julio 27, 2010

Discurso de Perón en el Club Newell's Old Boys, de Rosario, ante una concentración de obreros y empleados (1944)

«Selección de discursos período 1943-1945»
“DISCURSO EN EL ESTADIO DEL CLUB NEWELL´S OLD BOYS, DE ROSARIO, ANTE UNA CONCENTRACION DE OBREROS Y EMPLEADOS”
Juan Domingo Perón
[23 de Junio de 1944]

Trabajadores rosarinos: La inauguración del Hospital Regional para los Ferroviarios, me proporciona el placer de este nuevo contacto con los trabajadores de Rosario, que en diciembre del ´43 me otorgaban ese título de “Primer Trabajador Argentino”, que exhibo con el mismo orgullo que proclamo mi condición del soldado y mi dignidad de ciudadano.
Pero más que eso, que sólo puede interesarme personalmente, la masa obrera de esta ciudad satisfecha de poderío industrial, está estrechamente vinculada a la labor social de la Secretaría de Trabajo y Previsión.
Les correspondió formar en la vanguardia en esta gran batalla que está culminando en una victoria sin precedentes en el campo social argentino y de la que hoy mismo podemos palpar sus beneficios. Porque fue precisamente de aquí, de esta urbe populosa, que comenzó a redimirse del pecado de sus antiguas convulsiones rojizas, de donde partió la primera palabra de estímulo y de aliento que llegó hasta un gobierno que iniciaba entre el escepticismo de un pueblo reiteradamente defraudado, el programa de las reivindicaciones sociales, que fueron, son y serán, sus propósitos irrenunciables.
Desde estas márgenes del río indio, surgió un día la iniciativa que se transformó más tarde en el decreto que permitió afincar sobre la tierra amiga, a los chacareros amenazados de desalojo por las haciendas valorizadas.
La colaboración entusiasta de los dirigentes agrarios, permitió al Estado acelerar las medidas que aseguraron la adquisición de las cosechas, la rebaja de los arrendamientos rurales y una retribución más digna a esas decenas de miles de olvidados braceros.
Los propios periodistas rosarinos, representado a toda la prensa del interior del país en el seno de la Comisión encargada de redactar el Estatuto profesional, dieron una magnífica lección de conciencia gremial al asumir la defensa del derecho a mejorar las condiciones de vida y de trabajo de esos millares de intelectuales que van dejando a diario sus ideas y sus energías en el torrente de papel impreso.
Pero hay algo mas que vincula la masa laboriosa rosarina a la obra de la Secretaría de Trabajo, que inició entre vosotros el cumplimiento de su cometido con la primera reivindicación ferroviaria. Aquel fue nuestro bautismo social y el punto de partida de esa lucha que transformaría en ese mismo instante el 4 de junio, episodio heroico de un pueblo viril, en un acontecimiento cuya trascendencia histórica sobrepasa ya las fronteras continentales.
Nuestra revolución, que es la vuestra, comienza entonces, mucho más allá de la toma del poder, que no puede ser la meta, sino el punto de partida de toda acción revolucionaria. Sin esta otra batalla, mucho más recia que la librada para derribar un gobierno tambaleante, no hubiéramos podido imponer la justicia social ni defender a los que sufren y a los que trabajan para amasar la grandeza de la patria.
Nos bastaría con hacer una pausa en el camino, para darnos cuenta de la enorme diferencia que media entre el sacrificio por imponer el movimiento revolucionario y el que cumplimos por imponer el movimiento social. Pero preferimos no detener la marcha.
Es necesario seguir mirando hacia delante.
Han transcurrido desde aquel momento, poco más de ocho meses de tiempo. Ocho meses de lucha sin cuartel y sin tregua, de la que desertaron unos o fueron quedando los más débiles y los menos dotados, mientras las masas se incorporaban, por eso no estamos disconformes con el resultado. Un balance sereno de los acontecimientos nos permite hacer esta afirmación categórica: hemos avanzado mucho en el terreno social, avance que no es sólo de extensión, sino de profundidad, de conciencia, de pueblo.
