DISCURSO INAUGURAL DEL FERROCARRIL DE CONCORDIA (ENTRE RÍOS) [1]
“Principios de Gobierno”
Domingo F. Sarmiento
[29 de Marzo de 1874]
CONCIUDADANOS DE ENTRE RIOS:
He hecho un paréntesis a las ocupaciones ordinarias del Gobierno, para venir en persona a presidir la inauguración del primer tramo del ferrocarril que la Nación había contratado, para mejorar las vías de comunicación de esta bella porción del territorio argentino.
Me es grato recordaros que ésta fue la primera obra de vías férreas que la actual administración emprendió, y que ha sido llevada a cabo, a despecho de las conmociones por que este país ha pasado.
Al día siguiente de haber escarmentado la rebelión con que un insensato quiso alzarse contra el gobierno de su patria, sobre el terreno humedecido con la sangre del combate, he querido que la Nación esté presente aquí por el intermedio de su representación en el Poder Ejecutivo, y que la locomotora lleve la noticia a todos los puntos circunvecinos, a los vencedores y a los vencidos, de que la Nación está aquí, pues el ferrocarril costeado por sus rentas, decretado por sus legisladores, empieza a derramar sus beneficios.
Los ferrocarriles, ligando entre sí ciudades y provincias, el telégrafo, haciendo de toda la República un barrio, donde pueden de una casa a la otra dirigirse los vecinos la palabra, he aquí la Nación, he aquí el Gobierno, tal como lo reclaman los intereses actuales de los pueblos.
Los que quisieran hacer de la Constitución un impedimento a la acción franca de los poderes creados para el bien por ella, pretendieron que el Presidente no pudo ir al Paraná, a preparar los elementos de la victoria, no obstante que en casos graves pueda, conservándose jefe del Estado, proveer en las localidades mismas a sus necesidades.
El Talita y Don Gonzalo respondieron a aquel pueril fetiquismo, que cree curar las enfermedades sociales, como los fanáticos de Oriente intentan curar las del cuerpo, aplicando versículos del Korán a la parte dolorida.
Caso muy grave he creído para ausentarme momentáneamente de la capital, el inaugurar en persona el Ferrocarril del Este. Es el primer objeto de la Constitución que nos hemos dado, afianzar la paz; es el segundo, estrechar más y más la unión entre los pueblos, es el tercero, proveer al bien común, y yo os pregunto, ¿si no es afianzar la paz, una vez obtenida, traer a los ánimos la tranquilidad y la confianza de que tanto necesitan? Yo os pregunto, ¿Si no es estrechar más y más los vínculos de unión, echar estas cadenas férreas, no sobre los hombres, sino sobre las cosas, las distancias y el tiempo que embarazan su acción; encadenar la naturaleza para que la voluntad obre más libremente?
Pero contra aquella metafísica que quisiera to¬mar la letra por el espíritu de las palabras, la forma por el fondo de las instituciones, para éste y otro caso tengo una suprema respuesta, y es que cada poder público es el único intérprete de la Constitución en el desempeño de sus propias funciones, y yo he encontrado en mi conciencia, he sentido aquí en mi corazón, que era caso, grave, gravísimo, que el Presidente de la República, que vuestro presidente, ¡oh entrerrianos! solemnizara con su presencia la inauguración del ferrocarril Argentino del Este, en Concordia, como solemnizó del mismo modo la inauguración de la línea del Oeste en Córdoba. El Jefe de la Nación viene en medio de vosotros, a mostrar a los que acaban de colgar la espada que desenvainaron en su defensa, que la Nación a que pertenecen, recompensa sus sacrificios con estos bienes que distribuye a los pueblos, según lo exijan sus necesidades o sus intereses y a los ilusos que se creyeron fuertes para rebelarse contra ella, que tras las huestes invencibles que los han anonadado, que los anonadarán siempre, vendrán los beneficios de la paz, la seguridad, la rapidez de los movimientos y de las comunicaciones, la prosperidad y el engrandecimiento. Esto quería deciros personalmente, y a eso he venido, para participar de vuestro regocijo al oír silbar por primera vez, el precursor de todo progreso moderno: la locomotora a vapor.
