julio 12, 2010

"Serie de notas periodísticas de Betancourt sobre nazismo y defensa continental" (1941) 3/7

Serie de siete notas periodísticas sobre nazismo y defensa continental, publicadas en 1941
¿ES NECESARIO UN ACUERDO LATINOAMERICANO CON ESTADOS UNIDOS? [1]
Rómulo A. Betancourt
[16 de Junio de 1941]

[3/7]
Al estallar la guerra germano-polaca, episodio inicial del actual conflicto bélico que ensangrienta a Europa, la gente gobernante en las Américas respingó el gesto. Sólo algunas individualidades excepcionales, y agrupaciones habituadas a escrutar realistamente el porvenir, rompieron con el alerta de sus voces, previsivas, el coro de inconsciente beatitud de los más. Y, desnudando las verdaderas raíces de un conflicto armado de proyecciones mundiales, dijeron que no habría nación de la tierra capaz de permanecer absolutamente marginada a las contingencias de esta contienda.
Los acontecimientos han venido a dar la razón a los antevisores. No hay rincón habitado del globo donde no se respire un ambiente bélico, o prebélico. Todas las naciones, aun aquellas que se acogen a esas ficciones jurídicas llamadas “neutralidad” y “no beligerancia”, están implicadas, en una forma u otra, dentro del monstruoso conflicto. Los pueblos que no están guerreando materialmente viven dentro de un clima psicológico saturado de expectativa y zozobra, sólo diferente en cuestión de matices al de los países ya arrastrados al vértice bélico. Esta es la realidad, enjuiciada sin telarañas en los ojos, poniendo a un lado las palabras encubridoras porque vivimos en un momento histórico en que sólo los hechos tienen validez.
Esta universalización de la guerra –en las trincheras y en los espíritus– tiene una explicación no sólo de índole económica. La clásica concepción dialéctica no basta por sí sola para explicar este fenómeno de proyecciones tan vastas que conmueve a los cinco continentes. Algo más que un nuevo reparto de mercados y de zonas productoras de materias primas está implicado en este conflicto guerrero.
La Alemania hasta ahora triunfante no guerrea exclusivamente por la conquista de su sedicente “espacio vital” y por el control de masas consumidoras de las mercancías elaboradas por los junkers de la gran industria. Una mística anhelante, muy parecida a la que insuflaba impulso a las antiguas guerras religiosas, empuja a las divisiones motorizadas de Hitler. Dominar a la humanidad para gloria y provecho de la “Gran Alemania”; someter a los cinco continentes al imperioso dominio del “ario”, ser humano de privilegiadas excelencias; y darle proyección ecuménica a los principios políticos, filosóficos y hasta religiosos del nazismo, es el programa que se ha trazado el conquistador germano. Sin consideración de ninguna especie por principio alguno, distintos de los de la voluntad de poder y dominio; sin respetar vallas, sea cual fuere la naturaleza de éstas, el hitlerismo ha dominado ya la mayor parte de Europa. Y se prepara para imponer el satánico dominio en todas las regiones mal defendidas del mundo, donde haya riquezas naturales que piratear y pueblos débiles que encadenar a su carro de triunfador.
Ver esto y no prevenirnos en América frente a los peligros para nuestra independencia histórica, derivados de los triunfos totalitarios en Europa, rebasaría ya los límites de la ingenuidad. Sería pisar terrenos de traición.
¿Y el Atlántico?
Una objeción surge: no debemos temer un ataque armado de los totalitarios, porque el Atlántico es una valla insalvable para la escuadra ítalo-germana. El camino de Europa a América lo cierra y defiende la más potente marina de guerra del mundo, la escuadra inglesa.
No toman en cuenta quienes así hablan que el avión ha demostrado ser, en el curso de esta guerra, el arma ofensiva y defensiva más poderosa. Los bombarderos nazis –como lo reconocía en su más reciente discurso el Presidente Roosevelt– han destruido hasta ahora barcos ingleses en una proporción tal que supera la capacidad productora de los astilleros coordinados de Gran Bretaña y Estados Unidos.
Además, se olvida lo relativamente fácil que resulta un raid aéreo desde Dakar, en África –posesión francesa amenazada de caer en manos de Alemania– hasta la costa norte de América del Sur. De esa base aérea hay apenas ocho horas de vuelo, de un bombardero de tipo moderno, a los campos petroleros de Caripito, en Venezuela. Es decir, los campos petroleros de una nación que está suministrándole a Inglaterra más del 50 por ciento del petróleo consumido por su aparato motorizado de guerra.