Aquel grupo de entusiastas ferroviarios rosarinos, que proclamaba su apoyo al estado revolucionario en diciembre del ´43, se ha convertido en millones de voluntades erguidas que apuntalan con su energía tremenda, esta era de política social argentina, que entró, hace ya rato en la época de las realizaciones fecundas. Asistimos a un verdadero despertar de la adormecida conciencia nacional.
La Revolución, después de sacudir las grandes masas ciudades campesinas, penetra resueltamente e el infierno de los obrajes, de salinas y de los ingenios, donde millares de trabajadores olvidados, sienten por primera vez la satisfacción de saberse escuchados, de sentirse protegidos y el orgullo de ser argentinos.
La extensión revolucionaria se cumple inflexiblemente y se seguirá cumpliendo, porque una voluntad inquebrantable la impulsará hasta el día en que nadie, en esta tierra que la naturaleza dotó tan espléndidamente, sufra la angustia de sentirse socialmente olvidado.
Estamos sin embargo, muy lejos de ese momento ideal por cuyo advenimiento trabajamos cariñosamente. Somos Demasiados realistas para creer que las conquistas logradas, cuyos beneficios se extienden en estos momentos a millones de trabajadores argentinos, han complacido las exigencias de nuestro pueblo. Sabemos que siguen existiendo hogares sin techo y mesas sin pan en esta tierra donde se pierde millones de toneladas de trigo hacinadas en el vientre de los elevadores, en las pillas gigantescas de las estaciones ferroviarias o en los propios rastrojos. Lo sabemos y tratamos de resolverlo.
En nuestra acción no caben ni el pesimismo desalentador, ni el optimismo excesivo, sólo estamos seguros de hacer, de realizar algo a favor a nuestros semejantes que más lo necesitan y eso nos basta. La colaboración de todos, facilitará esta tarea de beneficio colectivo, a cuyo logro nadie podrá oponerse.
Es menester acostumbrarse definitivamente a acatar toda disposición referente al trabajo, porque el Estado además de castigar con inflexibilidad su incumplimiento, antepondrá siempre esa exigencia, al otorgamiento de cualquier beneficio. No estamos dispuestos a permitir la subsistencia de ese contrasentido inexplicable, que hace que el Estado financiero conceda créditos, otorgue concesiones de explotación, adjudique licitaciones oficiales por millones de pesos, facilite vagones o bodegas de transporte, entregue combustible o favorezca con publicación oficial a empresas o patrones que no cumplan sus deberes para con la sociedad. La fábrica, el obraje, la mina del molino, o el establecimiento que se encuentre fuera de las leyes del Trabajo, no puede gozar de ninguno de los beneficios que concede el Estado. Hay que tratarlos como enemigos sociales. Hacer lo contrario, sería tan torpe como financiar la contrarrevolución, y eso, ni nosotros, ni la masa trabajadora argentina podremos estar dispuestos a tolerarlo, de la misma manera que no estamos dispuestos a tolerarlo, de la misma manera que no estamos dispuestos a que nadie discuta o desconozca la autoridad del Estado, para intervenir o decidir los conflictos entre capital y trabajo, ni sus determinaciones, ni su justicia, ni las escisiones gremiales o la intromisión de elementos ajenos en los sindicatos.
Propugnamos la unión obrera y ahí están los ferroviarios, los gráficos y los periodistas, demostrando las ventajas de esa unidad. Solamente pueden querer la división de los gremios, los que están interesados en debilitarlos y medrar a su sombra. No necesitan protectores ni conductores ideológicos. Nuestra masa trabajadora en consciente y capaz y puede y debe dirigirse sola. Y así lo exigiremos, porque no estamos dispuestos a permitir que ningún elemento extraño se enquiste en el cuerpo fuerte de los organismos sindicales, para medrar en su perjuicio y traicionar sus intereses.
Todas las determinaciones emanan de las autoridades del Trabajo, son de estricta justicia. En nuestros métodos no entran ni los favoritismos ni las percusiones, porque nuestro propósito es el de fortalecer y el de crear nuevas fuentes de trabajo. Y no de cegarlas.
