julio 15, 2010

Discurso de Betancourt en la IX Conferencia Interamericana de Bógota (1948)

DISCURSO EN LA IX CONFERENCIA INTERAMERICANA, EN BOGOTÁ, COLOMBIA
Enfoque realista de los problemas Americanos
Rómulo A. Betancourt
[6 de Abril de 1948]

Hablo a vosotros, representantes de los Gobiernos americanos, en nombre de Venezuela, de su Gobierno y de su pueblo. Y lo hago dominado por profunda y sincera emoción. Esta tribuna se alza sobre una tierra de hombres libres, apasionadamente querida por el Libertador y la cual nos ofreció tantas veces alero amigo a los venezolanos del éxodo y de la protesta, cuando en la patria suya y nuestra pugnábamos por implantar lo que ya hemos alcanzado: plenitud de las libertades ciudadanas y decoro para la República. Esta evocación emocionada no es socorrido pórtico retórico para un discurso más. Invoco a Bolívar antes de dirigirme a este respetable auditorio, porque al hacerlo comprometo aún más mi responsabilidad de venezolano y de americano. Sentiría gravitar sobre mí su mirada cruzada por ásperos reproches, erguido y dominador como está en el mural que preside este recinto, si en una oportunidad impar, cuando América y el mundo tienen los oídos y los ojos puestos sobre cuanto aquí se diga o se haga, utilizara la palabra para evadir los problemas y no para enfrentarlos con serena resolución. Hablaré, en consecuencia, por mandato de insobornables convicciones democráticas y para cumplir las precisas instrucciones recibidas de mi gobierno, en un lenguaje claro y directo.
AMÉRICA Y EL MUNDO
No tenemos por qué disimular, porque en la conciencia de todos está, que la Novena Conferencia Internacional Americana se reúne en momentos de difíciles expectativas internacionales. Las agrias disputas entre los integrantes de las Naciones Unidas con mayor peso específico en la política y economía mundiales, parecen estar conduciendo a ese recién creado organismo hacia el mismo puerto de fracaso en el cual encallara la institución ginebrina. La paz está seriamente amenazada en los viejos continentes. Una como repetición de la guerra experimental española se desarrolla en las estepas de Manchuria y en las montañas griegas; y se proyecta sobre la Europa occidental-suscitando alarma en todos cuantos consideramos esencial para el hombre la garantía de sus libertades fundamentales y el respeto a su humana dignidad- la sombra expansiva de un modo de vida y de un estilo político incompatibles con el concepto de democracia profesado por una determinante mayoría de pueblos. Yesos pueblos se interrogan a sí mismos, entre asombrados y confundidos, si sus dolorosos sacrificios durante los años interminables de la segunda guerra mundial van acaso a servir para barrerle la ruta a un totalitarismo de nuevo signo, de evidente vocación expansionista y de confeso menosprecio por los derechos civiles y políticos inherentes a toda colectividad civilizada.
Resulta evidente que América no puede adoptar una actitud de distraída indiferencia ante el auge de los regímenes totalitarios en otros continentes y frente a la posibilidad de una tercera guerra mundial. Sus aportes a favor de la universalización de la democracia y de la preservación de la paz deben ser y pueden ser de alcance muy importante. Y quienes por egoísta inhibición no sientan amenazada su propia libertad cuando sucumbe la libertad ajena o imaginen protegida su seguridad frente a un estallido bélico de vastas proporciones por el hoy tan endeble parapeto constituido por la fórmula jurídica de la neutralidad olvidan dos verdades de universal vigencia. La primera, que la instauración o pervivencia de los sistemas dictatoriales en cualquier país del globo conspira activamente contra la estabilidad de los modos de ser y de actuar de los Estados cuya organización encarne lealmente la forma representativa de gobierno; la segunda, que en la era de la guerra integral y de la bomba atómica no hay zona alguna del mundo que pueda considerarse inmune al riesgo de la agresión, particularmente si ella constituye -por razones de geografía y economía- enorme reserva de materiales estratégicos para uno de los más poderosos contendientes potenciales.
