julio 12, 2010

"Serie de notas periodísticas de Betancourt sobre nazismo y defensa continental" (1941) 1/7

Serie de siete notas periodísticas sobre nazismo y defensa continental, publicadas en 1941
EL ÁLGIDO PROBLEMA DE LA DEFENSA CONTINENTAL
Rómulo A. Betancourt
[12 de Junio de 1941]

[1/7]
En una fría noche invernal del sur chileno, el correo me llevó el eco de una histórica sesión de nuestra Cámara de Diputados. Fue durante las sesiones de 1940.
Se debatió en aquella oportunidad acerca del peligro que se cierne sobre la independencia de Venezuela, y la vida de los venezolanos, en esta hora convulsionada del mundo. Ricardo Montilla lanzó el tema sobre el tapete parlamentario. Y allí se escucharon, incidiendo en el apasionante tópico, desde la voz grave, saturada de una emoción apenas contenida, de Rómulo Gallegos, hasta la rizada de malicia y gracia criollas del Diputado Bereciartu. Este último afirmó, entre risas que me imagino forzadas y como teñidas de trágicos presentimientos, que él ya se había preparado un subterráneo, para esperar, a buen recaudo, la hora del vuelo, sobre nuestro limpio cielo tropical, de las flotillas de los “saqueadores de pueblos”.
No hubo intención, en los parlamentarios que iniciaron aquel debate, de alarmar prematuramente a los venezolanos. Cumplían, sencillamente, con un deber no eludido, ni eludible. El de alertar a la Nación, el de armarla sicológicamente frente a los riesgos que la acechan. Hacían de gansos del Capitolio, papel sin comparación posible con el de avestruz chamberlainiano. Prefirieron, antes que comprarse el desacreditado paraguas del extinto “apaciguador”, despertar de su somnolencia suicida a quienes se sienten protegidos de la carnicería europea por esa débil valla líquida que es el Atlántico.
Esta preocupación de un grupo de parlamentarios venezolanos no fue sólo suya. Era, y es, la de toda la gente alerta de nuestra América. Todos los que no están comprometidos a mentir -porque su afinidad política e ideológica con los totalitarios les enajenó la capacidad de raciocinio– avizoran el peligro. La lógica más elemental les hace comprender que el Eje fascista, si llega a dominar definitivamente a Europa, se lanzará a la conquista de este fabuloso imperio de materias primas: América Latina. También prevén, con claridad, una perspectiva aún más cercana a nosotros en el tiempo. ¿No han pensado los discípulos criollos del doctor Panglós, quienes sonríen irónicos cuando se habla de la posibilidad de una agresión totalitaria armada contra algunos de nuestros países, en que esta guerra puede durar años? ¿Y no se han detenido a considerar que si las “campañas relámpago” ceden definitivamente el sitio a una lucha de resistencia, serán consideradas, lógicamente, como objetivos militares, las zonas mal defendidas y productoras de las materias primas vitales para el sostenimiento de un conflicto bélico tan prolongado? ¿Y es que no leen en los diarios esos aconsejadores de la inercia despreocupada y de la pasiva expectación, los cables diariamente transcritos en los cuales se relatan bombardeos de campos productores de petróleo, de refinerías petroleras y de buques-tanque petroleros?
Estas preguntas se las han hecho, y contestado ya, todos cuantos están empeñados en que América se prepare adecuadamente para la defensa de su vasto territorio.
La defensa continental problema complejo
Esa defensa del hemisferio occidental no puede ser enfocada desde el solo ángulo de la técnica militar y de la coordinación económica. La experiencia de Francia revela que no basta con la posesión de ejércitos poderosos, de sapientes estados mayores y de próvidas reservas de oro en las cajas de los bancos de Estado, para hacerle frente a la avasallante mística ofensiva de los totalitarios. La defensa continental, para ser eficiente y segura, necesita planificarse rápidamente, y sobre bases complejas.
Es necesario, como cuestión fundamental y previa, la unificación nacional en cada uno de nuestros países. Y la unidad nacional no se impone coercitivamente desde arriba. Se lograría apenas una precaria unidad mecánica. No es imitando en sus procedimientos a los totalitarios como se suelda la resistencia de las naciones frente a su política (…) La unificación nacional necesita realizarse, para que sea duradera e irrompible, alrededor de una mística antitética de la fascista: la mística democrática. Y esta mística, por razones obvias, no puede existir sino en naciones donde las mayorías populares se sientan compenetradas con un régimen que haga de su mejoramiento y defensa el objetivo central de toda gestión política y administrativa.
