban la vanguardia del ejército, salieron a la defensa, y este motivo fue empeñando sucesivamente las demás tropas con el grueso de los sediciosos, y se trabo la acción, en que fueron derrotados completamente, dejando en el campo de batalla un crecido número de cadáveres, sin contar infinitos heridos que retiraron o se hicieron prisioneros, y aun el mismo José Gabriel Tupac-Amaru lo hubiera quedado, a no haberse libertado por la ligereza de uno de sus caballos, en que emprendió una precipitada fuga, y con tanto aturdimiento, que olvidando se del vado del río que debía atravesar para ir a Tinta, se arrojo a nado por lo mas profundo, donde estuvo muy cerca de ser sumergido en las aguas, y de acabar en ellas su vida. Este accidente consternó mas y mas el ánimo del tirano, y determino huirse sin pasar por Tinta, y antes de poner en práctica esta resolución, escribió a su mujer en los terminas mas patéticos y melancólicos, diciéndoles: vienen contra nosotros muchos soldados y muy valerosos, no nos queda otro remedio que morir. Se ignoraban en el ejército estas ultimas particularidades, sin saberlas se puso de nuevo en movimiento, para seguir la marcha, con la resolución de alojarse aquella noche en Tinta: pero no pudo verificarse, a causa de que el río inmediato detuvo el paso a las tropas, por estar tan crecido, que no obstante las precauciones y activas providencias que tomo el Comandante General, D. José del Valle, no pudo evitar se le ahogasen dos hombres. En esta maniobra, siempre lenta y peligrosa en los ejercitas, se empleo lo restante del día, y ya próxima la noche fue preciso acampar en las cercanías del pueblo de Cambapata, que dista del de Tinta una legua, y al clavar nuestras tropas las primeras estacas de las tiendas, rompieron los enemigos el fuego con tres cañones, de una batería que tenían colocada, pero siempre con el ordinario defecto de situarlos demasiado distantes, haciendo con esto las mas veces inútil su efecto, porque las balas no alcanzaban a nuestras tiendas, ni a otros objetos que se proponían ofender.
A las 2 de la mañana del siguiente día se mandaron salir 150 fusileros de las tropas lij eras, con los indios auxiliares de Anta y de Chincheros, para que ocupasen una montaña que dominaba la llanura, por donde debía pasar precisamente el ejército para dirigirse a Cambapata, cuyo pueblo reconocido, se noto le habían cercado los insurgentes, con una muralla de adobes, coronada y cubierta de espinos, para embarazar la marcha, y retardar cuanto les fuese posible la llegada de las tropas a Tinta. A las 4 de la misma mañana, mando el mismo General situar una batería de cinco cañones, en un puesto que dominaba la de los enemigos cuyo fuego perfectamente dirigido, produjo la ventaja, que lo abandonaren en menos de una hora, y que poco después se presentasen 30 vecinos de Tinta, que afirmaron haberse ausentado de aquel pueblo toda la familia de José Gabriel Tupac-Amaru, llevando se la plata sellada, labrada, alhajas y demás efectos de valor, de que se habían apoderado desde los principios del alzamiento.
Con esta novedad mando inmediatamente el General batir tiendas, para transportarse con todo el ejército al pueblo de Tinta, donde hallo el retrato del principal rebelde pendiente de la horca, sin averiguar el autor de aquella acciono Dispuso desde luego cuanto estimo conveniente, para celebrar serio acto, de hacer respetar el nombre de nuestro augusto legitimo Soberano, y después despacho muchos destacamentos por distintas direcciones, con las ordenes mas eficaces, para que por todos terminas procurasen la captura de los fugitivos: con la prevención de que la primera diligencia había de dirigirse a cerrar el paso a los Andes por la provincia de Carabaya, a fin de que el rebelde y su familia no tuviesen el seguro asilo que se presumía buscasen en aquellas impenetrables asperezas, o se confundiese entre los indios bárbaras.
No siguieron este intento los rebeldes, antes bien tomaron el camino de Langui; y como se había hecho publica su última derrota, se atrevió a perseguirlos D. Ventura Larda, unido a otros vecinos de aquella jurisdicción, que lograron arrestar al mismo José Gabriel, a su mujer Micaela Bastidas, ya dos hijos, Hipólito y Fernando, que entregaron para su segura conducción y custodia a unos de los destacamentos que habían ido siguiendo su alcance, y fueron conducidos al campo español, donde aquel mismo día habían sufrido ya la pena de horca 67 rebeldes, que se arrestaron en aquellas inmediaciones, cuyas cabezas se colgaron en los parajes publicas, para escarmiento de los demás sediciosos; a quienes se les tomaron ocho cañones de diferentes calibres, siendo el mayor del de a cuatro, 20 fusiles y escopetas, dos pares de pistolas, cuatro quintales de balas de canon y de fusil, otros tantos de pólvora, 30 lanzas, y mucha parte de los robos y saqueos que habían hecho. Quedaron también prisioneros, de resultas de estos favorables y prosperas sucesos, Antonio Bastidas, cunado de José Gabriel, a quien había nombrado Capitán General; Cecilia Tupac-Amaru, su media hermana; su primo, Patricio Noguera; el Coronel José Mamani; los Comandantes, el de artillería, Ramón Ronce; Diego Ponce; Diego Verdejo, pariente del tirano; Andrés Castelo, Felipe Mendizabal, Isidro Puma, Mariano Castano, Sargento Mayor; Diego Ortigas a, Asesor; Manuel Gallegos, plumario; Melchor Arteaga mayordomo de ganados; Bias Quinones, mayordomo mayor; Tomasa Tito, cacica de Acos; José Venela, confidente; Estevan Vaca, fundidor de artillería; Francisco Torres comisionado principal; Lucas Calque, Comisario y alcalde; cuatro capitanes, dos tenientes, algunos soldados y negros huidos de particulares, entre ellos Antonio Oblitas, esclavo de D. Antonio Arriaga, y el mismo que fue su verdugo en Tinta.
Después de arrestado el principal rebelde, su mujer, sus hijos y la mayor parte de sus jefes principales, parece debía esperarse una crisis favorable, que restableciese en su antigua quietud los animas alterados de aquellos naturales: pero lejos de esto, se puede asegurar empezó de nuevo y con mas ligereza la rebelión, porque habiendo logrado la fuga Diego Cristoval Tupac-Amaru, medio hermano de José Gabriel, Mariano Tupac-Amaru, su hijo, Andrés Noguera, y Miguel Bastidas sus sobrinos, por haber seguido diferente camino que los demás, consiguieron felizmente libertarse y establecer su residencia en la provincia de Azangaro, que continuo ciegamente a su devoción, con las circunvecinas de la Paz, y las del Callao, formando considerable partido para sostener sus ideas. A este intento dispusieron con las mas activas y eficaces diligencias, reunir todos sus inicuos parciales, y acopiar muchas armas y municiones, para apoderarse de los prisioneros, al tiempo que fuesen conducidos a la ciudad del Cuzco, donde había determinado remitirlos el Comandante General, D. José del Valle, para que sufriesen el castigo que merecían por sus gravísimos delitos. Penetradas por este jefe las intenciones de los rebeldes, aunque considero remoto pudiesen verificar su proyecto, no dejo de tomar todas cuantas medidas le dictaban su práctica y experiencia militar, para frustrar sus esfuerzos, y no exponerse a que por algún inesperado accidente o casualidad, recobrasen la libertad unos reos de aquella naturaleza: y persuadiendo se que para su entera seguridad se requería la presencia de su persona, determino escoltarlos con una columna muy reforzada, dejando el resto del ejército en los campos de Quiquijana, Tinta y Langui, para que ocurriesen a cuanto pudiese suceder en el poco tiempo que calculo podía emplear en el viaje; y dispuesto todo en la forma expresada, custodio a los delincuentes, hasta la puente de Urcos, donde se los entrego todos a D. José Cabero, Coronel del regimiento de dragones provinciales de Armaraes, que guarecía aquel importante puesto, para que siguiese con ellos hasta la ciudad del Cuzco, e hiciese formal entrega de sus personas al Visitador, D. José Antonio de Areche, que se mantenía en ella, esperando el éxito de las operaciones del ejército, y también para providenciar cuanto fuese necesario a su resistencia.
Hasta esta época las tropas de Lima no habían experimentado sino felicidades, y aunque siempre vencedoras, y en todas ocasiones gloriosas, no pudo conseguir su general, imprimir en ellas la generosa resolución de acabar la obra comenzada. El demasiado amor a sus familias y hogares, y el ambicioso deseo de recoger sus cosechas, motivaron una considerable deserción, que desvaneció cuanto tenia proyectado, pues no pudo verificar su retroceso desde la puente de Urcos, tan pronto como se lo había propuesto; porque improvisamente se desaparecieron todos los indios de Anta y Chincheros, y la mayor parte de las tropas milicianas, en que consistía la fuerza del ejército, respecto al corto número de veteranos que en el tenia Sucesivamente fue recibiendo avisos de los jefes de las demás columnas, en que le comunicaban iguales incidentes, ocurridos con las tropas de sus respectivos mandos, y también que había sido atacada la de Langui por los rebeldes, mandados y dirigidos ya por Diego Cristoval Tupac-Amaru, las noches del 18 y 20 de Abril, en que tuvieron dos acciones muy sangrientas, en las cuales fue considerable la perdida del enemigo, y muchos los heridos de nuestra parte, siendo comprendidos en este número el Comandante, D. Manuel Castilla, y algunos oficiales principales. Atendidas estas criticas circunstancias, fue preciso disponer con activas providencias, el pronto reemplazo de los desertores, en que se emplearon 11 días, y verificada esta diligencia, se puso de nuevo en movimiento, con el cuerpo de tropas de su mando, forzando cuanto pudo sus marchas para dirigirse al pueblo de Sicuani de Su provincia de Tinta, con el intento de hacer entrar todo su ejército en las del Callao, para pacificarlas y sujetarlas a la debida obediencia del Soberano.
A este fin dispuso que la columna del cargo de D. Manuel de Castilla, corregidor de Paruro, siguiese el camino del pueblo de Macari, donde había de hacer alto, para esperar las órdenes posteriores. Que la de Cotabamba, mandada por su corregidor, D. José Maria Acuna, se encaminase para Checa, Quequi, Yauri y Coporaque, con el objeto de reducir estos pueblos a la obediencia de S.M., y para su mejor éxito se le incorporaron los mestizos e indios de los pueblos de la provincia de Quispicanche, que el celo del presbítero D. Felipe de Loaira, natural y residente del pueblo de Oropesa, recluto de su propia voluntad, anhelando patentizar las veras, con que se interesaba en los favorables sucesos de las armas del Rey, gobernándolos y sirviendo al frente de ellos. Que otra columna de 1,000 hombres, al cargo del Coronel de Dragones del ejército, D. Gabriel de Aviles, pasase a las cercanías del pueblo de Muñoz, con el fin de adquirir noticias de aquel país, y de castigar aquellos rebeldes: y el Comandante General, con el resto del ejército, paso la raya que divide el virreinato de Lima con el de Buenos Aires, donde hallo la rebelión con el mayor furor y crueldad, porque Diego Cristoval Tupac-Amaru, su nuevo caudillo temerario, recelando que los blancos y mestizos de aquellas provincias lo arrestasen con traición, en fuerza de los premios ofrecidos por su captura, eligió y puso en ejecución el bárbara partido de inundar asesinar indistintamente a todos los que no fuesen de su casta, sin reparar en la edad ni en el sexo, castigando y persiguiendo también a los curas y sacerdotes de aquellos territorios, que su medio-hermano José Gabriel había tratado con mucha consideración, y con el debido respeto a su sagrado carácter. Uníanse a estas desgracias otra mayor, que era la de haberse formado por el tiempo, o poco antes, en el pueblo de Ayoayo, provincia de Sicasica, otro monstruoso caudillo de rebelión, mas cruel y sanguinario que todos los de su clase. Este fue Julián Apasa, indio pobre y desconocido, que de sacristán paso a peón de un ingenio, y después sabiéndose aprovechar de las turbaciones suscitadas por los Tupac-Amaru, ayudado de otro, llamado Marcelo Calle, adquirió una autoridad tan gigante, que puso a su devoción en pocos días las provincias de Carangas, Sicasica, Pacajes, Yungas, Omasoyos, Larecaja, Chucuito y otras: y para que los indios de ellas tuviesen mas respeto y veneración a su persona, y diesen mas ascenso a sus persuasiones, se apellido Tupac-Catari, juntando el de Tupac de José Gabriel, y el apellido de Catari, propio de los tres hermanos que fomentaron los primeros movimientos en la provincia de Chayanta. De este horroroso caudillo tendremos repetidas ocasiones de acordamos cuando sea tiempo de referir los sucesos lastimosos que origino a estos reinos. Volvamos ahora a las tropas del virreinato de Lima, ya seguir la serie de sus operaciones.
Continuo el Comandante General, D. José del Valle, las marchas, como lo había pensado, para entrar en la jurisdicción del virreinato de Buenos Aires: al acercarse a la Pampa de Quesque, donde paso la noche, se avistaron como 100 rebeldes, que tuvieron la osadía de hacer fuego a la vanguardia del ejército, con solos tres fusiles, acampanando esta hostilidad de repetida y descompuesta gritería, en que decían a los nuestros que no eran tan cobardes como los de la provincia de Tinta, que acababan de vencer, y que luego experimentarían que era muy diferente el brío y la constancia de los indios del Callao. Cuando acabaron de descubrir nuestro ejército, se subieron a la cima de un monte muy alto, cubierto de nieve, donde iban retirando todo su ganado. El Comandante General nombro a D. Antonio Ternero, Sargento Mayor del regimiento del Cuzco, para que con 80 fusileros subiese a castigar su atrevimiento: lo que ejecutó este oficial bizarramente, matando doce rebeldes, y quitándoles algunos caballos y mucho ganado lanar que condujo al campo; y poco después se supo por cuatro prisioneros, que los vecinos del pueblo de Santa Rosa eran los mas afectuosos distinguidos parciales de las glorias de Tupac-Amaru, y que le habían acampanado en sus mas arduas empresas, con lo que determino el General castigarlos, y para este intento se puso en marcha para dicho pueblo. Entro el ejército en el sin resistencia, y cercando la plaza mayor improvisamente, se quitaron todos los que allí estaban, para que sufriesen la pena de muerte, cuyo castigo se verifico en 20, habiendo acaecido por justa providencia del todopoderoso que recayese la suerte en los mas famosos capitanes e inmediatos dependientes del rebelde, según se verifico después por los que quedaron vivos. Pero, sin embargo que de esta providencia resulto la mayor fidelidad en los vecinos de aquel pueblo, nunca puede aprobarse semejante procedimiento, por mas que se haya apoyado con las ventajas que resultaron de haberse unido al ejército, y sufrido con extraordinaria constancia las persecuciones y subsidios que les hicieron padecer los que continuaron sublevados.