Dos veces los ejércitos nacionales han recorrido estos campos, para restablecer por la fuerza de las armas la tranquilidad necesaria, a fin de que la actividad individual se abandone a sus propias inspiraciones, en prosecución de la felicidad. Después de vencidos, dominados, sometidos, porque al que apela a la violencia no hay otro argumento que lo convenza sino la violencia, bueno es preguntar a los factores de rebeliones: ¿qué iban buscando al promoverlas? ¿Mejor gobierno provincial? ¿Y valía la pena de hacer malbaratar a toda la Nación diez millones de duros, y a sus comprovincianos sufrir los estragos de la guerra, con las vidas sacrificadas, el tiempo y pérdida para el progreso, con el fin de realizar el bello ideal de un Jordán, un Leiva, un Benítez y qué sé yo cuántos atolondrados, o perversos, o ignorantes, que recogen palabras que andan en el aire y las convierten en puñales?
Los hombres que en todos los países se han encanecido en el estudio de las instituciones, las costumbres y las necesidades de nuestra época, no están siempre seguros de acertar cuando pesan sobre ellos las responsabilidades del gobierno. ¿Serían más felices esos pobres aprendices del arte difícil de ser libres, en países que nada han heredado de sus padres para serlo? ¿Es una cinta blanca mejor institución que una colorada? ¿Y vamos a derramar sangre para tener la gloria de llamarnos blancos o colorados?
Bien veo que estoy hablando mal de los ausentes, de los vencidos en tentativas criminales; pero necesito por el contraste dar realce a las virtudes, al patriotismo, al buen sentido de los siete mil entrerrianos, que en la primera y en la segunda tentativa de rebelión, estuvieron siempre a nuestro lado o se adhirieron franca y lealmente a su gobierno, al gobierno de su patria y nación a costa de sacrificios personales, con pérdidas de sus bienes, con riesgo y con sacrificio de sus vidas. Las fuerzas nacionales no han estado solas en la lucha contra los malos instintos, contra los perversos propósitos. Entre Ríos se ha defendido a sí mismo, y conservado por su propio esfuerzo su lugar en la asociación que simboliza esa grandiosa bandera que flota sobre nuestras cabezas. Los pueblos regidos por instituciones libres, aceptadas libremente, no pueden romper el pacto de asociación que los une entre sí, sino por consentimiento voluntario y legal de los asociados; y yo digo a los futuros rebeldes, si aun no les basta el escarmiento sufrido, que forzada o ilusa, si una provincia entera es llevada a la rebelión, la Nación se armará entera también para traer a esos desertores al cumplimiento de su deber. Digo más todavía. Entre Ríos es la última provincia de la República que pueda reclamar el derecho, si puede haberlo, de desobedecer la Constitución y las autoridades que de ella emanan. Entre Ríos, para su eterna gloria, dio a toda la República la libertad en Caseros; y con la victoria la Constitución y el Gobierno que nos rige: y sería la locura más grande de su parte, dejarles a las demás Provincias como un mal la Constitución y el Gobierno que son su propia obra, y substraerse ella sola a su obediencia.
A los que han pretendido, rebelándose, hacer un gobierno mejor que el que ellos mismos formaron con el General Urquiza, quiero, para que no persistan en tan necio empeño, si no es que sea sólo un fin robar y matar a sus propios compatriotas; quiero, con motivo de la inauguración de este Ferrocarril, darles algunas nociones sencillas de buen Gobierno. Aun los amigos del Nacional y del Provincial que han triunfado en las pasadas luchas, pueden aprovechar de ellas para mejor sobrellevar los sacrificios que les cuesta ser buenos ciudadanos de un país libre, aun con malos gobiernos.
Una sociedad de hombres necesita delegar en el gobierno el poder necesario para que cada uno de sus miembros trabaje sin ser molestado, a fin de obtener el mayor grado de felicidad. El Gobierno preside a esta asamblea de actividades personales, para que se ejerzan sin dañarse recíprocamente. Mantener la tranquilidad pública, he aquí la función primordial del Gobierno, porque es simplemente conservar a cada uno su completa libertad; porque es asegurar, al trabajo de hoy la certeza de su producto, que no puede cosechar sino más tarde. En la nación más libre, más poderosa hoy, más ilustrada y más rica de la América, una grande escuela de hombres de Estado, apoyados en la práctica por una inmensa mayoría de sus conciudadanos, ha sostenido largo tiempo que el Gobierno no se ha instituido para hacer el bien directamente en trabajos públicos, en mejoras y en progresos, que eran incumbencias del capital particular o de la asociación de intereses.
