julio 31, 2010

Discurso de Perón en el Primer Aniversario de la Secretaría de Trabajo (1944)

«Selección de discursos período 1943-1945»
DISCURSO EN EL PRIMER ANIVERSARIO DE LA SECRETARÍA DE TRABAJO
Juan Domingo Perón
[26 de Noviembre de 1944]

Hace hoy justamente un año se creaba la Secretaría de Trabajo y Previsión. Dijimos entonces: “Se inicia la era de la política social argentina”. A un año de existencia, venimos hoy, frente a esta inmensa masa de trabajadores agradecidos, a refirmar cuanto dijimos y seguir haciendo en vez de decir y seguir realizando en vez de prometer.
Algunos malos políticos que se creen honrados y valerosos, después de haber huido al extranjero porque se investigaba su conducta, han intentado defenderse acusándonos de demagogos. Si demagogia es impedir efectivamente la explotación del hombre por el hombre; si demagogia es evitar en los hechos la injusticia social y buscar la unidad verdadera de todos los argentinos detrás de su bandera; si demagogia es impedir la lucha y el odio entre hermanos: yo soy demagogo.
Llegamos a la Secretaría del Trabajo y Previsión para cumplir el postulado básico de la Revolución del 4 de junio: la justicia social.
Pero, ante todo, el Estado necesitaba la herramienta para lograr tan ambiciosa finalidad.
Existía el viejo Departamento Nacional del Trabajo instalado en 1900 apenas remozado en 1912 y privado constantemente de facultades y medios de actuación.
Muchos legisladores, temerosos de perjudicar los intereses creados, que tenían la consigna de defender, regateaban avariciosamente las facultades al organismo que debía plicar las leyes de trabajo.
Así, el Departamento quedaba relegado a la categoría de simple recaudador de multas y recopilador de los hechos sociales, sin poder desarrollar siquiera sus funciones conciliatorias, frecuentemente absorbidas, por los “directores oficiales” de la política en boga.
El resultado de tal situación, bien lo conocéis todos vosotros. Bastaba un tropel de agitadores para sabotear toda una industria. Pero también bastaba la intransigencia de un solo patrono para que los trabajadores no tuviesen otra alternativa que renunciar a sus legítimas aspiraciones o convertirse en huelguistas perseguidos por la Policía.
Era necesario cambiar el rumbo de los hechos y canalizar las aspiraciones legítimas por cauces bien estructurados que, recogiendo lo justo y humano de cada aspiración, le diera forma material y contenido jurídico. Sólo así podrán ser perdurables las mejoras que alcanzaran los trabajadores. De esta necesidad nació el firme convencimiento de que debía acelerarse la creación de un organismo que fuese la auténtica casa de los trabajadores argentinos. Así nació la Secretaría de Trabajo y Previsión.
Pero desde el mismo instante que se decidió su creación, tuve la seguridad de que no había sino una alternativa: que tal organización poseyera el ímpetu suficiente para reavivar las mortecinas esperanzas de los hombres de trabajo, o que, al sucumbir por su inacción, su descrédito arrastrara en la caída a cuántos habíamos contraído el compromiso de crearla.
Era así, para todos nosotros, cuestión “de vida o muerte”.
No me corresponde hacer en este acto un análisis minucioso de la obra realizada. Las oficinas técnicas resumirán en su oportunidad el ingente volumen de sus intervenciones. A mi me corresponde examinar si la obra realizada ha defraudado las esperanzas de quienes más acreedores se sentían al disfrute de los derechos que la legislación del trabajo declaraba pero las autoridades restringían. A mí me toca analizar si es preferible la acción tesonera del Estado encaminada a disciplinar la producción y armonizar el sentir colectivo en un superior deseo de bien público, o bien dejar que patrones y obreros ante la imposibilidad del Estado, consuman sus actividades ciudadanas en un continuo y estéril batallar.
Sé muy bien que a pesar del ritmo vertiginoso impreso a las tareas de la Secretaría de Trabajo y Previsión, no ha sido posible desarraigar muchos de los malos hábitos que dificultan las relaciones entre patronos y trabajadores; sé muy bien que muchas deficiencias de los resortes administrativos deben ser eliminadas; conozco los focos de resistencia que alimentan algunos agitadores desplazados y no se me oculta la campaña subterránea de ciertos capitalistas que no desdeñan las más bochornosas alianzas para impedir o retrasar el triunfo de la justicia social que anhela implantar la Revolución.