Continuo el ejército al pueblo de Orurillo, donde solo hallo algunos ancianos y pocas mujeres, y preguntado su teniente de cura, D. Juan Bautista Moran, cual era la causa porque aquellos vecinos habían abandonado su domicilio, expreso que no habían alcanzado sus suplicas y persuasiones, para convencerlos a que esperasen tranquilamente la llegada de las tropas del Rey, porque estaban empeñados con la mayor obstinación en negarle la obediencia, y seguir las sediciosas banderas de rebelión: procedimiento que obligo al Comandante General a procurar la captura de algunos: y habiendo conseguido hacer dos prisioneros, fueron pasados inmediatamente por las armas, y después publicado que seria castigado aquel pueblo y sus vecinos con todo el rigor de la guerra, una vez que obstinadamente querían separarse de la debida obediencia de su legitimo dueño. Cuya providencia, entendida por algunos de los que se hallaban presentes, que observaron también las demostraciones cristianas que practicaron algunos individuos del ejército, produjo el efecto de que pasasen en busca de sus parientes y amigos, y los persuadiesen a que se presentasen sumisos, como efectivamente lo consiguieron; y en breve tiempo se vieron venir en cuadrillas, ansiosos a porfía de prestar la obediencia al Rey, jurando ser en adelante sus fieles vasallos. Consecuente a las ordenes que tenia el Coronel D. Gabriel de Aviles, se hallaba ya acampado con su columna en las inmediaciones de Orurillo: el que en su transito por Munoa, mando atacar por un destacamento de 90 hombres a un trozo de rebeldes que ocupaba aquellos altos, los que fueron derrotados con perdida de 150 hombres muertos, que ocasionó haber hecho una obstinada resistencia, no obstante que su total no ascendía mas que a 400; y que habiendo sabido el 6 de Mayo se hallaban mas de 100 rebeldes, ocupando unos murallones antiguos de un cerro, llamado Ceasiri, mando asaltarlos y rodearlos: pero a poco rato de un vivísimo fuego de nuestra parte, vieron venir como 500 enemigos, montados y armados con buenas lanzas, que embistieron a los nuestros por tres distintas partes, con la mayor resolución y bizarría; sin embargo de que el cuerpo que atacaba, se componía de 20 fusileros, 80 milicianos y 600 indios de Chincheros, que esperaron oportunamente, y a poco rato lograron la victoria, derrotando a los rebeldes, que dejaron en el campo de batalla mas de 100 muertos, y de nuestra parte solo lo fueron un sargento de caballería y dos indios de Chincheros, quedando heridos el capitán y el teniente de la compañía de Andaguaillas. Reunida esta columna al ejército, continuo la ruta hacía el pueblo de Asilla, que igualmente hallo del todo abandonado y desierto. Solo su cura, D. José Maruri, salio a recibir al Comandante General, sin mas acompañamiento que cuatro criados, y le manifestó que todos los vecinos habían desamparado sus habitaciones así que descubrieron las tropas de la vanguardia: que unos opinaban se presentasen rendidos a implorar el indulto de sus delitos, y otros insistían en que fuesen a incorporarse con los de la provincia de Azangaro, para oponerse al paso de las tropas. Pero poco después se averiguo que las razones de este ec1esiastico eran disimuladas, producidas con la mas inicua malicia, y que era uno de los que habían concurrido mas al fomento de los principales rebeldes, induciendo a los vecinos de su doctrina, para que se alistasen bajo sus banderas: y no contentando se con haber cometido esta maldad, les había auxiliado también con sus caudales y efectos. Bien asegurado el Comandante General de tan inicuo procedimiento, mando secuestrar todos sus papeles, y con ellos se confirmo la perversa conducta que había tenido porque se hallo una seguida y amigable correspondencia con José Gabriel Tupac-Amaru, y también con Diego, que continuaba los injustos designios de su hermano: y hallando confirmados sus atroces delitos por los documentos interceptados, se le mando aprisionar con un par de grillos, y se remitió a la ciudad del Cuzco, para que en vista de todo resolviese el Visitador General, D. José Antonio de Areche, se le formase causa, o le mandase imponer el castigo que considerase justo. Y para escarmiento de aquellos infieles vasallos se dispuso también que D. Gabriel de A viles saliese la misma noche a la cabeza de un destacamento bien reforzado, con la orden de que al amanecer el siguiente di a, se hallase en la falda de una montaña en que se habían situado para rodearla, y tratarlos con todo el rigor de las armas, como efectivamente lo ejecutó, matando mas de 100 Y quitando les muchas mulas, caballos y lanzas, sin haber perdido un hombre de nuestra parte, ni haber sido posible acabar con ellos porque huyeron precipitadamente por caminos tan ásperos y pantanosos, que era inútil seguirlos para alcanzarlos.
Al día inmediato continuo la marcha nuestro ejército, ya poco rato avistó el famoso monte nombrado “Condocuyo” donde el año de 1740 o de 41 hicieron una obstinada defensa los indios de la provincia de Azangaro, contra su corregidor, D. Alfonso Santa amotinados sobre quejas de crecidos repartos que les había hecho a los que, no pudiendo reducir por la fuerza, se vio precisado a cercarlos y rendirlos por hambre.
Estaba este monte coronado de enemigos con banderas, cajas y clarines, cuyo rumor acampanaban de repetidas y desentonadas voces, que formaban un conjunto ruidoso tan grande, que parecía estaba ocupado por 100,000 hombres; repitiendo incesantemente los gritos, todos dirigidos a injuriar e insultar nuestras tropas. Rabia también en la llanura considerable número de rebeldes, que a toda diligencia retiraban a las alturas sus tiendas, muebles y ganados. Los batidores acometieron a todo golpe, contraviniendo a las ordenes con que se hallaban, y lo ejecutaron precipitadamente y con tanta desunión, que los rebeldes cayeron sobre ellos determinadamente, y no pudiéndose defender ni libertar los prisioneros, ocasionaron también la muerte de quince dragones de las tropas de Lima que los seguían, sin que fuese dable evitar este sensible y desgraciado suceso la vanguardia, que a paso largo procuraba acercarse para el efecto.
Próximo ya todo el ejército español al de los insurgentes, y ocupada la falda del citado monte de Condorcuyo, los indios de Anta y Chincheros les gritaban que si bajaban a dar la obediencia a S.M. serian perdonados de buena fe, y se restituirían tranquilamente a sus casas: pero ellos obstinados les respondieron con audacia, que su objeto era dirigirse al Cuzco, para poner en libertad a su idolatrado Inca, y que en este concepto siguiesen su camino si les acomodaba. Se supo después por algunos prisioneros, que mandaba el campo de los rebeldes D. Pedro Vilca-Apasa, comandante nombrado por el caudillo Diego Cristoval Tupac-Amaru, y que tenía en el ejército todos los indios de las provincias de Azangaro y Carabaya.
Bien examinada la situación de los sediciosos, y que era inútil reducirlos por medios suaves, se determino el ataque para el día siguiente, que el Comandante General ordeno, dividiendo su ejército en cuatro columnas, para que, situándose en distintas posiciones, acometiesen a un tiempo la montaña, destinando una de ellas solo con el objeto de girar los enemigos y tomarlos por la espalda, a fin de que batiese y persiguiese a los que fugitivos que escapasen de las tres restantes: la cual se puso en movimiento dos horas antes que las otras, y todas con la prevención de no moverse hasta la señalada para el ataque. Consecuente a estas prevenciones, se coloco cada una en el puesto que tenia señalado, y al disparo de dos tiros de canon empezaron a subir determinadamente, y los rebeldes salieron al encuentro con igual resolución, y en poco rato se hizo general el combate, en que los enemigos hicieron una obstinada resistencia, favorecidos de unos corrales que estaban fortificados desde el año de 1741, y entonces habían puesto en estado de la mejor defensa. Apostados en ellos, lograron rechazar al Teniente Coronel de ejército, D. Manuel Campero, que a la cabeza de una columna de 1,500 hombres los ataco por su izquierda con denuedo y bizarría: pero los enemigos resistieron igualmente, sufriendo un fuego muy vivo de su fusil, porque estaban empeñados en sostener y defender un paso muy preciso por donde había de subir. Nuestras tropas acreditaron este día su tesan y brío, y no poca constancia los rebeldes; hasta que superados por los nuestros, a que contribuyeron también los indios de Anta y Chincheros, fueron desalojados y puestos en fuga, dejando en el campo de batalla mas de 600 cadáveres, sin poderse averiguar el número de heridos que serian muchos, porque sufrieron un excesivo fuego de nuestra parte, hecho casi siempre a distancia de medio tiro de fusil.
Duro la resistencia y lo mas caluroso del combate cerca de dos horas; tuvimos bastantes muertos y heridos, por la constancia con que los rebeldes resistieron los esfuerzos de las tropas del Rey: y para dar una idea del estado en que estaban estos indios, y que dista mucho de la sencillez y pusilanimidad en que los encontraron nuestros primeros conquistadores, referiré dos casos, que no solo acreditan, sino que comprueban la bárbara obstinación que los poseía. Un indio, atravesado con una lanza por el pecho, tuvo la ferocidad de arrancársela con sus propias manos, y después seguir con ella a su enemigo, todo el breve tiempo que le duro el aliento: y otro, a quien de un bote de lanza le sacaron un ojo, persiguió con tanto empeño al que le había herido, que si otro soldado no acaba con el, hubiera logrado quitar la vida a su adversario. Las operaciones de las tropas del virreinato de Buenos Aires nos darán ocasiones de referir otros ejemplares de esta naturaleza, que comprobaran ha sido milagrosa la pacificación de estos reinos, y que la mano poderosa del Dios de los ejercitas quiso conservarlos bajo el suave dominio de nuestro augusto Monarca, D. Carlos III, el cristiano, el justo, el magnánimo y el mas clemente de los Soberanos.
Perdieron este día los rebeldes cuanto tenían en su campamento: se les quitaron muchas mulas, caballos, ganados de todas especies, muebles, efectos, y en particular los víveres, que habían acopiado para algunos meses: huyeron dispersos por todas partes los que escaparon de la acción, y el ejército del Rey, al día se encamino al pueblo de Azangaro, capital de la provincia de este nombre, que también estaba desierto como los demás, y solo se hallo en el al teniente de cura, que informó al General se había visto precisado a consumir las formas consagradas, temiendo las profanasen los sediciosos, pues habían intentado muchas veces quitarle la vida y robar las alhajas de la iglesia. Se mandó acampar a media legua, para ocupar el centro de las columnas de Paruro y Cotabamba, que habían llegado a aquellas inmediaciones dos días antes, y a poco rato se supo por un prisionero, que Diego Cristoval Tupac-Amaru y sus sobrinos se retiraban con las tropas que los seguían, rechazados de la villa de Puno, después de haberla combatido cuatro días consecutivos, y que toda la noche anterior y aquel día, había pasado muy cerca de la columna de Paruro, que solo distaba del cuerpo del ejército como una legua. Mandó inmediatamente el Comandante General fuese a informarse el coronel del regimiento de caballería del Cuzco, Márquez de Rocafuerte, quien a breve rato volvió acampanado de D. Isidro Guiasola, su segundo comandante, que la mandaba desde que fue herido el primero, D. Manuel de Castilla, y ambos le certificaron ser cierto cuanto había declarado el prisionero.
Reconvenido Guisasola por el general de su descuido, en no haber dado parte de una novedad de tanto peso, se disculpo con diferentes excusas insubstanciales, que dieron bastante merito para arrestarle y ponerle en consejo de guerra, como justamente merecía: pues no hay duda fue causa, de que el tirano Diego Cristoval y sus sobrinos lograsen la fuga, que no hubieran conseguido seguramente, si este comandante y las tropas de su columna hubiesen cumplido con la vigilancia y actividad que eran precisas en ocasión tan critica. No dejaran por esto de practicarse algunas diligencias para su captura, porque se supo también por contestes noticias, que los citados rebeldes habían dormido aquella noche en la hacienda de unos de sus confidentes, que solo distaba legua y media del campamento. Salio en su seguimiento a las 11-1/2 de la noche el coronel de dragones, D. Gabriel de Aviles, con un destacamento de 200 hombres, pero fueron inútiles sus diligencias, y retrocedió confirmando habían dormido los rebeldes principales en el mismo paraje indicado, y que sin la menor duda hubieran sido arrestados si los hubiese perseguido la columna de Paruro como debía.
Al amanecer el día inmediato, se puso en marcha el Comandante General, tomando el camino de Putina, con el intento de hacer todo esfuerzo para alcanzar los jefes de la rebelión; pero la misma tarde supo por un prisionero, que seguían otra dirección; y habiendo la también variado al siguiente di a, no consiguió otra cosa que certificarse era inútil seguirlos, porque se retiraban aceleradamente a la provincia de Carabaya, casi abandonados de todos los suyos, y porque escasamente les seguían 100 personas de ambos sexos; pero todavía manifestando, no desistían continuar la rebelión con empeño y constancia, afirmando a los habitantes de los pueblos por donde transitaban, iban a buscar unas columnas de leones, tigres y otras fieras, para que devorasen al ejército español, consiguiendo con estas bárbaras fantasías, que los idiotas de aquellos infelices y desgraciados países les creyeran y prestasen una ciega obediencia. Se supo también al mismo tiempo, por diferentes prisioneros, que contestes hicieron uniformes relaciones al General, que los indios de las provincias de Chucuito, Omasuyos y Pacajes, continuaban el sitio de la villa de Puno, y que la tenían reducida a tales terminas, que estaba muy cerca de rendirse.
Con estas noticias se dispuso, que un destacamento de 1,000 hombres de caballería y 2,000 indios auxiliares de Anta, al cargo del Mayor General del ejército, D. Francisco Cuellar, se pusiese en marcha a dobles jornadas para la provincia de Carabaya, no solo con el objeto de perseguir y procurar arrestar a los traidores, antes que se acogiesen a los Andes, si no también para que castigase a aquellos infames provincianos, que han sido, entre los que nos han aborrecido, los enemigos mas tenaces del nombre español. Las provincias de Paruro y Chumbivilcas, continuaban todavia en sus alborotos. A contenerlos se destacaron D. Manuel Castilla, corregidor de la primera, y D. Francisco Laizequilla, justicia mayor de la segunda, para que se dirigiesen sin perdida de tiempo a pacificarlas con las tropas de ellas mismas, que servían en el ejército: y el Comandante General con el resto de el determino encaminarse a Puno con la mira de libertar aquella villa de los conflictos en que se hallaban, y adquirir seguras noticias del estado de la ciudad de la Paz, los Charcas y demás provincias de la Sierra, cuya suerte ignoraba enteramente, por haber los rebeldes cerrado los pasos y tener interceptada toda comunicación con ellas.
Habiéndose puesto en marcha con este intento, campo aquella noche en acalla, en cuya proximidad se hallo muerto al P. Fray José Acuna, religioso del Orden de Santo Domingo, conventual del Cuzco, y encargado de una de las haciendas que posee esta religión en aquellos territorios.
Al siguiente día continuo el ejército la marcha, y a la media hora se avistó desde una llanura muy dilatada el elevado monte de Puquina Cancari, casi todo de piedra, y tan escarpado que no tiene mas subida que la de una senda tan angosta como difícil. Al aproximarse la vanguardia, un soldado dragan, que se hallaba inmediato al General, le advirtió que en una cañada, situada al frente, reconocía como dos o tres indios: pero creyendo serian algunos vecinos de aquel valle, que ignorando la clemencia con que se les trataba, se habían acogido a aquellas asperezas, temerosos del castigo que merecían, mando que no los incomodasen ni les hiciesen daño alguno, y siguió adelante hasta un “ayillo” que distaba un cuarto de legua: cuyos vecinos, que serian como unos 80 de ambos sexos, salieron a recibir las tropas del Rey, y puestos de rodillas delante del General, pidieron con muchas lagrimas les perdonase sus delitos. Condescendió a sus ruegos, y mandando les presentar todos los costales de papas que tuvieren para abastecer el ejército, que estaba muy escaso de pan, ofreciéndoles se los pagarían de buena fe, a sus justos precios en sus propia presencia. A este tiempo, D. José Maria Acuna, comandante de la columna de Cotabamba, llego a todo galope a dar aviso al General, que se había visto precisado a hacer alto con la retaguardia, cerca del monte por donde acababa de pasar el resto del ejército, porque los indios que estaban en el, habían tenido la osadía de hondear y precipitar galgas a la tropa, no obstante que su número no excedía de 100 personas de ambos sexos.
