DISCURSO PRONUNCIADO POR EL GOBERNADOR DE SAN JUAN EN LA INSTALACION DEL COLEGIO PREPARATORIO (HOY COLEGIO NACIONAL) [1]
“Estudios secundarios”
Domingo Faustino Sarmiento
[29 de Junio de 1862]
SEÑORES:
Hace tres siglos que descendieron algunos soldados españoles de las nevadas cordilleras de los Andes, hasta estas faldas, donde encontrando un río, asentaron sus reales, y echaron los cimientos de la que es hoy ciudad de San Juan.
Aquellos soldados a las órdenes de aventureros o de nobles capitanes, por ignorantes que ellos mismos fuesen, traían consigo a estas tierras, habitadas entonces por salvajes, una fe religiosa, una civilización completa, y un sistema de leyes, que debían implantar, propagar y mantener en la nueva patria que se daban.
Para la religión que profesaron ellos y sus descendientes, levantaron iglesias, fundaron conventos, legando bienes cuantiosos para su sostén. Mas para propagar las luces de que eran depositarios, fueron menos solícitos, y salvo la Escuela del Rey en que se enseñaba a leer y escribir a los hijos de las familias nobles, tres siglos transcurrieron sin que se proveyese le medios de dar instrucción más elevada a las generaciones que se sucedían.
La emancipación de las colonias no trajo para estos pueblos, como era de presumirlo, novedad ni progreso importante, en cuanto a extender la instrucción más allá de la enseñanza primaria; y cábenos a nosotros, no lo olvidemos, después de tres siglos de existencia como sociedad, intentar el primer esfuerzo serio para establecer una casa de educación superior que prepare para las profesiones científicas o literarias.
¿Cómo ha podido conservarse culto un pueblo, a tan remota distancia de las costas, sin establecimientos de educación, en que se impartan esas luces que constituyen el legado que vienen haciéndose de siglos atrás los pueblos civilizados?
Os lo diré, señores. A costa de la disolución de la familia, con pérdida de sus mejores hijos, trasladados desde la infancia a otras ciudades, y aun a Estados extraños, en busca de los conocimientos que no encontraban en su propio país.
Cerca de veinte jóvenes, a lo que he podido averiguar, están ausentes hoy de sus hogares, desparramados en Chile, en Córdoba, en Buenos Aires, en Gualeguaychú, hasta en Catamarca, en demanda de educación. Estos niños se han separado de sus padres en edad temprana, entrando a formar parte de otras sociedades, y no volverán sino hombres formados, con arraigados hábitos, y lo que es sensible, con ese espíritu de cosmopolitismo, que resfría los sentimientos de familia, o desliga al hombre del suelo que le vio nacer, contrariando así el plan de la Providencia para poblar la tierra, que liga por una afección entrañable al hombre y al suelo, por desfavorables que sean las condiciones de éste. Viene de que la civilización puede llegar, tarde o temprano, a todos los puntos del globo; pero no todos los hombres pueden transportarse a los puntos favorecidos en que ella se desenvuelve con más facilidad.
Nuestro sistema nacional de instrucción tal como lo han dejado constituido las tradiciones prevalentes en Estaña hasta la época de nuestra emancipación política, y lo han perpetuado nuestros gobiernos, tiende, sin proponérselo, a decapitar ciudades que no tienen Universidad, privándolas de los estudios indispensables para el completo desarrollo de la inteligencia, y a perpetuar la mediocridad que prevalece en las provincias, que tantas desventajas sin ésta conservan.
La Edad Media nos ha legado una fatal institución, el doctorado; vergüenza da decirlo, destruido en todo el mundo, abolido en Chile, muchos años atrás, subsiste en la República Argentina como un pasaporte, un privilegio y un título, sin el cual no hay admisión en las regiones de la ciencia oficial.
Esta institución añeja mata el saber donde quiera que se desenvuelva fuera de las puertas de la Universidad, y castiga con un rechazo permanente, y persigue hasta la muerte, al talento, a la aplicación, que intentasen abrirse paso por entre estas trabas. Hay una Universidad en Córdoba y otra en Buenos Aires, en que los alumnos se gradúan en teología, derecho o medicina. No vitupero esto. Para la enseñanza de las ciencias tan altas, se requieren centros de población importante, profeso¬res hábiles, rentas suficientes para su sostén. No está ahí el mal.
