julio 19, 2010

Carta de Betancourt a Kennedy, advirtiéndole sobre los peligros de la tolerancia norteamericana a los golpes de estado militares ocurridos en Latinoamérica (1963)

CARTA AL PRESIDENTE JOHN F. KENNEDY, ADVIRTIÉNDOLE SOBRE LOS PELIGROS INHERENTES A UNA EVENTUAL TOLERANCIA NORTEAMERICANA PARA CON LA OLA DE GOLPES DE ESTADO MILITARES DESATADA SOBRE LATINOAMÉRICA
Rómulo A. Betancourt
[22 de Julio de 1963]

Caracas, 22 de julio de 1963
Señor Presidente:
Apelo a este procedimiento de escribirle directamente y no utilizando los canales normales de nuestras respectivas embajadas por la índole del tema que paso a tratarle, con directa franqueza.
Después de mi visita a Estados Unidos y de nuestras clarificadoras conversaciones, aprecio un alarmante y progresivo deterioro en la situación política de la América Latina. Se está volviendo al ciclo de los golpes de Estado de 1948, que tanto daño hicieron a la América Latina y a las relaciones entre las dos Américas, en la década del 50.
Después del golpe de Estado del Perú, anterior a mi visita a Washington, vino el de Guatemala, en vísperas mismas de las elecciones y sin que la junta militar gobernante en ese país haya dado indicio ninguno de reabrir el proceso de comicios. Hace apenas una semana fue derrocado por los militares el go¬bierno del Ecuador, y seria preocupación tengo de que algo similar pueda suceder en Santo Domingo.
En todos estos casos de golpes de Estado mi gobierno, acompañado por los de Costa Rica, Santo Domingo y Honduras (con excepción para éste último con respecto a Guatemala) hemos roto relaciones con los gobiernos de facto producto del asalto al poder por los militares. También rompió mi gobierno relaciones con la dictadura del señor Duvalier, de Haití, el mismo día en que autoprolongó su mandato.
La actitud del gobierno de Estados Unidos, cancelada la inicial posición asumida en el caso del Perú, ha sido la de establecer relaciones con los gobiernos surgidos del asalto al poder por la fuerza. Mi sincera opinión ya se la expuse a usted personalmente y con modestia, sin pretender influir en la forma como su gobierno conduce la política exterior con la América Latina. Le dije, como usted recordará, que ese apresurado gesto de reconocer a gobiernos de facto no contribuiría seguramente a aumentar la simpatía de los pueblos latinoamericanos hacia el gobierno de Estados Unidos.
Pero ahora, y con motivo de lo sucedido en el Ecuador, han sido publicadas por el corresponsal del New York Times en Washington unas declaraciones, obtenidas en fuentes del Departamento de Estado, que han producido alarma y descontento inocultables en los vastos sectores democráticos de la América Latina. Aun cuando no se nombra a ninguna persona como responsable de esas declaraciones es obvio, por el tono y contenido de esa nota informativa, que ha sido obtenida en fuentes oficiales de la Cancillería estadounidense. Nada más ni nada menos se dicen cuestiones como éstas, que justifican la desagradable reacción producida en la América Latina: “Funcionarios de Estados Unidos han dicho que los nuevos gobernantes de Ecuador manifiestan un “sentido de misión” estrechamente vinculado a los principios de la Alianza para el Progreso”.
Me permito enviarle incluso el recorte de esa información del New York Times, porque está dentro de lo más verosímil y posible que usted no se haya informado de ella.
Ni en Guatemala, ni en el Perú, ni en la Argentina, ni en el Ecuador, los autoelectos por medio de la fuerza han hecho ni harán nada eficaz para realizar cambios serios en la organización económica y social de esos países, propiciando su desarrollo y creando condiciones de vida mejores para los pueblos.
Lo que han logrado y lograrán no es erradicar el comunismo, sino crear en los pueblos un sentimiento de frustración y de falta de fe en el sistema democrático y representativo de gobierno. Es más: con esas salidas de las Fuerzas Armadas al campo de la actividad política, y por la vía del uso indebido de las armas que las Repúblicas han depositado en sus manos, pierden los Ejércitos unidad de sana doctrina institucionalista y profesional; se anarquizan, y se concitan el repudio popular. Y si esta pesadilla de los golpes de Estado continúa, con el añadido de la proclamación de la tesis que acaso fuera grata al extinto señor Foster Dulles de que sus ejecutores tienen “sentido de misión”, anteveo con lucidez lo que va a suceder dentro de diez, dentro de quince o dentro de veinte años. Lo que va a suceder es lo mismo que sucedió en Cuba; que los pueblos terminarán por eliminar a las