julio 12, 2010

Entrevista periodística a Betancourt a su regreso al pais del exilio en Chile (1941)

ENTREVISTA A SU REGRESO A VENEZUELA, DE SU EXILIO EN CHILE, EN LA QUE DESLINDA POSICIONES CON EL PARTIDO COMUNISTA Y REFIERE A LAS POSIBLES REPERCUSIONES DE LA GUERRA MUNDIAL SOBRE VENEZUELA Y A LAS FUTURAS ELECCIONES PRESIDENCIALES NACIONALES [1]
[20 de Marzo de 1941]

ENTREVISTA CON RÓMULO A. BETANCOURT
[Fragmentos]

[…]
(P)-¿A qué se debió su silencio desde que regresó al país?

(R.B)- Más que a otra causa, obedeció al doloroso problema que encontré en mi casa: la ya avanzada enfermedad de mi padre. A estar a su lado dediqué las semanas que ya cuento en Venezuela. Quise estar muy cerca, en los últimos días de su noble vida, de quien fue para mí maestro de varonilidad y el mejor de mis amigos. Murió pobre, dejándome una herencia invalorable: la de su permanente lección de dignidad. Mis primeras palabras en Venezuela serán para decir que si he sabido mantenerme leal a profundas convicciones morales, en la actuación pública y en la vida privada, es por que en mi hogar aprendí de un venezolano ejemplar esa lección que me obligará toda la vida; y para rendir público tributo de gratitud al pueblo caraqueño, que en hombros llevó el ataúd de mi padre hasta la fosa donde lo enterrarnos”.
Respetamos el emocionado silencio que sigue a estas palabras de nuestro entrevistado. Ha dicho lo anterior con voz velada, a la sordina. La conversación se reanuda. Nuestra segunda pregunta se la disparamos, a boca de jarro:

(P)- ¿Y ahora que regresa Ud. a Venezuela, después de haber vivido un año en Chile, qué opina del decreto de expulsión de 1937?

(R.B)- Más vale no hablar de él. En la lucha política requiérese de espíritu deportivo en el sentido de que en ella hay que saber afrontar los descalabros y las contingencias de una transitoria derrota sin enconado rencor. La persecución que aquí se me hizo, el año posterior de exilio, son anécdotas, desde el punto de vista personal. En cuanto al decreto en sí, como medida política del actual régimen, la historia dirá sobre él su palabra definitiva e inapelable. En cambio, me interesa mucho ratificar lo que siempre he dicho: que no soy comunista. El sector de venezolanos que como comunistas se ha organizado en un grupo político de tal índole, afiliado a la III Internacional, lo dice en el número 3 de su periódico clandestino “El Martillo” (Junio de 1938): “Rómulo Betancourt no es comunista, no es miembro del partido comunista y no ha militado nunca en sus filas”. No me limitaré, sin embargo, a rechazar una etiqueta política caprichosamente endosada a mí, como a la casi totalidad de los dirigentes políticos venezolanos de la oposición. Agrego que considero innecesario un Partido Comunista en el país. Venezuela está urgida de una profunda transformación renovadora en su organización política, económica y social, la cual, para que tenga validez histórica y garantía de permanencia, necesita ser encauzada por un gran partido democrático, en el cual estén aglutinados, alrededor de un programa concreto y sujeto a una sola disciplina partidaria, los sectores de avanzada de todas las clases sociales creadoras, productoras, y no de una sola clase: la obrera. Además, rechazo al Partido Comunista, con toda la fuerza de mi venezolanismo intransigente, porque su dependencia de Moscú lo convierte en un simple apéndice burocrático del Estado Soviético. Y si nosotros rechazamos al nazismo, que actúa mundialmente de acuerdo con los dictados de Hitler, por igual razón rechazamos al Partido Comunista que mundialmente actúa de acuerdo con los dictados de Stalin. Esta actitud nuestra de repudio de la III Internacional no implica coincidencia con otros movimientos sociales europeos de contenido internacionalizante. Nada hay en común, por consiguiente, entre nosotros y las Internacionales europeas, sea la II Internacinal socialista, la III Internacional de Moscú o la IV Internacional que pretendió crear León Trotsky. Partidarios somos -eso sí- de que las corrientes sociales de izquierda de nuestra América, políticamente organizadas, recojan el ideal de unidad continental preconizado por Bolívar y los grandes conductores de la primera República, pero sin que se renuncie en ningún momento al principio esencial de que cada país es autónomo para resolver domésticamente sus propios problemas.
Es preciso hablar este lenguaje tan claro para que de una vez, y por siempre, queden deslindadas posiciones. El mismo lenguaje definitivo con que se expresó en el Zulia el conocido dirigente político nacional Valmore Rodríguez.
Nosotros no eludimos responsabilidad alguna en cuanto a la acción política que ayer desarrollamos, que continuamos desarrollando hoy y que desarrollaremos mañana, ejercitando un derecho ciudadano que a todos los venezolanos garantiza la Constitución. Empero, estamos dispuestos a seguir rechazando absurdos como ese tan reciente de que al Dr. Inocente Palacios, valioso exponente de las nuevas generaciones políticas del país, se le anule su acta de diputado por supuesta filiación comunista, cuando en todos los tonos y con las más categóricas palabras rechazó esa etiqueta y reafirmó su actitud de ciudadano ubicado en el campo de la democracia.
Betancourt habla con calor convincente. Subraya sus afirmaciones con gestos precisos. Impresiona la sinceridad que trasciende de sus palabras, por pronunciarlas un hombre que indudablemente ha cometido errores en su actuación política, pero a quien tirios y troyanos le reconocen valentía para asumir responsabilidades.
El diálogo continúa. Las preguntas tienen respuesta inmediata, dejándonos la sensación de que nuestro entrevistado ha meditado mucho y tiene siempre la respuesta madurada en los labios.

