julio 12, 2010

"Serie de notas periodísticas de Betancourt sobre nazismo y defensa continental" (1941) 5/7

Serie de siete notas periodísticas sobre nazismo y defensa continental, publicadas en 1941
LA GUERRA GERMANO-RUSA Y LA POSICIÓN DE LOS PARTIDOS COMUNISTAS [1]
Rómulo A. Betancourt
[24 de Junio de 1941]

[5/7]
Hitler, dando nueva evidencia de su propósito de dominar al mundo, invadió en la madrugada del 22 a la Nación rusa. Esta nueva agresión nazi no ha causado sorpresa a nadie, a no ser a la camarilla gobernante en Moscú. La gente de criterio menos especializado sobre cuestiones internacionales venía observando la condensación de un nubarrón amenazante tendido hacia la frontera este del Reich. Traspaso de divisiones motorizadas alemanas de los Balcanes a esa frontera. Largas entrevistas secretas entre el general Antonescu, dictador de Rumania por gracia del Eje, con Hitler y Mussolini. Movilización general en Finlandia y los países balcánicos vasallos del Reich. Pacto de amistad germano-turco.
Sin embargo de todo esto, los soviets, hablando a través de la agencia oficiosa Tass, declararon hace cuatro días que las noticias sobre tirantez de relaciones ruso-germanas eran producto de las intrigas británicas, avivadas por la presencia en Londres de Sir Staford Cripps, embajador inglés en Moscú. Y agregaban que nunca, como hasta en ese momento, habían sido más cordiales las relaciones entre ambas potencias.
Los escasos partidos comunistas que aún quedan en los raleados cuadros de la III Internacional, continuaban impertérritos en sus campañas contra las democracias y sus líderes. Revelaban, una vez más, su absoluta carencia de autonomía para pensar y para actuar. Su línea política era fiel reflejo de la política exterior de Rusia.
Orígenes lejanos y consecuencias inmediatas de la agresión hitleriana contra Rusia
Rusia soviética fue, durante varios años, campeona de la lucha antifascista. Acusó a la “bestia parda”, como gustaba designar al hitlerismo, de los planes que éste está poniendo en ejecución: la marcha hacia el Este, para la conquista del fabuloso granero de Ucrania y de los espléndidos yacimientos petrolíferos rusos de la cuenca del Mar Negro.
En Ginebra, la voz acusadora de Litvinov se alzó docenas de veces, condenando la agresión italiana a Abisinia y la de Alemania a Checoslovaquia y Austria. En la guerra civil española, las simpatías rusas se volcaron –no importa que con la cicatería por delante de vender el material bélico siempre en oro, y de contado– a favor de los republicanos, empeñados en una guerra de liberación nacional contra italianos y alemanes.
Los partidos comunistas, inscritos en la III Internacional, actuaban a tono con su patrón ruso. En favor de la formación de un “frente mundial contra el fascismo” consideraban que no debían escatimarse sacrificios, inclusive el de olvidar, tratándose de lucha antifascista en países de economía intervenida por el capital extranjero, que debía pugnarse simultáneamente por la liberación nacional de todo contralor imperialista. Y quienes no pensaran así eran “divisionistas”, “trotskistas” y “aliados de Hitler”.
Estos y otros improperios los descargaron sobre mi compañero de lucha Carlos D’Ascoli. Y sólo por haber sostenido en el Congreso de las Democracias, reunido en Montevideo en 1938, que no sólo debía lucharse contra el dueto Hitler-Mussolini, sino también procurar que se obtuvieran más amplios beneficios para nuestros países de la explotación que hacen consorcios anglo-yanquis de sus fuentes vitales de riqueza.
En Europa, los partidos comunistas fueron los más ardientes guerreristas contra el fascismo. Votaban créditos de guerra en los parlamentos donde actuaban con jubiloso fervor. Condenaban ardientemente lo que se llamó el “mujiquismo” y exigían respuestas más enérgicas frente a las “pacíficas” anexiones de territorio realizadas por el III Reich. Exigían, en otras palabras, que se respondiera con la guerra a las aventuras conquistadoras de Hitler.
Después sucedió lo que es del mundo bien sabido. Sorpresivamente se entendieron Berlín y Moscú. Molotov y Von Ribentropp firmaron un tratado de comercio y de no agresión a nombre de Rusia y de Alemania. Se difundió por el mundo un retrato en que la sonrisa más plácida iluminaba el rostro tartárico de Stalin, con motivo de la visita a Moscú de altos funcionarios nazis.
Los partidos comunistas dieron su inmediato viraje, de 180 grados (…) [2] al paso a cuantos no claudicamos de nuestro antifascismo cuando se firmó el pacto nazi-soviético, porque ni hoy ni nunca hemos buscado en Moscú signos para orientar nuestro criterio. ¡Si hasta tuvieron la avilantez de acusar a Fantoches de “periódico imperialista”!
La hora de ratificar actitudes
¿Cuál es nuestra posición? Por antifascistas, estamos con Rusia en esta lucha. Como lo está Churchill y como lo está Sumner Welles. Y agregando, por nuestra parte, que Rusia no es sólo un régimen de opresión política y de monstruosa deformación burocrática, sino también un crisol de profundas transformaciones sociales. Su suerte y su destino tienen que preocupar a cuantos han ligado su vida a un ideal de justicia social.
Empero, la entrada de Rusia a la guerra no modifica nuestros puntos de vista.
Seguimos sosteniendo que Venezuela debe reafirmar una posición firmemente antifascista; y que la necesaria coordinación con Estados Unidos, para la defensa militar y económica del continente, debe realizarse con cautela y sin entreguismos.
Y esta firme posición la reafirmamos porque somos venezolanos y americanos; y no rusos. La reafirmamos cuando los que hasta ayer nos acusaban de “guerreristas” deben estar preparando su incendiario manifiesto, pidiendo que Venezuela declare ahora mismo la guerra a Alemania. Y que olvide, en aras del antihitlerismo, de cómo nuestra soberanía está en juego, si en esta hora no sabemos actuar con previsora y sagaz cautela.
ROMULO A. BETANCOURT
[1] Publicado en Ahora, Caracas, 24 de junio de 1941.
[2] Fragmento ilegible en el original.

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