julio 12, 2010

Discurso de Betancourt pronunciado en la inauguración del VI Congreso Socialista de Chile (1939)

DISCURSO PRONUNCIADO EN LA INAUGURACION DEL VI CONGRESO SOCIALISTA DE CHILE
Rómulo A. Betancourt
[17 de Diciembre de 1939]

Conciudadanos:
Deliberadamente empleo para saludaros –compañeros socialistas, hombres y mujeres de todas las ideologías que integran el pueblo chileno– la misma palabra con que siempre inicié mis discursos en Venezuela. Conciudadanos os llamo, con idéntico término cordial con que saludé tantas veces a las grandes concentraciones populares de mi país. En esta forma, experimento más vivamente la sensación de estar hablándole a mi propia gente, de sentirme entre los míos, codo a codo con la multitud laboriosa chilena, entrañablemente identificado con los dolores y las apetencias colectivas de éste, como de todos los pueblos de nuestra ancha, desunida y promisora América. (Aplausos prolongados.)
Esos aplausos, compañeros, me desconciertan. Porque algún suspicaz puede creer que he apelado al tópico americanista como un latiguillo para conquistarlos. Nada más alejado de mi intención. Político responsable soy, y milito en una organización partidista que ha conquistado en Venezuela amplio respaldo de las masas populares, y simpatía o respeto en todos los sectores honrados de la opinión nacional, no sólo por su combatividad, sino también por su realismo, por su resolución para torcerle el cuello a la retórica y para desechar la demagogia. (Aplausos.) Si he dicho que en el pueblo chileno me siento viviendo en casa propia, es porque los militantes del Partido Democrático Nacional de Venezuela complementamos nuestro intransferible venezolanismo con una actitud lúcidamente americana, con el resuelto empeño de insurgir contra el clima de incomprensión y aislamiento creado entre nuestros pueblos por las miopes oligarquías parroquiales. Incomprensión y aislamiento que han impedido soldar los anillos nacionales del continente en una férrea cadena defensiva, muro de contención alzado frente a la acción colonizante y deformadora del imperialismo internacional. (Muchos aplausos.)
Esta vocación americanista del movimiento democrático y popular de Venezuela viene de lejos y enraíza en las mejores tradiciones nacionales. Por un feliz azar de la historia, fue en nuestro suelo donde nació Simón Bolívar, el conductor de multitudes de la promoción ejemplar de 1810 que vio con mayor claridad en el porvenir de América. Hoy, precisamente, se cumple 109 años del día en que agonizara en una aldehuela de Colombia –execrado y perseguido por las oligarquías de entonces, matriz de las oligarquías de hoy– el gestor de la doctrina del unionismo continental. En su agonía, el Libertador sacó fuerzas de su desfallecimiento orgánico para lanzar a los cuatro costados de América su última consigna admonitoria: “Unión, unión, o la anarquía os devorará”. (Aplausos.)
Las nuevas promociones políticas e intelectuales de Venezuela, profesantes de una concepción dialéctica y científica de los fenómenos sociales, no pretenden deshumanizar a Bolívar; sustraerlo al momento histórico en que le correspondió actuar y entronizado en un nicho, para hacerlo objeto de devoción fetichista. Eso quede para quienes cabecean su senectud en los sillones de las academias. Para nosotros, hombres de nuestro tiempo proyectados hacia el porvenir, Bolívar –“el hombre útil del siglo XIX”– tiene todavía una palabra que decir en el planteamiento y solución de algunos de nuestros magnos problemas contemporáneos. Porque la revolución que jefaturó quedó inconclusa.
Porque condujo una revolución burguesa, impuesta por las determinantes históricas de su tiempo, en gran parte frustrada, y cuya realización final es tarea a acometer por los partidos de trabajadores manuales e intelectuales organizados a lo largo de América. (Aplausos.)
Fiel a los postulados antifeudales de la revolución democrática, que en Francia e Inglaterra hizo saltar los moldes latifundistas que entrababan el desarrollo de la producción campesina, Bolívar propugnó la parcelación de las tierras confiscadas a los grandes propietarios realistas. No estamos agitando, en consecuencia, consignas heterodoxas y exóticas, los partidos y hombres de avanzada, al reclamar “la tierra para el que trabaja”, y el pugnar de un extremo a otro del continente, por dotar a cada campesino americano de una parcela laborable. (Aplausos prolongados.)