(P)- ¿Y de la situación nacional qué opina?

(R.B)- La considero grave. Y es alarmante ver como todavía la preocupación por los complejos problemas de Venezuela no ha calado hondo en todas las conciencias. Ahí tiene Ud. la actitud, tan generalizada, frente a la guerra europea. Se le mira desde aquí, sobre la ventanas del Caribe, con la misma actitud con que el aficionado a las carreras de caballos contempla una competencia hípica. Inclusive, la guerra es para muchos apenas una fuente inagotable de chistes, a costa de los italianos. Y la verdad es que ningún motivo de regocijo, o de despreocupación, podemos encontrar en la trágica hecatombe. Nuestra situación de hoy, cuando somos el tercer país productor de petróleo del mundo, no es la misma de 1914. Entonces no contábamos, en el mapa político y económico internacional. A partir de 1917, cuando Venezuela se inscribió entre los grandes petrolíferos del mundo, jugamos, sin saberlo y sin quererlo, un arriesgado papel: el de codiciada presa de las grandes potencias, urgidas todas de esa negra y espesa materia prima extraída por los taladros de las entrañas de nuestro suelo. Además de esta razón, otra debe guiarnos, para contemplar el desarrollo de los acontecimientos bélicos de Europa, Asia y África con desvelada atención. Esta contienda tiene características diferentes de las del primer gran conflicto interimperalista. El eje totalitario lucha no sólo para aniquilar en los cinco continentes las formas democráticas de Gobierno y todo sentido de dignidad humana, sino que también se ha propuesto rectificar los rumbos del universo y dominar el mundo. En su monstruoso anhelo de realizar una hegemonía ecuménica ha introducido un elemento filosófico nuevo en las pugnas entre las grandes filosofías: el racista. No sólo por ser débiles militarmente, sino por no ser arios, por ser hombres de razas mezcladas, debemos subordinarnos a la Gran Alemania. Por ricos en la codiciada gasolina, porque no disponernos de divisiones motorizadas y porque somos negroides (“En Venezuela hasta los blancos tienen su abuelo en África, le oí decir ayer aun sentencioso hombre del pueblo) nos contamos entre los países más expuestos a la agresión fascista. El día -tan próximo en que Estados Unidos entre definitivamente a la guerra y detrás de Estados Unidos, el Japón, España y las otras naciones nominalmente neutrales, será el nuestro uno de los países más expuestos al bombardeo nazi. No olvide que después del ingreso de Italia a la guerra dejó de ser el Mediterráneo un mar de fácil navegación e Inglaterra ya no utiliza el Canal de Suez para transportar petróleo del Irán y del Iraq. Lo cual significa que un porcentaje determinante de la bencina quemada por los aviones de a Real Fuerza Aérea Británica, cuando destruyen barriadas industriales de Bremen, Hamburgo o Berlín, ha sido destilada del petróleo venezolano. En interés del Eje está desde el fomento en Venezuela de sus arteras “quintas columnas” y el sabotaje en la producción del codiciado e imprescindible combustible, hasta el lanzamiento de bombas incendiarias en los campos de Oriente y de Occidente, para impedirle a sus enemi¬gos que se aprovisione de petróleo nacional.