Los pueblos de América -la del Norte, la del Centro, la del Sur- tienen conciencia, o si se prefiere, lúcida intuición, de su destino y de su responsabilidad. Saben que integran una región del universo de joven y poderosa vitalidad, habitada por muchos millones de hombres y mujeres libres del lastre de pesimismo que abruma a las viejas sociedades, surgidas de culturas que parecen en trance de decadencia. Por eso, estos pueblos de nuestro continente sí son capaces de creer apasionadamente en la democracia y de luchar por su efectiva implantación universal; y sí son aptos para negar la inevitabilidad de las guerras y para contribuir con resuelto ánimo a la preservación de la paz.
DEMOCRATIZAR A AMÉRICA, PREMISA BÁSICA
La consolidación de este vasto e importante frente americano para la defensa de la libertad y para la lucha por la paz, resulta empresa poco fácil si no se emprende con ánimo de total sinceridad. Ya son adultos, mental y políticamente, los pueblos del continente y saben discernir entre las grandes frases encubridoras y las realidades actuantes. La gente de las ciudades y de los campos lee ávidamente cuanta noticia escrita llega a sus manos; y los millones de analfabetos que forman nuestro doloroso saldo de incultura, aprovechan los modernos vehículos de difusión de la palabra hablada para enterarse de cuanto sucede en el mundo y para formarse criterio propio sobre todos los acontecimientos importantes. Por tales circunstancias, resulta difícil movilizar la extraordinaria reserva de voluntad democrática y pacifista de los pueblos americanos si no se traduce a hechos tangibles y concretos ese acervo de hermosas formulaciones principistas, tantas veces inoperantes, que constituye el sistema jurídico y económico-social interamericano. De ese divorcio entre lo teórico codificado del panamericanismo y la realidad de los hechos vivos y cotidianos, así como de los problemas y dificultades que engendra tal situación, me ocuparé de seguidas, esquemáticamente.
En lo jurídico, el sistema de relación interamericano resulta un modelo digno de ser imitado en el ámbito universal. En esta Conferencia habrán de aprobarse, precisamente, dos instrumentos de extraordinario significado institucional. Aludo al Estatuto Orgánico del Sistema Interamericano y a la Declaración Americana de los Derechos y Deberes del Hombre. El primero sistematiza y recoge en un solo cuerpo codificado los generosos y humanitarios principios de un derecho de gentes típica e intransferiblemente americano, cuyos primeros balbuceos afirmativos están en la Carta de Jamaica del Libertador y en la circular a los Gobiernos americanos convocando a la Asamblea anfictiónica de Panamá, en 1824. El segundo desarrolla y afirma las normas esclarecidas de la convivencia democrática y del respeto a la dignidad del individuo como sujeto de derecho, que estamparon los abuelos de la generación emancipadora en la Constitución de Filadelfia y en las latinoamericanas de 1811, y que en la época contemporánea encontró su exegeta afortunado en Franklin Delano Roosevelt con su tesis de las Cuatro Libertades.
Venezuela no niega, sino que exalta, la importancia de tales declaraciones de principios. Sus representantes en las respectivas Comisiones laborarán lealmente porque las normas de la no intervención; de la igualdad jurídica de los Estados; de la integridad territorial de las naciones, que no puede ser menospreciada en caso alguno; de la solución de los conflictos interamericanos por la conciliación y el arbitraje; de la solidaridad continental frente a la agresión extranjera, y de la pacífica convivencia democrática como esencia del derecho constitucional americano, queden definitivamente definidas en esos instrumentos públicos. Pero señala con sincera franqueza la sombra de descrédito que desde hace tiempo viene proyectándose sobre ese apretado haz de enunciados idealistas. En ellos ya no depositan su fe los pueblos; y comprobado está que no puede plasmarse ninguna obra históricamente valedera, sólida frente al embate de las adversas circunstancias y proyectada en el tiempo con sentido de pervivencia, si no la alienta y vivifica la creadora confianza popular.
Es que todo el sistema jurídico interamericano reposa sobre un concepto irrenunciable, porque enraíza en nuestra sicología y en nuestra historia: el de que América es el continente de la libertad y de la justicia. En admirable síntesis resumió esta verdad la Declaración en México, suscrita por todos los Estados Americanos, el 6 de marzo de 1945, al afirmar en su Artículo 12°: El hombre americano no concibe vivir sin justicia. Tampoco concibe vivir sin libertad.