Nuestra Constitución, es verdad, impone a los que desempeñan las funciones del Gobierno, el deber de promover directamente el bien con las rentas nacionales, a que todos contribuyen, y nuestras tradiciones y costumbres se lo exigen imperiosamente. Y bien: voy a explicaros cómo el Gobierno argentino, cómo la presente administración, ha realizado los progresos incuestionables que la República ha hecho en estos últimos años, con sólo mantener la tranquilidad de los ánimos y asegurar el porvenir al espíritu de empresa.
Debemos como preparación a treinta años anteriores de luchas, de discusiones, de progreso y difusión de las buenas teorías que prevalecen entre las naciones más adelantadas, el que pueblo y gobierno tengan nociones claras de lo que necesitamos corno nación para ir adelante desembarazando de obstáculos la vía. Muchos lo sabíamos antes de 1852; todos lo sabernos hoy de memoria: y el más infeliz lo repite desde 1862 adelante, que lo que necesitamos es paz exterior, tranquilidad interior, ferrocarriles, telégrafos, educación e inmigración.
Cuando fui llamado desde la distancia en que me hallaba, por el voto de la mayoría de mis compatriotas, a presidir los destinos de mi país, nadie pretendió, sin duda, que yo vendría a dar batallas contra enemigos interiores ni exteriores; pero muchos me honraban con la esperanza de que hada muchos ferrocarriles, muchos telégrafos, que propendería mucho, muchísimo a difundir la educación, y promover la inmigración.
Todo esto se ha realizado en grande escala durante los pasados años; en escala mayor que en ninguna de las otras Repúblicas americanas; mayor de lo que los entusiastas más fervientes esperaban, sin contar con que el crédito interior y exterior de que goza la República, ponga a nuestra disposición los caudales de las naciones comerciales del mundo. Tal es el crédito de la nación en el exterior, que los capitalistas de Inglaterra preguntan a veces al Ministro de Hacienda si cree conveniente y seguro dar a un gobierno de provincia el empréstito que solicita, de manera que bastaría que el Ministro esté de mal humor un día, para que con una palabra suya de duda o de desconfianza, deje sin empréstito una Provincia.
Pues bien, señores. Voy a revelaros los arcanos de Estado, sin encargaros que me guardéis el secreto. Contra las esperanzas de todos, no obstante, las apariencias en contrario, mi gobierno ha hecho por sí poco en materia de ferrocarriles, que no lo haya iniciado el interés del capital, ni en la inmigración, tan poderosa hoy, aunque haya hecho bastante, si bien no todo, en materia de educación.
Pero contra toda anticipación, mi gobierno ha sido un gobierno de fuerza, de represión; y según la teoría americana de que os hablaba antes, sería un excelente gobierno, puesto que no hizo el bien directamente, sino que cuidó como función primordial suya, de mantener la paz y la tranquilidad, a fin de que las fuerzas impulsivas de la acción individual obrasen libremente y sin tropiezo alguno. He mantenido en paz la fiesta, contra viento y marea, contra las ilusiones de los que intentaron perturbarla, contra las nociones erróneas de libertad de muchos hombres sinceros, pero educados en mala y vieja escuela política, extraviados por reminiscencias de tiempos de lucha que pasaron. El Gobierno ha sometido a los indios forzándolos a respetar por miedo la propiedad; ha sofocado dos enormes rebeliones en el Entre Ríos, un motín en Mendoza, y preservado la tranquilidad en Santa Fe, Corrientes, San Juan, La Rioja y otras provincias, donde no era "un misterio para nadie", que había patriotas que se proclamaban desinteresados en la demanda, muy solícitos en perturbar aquélla, a fin de darse un personal gubernativo que no adoleciera de los defectos de que estas monjas políticas se creen exentas.
¡El diablo predicador de la leyenda!
Veamos ahora cómo se han realizado esos decantados progresos que el público atribuye a mi administración. De buen augurio pareció en Europa que un pueblo de estas Américas eligiese por presidente a un simple ciudadano que estaba ausente, y no se había elevado en los campos de batalla, siendo, por el contrario, conocido como propagador de la educación en su carácter más humilde. Este incidente hacia presagiar días de paz. Al menos el barómetro de la opinión indicaba con ello tiempos de bonanza.