Consecuente con los principios de liberación de las fuerzas humanas de producción, que fue leit motiv de la literatura enciclopedista y mito de la economía liberal, Bolívar inscribió en su programa de lucha la liberación de los esclavos y dio ejemplo de consecuencia personal con ese criterio de gobierno manumitiendo a las peonadas de sus haciendas. No importamos, por consiguiente, doctrinas de ultramar, las organizaciones y los hombres que luchamos hoy por liberar de las modernas formas de esclavitud a los millares de trabajadores –hermanos nuestros en la rebelión y la esperanza–, quienes recogen para el patrono imperialista, sobre el surco, en el socavón de las minas o por entre los complicados bosques de acero de los taladros petroleros, la plata mexicana, los bananos de Centroamérica, el cobre del Perú, el petróleo de Venezuela, el salitre de Chile. (Aplausos prolongados.)
Bolívar, consecuente con el espíritu liberal de su tiempo y con la mística democrática de una burguesía entonces en ascenso, previno a los pueblos de los peligros de gobiernos autocráticos, personalistas, despóticos. Desgraciado del hombre que manda solo y más del pueblo que le obedece, es fórmula suya de buen gobierno, acuñada en numerosos documentos políticos. Continúa vigente y actual ese apotegma bolivariano, porque contados son los pueblos del continente en disfrute de la ventaja inmensa de poder organizarse libremente, de poder luchar libremente por su legítimo derecho al bienestar económico, a la libertad y a la cultura. Entre esas naciones privilegiadas, donde la coerción policial no ahoga la libertad de pensar y de actuar, está la chilena. Y yo, hombre de un pueblo que ha recorrido en su vida republicana un verdadero vía crucis, combatiendo tiranías obstinadas y cerriles, os impetro a que lo sacrifiquéis todo, hasta la vida misma, en defensa de este clima de libertades públicas, cabales, que se vive en Chile, cuando lo amenace la acechanza dictatorial. (Aplausos.) Dictadura reaccionaria, significa, compañeros, envilecimiento, retrogradación. Dictadura significa, compañeros, vergüenza y dolor colectivo, deshonor nacional, muerte civil. (Aplausos. El público, puesto de pie, lanza mueras a las tiranías de América.)
Americano cabal, de cuerpo entero, Bolívar tuvo siempre consciencia lúcida para apreciar los peligros que se cernían sobre nuestras débiles y ricas nacionalidades, acechadas por la codicia de las poderosas naciones del viejo mundo y por la entonces naciente pujanza de Estados Unidos. Utilizó hábilmente las contradicciones entre los gobiernos de Estados Unidos e Inglaterra y la España imperial de los Borbones, pero sin llamarse a engaño con respecto a la falacia y fines últimos de las castas gobernantes en Washington y Londres. “Los americanos e ingleses son aliados eventuales y muy egoístas”, escribía desde Lima en diciembre de 1825. Contrató empréstitos en Inglaterra, pero nunca enfeudó su política a la City y siempre vio en Gran Bretaña a la “pérfida Albión”. A la Santa Alianza absolutista, suerte de eje totalitario de 1820, respondió propugnando la organización de una federación de pueblos, en el Congreso de Panamá. Protestó cuando, falseando su pensamiento, el Ejecutivo grancolombiano incluyó entre los invitados a esa asamblea anfictiónica a los delegados del gobierno de Estados Unidos, y alguna vez dijo que los gobiernos de esa poderosa nación norteña “parecían destinados por la Providencia para llenar a América de miseria en nombre de la libertad”. (Aplausos.) Vio perspicazmente que sólo la unión de estos pueblos latinos de América “podría hacerlos formidables y respetables a las demás naciones”.
El pensamiento unionista de Simón Bolívar fue torpedeado por las oligarquías de nuestras 21 patrias, las cuales comenzaron a gobernarlas apenas culminó exitosamente la guerra de independencia, con el mismo criterio con que administran sus fundos, considerando las fronteras alzadas entre una nación y otra como trasunto de la alambrada latifundista que separa la gran hacienda de la del vecino y enemigo. (Grandes aplausos.)
Consecuencia de esta política de aislamiento y de mutua hostilidad practicada por las cancillerías de América es nuestra situación actual. Formamos un mosaico de débiles nacionalidades, mediatizadas económicamente a los consorcios capitalistas internacionales; y políticamente, con excepciones honrosas, a las cancillerías de las grandes potencias europeas, y a la de Estados Unidos. Ya los Congresos de Panamá no se reúnen para unificar a los pueblos latinos de América con el propósito de soldar una resistencia organizada a toda presión interferidora de su autonomía histórica, sino bajo la experta batuta de Summer Welles, y con la recóndita idea de implicarnos en una guerra extraña a nuestro destino, donde no tendríamos nada que ganar y sí mucho que perder. (Aplausos.)