El mal está en que para recibir el grado de doctor que se cree indispensable, sólo el latín aprendido en Córdoba, es buen latín, y sólo los rudimentos de química o bien las simples nociones de matemáticas que se dan en Buenos Aires, apenas suficientes para ser agrimensor, son tenidas por matemáticas.
En vano hablará el provinciano de Catamarca el latín como Cicerón, en vano oirá el tucumano de Tucumán al mismo Mr. Jacques, autor del curso de filosofía que se sigue o consulta en Buenos Aires, todo es inútil; no basta saber las co¬sas, que es preciso haberlas estudiado en la Universidad. [2]
Por manera que los habitantes de doce provincias de las catorce que componen la República, deben transportar desde pequeñuelos sus hijos a aquellas ciudades, no ya para seguir el curso de leyes, o de medicina, sino para aprender latín, matemáticas, filosofía, física, química, etc. ¿Cuántos son los que pueden ser enviados así a ciudades desconocidas las más veces a los padres? ¿Quién aprenderá nada en las provincias, si de nada ha de servirle, no pudiendo sacar, por falta de título universitario, provecho de sus conocimientos?
¡Qué diferencia de sistema de educación demo¬crática la de la América del Norte! La ley de un Estado que me complazco siempre en citar dice simplemente "Las poblaciones de menos de setenta casas tendrán una escuela en que se enseñe a leer, escribir, contar y gramática", y extendiendo la enseñanza en proporción a la importancia de la población, concluye: "las poblaciones de más de cinco mil habitantes, a más de aquellos ramos, tendrán escuelas donde se enseñen matemáticas, filosofía natural (física), latín, griego, etc."
Así establecida la educación preparatoria, las Escuelas de Leyes, o de la Teología, o de Medicina, que las hay autorizadas en el país, o en los Estados circunvecinos, completarían la educación en aquellas que lo solicitaren. Esto es racional, equitativo y útil; lo demás son torpezas, que estorban todo desenvolvimiento, todo progreso.
¿Y es tan fecunda esa educación titular en verdaderos frutos? Un hecho puedo citar en contrario, y sin ofensa de nadie. La ciudad de Córdoba, con dos siglos de Universidad, no se distingue hoy de las otras ciudades de las provincias por mayor acumulación de luces, ni por hombres notables de ciencia. Uno solo conozco que merezca el título de sabio en literatura romana, en economía política y jurisprudencia, y es mi digno amigo el Dr. Vélez; pero me consta por su propia aseveración, que debe a estudios posteriores en el curso de su vida, los conocimientos que pasee. Los demás doctores cordobeses que he conocido y me honro en llamarles mis amigos, tamo se parecen en la extensión de sus ideas a mí que no soy doctor, que muchas veces me ha venido la sospecha, que yo también hago prosa sin saberlo. (Risas y aplausos).
Pero lo que hay de cruel y bárbaro en este docto sistema, es que el joven que por escasez de su familia; o por no haber salido de las provincias en sus primeros años, no pudo entrar en una Universidad, no sabiendo acaso en su niñez que tales Universidades existían, no puede reparar la falta, pues no ha de ir hombre barbado a cursar desde el abecé durantes diez años los estudios preparatorios.
Chile ha resuelto ya este inconveniente, concediendo a varios colegios acreditados de Provincia, la facultad de dar certificados de examen en los estudios preparatorios.
No se gobiernan las cosas así en Inglaterra o los Estados Unidos, donde las ciencias son tan cultivadas, donde las matemáticas, o la física, o la química aplicadas producen tantas maravillas.
Ni para ser abogado ni jurisconsulto se piden títulos escritos. El Presidente Lincoln, el Vicepresidente Filmores, entre mil, nacieron peones, se educaron labradores o pulperos. Con la edad viril y una self-education, como ellos llaman, se fueron dilatando sus facultades mentales, hasta revelarse oradores en los meetings, escritores en los diarios; y cuando sintieron rebullir el genio, hombres maduros, buscaron un abogado que les enseñase leyes, y cuando hubieron aprendido el oficio, con la aprobación de su maestro y el asentimiento público, se presentaron en el foro a abogar, oradores elocuentes, o en la tribuna parlamentaria sabios legisladores. ¿Qué prueba mejor queréis de que un hombre sabe, que el dejaros asombrado con la profundidad de sus conocimientos?