(P)- Esa situación que Ud. plantea es alarmante. Pero ¿no le parece exagerada? La extensión del Atlántico es una valla ...

(R.B)- El Atlántico, amigo, es una precaria Maginot de agua salada. Tuvo sobrada razón el Presidente Roosevelt cuando dijo, en su discurso del 31 de diciembre de 1940, lo siguiente: “Hoy la anchura de los océanos no es la que fue en la época de los barcos de vela. En determinado punto, la distancia entre África y el Brasil es menor que de Washington a Denver; 5 horas de vuelo para el tipo más reciente de bombardero; y al Norte del Pacífico, América y Asia casi se tocan”. Esa es la verdad. De Dakar, extremo de la costa africana tendido hacia América hay escasas horas de vuelo a Natal, en el Brasil; y a Caripito, en Monagas, ya los campos petrolíferos de Anzoátegui y Bolívar. De ser cierto que el Atlántico es una barrera para la desatada agresividad de los totalitarios, ¿cómo se explicaría que Curazao, a escasas millas del litoral fa1coniano, esté provisto de numerosos refugios anti-aéreos? Y en Curazao sólo se refina petróleo, petróleo extraído del subsuelo de Venezuela.

(P)- Y ya que habla de la guerra. ¿qué opina de las repercusiones de ese con¬flicto sobre nuestra economía?