Ya no expresamos libremente nuestro legítimo repudio a las agresiones de los estados fuertes contra las naciones débiles, sea cual fuere la etiqueta ideológica del país agresor (aplausos interrumpen al orador y se escuchan vivas a Finlandia), cuando nos nace de nuestra libre voluntad, sino cuando lo conceptúan conveniente la SDN y la Unión Panamericana, organismos ambos desconceptuados ante la opinión antifascista y popular del mundo para protestar contra los horrores de las guerras injustas, porque hicieron como los hijos de Noé cuando tropezaban al padre en estado de ebriedad, taparse los ojos con las manos hipócritas y cómplices (aplausos ruidosos interrumpen nuevamente al orador); taparse los ojos con las manos cómplices e hipócritas en los días en que brigadas reaccionarias de alemanes e italianos conquistaban a España para el fascismo; y cuando Mussolini se anexaba a Abisinia y Albania; y cuando Hitler, en nombre del III Reich, pisoteaba la soberanía de Checoslovaquia y Austria. (Aplausos prolongados y mueras al fascismo.)
Resulta así, compañeros, que somos fieles al mensaje bolivariano, adecuándolo a las nuevas realidades de nuestro tiempo, los partidos y los hombres que en América propugnamos la formación de un frente de defensa continental tendido de México a la Argentina, e identificado con las corrientes antiimperialista actuantes en las metrópolis a las cuales está mediatizado actualmente nuestro destino económico y, por ende nuestro destino político. Sin desconocer que formamos parte de una comunidad mundial y que la forma como se resuelven los problemas colectivos en los otros continentes repercute sobre el porvenir de nuestras 21 patrias, tenemos el deber irrenunciable de afirmar nuestra personería política, económica y cultural. Y luchar porque América sea para los americanos, como etapa insaltable hacia el momento de poder actualizar la aspiración del estadista argentino de que América sea para la humanidad. (Aplausos.)
Primera tarea en este empeño de acercarnos se cumplirá cuando nos conozcamos mejor. Es absurdo que sepamos tan poco los unos de los otros. En este propósito de mantenernos sin mutua información coopera calculadamente la red de agencias noticiosas capitalistas, las europeas como las yanquis. A este respecto, estoy seguro de que la “Havas”, la Prensa Asociada y la Prensa Unida, enviarán al mundo apenas un escueto cable de tres líneas sobre acontecimientos de tanta magnitud para Chile y para el porvenir de la democracia en América como lo es la celebración de este VI Congreso del Partido Socialista. En cambio, nos obligan a leer a diario extensas informaciones donde se describe el paisaje del sitio donde el señor Chamberlain pesca truchas, mientras millares de hombres se matan en las trincheras (aplausos); y nos hacen imponernos del color y forma de las flores obsequiadas infaliblemente por el señor Rowe, director de la Unión Panamericana, a las damas acompañantes de políticos oligárquicos prominentes de América Latina que visitan a Washington. (Aplausos.)
Por este mutuo desconocimiento en que vivimos, presumo que sabréis poco de la interesante evolución política operada en la Venezuela de estos últimos tiempos. Después de 27 años de terco despotismo, el país ha entrado en una nueva, decisiva fase de su historia. Se ha generado en los últimos cuatro años un poderoso movimiento popular, política y sindicalmente organizado, cuyo abanderado y guía, pionero colectivo para abrir caminos y señalar la meta, es el PDN. El régimen gubernativo, presidido por el general López Contreras, no es una tiranía. El jefe de Estado de mi país tiene rastros de semejanza psicológica y política con vuestro Balmacedo, porque personalmente es proclive a los métodos liberales de gobierno, no es afecto a la crueldad y se interesa por el progreso del país. Pero como vuestro presidente romántico tiene desconfianza de las fuerzas populares, las observa de reojo y con recelo, lo que conduce a su administración a apoyarse con frecuencia en los mismos sectores en pugna con su programa de gobierno, por tratarse de sectores derechistas y enemistados a muerte con la libertad, la cultura y el bienestar del pueblo. Síntomas se acusan de que el Presidente López Contreras terminará por reconocer que las fuerzas juveniles y populares de la izquierda, maduradas políticamente y habiendo rectificado con resolución sus errores de ayer, están interesadas en contribuir, con el jefe del Estado, a que su régimen pase a la historia de Venezuela sin la lápida del oprobio y del odio nacional. Están retornando al país la mayoría de los deportados de izquierda, el derecho de sindicalización es garantizado por el Estado, un clima de convivencia democrática está madurando progresivamente y se conceptúa como posible su culminación en una entente entre el Presidente López y las fuerzas políticas de izquierda. Entente en la que no habría claudicación de un lado ni del otro. No aspiran las izquierdas venezolanas organizadas a reclamar la subordinación del gobierno a sus puntos de vista, pero reclaman un legítimo derecho ciudadano: la de beligerancia legal de una organización partidista democrática, para seguir cumpliendo, a la luz del día y ante los ojos fiscalizadores de toda Venezuela, su rol histórico en la vida de la Nación. (Aplausos.)