En abierta contradicción con tales principios, sin libertad y sin justicia viven hoy millones de hombres y mujeres americanos. Varios son los Gobiernos del continente que pretenden conciliar sus compromisos internacionales de índole democrática con la negación a sus gobernados de las libertades políticas y sociales, tan necesarias al hombre civilizado como el oxígeno reclamado por sus pulmones. Este totalitarismo de estirpe tropical y atuendo criollo no se basa sobre el sistema del libre sufragio, o lo escarnece, o lo deforma. Y no satisfecho con sembrar desconfianza en los pueblos sometidos a su imperiosa férula, así como en los otros de América, sobre la virtualidad y vigencia de la democracia continental, ha llegado en ocasiones a estimular y apoyar empresas revanchistas de las fuerzas políticas regresivas en países que ya disfrutan del goce pleno de sus libertades.
La evidencia del peligro extracontinental no podría conducirnos al error de olvidar estas lacerantes realidades americanas. Mientras no haya sinceridad democrática y efectividad del régimen representativo de gobierno en todos los países del continente, el sistema panamericano carecerá de la total adhesión colectiva. Democratizado el continente, sí podría contraponerse eficazmente un modo de vida americano, armonioso y libre, a la brutal concepción del Estado  policía que hoy se enseñorea en extensa porción de Europa. Y se dispondría entonces del cálido respaldo y del fervoroso apoyo de los pueblos para la realización, un siglo después de haber sido proclamada, de una consigna de Jefferson, que hoy adquiere dramática actualidad: "Mientras (Europa) -dijo el repúblico estadounidense- trabaja para ser el asiento del despotismo, nuestros esfuerzos debieran tender a hacer del Hemisferio el dominio de la libertad."
Venezuela profesa con absoluta sinceridad las ideas que quedan expuestas.
Y considera llegada la oportunidad de que dentro del Sistema Interamericano se arbitren fórmulas capaces de hacer efectiva esa cooperación internacional para "el desarrollo y estímulo del respeto a los derechos humanos y a las libertades fundamentales de todos", prevista en el Artículo 1°, p. 3, de la Carta de las Naciones Unidas.
Y permitidme que invoque, al formular esta sugestión, los títulos morales que asisten a mi patria para propugnar la sinceridad democrática en América. Se ha realizado en Venezuela un rápido y magnífico proceso de transformación política y social. De la imposición autocrática se pasó a la libre consulta comicial, en elecciones a las cuales concurrieron, sobre un total de cuatro millones de habitantes, millón y medio de ciudadanos, hombres y mujeres, alfabetos y analfabetos, mayores de dieciocho años. El régimen surgido de esos comicios es el más intrínsecamente fuerte de nuestra historia. La armoniosa paz interna y la tranquilidad social vigentes en el país avalan nuestra promesa de que ni por un momento dejará de fluir diariamente del subsuelo nacional ese millón trescientos mil barriles de petróleo, que tan esenciales son para la reconstrucción de Europa y para garantizar la seguridad del continente americano. Nuestro régimen democrático, respaldado por el animoso consenso colectivo, se basa en la plena libertad de organización, palabra y prensa; y no está dispuesto a trasplantar artificialmente al suelo patrio las guerras ideológicas extranjeras, ni a adoptar medida alguna que implique enmienda a las garantías ciudadanas estampadas en nuestra Carta Fundamental. Las minorías extremistas que operan sobre el escenario político de Venezuela, carentes de actuales o futuras posibilidades de control sobre el pueblo trabajador pueden ser neutralizadas fácilmente, si intentaren perturbar el orden público, con la sola aplicación de los recursos legales previstos en nuestra Constitución. Para ello no se hace necesario que nuestro país adhiera previamente a una cruzada de perfiles inquisitoriales, que en el pensamiento de algunos puede responder a motivaciones ideológicas sinceras, pero que entregaría a los enemigos de las libertades públicas americanas un formidable instrumento de discriminación y de persecución policial para ser esgrimido contra sus opositores de todos los matices doctrinales.
