agosto 23, 2010

Carta-Prólogo de Sarmiento en su libro "Conflicto y Armonías de las Razas en América" (1882)

CARTA-PRÓLOGO DEL LIBRO «CONFLICTO Y ARMONÍAS DE LAS RAZAS EN AMÉRICA»
Domingo Faustino Sarmiento
[24 de Diciembre de 1882]

Mrs. Horace Mann
Good Christmas Day and Happy New Year 1883.
Sea de buen augurio para Ud. y para mí llegar al umbral del año nuevo con el perfecto uso de nuestras facultades mentales, como de Ud. me lo escribe su estimable hijo, aunque los años vayan arrastrando a su paso las hojas que cada invierno arranca a las lañosas encinas. Acompaño a ésta que le dirijo impresa, cuatrocientas páginas consagradas al examen de una fisonomía de nuestros pueblos Sudamericanos. Encontrará Ud. ya presunciones vagas en “Civilización y Barbarie” que estimó flor de la época juvenil, y llamó “Life in the Argentine Republic”, traducida al inglés, y recomendada por el nombre ilustre que guarda U. en memoria de su ilustre esposo.
Muéveme a dedicárselo, honrarme con el nombre de Horacio Mann, cuyos consejos me guiaron en la juventud para traer a esta América la Educación Común que él había difundido con tan buen éxito en aquélla. La “Vida de Lincoln”, las “Escuelas de los Estados Unidos”, escritos en aquel país para trasmitir a éste las lecciones que contienen, son libros que respiran la vida de la Nueva Inglaterra o de Washington donde fueron escritos. Éste mi último trabajo, para mostrar por qué no presento, después de cuarenta años, cosecha tan abundante, como la que Mann, Emerson, de Boston, Barnard, Wickersham, obtuvieron, abraza en un mismo cuadro los efectos de la colonización de la América, según los elementos que a ella concu¬rrieron, de donde le viene el título de “Conflicto y armonías de las razas en América”, no en esta América sólo, sino en una y otra América, según el plan o la idea que los guió, y cuento con su indulgencia si abro juicio sobre la suprema influencia de los Puritanos, Cuáqueros y Caballeros de Virginia para echar los cimientos de la obra imperecedera que Washington debía presentar concluida a la admiración del mundo, ya que al leer mi introducción a la “Vida de Lincoln” Ud. me reconociese cierto “insight”, o penetración en los móviles y causas de la secesión insensata.
En “Civilización y Barbarie” limitaba mis observaciones a mi propio país; pero la persistencia con que reaparecen los males que creímos conjurados con adoptar la Constitución federal, y la generalidad y semejanza de los hechos que ocurren en toda la América española, me hizo sospechar que la raíz del mal estaba a mayor profundidad que lo que accidentes exteriores del suelo lo dejaban creer. Ud. conoce lo que pasa en el Pacífico desde Chile hasta el Ecuador, penetrando hasta Bolivia, tiene más cerca el espectáculo que presentan México y Venezuela, en cuanto a realidad de sus proclamadas instituciones, y necesito darle una ligera idea, por estar más distante, de lo que pasa por acá y motiva estos estudios.
La experiencia y la fatalidad han segregado felizmente a nuestros hombres públicos y a los partidos vencidos de aquella escuela que el ilustre orador Webster llamó, contra la tentativa de insurrección de Rhode Island: “¡libertad south americana! ¡Libertad tumultuaria, tempestuosa!: ¡libertad sin poder, salvo en sus arrebatos: libertad en las borrascas, sostenida hoy por las armas, abatida mañana a sablazos!...