Con este aviso se destinaron 80 fusileros, para que castigasen aquel atrevimiento, a la verdad no esperado, a vista de todo el ejército, y mandado suspender la marcha, retrocedió el mismo General con el regimiento de caballería del Cuzco, para rodear al monte por su falda, e impedir escapase ninguno de aquellos atrevidos sediciosos. Pero ellos, lejos de intimidarse con la inmediación de las tropas que se dirigían al ataque, se mantuvieron obstinados, sin pensar mas que en morir o defender el puesto, que ocupaban con la mayor intrepidez y osadía, favorecidos de ambas piedras muy altas, que los ponían a cubierto, sin hacer caso de las ofertas del perdón, que les hacía un oficial de las tropas de Cotabamba, a quien con furor respondían, que antes querían morir que ser indultados. Enardecidas las tropas de esta bárbara resolución, los atacaron con el mayor ardor, y ellos fueron cediendo hasta la cresta del monte, donde considerando ya era imposible escapar de las manos de sus contrarios, eligieron muchos el desesperado partido de despenarse, precipitándose desde una altura de mas de 200 varas, para hacerse pedazos antes que rendirse, y los restantes buscaron por asilo los cóncavos de las penas, desde donde hacían los ultimas esfuerzos para la defensa, sin hacer el menor aprecio de las repetidas voces que les gritaban nuestros soldados, ofreciéndoles de nuevo el perdón, compadecidos de la situación en que se hallaban. Pero nada fue bastante a disminuir aquella ferocidad, y fue preciso que algunos de los nuestros con evidente peligro de sus vidas los buscasen, para sacarlos de las profundas cuevas en que se habían metido, donde se dejaron hacer pedazos, antes que entregarse: y hubo rebelde, que ganando el tercio del fusil al soldado que lo perseguía, forcejeo atrevidamente con intención de despenarle, y lo hubiera conseguido por lo escarpado del terreno, si no lo socorriese prontamente un campanero suyo. De este modo siguieron la defensa, hasta que murieron todos los que tuvieron la temeridad de emprenderla: cuyo hecho se hará muy dudoso, a cuantos por las distancia o por el equivocado concepto en que habían tenido hasta ahora a los indios del Pero, no puedan hacer un cabal juicio del valor con que despreciaron sus vidas, por sostener tan terrible sedición.
Se iba ya acercando el ejército a las inmediaciones de la villa de Puno, y para tener noticias positivas de su situación, determino el Comandante General despachar un propio a D. Joaquín Antonio de Orellana, que mandaba en ella, y entre otras prevenciones, le decía, iba a toda diligencia a socorrerle con fuerzas poderosas, y que le adelantase las noticias del estado en que se hallaba el pueblo de Juliaca. Pero en seguida de la marcha entro en el, y no hallo la respuesta, que no recibió hasta por la noche, cuando estaba ya acampado a seis leguas de distancia; donde llego un oficial de la guarnición de aquella villa, con la respuesta de su comandante, en que participaba hallarse sitiado todavía por 12,000 indios, que seguían las banderas de Tupac-Catari, quienes los combatían con el mayor tesan, y que sus tropas se hallaban cansadas por los repetidos asaltos que habían sufrido y rechazado. Que había temido por instantes perecer con todos sus soldados y vecinos, a manos de los sitiadores, porque habían hecho empeño de rendirlos por la fuerza o por el hambre: pero que habían cobrado nuevo aliento, y tenido el mayor consuelo con la noticia de la proximidad de las tropas del Rey; manifestándolo desde luego con la demostración de dar las debidas gracias al Todo Poderoso, por una felicidad que no esperaban, anunciando la a los rebeldes con un repique de campanas y repetidas salvas de la artillería y luminarias. Pero que estos, lejos de sentir aquel accidente, impuestos de la novedad por un indio desertor, habían hecho iguales demostraciones de jubilo, con sus cajas, bocinas y repetidas algazaras, voceando a los sitiados, que el ejército del Rey que acababa de llegar, y venia mandado por el Visitador General de estos reinos, D. José Antonio Areche, iba en su favor a castigarlos, por los muchos indios que habían muerto, y que luego verificarían que José Gabriel Tupac-Amaru había procedido en virtud de orden de S.M., cuyas expresiones eran solo el efecto de la sagaz política con que el caudillo Tupac-Catari y sus capitanes los tenían seducidos y engañados.
Hizo ánimo el General de pasar aquella noche dos leguas de Puno, con el fin de presentarse a su vista al siguiente día muy temprano, y tener el tiempo suficiente para la operación que conviniese practicar, y tomar las disposiciones que fuesen necesarias: pero a las dos de la tarde tuvo aviso que los rebeldes la habían asaltado de nuevo, con intento de pasar a cuchillo a todos sus defensores, antes que recibiese el socorro que esperaba. Acelerase la marcha, y a las 4 de la tarde se hallo el ejército en frente de la villa, y vio el General acreditado cuanto le habían informado. Con la presencia de las tropas del Rey suspendieron los enemigos al momento la acción, retirando se a un monte inmediato, bastante elevado, y el ejército campo en su falda por ser ya tarde, y hallarse los soldados muy fatigados de la marcha, con resolución de atacarlos la mañana siguiente: a cuyo fin se le previno a Orellana, que en el momento que observase empezaba el ataque, hiciese una salida con la guarnición, para cortarles la retirada. Cuando se estaban tomando todas las disposiciones para verificarlo, llego al campamento el corregidor Ore llana, acampanado de muchos oficiales, y llenos de gozo refirieron, que los rebeldes habían desamparado aquella noche su situación, y que según se reconocía, se habían dividido en varios trozos, siguiendo cada uno distinta dirección.
Manifestaron con las mayores demostraciones de alegría su agradecimiento, y aseguraron se habrían retirado y abandonado el pueblo, si el corregidor de Arequipa, Baltasar Semanat, les hubiese dado el auxilio que le habían pedido, para conseguirlo sin el riesgo de ser interceptados. Se presento también el presbítero D. Casimiro Ríos, natural de Puno, que fue preso por los rebeldes en el camino de Arequipa, aprovechando para su fuga la precipitación con que los sediciosos se habían retirado. Este informó, que mandaba el ejército de los rebeldes un indio llamado Andrés Guara, como general de Catari, quien para persuadir a sus súbditos que su fuga no dimanaba de la presencia de las tropas españolas, les hizo creer levantaba el campo por hallarse muy enfermo, con el fin de irse a curar a su patria.
De este modo se libertaron los constantes vecinos defensores de la villa de Puno, que por tanto tiempo habían sufrido un obstinado sitio, rechazando los ataques de los rebeldes de ambos partidos; esto es, de los que hostilizaban por la parte de Chucuito, que obedecían a Julián Apasa, apellidado Tupac-Catari, bajo el titulo de Virrey de Tupac-Amaru; y por la otra de los esfuerzos de los indios de las provincias de Azangaro, Lampa y Carabaya, que bajo las ordenes de diferentes caudillos, y aun de las de Diego Cristoval Tupac-Amaru, procuraron con la mal obstinada constancia rendir aquella villa y sacrificar a su furor las vidas de todos sus habitantes, a cuyo empeño les estimulaba la consideración, de que quitada esta barrera, quedaban enteramente a su disposición todos aquellos dilatados dominios, y que en ellos no estaba ya por el Rey otra ciudad que la de la Paz, que consideraban también en sus manos, siempre que pudiesen reunir las fuerzas y dedicarse a su expugnación con empeño, como lo habían ya principiado: graduando aquella empresa, la única que les faltaba para afianzar su tirano dominio en todas las provincias de la Sierra, como se vera mas adelante, porque ahora se hace preciso retroceder algunos pasos para tomar desde su origen el sitio de Puno, y los motivos que obligaron a su corregidor, D. Antonio de Ore llana, a formar el proyecto de resistir a los rebeldes en aquel pequeño recinto: resolución que justamente merece se traslade a la posteridad, a fin que la constancia, fidelidad y espíritu de este vasallo, y de los demás que le acompañaron, sirvan de estimulo para imitar una acción que es tanto mas admirable, cuanto en el no concurrían ni el menor conocimiento, ni los principios del arte de la guerra.
Divulgado el atroz atentado cometido por José Gabriel Tupac-Amaru con su corregidor, D. Antonio Arriaga, que las provincias de Cailloma y Chumbilvicas desde luego le habían prestado la obediencia, y que intentaba apoderarse de las otras, el de la de Lampa, D. Vicente Ore, deseoso de ahogar en sus principios el violento incendio de rebelión que comenzaba a experimentarse, como mas cercano a la de Tinta, libro los correspondientes exhortos a los corregidores de Azangaro, Carabaya, Puno, Chucuito, Arequipa y la Paz, para que le socorriesen, con el intento de hacer todos los esfuerzos que le fuesen posibles, y desvanecer las ideas del rebelde. Reunidas, pues, la fuerzas en la capital de Lampa, y nombrado por comandante de todas ellas D. Francisco Davila, oficial que había sido de marina, se delibero que D. Antonio de Orellana marchase con su gente al pueblo de Ayabiri, para reforzar aquel importante puesto que se reputaba como frontera: pero a las dos jornadas recibió orden de retroceder, juntamente con 100 hombres mas que conducía a sus ordenes, como efectivamente lo verifico, restituyéndose otra vez a Lampa. Al propio tiempo se libro la misma providencia al Coronel de milicias de Azangaro, y al Teniente Coronel de las de Lampa, que le ocupaban con algunas tropas de sus respectivas provincias: pero estos representaron, exponiendo algunas consideraciones que acreditaban su dictamen de mantenerse en el. Sin embargo de lo expuesto por aquellos oficiales, comprendiendo que era absolutamente necesario reunir las fuerzas en un punto para obrar de concierto, y con el debido conocimiento de ellas, se les repitió la orden para que sin perdida de tiempo practicasen lo que anteriormente se les había mandado pero cuando la recibieron estaba ya tan cerca el enemigo, que no pudieron verificar su retirada sin confusión, cayendo muchos en manos del rebelde, y juntándosele otros, ya fuese con la vil idea de seguir sus infames banderas, o por asegurar sus máximas, fiados en las ofertas que había publicado.
Este suceso consternó no poco los ánimos, y se determino juntar un consejo de guerra, para resolver lo que se había de ejecutar, atendida la situación en que se hallaban, y las ventajas conseguidas por el rebelde en Sangarara y otros parajes, ya que también habían caído en sus manos en Ayabiri, la mayor parle de la pólvora y balas que se habían acopiado para la defensa. El Coronel y Teniente Coronel del regimiento de las milicias de caballería de Lampa hicieron también presente en aquella ocasión, que sus milicianos eran igualmente sospechosos, por el efecto que había causado en sus corazones el artificioso atractivo de las promesas del usurpador; y atendidas todas estas circunstancias, se tomo el partido de retirarse al pueblo de Cavanillas lo que tampoco se practico, a causa que las referidas milicias no quisieron reunirse, ya fuese por los motivos expresados, o porque, poseídas del temor, repugnaron obedecer aquella disposición, y solo la pusieron en práctica las de Paucarcolla y Chucuito, dirigidas por sus corregidores, Orellana y Moya, que llegaron con los de Lampa, Azangaro y Carabaya al pueblo indicado, desde donde salieron los tres ultimas para la ciudad de Arequipa, en solicitud del auxilio que de antemano había pedido Ore, y los dos primeros volvieron a ocupar sus respectivas provincias, con las tropas milicianas de ellas, donde permanecieron algún tiempo con la resolución de defenderse: pero sabiendo que Tupac-Amaru se hallaba en la capital de Lampa, receloso el de Chucuito de los movimientos de sus provincianos, que estaban ya muy inquietos, se retiro a Arequipa, y aun Orellana. Hostigado de los clamores de los vecinos, que deseaban poner a salvo sus vidas y haciendas, se vio precisado a buscar un seguro asilo, a 12 leguas de distancia de aquella villa, y esperar con menos sobresalto el socorro que tenia pedido, acampanado solamente de los pocos que estuvieron enteramente determinados a seguirle, quitando por este medio la ocasión de que aquellas provincias intentasen tal vez redimir sus intereses del indulto que recelaban, con el atentado de arrestar su persona, para entregarla después al caudillo de la rebelión, como lo solicitaba.
Verifico su determinación el 11 de Diciembre de 1780, después de haberse divulgado por cierto, que José Gabriel había pasado por Lampa, y que con su ejército se encaminaba a largas jornadas hacía Puno. Mando antes de ponerla en práctica, juntar todos los vecinos que se quedaban, y animando sus expresiones cuanto pudo, les exhorto con viveza a que conservasen la mayor fidelidad a nuestro legitimo Soberano, y que se precaviesen de la sedición y engaños del tirano: y dejando asegurada las pocas armas que tenia, para que no se apoderase de ellas el enemigo, marcho sin perdida de tiempo hacía la Sierra, donde se mantuvo, hasta que adquirió noticia, de que des pues de cometidos muchos estragos e infamias en la pro vida de Lampa, y dejado secretamente la orden a sus propios provincianos, para que lo prendiesen y se lo entregasen, había retrocedido inopinadamente hacía las provincias del virreinato de Lima, con las tropas que le seguían, reflexionando serian otros graves y semejantes motivos, los que retardaban el socorro que había pedido a los corregidores de la Paz y Arequipa: y para restablecer en la debida obediencia las nueve provincias que habían abrazado el infame partido del rebelde, determino pasar en persona a Arequipa, para acalorar las instancias, a fin de que se le auxiliase como lo había pedido.
Las ordenes superiores de los jefes de aquel virreinato, cuya atención llamaban las operaciones y aprestos que se prevenían en el Cuzco, frustraron la solicitud de Orellana, y D. Baltazar Semanat, corregidor de Arequipa, se negó enteramente a sus instancias y pretensiones. Estas dificultades y embarazos encendieron el corazón de Ore llana, y resuelto a seguir la propia suerte que tuviesen los moradores de la villa de Pune, volvió a ella lleno de constancia, decidido a defenderla hasta el ultimo termino. Llego el 1. deg. de Enero de 1781, siendo el primer corregidor que se restituyo a su provincia, después de haberla desamparado, y sin perdida de tiempo, hecho cargo que las demás estaban acéfalas, advirtió algunas providencias que le parecieron oportunas para la defensa y conservación de sus súbditos, y de si mismo. Se aplicó desde luego a disciplinar sus milicias, adiestrando las en el manejo de las armas de fuego, pensando por entonces únicamente en sostenerse, hasta que pudiese verificar su reunión con el Comandante de la Paz, que debía salir a la cabeza de un cuerpo de tropas, para penetrar en aquellas provincias, y sosegarlas.
Consulto a este Comandante el sueldo diario que debía dar a sus soldados, pero la respuesta no fue decisiva, porque se remitía a la que el aguardaba sobre los puntos que tenia consultados anticipadamente; y en tanto se trataba del meto do que debía seguir, tuvo noticias ciertas de que el rebelde venia ya marchando por la provincia de Lampa. La estrechez del tiempo, y necesidad de obrar en que le puso esta novedad, le hizo concebir que ya le era indispensable juntar y reunir el mayor número de tropas que fuese posible, para esperarle y defender aquella villa, en caso de que intentase atacarla: y poniendo en práctica este designio con la mayor prontitud, echo mano de las cantidades producidas por reales tributos, y señalo un moderado sueldo a sus oficiales y soldados. Despacho nuevo extraordinario al Comandante de la Paz, pidiéndole algún socorro de gente, armas y pertrechos de guerra, con que poder sostener con seguridad su resolución, pero solo consiguió le respondiese, que en atención a que todavía no habían llegado a sus manos las instrucciones que aguardaba, no podía salir de aquella ciudad, ni proporcionarle otra especie de socorro, que el de que se auxiliase de las vecinas provincias, o se retirase del modo mas conveniente, en caso de que sus faenas no fuesen suficientes para mantener la provincia y honor de las armas del Soberano.
Hallábame entonces las provincias inmediatas de Lampa, Azangaro y Carabaya envueltas en dolorosa confusión, por los desordenes, robos y muertes, que cometían en ellas los comisionados de José Gabriel Tupac-Amaru, tratando las con inaudita crueldad, y valiendo s e de cuantos medios les dictaba su tiranía para engrosar su partido, no solo reclutando los indios, sino también recogiendo ganados para su subsistencia, y usurpando los reales tributos, como lo ejecutaba de su orden D. Blas Pacoricona, cacique del pueblo de Calapuja, a fin de reforzar el ejército del tirano que se hallaba sobre la ciudad del Cuzco. Asegurabase también por otra parte, que estos mismos comisionados intentaban atacar la villa de Puno, y seguir a la expugnación de la inmediata ciudad de Chucuito, para apoderarse de mas de 300 quintales de azogue, que había en aquellas cajas reales para el fomento de los minerales inmediatos. Todas estas circunstancias agitaban el corazón de Ore llana, pero al propio tiempo le afirmaban en su determinación, deseoso de evitar tan lamentables y extraordinarios males. Lleno, pues, de estos pensamientos, y de amor y celo por los intereses de S.M., no dudo un instante sacrificarse en su servicio. Con este designio libro las ordenes para que se aprontase toda su gente, incluso alguna de otras provincias, que buscaron su seguridad amparándose en la suya, y pasada la revista se hallo consistían todas sus fuerzas en 130 fusileros, 390 lanceros de a pie, y 140 de a caballo, 84 hombres armados con sables y 80 únicamente con palos y hondas, cuyo total componía el de 824 hombres.
