“DISCURSO ANTE UNA CONCENTRACION OBRERA, EN LA CIUDAD DE CORDOBA”
Juan Domingo Perón
[30 de Mayo de 1944]
Un acontecimiento feliz, de amplias proyecciones nacionales, que acaba de conmover a esta ciudad, docta y dinámica, en la cual se complementan tan bien la inquietud del espíritu, la elevación del pensamiento y la capacidad creadora, me proporciona la satisfacción profunda de este contacto personal, directo, con los trabajadores de Córdoba, cuyos problemas conozco, cuya situación me preocupa y cuyas grandes y limpias aspiraciones comparto argentinamente.
He venido a esta ciudad, que es constante laboratorio de ideas y usina de fecundas realizaciones, para asistir, en mi carácter de Ministro de Guerra, al bautismo de una máquina aérea, concepción del ingeniero nativo, ejecutada con manos criollas. Ahora, como Secretario de Trabajo y Previsión concurro a esta asamblea para proclamar mi júbilo por las realizaciones técnicas que hemos hecho posibles mediante una magnífica conjunción de fuerzas y para asegurar que así como aquella obra materializa un afán hondo y una firme voluntad dinámica, otros hechos, también auspiciosos, traducen nuestras preocupaciones y actividad en el sentido de estructurar cuanto el país necesita y requiere en el orden social. Todo esto resulta muy grato para mí, pero debo añadir algo más: que tengo el honor de traeros el saludo del Excelentísimo señor Presidente de la Nación, general Farrel, quien me ha hecho portador de sus expresiones de afecto y su palabra de aliento, mensaje que os entrego con toda simpatía y cariño. También os traigo el saludo de todos los hombres que me acompañan en la Secretaría de Trabajo y Previsión, donde se da forma al nuevo derecho de los argentinos y se aplican sus principios con el más hondo sentido de solidaridad.
He venido a esta ciudad, que es constante laboratorio de ideas y usina de fecundas realizaciones, para asistir, en mi carácter de Ministro de Guerra, al bautismo de una máquina aérea, concepción del ingeniero nativo, ejecutada con manos criollas. Ahora, como Secretario de Trabajo y Previsión concurro a esta asamblea para proclamar mi júbilo por las realizaciones técnicas que hemos hecho posibles mediante una magnífica conjunción de fuerzas y para asegurar que así como aquella obra materializa un afán hondo y una firme voluntad dinámica, otros hechos, también auspiciosos, traducen nuestras preocupaciones y actividad en el sentido de estructurar cuanto el país necesita y requiere en el orden social. Todo esto resulta muy grato para mí, pero debo añadir algo más: que tengo el honor de traeros el saludo del Excelentísimo señor Presidente de la Nación, general Farrel, quien me ha hecho portador de sus expresiones de afecto y su palabra de aliento, mensaje que os entrego con toda simpatía y cariño. También os traigo el saludo de todos los hombres que me acompañan en la Secretaría de Trabajo y Previsión, donde se da forma al nuevo derecho de los argentinos y se aplican sus principios con el más hondo sentido de solidaridad.
Con viva complacencia he escuchado la palabra de cada gremio, de cada agrupación o sector, en esta asamblea como oí las solicitaciones individuales, en las ocasiones que tuve que conversar con los obreros y empleados de la ciudad y la provincia. Tendré presente cuanto se me ha dicho, valorando con equidad cada expresión, apreciando cada hecho, en su verdadera medida y preocupándome muy sinceramente por las soluciones que deben dar se sin pérdida de tiempo. Pero quiero llevar desde ya al ánimo de vosotros, y de cuantos me escuchan, que muchas de esas peticiones han sido consideradas y en breve aparecerán los acuerdos que concreten el pensamiento del gobierno. Los ferroviarios, los empleados de comercio, las enfermeras, para citar algunos casos, como los trabajadores del campo, son motivos de nuestra preocupación ye l fin de la acción consiguiente. Estamos preparando el Estatuto del Peón, que terminará con la orfandad del trabajador rural, en materia legislativa, fijándosele y un salario que le permita satisfacer todas sus necesidades. El salario familiar se impondrá al fin, porque es justo que perciba más el obrero o el empleado que tiene cargas de familia. El asunto de las retenciones de los ferroviarios a que se ha referido uno de los oradores es estudiado en todos sus aspectos y pronto se conocerán las disposiciones gubernamentales en tal materia. Esto no solo traduce nuestra disposición y nuestra voluntad, sino la firma acción oficial, para que sean satisfechas tan humanas aspiraciones.
