julio 12, 2010

"Serie de notas periodísticas de Betancourt sobre nazismo y defensa continental" (1941) 2/7

Serie de siete notas periodísticas sobre nazismo y defensa continental, publicadas en 1941
UNIFICACIÓN NACIONAL, SÍ. PERO, ¿CÓMO? ¿A LA BRASILERA O A LA MEXICANA? [1]
Rómulo A. Betancourt
[13 de Junio de 1941]

[2/7]
Thomas Mann, una de las más altas cumbres intelectuales de nuestro tiempo, afirma, en Las historias de Jacob, que el despedazamiento de la vida nacional de un país lo predestina, fatalmente, a la impotencia y a la dependencia política.
Esta verdad, siempre valedera, tiene hoy particular vigencia. Vivimos en un mundo en que han hecho crisis las tradicionales fórmulas del Derecho de Gentes. La razón del más fuerte es la que prevalece y se impone. Época dramática, que se conjuga en el lenguaje del hierro y del acero. Y en la que las naciones divididas y enervadas y sensuales son barridas del mapa político de los pueblos libres por los Atilas motorizados.
En otros momentos históricos, pudieron darse los pueblos débiles el costoso lujo de vivir internamente anarquizados, dedicados al torpe juego de la baja politiquería. Su desorganización los hacía presa fácil, en el terreno de la economía, de la explotación desenfrenada de las grandes potencias. Empero, su dependencia económica dejaba subsistir siquiera una formal independencia política. Hoy no. Los pueblos ricos en recursos naturales, y que carecen de una heroica voluntad nacional de pervivir, de perdurar, terminan por convertirse en vasallos despreciados y expoliados de regímenes de piratería.
En América Latina, principalmente, tienen hoy aguda vigencia esas consideraciones generales. Poseemos mucho petróleo, mucho trigo, mucho salitre, muchas carnes. Por culpa de la incurable miopía de los clanes oligárquicos que nos han gobernado, desertores de la lección unionista de Bolívar, formamos un grotesco ajedrez de pequeñas ínsulas, dispersas en una vasta extensión territorial. Y, a más de esto, estamos internamente debilitados porque no existe en estos 20 países una férrea, disciplinada y voluntariosa decisión de afrontar unidos su responsabilidad histórica.
La convicción de que esto es así, y de que no puede continuar siendo así, gana a sectores cada vez más numerosos. Hace algunos meses, todavía eran vanguardias reducidas –reclutadas en las filas de la juventud, del pueblo y de grupos intelectuales clarividentes– las que se pronunciaban contra el continuo tiroteo doméstico, contra el “enguerrillamiento” permanente, en el interior de nuestros pueblos, para solaz y beneficio de poderosos intereses extranjeros, controladores de nuestras economías; y de los expertos en engullirse pueblos mestizos, dejados de la mano de Dios porque no nacieron arios. Ya hoy son más nutridas las filas de quienes enarbolan la bandera de la compactación nacional, como única consigna capaz de salvarnos de ignominiosas esclavitudes.
Las dos tesis sobre unificación nacional
Ahora bien: el problema a resolver estriba en la forma como ha de realizarse esa compactación. Los reaccionarios conciben esa unificación de un modo simplista. Consiste en el imposible empeño de unificar conciencias y voluntades “desde arriba”, mediante el expeditivo procedimiento de las dictaduras, ya sea el tradicional despotismo criollo en alpargatas: o bien el que aspira a simular una filosofía política propia.
Caso típico de esta forma de compactación mecánica de una nación lo suministra un hecho nuestro: Brasil. El Presidente Getulio Vargas gobierna allí desde hace 11 años. No obstante prohibir la Constitución la fórmula reeleccionista, en 1937 dio Vargas un golpe de Estado, desde el gobierno disolvió el Congreso y se autoreeligió indefinidamente. Ninguna de las libertades públicas que constituyen patrimonio del hombre, a partir de las revoluciones francesa y americana –derechos de prensa, reunión, sindicalización– son garantizadas. El Estado Novo se parece extraordinariamente, en su estructura corporativa, a los creados por el fascismo en Italia y por el nacional-socialismo en Alemania. Y aun cuando el gobernante que habita en el Palacio de Guanabara, en Río de Janeiro, “panamericaniza” con verbalista entusiasmo y se dice el mejor amigo de Franklin Delano Roosevelt, el pueblo brasilero sabe bien que no hay mayores diferencias entre el gobierno de Vargas y el de Adolfo Hitler. Cabría entonces preguntar: ¿tendrá voluntad para defenderse, de una agresión totalitaria europea, una nación que está totalitariamente coaccionada por el régimen doméstico imperante?