Verificadas estas primeras diligencias, y completo el número de lanzas que había mandado hacer en su misma provincia, como también preparadas las demás cosas que parecían indispensables siguió la prudente conducta de juntar todos aquellos que componían la parte mas principal de las milicias, y a los curas y sacerdotes, a quienes manifestó su pensamiento de salir en busca de los traidores que asolaban las provincias inmediatas y particularmente la de Lampa. Diales noticias de las armas, municiones y tropas milicianas que ya tenia a sus ordenes, represento les los beneficios y ventajas que podían esperarse para el resguardo de aquella provincia, y recuperación de otras, si el Cielo se dignaba bendecir y prosperar sus sanos designios, y concluyo rogando les le diesen su dictamen, y le representasen todos los inconvenientes que considerasen justos, para variarla en caso que fuese preciso. Todos conformes y gustosos adhirieron a sus ideas y aprobaron la determinación que les había manifestado, ofreciendo sacrificar sus vidas en la justa defensa de la patria; por lo que, aprovechando se de la buena disposición en que todos se hallaban de salir a campana, dio las ordenes para la marcha, y a pesar de las incomodidades que ofrecía la estación rigorosa de las aguas, verifico la salida de la villa de Puno, el día 7 de Febrero de 1781, sin detenerse en lo crecido de los ríos, que opusieron no cortas dificultades a su paso el siguiente di a, entre los pueblos de Paucarcolla Caracoto, en cuyo puesto acabo de certificarse era cierto que los comisionado de Tupac-Amaru recorrían las poblaciones, divididos en tres trozos, y que el primero estaba situado en las inmediaciones de Saman, Taraco y Pusi. Desde luego determino dirigirse a sorprenderlo, y siguió, sus marchas hasta el río de Juliaca, que mando vadear por toda la caballería, con ánimo de atacar a los rebeldes improvisamente; pero lo suspendió, por haberle avisado el cura de Taraco, que los indios estaban pasando el río de Saman, que distaba seis leguas. Con este aviso se dirigió a el con 24 fusileros y 60 lanceros: pero cuando llego ya habían pasado precipitadamente con la noticia que adquirieron de que estaba en Juliaca. Sin detenerse un instante mando embarcar los pocos soldados que llevaba, y a las dos de la mañana llego a acabar de pasar aquel río caudaloso, e inmediatamente fue en busca de los enemigos, que favorecidos de la oscuridad de la noche, se habían retirado a mayor distancia. Siguió la marcha a pie como cinco leguas, porque no pudo pasar las mulas y caballos, y de esta conformidad alcanzo un trozo de 52 rebeldes a las 6 de la mañana, a quienes intimo le entregasen al cruel Nicolás Sanca, que con titulo de Coronel de Tupac-Amaru, ocasionaba aquellos alborotos: pero ellos contestaron con oprobios, llamando les alzados y rebeldes, y seguidamente acometieron furiosos: atrevimiento que pagaron, quedando muertos todos los que le emprendieron.
Entre los papeles que se le encontraron, había algunos autos originales yen testimonio, de lo que había librado el traidor Tupac-Amaru, dirigidos a apresurar el alistamiento que necesitaba, en que prevenía se castigase a los párrocos y demás eclesiásticos que se opusiesen a sus ordenes: y se hallo también una carta de un alcalde, que citaba al justicia mayor de la provincia de Azangaro, puesto por el rebelde, para que reunidos en la estancia de Chingara, con Andrés Ingaricona, comisionado asimismo para juntar los indios de los pueblos de Achaya, Nicasio y Calapuja, todos incorporados con el mencionado Nicolás Sanca, acometiesen al cuerpo de tropas de Ore llana, al tiempo de pasar el río de Juliaca: novedad que le hizo retroceder inmediatamente en busca del resto de sus tropas que encontró habían ya pasado el río; y cuidadoso de aquella reunión, se propuso estorbarla a toda costa. Con este designio dirigió su marcha hacía el pueblo de Lampa por Calapuja, obligando le a seguir esta ruta los clamores de una mujer, que le represento las muchas violencias que sufrían en aquel pueblo, por una partida de 300 indios, gobernados por Ingaricona. Pero, por mas diligencias que practico, no pudo por entonces descubrir, ni la situación, ni el paradero de los indios rebeldes, y resolvió pasar la noche en las llanuras de Surpo, en cuyo campamento logro se lo declarase una espía, después de haberle mandado castigar con algunos azotes, el que confeso se hallaban situados en la cima de la montaña, llamada Catacora. Sin esperar mas noticia, se puso en movimiento para buscar al enemigo, y a poco rato descubrió que ocupaba la eminencia, haciendo ostentación de sus banderas, que tremolaban incesantemente: demostración que acampanaban de una continuada y confusa gritería, pero no tardaron en desamparar aquel puesto, para subir a otro mas eminente, donde se hallaba el grueso de sus tropas.
Buscaba en vano Orellana la subida, porque no había vereda ni lado alguno que permitiese el acceso a la parte superior de la montaña en que se habían apostado los enemigos, cuya dificultad se aumentaba con la copiosa lluvia y granizo que experimentaron por algún tiempo. Conocía la dificultad y se mantenía con alguna circunspección, hasta que le fue preciso condescender con las instancias de sus tropas, que pedían con eficacia las guiase al ataque. En efecto, dividió su fusilaría en dos trozos, que marcharon en distintas direcciones, amparándose de los peñascos para acercarse a los rebeldes, con menos riesgo de las piedras que con obstinación arrojaban con las hondas. Los fusileros y algunos pocos soldados armados con sables, trabaron el combate, y peleaban llenos de ardor, avanzando apresuradamente con la mayor bizarría: pero eran pocos para no ser confundidos y derrotados en la eminencia por la multitud que los esperaba. Dejolos Orellana en la acción, y volvió en busca de los demás para persuadirlos, representando les el laudable ejemplo de sus campaneros: esfuerzos que no bastaron a empeñarlos; y receloso de un accidente desgraciado con la proximidad de la noche, mando tocar la retirada, que se efectuó sin mas perdida que la de dos hombres que se despenaron. Tuvo cinco heridos de consideración y otros muchos levemente, y el mismo Orellana recibió un fuerte golpe de piedra, que después de haberle roto la quijada inferior, paso a herirle en el pecho. Los indios tuvieron muchos heridos, 30 muertos, con perdida de algunas cargas de poca consideración, y sin embargo que no fue grande la ventaja que lograron los nuestros este día, aprovecharon los contrarios la oscuridad de la noche para ir en busca del Coronel Sanca, que des pues de haber abandonado y entregado a las llamas el pueblo de Lampa, vino a acampar con su gente a unos cerros eminentes, que distaban solo legua y media del campo de Ore llana.
Con esta noticia juzgo inútil y arriesgado seguir su empeño, y determinó retroceder hasta las Balsas de Juliaca, para atender no solo a los insultos que se intentasen contra su provincia, sino también para mantener en la fidelidad a los indios de aquel pueblo, y a los de Caracoto, Cabana y otros, que se mantenían, aun por el Rey. Durante la marcha tuvo vehementes indicios de la infidelidad del cacique Pacoricona que le seguía, a quien hizo prender y conducir asegurado, y después de haber hecho alto en las cercanías de Chingara, advirtió que por la cumbre de las montañas se descubrían los indios divididos en dos trozos, y que el uno marchaba hacía las Balzas de Juliaca; de que infirió intentaban apoderarse de ellas para cortarle la retirada. A fin de evitarlo se puso en movimiento, deseoso de atraerlos a un encuentro si intentaban oponerse, y se acerco al pueblo de Coata, donde podía hallar el número de balsas que fuese necesario para pasar sus tropas: y haciendo inclinar parte de ellas al paraje por donde bajaban los indios, retrocedieron a la eminencia, desde donde el caudillo que los gobernaba pregunto la razón porque se conducía preso al cacique Pacoricona, siendo inocente: y seguidamente intimo se le pusiese en libertad, y se le entregase la persona de Orellana, porque de lo contrario experimentarían irremediablemente su ruina. Pagaron, unos pocos que dejaron el asilo de la eminencia, el atrevimiento de su capitán, y en seguimiento de la idea propuesta, se continuo la marcha para campar en la llanura de Ayaguacas, donde pasaron la noche sobre las armas, por el cuidado que daba la inmediación del enemigo.
El cacique de Caracato, impulsado de su fidelidad, manifestó la orden que había recibido del indio, Coronel Sanca, para alistar la gente de su pueblo y cortar las citadas Balsas de Juliaca y Suches, cuyo cumplimiento se encargaba bajo graves penas en nombre del Inca, Rey y Señor del Perú; de que recelo Orellana que el pensamiento del rebelde no era otro que dejarle cortado, y atacar la villa de Puno y Chucuito, para poder pasar mas libremente por Pacajes a la ciudad de la Paz razón porque adelanto su marcha hasta las cercanías de Coata, campando en las orillas del río. Y sin perder instante expidió las ordenes para que condujesen 25 balsas del pueblo de Capachica, y se mantuvo un día en este puesto, así para dar descanso a sus tropas, como para conocer el estado de las armas: diligencia oportuna, porque al siguiente día un indio de aquella inmediaciones aviso que los enemigos venían marchando, dispuestos para al ataque; como efectivamente se verificó, y al medio día habían ya bajado de las montañas, y se adelantaban con ademán de acometer el campo que ocupaban nuestras tropas. Era ventajoso, porque su izquierda estaba apoyada sobre el río caudaloso de Coata; su derecha cubierta de una laguna, y por la espalda no permitía sino un estrecho paso la península que forman las aguas, en cuya entrada se colocaron 25 hombres de a caballo para mayor seguridad de la mulada y ganado que estaban como encerradas en su recinto.
Reconocieron los comandantes de los rebeldes, Ingaricona y Sanca, tan ventajosa situación, y se suscitó entre ellos la disputa sobre si convendría o no emprender el ataque: resistialo el segundo contra los deseos y esfuerzos del primero, que quería obstinadamente se acometiese, considerando el poco número que se le oponía, que aun creyeron menor de lo que realmente era, por haber mandado a la infantería se sentase para esperar el momento del combate: disposición que certifico al enemigo en su opinión, y se persuadió que los bultos que se divisaban eran las cargas de equipaje, colocadas de aquel modo para que sirviesen de resguardo al impulso de las piedras de sus hondas. Preocupados del engaño y del dictamen de Ingaricona, apoyado por el de un cacique de la provincia de Carabaya, que se les había incorporado en el acto de la disputa, resolvieron atacar contando con la victoria, y apoderarse de las armas y municiones para remitirlas a Tupac-Amaru. Con este intento se fueron acercando, y cuando estaban inmediatos, se les hicieron algunas proposiciones pacificas por el teniente de cura de Nicasio, y el ec1esiastico D. Manuel Salazar, quienes los persuadan a que rendidas las armas, aprovechasen el indulto y perdón general, que a nombre de S.M. se había publicado: pero ellos respondieron osadamente, por medio de un indio, que no lo necesitaban, ni menos reconocían ya por su Soberano al Rey de España, sino únicamente a su Inca, Tupac-Amaru, y desde luego empezaron a hacer algunos movimientos, y a las cuatro de la tarde se avanzaban con gran prisa para atacar. Formaban un semicírculo, cuyo costado derecho gobernaba Ingaricona, el izquierdo Sanca, y el centro el cacique de Carabaya, que termino la disputa a favor del primero: pero los que venían a las ordenes de Sanca entraban tibios y con grande repugnancia en el combate; efectos sin duda, de la oposición que había manifestado su capitán.
Empezaron el ataque por los 25 hombres de a acaballo que guardaban el paso que cubría la retaguardia, y era entrada del puesto donde estaba el ganado y la mulada de que intentaron desde luego apoderarse, reforzando los ataques y los esfuerzos: de modo, que fue preciso también doblar la resistencia, reforzando aquel puesto con otros 25 hombres. En esta situación estaba casi rodeada la gente de Orellana, y considerando era ya tiempo de atacar a los contrarios, se formo en batalla, colocando la fusilería en el centro. Las lanzas, sables y palos, divididos por mitad a los costados, sostenidos por la poca caballería que le había quedado, y mandando dar un cuarto de conversión por mitad a derecha e izquierda, acometió a un tiempo a los indios de Ingaricona y Sanca, que se sostuvieron por algún rato con tesan, peleando valerosamente, hasta que los de Sanca cedieron, después de haber perdido algunos hombres, y emprendieron una fuga precipitada, arrojándose a un estero profundo, donde se ahogaron algunos, y los demás siguieron la retirada con el mayor desorden, hasta ampararse de las montañas inmediatas. Este accidente dio lugar a que la tropa que cargaba aquel rebelde le dejase en su vergonzosa fuga, y revolviese sobre el centro y derecha de los enemigos, mandados por Ingaricona, que peleaban con la mayor obstinación, para dejar airosa la opinión que había sostenido su jefe. Pero, obligados del esfuerzo del trozo vencedor que los cargo impetuosamente, tuvieron que ceder al orden y constancia de las tropas de Ore llana, que empeñadas en la acción, mataban cuantos rebeldes se les oponían, hasta que amedrentados por el continuado fuego del fusil, se pusieron en desordenada fuga. La victoria fue completa, y se siguió el alcance hasta los cerros y collados, en que procuraban ampararse los contrarios para salvar sus vidas: pero la muerte y el horror los siguió por todas partes, y dejaron en el campo mas de 400 cadáveres. Cuidaba el celo del licenciado Salazar de exhortar a los moribundos, persuadiendo los a que en su última agonía invocasen los dulces nombres de Jesús y de Maria, pero tuvo que lamentarse mucho su caridad a vista de la pertinacia con que espiraban. Duro la acción dos horas y media, y conseguido el triunfo, se celebro con repetidas aclamaciones de viva el Rey, y añadiéndose el consuelo, de que ninguno de los nuestros hubiese perecido, cuyo particular beneficio se atribuyó justamente a la Reina Purísima de la Concepción, cuya efigie iba colocada en la principal bandera, y en los corazones de los soldados, que devotos y confiados, imploraban su auxilio para el vencimiento; porque las fuerzas de los rebeldes ascendían a 5,000 combatientes, sin contar un crecido número de mujeres, que obstinadas los seguían, y no les eran inútiles, porque conducían sin cesar piedras a los hombres, para que no les faltasen en el acto del combate. Pagaron algunas con la vida su ferocidad, por mas que procuraba impedirlo el Comandante, persuadiendo a sus soldados no empleasen el valor en objeto tan débil: pero rara vez puede contenerse el furor de la milicia, empeñada en seguimiento del enemigo.
Se revistaron al día siguiente las armas, y se hallaron algunas rotas, y muchas torcidas, por haber usado los indios la precaución de cubrirse con unos cueros muy gruesos y duros, para resistir los golpes de los sables y lanzas; y habiéndose explorado la campana por algunas partidas, no vio rebelde alguno en todas las inmediaciones, de que se infirió habían caminado toda la noche en retirada, como en efecto, se supo poco después, estaban en las montañas de la estancia de Chingara. Paso Orellana el río con estas noticias, con intención de cortar a los que se hubiesen dirigido por Juliaca; pero no encontró ninguno que se lo opusiese, antes bien, los indios del pueblo de Guaca y sus inmediaciones, escarmentados o temerosos por la función antecedente, se presentaron pidiendo con humildad el perdón e indulto general de sus vidas y haciendan, que se les concedió desde luego, sin inferirles perjuicio alguno, y continuando sus marchas hasta Puno, entro felizmente en esta villa, después de haberse mantenido en la campana doce días, y desde luego se repitieron a la Soberana Emperatriz de los cielos solemnes gracias, por la cuidadosa protección que se digno dispensar a las armas de S.M., como que se reconocía por primera causa de aquellas felicidades.