Desde que regresé de ese país, hemos hecho bastante camino, dejando por lo menos de estar inmóviles con muchas otras secciones americanas, sin retroceder como algunas a los tiempos coloniales. Nuestros progresos, sin embargo, carecen de unidad y de consistencia. Tenemos productos agrícolas y campiñas revestidas de mieses doradas cubriendo provincias enteras: nuevas industrias se han aclimatado, y ferrocarriles, vapores y telégrafos llevan la vida a las entrañas del país o la exhalan fuera de sus límites. El Gobierno, que es el constructor de estas vías, las empuja hasta donde el presente no las reclama, anticipándose al porvenir. El crédito es el mayor de esta América, puesto que ninguna sección lo tiene empeñado en cifras tan respetables; pero cuán abundantes sean las cosechas, la proporción de aumento de un año a otro no es geométrica siquiera. Tenemos este año la renta de 1873. La educación común ha decrecido; y la emigración es hoy de la mitad de la cifra que alcanzó entonces. El ejército ha doblado, y tenemos una escuadra que hacen necesaria quizás los armamentos chilenos y la armada brasilera. Para nuestro común atraso sudamericano avanzamos ciertamente; pero para el mundo civilizado que marcha, nos quedamos atrás.
Nada hay de intolerable, y, sin embargo, nada se siente estable y seguro. Hánse acumulado riquezas en proporción a dos millones de habitantes; lo que hace la ciudad de Nueva York diluida en cien mil millas de territorio, tocándole un habitante por cada dos kilómetros; y como la emigración viene del Oriente en busca de terreno, no está en proporción el que ofrecen medido los EE.UU., y el que damos sin tasa ni medida nosotros. ¿Por qué van al Norte un millón y se dirigen al Sur sólo ocho, veinte, cuarenta mil cuando más, después que alcanzaron a setenta mil hace diez años?
Esta es nuestra situación material que no es mala. Es la situación política lo que da que pensar. Parece que volvemos atrás, como si la generación presente, creada en seguridad perfecta, perdiera el camino. El Ejecutivo manda de su propio “motu” construir palacios, los termina y pide después los fondos al Congreso, dándole cuenta del hecho, y pidiendo autorización “pro forma.” La tempestad religiosa vino de la construcción de San Pedro en Roma: la que barrió la Francia salió de los “feéricos” jardines construidos en Versailles. Hoy hay un partido en Francia que tiene por su Redentor a la Dinamita que suprime palacios. Hemos educado cuatro mil doctores en leyes desde 1853, que se reorganizaron las Universidades. En 1845 tenían Uds. estudiando en “Law Schools”, menos de quinientos alumnos, para veinte y tantos millones. Nosotros educamos uno para cada quinientos, y, sin embargo, en las Cámaras y Congresos, en los consejos y ministerios cada vez ignórase más el derecho. Legisladores y ejecutivos violan a más y mejor, los preceptos que eran sacramentales ahora treinta años. Los misioneros ingleses educan en la India a los hijos de rajaes, bramines e hindúes, en todas las ideas europeas, inclusas las doctrinas teológicas de las sectas. Interrogado en los exámenes un hindú, responde como un teólogo sobre puntos de creencia. Si se le pregunta en seguida: ¿Es Ud. cristiano? -No.- ¿Quisiera serlo? -No. Todos contestan lo mismo.
Este es el estado de nuestras gentes, duchos en la discusión, rebeldes en la práctica. Y ¡Vive Dios! que en toda la América española y en gran parte de Europa, no se ha hecho, para rescatar a un pueblo de su pasada servidumbre, con mayor prodigalidad, gasto más grande de abnegación, de virtudes, de talentos, de saber profundo, de conocimientos prácticos y teóricos. Escuelas, Colegios, Universidades, Códigos, letras, legislación, ferrocarriles, telégrafos, libre pensar, prensa en actividad, diarios más que en Norteamérica, nombres ilustres... todo en treinta años, y todo fructífero en riqueza, población, prodigios de transformación a punto de no saberse en Buenos Aires si estamos en Europa o en América. No exagero cosas pequeñas, con la hipérbole de nuestra raza. Uno de nuestros Códigos se traduce en Francia, por orden del Gobierno, como materia digna de estudio, por ser el último y más completo, de su género y obra de un jurisconsulto célebre nuestro. El tratado de Derecho de Gentes es el más citado, o tan citado como el que más pertenece a nuestros antecedentes. Baste esto para asegurar que no luchamos treinta años en vano contra un tirano hasta hundirlo bajo la masa de materiales que el estudio, los viajes, el valor, la ciencia, la literatura acumulaban en torno suyo, como paja se amontona para hacer humo al lado de las vizcacheras y hacer salir el animal dañino si no se le puede ahogar en su guarida.