No ignoro cuáles son sus perversas aspiraciones y los deleznables medios que usan para alcanzarlas. Pero, tampoco ignoro que los trabajadores argentinos saben perfectamente que ya no son posibles los salarios de hambre, ni las jornadas extenuadotas, ni la indefensión ante el accidente del trabajo, la enfermedad profesional o común, la vejez, la invalidez y la muerte. Saben también perfectamente que los derechos que les corresponden son reconocidos primero y defendidos después por un gobierno amante a la Justicia. Saben por último, que el Gobierno de la Revolución no entiende de “componendas” porque basa sus decisiones en la rectitud castrense de su intención y en el insobornable espíritu de justicia que le anima.
Pese a los inconvenientes propios de todos los comienzos, en el curso del primer año de labor ha sido posible materializar paulatinamente los fundamentos de la política social que desde el principio han inspirado nuestra actuación. Ha sido ardua la tarea pero en todo momento me he sentido estimulado por el apoyo incondicional de millares de trabajadores y la comprensión inteligente de importantísimos núcleos patronales. Unos y otros, conscientes de las responsabilidades patrióticas que respectivamente les alcanzan, en esta gravísima hora de la historia de la humanidad, han depuesto particularismmos y recelos, para entregarse a la obra de hallar solución revolucionaria a los problemas que el pueblo argentino tenía planteados antes del 4 de junio.
En mis horas de meditación y recogimiento, cuando más afinado y acorde encuentro mi corazón con los ideales y ambiciones del pueblo de mi Patria, doy en pensar cuales pudieran ser los inconvenientes que puede ofrecer al país, o a cualquiera de sus habitantes, la política social que hace un año fue instaurada. Y he de confesar e incito a cualquiera que sea a que me rectifique si estoy equivocado, que la política social desarrollada se adapta perfectamente a los preceptos constitucionales que nos rigen y está orientada hacia la aspiración común de conseguir el bienestar general.
Quizá aleguen los suspicaces y descontentos que falta todavía el ejercicio del libre juego político. Pero a ello me anticipo a contestar que en todas las coyunturas históricas de un país, el bienestar general no puede lograrse sino existe una autoridad capaz de imponerse a los que coaccionan o explotan a otros, tanto sise coacciona en nombre de un sindicato obrero como si de explota en nombre de la prepotencia patronal.
Ni la explotación por unos ni coacción por otros. Otorgación de derechos y exigencias de deberes, mantenidos, vigilados y protegidos por el Estado, que, cuando es justo, constituye la encarnación verdadera de todas las aspiraciones nacionales.
El progreso social ha llevado a todos los países cultos, a suavizar el choque de intereses, y convertir y en medidas permanentes de justicia las relaciones que antes quedaban libradas al azar de las circunstancias provocando conflictos entre el capital y el trabajo.
¿Puede censurarse el proceder de un Gobierno porque interviene en el arreglo de las desinteligencias entre partes o dicta reglamentaciones para evitar nuevas causas de desinteligencia? ¿No atiende con ello el deber constitucional de promover el bienestar general? ¿O es que se considera más constitucional dejar a las partes en libertad de acción para que mientras una reduce la producción reduzca los salarios, y que de demasía en demasía se anarquicen los campos, fábricas, talleres y oficinas, arruinando al país y sumiéndolo en el caos?
Frente a estas interrogaciones, no puede haber duda alguna en el ánimo de nadie que de veras ame a su país. Entre el orden y la anarquía no cabe elección posible. Los trabajadores argentinos no quieren comprometer su porvenir ni el de sus hijos embanderándose en las huestes de la rebeldía social; quieren tan solo retribuciones dignas y asegurar su porvenir y el de sus hijos, como simple compensación a su trabajo honrado.
Nuestro plan de acción para llegar a esta noble aspiración es claro y limpio. Nuestro programa es compartido por todos los hombres de buena voluntad. Nuestras intenciones pueden ser juzgadas por nuestros propios actos: Nuestra política social, asentada sobre sólidos fundamentos, tiene ya delineadas con trazos firmes las nuevas realizaciones que paulatinamente se llevarán a cabo.
Tiende, ante todo, a cambiar la concepción materialista de la vida por una exaltación de los valores espirituales. Por esto aspira a elevar la cultura social. El Estado argentino no debe regatear esfuerzos ni sacrificios de ninguna clase para extender a todos los ámbitos de la Nación las enseñanzas adecuadas para elevar la cultura de sus habitantes. Todas las inteligencias han de poder orientarse hacia todas las direcciones del saber, a fin de que puedan set aprovechados los recursos naturales en la forma que reporte mayor utilidad económica, mayor individualidad y mayor prestigio colectivo.
No podría lograrse este cambio de rumbo si no se buscara la forma de dignificar el trabajo, dando el valor y el lugar que en la vida social merecen ocupar los trabajadores, facilitándoles los medios económicos que les permitan gozar de las satisfacciones de que gozan otros grupos sociales hasta ahora más favorecidos. También es necesario humanizar el capital. El capital ha sido injusto porque ha provocado la esclavitud económica y ha obligado a los obreros a defenderse hasta la muerte para que sus hijos no muriesen de hambre.