La firme orientación del gobierno que representó en cuanto concierne a la acción social, ha sido expuesta con claridad aplicada con energía, cada vez que un conflicto o un problema ha necesitado la intervención gubernamental. En tres oportunidades recientes me he referido a los principios esenciales de autoridad, de organización y de justicia, que junto al propósito obstinado de hacer, fijan el rumbo social del actual gobierno y precisan las consignas rígidas a las que todos hemos de ajustar nuestra acción inmediata.
Comenzamos por reivindicar para el Estado –que junto a los patrones y obreros forma las tres partes en todo problema social- ese principio de autoridad que había sido abandonado por indiferencia, por incapacidad, o por cálculo. Nadie podrá alegar ahora desconocimiento de la función que le toca cumplir en el futuro.
Los representantes del capital y el trabajo deben ajustar sus relaciones a las reglas mas cristianas de convivencia y de respeto entre seres humanos. El estado, a su vez, se reserva el derecho de ejercer una función conciliadora, exigiendo por igual el cumplimiento estricto de los obreros, y el pleno goce de los beneficios consiguiente a cada una de las partes.
En el cumplimiento de esta exigencia, seré inflexible. Nadie podrá desconocer esta facultad tutora de las autoridades del trabajo, porque ello sería peligroso, trastornando los cimientos de organización social deben ser respetado como los tribunales de justicia. Es necesario acostumbrarse definitivamente a esta idea, porque no estamos dispuestos a delegar una función que corresponde íntegramente al gobierno, ni queremos dejar librada la solución de un problema a la buena o mala voluntad de unos u otros.
Todo conflicto encierra una perturbación social de repercusión inmediata en la economía y bienestar general, y es función de gobierno evitarlo en lo posible o resolverlo con celeridad, energía y justicia.
Pero hay algo más. La labor de la Secretaría de Trabajo y Previsión, organismo mediante el cual el Estado va en defensa de los derechos de las masas sufridas y laboriosas, es la garantía absoluta de esta nueva justicia. Nadie ha golpeado vanamente a sus puertas. Ningún conflicto quedó sin solución. Centenares de los seis meses de la nueva era de política social argentina, que hemos inaugurado, ha habido una transformación fundamental.
El profundo contraste que señala este momento de tránsito entre abstencionismo indiferente y suicida de un régimen que fenece y la acción social que se inicia vigorosamente, ha sido señalada, con intención inconfesable, como una intromisión estatal en las organizaciones obreras. Señalo esta acusación porque no soy hombre de decisiones a medias y se que a los enemigos sociales hay que enfrentarlos con la franqueza y el valor que nos dan nuestras propias convicciones.
Cuando asumí la Secretaría de Trabajo y Previsión, proclamé la necesidad de cumplir uno de los imperativos culminantes de nuestra hora: imperativo de la organización de las fuerzas creadoras de riqueza social. Sostuve que era imperioso estimular al espíritu de asociación e impulsar a las entidades gremiales conscientes de sus deberes y funciones específicas, para que colaboraran en la acción encaminada a extender los principios de la justicia social.