El Congreso se sen tía favorablemente dispuesto a aceptar toda propuesta de ferrocarriles y todo linaje de mejoras. La inmigración con las seguridades de la paz, continuaba creciendo de año en año, y salvo la iniciativa en telégrafos, que vino del Ministerio del Interior, la de la mayor difusión de la educación, que salía del Ministerio del ramo, el sistema de fronteras, que fue inspiración del de la Guerra, las buenas relaciones con los vecinos, que mantiene fácilmente el Ministro de Relaciones Exteriores, y la buena administración de las rentas, buena en cuanto era posible y que ha conservado y realzado nuestro crédito y recursos, el aumento de la riqueza que puede medirse por el de las entradas del tesoro (veinte millones hoy) es el resultado inevitable de una preocupación favorable de los ánimos de todos, la preocupación de que vamos a estar en paz, que debemos estar en paz, que no necesitamos más que paz, para ser felices como individuos, poderosos como nación.
La preocupación se ha mantenido contra la verdad de los hechos, contra la evidencia, contra la voluntad de los hombres, que querían o preparaban la guerra, por sentirse incapaces o nulos para la paz.
Es ciencia y virtud en los pueblos libres la de serlo en paz. Las convulsiones son precursoras de muerte para las naciones, como para los individuos.
Puedo decir que hay impulsiones intuitivas a que instintamente obedecen los pueblos. Las ideas se relacionan entre sí, y mal se promovería el desarrollo material sin que la difusión de la educación le siga o le preceda. Es imposible la riqueza sin la justicia y el derecho prevalentes. Si los pueblos construyen espontáneamente escuelas, es porque la estación del ferrocarril que se levanta en lo que fue desierto, pide también una estación para la inteligencia en el cerebro, que no ha mucho era desierto también por la ignorancia. El telégrafo supone que sabernos leer por lo menos, pues es el rayo el amanuense a quien dictamos telegramas. Pero lo que creo mío, y como tal reclamo con todas sus responsabilidades, es el conato de conservar al Poder Ejecutivo toda su libertad de acción, como fuerza pronta a reprimir el desorden, salvándolo de ser absorbido por poderes puramente deliberantes, o que nada tienen que ver con los hechos públicos, sino para juzgarlos por acusaciones cuando la sociedad está en su estado normal. Mil vidas y veinte millones cuesta a Entre Ríos y a la República, el error en que incurrió Jordán dos veces, si no es que a ello lo indujeron otros, tan engañados como él, al creer que el Poder Ejecutivo Nacional vacilaría siquiera un momento en sofocar la rebelión, que pretendía incluir el asesinato aleve entre las libertades provinciales que la nación debía respetar y garantir.
En medio de aquella seguridad y confianza en la paz de que disfrutaban los pueblos, confianza y seguridad que en Europa ha persistido inalterable, no obstante el empeño de amenguaría de los beneficiarios mismos, se oye a deshora que uno de por ahí, que se llama Jordán, había asesinado a un Capitán General, cuyo nombre sabia muy bien la historia argentina y conocía el mundo, puesto que, cerrando el período de las tiranías, había puesto su nombre al pie de la Constitución que nos rige.
Al asesinar a aquel a quien se proponía suceder en el gobierno, ese tal contaba con que, arrancando a la Legislatura, en presencia del cadáver v a altas horas de la noche, el asentimiento que el horror da siempre al crimen, el Gobierno Nacional, la vindicta pública y la dignidad humana se darían por satisfechos. Estas son las consecuencias de estas doctrinas que pueden llamarse el fetiquismo de la Constitución, tan cómodas para leguleyos y anarquistas. Jordán se habría ahorrado un crimen, si hubiese sabido que había un gobierno en su país, encargado de asegurar la vida, el honor y la propiedad de los ciudadanos y de la Nación, y que el gobierno del asesino, por la elección del puñal no entra ni en la Constitución ni en la costumbre de otros pueblos que los del Asia, de los jenízaros. La segunda conspiración e invasión ha sido más inexplicable todavía. Es fuera de toda duda, porque lo he visto en cartas confidenciales suyas, con su estilo e ideas de cronista de diario de aldea, que Jordán cantaba con que no habría intervención, es decir, que contaba con que no habría gobierno en su país. Para desengaño bastaba Ñaembé.