El resultado de este largo trabajo léalo Ud. a veinte años después en un trocito que en letra bastardilla pone un diario, saludando al joven general Presidente que visita una ciudad del Interior. Llámase “El Oasis” el Diario que nos sorprende con que “el presidente tiene lo que muy pocos, o mejor dicho, lo que a él solo, a fuerza de virtudes, le ha sido dado alcanzar: un altar en cada corazón.”
Lo que es la virtud anda a caballo en nuestros países; y sin duda de verla en ferrocarril se han admirado en San Luis, donde de paso diré a Ud. que está destacado un hermano del Presidente virtuoso, con un batallón de línea, para mantener el entusiasmo. En cuanto a altares, en San Luis se hace uso escaso de mármol ni aun de ladrillo quemado, siendo las construcciones de adobe, que es barro.
La “Opinión Nacional” de Caracas, otro Oasis de Venezuela, la patria de Bolívar, de Páez, de Andrés Bello, el publicista y miembro de la Academia de la lengua, celebraba el 12 de Abril del pasado año, el duodécimo Consulado, la duodécima Cuestura y el decimoquinto Tribunado del Presidente actual y pasado de Venezuela, apellidado “el Ilustre Americano”, y a quien acaba de decretar el Senado una nueva estatua ecuestre a más de las varias que infestan todas las plazas.
El 12 de Abril hizo su más fácil fechoría y que es la más celebrada. “El Oasis” de ese día trae en editoriales: “¡Guzmán Blanco y su tiempo! - El Caudillo de Abril - Guzmán Blanco orador y literato - Guzmán Blanco administrador, guerrero y estadista” - Carácter frenológico de Guzmán Blanco-.
En honor a una condecoración por él creada, “El Retrato del Libertador”, el diario encomiástico añade un comentario benévolo, y es que el “número de los condecorados ese día anduvo frisando con el de los generales, que pasan de doscientos. Pobres de Uds. que no tienen veinte para cincuenta millones de habitantes, con mil leguas de frontera. En cambio en Venezuela no hubo jamás frontera ni indios que perseguir sino en las Universidades en el foro, en la tribuna, en la prensa.
Veintimilla, del Ecuador, acaba de dar azotes a un escritor Valverde, que ha querido suicidarse por tal afrenta: ¿sabe Ud. quién es Veintimilla?
Luego, me he dicho, no es en la República Argentina ni en los Oasis de San Luis donde debemos buscar la fuente diría, si no fuese mejor decir el hormiguero, que destruye así la labor de los siglos.
Remontando nuestra historia llego hasta sus comienzos, y leo la proclamación que en 1819 dirigía O'Higgins desde Chile a los Peruanos en quichua, aimará y castellano, anunciándoles la Buena Nueva de su próximo llamamiento a la vida por la libertad y el trabajo.
...“¡Buenos Aires y Chile, decía, considerados por las Naciones del Universo, recibirán el producto de su industria, sus luces, sus armas, aun sus brazos, dando valor a nuestros frutos, desarrollando nuestros talentos!
Para explicar la narración genesíaca suponen, ciertos teólogos racionalistas, o racionales, dicen que el Creador dejó ver a Moisés, por “visiones”, a guisa de caleidoscopio, seis vistas de seis épocas distintas de la Creación, sin las intermediarias transformaciones, lo que reconcilia el Génesis según ellos con los vestigios geológicos - O'Higgins, iluminado por un rayo de luz que se escapa del porvenir, pinta a los quichuas peruanos con colores vivos, en cuadro que hace de tiempo presente, la realidad por primera vez en toda su plenitud, realizada en esta América en el año de gracia de 1873, cuando la Aduana Argentina cobró veinte y tres millones de duros sobre la enorme masa de “los productos de la industria del universo.” En las alturas de la Nueva Córdoba, el “Observatorio astronómico” hacía descender sobre nuestras cabezas “la luz de la ciencia”; naves, remingtons y cañones Amstrong y Krupp, en proporciones modestas, llenaban por la primera vez de armas de precisión nuestros arsenales; y “aun los brazos” de Europa en número de setenta mil hombres, vinieron a dar valor a nuestros frutos, amén de vías férreas, telégrafos y vapores que no vio O'Higgins o viéndolos no pudo enumerarlos, por no comprender lo que veía, o no tener aún la lengua nombre para llamarlos, como a las bestias y plantas según su género.”