No hemos perseguido otra finalidad que la de fortalecer las asociaciones para que estén en condiciones de gravitar en la regularización del trabajo y en el mejoramiento del standard de vida de los trabajadores. Porque sé cuanto esto significa para los trabajadores del país, me opongo severamente al debilitamiento de esas organizaciones o al reconocimiento oficial de los grupos constituidos por los que abandonas sus filas alentados por fuerzas disociadoras que no se resignan a perder sus posiciones.
La Federación Gráfica, representando a todos los trabajadores de imprenta del país; la Federación de Periodistas, asumiendo la de esos miles de intelectuales diseminados en toda la extensión de la República; las asociaciones de telegrafistas y de enfermeros, y la Unión Ferroviaria, reuniendo 200.000 voluntades dispersas, entidades fuertes y prósperas, ofrecen una magnífica lección sobre las ventajas que trae aparejadas la unidad gremial en las luchas sociales.
Nada hemos perdido ni nada queremos, a no ser su colaboración en el deber inexcusable de engrandecer la patria y refirmar la justicia, para que nadie, en esta tierra altiva y generosa, sufra la angustia de sentirse olvidado. ¡Nuestra inquietud es social y no política! Es constructiva y no disociadora. Está impregnada de fervor humano, de sentido de equidad, y no de ambiciones personales o de odios. La justicia que emane de las autoridades del trabajo ha de ser, ante todo, realista y humana. Los problemas candentes de cada hora no admiten dilaciones. Deben ser dilucidados sobre la marcha, dándoles la solución que merezcan, sin excepciones y sin privilegios.
No vamos a ofrecer una fórmula para cada caso. Por encima de los preceptos, de las costumbres y de las reglamentaciones, deben estar los altos principios de solidaridad humana y de colaboración social. Nuestra justicia es y será mas sensible que letrada, mas patriarcal que legalista; menos formulista y mas expeditiva. Hay que responder a la urgencia de cada situación, libres del peso de las interpretaciones y el precedentismo, y de cuando enerva el pronunciamiento de la justicia ordinaria. Nuestras decisiones no pueden sujetarse a la secuela agobiadora de los procedimientos tradicionales, porque correríamos el albur de llegar siempre tarde.
Los hombres encargados de hacer efectivos los preceptos fundamentales de esta nueva política, deben parecerse a los jueces bíblicos y sentir las solicitaciones que hicieran grande a Alfonso el Sabio. Esos hombres no nos faltarán. La revolución ja creado la mística del deber y ésta hará posible la elevación de espíritu y la comprensión humana indispensables para ello.
Estamos empeñados en la consecución d un fin social superior, alentados por centenares de miles de trabajadores argentinos que, como nosotros, creen en la necesidad de lograrlo y lo alcanzaremos. Hemos proclamado el derecho a mejores condiciones de vida y nada nos detendrá en la tarea de hacerlas posibles. Cerca de un millón de obreros de la ciudad y del campo, del pensamiento y del músculo, gozan ya de las mejoras a que me refiero.
La jubilación no puede ser un privilegio sino un derecho de todos los que trabajan, y al sostenimiento de ese seguro social deben concurrir al Estado, las empresas y el individuo, porque mientras las que florecen, el hombre, que entregó todas sus energías para que se engrandecieran, declina falto de una legislación previsora y humana. Esto es irritante y debe hallar su término. Por eso trabajo, para que los beneficios de que hoy disfrutan las enfermeras y maestras, se extiendan mañana a los periodistas, a los radiotelegrafistas, los empleados de comercio y todas las ramas de la fecunda actividad humana.
Legislamos para todos los argentinos; para el presente y para el futuro; para que convulsiones inevitables de post-guerra no conmuevas nuestra tierra de paz por no haber realizado los preceptos del derecho social, cuyo incumplimiento jamás podríamos justificar ante nuestras conciencias y ante la historia.