Por último, se desdeña lo que significará la cooperación japonesa con el Eje, ratificada ayer nomás en cable enviado por el Premier Matsuoka a Mussolini. En el caso de que Estados Unidos entre a la guerra abiertamente –lo cual sucederá dentro de semanas o días– la flota japonesa apoyaría en el Pacífico a las potencias del Eje. Y lógicamente debe presumirse que intente apoderarse, como base de operaciones contra el Canal de Panamá, un punto cualquiera de la extensa costa del Pacífico sudamericano. En Perú, por ejemplo, los japoneses cuentan con una quinta columna organizada, que la forman 200.000 hipones, y la cual tiene en sus manos haciendas azucareras en la vecindad misma de las costas.
Dejo de lado, para tratado después extensamente, otro aspecto de la cuestión. Me refiero a la posibilidad –asentada en declaraciones hitlerianas y en evidencias poderosas de carácter económico– de que el Eje totalitario, una vez triunfante de sus actuales enemigos, planee reivindicaciones territoriales en América Latina.
La necesidad de defendernos
Aceptada como factible la posibilidad de que América Latina devenga zona de guerra, quedan dos caminos: el de los pacifistas vegetarianos, émulos de quienes oficiaban dentro del bloque escandinavo de naciones, los cuales se creían a cubierto de la catástrofe porque sólo se dedicaban a fabricar excelentes quesos, como Holanda, o a entrenar “skiadores”, como Finlandia; o la actitud varonil y vigilante de los que amamos la paz, pero nos resistimos a pagar por ella el ominoso precio del saqueo de nuestra nacionalidad y de la pérdida de nuestra independencia.
Parto de la convicción de que las mayorías venezolanas no vacilarán en la escogencia. Y que son partidarias de que nos aprontemos a defender un suelo que nos legó libre y nuestro la generación máscula de los libertadores. Situados en esta posición, cabe hacer algunas consideraciones.
La primera de ellas, que nos bastamos nosotros mismos, los latinoamericanos, para defender un suelo tan extenso, tan rico y tan codiciado, con nuestras exclusivas reservas de material bélico. El entendimiento con Estados Unidos, en el terreno de la defensa militar del continente, es inevitable.
Algunos datos estadísticos sobre las posibilidades defensivas de la América del Sur, en el plano militar, reforzarán nuestro criterio.
Las 10 repúblicas sudamericanas estarían en capacidad de movilizar, en caso de agresión de un Estado totalitario a alguna de entre ellas, solamente 5 acorazados, 3 cruceros modernos, 24 destroyers y 14 submarinos, para defender costas situadas en los tres océanos y cubriendo una extensión de litoral de 13.000 millas.
Hay datos todavía más elocuentes. Las 10 repúblicas sudamericanas tienen una población total de 88.000.000 de habitantes y una extensión territorial de 7.000.000 de millas cuadradas. Y para defender ese enorme ámbito geográfico –emporio de materias primas el más rico del mundo– “y la densa población civil que está asentada sobre aquél, dispone de un ejército regular, suma de los ejércitos particulares de los 10 países, de 290.000 hombres, y de una reserva aproximada de un 1.000.000 de hombres.
Es bien conocido el papel fundamental que juega el avión en la guerra moderna. La antigua lucha de posiciones, realizada “a la napoleónica” por masas de infantería, tiende a ser substituida por los fulminantes ataques aéreos, dirigidos no sólo contra objetivos militares, para destruirlos, sino también sobre la retaguardia civil, para diezmarla y desmoralizarla. Pues bien, toda la América del Sur, sumando las flotillas aéreas de combate de los 10 países que la forman, no dispone en la actualidad sino de 500 a 600 aviones.
Al mismo tiempo que es inevitable un entendimiento con Estados Unidos para la defensa continental, lo es en igual forma una entente entre las dos Américas en el plano de la economía. La guerra ha alterado substancialmente el intercambio internacional de mercancías y de servicios. Dejaron de traficar por nuestros mares las marinas mercantes de las potencias en guerra, y el bloqueo británico sobre los puertos de Europa ha determinado la pérdida para la América Latina de sus mercados tradicionales para una serie de artículos de exportación. Querámoslo o no, es lo cierto en estos momentos y, quién sabe por cuánto tiempo, que nuestras posibilidades comerciales están circunscritas a un posible, y deseable, intercambio futuro entre las repúblicas latinoamericanas, y el que existe entre el mercado importador y exportador de Estados Unidos y nuestros 20 países.