Resentidos los indios de las ventajas conseguidas por los que seguían las reales banderas, y en continuación de sus ideas sediciosas, no omitían diligencia para reunir cuantas fuerzas les eran posibles, con intento de atacar la villa de Puno, y quitado este estorbo, llevar sus invasiones libremente a las demás provincias, y llegar hasta Oruro, que ya se había declarado abiertamente por el rebelde. Observaba Orellana cuidadosamente sus movimientos, y certificado que no podía resistir al enemigo en la campana, determino defenderse dentro de la villa, y esperar en ella al enemigo. Para este logro, mando sin perdida de tiempo abrir fosos, levantar trincheras en los puestos mas necesarios, abasteciose de las municiones de guerra y boca, que permitía la escasez en que se hallaba, y considerando se todavía muy inferior a los esfuerzos de los rebeldes, reunió las fuerzas que tenia el Gobernador de Chucuito, D. Ramón de Moya, quien se había restituido por este tiempo a su provincia, para obrar de concierto, ofensiva y defensivamente.
Verificado este intento, aun se hallo no eran bastantes para resistir al enemigo, y se determinó pedir refuerzos al Comandante y Junta de Real Hacienda de la ciudad de la Paz, pero solo se logro la remesa de 10,000 pesos; porque el socorro de tropas fue derrotado en la marcha, por los indios de Omasuyos y Larecaja. Confirmabanse de día en día las noticias, de que un ejército de los rebeldes, compuesto de 18,000 indios y engrosado por varias partidas de Atuncolla, Vilque y Totorani, se hallaba ya en el pueblo de Juliaca, distante solo nueve leguas de Puno, a las ordenes del mestizo teniente general, nombrado por el rebelde, Ramón Ponce, y los coroneles, Pedro Bargas y Andrés Ingaricona, quienes dejaban derramada por todas partes la sangre española, sin distinción de sexos ni edades, pues a cuantos animaba alguna parte de ellas eran victimas de su crueldad y furor. En efecto el día 10 de Marzo de 1730, a las 11 de la mañana, se presentaron en las alturas inmediatas a Puno con grande vocerío y estrépito de tambores y clarines, que alternaban con salvas de fusilería, para autorizar las nuevas banderas que tremolaban, en tanto se iba extendiendo aquella multitud por los montes, que circundaban la población, de modo que ocupaban una extensión de tres leguas.
Se había cubierto anticipadamente con los indios fieles que se distinguen por Manazas, a las ordenes de su cacique D. Anselmo Bastirra, el cerro elevado, que vulgarmente se llama _del Azogue _. Incomodaba mucho a los enemigos la posesión de este sitio, y le atacaron inmediatamente con tal ímpetu, que a poco rato fue preciso acudir con el socorro que pedían los defensores, mandando marchar las cuatro compañías de caballería, con orden de hacer solo el ademán de querer subir hasta la cumbre, por si los rebeldes, al advertir este movimiento, acudían a defenderse, y desistían del ataque. Y sin duda se hubiera logrado el intento, si la tropa se hubiese sujetado a la obediencia: pero lejos de esto, repecho hacía la cumbre inmediata, y trabo combate con los enemigos, que por instantes aumentaban el número, y de esta suerte se acaloro tanto la acción, que los mismos que iban al socorro de los otros le pidieron a poco rato. Se hacía sensible este accidente por la falta que podía hacer para la defensa del pueblo: pero sin embargo se envió una compañía de fusileros con el capitán D. Santiago Vial, únicamente para sostener la retirada de la caballería, la que se consiguió felizmente, cubriendo esta operación con el fuego del fusil, de cuyas resultas tuvieron los contrarios 30 muertos y muchos heridos, y de los nuestros solo lo fueron levemente D. José Antonio Castilla, cacique de Pomata, y un soldado de su compañía.
Mantuvieronse los rebeldes sin hacer movimiento lo poco que quedaba de aquel día y toda la noche siguiente, poro fue insufrible su algazara.
Por nuestra parte se doblaron las guardias y centinelas, se nombraron piquetes de caballería y algunos lanceros a pie, para que se mantuviesen en continua vigilancia al rededor de la villa, así para evitar algún incendio, como para que con la mayor precaución y silencio se adelantasen cuanto les fuese posible a observar los movimientos del enemigo, tomando después cuantas providencias eran necesarias para no ser sorprendidos. A cuyo tiempo rompieron el ataque del Cerro del Azogue, y reconociendo era muy dificultoso defenderle, se mando abandonar, e inmediatamente le ocupo el enemigo, que parece no esperaba mas que posesionarse de el para comenzar el ataque del pueblo, porque a las diez de la mañana del día siguiente se puso en movimiento con ademán de bajar de las eminencias, haciendo jactanciosa ostentación de su multitud, con extenderse por las faldas de los montes que se presentaban a la vista. Adelantaronse algunos a prender fuego a los ranchos que estaban poco distantes de la población, abrigados y sostenidos de algunos fusiles que disparaban contra la guarnición, y ofendían hasta la plaza mayor; pero se evito, colocando en una de las torres de la matriz seis fusileros para que hiciesen fuego sobre ellos, y destacando hacía el puesto de Orcopata un piquete de los mismos con una compañía de caballería, que no solo lograron ahuyentarlos, sino también embarazar cortasen el camino real de Chucuito, como lo intentaban.
A vista de estos sucesos, se adelantaron los indios con todo su grueso, hasta las faldas y pie de la montaña de Queroni; de suerte que no dejaron libre a la villa otro frente que el que descubre la laguna por la parte superior inmediata al Cerro del Azogue. Incendiaron algunos ranchos, poco distantes de la iglesia de San Juan, se apoderaron del arrabal de Guansapata, rechazaron a los indios fieles Manazas que lo defendían, y finalmente pusieron una de sus banderas sobre un peñasco muy inmediato a la población, en cuya mayor altura había una cruz. En esta critica situación, se mando a los tenientes de fusileros de las milicias de Puno, D. Martín Sea y D. Evaristo Franco, que con sus respectivos piquetes acometiesen bruscamente a los enemigos en el paraje donde habían colocado la bandera, lo que ejecutaron con mucho riesgo; pero ayudados del vivo fuego que les hicieron, lograron rechazarlos en breve rato de aquel puesto: y para que los nuestros le mantuviesen contra los nuevos refuerzos y socorros que les oponían los contrarios, fue preciso destacar al capitán D. Santiago Vial, con otro piquete de fusileros, a fin de que los reforzase; con lo cual no solo contuvieron a los indios, sino que los apartaron a una considerable distancia, quedando dueños de una situación tan importante. Lograse el mismo objeto por la parte del Cerro de San José, donde también fueron rechazados los rebeldes por el alférez D. Juan Cáceres, que los acometió con la compañía de caballería de Pomata, otra de ronderos de Chucuito, y abrigado del fuego de los fusileros, apostados en la torre de la iglesia. Las compañías de caballería de Puno, y la de Tiquillaca, mandadas por D. Andrés Calisaya, cacique de este segundo pueblo, con otras de las de Chucuito, se opusieron a los que intentaban atacar por la parte del Cerro de Queroni, pero nunca trabaron el combate, porque acometidos huían hasta las faldas de la montaña, y bajaban cuando los nuestros se retiraban. Por lo que se dispuso que el capitán D. Juan Asencio Monasterio, con el ayudante D. Francisco del Castillo, y algunos otros oficiales de otras provincias, incorporadas con la compañía de fusileros, avanzasen apoyados de la caballería, como lo ejecutaron felizmente, haciendo retroceder al enemigo hasta las montañas, de cuyas resultas quedo el pueblo libre por todas partes. Duro la función hasta las seis de la tarde: en ella acometieron los enemigos repetidas veces con todas sus fuerzas, que como queda dicho pasaban de 18,000 combatientes, y las nuestras solo llegaban a 1,400. El número fijo de los muertos que tuvieron, no se pudo indagar, porque cuidaban de retirarlos prontamente: pero atendiendo al vivo y continuado fuego que sufrieron, se puede creer fueron muchos, y mayor número el de los heridos. De los nuestros salio herido el Gobernador de Chucuito de un bala de fusil, que le atravesó el muslo izquierdo, y el mismo Ore llana se disloco un pie de una caída de caballo, cuya incomodidad reparo brevemente, y continuo la acciono Otros oficiales y soldados fueron también heridos, y algunos de ellos peligrosamente, pero se terminaron con felicidad las resultas de sus heridas.
Por la noche se doblaron los cuidados y precauciones de seguridad para evitar una sorpresa; pero los rebeldes abandonaron el sitio y dejaron solo un trozo que disimulase su retirada: para cohonestar mejor su verdadera intención, los que se mantenían a la vista usaron la cautela de hacer algunas proposiciones a los ec1esiasticos que se pusieron a su inmediación para parlamentarlos, pidiendo les de nuevo se le entregase la persona del corregidor Orellana, y se publicase el bando que remitieron, mandado observar por el traidor José Gabriel Tupac-Amaru, entreteniendo parte de la mañana siguiente con estas y otras estratagemas, algo mas sutiles y advertidas, que lo que regularmente se cree de una nación reputada por humilde y poco instruida, hasta que desaparecieron todos en busca de los primeros que desistieron del empeño. Reconociose entonces era cierta su entera retirada, y no dudando irían en mucho desorden, se dispuso quedasen en la villa las compañías que se estimaron necesarias para su resguardo, y el resto de las tropas salio en su alcance, a las ordenes del Coronel de milicias de Chucuito, D. Nicolás de Mendiolaza, para que les picase la retaguardia, con la prevención de no empeñarse demasiado con los enemigos. Logro alcanzarlos a legua y media de distancia, en una montaña no muy elevada, a la izquierda del camino real del Cuzco. Al instante que estuvieron inmediatos, los primeros se apearon, y sin esperar se les uniesen los demás, principiaron el fuego contra algunos indios, que separados del grueso de su ejército ocupaban y defendían una corta eminencia de piedra, de donde fueron rechazados al instante, y pasaron a reunirse con los demás, en lo mas alto del cerro, que era donde tenían sus cargas. Allí se renovó el combate, con increíble obstinación y bizarría de una y otra parte, porque separados los fusileros, según creían mas convenientes para divertir a los contrarios, causaban mucho estrago en ellos, que también se defendían con denuedo y constancia. No obstante pudo haberse logrado una acción gloriosa, si las compañías de caballería hubieran imitado a los pocos de la vanguardia que peleaban con intrepidez y arrojo: pero a pesar de la celosa actividad con que procuro llevarlas al combate su Comandante Mendiolaza, no pudo reducirlas con la persuasión ni el ejemplo que les dio, poniéndose a la cabeza de ellas, haciendo fuego el mismo a los enemigos, en medio de un torbellino de piedras, que le arrojaban con sus hondas desde muy corta distancia: y viendo que nada bastaba, desistió del intento que se había propuesto, de mantenerse en aquel sitio hasta el día siguiente, para continuar el ataque, y mando tocar la llamada para retirarse a Puno, como lo efectuó. Pero la misma inobediencia de las tropas causo el desorden, y que pereciesen en la función y retirada seis de los nuestros: bien que los enemigos compraron a mucho precio esta ventaja, porque tuvieron mayor número de muertos y heridos, por haber sufrido mas de dos horas un fuego muy vivo que les hizo la fusilería.
Aunque se logro rechazar a los rebeldes en Puno, la confianza que fundaron en la inutilidad con que se dirigían contra aquella villa los indios de los pueblos por donde transitaron, ocasionó gravísimas desgracias. En el pueblo de Coata exterminaron el propio día a todos los españoles y mestizos que pudieron haber a las manos, y lo propio aconteció en el de Capachica. Por otra parte, los pueblos de Yunguyo, Desaguadero y Cepita de la provincia de Chucuito, se declararon por el partido de rebelión y se unieron a los de la provincia de Pacajes, impidiendo pasase un extraordinario, despachado por Orellana al Comandante de la Paz, en que le pedía nombrase un sujeto capaz de mantener y defender aquel puesto que ya consideraba preciso, en atención a que de resultas de la caída del caballo estaba imposibilitado de continuar tan importante objeto: yen consideración a que había sido infructuosa aquella diligencia, no pensó en otra cosa que en prevenirse para hacer menores los danos que esperaba, y resistir las invasiones que repitiesen los insurgentes. Asimismo el Gobernador de Chucuito, luego que supo la alteración de los primeros pueblos de su provincia, solicitaba los medios de sosegarla, y habiendo se tratado en junta, de guerra los que parecían mas oportuno, se propuso remitir gente armada para contener aquellos movimientos, a que no asintió Orellana por la consideración de que, siendo dimanados de la misma causa que los demás, era indispensable que toda la provincia se conmoviese, y por consiguiente quedase encerrado el destacamento en el centro de ella: como efectivamente le sucedió al que, por orden particular de su Gobernador, se despacho a las del cacique de Pomata, D. José Toribio Castilla, que fue sacrificado con 25 hombres que le acampanaban en su mismo pueblo; ocasión que aprovecharon los vecinos para declararse a cara descubierta por el rebelde.
Con la noticia de este segundo desgraciado suceso, determino el mismo corregidor enviar todas las milicias de su provincia, que marcharon bajo la conducta del capitán D. Santiago Vial, y al llegar a Juli reconoció el sangriento estrago de todos los vecinos de aquel pueblo, que pasaban por españoles, cuyos bienes habían saqueado, sin librarse el sagrado de los templos del furor y la profanación, tomando después los rebeldes por asilo las cumbres de las montañas inmediatas. Al entrar los nuestros en la población, encontraron las plazas y calles inundadas de sangre, y arrojados los cadáveres por todas partes, sin hallar quien les diese razón alguna de aquel funesto espectáculo: hasta que el ruido de algunos fusilazos que dispararon a los indios que descendían a las faldas de unos cerros para incomodarlos, hicieron salir a los curas y algunos mas que pudieron escapar, metidos en los lugares mas ocultos; y asegurado el capitán Vial de que no quedaban otros escondidos, recogió su gente y salio de nuevo a la campana con todos los que habían tenido la felicidad de libertarse de la cuidadosa solicitud de los indios, y continuo retrocediendo hasta las cercanías de Ylabe, desde donde participo cuanto le había ocurrido, y en su consecuencia se determino en junta de guerra que siguiese su retirada: pero el no obedeció, hasta que le obligaron los muchos indios del pueblo de Acora, que improvisamente se declararon por el usurpador, cuya novedad preciso a Orellana a que acudiese con un cuerpo de tropas de su mando, solo para sostenerle la retirada, porque las justas atenciones de su capital no le permitían otra cosa, ni menos estar ausente de ella por mucho tiempo.
Poco después de su llegada, recibió la noticia que los indios rebeldes se hallaban sobre Puno: la comunicaba el Gobernador de Chucuito, Moya, y le llamaba, advirtiendo le aprovechase los instantes para socorrerle. Levantó su campo y se puso en marcha a las doce de la noche, dejando dispuesto le siguiesen, como único medio en aquellas criticas circunstancias, lo que efectivamente ejecutaron la mañana inmediata hasta Chucuito, escoltando al vecindario de Acora, y los que habían escapado de Juli e Ylabe, de cuyas poblaciones se apoderaron al instante los rebeldes, y entregaron a las llamas la cárcel, la horca y algunas casas particulares, saqueando en las iglesias los muebles de los que procuraron salvarlos a la sagrada sombra de su respeto. Por la parte de Azangaro fueron mas felices nuestras armas, pues un corto destacamento, despachado por Orellana a las ordenes de D. Andrés Calisaya, cacique del pueblo de Tiquillaca, logro no solo socorrer al de Capachica sino también cubrir los de Pusi, Saman, Taraco y Caminaca, que infestaban los rebeldes, escarmentados con muerte de algunos, y quitándoles el ganado que llevaban. Así también D. Melchor Frias y Castellanos, a la cabeza de los indios fieles de los pueblos de Manaza, Vilque, Cavana, y Cavanilla, que se habían presentado ofreciendo sus personas en servicio del Rey, recorrió el camino real de Arequipa, y logro derrotar una partida de ladrones, mandados por un indio llamado Juan Mamani, que lo tenían interceptado, quitando le la vida a el y a muchos de los suyos, después de una obstinada resistencia; de cuyas resultas quedaron libres 20 mujeres españolas que estaban prisioneras, y los indios fieles se apoderaron de un considerable despojo, procedente de lo mucho que habían robado de los pueblos y caminos.