No he escogido el caso brasilero por pura casualidad. El Brasil comparte, con Venezuela, la nada halagadora coyuntura de ser el país más expuesto a una agresión armada de los totalitarios, en el caso de generalizarse la guerra y de que su centro de gravitación se desplace del Mediterráneo al Atlántico. Refiriéndose a esa nación, fabulosamente rica, le dijo Hitler a su ex-íntimo colaborador Hermann Raunchning: “Los brasileños tienen necesidad de nosotros, si quieren hacer algo en su país. Lo que les falta, no es tanto capital rentable como el espíritu de empresa y el talento organizador” (Hitler me dijo, pág. 63. Librería Hachette, Buenos Aires). Además, ese país es el más “cercano, geográficamente, a las posibles bases aéreas de la Alemania nazi en el África occidental. De Dakar hay apenas 1.862 millas al puerto brasilero de Natal, cubribles en 6 horas de vuelo de un moderno bombardero. Por último, enquistada en los estados de Santa Catarina, Rio Grande do Sul y Paraná, vive y actúa una quinta columna nazi, una minoría aria irredenta y sometida a la directiva berlinesa del Partido Nacional-Socialista formada por 2.200.000 alemanes.
La otra fórmula de compactación nacional es la existente en México. O en Chile. O en Colombia. O en Costa Rica. El primero de esos países es el que vive dentro de un régimen de mayor contenido democrático. Y el más apto, por lo mismo, para servir de ejemplo de convivencia creadora.
Ayer bajo Cárdenas, como hoy bajo Ávila Camacho, México está gobernado por un partido: el Partido de la Revolución Mexicana. Empero, ese partido de gobierno, no obstante sentirse asistido de un potente respaldo colectivo, no es excluyente. Garantiza la libre organización de las fuerzas sociales, disidentes del oficialismo, en sus propios organismos políticos. La libertad de prensa y organización son realidades vivas. El mejoramiento permanente de las capas productoras de la población, urbanas y rurales, orienta el ánimo creador de los administradores de la cosa pública. Y esta coincidencia entre pueblo y gobierno ha permitido a México presentarse unido férreamente en su interior y sin que esa unión implique el ahogamiento de la iniciativa colectiva, en esta hora crítica. El gobierno de México ha acoplado su acción para crear una economía de guerra, para entrenar militarmente a casi toda la población civil, para fijarse en
política internacional una línea de conducta autónoma y clarividente. Será motivo de posterior comentario, el análisis de esa posición mexicana en política exterior, en muchos de cuyos aspectos coincidente con la del sector venezolano en donde estoy ubicado. Por ahora sólo me interesa destacar esto: el pueblo mexicano es el que presenta menores brechas al acechante peligro totalitario, así como a la acción antinacional de empresas imperialistas yanquis o británicas, porque está unificado internamente alrededor de una plataforma de democracia política, valorizada con un rico contenido de democratización económica.
La pregunta que cabe plantear, y la cual contestaron sin dificultad los hombres libres de América, es esta: ¿cuál, de entre esos dos pueblos –el brasilero o el mexicano– está mejor capacitado para cooperar efectivamente en la defensa continental, frente al peligro de la expansión fascista?
Democracia como realidad versus farsa democrática
En Estados Unidos, dice y repite el Presidente Roosevelt, en cada uno de sus enérgicos discursos antitotalitarios, que “América es el arsenal de la democracia”.