Nuestro sistema de doctores patentados produce otro daño. De trescientos que existen en Buenos Aires o Santiago de Chile, todos graduados o documentados, dos o tres son eminentes, diez ganan plata con su profesión, y doscientos se mueren de hambre, porque de tal manera disimulan su saber, que el público, no obstante el título, se persuade al fin que no saben jota de nada.
Pero nosotros no podemos destruir desde aquí aquel fatal sistema, y debemos someternos a sus prescripciones. Por eso he llamado el Colegio cuyas aulas abrimos hoy, Colegio de educación preparatoria; para que sus alumnos puedan, si adquieren la fama de enseñar bien y debidamente las ciencias cuyo conocimiento se requiere como indispensables antes del estudio del derecho o la medicina, solicitar la entrada en aquellos seminarios.
Por eso me he propuesto seguir en él los cursos de la Universidad de Buenos Aires, en el mismo orden que ella, a fin de que esta identidad de enseñanza, prepare el camino y allane los embarazos.
Si aun así no lo lográsemos, nuestros hijos, señores, habrán adquirido una instrucción suficiente para desenvolver su inteligencia, y llenar las necesidades de su posición social, sirviendo a su país.
Porque ese otro estrago causa el extrañamiento de los focos de instrucción que debiera ser común o, por lo menos, muy generalizada. Son sólo los hijos de los pudientes los que salen a educarse desde su infancia; y éstos no pasan de veinte.
De estos veinte, por los percances de la vida, en diez años requeridos para seguir todos los cursos, por la disipación de muchos jóvenes lejos de su familia, por incapacidad de algunos, pocos en veinte concluyen su educación hasta recibir el grado; y si tienen talento, ésos se quedan en la ciudad en que se educaron y obtuvieron sus laureles. El doctor Laspiur, Ministro de Gobierno de Córdoba; el Dr. Rawson, Senador de Buenos Aires, son, si exceptuarnos al Dr. Quiroga, aquí presente, el único fruto que San Juan ha sacado de enviar a aquellas ciudades cuarenta jóvenes en veinte años. i Los que aprovecharon de tanto afán, fueron perdidos para su patria!
Un Colegio provincial tiene esa ventaja más. No sólo los muy pudientes, sino los que algo pueden, educan en él a sus hijos; y los jóvenes pobres con aplicación y talento, tienen entrada fácil a sus aulas; y no siempre los hijos de los más acaudalados son los que cultivan entre nosotros las letras.
Los efectos del sistema contrario los estamos palpando hoy. No hay un abogado para reemplazar al juez que renuncia; no lo hay para defender a las partes. No hay un ingeniero que levante un plano, o practique una nivelación, ni un químico sanjuanino que pueda reducir la plata que por millones de valor contienen nuestras minas. En todos estos casos, la propiedad, la riqueza están envueltos, y es en vano suspirar por remedio, si no nos decidimos una vez por todas, a ir a la fuente del mal, creando establecimientos de educación que provean en pocos años, y por siempre de hombres idóneos para los tribunales, la agrimensura, la minería, etc.
Y sobre esto último, permitidme que indique una idea más. La química en Buenos Aires se enseña para entrar en el curso de medicina. Los doctores en leyes están dispensados de saber esto como muchas otras cosas. La química, que es la ciencia que ha dado origen a los asombrosos progresos de las artes modernas, la física que ha creado los prodigios del vapor y la telegrafía, tendrían en San Juan una aplicación práctica. Colocados a la falda de los Andes, la química nos revelará luego la secreta composición de nuestros metales, y la metalurgia la manera de reducirlos.
Tendremos que entender en hornos de fundición, en máquinas y laboratorios de amalgamación, y estos conocimientos al alcance de muchos crearían por centenares artífices teórico-prácticos, asegurando el bienestar, acaso la riqueza, a sus posesores.