Retiradas como queda expuesto las milicias de Chucuito hasta su capital, el capitán D. Santiago Vial, consulto a la Junta de Guerra, establecida en Puno, si debería seguir su retirada, hasta incorporarse en aquella villa con las demás tropas, mantenerse en defensa de la ciudad, en caso de ser atacados por los enemigos, que desde el Desaguadero y Cepita, continuaban la conquista de toda la provincia, y para este caso pedía se le socorriese con municiones de guerra. Respondió la Junta, que se le franquearían, no solo las municiones, sino también que se le reforzaría con la gente que se considerase necesaria, luego que informase el número de enemigos que le amenazaba; pero al mismo tiempo escribió privadamente el Gobernador Moya al comandante, que procurase retirarse con toda la tropa: disposiciones que hacen descubrir alguna animosidad entre estos dos corregidores, desgracia que regularmente se experimenta, cuando muchos tienen parte en las operaciones militares, pues cada uno quiere para si una gloria, que es envidiada aun de los que no son capaces de adquirirla, y de que se han seguido muchas desgracias difíciles de reparar después, como aconteció en esta ocasión; porque en tanto se resolvía, determino la guarnición de Chucuito atacar una partida de indios que se le acercaba. Saliole al encuentro, y trabo el combate en la cumbre y faldas de una montaña de mucha aspereza y difícil subida, a distancia de media legua de la ciudad, donde no basto el valor con que atacaron al enemigo para conseguir ventaja conocida, y volviendo a salir a su encuentro la mañana del día siguiente, ya le hallaron mejorado de situación; pero sin embargo pelearon largo rato sin fruto alguno.
Por la tarde reconocieron los enemigos el poco daño que recibían de un pedrero, con que se procuraba ofenderlos, y determinaron apoderarse de el: como en efecto lo consiguieron, atacando improvisamente y con precipitación a los que le defendían, quienes se pusieron en vergonzosa y precipitada fuga, de que se siguió un total desorden en los demás. No malograron los indios esta ocasión favorable que se les presentaba, y cargando de nuevo con el todo a los fugitivos, los siguieron hasta encerrarlos en la ciudad, en cuyo alcance perdieron la vida muchos de los nuestros. Los indios no se atrevieron a penetrar hasta dentro de la población, y se retiraron a las faldas de los cerros que la dominan, después de haber incendiado unos pocos ranchos de los alrededores, satisfechos de las ventajas que habían conseguido: pero la confusión extremada en que quedaron aquellos milicianos, ocasionó una total falta de obediencia, y sin reparar el peligro a que se exponían, huyeron dispersos y desordenados a Puno, donde llegaron muchos la misma noche, refiriendo aquel suceso con tristes lamentos y grandes exageraciones del número de enemigos que hacían subir a lo inmenso. Difundiose la novedad al instante en toda la villa, y consternó de tal suerte los ánimas, que Orellana llego a recelar intentasen abandonarlo sus tropas: de modo que se vio precisado a tomar las mayores precauciones para evitarlo, y a la mañana siguiente; aunque por la parte de Lampa no faltaban justos recelos de nuevo ataque, hizo marchar a Chucuito tres compañías de caballería, con el fin de indagar la situación de los indios, y que penetrasen hasta la misma ciudad, si se hallaba desembarazado el camino, pero con la orden de no empeñarse en función alguna, sino que únicamente apoyasen la retirada de los oficiales y soldados que habían quedado, y también que recogiesen los miserables españoles de aquel vecindario, y procurasen libertarlos del furor de los indios rebeldes.
Dejaron pasar los enemigos este destacamento hasta la misma ciudad, pero fue con cautela, porque inmediatamente ocuparon un desfiladero inevitable, para hacer mas difícil su retirada, lo que advertido por el Comandante, al tiempo que estaba reuniendo a todos los que habían quedado en Chucuito, le fue preciso retroceder con aceleración, y sin embargo se vio obligado a abrirse el paso a viva fuerza: en cuya acción perdió algunos soldados, sin poder evitar el estrago que los rebeldes hicieron en los que procuraban salvarse al abrigo de este socorro, en cuya ocasión perdió también la vida el cura de la iglesia de Santa Cruz de Juli, que pudo evitar el primer riesgo de perderla, en la conmoción de su pueblo. Los primeros que llegaron a Puno refirieron el conflicto en que suponían a Chucuito, con cuya noticia mando Ore llana se aprontase toda la fusilería, determinado ir en persona a socorrerla, y ya en el acto de emprender la marcha, llegaron otros que variaron mucho las circunstancias, asegurando se había librado la mayor parte de las gentes, y que venían un poco mas atrás incorporados con las tres compañías de caballería, y que asimismo era inútil ir en busca de los que no habían podido pasar el desfiladero en que estaban apostados los rebeldes, porque habían perecido ya indefectiblemente. Razones que le hicieron suspender la salida, y muy en breve le dieron motivo para el mas justo sentimiento, porque reconoció el engaño y la falta de muchos sujetos de estimación, particularmente la de D. Nicolás de Mendiolaza y otras personas, que le obligaron de nuevo a mandar se llevasen balsas para la laguna hasta las orillas inmediatas a Chucuito, para libertar a algunos que se habían ocultado entre la paja, llamada “totora” de que abunda.
Luego que salieron de la ciudad las tres citadas compañías de caballería, entraron los indios rebeldes sin la menor resistencia, y ejecutaron las mas atroces crueldades. Mataron más de 400 españoles y mestizos de uno y otro sexo, sin reservar las criaturas de pecho. Dentro de la casa del cura, de la iglesia mayor que buscaban por asilo, pasaron a cuchillo a muchos infelices. Con sacrílega osadía profanaron los templos, sin que la veneración y el respeto debido sirviese de escudo a los que se habían ocultado en ellos, porque extrayendo lo s a las puertas de la iglesia, les quitaban las vidas en los umbrales de la casa del Señor. El mismo Orellana determino pasar al tercer día con sus tropas a impedir en parte, si le era posible, tantos horrores; pero volvió penetrado de dolor a vista del lastimoso espectáculo que hallo por calles y plazas, y de la funesta idea que presentaba toda la población reducida a cenizas: y solo tuvo ocasión de reconocer el acierto con que el celo de D. Pedro Claveran había trasladado días antes a Puno mas de 240 quintales de azogue y papeles importantes de S.M., que se hallaban en las reales cajas, que también se envolvieron en el incendio general del pueblo. No había en el otros españoles que los dos curas y algunos pocos ec1esiasticos, que también aguardaban aquel día la muerte, intimada por el inhumano caudillo de los rebeldes, si no declaraban el paraje en que suponían ocultos los caudales de S.M., cuyo peligro evitaron con la llegada de Orellana, a quien expresaron con lagrimas los sentimientos de su corazón: y seguidamente se pensó en regresar a Puno, en cuyo transito cargaron los enemigos a los desfiladeros, con intento de cortar la marcha, como lo habían logrado anteriormente: pero se les frustro el designio con haber apostado algunos piquetes de fusileros, que los contuvieron con la perdida de tres o cuatro de los mas atrevidos.
Al propio tiempo o con poca diferencia, los indios de la parte de Azangaro, doblando sus esfuerzos, volvieron sobre el pueblo de Capachica, cuyos indios fieles con algunos mestizos los habían rechazado a los principios: pero al fin cedieron a la multitud, que apoderada de la población, uso las mismas crueldades que en las demás, pasando a cuchillo a todos los españoles y gente blanca, que pudieron haber a las manos. De manera que, ya no quedaban en las inmediaciones de Puno otras personas españolas que las que con tiempo procuraron ampararse a la sombra de las trincheras de aquella villa, que formaba como una pequeña isla de fidelidad en medio de un mar de rebelión que la circundaba por todas partes. Los indios rebeldes del Desaguadero, Omasuyos y Pacajes, desembarazados del cuidado que les daba la provincia de Chucuito, con la total ruina de su capital, se prevenían para atacar a Puno, de concierto con los que ocupaban las provincias de Lampa y Azangaro. Esta situación a la verdad arriesgada, le obligo a Orellana a pedir algún socorro al capitán de granaderos del regimiento de infantería veterana de Lima, D. Ramón de Arias, y al coronel de milicias, D. José Moscoso, que con un destacamento de 500 hombres habían salido de Arequipa, y se hallaban a solas nueve leguas de distancia: pero únicamente le contestaron que no tenían ordenes de sus jefes para franqueárselo, ni menos quisieron remitirle las municiones y víveres que solicitó comprarles, en el caso de que retrocediesen prontamente; como lo ejecutaron, dejando a Ore llana en el centro de aquellas provincias sublevadas, sin mas recursos que los que tenia dentro el corto recinto que ocupaba, donde quedo solo, porque el Gobernador Moya se vio precisado a pasar a Arequipa para curarse las resultas de la herida que había recibido en el muslo, en el ataque del día 11 de Marzo. En este estado se dejaron ver los rebeldes por la parte de Chucuito el día 9 de Abril de 1781, y hasta la mañana siguiente fueron desfilando para ocupar las montañas inmediatas que dominan a Puno. Rabia Ore llana aumentado algunas defensas para resistirlos. Levantó un torreón en el ventajoso sitio de Guansapata, donde coloco una culebrina y un pedrero, con la fusilería correspondiente para su resguardo. Dentro de la villa reforzó las trincheras, y las aumentó, abriendo nuevos fosos en los lugares que le parecieron mas débiles.
Tenia tres cañones mas, que hizo fundir con toda diligencia, y procuro proveerse de pólvora y balas, con cuyas providencias concebía fundadas esperanzas de rechazar a los rebeldes que intentasen invadirle en adelante. En efecto, la mañana del 10 amanecieron inmediatas, formando un semicírculo por las cumbres de los cerros, desde donde intentaron apoderarse de una porción de ganado, dando principio a las hostilidades por este termino y quitar la subsistencia de la guarnición y vecindario.
A evitarlo se destacaron las compañías de caballería, y aunque tenían la orden de no empeñarse, no pudieron contenerse, y acometieron a los enemigos: de modo que no solo frustraron su intento, sino también los desalojaran del terreno que ocupaban.
Concluida la operación que se había encargado a estas compañías, mando Orellana se apostasen fuera de la población, hacía las avenidas de Chucuito, porque en aquella parte se descubría el grueso de enemigos, quienes no tardaron en trabar con ellas algunas escaramuzas que duraron hasta las dos de la tarde, en que salio a sostenerlas parte de la fusilería, haciendo un fuego continuado sobre los que acometieron. Desde el torreón de Guansapata y de la plaza se les hizo también bastante fuego con la artillería, cuyos tiros dirigidos con oportunidad y acierto, causaron algún estrago en los enemigos, que amedrentados retrocedieron a lo mas eminente del Cerro de Orcopata, hasta que con la proximidad de la noche ceso toda hostilidad de una y otra parte, sin que de la nuestra hubiese perecido alguno, pero si muchos de la suya, con un número considerable de heridos que tuvieron. Al lado opuesto y en el Cerro del Azogue se había apostado desde la mañana una partida de enemigos, que se mantenía en continuo movimiento, haciendo ademanes de acometer a los indios Manazas todo el tiempo que duro el ataque de los otros. Con la idea de cortarlos y que no se reuniesen a los demás, dio Ore llana la orden para que un destacamento de caballería saliese a atacarlos, lo que ejecutó tan oportunamente, que al propio tiempo llegaron los indios fieles de Paucarcolla, Guaca y la Estancia de Moro, que los tomaron por la espalda. Y para asegurar mas el intento, y obligarlos a rendirse, se reforzó el puesto con algunos piquetes de fusileros, que llegaron ya muy tarde, y no les fue posible la subida por ser muy áspera y peligrosa: obstáculos que les precisaron a retirarse a la plaza, donde algunos entraron muy maltratados de los hondazos que habían recibido, por cuyo motivo se tomo la providencia de mandar a los indios fieles quedasen y mantuviesen su puesto, y que los Manazas resguardasen la falda opuesta hasta la mañana siguiente, en que seguramente se hubiera conseguido el pensamiento, si la poca observancia y ninguna advertencia del cacique Bastinza no les hubieran proporcionado los medios para la fuga. De este modo se resistió la segunda invasión que sufrió la villa de Pano, y aunque el número de enemigos que la acometieron, no era tan grande como en la primera, no fue menor la confianza de tomarla: pero desengañados siguieron el mismo meto do de retirarse por la noche, con solo la diferencia de haber seguido su fuga sin detenerse en parte alguna, por mucho rato temerosos que saliese la guarnición en su alcance: como en efecto lo practico el mismo Orellana hasta alguna distancia, para impedir los danos que recelaban ejecutasen con los indios de Icho de la jurisdicción de su provincia, que no habían faltado hasta entonces a la fidelidad: diligencia infructuosa, pues cuando llego a dicho pueblo, ya habían degollado a todas las indias, vengando se con esta inhumanidad, de la fidelidad de sus maridos, que estaban alistados en Pano, siguiendo constantemente las banderas de su legitimo Soberano.
Dirigía y gobernaba a los rebeldes en esta ocasión, un indio de baja extracción, llamado Pascual Alarapita, de la provincia de Paria, que echado de su patria por delincuente, emprendió y logro con la mayor rapidez la conquista de algunas provincias, llenando las de horrores y confusión, con los sangrientos destrozos, incendios y latrocinios que ejecutó en todos los pueblos, juntamente con Isidro Mamani, que traía de subalterno, y de tan perversas costumbres como su jefe: pero este fue preso por los indios del pueblo de Acora el día después del ataque de Pano, quienes lo entregaron en aquella villa con dos capitanes suyos, que también arrestaron. Agasajó Orellana a los aprensares, tratándolos con la mayor humildad y blandura. Franqueoles el indulto general que pidieron, por haberse unido al rebelde cuando paso por su pueblo, a cuya determinación les obligo ver retrocedida con tanta precipitación, dejándolos abandonados y expuestos al castigo que justamente merecían, y que sin duda hubieran experimentado para escarmiento de los otros. Dieron también noticia del paraje en que los insurgentes habían dejado oculto el pedrero, los muebles y plata labrada, de que se habían apoderado en Chucuito, por lo que se dispuso inmediatamente fuese a recogerlo todo el contador oficial real interino, D. Pedro Claveran, asociado con un ec1esiastico de la mayor integridad y pureza, con el laudable fin de que a los dueños existentes se le devolviese lo suyo, o cuando no, a sus herederos: como efectivamente se practico con la mas escrupulosa puntualidad, recuperando el pedrero y algunos fusiles que se encontraron.
Suspensa algún tanto con estos sucesos la atención por la parte de Chucuito, fue menester aplicarla hacía la de Azangaro y Lampa, cuyos indios con los de Carabaya se acercaron de nuevo a las alturas inmediatas a la villa, como a distancia de una legua, después de un encuentro que tuvieron con los leales de Guaca, Atoro y Paucarcolla, reforzados con tres compañías de caballería, y algunos fusileros, que marcharon con el objeto de impedir los robos de ganados, que ejecutaban por todas partes, para reducir a la mayor necesidad posible el corto número de fieles vasallos que se contenían en el recinto de Puno. Su número era crecido, comparado con el de los nuestros, cuya retaguardia picaron, hasta que se ampararon de las trincheras. A la mañana siguiente salio Orellana contra ellos, con la mayor parte de su gente: pero como el designio principal que se habían propuesto era reunirse con los de Chucuito, luego que supieron su retirada, y que estaba preso el Comandante Mamani, variaron de dictamen, contentando se con llevar el ganado que habían juntado el día antes, y pegar fuego al pueblo de Paucarcolla al pasar por el cuando se retiraban. No desistió Orellana del empeño de alcanzarlos, aunque reconoció la ventaja que le llevaban en la marcha: y para conseguirlo, mando adelantar sus compañías de caballería, que en efecto lo lograron en las cercanías del Cerro de Yupa, de altura portentosa, donde los detuvieron con escaramuzas, hasta que llego con el resto de la tropa: pero al instante se acogieron a lo mas alto y escabroso de aquella montaña, donde se les hizo fuego, pero sin lograr efecto alguno contra ellos, porque se parapetaron detrás de unas tapias de piedra que había a la cumbre. A las 5 de la tarde, llego casualmente al mismo paraje la gente de Cavana y Cavanilla, que se conducía a Puno de orden de su corregidor para reforzar la guarnición, recelando que Diego Tupac-Amaru intentase invadirlo, como se afirmaba: la que unida con los de Vilque y Manaza, componían un número capaz de rodear a los rebeldes en su situación ventajosa, como se ejecutó, estrechando los de tal suerte, que se les impedía bajar a buscar agua a las fuentes, que tenían ocupadas y defendidas los nuestros. Con la resolución que inspira un estado tan critico y desesperado, determinaron hacer los ultimas esfuerzos para romper el cardan; como en efecto lo consiguieron, y también escaparse la mayor parte, y entre ellos el perverso Ingaricona, uno de los principales instrumentos de aquellas alteraciones. Los que no acertaron a seguirle, quedaron muertos a manos de los indios de los pueblos citados, que pelearon con todo el furor que les inspiraba la memoria de los destrozos, y perdida que habían sufrido de las mujeres, hijos y ganados. Murieron muchos, y entre ellos gran número de sus coroneles y capitanes, sin contar con otros que se hicieron prisioneros, de cuyas declaraciones contestes se tuvo noticia cierta de la prisión de José Gabriel Tupac-Amaru.