Esto, sin embargo, lo hemos obtenido después de sesenta años de vagar en el Desierto, y sólo por cuanto asegura el pan y los progresos materiales que nos invaden a nuestro pesar, como al Japón, como a la India, como al África donde están colocando los rieles de un ferrocarril que parte del caudaloso Níger, y se interna a través de las selvas de cocoteros.
Estos mismos progresos realizados en la embocadura del Río de la Plata iniciándose en vías férreas y colonias de emigración en México este año, después de setenta de estar resistiendo al progreso que lo invade, ocurren, mientras el Perú, Bolivia, el Paraguay, el Ecuador retroceden o se esconden en la penumbra que señala el límite de la luz y de la sombra, lo que muestra que una causa subsiste y opone resis¬tencia en todas partes.
Vea Ud. la serie de datos y estudios que lo prueban. Ha oído al General O'Higgins, Presidente de Chile en 1819. Oiga Ud. ahora a Mr. Mac Gregor, funcionario en el gobierno de Inglaterra y que emite su juicio sobre las impresiones que deja la América del Sur, después de treinta años de emancipada. Yo encontré en los Estados Unidos, en Francia, en Inglaterra, hasta 1868 que frecuenté a los sabios, a algunos hombres de Estado, por fortuna no pocos en todas partes arraigado este juicio, que aun en el grado de simple preocupación hace un mal inmenso. Lo reproduzco aquí temeroso de que Ud. no lo conozca o los lectores sudamericanos, en la soberbia de sus afectadas nacionalidades, hayan dejado pasarlo inapercibido.
Cuando los virreinatos de España en América se sublevaron contra la corona, los hombres justos y virtuosos y las almas inteligentes de Europa y de Norteamérica abrazaron su causa del mismo modo que la de todos los pueblos que luchan por su libertad, contando desde luego con las más ardientes esperanzas y las más generosas simpatías. Veían a los colonos españoles determinados a rivalizar con los angloamericanos en su osada y afortunada resistencia a la dominación extraña, la cual, aunque severa e injusta muchas veces, era paternal, si se la comparaba a la absolutista y jerárquica cadena de la corona y de la Iglesia española que coartaba la libertad civil y religiosa.
El mundo no conocía, sin embargo, la educación política, social y moral del pueblo que habitaba las colonias españolas. La Europa, y principalmente la Inglaterra, la Francia, la Holanda miraban los progresos de la revolución de la América del Sud, en México y en la América Central, como gloriosos esfuerzos que iban a librarlos de la tiranía de los reyes españoles y de la Iglesia, y que se alzarían naciones rejuvenecidas, fuertes e independientes. Esperaban que una vez libres de la dominación de Fernando VII, sus nuevos gobiernos fuesen reconocidos por la Inglaterra, Francia, Holanda y Estados Unidos. Las repúblicas hispanoamericanas, animadas por los progresos e instruidas por el ejemplo de la gran república anglosajona, habrían avanzado sin tropiezo en la marcha de la civilización, en la libertad política y religiosa, en la útil educación del pueblo, en explotar provechosamente los grandes recursos que sus vastos y fértiles territorios encierran para la agricultura, la minería, la construcción y el comercio.
Pero los habitantes de los países libres no habían estudiado, y en verdad que no habían podido hacerlo, las condiciones físicas y morales de la raza española en las colonias. De aquí nace el desencanto que sobre el progreso de Sudamérica y México ha sobrevenido; y si hubiese vivido, ningún hombre habría sido más terriblemente mortificado, al ver la presente condición y deplorable perspectiva de aquellos Estados, que Jorge Canning, el ministro inglés que fue el primero en anunciar que la Inglaterra había reconocido y añadido más naciones libres e independientes a los Estados constituidos del mundo.
En nuestro examen de los progresos de la revolución en la América española, no hemos descubierto formidables obstáculos opuestos al final triunfo de aquellas sublevaciones contra la corona y dominación de la España. Pero es un hecho extraordinario en la historia de un pueblo en otro tiempo tan formidable, que en el momento presente (1846), en parte alguna del mundo donde se hable la lengua española, haya libertad civil y religiosa, en donde no exista el espíritu de anarquía, y donde haya confianza o seguridad en el Gobierno.