La objetividad y seriedad con que enfoco el momento político venezolano ante los 15.000 ciudadanos chilenos que, congregados en el Caupolicán y sabiendo cómo todo Chile y parte de la América del Sur están escuchando estos discursos por las radios, revela que ni el PDN, ni el que habla, practican una política de oposicionismo rencoroso y sectario. Avalora la sinceridad de este enfoque la circunstancia de que lo haga quien está viviendo en Chile, por resolución del gobierno de Venezuela, su segundo exilio. (Aplausos.)
De mantenerse y afirmarse progresivamente el actual clima político de Venezuela podrá realizarse el proceso eleccionario de 1941, para elegir Presidente de la República, en condiciones de normalidad republicana. El PDN trabaja desde ahora, aleccionado por vuestra magnífica experiencia, para entenderse cordialmente con todos los matices de la opinión progresista, a fin de que el candidato de la democracia venezolana sea sostenido por una alianza de individualidades y partidos de sólido respaldo nacional.
Y para triunfar en ese empeño, vuestra trayectoria de gobierno nos será de gran utilidad, con el argumento de la actuación en el poder de las izquierdas chilenas, destruiremos la calumniosa especie, copiosamente difundida en mi país por las derechas, de que las fuerzas políticas de avanzada son enemigas del Ejército y propician la persecución de las ideas religiosas de amplios sectores del pueblo. Allá podremos decir a las instituciones armadas y a los grupos católicos sinceros de la población venezolana, que un gobierno respaldado en su gestión política y administrativa por la izquierda democrática y nacionalista procederá como lo ha hecho el actual régimen popular chileno: rodeando de respeto, estímulo y afecto al Ejército de la República; y garantizando lealmente el irrenunciable derecho de cada ciudadano a profesar en lo íntimo de su conciencia cualquier credo confesional.
Conciudadanos: concluyo ya. Arrastrado por la tentación de un tema que me apasiona y que apasiona a las nuevas promociones venezolanas: el de la unificación de nuestros pueblos para la lucha por la emancipación continental, me he tomado para este discurso un tiempo exagerado. Haciendo ironía a costa mía, confieso lo que el parlamento inglés: sucumbí a mi propia elocuencia. (Risas y aplausos.)
Habréis observado cómo, deliberadamente, he eludido toda incursión al campo de la política interna chilena. Me lo imponía un deber elemental de discreción. Pero, sí, os digo que vuestra experiencia interesa y apasiona a toda la gente democrática de América, desde los días mismos en que la alianza de partidos de izquierda inició la campaña electoral que culminara en un magnífico triunfo el 25 de octubre de 1938.
En Venezuela nos permitimos modificar vuestra consigna de aquellos días agitados de la lucha eleccionaria, transformándola de: “Todo Chile con Aguirre”, en otra de mayor resonancia americana. Y desde las columnas de la prensa de izquierda, en los manifiestos propagandísticos y en la vida diaria de nuestro PDN, popularizamos ampliamente esta otra frase de orden “Todo el continente con Aguirre”.
Termino haciendo votos fraternales porque vuestro partido contribuya, junto con los otros que integran la combinación política gobernante en Chile, a la pronta cristalización en realidad de la consigna del 4 de junio, la de Mane Hurtado, Grove y Schnake: “Alimentar al pueblo, vestir al pueblo y domiciliar al pueblo”. Y porque de las deliberaciones de esta magna asamblea socialista salga más férreamente unido vuestro partido, magnífica herramienta forjada por el sector mayoritario del pueblo para desbrozar la ruta que conduzca a Chile hacia estadios cada vez más altos de democracia política, de justicia social y de liberación nacional. (Aplausos prolongados. Felicitan y estrechan la mano del orador el Ministro de Fomento y líder socialista, don Oscar Schnake, el Jefe del Partido Socialista don Marmaduke Grove, los jefes de los partidos frentistas, el Secretario Jefe de la Presidencia don Humberto Aguirre, quien representaba a S.E. don Pedro Aguirre Cerda, el Edecán civil de la Presidencia don Armando Rodríguez Quezada, el Secretario de la Embajada de México y los parlamentarios y dirigentes políticos que integraban la mesa de honor del Congreso.)
ROMULO A. BETANCOURT

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