Estas ideas son una glosa de las expuestas por el señor Presidente de la República de Venezuela, Rómulo Gallegos, en el siguiente párrafo de su primer Mensaje a la Nación, al asumir la Jefatura del Estado el 15 de febrero de 1948:
" ... Se mantendrá durante mi gobierno -dijo en esa oportunidad e! Presidente Gallegos- el clima de libertades legítimas de que se ha venido disfrutando bajo e! que hoy ha terminado su misión; ya la oposición que nos declaren los partidos contrarios, por más violenta que sea, sólo replicaremos con las razones que nos asistan, aun cuando sin ellas seamos atacados.
"Estamos comprometidos en una experiencia decisiva de! porvenir de la democracia venezolana, y ni por arrebatos propios ni por acomodamientos culpables a extraños intereses dejaremos de respetar la existencia y la libertad de acción de las organizaciones políticas que se mueven dentro del campo de las leyes y no incurran -como no es de temerse- en atentados contra la estabilidad de la democracia misma en nombre de la cual actúen ... "
EL COLONIAJE DEBE ERRADICARSE DE AMÉRICA
Estrecho nexo existe entre el problema de la libertad en América y la irritante pervivencia del coloniaje en el continente, para utilizar expresión de un acuerdo adoptado por unanimidad en el Congreso Nacional de Venezuela.
Debilita la fe colectiva en la eficacia del sistema interamericano el hecho de que haya dejado persistir el dominio de potencias colonizadoras sobre vastas porciones del hemisferio. Y se acentúa ese sentimiento cuando se observa cómo no se ha modificado el status colonial en América, mientras una India, una Birmania y unas Filipinas libres ya se han incorporado a la comunidad internacional; y cuando se espera, como culminación en el proceso, ya tan avanzado, de la independencia de Puerto Rico, que a la próxima Conferencia Internacional Americana puedan concurrir sus representantes como personeros de un Esta¬do soberano.
En esta materia de la agenda de la Novena Conferencia Internacional Americana, que seguramente será objeto de esclarecedores debates, la posición venezolana es tajante y categórica. Consideramos incompatibles con el sistema jurídico interamericano cualquier razonamiento de índole histórica, económica o estratégica que pueda invocarse como justificación del coloniaje en el Hemisferio.
En el preámbulo de nuestra Constitución, repudiamos la guerra, la conquista y el abuso del poderío económico como instrumentos de política internacional; respaldamos "el principio de autodeterminación de los pueblos", y reconocemos "el Derecho Internacional como regla adecuada para garantizar los derechos del hombre... "
De estos principios de nuestro derecho público derivamos la actitud venezolana ante el problema colonial. Creemos que de esta Conferencia debe surgir una fórmula de acción colectiva, encaminada a auspiciar el acceso de los pueblos americanos en tutela a las posibilidades del autogobierno y de la propia expresión, permitiéndoseles decidir si desean vivir bajo régimen autónomo o si quieren cobijarse bajo una bandera del continente. La fórmula sugerida tiene que ir, necesariamente, mucho más lejos que los acuerdos en esta materia adoptados en la Primera y en la Segunda Reuniones de Consulta de los Ministros de Relaciones Exteriores de las Repúblicas Americanas, instrumentos ambos de alcance circunstancial, acaso por haber sido debatidos bajo el signo de la emergencia bélica.
Al propugnar el principio de autodeterminación de los pueblos coloniales para decidir acerca de su propio destino, no negamos en forma alguna el dere¬cho de ciertas naciones de América a obtener determinadas porciones de territorio hemisférico, que en justicia le puedan corresponder; ni renunciamos los venezolanos, llegado el caso de una serena revalorización histórica y geográfica de lo americano, pudieran hacer valer en pro de sus aspiraciones territoriales sobre zonas hoy en tutelaje colonial y que antes estuvieron dentro de nuestro propio ámbito geográfico. Pero, por América y por su dignidad, no hemos querido enfocar la cuestión colonial desde el ángulo de las reivindicaciones particulares, sino como el ancho panorama de una justicia sin apetencias previas.
Podría surgir la argumentación de que en la incierta hora actual del mundo resulta necesaria para la seguridad militar del continente la inmutabilidad en el régimen de las colonias. Esta tesis no resiste al más ligero análisis. Nada induce a presumir que una Jamaica, unas Guayanas o unas Antillas emancipadas regateen su aporte a la defensa del continente, a cuya suerte y destino se sentirían ya entrañablemente vinculadas.