No permitiremos que este capitalismo despótico triunfe en la Argentina. Desairragaremos sus brotes hasta extirparlos definitivamente. Queremos una capital humanizado, que mantenga relaciones cordialmente humanas con sus obreros con el Estado. Se seguirá, pues una política que tienda a humanizar el capital en su triple aspecto financiero, rural e industrial. No cabrán términos medios en esta labor. O el capital se humaniza o es declarado indeseable por el Estado y queda fuera del amparo de las leyes. La revolución nacional no admitirá jamás la explotación del hombre por el hombre. La revolución nacional está en pugna contra todo lo que sofoca o destruye la augusta dignidad de la persona humana.
Por esto, antes de las reivindicaciones materiales, se afirma la necesidad de elevar la cultura social, dignificar el trabajo y humanizar el capital. E la obtención de estos principios éticos, se dedicarán todos los afanes. Las demás realizaciones, deberán apuntar a esta superior finalidad de orden moral.
En el orden de las mejoras prácticas, emprenderemos en primer lugar la organización profesional. Conocer, hasta sus últimos detalles, la población que trabaja y la que está en condiciones de trabajar, y las relaciones permanentes que entre sí tienen los patronos y los trabajadores de una misma actividad, mediante su afiliación a las respectivas asociaciones. Con esto será posible estructurar de acuerdo a las modalidades nacionales, las fuerzas patronales y obreras.
No podrían considerarse suficientemente organizadas y convenientemente protegidas las profesiones si no se atendieran otros aspectos de primordial importancia. Ante todo, su clasificación por oficio, profesión y categoría para que al fijar las retribuciones se eviten los frecuentes engaños y confusiones a que da lugar el desorden que generalmente se observa. La identificación profesional será también cuidada y se organizará la red nacional de oficina de colocaciones para que la mano de obra tenga asegurado el empleo con las máximas garantías de persistencia en su labor. Resumiendo: puede decirse que se clasificará la mano de obra conforma a su valorización técnico-profesional, cuidando de distribuirla según las necesidades de la producción, por todos los ámbitos del país.
Se han estructurado asimismo los planes a cumplir y los objetivos a alcanzar en todo lo que concierne a la organización del trabajo y del descanso. Otros planes de idéntica estructuración escalona las conquistas que ambicionamos en el orden de la Previsión Social que abarcan el aspecto integral de esta materia.
Largo sería aumentar en detalle los aspectos de estos planes, que han sido ya publicados in extenso por la Secretaría. Pero deseo que todos los trabajadores y los amantes de la justicia social los conozcan para que colaboren en su realización para bien de todos y perfeccionamiento orgánico y funcional de las instituciones que nos rigen.
Esto son nuestros objetivos y finalidades. Tienen el alcance de una decisión de voluntad que interpreta el deze4o de toso los hombres de trabajo del país. No faltaran quienes empiecen a buscar falaces interpretaciones a la claridad de nuestras palabras. No faltaran quienes atribuyan no sabemos que diabólico sentido a la franqueza de nuestras ideas. De esa falsa interpretación y mala voluntad en el juicio, quiero prevenirlos; y, al hacerlo, rogaros que paséis revista a cuanto se ha hecho en el curso del año transcurrido desde que fue creada la Secretaria de Trabajo y Previsión. Invito que se diga claramente si se ha tomado una sola medida que pueda perjudicar a la clase obrera o a uno solo de sus componentes. Igual ha de ser, en adelante, mi norma de conducta. No hemos de olvidar que la perturbación de los espíritus y la ofuscación de las inteligencias, alcanzan un elevado índice en nuestra convulsionada época. En todos los campos del conocimiento humano, así como en todas las expresiones de los sentimientos, se extiende el espíritu iconoclasta que proclama la quiebra de principios, leyes y doctrinas.
La confusión de las ideas es campo propicio para sustituir los principios morales, sociales, políticos y económicos por las mas descabelladas teorías o simples formulas acomodaticias inspiradas por groseros estímulos de egoísmo, individual o colectivo.
Y por una de esas extrañas paradojas que se presentan en la vida de los pueblos, los principios morales, sociales, políticos y económicos en que se basa su estructura, aparecen, en un momento de cómo contrarios al propio ser y sentir de la nacionalidad.
Basta que se comenten desfigurados los hechos o se interpreten caprichosamente capciosamente los actos de gobierno, para que los mas celosos guardianes de las instituciones o los mas reverentes cumplidores de la ley sean tachados de enemigos de las unas y conculcadores de las otras.