Chile forma en algunos respectos una excepción; pero los disturbios en Sudamérica han sido tan frecuentes, que el mundo no tiene confianza ni aun en este Estado. Venezuela se ha hallado por algún tiempo en comparativa tranquilidad, pero el orden y la paz han sido tantas veces interrumpidos para que consideremos aquel estado como una seguridad para lo futuro. Todos los Estados argentinos han permanecido por largo tiempo entregados a la guerra o a la anarquía; los anales de Centroamérica sólo recapitulan guerra y matanzas, y por algunos años un hombre sin educación y de raza indígena llamado Herrera, ha dominado a Guatemala. La condición de México es sin esperanzas, según aparecerá detallado en el cuarto volumen de esta obra. La ignorancia, el fanatismo del sacerdocio, la tenacidad con que la raza que habla el idioma español adhiere a todos los vicios y olvida las virtudes de sus antepasados, el mantenimiento demasiado general en la práctica, de la viciosa legislación comercial y fiscal de la antigua España, la absoluta disminución, en unas partes, o el poco sensible aumento de la población en otras, la falta de espíritu de empresa, la prevalente indolencia, la agricultura rutinera, la falta de hábitos comerciales, son más que suficientes causas para explicar la impotente y nula condición de las repúblicas hispano americanas. Es un hecho deplorable que aquellas repúblicas estén en condición menos próspera que las colonias que tienen esclavos como Cuba y Puerto Rico; sin que consideremos que la paz en Cuba sea un hecho permanente, pues que estamos persuadidos que si el tráfico de esclavos no es definitivamente abolido, aquella isla está expuesta a experimentar la suerte de Haití, cuya condición actual hemos descrito en esta obra.
El extraordinario poder, riqueza y prosperidad de los angloamericanos, son debidos a causas enteramente diferentes -a una población que ha crecido en número con una prosperidad sin ejemplo, poseyendo abundante empleo e incansable energía, industria y confianza en sí misma, animada en todo tiempo por un infatigable espíritu comercial y marítimo con extraordinaria inteligencia en todas las materias que tienen relación con los negocios activos del globo, y una indomable perseverancia en busca de aventuras, animadas del espíritu de adquirir; todo esto mantenido por el sentimiento de la independencia de acción que la libertad civil y religiosa inspiran. Por muchas que sean las imperfecciones de la naturaleza humana y especialmente las de la esclavitud en los Estados del Sud, que no puede aprobarse en los angloamericanos, el destino de sus progresos en el mundo occidental, aunque en lo sucesivo puedan dividirse en gobiernos separados, será fatalmente creciente.”
Esto lo decía Mac Gregor en 1843: ¿conoce Ud. a Mr. Bishop, autor de un Viaje en México, el año pasado? Es un caballero de Boston que salido del colegio Harvard, de edad de 19 años se concertó marinero para viajar ganando un pobre salario, antes que gastar su dinerillo. Llegado a Buenos Aires se asoció con una tropa de carretas para atravesar la Pampa, cazando de día y acogiéndose de noche al fuego de los carreteros santiagueños. Llegado a San Juan, Mr. Guillermo Bonaparte a quien encontré “robinsoneando” en la Isla Más Afuera de Juan Fernández, lo llevó a casa, donde le dieron un ejemplar del Facundo, de cuya historia se apasionó, tocándole al historiador una buena parte de su interés y simpatía. Escribióme desde Cantón en la China, donde aprendía chino para servir de intérprete, cómo había sido marinero para hacer su viaje y me mandó un mapa chino de Cantón con sus raros y nacionales signos y letras. A los años me escribió desde los Estados Unidos, y cuando yo había regresado a este mi país y él vuelto al suyo. Ahora, encuentro su nombre en el “Harper's Magazine” al pie de una narración de viaje interesantísima. Estaba, pues, de Dios que había de ayudarme Mr. Bishop, con algunas pinceladas, a la segunda edición de su favorito libro de “Civilización y Barbarie” corroborando los datos que sirven de base a este trabajo.