No improvisamos tampoco. Cuando imponemos un aumento en la retribución de los obreros, es porque hemos examinado minuciosamente antes la capacidad de pago y el margen de beneficios de las empresas. En este aspecto hemos roto definitivamente con los sistemas del pasado, que supeditaban siempre el otorgamiento de tal o cual reivindicación obrera a la concesión de nuevos beneficios, que siempre superaban en millones a las obligaciones impuestas.
No hemos podido comprender nunca por qué, invariablemente, el aumento en los salarios de doscientos mil trabajadores del riel, estaba ligado a un aumento en las tarifas que debían pagar catorce millones de habitantes.
Tampoco nos podemos explicar aún la razón que imponía siempre junto con el aumento en los salarios de los panaderos, un aumento simultáneo en el previo del trigo. Hay que terminar definitivamente con este contrasentido que se ha hecho una norma que permite establecer simultáneamente la necesidad real de un aumento en los jornales, y un aumento artificioso en el costo de la vida. Aumentar los salarios y aumentar los precios es nivelar la miseria, esa miseria que precisamente queremos desterrar de este suelo prodigiosamente rico.
Lograremos nuestros propósitos. La unidad de miras del actual gobierno permitirá romper ese círculo vicioso, que podría simbolizar muy bien la política social de un pasado con el que no queremos tener ningún punto de contacto, ni ningún nexo de continuidad.
Una sincronización exacta de cada uno de los organismos del gobierno, evitará en lo futuro que los beneficios concedidos por un lado, queden neutralizados por otro, en la prosecución de un equilibrio que no es precisamente ese equilibrio que no es precisamente ese equilibrio de bienestar que nosotros buscamos en esta lucha sin tregua en que estamos empeñados. No combatimos la riqueza, ni el capital, buscamos una justicia retributiva y opondremos una energía despiadada a la explotación del hombre por el hombre.
Nos oponemos nosotros y os debeís oponer vosotros, trabajadores argentinos.
La Revolución cumple sus etapas en los diversos órdenes. Los soldados que salieron un día de sus cuarteles atraídos por el clamor del hombre de la calle, del taller y del campo, que fue a golpear sus puertas en demanda de justicia, cumplen un imperativo social irrenunciable. Nuestra revolución es eminentemente social; nosotros dejaremos en vuestras manos de trabajadores, una revolución cuyas conquistas han adelantado socialmente a la Argentina en cincuenta años.
Vosotros sois los encargados de defenderlas, porque los enemigos sociales acechan en la sombra un momento inevitable de transición para desconocerlas y burlaros. Es de vosotros y no de nosotros de quien depende la permanencia y el progreso de este movimiento social que devuelve la suprema dignidad al trabajo y a los trabajadores de la patria. Esas conquistas no pueden ni deben desaparecer. Debe codificarse ese nuevo derecho, plebiscitado ya por millones de trabajadores argentinos.
Los fueros de esta nueva justicia, instaurada por nosotros, realista y humana, deben subsistir. Y sé que subsistirán, no solo para nosotros, sino para nuestros hijos, para quienes no queremos esa herencia de miserables egoísmos y explotación humana.
La conquista social no se discute, se defiende. Las masas trabajadoras argentinas, con su extraordinario instinto, han descubierto ya donde se encuentra la verdad y donde se esconden la insidia y la falsía.
Esta es una revolución del pueblo y para el pueblo. Los que piensan lo contrario. Millones de argentinos se agrupan ya detrás de la bandera de la Revolución, que es la de la Patria, porque saben que es bandera de redención y de justicia, como lo fue a lo largo de toda nuestra historia de tradición y gloria.
Saben también, los que agotan su vida en el esfuerzo diario, que esta es su única oportunidad y no la dejarán pasar. Unidos y con mutua fe inquebrantable, ellos y nosotros marchamos hacia un futuro mejor. Nos unen iguales sentimientos y nos cohesionan idénticas aspiraciones de justicia social y de grandeza nacional.
Vosotros y nosotros unidos, somos invencibles.
JUAN DOMINGO PERÓN

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