En esta ocasión llego a manos de Orellana una carta de un indio principal de Acora, avisando le que los rebeldes de aquella parte que se habían retirado hasta Ylabe y Juli, reforzados con los de la provincia de Pacajes, venían otra vez marchando sobre aquel pueblo, con ánimo de vengar en sus indios la resistencia que habían hecho de seguir su partido. Para sostenerlos, dispuso marchasen las compañías que considero bastantes, a fin de que no fuesen sacrificados por los contrarios, pero depuso este pensamiento con la noticia que adquirió de que su verdadero designio era volver otra vez sobre Puno, para atacarle de nuevo con todas las fuerzas que había reunido, lo mismo que había ya recelado por el contesto de tres edictos librados por Pascual Alarapita y Pedro Ruiz Condori, que pocos días antes se aprendieron a una india que los conducía. Trato desde luego no omitir prevención alguna de las que tenia premeditadas para esperarlos y resistirlos. Reparó con mayor cuidado las fortificaciones que había hecho anteriormente, y tomo todas las precauciones que le dictaba la experiencia adquirida en los ataques antecedentes, fundando en ella solamente la esperanza de mantener aquel puesto, salvar su propia vida y la de todos los que le acampanaban, porque cerrados los caminos y toda comunicación por los enemigos con la ciudad de la Paz y otras partes, no podían contar sino con el valor y constancia de sus tropas.
Acercaronse finalmente los enemigos hasta la ciudad de Chucuito, donde se mantuvieron algunos días esperando las resoluciones de Diego Tupac-Amaru, que se hallaba en la provincia de Lampa, a la cabeza de un considerable trozo de enemigos. Tentó Orellana ganar a Pascual Alarapita, por la suavidad: escribiole, persuadiendo le pidiese el perdón, y se acogiese bajo las banderas del Soberano, poniendo a su devoción la provincia de Chucuito, y que entregase a cualquiera que con su influjo intentase destruir este pensamiento: pero el obstinado en sus delitos y lleno de soberbia, no quiso contestar, y solo en una esquela que escribió al prisionero Isidro Mamani, hizo mención de la carta, para asegurarle con osadía, que sin leerla la había entregado a las llamas añadiéndole muchas amenazas contra Orellana y los demás que intentaban defender a Puno; de modo que ya no dejaba duda que su intento era reunirse con el cuerpo de rebeldes, mandado por Diego Tupac-Amaru, y juntos atacar con todo el esfuerzo posible aquella villa. En este aprieto determino Orellana por ultimo recurso, despachar un extraordinario al corregidor de Arequipa, pidiendo le auxiliase con gente, víveres y municiones, a cuya práctica no dieron lugar las ocurrencias posteriores.
Apresuró Diego Tupac-Amaru cuanto pudo sus prevenciones, y se apareció con todas sus fuerzas el día 7 de Mayo, en las alturas inmediatas a Puno, mandando extender las tropas por aquellas montañas al estruendo de la artillería, cajas y clarines. No se descuido Orellana en tomar cuantas prevenciones considero oportunas para evitar el ser sorprendido aquella noche, pero el enemigo no hizo movimiento alguno; hasta la una de la tarde del día siguiente, que se puso en marcha para atacar los indios fieles que estaban apostados en el Cerro del Azogue, y habiendo conseguido desalojarlos, bajaron en su seguimiento hasta el Castillo de Santa Bárbara, con tanto ímpetu, que fue preciso saliese la guarnición a sostenerlos, empezando de este modo la acción por aquel lado, que en breve se hizo general, y fue preciso oponerles la caballería por la parte de la campana, y destacar algunos piquetes de fusileros para contenerlos cerca la iglesia de San Juan, donde hacían sus mayores esfuerzos para ocupar aquel puesto: y aunque duro por largo rato la obstinación y la resistencia por una y otra parte, fueron al fin rechazados con perdida de algunos de los suyos, y sin dano considerable de los nuestros.
Retiradas a las eminencias que tenían ocupadas, no hicieron movimiento en todo el día siguiente, en que fue continuada su gritería y algazara hasta las dos de la tarde, que se advirtió el motivo; que fue por haber descubierto los que venían de la parte de Chucuito, que continuando su marcha en varias direcciones, llegaron a acampar muy cerca de la villa sobre el mismo camino real, donde se mantuvieron hasta el otro día, en que de concierto con Diego Tupac-Amaru, ya una misma hora, se movieron de sus campamentos para rodear la población y acometerla por todas partes. El ataque fue con la mayor intrepidez, y tanta bizarría, que se hará increíble a los que no hayan conocido a aquellos indios en todo su furor guerrero. Su caballería, que era numerosa, ataco por la parte de la laguna, y logro cortar el ganado, sin dar lugar a los pastores de entrarle a lo interior de la población. Sufrieron por largo rato el fuego de la artillería de los castillos de Guansapafa, Santiago y Santa Bárbara, y el de la fusilería, apostada en los parapetos exteriores a interiores, arrojándose con ferocidad a las trincheras para forzarlas, animados con la presencia de sus primeros generales, que repetían los ataques, particularmente contra las que estaban inmediatas al Tambo de Santa Rosa, de que desistieron por lo mucho que les ofendía el fuego del Castillo de Santiago, que no estaba muy distante. Por la parte superior de la población, bajo el canon de Guamapata, se habían ya internado hasta la calle de las casas del licenciado Mogrovejo, y cuando pensaba Orellana en los medios de resistirlos y rechazarlos, como lo consiguió en poco rato, se le dio aviso de que otros entraban por la calle principal, y revolviendo sobre ellos para oponerse, los ataco valerosamente, y les hizo perder el terreno que habían adelantado.
Por las espaldas de la parroquia de San Juan acometieron también con un furor lleno de desesperación, logrando en el primer ímpetu del choque, romper un destacamento de lanceros, sostenido de algunos fusileros que mandaba D. Martín de Cea, obligando les a retroceder llenos de confusión y desorden en busca de asilo en las calles interiores. Poco después pusieron en fuga a nuestra caballería, que perseguida por los rebeldes, huía del mismo modo, dejando a los fusileros cortados a su retaguardia. Salio les al encuentro Ore llana, y los detuvo, afeando les en pocas palabras el deshonor de su vergonzosa y apresurada retirada, y reanimados con el ardor y eficacia de sus razones, volvieron sobre los enemigos, que ya cruzaban las primeras calles y en especial la que vulgarmente llaman de Puno, y las que la atraviesan. Al primer choque murieron dos o tres de los mas osados, y recobradas animosamente las tropas de Orellana, estimuladas por el ejemplo de valor que les dieron el capitán de caballería, el cacique D. Andrés Calisaya, el teniente de fusileros, D. Martín Cea, y su hijo D. Felipe, cargaron sobre los demás y lograron rechazarlos hasta fuera de la población, matando a muchos en el alcance, en tanto que Orellana se dirigió a socorrer la trinchera de Santa Rosa, que defendía con valeroso tesón el alférez de fusileros, D. Juan Cáceres.
A los principios del ataque, la falta de precaución de los que defendían el Castillo de Guansapata, ocasionó la desgracia de volarse el repuesto de pólvora, de cuyas resultas quedaron algunos muy maltratados, y fue preciso acudiese a su socorro el teniente de fusileros, D. Evaristo Franco, que con un piquete de esta tropa estaba de reserva en la plaza mayor, en atención a que Urbina que le mandaba, había quedado bastante lastimado, y con solos dos o tres soldados capaces de la defensa. Luego que los indios lo advirtieron, atacaron este Castillo con tanto denuedo, que llegaron muy inmediato a su cimiento a descubierto: pero habiendo logrado descargar sobre ellos con felicidad un cañonazo a metralla, se apartaron prontamente, sin volver a pensar en tan temerario arrojo. No sucedió así con el de Santiago, porque los que habían emprendido su ataque, lo ejecutaron repetidamente con el mayor tesan, en los que lograron herir gravemente al oficial y a muchos soldados, de los que le defendían. Pero conociendo que por aquel medio eran inútiles sus diligencias, intentaron minarlo, sufriendo un fuego continuo, que se les hizo desde el castillo: a pesar del que, hubieran conseguido su intento, sino sale a socorrerle con un piquete el ayudante mayor, D. Francisco Castillo, reforzado con los rejones que mandaba D. Juan Monasterio, que lograron rechazarlos a mucha distancia. Por la parte en que estaba la trinchera de Santa Rosa, que mandaba D. Juan de Cáceres, repitieron segunda vez el ataque, sin haber sido bastante a su escarmiento el vivo fuego que se les hizo, y la muerte de muchos que experimentaron en el primero: antes bien, mas obstinados y feroces se acercaron a ella, y lograron forzarla, rechazando a los que la defendían, haciendo los retirar apresuradamente, sin que las animosas razones, ni el ejemplo del oficial que los mandaba, fuesen bastantes para detenerlos, y recordarles su obligación. Pero socorridos con oportunidad por la tropa que estaba de reserva en la plaza mayor, recobraron nuevo aliento, y cargaron con tanta bizarría a los enemigos, que los hicieron retroceder aun con mas aceleración de la que habían entrado, dedicándose inmediatamente al reparo de la trinchera que habían inutilizado los rebeldes. Se hacen increíbles, al menos dudosos los esfuerzos, que por todas partes hicieron este día los insurgentes, para conseguir la expugnación de aquella villa: pero no lograron otra ventaja, que la de incendiar algunos ranchos y casas de poca consideración, que por estar separados de lo principal del pueblo, no pudieron incluirse en el recinto, ni resguardarlas con el fuego de las trincheras, asimismo que los demás edificios, que por la igual longitud de las calles, no pudieron ponerse a cubierto, sin un conocido riesgo de los que lo intentasen. Se pelea con obstinación todo aquel di a, por una y otra parte, hasta que con las sombras de la noche, volvieron los sitiadores a ocupar sus cuarteles, y Orellana no se descuido en aprovechar esta ocasión favorable, para retirar el oficial y guarnición del Castillo de Santiago, que se hallaban muy maltratados de los golpes y heridas recibidas en los ataques, y determino también abandonarle por falta de sujetos, que con utilidad sirviesen los cañones, considerando seria mas ventajoso colocarlos en la plaza mayor a disposición del Comandante de artillería, para que los emplease según conviniese a la necesidad y ocurrencias que se ofreciesen en adelante. Aquella noche se mantuvieron los oficiales y guarnición sobre las armas en las trincheras, y los indios fieles se apostaron por toda la circunferencia exterior de la población, además de varios piquetes y patrullas, que estuvieron en continuo movimiento hasta el alba, para observar los que intentase el enemigo, a fin de que estas precauciones evitasen cualquiera sorpresa que hubiesen meditado. Al día siguiente, que se contaba 11 de Mayo de 1781, salieron los rebeldes de sus campamentos a la misma hora que en el antecedente, y siguieron igual meto do en los ataques. Los sitiados los rechazaron también con felicidad por todas partes, sin embargo de haberse empeñado mas particularmente contra la citada trinchera que defendía Cáceres, situada a las espaldas de la iglesia de San Juan, considerando la con fundamento mas endeble que las otras, porque la escasez de tiempo, y el cansancio de la guarnición, no había permitido repararla completamente. Por la noche se tomaron las medidas mas oportunas a precaver el peligro que amenazaba la inmediación del enemigo, ya bastante diestro en aprovechar las ocasiones de poner en ejecución sus cautelas: y en efecto, no fueron inútiles, porque a las 2 de la mañana dio aviso el Castillo de Guansapata, que se ponía en movimiento. Mando Orellana desde luego tomar las armas a la tropa, que no estaba destinada a la defensa de los puestos, y salio del recinto, para observar por si mismo la intención, y hallo que verdaderamente habían los rebeldes descendido hasta la falda de las alturas que ocupaban: pero suspendieron la continuación de su marcha hasta las 6-1/2 de la mañana, en que divididos en muchos trozos, y con un movimiento de ambos ejercitas, dieron principio al cuarto ataque, con mayor desesperación y ferocidad que los anteriores, haciendo ademanes, que manifestaban la confianza que aquel día tenían del vencimiento.
No por esto desmayaron aquellos valerosos, constantes defensores, antes bien, a pesar de las fatigas y cuidados continuos, sufridos en los días y noches antecedentes, se mostraron a su comandante intrépidamente dispuestos a la resistencia, y ocupando cada uno el puesto que tenia señalado, se recibió por todas partes al enemigo con la mas constante bizarría. Sus principales esfuerzos se dirigían a las trincheras que mandaban D. Francisco Barreda, D. Juan de Monasterio y D. Juan de Cáceres, porque reconocieron desde el día antecedente, que ya estaba abandonado el Castillo de Santiago, cuyo fuego las ponía a cubierto, e impedía a los rebeldes acercarse demasiado a ellas; como lo ejecutaron avanzando repetidas veces con obstinación, sin embargo de haber sido siempre rechazados. Por las espaldas de la iglesia de San Juan, acometieron con igualo mayor empeño, pero los contuvo D. Martín Cea con su piquete de fusileros, y la caballería de Calacoto y Juliaca, reforzada con los honderos de estos mismos pueblos que Ore llana había mandado apostar en aquel puesto desde los principios del ataque. La trinchera de D. Juan Cáceres lisonjeaba las esperanzas de los enemigos, y por lo mismo repetían contra ella con mas vivacidad sus esfuerzos y ataques: porque habiendo ya conseguido forzarlas en los días anteriores, se persuadían que por aquel paraje podrían abrirse el paso que deseaban a lo interior de la villa; de modo que le fue preciso a Orellana socorrer con algunos soldados que separo de otros, donde el peligro y la necesidad no eran tantos, aumentando le también su fuerza con alguna tropa, de la que se mantenía de reserva, para acudir donde llamase mas la atención por semejantes ocurrencias. Era el conflicto general, y sin cesar redoblaban los enemigos sus ataques, peleando con desesperada obstinación, fiados en la multitud, a que los nuestros oponían una constante resistencia por todas partes, cuando D. Andrés Calisaya con un trozo de caballería hizo un giro por la parte superior de la villa, y pasando por el Castillo de Guansapata, cayo en Orcopata por medio de la multitud de enemigos que ocupaban este puesto, y a costa de tan bizarra y determinada acción, no solo consiguió sorprenderlos, sino también dejándolos admirados de tanto arrojo, tuvieron los sitiados un corto intervalo para tomar algún aliento. Pero muy en breve volvieron de nuevo, y con mayor empeño, a las hostilidades, prevenidos de útiles para derribar las paredes del recinto, y buscarse una entrada menos difícil y peligrosa: como en efecto lo consiguieron, penetrando hasta las espaldas del Tambo de Santa Rosa, donde prendieron fuego a las viviendas de aquel lado, de que ya se consideraban posesionados. Pero disfrutaron poco rato esta ventaja, porque fueron desalojados de aquel puesto por el ayudante mayor, con la tropa de su mando, quien después de haberlos rechazado, atajo oportunamente el progreso de las llamas.