LAS DOS AMÉRICAS
Otra materia fundamental incluida en el temario de esta Conferencia es la relativa a las relaciones de interdependencia económica existentes entre las dos Américas.
Deliberadamente he usado esta última expresión. Porque conceptúa Venezuela que el armonioso entendimiento que estamos procurando, para hacer del continente un reducto formidable contra la expansión totalitaria y el riesgo de guerra, se alcanzará más fácil y eficazmente si nombramos a las cosas por su nombre y lanzamos con franqueza las cartas sobre el tapete.
En realidad, existen dentro del sistema interamericano, en el orden económico y financiero, dos grandes grupos: de un lado, Estados Unidos, por sí solo un país-continente, por la variedad extraordinaria de sus propios recursos naturales, por su inmenso potencial industrial, por el alto nivel de vida de su población urbana y rural y por la solidez de sus finanzas públicas, que en la actualidad alcanza a un grado tal de desarrollo que le permite al Gobierno Federal sufragar sin dificultades los gastos de un presupuesto gigantesco y exhibir saldos acumulados estimables en billones de dólares; del otro, están las veinte Repúblicas latinoamericanas, de economías retrasadas; en su generalidad monoproductoras y en lento recorrido de los primeros estadios de su industrialización; con monedas nacionales en su mayor parte depreciadas y de escaso poder externo de compra; con presupuestos estatales casi siempre deficitarios y con vasto volumen de su población productora y consumidora, calculable en millones de trabajadores de la ciudad y del campo, viviendo en deplorables y primitivas condiciones de existencia. Este desequilibrio en el ritmo de ambas economías -violentamente acelerado el uno, angustiosamente lento el de las otras- determina fricciones, resentimientos y pugnas dentro del bloque hemisférico, que no resulta constructivo ignorar, porque constituyen la historia viva escrita por la terca realidad al margen de las abstractas formulaciones contenidas en los acuerdos de las ocho Conferencias Internacionales Americanas celebradas hasta ahora y de las convocadas por los organismos especializados de la Unión Panamericana.
Situada la cuestión sobre un terreno tan francamente objetivo, resultan viables el entendimiento y el acuerdo, impuestos por determinantes geográficas y económicas tan categóricas que aún llegarían a privar sobre los móviles ideológicos. La desnuda y escueta verdad es que los Estados Unidos necesitan de América Latina, y América Latina necesita de los Estados Unidos. Estas veinte Repúblicas constituyen la reserva fundamental de materias primas para la industria estadounidense y su más próximo y seguro campo de absorción de mercancías elaboradas; y los países de América Latina tienen en su vecino del Norte un centro de consumo esencial para sus productos exportables así como una fuente proveedora de capitales inversionistas, de maquinaria agrícola e industrial y de otros bienes de capital, y de buena parte de los equipos humanos técnicos requeridos por naciones en trance de modernizar sus métodos administrativos y sus sistemas de producción.
Si se parte de bases tan prácticas, no resultará difícil alcanzar un régimen de convivencia sincera y mutuamente provechosa entre las dos Américas, cuyas características estructurales diferentes en materia económica obedecen a factores de evolución histórica, que en forma retrospectiva no pueden ser modificados, pero que para el presente y el futuro deben ser orientados por cauces nuevos, con voluntariosa decisión americanista.
Venezuela, dentro de este orden de ideas, apoyará calurosamente algunos de los proyectos de resoluciones sobre materia económica presentados a esta Conferencia por delegaciones de otros países. Estamos de acuerdo con que se precise, una vez más, que el libre acceso a las materias primas hemisféricas debe tener su contrapartida en el libre acceso a los bienes de producción, que sólo países industrializados pueden fabricar. Mantenemos con firmeza la tesis de que el régimen de libre empresa debe encontrar su limitación legal para impedir que de la cooperación económica lícita devenga monopolio extorsionante. Suscribimos con firme decisión el rechazo de la agresión económica y de las discriminaciones coercitivas. Apoyamos la cooperación económica interestatal entre países latinoamericanos que, rechazando la idea de integrar bloques agresivos contra otra nación o grupo de naciones, reconozcan y admitan las ventajas de los acuerdos subregionales, uno de cuyos exitosos logros podía ser señalado en la "Flota Mercante Grancolombiana". Y saludamos como promesa auspicios a, porque contribuirá a una mayor afluencia de capital privado hacia nuestros países, los estudios que se adelantan en Estados Unidos para eliminar los sistemas de doble tributación y para limitar las tasas cobradas sobre las ganancias obtenidas en el extranjero por inversionistas de ese país.
