julio 12, 2010

Discurso de Betancourt en una comida organizada en su honor en Chile, donde fija una categórica posición antitotalitaria de las fuerzas de izquierda de Venezuela (1940)

DISCURSO EN UNA COMIDA ORGANIZADA EN SU HONOR EN CHILE DONDE FIJA UNA CATEGORICA POSICIÓN ANTITOTALITARIA DE LAS FUERZAS DE IZQUIERDA DE VENEZUELA [1]
Rómulo A. Betancourt
[1940] [2]

Amigos y compañeros:
No soy vanidoso y, por lo contrario, tengo exacto sentido de las proporciones. Por eso no me envanezco de ver sentada alrededor mío, en esta noche para mí memorable, a tanta gente valiosa de Chile y América. Y al escuchar al Senador Grove haciendo un exagerado elogio de mi persona, sólo estaba pensando que si el chileno es mesurado, frío, austral, en otras actitudes de su vida, en cambio se tropicaliza y se vuelve exuberante cuando se trata de ser generoso con el huésped.
No llego a explicarme esta reunión sino como nacida de un propósito, acaso subconsciente, en sus organizadores: el de posibilitar el intercambio de ideas, en una hora de particular gravedad para los destinos del mundo y de nuestra América, entre hombres y mujeres preocupados por el devenir social.
Tal vez hubiera sido mejor, y más elegante, hablar esta noche de tópicos generales. Empero, no es posible. Por más que quisiéramos impedirlo, el estrépito de la guerra europea, el crujido de imperios que se derrumban, la voz –ensoberbecida por el triunfo– de la barbarie nazi, irrumpen violentamente en este local. Cada uno de nosotros, hombres y mujeres, tiene su responsabilidad y su deber en la lucha social. Y no hay manera de que podamos olvidarlo en ninguna oportunidad.
Mientras estamos reunidos aquí, el fascismo avanza, momentáneamente triunfante, sobre los campos despedazados de la vieja Europa. Y frente a esta vertiginosa carrera de éxitos militares del eje totalitario hay todavía gente en nuestra América que por inconsciencia, o miopía, continúa preconizando la neutralidad bobalicona, de brazos cruzados.
Es necesario decirlo, con palabra responsable y dura: traicionan a nuestros pueblos, conspiran contra nuestra soberanía histórica, barren la ruta a la posible conquista del mañana, quienes adoptan actitudes estáticas y despreocupadas mientras el ejército motorizado de Hitler rehace el mapa político de Europa; y mientras nos socava arteramente la quinta columna fascista.
No seré yo quien niegue el carácter interimperialista de la guerra europea ni quien olvide que las defecciones de las democracias de occidente –en Munich, en España y aun antes– prepararon esta hora de ascenso a la barbarie fascista. Pero resulta traición a nuestros pueblos –lo repito con todo el énfasis de que soy capaz– utilizar esa argumentación justa en defensa de la contienda europea. El triunfo del totalitarismo fascista significaría, para nuestra América tan débil y tan rica en codiciadas materias primas, el peligro inminente de que se nos pretenda convertir en una vasta Abisinia. Las “quintas columnas” –integradas por criollos sin noción de patria y por extranjeros nacidos en los países de estructura fascista trabajan– activamente en nuestro continente, preparando la avalancha invasora del futuro.
Nuestro deber de dirigentes responsables de movimientos democráticos es el de no perder la cabeza. Nervios fríos, lucidez para ver la ruta y rapidez para trajinarla, es lo que necesitamos en este momento, para situarnos a la altura de nuestro deber histórico, quienes estamos en las avanzadas antifascistas del continente.
Existiendo, como existe, el álgido peligro de una agresión totalitaria contra nuestros pueblos americanos, lo lógico es que nos unamos; y unidos, en una sólida entente orgánica, equilibradora de fuerzas y garantizadora de pactos, que coordinemos con Estados Unidos la defensa continental. No es necesario para ellos que cedamos pedazos de territorio, ni fragmentos de soberanía. La integridad de nuestras patrias la recibimos de nuestros padres, acendrada en el esfuerzo prodigioso de muchas generaciones, e incólume debemos legarla a nuestros hijos. Tampoco es legítimo, ni aceptable, que para armamos –porque necesitamos armamos, ya que el candoroso pacifismo de los inermes sólo sirve para incitar la brutalidad de los fuertes bien armados– apelemos al empréstito extranjero. Es la oportunidad de que los estados americanos arreglen, realistamente, situaciones pendientes con poderosas compañías explotadoras de nuestras ricas reservas de cobre, petróleo, salitre, hierro; y que sea mediante el reintegro al Estado de una parte de los beneficios excepcionales hechos en los actuales momentos por esas compañías, que se financie el plan de fortalecimiento de nuestras defensas militares.
Al propio tiempo, sonó la hora de que en América se formen gobiernos de defensa nacional, poniéndole sordina a la discordia colectiva, y conjugando todas las energías nacionales en el empeño dramático de defender con murallas de pechos nuestro suelo y nuestro destino.
En mi país –uno de los más amenazados por la agresión fascista, ya que en su subsuelo bulle una reserva prodigiosa de dos mil millones de barriles de petróleo– las fuerzas de oposición han ofrecido su leal cooperación al presidente López en esta crucial emergencia. Dentro de un margen ampliado de libertades públicas, el pueblo venezolano, sus organizaciones de izquierda nacional –desvinculadas de organismos internacionales, algunos de los cuales no siguen en su zigzagueante línea sino los dictados de una política extraña a nuestra América y a sus intereses vitales– lucharán resueltamente por la independencia de Venezuela de toda sujeción extranjera.
Preciso, para finalizar, que considero justa la política americana de neutralidad. Mis compañeros respaldan resueltamente en Venezuela la decisión del gobierno nacional de mantener a la Nación fuera de la órbita belicista. Empero, la neutralidad tiene que ser activa, operante, previsiva. No una neutralidad que deje actuar cómodamente a las quintas columnas y que desestime la necesidad de activar la defensa militar de nuestros pueblos.
Hago un voto –para concluir– por la unidad de nuestra América, única garantía de nuestra integridad histórica frente a un futuro multiplicado de riesgos y acechanzas.
ROMULO A. BETANCOURT
[1] Publicado en Consigna, Santiago de Chile, 22 de junio de 1940.
[2] El 14 de junio se le hizo una manifestación de simpatía al líder democrático Venezolano, compañero Rómulo Betancourt. A raíz de haber sustentado un ciclo de conferencias en el Salón de Honor de la Universidad de Chile, sus amigos quisieron testimoniarle simpatía. Asistieron a la comida más de 75 personas, chilenas, americanas y europeas, ubicadas en distintas tiendas políticas. Entre los asistentes se encontraron el Ministro de Fomento, Oscar Schnacke, y el de Salubridad y Asistencia Social, Salvador Allende. Hablaron el Senador don Marmaduke Grove, ofreciendo la manifestación, el dirigente aprista Manuel Seoane, y el ex-subsecretario del gobierno republicano español, Carlos de Baraibar. El discurso de Betancourt, cuya versión aproximada publicamos a continuación, abordó tópicos de apasionante actualidad, relacionados con la política internacional.

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