Las estadísticas son elocuentes en este sentido. Información reciente, transmitida desde Estados Unidos por su Departamento de Comercio, revela que las exportaciones de América Latina destinadas a Estados Unidos sumaron en los cinco primeros meses de 1941, $ 331.917.000 contra $ 229.166.000 en el mismo período de 1940, lo que representa un aumento de 45 por ciento. En cuanto a las exportaciones de Estados Unidos a América Latina, en igual período, ascendieron a $ 285.625.000, contra $ 223.322.000 en los cinco primeros meses de 1940, o sea un aumento de 29 por ciento.
Los enemigos de una entente interamericana
Encarnizados enemigos tiene, en nuestros 20 pueblos, la tesis de una entente interamericana. Se reclutan en las extremas derechas filo-fascistas y en las extremas izquierdas stalinistas. Coinciden unos y otros, no obstante estar situados en posiciones doctrinarias aparentemente irreconciliables, en negarle peligrosidad al Eje nazista. Y en ver al enemigo excesivamente en Estados Unidos de Roosevelt.
La coincidencia se explica en que responden esos grupos políticos a directivas extrañas a nuestra América y a su destino. Su posición es calco y copia de la asumida por Berlín, por Madrid y por Moscú.
En uno de sus frenéticos discursos –genialmente ridiculizados por Charles Chaplin– Adolfo Hitler nos dio paternales consejos. Fue el 19 de junio de 1940, hablando desde la tribuna del Reichstag. Previno a las repúblicas latinoamericanas del inminente peligro de una intervención militar yanqui.
La prensa falangista, a su vez, se ha erigido en campeona de la soberanía latinoamericana. Periódicos oficiosos de Madrid reclamaron tercamente que Inglaterra nos devolviera la isla “Anades” (?). Actitud coincidente con el postulado contenido en el artículo III de la plataforma falangista, en que se le asigna a la “hispanidad” el rol de reconstruir el imperio colonial “de Carlos V y Felipe II.
Y el premier soviético Molotov pronunció en Moscú, el 10 de agosto de 1940 –sincronizando con el discurso hitleriano de junio del mismo año– una encendida perorata latinoamericanista.
En este discurso, el premier soviético apela a los más habilidosos eufemismos para historiar la piratería anexionista de Alemania. Al referirse a la desaparición del mapa político europeo de una serie de pueblos libres, incorporados por el imperio de las armas al III Reich, el señor Molotov utiliza este elegante circunloquio: “Como resultado de las operaciones militares realizadas por Alemania, primero en Noruega y Dinamarca, después en Bélgica y Holanda, y finalmente en territorio de Francia, la guerra ha asumido en Europa amplias proporciones”. Contrasta este lenguaje profiláctico y aséptico, con el que utiliza el orador para enjuiciar la política de la Casa Blanca, como consecuencia de los rozamientos diplomáticos surgidos entre ésta y el Kremlin. Denuncia la intención norteamericana de convertir en propiedad suya el hemisferio occidental, “con todas sus numerosas repúblicas y con las posesiones coloniales de otros países en las islas vecinas al continente americano”.
Los pueblos de América Latina –es interesante que vayan sabiéndolo los doctores oficiosos de nuestra conducta colectiva– ya han arribado a sus mayorías de edad. No necesitan de paternales consejos. Tienen la responsabilidad de su destino y rechazan, con fiera energía, interesadas insinuaciones de quienes están invalidados para defender en otros continentes un principio –el de la autodeterminación de los pueblos– por ellos violado sistemáticamente en Europa, cuando se ha tratado de ensanchar su propio “espacio vital”.
Es a nosotros, a los americanos, a quienes nos corresponde actuar en esta hora con lucidez, energía y seguridad para ver la ruta. No se trata de que en aras del antifascismo vayamos a ofrendar, como presente propiciatorio, nuestra autonomía e independencia. Ni tampoco que nos dejemos dominar por esa psicosis de pánico que ya ha hecho presa en algunos y corramos, desolados, a cobijarnos sin condiciones a la sombra de Estados Unidos.
La entente, posible y necesaria, entre las dos Américas, debe realizarse a base de claros planteamientos de posiciones, en un plano, de absoluta igualdad jurídica garantizada por un equilibrio de fuerzas y sin amarrarnos las manos al extremo de desaprovechar esta coyuntura en beneficio de nuestra independencia económica.
El análisis de todas y cada una de las modalidades que debe asumir, en mi concepto y el de mucha gente preocupada del continente, este acuerdo defensivo entre las dos Américas, será objeto de sucesivos artículos.
Por hoy, dejo afirmada, responsablemente, la opinión de que no nos resulta posible eludir en esta hora, cargada de acechanzas y peligros, el acuerdo condicionado en Estados Unidos de Roosevelt frente al monstruoso poderío de la Alemania de Hitler.
RÓMULO A. BETANCOURT
[1] Publicado en Ahora, Caracas, 16 de junio de 1941.

No hay comentarios:

Publicar un comentario