Pecaríamos, sin embargo, de insinceros al no manifestar nuestra impresión sobre los limitados alcances de esas conclusiones de principios. Algo más, y algo más concreto, debe procurarse.
RECLAMO DE UNA CONFERENCIA ECONÓMICA CONTINENTAL, SIMILAR A LA QUE PRECEDIO EN EUROPA AL PLAN MARSHALL
En este sentido, Venezuela se pronuncia por que sea convocada en fecha lo más próxima posible la conferencia especial de carácter económico, prevista en la Conferencia para el Mantenimiento de la Paz y la Seguridad del Continente, celebrada en Río de Janeiro. Allí se estimó que en el segundo semestre de este año podría reunirse esa asamblea especializada. Y Venezuela cree que a ella deben concurrir no sólo expertos en materias económicas y financieras, sino los propios Ministros de Hacienda, y de Economía y Fomento, de todos los países de América.
Esa conferencia tendría antecedentes, en cuanto a su modo de funcionamiento y a sus finalidades, en la Conferencia Económica de los 16 países europeos y de la Alemania Occidental, reunida en París en septiembre de 1947. En esa asamblea no se adoptaron acuerdos abstractos, sino que se tabularon estimaciones concretas; y no con vista a las necesidades y posibilidades del momento, sino apreciándose las perspectivas de un plan cuatrienal, para el lapso 1948-51.
En la conferencia económica que auspiciamos podrá precisarse y esclarecerse cómo el Plan de Rehabilitación Económica de Europa no es excluyente de la atención requerida por inaplazables necesidades americanas, sino que puede y debe ser completado con otro de fomento de nuestras economías devastadas, no por la metralla nazi, sino por complejos factores cuya dilucidación escapa a esta oportunidad. Cada país concurriría con sus propios proyectos concretos, los posibles, los realizables, los técnicamente elaborados, habida consideración de sus recursos naturales y humanos y del respeto que se debe a la opinión pública americana, acorde en todos los países para exigir no más despilfarro de recursos públicos o privados en obras suntuarias y la aplicación de la mayor cantidad posible de los mismos en crear riqueza útil.
También se fijaría en esa conferencia un cuadro aproximadamente exacto de las necesidades de maquinaria agrícola e industrial, de medios de pago y de materiales esenciales requeridos por la América pastoril, agricultora y minera; y un censo de las materias primas o elaboradas, vendibles a precios remunerativos y estables, que estaríamos en capacidad de colocar en la América industrializada y en la Europa en reconstrucción. Otras apreciaciones deben formularse. También deberá precisarse y definirse en esa asamblea cuáles son los renglones de la actividad económica latinoamericana de posible desarrollo con los solos aportes del capital privado, nativo o foráneo; y cuáles requieren de la asociación financiera del capital estatal y de los Bancos de Exportación e Importación e Internacional de Reconstrucción y Fomento. Este último instituto, después de haber aportado a Europa los primeros quinientos millones de dólares que colocó en el año 1947, ya anunció, por órgano de sus principales dirigentes, que está en condiciones de contribuir crediticiamente al desarrollo de los planes públicos de fomento latinoamericano.
Venezuela considera de vital interés la celebración de esta conferencia sugerida, por América toda y por ella misma. Y es que sólo en apariencia disfrutamos de situación privilegiada. Es cierto que disponernos de un presupuesto cuantioso y equilibrado; que carecemos de deuda externa y soportamos una deuda interna mínima. No es menos verdad que allá no se confronta crisis de divisas y que, junto con Suiza y algún otro país, nos cantamos entre los pocos del mundo donde no rigen controles sobre los medios de pago. Y, por último, los números estadísticos, ocultadores tantas veces de realidades negativas, nos exhiben ostentando el récord de un comercio exterior de 310 dólares per cápita, mientras el de Estados Unidos es de 90 dólares per cápita. Pero nosotros, al igual que los demás pueblos latinoamericanos, no queremos seguir siendo sólo una reserva de minerales para los países industrializados y estamos resuelta y definitivamente empeñados en superar la etapa del semicoloniaje económico. En persecución de ese objetivo, hemos comenzado a forjar, sobre la base de una producción diversificada y propia, una Venezuela dueña de su propio destino, con libertades públicas y resuelto propósito de lograr bienestar material para toda su gente.