No debemos caer ni dejarnos arrastrar por esta actitud rebelde y suicida. Debemos centrar bien el objetivo de nuestros anhelos, comparar la finalidad de nuestras aspiraciones individuales y colectivas con el cuadro de posibilidades de nuestros principios fundamentales. Y si los objetivos y finalidades que perseguimos caben dentro del marco de nuestras instituciones podemos proseguir tranquilos nuestra labor cotidiana con el convencimiento de que habrá de conducirnos a la consecución de nuestros ideales que sustenta la comunidad nacional.
Luchamos contra la opresión del oro y contra la opresión de sangre, porque todas se traducen para el pueblo en sufrimientos y lagrimas. Nosotros queremos que las futuras generaciones argentinas sepan sonreír desde la infancia. Para llegar a estos, unos deben desposeerse de su odio y otros deben desposeerse de su egoísmo. Y si algunos lo hacen, cuanto mas resistan, mas apretada deberá ser, para dominarles, la camisa de fuerza.
He querida exponer en este primer aniversario de la creación de la Secretaria de Trabajo y Previsión, la trayectoria que deberá seguirse para alcanzar las finalidades que la Revolución Nacional se impuso de luchar por la solución de los problemas del pueblo argentino.
Como podéis apreciar, la tarea a realizar es vastísima pero con todo, solo constituye un aspecto de la magna obra que hay que hacer en nuestra patria.
No creáis que es una exageración el afirmar que nuestro quehacer alcanza todos los ángulos de la legislación, de la cultura, de la economía y de la educación popular.
La Revolución Nacional no se ha hecho para dictar unos cuantos decretos y satisfacer unas pocas vanidades.
Para esto no hubiera valido la pena dar un solo paso. Recordemos las indignidades y los fraudes cometidos y tolerados; recordemos la desorganización y la venalidad administrativa; recordemos el escepticismo y el descreimiento de todo un pueblo que había perdido la fe en sus hombres dirigentes y la esperanza en una posible resurrección de los valores permanentes de la patria. Recordemos que manos indignas habían paseado por las calles de nuestras ciudades enseñas o insignias exóticas en sustitución de la bandera de la patria, que es y ha de ser el único símbolo de nuestra nacionalidad.
¡Ved, pues, si es ardua la labor de recuperación que resta por hacer! ¡Tenemos que encontrarnos a nosotros mismos con el mismo fervor unánime del alumbramiento de la patria! Retornando la fe inicial de nuestro destino histórico debemos recobrar esta misma unidad de destino de todos los argentinos.
¡Esta es la clave de nuestra potencia como nación libre y soberana! La historia nos muestra, como las naciones que olvidan esta unidad de destino, que es la unión de todos los argentinos al servicio de la patria, dejar de ser viriles y viven constantemente al borde de la catástrofe.
Por esto he querido puntualizar los objetivos político-sociales con claridad absoluta, de igual manera es que seguiré definiendo lo de carácter económico de acuerdo a las facultades que el Poder Ejecutivo de la Nación me ha confiado para estudiar el ordenamiento económico social del país en la posguerra. Al igual deberán concretarse las demás realizaciones de gobierno. Debe ser así, y no de otra manera, porque los últimos años vividos en la ficción y el disimulo han creado un estado de espíritu propicio a todas las deformaciones del pensamiento y todas las adulteraciones de los sentimientos.
Para ser mas argentinos debemos crear una realidad nueva que sustituya a la ficción en que se nos hizo vivir por tanto tiempo, a beneficio exclusivo de los que medraban a costa de las riquezas y del prestigio del país.
Porque estoy convencido de es absolutamente inútil realizar ningún bien particular, en ningún aspecto de la vida nacional, si la concordia de los fines y la jerarquía de los métodos no se han planteado con claridad enérgica y urgente. Esto es por lo que, en este día gratísimo que recuerda el nacimiento del organismo encargado de propulsar la política social, he deseado exponer claramente los objetivos y finalidades que el gobierno anhela alcanzar para bien de la comunidad de trabajadores argentinos.
Al impulso que nos lance a la conquista de nuestro objetivo debe acompañarle un profundo impulso nacional. Todo lo que hagamos al margen de nuestro ser nacional y del sentimiento histórico de nuestro pueblo y de nuestra raza, fracasará con el estrépito de una avalancha de nieve. Cuando la avalancha ha pasado, queda enhiesto y altivo todavía el picacho mas eminente, porque sus bases de sustentación se hienden hasta las mismísimas entrañas de la tierra.
Anhelamos fervientemente que nuestro pensamiento y nuestro corazón; nuestras acciones y nuestras intenciones; nuestros pesares y nuestras alegrías, sean tan hondos y puros como lo es nuestro amor por esta bendita tierra argentina.
JUAN DOMINGO PERON

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