La presencia del señor don Francisco Ignacio Rickard, me exonera de extenderme sobre este punto. El podrá mostraros por vía de pasatiempo los aparatos que de cuenta del Gobierno ha traído de Chile para el ensayo de los metales, y que están depositados en una de las salas de este establecimiento, destinada desde ahora a ser la clase de química y metalurgia que formará una parte y uno de los términos de la enseñanza.
Con la pasión por el progreso de las ciencias que distingue a los que están iniciados en sus misterios, con el amor a la especie humana que impulsa a difundirlas, el señor Rickard ha ofrecido sus servicios a la juventud de San Juan, a fin de prepararla por el conocimiento de la química, la mineralogía y la metalurgia, a la elaboración de los metales preciosos de que están cubiertas nuestras montañas, y que explotados con inteligencia, pueden abrir a San Juan una nueva era de desarrollo. ¡De cuánto puede servirnos este estudio, seguido de una práctica fecunda en resultados!
Tales son, señores, las ideas que me han impulsado a abrir esta casa de educación. Tenemos afortunadamente los profesores necesarios para dar principio a los estudios en el orden acostumbrado. Tenemos las rentas indispensables para este primer año; tendremos luego el rédito de las capellanías vacantes; y en todos tiempos espero que tengamos los recursos que los padres de familia malbaratan, enviando a sus hijos a otras partes a mendigar lo que debieran procurarse en su propio país; conservándolos bajo la mirada paterna, que vivifica el corazón de los hijos, porque la mo¬ral no existe sin la familia, ni el patriotismo sin patria [3].
DOMINGO F. SARMIENTO
[1] Hasta 1860, la República no tenía más colegio o Escuelas Superiores que el Seminario en Buenos Aires y el de Montserrat en Córdoba, aunque ya se hubiesen decretado cuatro más.
En San Juan no los hubo permanentes ni de particulares, y el Gobernador se anticipó a lo que es general hoy, merced a la iniciativa del mismo siendo Presidente, estableciendo uno de Educación Superior en cada Provincia. El Colegio de San Juan ha conservado por muchos años fama de dar instrucción perfecta y sólida, que apreciaban siempre los Directores de instituciones nacionales mayores, y difundido mucha instrucción en provincias en que antes anduvo escasa. Muchas de las ideas sobre educación indicadas aquí, han sido más tarde desenvueltas y sostenidas en el Congreso y en posteriores escritos, tales como la dirección profesional, los títulos universitarios que esterilizan por falta de talento, de protección o de buena suerte, la instrucción final recibida. Cuarenta años después se señala ya este rumbo a la educación.
[2] El Gobierno de San Juan hizo obligatorio para todos los doctores recibidos formar la mesa examinadora, pues es deber que contraen al recibir la instrucción a expensas de la Nación y en el juramento. Pedida autorización al Gobierno Nacional para dar certificados de examen, el doctor en leyes que no había estudiado, D. J. M. Gutiérrez, aconsejó negarla - (Nota del autor).
[3] "De todas partes se eleva un clamor, no bien definido acaso, ni reducido a proposiciones concretas, pero ya alto, imponente y unánime: de todas partes se pide urgentemente 13 educación científica. No saben cómo ha de darse: pero todos convienen en que es imprescindible, e improrrogable que se dé. No hallan remedio al mal todavía, pero ya todos saben dónde reside el mal, y están buscando con vehemente diligencia el remedio.
"Bradstreetts, el más acreditado y sesudo periódico de Hacienda y Comercio que Nueva York publica; Mechanics, el más leído por los que se dedican a las artes de hierro; The Iron Age, La Edad de Hierro, excelente revista de los intereses mecánicos y metalúrgicos de los Estados Unidos, abogan en el mes de Agosto con vivísimo empeño por que se haga de manera que llegue a ser general, común, vulgar, la educación técnica.
"Un orador en una fiesta de Universidad, de esas muy animadas con que los colegios celebran su apertura de cursos, dijo, con palabras que han recorrido entre aplausos toda la nación, algo semejante a esto: en vez de Homero, Haekel: en vez de griego, alemán; en vez de artes metafísicas, artes físicas". - (Tomado de diarios recientes de Norte América). (Nota del editor en 1883).
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