Si otro desengaño fuera necesario, tal desorden de ideas y de ambiciones tendríalo en este ferrocarril, que pronto va a crear hasta donde su acción alcance, nuevos intereses y nuevas aspiraciones. Entre Ríos es la parte más joven de la República, es el Benjamín de esta gran familia. No hace treinta años que se le llamaba los Campos de Entre Ríos, y hoy es una de las provincias más ricas y pobladas. Las otras tienen de la colonización española una ciudad y de la naturaleza un puerto, si tanto las ha favorecido. Entre Ríos tiene diez ciudades, que difunden la vida por igual en todas sus partes, y nadie vive a más de cinco leguas de la margen de un río navegable.
La naturaleza lo ha hecho para ser rico, prospero y culto, y es lástima que algunos haraganes le hayan hecho malograr los años, en época en que la transformación del suelo y del hombre es instantánea; porque la navegación a vapor, el telégrafo, la locomotora, el libro, el diario, la inmigración, el comercio y la industria, nos arrastran en pos de sí, como en medio de un luminoso torbellino. ¿Queréis una prueba de esta rapidez vertiginosa y de los beneficios de la paz? En el vapor que me ha conducido aquí (no es vapor de guerra, sino un vapor de Matti y Cía., magnífico como los que pululan en el Hudson), he recibido la carta siguiente:
Excmo. Sr. Presidente, D. Domingo F. Sarmiento.Mi antiguo amigo y señor:Tengo la satisfacción de comunicarle que el vapor "Ambassador", que conduce el cable submarino que va a establecer la comunicación telegráfica entre nuestro río y el Brasil, llegó a Río de Janeiro el día 16 del corriente, hallándose todo a bordo en perfecto estado. El "Ambassador" debe haber salido de Río de Janeiro pocos días después con el objeto de sumergir el cable, para cuya operación le acompañará un vapor de la marina de guerra del Brasil. Espero, pues, que en el próximo Abril inauguraremos esta importante línea internacional, que muy en breve nos va a poner en comunicación rápidamente con todo el mundo.Al dar a V. E. la grata noticia de que llevamos a buen término tan grande empresa industrial, me tomo la libertad de enviarle el volumen con que se inicia la publicación de la "Biblioteca del Río de la Plata", que espero se dignará recibir como la continuación del amistoso canje de libros, siempre tan ventajoso para mí, con que V. E. me favorecía en tiempos de que conservo los más agradables recuerdos.De V. E. affmo. y S. S.Andrés Lamas.Su casa, Marzo 26 de 1874.
Preparaos a hablar con vuestras familias, ¡oh inmigrantes de todos los países!
Si otra prueba queréis de la rapidez con que marchamos, tenéis alrededor de vosotros mismos, obra de vuestras propias manos.
No está lejos de aquí la meseta de Artigas, que como la caja de Pandora, lanzó sobre los países que desde allí se descubren, la hidra de la montonera y del desquicio universal. Ante el panorama magnífico que la vista abraza, el patriarca de los caudillos del degüello y de la barbarie, dejóse fascinar por el genio del mal que le decía: os daré todos estos países que veis, si me adoráis.
Concordia establecida en 1846, al lado de la primera catarata del Uruguay y un poco más arriba de la meseta de Artigas, el caudillo de la montonera, ha protestado contra la barbarie con sus imprentas, hoteles, bancos, escuelas, telégrafos, tramways y ferrocarriles, que ya posee. Invito a la comisión al efecto nombrada, que acelere la fundación de la Biblioteca Popular, y a la Municipalidad a que macadamice sus calles, con la ágata que el río depositó en bancos inagotables bajo sus cimientos. Con estas mejoras, Concordia complementaría la semejanza con las villas que nacen ya ciudades a orillas del Missisipi, el Ohio y el Arkansas.
Quería decir estas simples verdades a quienes simpáticamente me escuchan. La mejora de nuestras instituciones domésticas, reconociéndolas incompletas, la mejor gestión de los intereses públicos, confiada a los gobernantes electos por el pueblo, no ha de hacerse violentamente en una localidad, sino en la conciencia de toda la República. Entre Ríos y lo que digo de Entre Ríos lo digo de Buenos Aires y de cualquier otra provincia, ha de ser en adelante lo que la República entera sea.