Tomo de dicho viaje, lo que conviene a mi propósito.
“Están cansados los mejicanos de pelear. Es un dicho muy en boga que «un mal gobierno, es mejor que una buena revolución.»
Empieza a crecer también el temor de lo que las naciones extranjeras puedan estar dispuestas a hacer en el caso de tomar las cosas en sus manos, si el país hubiese de caer de nuevo en poder «de expoliadores.»
Hay grandes abusos administrativos.
El servicio civil es notoriamente corrupto.
No es el patriotismo el que obtiene las concesiones de ferrocarriles.
Ocurren casos de espantosa opresión de parte de los «gobiernos de estado y nacional» y lo que establece fuente más ominosa y segura de peligro, es la imposibilidad de obtener remedio por las elecciones.
Preséntase aquí la anomalía de una que se llama república, donde no hay censo, o registro de votos. El escrutinio es «hecho por un partido, el que ya está en el poder...»
El gobierno -el nacional influyendo sobre los Estados- y el de éstos sobre la comunidad - sostienen y cuentan en ellos, «cuantos candidatos les place.»
Cuando se tiene conocimiento de todo esto se explica uno todo «lo que ha sucedido antes.»
No hay más remedio para un gobierno «opresivo, que la rebelión.» Con la más quieta disposición y la mayor paciencia han de llegar momentos en que lo que ha sucedido ya, ¡ha de volver a suceder!
Si alguna noción de gobierno queda en México, dará nacimiento a algún campeón, que acometa la empresa, de instruir las masas en sus derechos políticos, enumerarlas y asegurarles el más simple fundamento libre - un sufragio honrado.”
Aun en la observación que hace en otra parte de que la edición a mil ejemplares de un libro popular es demasiado para un país de doce millones de habitantes, nos constituye mejicanos. Seis ferrocarriles se dirigen hoy de todos los extremos a la ciudad capital; movimiento reciente posterior al de Chile y al nuestro de treinta años; no teniendo antes ni caminos, ni ríos navegables y casi ni puertos.
Cada Estado cobra derechos en sus fronteras como Santa Fe y Córdoba cobraron hasta 1853. Hace dos años se han fundado dos colonias italianas, primer ensayo de inmigración europea. Con diez millones de habitantes sólo consume y produce 406 millones de francos a 40 por persona, mientras que el Río de la Plata con millón ochocientos mil habitantes consume y produce 502.815.000 fr. a 177 ½ por persona.
Tantas analogías y tan grandes disparidades, pues por todo hemos pasado nosotros y de todo lo que allá pasa también estamos amenazados, me han hecho de tiempo atrás sospechar que hay otra cosa que meros errores de los gobernantes, y ambiciones desenfrenadas, sino como una tendencia general de los hechos a tomar una misma dirección en la española América, a causa de la conciencia política de los habitantes, como a causa de una inclinación Sudeste del vasto territorio que forma la Pampa, corren todos los ríos argentinos en esa dirección.
¿Comprende Ud. ahora el objeto de mi libro sobre el conflicto de las razas en América?
El conflicto de las razas en México, le hizo perder a California, Tejas, Nuevo México, Los Pueblos, Arizona, Nevada, Colorado, Idaho, que son ahora Estados florecientes de los Estados Unidos, y la Francia, con su gobierno de militares alzados como el descreído de Luis Napoleón, perdió la Alsacia y la Lorena, en castigo de su despotismo.
Nosotros hemos perdido ya como México, por conflicto de raza, la Banda Oriental y el Paraguay por alzamientos guaraníes; el Alto Perú por la servidumbre de los Quichuas, y perderemos todavía nuestra Alsacia y nuestra Lorena codiciadas de extraños por las demasías del poder como la Francia. Lea Ud. “Vida del Chacho” que corre impresa en la edición “Appleton” de Nueva York al fin de “Civilización y Barbarie”, y encontrará Ud. los primeros barruntos de la idea que he desenvuelto en este libro, generalizando a toda la América lo que aquí transcribo:
Las lagunas de Huanacache están escasamente pobladas por los descendientes de la antigua tribu indígena de los Huarpes. Los apellidos Chiñinca, Juaquinchai, Chapanai, están acusando el origen de la lengua primitiva de los habitantes. El pescado, que allí es abundante, debió ofrecer seguridades de existencia a las tribus errantes. En los Berros, Acequion y otros grupos de población en las más bajas ramificaciones de la Cordillera, están los restos de la encomienda del Capitán Guardia que recibió de la corona aquellas escasas tierras. En Angaco descubre el viento que hace cambiar de lugar los médanos, restos de rancherías de indios de que fue cacique el padre de la esposa de Mallea, uno de los conquistadores. Entre Jachal y Valle Fértil hay también restos de los indios de Mogna cuyo último cacique vivía ahora cuarenta años.”