DEFENSA DE LA RIQUEZA-HOMBRE Y PROTECCIÓN EFECTIVA DE LOS DERECHOS DE LOS TRABAJADORES
Y, para finalizar, diré que Venezuela asigna particular atención al tema relacionado con el desarrollo y mejoramiento del servicio social interamericano. Tiene este tema íntima conexión con la Declaración de Principios Sociales de América, suscrita en México por los Estados Americanos el 7 de marzo de 1945. Es que Venezuela y su Gobierno confieren importancia decisiva a la defensa y valorización de la riqueza-hombre. En América no habrá desarrollo económico armonioso, ni estabilidad social, ni seguridad política efectiva, mientras tantos millones de hombres que trabajan en los socavones de las minas, en las altiplanicies y valles pastoriles o agrícolas, en los centros manufactureros urbanos, tengan cerrado el acceso a la cultura y carezcan de pan abundante, de domicilio higiénico, de traje adecuado que los abrigue y de medicina que los cure.
El señor Presidente de la Delegación de Estados Unidos a esta Conferencia, el Secretario de Estado, General Marshall, pudo afirmar aquí la verdad de que en su país ha habido una "elevación de los salarios del trabajador hasta un punto jamás logrado bajo cualquier otro sistema económico en la historia de la humanidad". Destacó luego los progresos culturales y económicos derivados por el pueblo estadounidense de ese alto nivel de existencia. Lamentablemente lo mismo no puede decirse de la situación económica y social de otros vastos núcleos humanos del Continente, que son determinante mayoría dentro de la población laboriosa de América Latina. Precarias, infrahumanas muchas veces, son las condiciones de vida de los trabajadores del campo y de la ciudad que constituyen las dos terceras partes cuando menos de esos ciento sesenta millones de hombres ubicados al sur del Río Grande. Y esta situación, que niega la justicia social y disminuye la capacidad productora de una vasta porción del hemisferio, no podrá ser superada sino cuando alcancen estos pueblos participación adecuada y justa en el disfrute de sus riquezas naturales y cuando los solemnes compromisos en materias sociales adquiridos por los Estados, al suscribir convenios interamericanos, dejen de ser cláusulas formales, tantas veces incumplidas, para convertirse en hechos realizados. En otras palabras, cuando al trabajador latinoamericano del pensamiento o del músculo se le garanticen legalmente salario y sueldo mínimo, remunerativos; cuando tengan vigencia efectiva los derechos obreros a la organización sindical y a la contratación colectiva, y cuando eficaces sistemas de seguridad social protejan al trabajador contra los muchos riesgos que amenazan su salud y su bienestar.
RECAPITULACIÓN Y SÍNTESIS
Podría resumir esta exposición diciendo que Venezuela auspicia la sinceri¬dad democrática continental y el respeto efectivo de las libertades y de la dignidad del hombre; la eliminación, por vía de pacíficos entendimientos, del anacrónico régimen del coloniaje; la justicia económica interamericana, cuyas bases duraderas deben ser echadas en una conferencia especial, convocada a corto plazo; y la seguridad social de las multitudes laboriosas del Continente.
En la medida en que vayamos alcanzando estos fines, América soldará más firmemente su unión. Y estará en condiciones óptimas para oponer un frente unido de libertad militante y de justicia efectiva a los totalitarismos que en el viejo mundo enarbolan banderas de reivindicaciones sociales para disimular sus propósitos de conquista y dominio.
Venezuela contribuirá con su mente y sus intenciones limpias al éxito de tan ambiciosa empresa, porque ha venido a Bogotá, como irá siempre a donde la llame su deber americano, a trabajar con fervor por lo que nos una y a desechar los que nos divida.
ROMULO A. BETANCOURT

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