Si alguien pretende "libertarlo", como se estila decir, cuando se propone robar sus libertades o el cuero de sus vacas, debe emprender primero "libertar" a toda la Nación; y como la Nación cuenta con soldados aguerridos, con rentas ingentes y crédito incontrastable, la lucha es tan desigual que sería demencia emprenderla, sobre todo con caudillejos oscuros, farsantes del crimen, charlatanes de heroísmo guerrero y tinterillos del liberalismo.
Pero la República tiene hoy, además, consolidado, fuerte y acatado un gobierno con todos los poderes necesarios, y con el apoyo de todos los intereses legítimos de una nación para prevalecer siempre, y mantener la tranquilidad y el orden que nuestras instituciones han prometido al labrador que siembra la tierra, contando con que cosechará a su madurez el grano que le confió, sin ser pisoteado por el caballo del caudillejo de haraganes; y al capital que acudió al llamado de la industria, seguro de no lanzarse en especulaciones de gruesa ventura.
Algunas veces, entre los negros nubarrones que oscurecen el horizonte, me ha cabido la buena fortuna de ver claros los signos de los tiempos: y me siento feliz en anunciaros que creo ver que se acerca el día tan esperado, en que en nuestros días, sea la libertad el aliado y la compañera del gobierno; que ame, sostenga, acate el poder público, porque él es su égida protectora, su espada vengadora, y pueda decirse de nosotros o de nuestros hijos, lo que un americano decía de la nueva Inglaterra, su patria; "Nosotros tenemos en los huesos y en la sangre, como instinto - que es mejor guía que el razonamiento - el sentimiento de la libertad y del gobierno. Sólo nosotros sabernos dónde acaba aquélla y principia éste".
Desde el día en que la política fraguó el más negro de los atentados contra el primer magistrado; al día siguiente de haberse el Senado dejado arrastrar a reconocer inocente la confesión de estar, por profesión uno de sus miembros conspirando contra la tranquilidad de una Provincia, invocando el asentimiento y concurso públicos; el día mismo que se declaraba a la Policía de seguridad de la capital fuera de la ley, por la razón del revólver, y la bomba Orsini, que el ciudadano llevaba escondida para lanzar su contenido en la urna electoral, en aquel tan anunciado dies irce de la anarquía; al borde del abismo ya, pues no se podía avanzar más adelante, una poderosa reacción se operó en los ánimos, y volviendo sobre sus pasos, la prensa que era y aun no acaba de ser el aguijón de todas las malas pasiones, a merced de anticuadas ideas de liberalismo francés, ha empezado una obra digna de reparación. Diarios influyentes se atreven ya a decir, sin temor de ser tachados de cortesanos, que el Poder Ejecutivo es en teoría un verdadero poder, y no el Jefe de Policía de las accidentales mayorías presentes o futuras de las Cámaras, o el ludibrio de los diaristas. Hay quienes proclaman lo que la institución del gobierno reconoce y las necesidades públicas reclaman; el empleo de la fuerza pública como legítimo, en desbaratar combinaciones demasiado poderosas para que puedan ser sometidas al régimen de la justicia ordinaria.
El ejemplo del mundo actual, agitado por cuestiones más profundas y más complicadas que las que pudieran jamás dividirnos, viene a ilustrar nuestro sentido común en materia de libertad y de gobierno. En España, nuestra antigua patria, tenemos hoy la caricatura un poco exagerada de nosotros mismos. El caos de ideas, el carlismo, el federalismo, el unitarismo, la república, la monarquía absoluta, la comuna o los intransigentes, y como corolario, la bancarrota, el motín, el golpe de estado, la insurrección, el descrédito y hasta la desesperanza de que salga nunca de aquel abismo. No os enumeraré las pruebas por que pasa aún la Francia, después de ochenta años de hallar malo todo gobierno en este mundo, que por burla llamó Voltaire el mejor de los mundos posibles.