La unificación nacional debe plasmarse, además, sobre el sólido cimiento de la lealtad mutua. Gobierno y oposición deben ir a ella sin reservas mentales. Y reconociéndose recíprocamente fueros y funciones propias.
Además, la unificación nacional debe ser puente por donde se arribe a la unidad de América Latina. Vigente y actual, como en ninguna otra hora de nuestra vida como República, está la lección de 1810. Desde el enguantado Marqués del Toro hasta el esclavo negro de Barlovento, se unificaron, bajo el glorioso comando de los grandes capitanes de la Independencia, todas las clases sociales de Venezuela. Empero, no se creyó nunca, por Bolívar y quienes como él eran capaces de abarcar los problemas colectivos en toda su estatura, en la conveniencia de circunscribir esa política unitaria a los (…) Los Libertadores pensaron como americanos, y no por lírica devoción al humanismo renacentista, sino por la muy concreta razón de que sólo unidas las recién libertadas patrias, resultaban aptas para enfrentarse al poderoso enemigo exterior. Aun los intuitivos, los que no frecuentaban libros de estrategia militar y política, terminaron por adherir, sinceramente, a la tesis americanista, antiparroquial. Es el caso de Páez. El caudillo localista, a quien ironizaba el señor De Peñalver hacia 1818, por su apego a la “patria chica” y su lugareño aquerenciamiento en los alrededores de Achaguas y San Fernando, es el mismo que años después se ofrecerá a Bolívar, por conducto de la inquieta María Antonia, para comandar la expedición de Costa Firme destinada a libertar a Cuba.
La lección unionista de 1810 cobra –repito– vigencia de histórico mandato en 1941. Somos ricos en materias primas, y débiles militarmente. Desunidos, formamos un mosaico de pequeñas nacionalidades, fáciles a la conquista. Nuestra actual carencia de cohesión nos impide formar un bloque de resistencia económica y política realmente respetable, fuerte como para hacerse sentir, por su propio peso específico, en el plano de la política mundial.
Unificación nacional dentro de cada uno de nuestros veinte pueblos, al grito de “la Patria en peligro”, el mismo que soldaba voluntades divergentes en el seno de la Convención francesa. Unidad orgánica de América Latina, en un pacto político, económico y militar. Estos son los dos pasos primordiales para una eficaz defensa de nuestra soberanía de pueblos libres, de nuestro concepto de la vida.
El tercer paso sería el de una entente condicionada con el gobierno y pueblo de Estados Unidos de América.
Las relaciones entre las dos Américas
Este último aspecto de la política internacional americana –el más espinoso y difícil se está debatiendo en cuartos cerrados de Cancillería. Los hombres que tienen sobre sí la responsabilidad de orientar la opinión pública, desde las columnas del periódico, la tribuna del Parlamento y los puestos de comando de los Estados, prefieren, en su mayoría, guardar un profundo silencio ante el tema tabú. Lo discuten a la sordina, como quien susurra al oído del confidente discreto los detalles de un grave desliz.
En realidad, tópico de tamaña trascendencia debe sacarse de ese sospechoso ambiente de misterio y debatirse públicamente, con meridiana franqueza.
Ya en este terreno, debe comenzarse por aceptar que nosotros necesitamos de Estados Unidos. Y que Estados Unidos necesita de nosotros. En lo económico, por que el bloqueo ejercido por la escuadra inglesa ha determinado una especie de autarquía de hecho entre las tres Américas. En lo militar, porque las zonas más vulnerables para la seguridad militar de Estados Unidos están fuera de su territorio y son territorio de naciones latinoamericanas, siendo así de común interés continental la defensa de aquellas frente a posibles agresiones armadas del Eje totalitario.
Sintetizando diría que la defensa continental no será efectiva de no asentarse sobre un trípode: unificación nacional, alrededor de una plataforma de democracia sin mixtificaciones ni mentiras, en cada una de las 20 naciones de América Latina; alianza orgánica –política, económica y militar– de los países latinoamericanos; y coordinación antifascista de ese respetable bloque de naciones con el gobierno y pueblo de Estados Unidos, para cerrarle el paso, en esta parte del mundo, a la avalancha totalitaria.
Armados de esos tres elementos defensivos, y animados de la mística de independencia que vive y alienta en la raíz de nuestra estructura étnica, seremos aptos para enfrentarnos a las más peligrosas situaciones.
ROMULO A. BETANCOURT
[1] Publicado en Ahora, Caracas, 12 de junio de 1941.

No hay comentarios:

Publicar un comentario