El panorama social del Córdoba no ofrece distingos con el resto de la tremenda realidad argentina. El mismo retardo en el cumplimiento de ese deber estatal; idénticas injusticias; igual irrespetuosidad patronal por las leyes obreras. Desde Oncativo, desde Río Cuarto. Deán Funes, Leones, Villa Dolores, Alta Gracia y muchos otros puntos de la provincia, han llegado denuncias reiteradas de violaciones a la legislación del trabajo, traduciéndose así en hechos concretos un estadote cosas al que vamos a poner término. La retribución de los asalariados agrícolas, forestales, pecuarios y salineros es generalmente baja y en muchos casos misérrima. Pero donde la realidad social cordobesa adquiere tintes trágicos, es en lo concerniente a la vivienda. He leído con asombro las cifras que arroja una encuesta del Ministerio de Hacienda de la Provincia, que nos da un coeficiente de hacinamiento irritante: sobre un total de quince mil familias censadas en la ciudad capital, hay un promedio de ocho personas por “rancho” de una sola pieza. Esto es demasiado doloroso para quien no puede reparar de un solo golpe la injusticia acumulada en muchos años de apatía, de indiferencia en incuria social inexcusables. Pero vamos a hacer con premura todo lo que esa situación nos impone.
El gobierno de la Revolución no formula promesas; anuncia realidades. Los hombres que lo integramos no llegamos al interior del país para despertar una esperanza que no será cumplida; venimos a imponernos de sus problemas para resolverlos. Hemos entrado en una era de realizaciones y avanzaremos por ella con creciente rapidez por el fervor que cada uno ponga en su tarea y por la adhesión creciente que esa actitud merezca en todos los sectores de la vida y el pensamiento nacional.
Hemos proclamado nuestra política social. La cumpliremos. Para probarlo estoy aquí esta tarde, rodeado de los trabajadores de Córdoba, como tanto quería hacerlo, y estoy aquí para afirmar que las leyes obreras se cumplirán inexorablemente, sin contemplaciones. Hasta ahora se ha realizado una labor informativa, especialmente, pero ya cerramos ese ciclo para iniciar otro, en el cual no quede un solo obrero o empleado sediento de justicia. Cuado deba hacerse para la justa retribución del trabajo, para que todos tengan sus horas de reposo y para que las licencias justas no resulten cercenadas, o para que ningún abuso sea cometido, pueden tener la seguridad que se hará.
Me complace ahora anunciar a los trabajadores del riel, que se ha logrado una nueva conquista social que les favorece en este sector de la República. Se ha conseguido de la Intervención que sea donado un terreno para construir aquí el Hospital Común Regional, que satisfará tantas y tan hondas necesidades. Allí tendrán los servicios que requieran los obreros ferroviarios, manifestándose así, prácticamente, nuestras preocupaciones por estos hombres tan meritorios, a los policlínicos para los ferroviarios y sus familias de Buenos Aires, Rosario, Bahía Blanca -motivos de mis mas hondos afanes- se agregará así el de esta ciudad.
Quiero agregar que he ordenado la urgente preparación del anteproyecto en el cual se invertirá alrededor de un millón de pesos en su construcción. Este instituto de los ferroviarios tendrá capacidad para cerca de ciento cincuenta camas. Así concretamos en hechos auspiciosas para la comunidad nuestra política social.
Esto es, trabajadores de Córdoba, cuanto puedo expresarles como pensamiento y repodad en este instante, ante esta magna asamblea, de la cual guardaré un grato recuerdo. En breve, posiblemente pueda anunciarles otros hechos. Serán la consecuencia de nuestras inquietudes, de la tarea sin pausa en que estamos empeñados, de nuestra voluntad inquebrantable de elaborar, en común, la mayor grandeza de la patria.
Para que esto sea posible, necesito contar con el concurso fervoroso y eficaz de todos vosotros. Os invito a esa acción constante, honrada e inteligente. No puede existir bajo el cielo de la Patria sino un ideal que a todos nos una y nos aliente a los más grandes hechos.
Es el ideal de la justicia, del bienestar y la solidaridad de todos los argentinos.
JUAN DOMINGO PERÓN
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