Nosotros fuimos y nuestros hijos continuarán siendo los discípulos de aquella mala escuela de libertad, que sólo supo engendrar despotismos, con Robespierre o con los Napoleones. A la hora en que esto os digo, el partido republicano en Francia se salva y retarda la proclamación de la monarquía, a fuerza de cordura, a punta de legalidad en sus medios, abusando de la moderación de sus exigencias. Llevaba el infeliz como una marca a hierro candente sobre su espalda, que recuerda siempre las orgías del 93 en nombre de la libertad, la guillotina funcionando en pro de la humanidad, el socialismo que mató la República en 1848, la Comuna que dio derecho de ciudadanía al petróleo, que incendió los monumentos históricos de ocho siglos. La República, en Francia, como en el resto del mundo, estará salvada el día que la República renga republicanos, respetadores de la cosa pública, de la moral, límite del derecho de cada uno, de la libertad, acción legítima de cada cual y que dejar de ser tal, si estorba la libertad de los otros.
Contra la moral, el crimen; contra la libertad, la anarquía.
Creo que ha ayudado mucho a la saludable reacción que se opera, no tanto el tesón de mostrar cada día y en toda circunstancia el ejemplo de la gran República del Norte, libre, próspera, donde la libertad es el orden mismo y el poder con la fuerza pública su expresión amada y respetada, pues que es el fiel de la balanza de todas las libertades, cuanto por las consecuencias prácticas de la sedición latente que se revende a pregón por las calles en todas nuestras ciudades. Se me viene a la imaginación, sin poder evitarlo y sin intención de herir, la juiciosa observación de unos malos cantores que ha inmortalizado la fábula. Cuando cierta categoría de individuos aplaude, muy mal debo de cantar, dijo alguno de ellos. Cuando Jordán, o Leiva, o Querencia, o Segovia, o los Guerri han salido a la defensa de la libertad, de la Constitución, de los derechos del hombre en sociedad, de la democracia, el 11 de Septiembre, el 1° de Mayo, el pueblo, las garantías, y qué sé yo qué otro linaje de necedades; cuando se proclamó como justificación del delito de conspirar, no ser "un misterio para nadie", muy mal debemos cantar, se dijeron los que a la mañana y a la tarde despiertan o hacen dormir al pueblo con su monótono canto, desde la hoja impresa, como el muhezzin turco desde lo alto del minarete.
Esperamos, pues, que se aquieten estas olas expirantes de un mal sobre el cual pasó ya la tormenta, olas bobas como las llaman los marinos, olas que, si no tumban el buque, conmueven el estómago de los débiles. El día de la tranquilidad pública se acerca, a mi juicio, si un dedo de cordura inspira al pueblo en la próxima elección de Presidente. No es la paz octaviana del cansancio de una República imposible, que se entrega en manos de salvadores imperiales, la que os anuncio. Es la paz americana, la bulliciosa tranquilidad del trabajo, al que no perturba el rechinar de las máquinas, ni el silbato del vehículo a vapor. Estáis viéndolo en esta locomotora que tasca el freno por lanzarse a la conquista de la libertad del hombre, por la supresión de las distancias y de los obstáculos. ¡Qué "Talita" ni qué "Don Gonzalo"! Veréisla ir y volver, llevando y trayendo productos de trabajo, ideas de orden y de paz, esperanza de riqueza y felicidad. Cuando diviséis de lejos una columna de humo, no diréis: son los blancos o los colorados que se acercan. Es la locomotora que pacifica si no tan pronto, más radicalmente que el cañoncito de Ivanowski o el rémington de Gaiza. Dejadla venir siempre, y apartadle del camino piedrecillas, pues que aunque ser peñascos pretendan los Querencios, los ladrones y degolladores todos, vosotros lo habéis visto, son pajas que se llevará el viento y olvidará nuestra historia.
He aquí lo que queda deciros de palabras y al oído. Por lo que a mí respecta, tengo por esta Provincia una especie de supersticiosa adhesión. A medida que nuestra organización marcha y se consolida, yo tengo, no sé por qué, la necesidad de venir a Entre Ríos. Cuando la tiranía de Rosas bamboleaba, y sólo se necesitaba darle un empujón, sabiéndolo dispuesto y con puños al General Urquiza para el lance, vine desde el Pacífico a constituirme su heraldo, diríamos en lenguaje caballeresco, su boletinero, dijo él en un momento de mal humor.
Entonces abordé, por Gualeguaychú, a la Provincia de las cien puertas, como la antigua Tebas, y salí por el Diamante, donde dejé ad perpetuam rei memoriam, comprada por cuatro pesos una propiedad de cuatro cuadras cuadradas dominando pintorescamente el puerto. Cuento venderla por cuatro mil, a estilo de Buenos Aires, cuando os hayáis mantenido en paz cuatro años solamente.