(R.B)-Esas repercusiones se han hecho sentir aquí en forma más desfavorable que en otros países de América. Chile -por no citar sino un solo país- ha afrontado más fácilmente estos problemas de pérdida de mercados de exportación y de encarecimiento de mercancías de importación derivados de la guerra. La razón es clara. Chile es un país de apreciable desarrollo industrial, que cada día tiende a consumir menos mercancía extranjera y a saturar el mercado nacional con su propia producción manufacturada. Además, tiene una agricultura y una minería aptas para producir numerosos artículos colocables en otros mercados, lo cual le ha permitido compensar en buena parte la disminución de la venta de algunos renglones con el aumento de la venta de otros. En cambio, Venezuela es una Nación que no crea riqueza suya. Fuera del petróleo, no producimos casi nada. El magno problema nacional, anterior a cualquier otro, es el de aumentar, intensificar y diversificar nuestra producción; y dejarnos de una vez para siempre, a fin de encarar con mirada sin telarañas nuestra auténtica realidad, de esa socorrida majadería de que somos una Nación “donde las bestias pisan oro y es pan cuanto se toca con la mano”. En el sentido de demostrar que somos un país empobrecido y en crisis crónica nada más elocuente que las estadísticas. Ahí están los números insertados por el Presidente de la República en su mensaje al Congreso, el año próximo pasado. La exportación real de Venezuela en ese año, excluyendo el petróleo, fue de apenas 58 millones de bolívares. Esa cifra es la más baja, en tanto que valor de exportación, que ha habido en la República de 1902 a nuestros días. De las divisas extranjeras -dólares y libras esterlinas- que pasaron por el Control de Cambios, el 88 por ciento correspondió a la industria petrolera, y si apenas un escuálido 12 por ciento a las industrias permanentes, raizales, nuestras, porque las trabaja el capital venezolano y el espíritu de empresa del venezolano. La monstruosa deformación de nuestra economía se expresa en el hecho de que en el mismo año a que vengo aludiendo se alcanzó la cifra record en la exportación petrolera: 30 millones de toneladas métricas y una cifra mínima en la exportación de café: 27 millones de kilogramos. Esa cifra de exportación de nuestro fruto agrícola por excelencia es el más bajo que se recuerda en la República en los últimos 60 años, y es sólo comparable a la exportación del año 1878-1879. Y con el agravante de que al café, el cacao, el balatá, etc., en franco proceso de decadencia, no han substituido otros artículos agrícolas o pecuarios colocables en los mercados del exterior. Sin embargo de estar tan profundamente resentida la estructura económica de Venezuela, ha habido en el país, en los últimos años, una prosperidad artificial, que no ha lle¬gado hasta las capas más humildes de la nacionalidad, ni se ha dejado sentir en la Provincia, arruinada y preterida. Prosperidad de “fachada', la de las urbanizaciones pretenciosas y los costosos automóviles de lujo en esta Caracas frívola y botarate a la que alguna vez califiqué como “capital burocrática y parasitaria de una Nación depauperada. Por lo mismo que descansaba sobre bases artificiales, y muy frágiles -presupuestos anuales de cuatrocientos millones de bolívares, especialmente- esa prosperidad de barniz, y para pocos, es que hemos visto repercutir tan agudamente entre nosotros las consecuencias de la Guerra europea en forma de desajuste en los negocios, retracción del crédito, malestar en el comercio y la industria, alzas mayores en el costo de la vida, desempleo y hambre.

(P)- Y frente a tales problemas, ¿cuáles soluciones se le ocurren?

(R.B)-Vayamos por partes. Los dos graves peligros que confrontan actualmente la economía y la vida misma de Venezuela, en tanto que Nación independiente, son la aguda crisis de la producción, conjugada con el ya visible descalabro del fisco; y el riesgo de una agresión externa: Ambas situaciones, estrechamente relacionadas entre sí, no pueden ser abordadas y resueltas por la sola acción de un Hombre o de un Partido, por genial que fuere aquél y por mayoritario que llegare a ser éste. Son tareas de magnitud tal que reclaman el empeño unánime de todos los venezolanos, soldados de una mística patriota y nacionalista de la misma estirpe de aquélla que ya nos unificó en 1810. No hago una frase de discurso. Por temperamento y convicción tengo escasa simpatía a lo demagógico. El desplante retórico choca a mi espíritu. Expreso una idea que me brota de lo más íntimo de la conciencia, conciencia de venezolano en vigilia de angustia ante el difícil hoy y el mañana incierto de Venezuela. Angustia que no es pesimismo. Tengo fe en mi país, creo en Venezuela, y sé que el esfuerzo empeñoso de sus hijos, la capacidad creadora de su pueblo, terminarán por salvarla.

(P)-¿Y de la situación política qué opina?