El Comandante de artillería, D. Francisco Vicenteli, atento siempre a los pasajes que se consideraban en mayor peligro, dirigía a ellos desde la plaza mayor un fuego muy vivo, y con tanto acierto, que escarmentaba y contenía a los rebeldes, hasta que poco a poco fueron cediendo y retirándose de las cercanías de la población, y volvieron a situarse en la falda de las montañas inmediatas. D. Antonio Urbina hizo también un fuego continuado desde el Castillo Guansapata, que fue de mucha utilidad, particularmente para impedir que la multitud de indios, que intentaban forzar las trincheras que mandaba Barreda y Monasterio, lo consiguiesen. El de Santiago, a cargo de D. Martín Javier de Esquiros, dirigía su fuego con mas frecuencia hacía la campana, donde combatía la caballería contraria con la nuestra, sostenida una y otra de un cuerpo de honderos. Desde el reducto situado en las cuatro esquinas de la casa del cacique D. Anselmo Bustinza, se les hizo fuego con un canon fundido a su costa, con el que se defendía parte de la campana que se descubría por aquel lado, y no solo contuvo a los sitiadores, sino que también liberto del incendio a todo el barrio, desgracia que había sufrido el del Tambo de Santa Rosa, por estar distante de la defensa. Bien que este fue el único triunfo que consiguieron aquel día: corto en realidad, y que de manera alguna correspondía a la perdida que habían sufrido en tantos y tan repetidos asaltos, en los cuales habían acreditado un esfuerzo y constancia que no podían jamás esperarse ni creerse de una nación que anteriormente se había considerado de un carácter veleidoso y débil. Duro la acción hasta las tres y media de la tarde, en que tuvieron empeñadas todas las fuerzas del enemigo, separándose del ataque las que mandaba Diego Cristoval Tupac-Amaru, a su cuartel, antes que los de la parte de Chucuito, que dilataron media hora mas sus obstinadas pero infructuosas diligencias: y retirados todos a sus campamentos, tuvo lugar la guarnición de atender a sus heridos, que pasaban de 100, sin los muertos que llegaban a 60, los mas de tiro de fusil, cuya perdida puede reputarse considerable si se compara con las que se experimentaron en los ataques anteriores, al mismo tiempo que acredita la valentía y resolución con que se condujeron en este. Pero el amor y constancia que animaba a los sitiados, lejos de apocarse, adquiría mayor denuedo a vista de la desgraciada suerte de sus campaneros, y se disponían con generosa determinación a resistir el asalto del día siguiente que consideraban inevitable, cuando a las primeras luces advirtieron la novedad de haberse desaparecido aquella noche improvisamente Diego Cristoval Tupac-Amaru y todos los que le acampanaban, con tanta precipitación que dejo en el campo los ricos quitasoles que usaba contra los rayos del sol, y muchos víveres de que se apoderaron las partidas de los sitiados, destinadas al reconocimiento de la campana, y pocos días después se desaparecieron también los que habían venido de la parte de Chucuito, como queda referido anteriormente. Cuyos favorables efectos causo la inmediación y presencia de las tropas de Lima, con tanta oportunidad, que los defensores estaban ya inmediatos a experimentar el extremo de las necesidades y peligros, así por la falta de municiones de boca y guerra, como por habérseles frustrado toda esperanza de recibir socorro de las ciudades de la Paz y de Arequipa. La primera, porque todo lo necesitaba para atender a sus propias necesidades y defensa; y la segunda, por haberse negado enteramente a prestarlos su corregidor, D. Baltazar Senmanat.
Libres del todo al fin guarnición y vecindario de la villa de Puno el día 24 de Mayo de 1781, y con la gloria de que fuesen espectadoras de su resistencia, las tropas del virreinato de Lima, campadas a una legua de distancia, solo restaba elegir los medios para su conservación y seguridad. Pensaba el Comandante General, D. José del Valle, seguir las marchas con el ejército de su mando hacía las demás provincias que estaban sublevadas en la jurisdicción de Buenos Aires, sujetarlas y socorrer la ciudad de la Paz, que en aquella ocasión supo la tenían sitiada un número considerable de rebeldes, capitaneados por Julián Apasa, Tupac-Catari: pero muchas y muy poderosas razones le impidieron realizar este proyecto, siendo entre todas la mas poderosa, la considerable deserción de sus tropas que cada día iba en aumento: sin embargo que sabían de cierto no se libertaba alguno de caer en manos de los enemigos, ni salvaban la vida; proporcionando les por este medio el arbitrio de engrosar sus fuerzas con las armas de que se apoderaban; males que se hubieran aumentado considerablemente luego que se hubiese divulgado iba a alejarlos mas de sus casas, y exponerlos no solo a nuevos peligros, sino también a los rigores de una estación la mas penosa del año, así por los excesivos celos como por la esterilidad de los campos para la subsistencia de mulas y caballos. En tan critica situación determino juntar todos los jefes del ejército para oír sus dictámenes, considerando que su fuerza se había reducido a 100 hombres de armas entre fusiles y rejones, ya 450 indios: y hechas en la junta todas las reflexiones convenientes, opinaron contestes sus vocales convenía se verificase inmediatamente la retirada a la ciudad del Cuzco, porque de lo contrario era infalible la perdida de las tropas y armas que quedaban, sin que los pocos que restasen, amantes de la gloria del Soberano, se les presentase otro recurso que perecer infructuosamente a manos de los rebeldes. Bien meditado todo, con la madurez y reflexión que pedían las circunstancias del caso, unió aquel Jefe su dictamen al de los demás, y se resolvió la retirada al Cuzco, que anunciada a las tropas la celebraron con muchas aclamaciones, y después se supo que viendo se les dilataba esta orden, habían convenido desertarse aquella noche 30 soldados milicianos con 150 indios auxiliares. Tomada esta determinación, hizo el General llamar a D. Joaquín Antonio de Orellana, así para que expusiese el estado en que se hallaban las provincias confinantes, con la ciudad de la Paz, como para que dijese, si conceptuaba podía conservar en adelante la villa de Puno con el auxilio de 100 fusileros, que era todo lo que podía dejarle: pero este esforzado y valeroso comandante, tocando en su guarnición los mismos defectos que había causado la prodigiosa disminución de aquel ejército, y que no estarían libres de ellos aquellos 100 hombres que se le ofrecían, dijo: que atendidas y bien reflexionadas las dificultades que se presentaban, y la fermentación en que estaban aquellas inmediatas provincias, graduaba imposible la conservación y subsistencia de Puno con solo aquel refuerzo, o al menos que el no se hacía responsable de la continuación de su defensa: y considerando por otra parte el General D. José del Valle que no podía desmembrar mas el número de sus tropas, para atender a las urgencias que podían ocurrirle en la retirada que se había determinado, se vio en la dura necesidad de resolver y mandar el abandono de aquel pueblo, que por tanto tiempo había frustrado cuantos esfuerzos hicieron los rebeldes para expugnarle; y consecuente a ello se dieron las ordenes para que saliese la guarnición y vecindario, dando les tres días de tiempo para evacuarle: termino que aun se minoro después, reduciendo lo a dos solamente. Esta determinación consternó en extremo a los vecinos, y no poco a Orellana, que sentía verlos reducidos a tan mísero estado, después de haber acreditado tanto su constante fidelidad al Soberano, con el sufrimiento de infinitas calamidades y trabajos por la conservación y defensa de aquella villa, que quedo desamparada el día 26 de Mayo de 1781, con un general sentimiento de cuantos se habían acogido a ella de otras provincias; y así estos como los naturales, dejaron en sus casas abandonados todos los muebles en el estado que los poseían, porque no les fue posible conducirlos a causa de la mucha escasez de bagajes que tenían. Salieron cerca de 5,000 personas de ambos sexos y de todas edades, las mas a pie y sin auxilio para seguir la marcha: espectáculo lastimoso que cruelmente hería en el corazón de Orellana, sin arbitrio para hacerlo menos penoso: a que se unían las dificultades de conducir los heridos, que no podían abandonarles, porque indefectiblemente hubieran sido victima de los rebeldes. La guarnición constaba de 136 fusileros, 440 lanceros de a pie, 64 artilleros, 308 hombres de caballería, 104 honderos, y 1346 indios de la misma especie, reunidos y procedentes de los pueblos que se conservaban fieles. Mando Orellana, antes de abandonar la villa de Puno, clavar todos los cañones, y enterrarlos en profundos pozos, así porque no tenían arbitrio ni comodidad para retirarlos por la falta de mulas, como para evitar se apoderasen de ellos los rebeldes. Dedicó después todo su cuidado en dar oportunas disposiciones para que su gente fuese reunida en la marcha con las tropas de Lima; y aunque lo consiguió en parte, no logro todo aquel orden y precisión que deseaba el Comandante General, D. José del Valle; porque ocupado cada uno en el cuidado y conducción de su familia, se extraviaban demasiado de la formación, y así también le era imposible en los campamentos ceñirse a las dimensiones que prescriben las reglas militares para semejantes casos; porque era mucho estorbo para observarla, el crecido número de familias que conducía. Algunas concibiendo mejor modo de subsistir en Arequipa, se dirigieron a esta ciudad; pero la mayor parte no quisieron apartarse de su Comandante Ore llana, con el honroso designio de sacrificarse por el servicio del Soberano, en las operaciones que se emprendiesen posteriormente contra los rebeldes.
Siguió las marchas el Comandante General, dirigiendo se en derechura al Cuzco, en las reliquias de su ejército, guarnición y vecindario de Puno, y con el centro de tantos pesares, tuvo el alivio de recibir alguna harina, coca y arroz, y otras provisiones que Ore llana había enviado a buscar a Arequipa, para la subsistencia de su guarnición: socorro que repartido entre todos, minoro la escasez de bastimentas que experimentaban. Hasta la capital de Lampa nada incomodaron los rebeldes, pero desde ella empezaron a sentir ya los efectos de la retirada, porque divididos en muchas y pequeñas divisiones, se dejaban ver colocados en las alturas inmediatas al camino, para aprovechar desde ellas los descuidos, y cargar la marcha del ejército por los costados y retaguardia, matando inhumanamente a cuantos se detenían o extraviaban. De esta conformidad y con indecibles trabajos siguieron las tropas por un país enemigo, no solo desproveído, sino también del todo despoblado. Al transito por la Ventilla, en las inmediaciones del pueblo de Pucara, los infelices vecinos de Puno que venían a pie, tomaron el camino recto para Ayabiri. Cargolos el enemigo, advirtiendo estaban separados e indefensos, y logro ejercer en ellos sus acostumbradas crueldades matando muchos hombres, mujeres y niños, y apoderando se también de la mayor parte de sus pobres equipajes, continuando de este modo en picar la retirada hasta Vilcanota, termino del virreinato de Buenos Aires; en cuyas inmediaciones acometieron a los nuestros con tanto denuedo, y con un aire de confianza, que cuando menos pensaban conseguir la ventaja de hacerse dueños de los ganados y bagaje: pero como no pasaban de 1,000, fue fácil rechazarlos y frustrar sus designios.
Expuso de nuevo y por escrito D. Joaquín Antonio de Ore llana, al Inspector D . José del Valle, desde Yanarico, cuanto le pareció conveniente sobre la necesidad que, había de repoblar y mantener la villa de Puno, cuya respuesta recibió en el pueblo de Quiquijana, llena de lastimosas consideraciones por la situación en que dejaba el virreinato de Buenos Aires, y las funestas consecuencias que podían resultarle por el abandono de aquel pueblo, en cuya atención le ordenaba suspendiese la marcha con todas las familias extraídas, para que quedasen en mejor proporción de volverlas cuanto antes a su domicilio, siempre que el Virrey de Lima lo aprobase: pero reproduciendo le Orellana algunas serias reflexiones que de nuevo le ocurrieron, por hallarse tan adelantado, le mando siguiese a la ciudad del Cuzco con toda la gente que conducía, donde a cada uno se le asignaría algún socorro que sirviese a su sustento, para hacerles menos dolorosa la situación desgraciada en que se hallaban, como efectivamente se verifico, considerando les una diaria moderada gratificación para que pudieran mantenerse.
En el pueblo de Sicuani hallo el Inspector D. José del Valle al Mayor General, D. Francisco Cuellar, que como queda dicho en su lugar, había destacado a la provincia de Carabaya, para que persiguiese y prendiese al traidor Diego Cristoval Tupac-Amaru, sus sobrinos y a cuantos le acampanaban. Rabian los rebeldes cerrado la comunicación tan cuidadosamente, que en todo el tiempo que se mantuvo este oficial separado, solo llego a manos del General una carta suya, en que le decía no había recibido noticia alguna del estado y situación en que se hallaba el ejército: lo que no era extraño, atendida la crueldad de los sediciosos, quienes en el pueblo de Santiago de Pupuja habían arrestado a un propio que le dirigía, y le habían cortado las orejas, la nariz y las manos: cuyo inhumano castigo, divulgado inmediatamente en aquella provincia, había intimidado con tanto extremo a todos sus habitantes, que ninguno quería convenirse a llevar una carta, aunque se le ofreciesen crecidas sumas por esta diligencia. De forma que, hasta esta ocasión no pudo saber D. José del Valle el éxito de las activas diligencias de este oficial, todas infructuosas, porque los principales rebeldes elegían los caminos extraordinarios y extraviados, y con mas proporciones de ocultarse a la vigilancia del que los perseguía. Tuvo en su marcha y retirada cuatro acciones gloriosas, en que derroto a los insurgentes, causando les graves y crecidos danos, y acreditando en todas su pericia militar, y el mas constante anhelo de sacrificarse por el servicio del Soberano.
Desde que paso el ejército la raya que divide ambos virreinatos, fue la deserción de la tropa de milicias, y la de los indios auxiliares de Anta y Chincheros, tan exorbitante, que llego D. José del Valle a recelar con fundadas razones le abandonasen enteramente en los mayores riesgos, porque ya no les estimulaba la codicia del saqueo que los había detenido en parte hasta entonces. Pero superados tantos obstáculos, penalidades y trabajos, como le sobrevinieron durante aquella retirada, llego a la ciudad del Cuzco, el día 3 de Julio de 1781, con las pocas tropas que le habían quedado: diligencia que no pudo verificar Orellana con el vecindario de Puno, que convoyaba hasta el 5 del mismo, así por la detención que había hecho, como por haberse visto precisado a seguir una marcha mas lenta, a causa de las dificultades que le ocurrieron, por la poca comodidad y proporciones de las familias que le seguían.
[1] [Se le da comúnmente el nombre de Tupamaro corrupción de dos voces de la lengua quicchua que significan literalmente, “resplandeciente” (thupac) y “culebra” (amaru). Los antiguos Peruanos comparaban los hombres grandes y poderosos a las serpientes, porque, como ellas infunden miedo con su presencia. Uno de los barrios del Cuzco, donde los Incas mantenían por magnificencia algunos de estos animales, llevaba el nombre de Amanucancha, “corral de las serpientes”]
[2] [O mas bien Ttintti, que en el mismo idioma quiere decir “langosta”]
[3] [D. Martín García Loyola, sobrino de San Ignacio, y gobernador de Chile en 1583, caso con Clara Beatriz, Coya hija única y heredera del Inca Sayri Tupac. De este matrimonio nació una hija, que paso a España, donde se enlazo con un caballero, llamado D. Juan Henríquez de Borga, y a quien el Rey concedió el titulo de “Marquesa de Oropesa”. De esta rama procedía también Tupac-Amaru]
[4] [Escriben comúnmente Quispicanchi, que nada significa. El otro nombre se compone de quespi que en el idioma aymara corresponde “a cosa que brilla”, como cristal, piedra preciosa, &c., y de cancha, “corral.”]
[5] [Areche, que miraba la ejecución de Tupac-Amaru desde una ventana del Colegio de los ex-Jesuitas del Cuzco, cuando vio que los caballos no podían despedazar el cuerpo de este desgraciado, mando que le cortasen la cabeza: ya la mujer de Tupac-Amaru la acabaron de matar “dándole patadas en el estomago.” ¡Horrcaco referens!]
[6] [El titulo del folleto que este impostor público en Buenos Aires, es: El dilatado cautiverio bajo el gobierno español de Juan Bautista Tupamaru, quinto nieto del último Emperador del Perú. Buenos-Aires, 2 de Setiembre de 1837. PEDRO DE ANGELIS]

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