Fuerzas Armadas regulares, minadas y anarquizadas por las pugnas y ambiciones políticas entre sus integrantes. Detrás de ello vendría el caos o el totalitarismo, rojo o negro, porque es un lugar común pero válido el afirmar que sólo pueblos confiados en el ejercicio del voto y en la vigencia del sistema representativo de gobierno, y Fuerzas Armadas apolíticas y profesionales, es lo que puede garantizar una evolución normal y progresiva de los países de la América Latina. Me expreso así, no porque sea un visionario pesimista, sino un realista con alguna experiencia como hombre que en su vida pública ha tenido oportunidad de conocer de cerca los sentimientos y las reacciones de su propio pueblo y de todos los pueblos de la América Latina.
En mi opinión está en juego no sólo la Alianza para el Progreso, que no puede funcionar en una América Latina medio orientizada, donde los gobiernos estén amenazados siempre por golpes de Estado. Lo que está en juego es algo más de fondo: es la proliferación o no en esta parte del continente de formas de gobierno, si no idénticas, muy parecidas en su mentalidad y reacciones a lo que existe en Cuba.
Es importante señalar dos cuestiones.
La primera, que no se ha guiado el gobierno que presido en la conducta asumida ante los gobiernos de facto por simpatía o vínculos personales hacia gobernantes depuestos. Mi conocimiento de tres de los Presidentes derrocados, Prado, Frondizi y Arosemena, fue circunstancial; y nunca conocí personalmente, ni me crucé siquiera una carta con ellos, a otros dos ex presidentes también derrocados: el coronel Lemus, de El Salvador, y el general Idígoras Fuentes, de Guatemala. Al realizarse elecciones en El Salvador, el gobierno de Venezuela restableció relaciones diplomáticas con los gobernantes electos en ese país, y lo mismo hará con los de Perú y Argentina. Me ha guiado la creencia de que en política internacional hay un mínimo de ética que respetar. Y el recuerdo obsesivo de que los golpes de Estado son cíclicos y de que los producidos a partir de 1948 trajeron para el continente americano tres resultados fácilmente verificables:
1) Una etapa de ineptitud administrativa y de persecuciones políticas a fuerzas democráticas en los países afectados por regímenes dictatoriales.
2) Una evidente expansión del ideario comunista en esos pueblos, y de manera especial en sus grupos juveniles, que radicalizándose encuentran una vía para su irritada frustración.
3) Un deterioro visible de las relaciones entre Estados Unidos y los pueblos de la América Latina, demostrado en la manera nada cortés con que se recibió en estos países al Vicepresidente Nixon.
La segunda cuestión es la de que no me guía al formularle estos planteamientos temores concretos de que lo sucedido en otros países de la América Latina pueda suceder en Venezuela, durante los meses que me quedan de gobierno. No desestimo la influencia negativa que esta epidemia de golpes de Estado pueda ejercer en algunos sectores minoritarios de las Fuerzas Armadas de Venezuela. Pero sus comandos están en manos de oficiales institucionalistas y prevalece en las varias ramas de las Fuerzas Armadas la convicción de que en estos años de gobierno constitucional han adquirido prestigio y honorabilidad por su conducta de respaldo al régimen que el pueblo se dio en libres comicios. Pero lo importante es señalar que me considero en condiciones y capacidad de presidir, con la imparcialidad con que lo estoy haciendo, las elecciones para Presidente y cuerpos deliberantes que se realizarán en mi país en el próximo mes de noviembre y de entregarle el poder a mi sucesor en marzo de 1964. No estoy pensando, pues, en riesgos inmediatos para Venezuela sino en una peligrosa situación para toda la América si no se arbitran fórmulas que permitan dos resultados:
1) Desalentar con muy firmes y categóricas declaraciones de los gobiernos democráticos a quienes estén pensando en continuar el pernicioso ejemplo de Guatemala, Perú, Argentina y Ecuador, y
2) Lograr de quienes de facto gobiernan irregularmente en Guatemala, Ecuador y Haití que fijen fecha ajustada a las previsiones legales para propiciar elecciones similares a las ya realizadas en la Argentina y el Perú.
Habrá apreciado usted, señor Presidente, que he evadido todo circunloquio para exponerle mis apreciaciones y opiniones con diáfana claridad. El lenguaje empleado da una medida de cómo en estos momentos me siento agobiado de preocupación ante el sombrío panorama que se perfila en la América Latina.
ROMULO A. BETANCOURT

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