Esta frase no puede interpretarse en un sentido limitativo. No sólo debemos serlo en el aspecto de que las materias primas latinoamericanas y la producción industrial anglosajona no estén nutriendo la economía de guerra de los agresores fascistas. Sino también en el otro de que la libertad humana, la pacífica convivencia colectiva y el progreso social, abolidos en Europa por el nazi-fascismo, florezcan en nuestro continente.
Empero, este último concepto no prevalece en determinados medios –oficiales e independientes– de Estados Unidos. Les interesa exclusivamente, revelando una inconcebible miopía, sólo la llamada “cooperación panamericana”, aun cuando muchos de los gobiernos comprometidos a ella sean auténticas quintas columnas, sostenidas en el poder por métodos de fuerza. Y olvidan que tal cooperación carecerá de validez, de sentido y de efectividad, si es sólo fórmula protocolaria de gobiernos, tantas veces desasistidos de respaldo popular, y no expresión de una voluntad colectiva de cerrarle el paso al totalitarismo europeo, porque se sabe disfrutando ya de un régimen de libertad no amenguada.
Nada más expresivo para revelar el criterio unilateral y falso, suicidamente falso, que profesa en tales sectores yanquis, como un reciente artículo de John Gunther. Lo publicó originariamente el Current History y ha sido reproducido en un diario de Caracas. El sagaz autor de Inside Europe e Inside Asia –traducidos magníficamente por Claridad, con los títulos de El Drama de Europa y El Drama de Asia– contesta así a quienes denuncia el contrasentido de que se pregone en América la lucha por la libertad política, y se conviva amistosamente con el régimen fascistoide de Getulio Vargas: “A esto hay dos respuestas: la del Brasil es una dictadura benévola, que gobierna con extrema tolerancia; es un gobierno personal, y no un gobierno oficialmente totalitario. La segunda respuesta se refiere a la clase de decisiones que una política realista obliga a tomar. Puede que no nos agrade el dictador Vargas, pero un Brasil fuerte y estable y amistoso es mucho más importante para nosotros que una nación en goce de sus libertades domésticas”.
Esta respuesta a la premiosa interrogante, no es la misma nuestra. La de los hombres, los partidos y los pueblos democráticos de América. Y estoy seguro de haber interpretado su criterio cuando hice, en un discurso pronunciado en el Teatro Municipal de Santiago de Chile y en la sesión inaugural del Primer Congreso de Partidos Populares y Democráticos de América Latina, las siguientes afirmaciones, que copio de una versión taquigráfica:
“El acuerdo de gobiernos realizado en la Conferencia de La Habana podría ser expresado muy bien en el símil clásico del gigante de los pies de barro Porque es una peligrosa mentira la de decir que se ha formado un sólido frente continental, para defender la democracia contra el fascismo, cuando el representante del gobierno dictatorial de Santo Domingo fue quien sustentó, en la capital cubana, la noción contra las formas totalitarias de poder; y cuando la moción de lucha contra las quintas columnas fue elaborada por la delegación del gobierno fascistoide del Brasil, el mismo que ostenta el nada halagador privilegio de haber sido el primero en incorporar al derecho público americano una Constitución de corte corporativo”.
“Y es necesario decirlo, responsablemente, para no hacernos cómplices de mentiras oficializadas: en América no podrá integrarse un sólido frente de resistencia al totalitarismo europeo mientras en la mayoría de sus pueblos la democracia sea una hermosa mentira, escrita en constituciones que no se cumplen; o estampada en leyes que se promulgan para ser violadas, y que cuando se ejecutan, es en la forma como se aplicaban las leyes atenienses, al decir de Solón: sirviendo de red para atrapar a los débiles y de mallas por donde se deslizan los fuertes”.
ROMULO A. BETANCOURT
[1] Publicado en Ahora, Caracas, 13 de junio de 1941.

No hay comentarios:

Publicar un comentario