¿Cómo se explicaría, sin estos antecedentes, la especial y espontánea parte que en el levantamiento del Chacho, tomaron no sólo los Llanos y los Pueblos de La Rioja, sino los laguneros de Huanacache y Valle Fértil y todos los habitantes de San Juan diseminados?
Eran éstas, demasiado parecidas semblanzas, para no sospechar que algún vínculo nos ligase a México que no es sin duda el istmo de Panamá.
Es no poca ventaja para un sudamericano haber, como yo, cambiado de lugar tantas veces, a fin de poder contemplar su propio país, bajo diversos puntos de vista. Sorprendióle a Ud. al leer mi “Introducción a la vida de Lincoln” el encotrarme apenas llegado a los Estados Unidos, con suficiente “insight”, como Ud. me decía, en la vida íntima de su país. Tocqueville y Holst recientemente han mostrado que es fácil al observador extranjero penetrar en la vida del país que representa la última faz de la humanidad. Le recomiendo preste atención a mi juicio del papel que han desempeñado los Puritanos en el desarrollo de las instituciones republicanas, aunque Ud. no me perdonase la buena broma de atribuir a la rigidez y austeridad del puritanismo el uso y abuso del whisky en los Estados Unidos, para proporcionarse en imaginación, irritando el cerebro, los goces de que se priva en la práctica el puritano, a quien le está vedado, dicen, besar castamente a su mujer en día del Sábado. Pero es mayor ventaja todavía, perder el hábito de pensar de cierto modo, impuesto por la tradición patria, lo que llamaré el sentido común, y que es sólo el modo general de sentir del país en donde se vive. Fue recibida en Buenos Aires con gran disfavor la idea de cercar las estancias, que son una extensión de dos leguas cuadradas, a veces diez, que posee un solo criador en la Pampa, que es una extensión de diez mil leguas cuadradas, planas y lisas como la palma de la mano.
El sentido común local rechazaba en abstracto la idea de la división, aun con alambrados; mientras que el que lo proponía obedecía acaso a las sugestiones del sentido común del agricultor, que no concibe propiedad sin cercado.
Puedo, pues, decir que tengo todos los sentidos comunes de los países, bajo cuyas instituciones he vivido, sin excluir los Estados Unidos, de cuya naturaleza participo.
Pero fue en San Juan, como lo anuncia la “Vida del Chacho”, donde empecé a fijarme en la influencia de las razas en la América del Sur, y en el espíritu distinto que las caracteriza; y tomando cada día más cuerpo e intensidad esta preocupación, me ocurrió que debía releer la historia, y aun la redacción verbal de los sucesos, para ver las sustituciones y cambios, esclarecimientos y reflejos que ofrecería, mirándola a la luz de esta nueva antorcha.
Desde entonces pudiera decir que se venía redactando en mi espíritu el esbozo que presento de una nueva Historia de la América del Sur como la que ha escrito Wilson de México, llamándola después de la tan grave, de Prescott, “Nueva Historia de México.” Es digno de notar que, citando tantos autores antiguos sobre tiempos coloniales como cito, no haya buscado ni solicitado sino rarísimos libros al poner por escrito el que le envío.
Desde los Estados Unidos recogí gran parte que abundan en las buquinerías de viejo, y a medida que en adelante he encontrado un autor que corroborase mi juicio o me suministrase nuevos datos, lo agregaba a mi colección, sabiendo por qué me interesaba su posesión, y señalando la página acaso única que servía a mi propósito.