(R.B)-De ella quería hablarle. Precisamente, enfocando el momento político venezolano en función de esa idea de unidad nacional a que me he venido refiriendo. Alguien dijo, a mi regreso, que tenía yo ideas fijas psicopáticas. La frase es pedante y con su ribete de insidia, pero la recojo y la acepto. Me siento dominado por una idea fija obsesionante: la de la necesidad imperiosa de que todos los venezolanos entrañablemente consubstanciados con nuestra tierra, y resueltos a hacerla tramontar sin mengua de su soberanía esta hora de la asechanza y del riesgo, nos tendamos la mano solidaria. Nos unifiquemos alrededor de un régimen de Gobierno que vigorice la producción nacional, que afronte el problema del malestar económico generalizado y que capacite a la Nación -material y espiritualmente- para hacer frente a cualquier intento extranjero de menoscabar su soberanía. Y en un pueblo de tan profunda vocación democrática como lo es el venezolano, que por ser leal a ella guerreó en el duro batallar de la Independencia y se desangró en las incontables guerras civiles, solo un régimen de concordia y libertades públicas cabales, de rigurosa honradez en el manejo de los caudales de la Nación, y de audaz capacidad para crear riqueza, podrá unificar en su torno a todos los hombres y mujeres de este país de insobornable fibra patriótica. Contra un régimen de tal índole sólo podrá estar en facción la reducida minoría antinacional que siempre ha opuesto el dique de sus ambiciones pequeñas, de sus intereses creados y de sus prejuicios pasatistas a la voluntariosa decisión de progreso de las mayorías venezolanas.

(P)- Y ese régimen de concordia y de unidad nacional, ¿podrían realizarlo el General Medina o Don Rómulo Gallegos?

(R.B)-Sobre este tema concreto hablaré con meridiana claridad. Nuestro Andrés Eloy Blanco ha dicho, con justeza, que ésta es una “hora escolar”. El más provechoso saldo que debe quedar de este original debate eleccionario -original por cuanto nuestra contrahecha y deformada democracia no permite la organización legal de las grandes corrientes de opinión en sus Partidos políticoses la lección que de ella derive el pueblo. Por lo tanto, hablar sin esguinces, y evitar eso que en expresivo lenguaje criollo se llama “el guabineo”, es la mejor contribución posible a la cultura cívica del país. Hecho este preámbulo, le diré que conceptúo al General Medina como una de las personas, entre las afectas al actual régimen, menos indicadas para realizar un Gobierno de concordia y unidad venezolanas. Sacando la cuestión de un plano polémico -militarismo versus civilismo- que no interesa a la tesis que sustenta, pienso que un hombre del temperamento del General Medina, y en un país cuya Constitución es de tan acusado tinte presidencialista, na es el indicado para unificar a todos los venezolanos de mentalidad progresista alrededor de estas dos grandes ideas: vitalizar la economía de la Nación, y sacarla, con su integridad histórico intacta, de esta hora multiplicada de peligros, por lo azaroso de la situación internacional. Además, quien con intención ahondadora observe el panorama nacional no puede considerar como obra del azar el que estén hablando los voceros periodísticos más afectos a la candidatura del General Medina en un tono retador y de amenaza, tan impolítico como revelador; ni tampoco puede aceptarse como pura casualidad el que todos los partidarios de gobiernos fuertes, los “amigos del orden”, manifiesten un desbordante entusiasmo ante esa candidatura y mucho menos debe desestimarse el hecho de que los más caracterizados opositores a las medidas progresistas del Presidente López, así como gomecistas impenitentes se cuenten entre sus más fervorosos propulsores.
Todavía debe decirse algo más. La Venezuela que estudia lo sabe, y la que no estudia, lo intuye, que este país está en un trance dilemático: o una inteligente reforma social enrumba definitivamente y rápidamente a la Nación hacia la realización cabal de su destino y hacia el aprovechamiento al máximum de sus grandes posibilidades latentes, o arriesgamos convertirnos en la Abisinia de alguien. ¿Podría ser el General Medina el clarividente conductor de esa empresa de transformación nacional? Su programa de circunstancia, tan vago y tan elusivo de las grandes cuestiones venezolanas -especialmente de los agobiantes problemas económicos y fiscales- inducen a dar una respuesta poco optimista a ese respecto. Estas consideraciones están en boca de muchos. Circulan de oído a oído, por todos los caminos de Venezuela. Se comentan en la calle, en el aula, en el sindicato, en la oficina comercial, en la clínica y el bufete. Y si las sitúo en un plano de discusión pública, para que cada individuo o sector responsable digan pro o contra, es por considerar inaplazable que en Venezuela rompamos ese “pacto infame de hablar a media voz”.
En cuanto a Rómulo Gallegos, nadie podrá negar su vocación moderadora, su voluntad de conciliación, su ecuánime temperamento. Esperemos su Programa de Gobierno, para opinar acerca de él, aún cuando la pública actuación suya es -en el aspecto político, fundamentalmente- una suerte de plataforma no escrita en el papel, pero si en la conciencia del país. Y es conveniente no olvidar en ningún momento que Gallegos, con gesto que le honra, dijo, en las declaraciones dadas a la prensa cuando aceptó su candidatura, que estaba dispuesto a retirarla, ya transferir los sufragios implícitos en las adhesiones recibidas por aquélla cuando surgiera, en el campo oficialista o en cualquier otro, una candidatura de compactación nacional, de unidad nacional, capaz de aglutinar a todos los venezolanos animados de inextinguible fe en la democracia.
La conversación toma un sesgo cada vez más interesante. Y se nos ocurre formularle a nuestro entrevistado una última pregunta:

(P)- De acuerdo con la tesis expuesta por Ud., si el Congreso elije al General Medina ¿adoptaría en todo caso el sector en donde Ud. está ubicado una actitud de cerrada oposición, al nuevo Presidente?

(R.B)-De ninguna manera. Si es electo el General Medina, o cualquier otro candidato de extracción oficial, nosotros no asumiríamos frente al Jefe de Estado y a su Gobierno, una actitud de irreconciliable pugna. Eso revelaría estrecho sectarismo; y de tal enfermedad de infancia -el inevitable “sarampión” de todo movimiento social inmaduro- está definitivamente curado nuestro sector político. El General Medina, en su manifiesto programa, garantiza que permitiría la actuación legal de los Partidos políticos ajustados a la Constitución. Convencidos, como estamos, de la urgente necesidad de que todas las corrientes de opinión de extracción venezolana se expresen a través de Partidos Políticos disciplinados, pediríamos la legalización de un amplio partido democrático nacional; y a la luz del día, ante el control vigilante del gobierno y de la Nación, intentaríamos realizar nuestras actividades políticas lícitas. En todo caso, continuaremos sin desmayos defendiendo, con los instrumentos civilizadores del razonamiento ecuánime y de la prédica doctrinaria sin estridencias, nuestras aspiraciones fundamentales, las cuales coinciden con las de ciudadanos de todas las clases sociales y de las más diversas profesiones. Para dignificar la vida po¬ítica del país, superar el atraso económico y social de la Nación e incorporar realmente a Venezuela al número de Naciones americanas ya liberadas del colonialismo, creemos necesario el establecimiento del sufragio universal, directo y secreto para la elección de Presidente de la República y de miembros de los organismos legislativos; el más riguroso control parlamentario sobre la forma como se gastan los dineros de la Nación, para que el peculado deje de ser lacra de nuestro régimen administrativo; el debate, en torno a una conferencia de mesa redonda, de todos los sectores de la producción nacionales y extranjeras, para echar las bases de un plan audaz de producción de riqueza; el aumento de lo que deriva Venezuela de las ganancias hechas por el capital extranjero invertido en la explotación del suelo y del subsuelo de la República; el fomento planificado de la industria, la agricultura y la minería; el derecho de sindicalización y libertades sindicales; la reforma tributaria y el mejor aprovechamiento de las tierras de la Nación; y cultura, sanidad y asistencia social próvidamente extendidas a través del territorio nacional. En política exterior, somos partidarios de una actitud previsiva y vigilante, de una neutralidad activa y de una paz sin cobardías frente a la amenazante racha de expansión totalitaria. En forma sintética he expuesto las grandes líneas de nuestro pensamiento político. ¿Cabe o no dentro de las pautas institucionales de la República una organización ciudadana cuyo programa responde a tan precisos lineamientos de doctrina?
[…]

[1] Fuente: Entrevista realizada por el periodista Luis Peraza para el diario caraqueño Ahora del 20 de marzo de 1941 y reproducida en el folleto: Un re¬portaje y una Caracas, Editorial Futuro, 1941, pags. 7-26.

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