Y sea ésta la ocasión de decir algo del sistema seguido. Si no es cuando de principios constitucionales se trata que los tengo por históricos como Uds. los ingleses, y no sólo deducidos lógicamente, pocas veces se me ocurre citar autoridades, Buckle, en su admirable Historia de la Civilización, y del estado de la inteligencia en ciertas naciones, emite su pensamiento en tono afirmativo, poniendo al pie el autor que sigue en sus asertos, repitiendo aun sus propias palabras. Yo he seguido un sistema más necesario en esta América todavía, como lo fue antes en la otra. Vituperan hoy con razón los americanos a un inglés haber preguntado: “¿quién ha leído un libro norteamericano?” A nuestros sudamericanos les pasa lo mismo con los que sus compatriotas escriben, pudiendo cualquier estudiantino de primer año, preguntar lo mismo a uno de segundo: quien lee a uno que no sea de Francia, porque de España empiezan a persuadirse que han salido parecidos a nosotros.
Cuando emito pues un pensamiento sobre apreciaciones abstractas, me pongo detrás de algún nombre de autor acatado que da autoridad a la idea, revestida con sus propias palabras, y si de hechos se trata, copio la narración original que le da el carácter de verdad. Mía es sólo la idea que campea en este primer volumen, y cuyas consecuencias serán la materia del segundo.
Ya en el contexto de este primero, verá Ud. cómo se confunden en un solo cuerpo ambas Américas políticamente, porque la forma política de una época no está vinculada ni a una lengua, ni a la historia del país en que se formó. Corintias o dóricas son de ordinario las columnas que adornan monumentos y templos, no importa el país culto donde se erijan, porque ésas son las formas consagradas por el arte. Pero la América tiene otros vínculos que la llevan a un común destino, acelerando su paso los retardatarios a fin de que la América de uno y otro lado del suprimido istmo sea una facción nueva de la humanidad.
La historia empieza a ser revisada, no para corregir sus errores, sino para restablecer los hechos al color de la realidad que no admite aliño. Mr. Wilson, que ha rehecho la historia de Prescott, me ha servido, en lo que hace a civilización de indios, como Taine al juzgar de los jacobinos que realizaron en la práctica los principios conquistados por la razón. El Dr. Berra, Don Andrés Lamas, me han suministrado aquí excelentes datos y sugestiones sobre los comienzos de la Revolución y cuando necesito del auxilio de las ciencias naturales, acudo a mi médico y primo el Dr. Lloverás, que si no puede curarme de la enfermedad crónica de que venga sufriendo hace setenta y dos años y se agrava cada día, me sirve con sus conocimientos teóricos y autores modernos.
Es cuanto puedo decirle, que no se le alcance leyendo las páginas que siguen, y concluiré lamentando que no pueda Ud. por sus achaques, leerlas, si algunas de ellas se aproximasen a las que leía Ud. en “Recuerdos de Provincias” a un círculo de profesores de Harvard College, en circunstancias que yo entraba, y me hicieron parte de sus observaciones. Uno de ellos, moralizando sobre el caso decía: “Mr. Sarmiento debió estorbar que cortasen la higuera, a sugestión de sus hermanas.”
Pero nos faltan Longfellow, el gran poeta, que me enviaba con Mrs. Gould sus últimas poesías, Mr. Emerson, el filósofo norteamericano que me decía en su casa delante de Ud. en Concord: “La nieve contiene muchas enseñanzas”, Dr. Hill el impresor, llegado a Rector después de la Universidad de Cambridge, que desde Montevideo, acompañando a Agassiz, me escribía deplorando no poder atravesar el Río, para verme de paso Presidente, y llegar a Córdoba y abrazar a Gould, y volver a hacer los sondajes del fondo del Océano.
De todos estos contertulios quedamos Ud. Miss. Peabody con su kindergarten, Gould con su telescopio, y yo que todavía ofrezco mis humildes servicios de historiógrafo.
Al cerrar esta carta me llega la noticia de la muerte de Mr. Quiney, padre de nuestra excelente amiga la señora de Gould, de quien hago honrosa mención en el libro.
Con felicitaciones por el año nuevo, quedo su affmo. amigo.
Buenos Aires, Diciembre 24 de 1882.
DOMINGO F. SARMIENTO

*Se refiere a Adams John Quincy.

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