Al separarme de la Convención Nacional que tendió los brazos y abrió las puertas de la Nación a Buenos Aires, que lo reclamaba hasta por las armas (miente el que diga lo contrario), visité por primera vez el Paraná, como no ha mucho por la segunda, portador de algo que pone término a las guerras de vandalaje político: la voluntad y los medios; dos ingredientes con los cuales se hacen las grandes cosas. Vine a Concepción del Uruguay en hora menguada a recibir a solicitud del Capitán General Urquiza, el homenaje que cordial y públicamente quería rendir al primer magistrado de la Nación, en la persona del que fue cuatro veces su obstáculo cuando se extraviaba, cuatro veces su pioneer para atraerlo al buen camino. La barbarie y el antiguo caudillaje se alarmaron al verlo sincero y bien intencionado... y lo mataron.
Vengo hoy bajo más felices auspicios, por Con¬cordia, a tocar las variadas y múltiples playas del Entre Ríos.
Tras la tormenta, le traigo en esa vía férrea, el iris de paz. La Nación os lo envía como vínculo de unión, como vuestra parte en los beneficios de la asociación. Si un voto me es permitido hacer al despedirme de vosotros, es que Concordia, que es el nombre de este pueblo rico en porvenir y centro ya de un vasto comercio, sea la plataforma de vuestros partidos domésticos. Si el vencido en las luchas civiles, cuando la lenidad del Gobierno olvida su delito, se debe a sí mismo la resignación y la enmienda, también el vencedor en los combates tiene deberes que llenar para con su patria y sus conciudadanos, y ese deber es cerrar y cicatrizar las heridas que su pujante brazo abrió. Los nombres de ciudades recuerdan hechos, hombres o ideas del momento en que se construyeron. Acaso este nombre de Concordia fue inspirado a su fundador en circunstancias parecidas. Al terminar la guerra fratricida que asoló estos campos, oíd el consejo del fundador de este pueblo a sus habitantes futuros: ¡Concordia! En lugar del "mueran los salvajes unitarios", del "libertad o muerte" de los horribles plagiarios modernos, fijaos al escribir Concordia, en las fechas de vuestras cartas, para que así como vosotros pondréis hoy a un amigo ausente, anunciándole la feliz nueva - "Concordia, Marzo 29 de 1874", vuestros hijos puedan hacer lo mismo el año del Señor dos mil y tantos, porque la ciudad, este monumento a la paz, que se rehace y agranda todos los días, ha de ser eterno, si la paz reina dentro de sus murallas, en los campos vecinos, en la Provincia y en la República.
¡Salud al pueblo de Concordia, y un aplauso al pueblo fiel del Entre Ríos!
El ferrocarril del Este queda entregado al transporte de hombres y productos de la industria.
DOMINGO F. SARMIENTO
[1] El discurso inaugural que sigue, contiene la exposición más completa de las doctrinas y principios que dirigieron la política del Presidente durante el segundo período constitucional, y puede ser consultado por los jóvenes que se consagran a la política y por los hombres maduros que quieran darse razón de los cambios que la opinión pública ha experimentado. Las revueltas y revoluciones fueron fomentadas por simples errores, en cuanto a la aplicación de los principios gubernativos y los poderes de pueblos y gobiernos.
El Presidente aprovechó las vacaciones de Semana Santa en que se cerraban las oficinas para trasladarse en horas a Concordia y presidir la inauguración del Ferrocarril del Este.
Humeaba todavía la sangre de los combates sostenidos en dos alzamientos. Entre Ríos era un país arrancado a Ramírez que se inspiraba de Artigas y poblado con asilados y emigrantes en los últimos treinta años, conservaba bandera propia, y la tradición de confundir los porteños con el pueblo y la nación argentina. Sus victorias sobre el Uruguay, Corrientes y el poder entero de Rosas en Caseros, no eran parte a curar la opinión de los paisanos de su ensimismamiento como territorio, sin saber bien si eran argentinas las quince mil lanzas de que hadan alarde. Era, pues, de grande consecuencia que el Presidente, cuando habían las armas nacionales hecho oír razón en "Ñaembé" y "Don Gonzalo", a los caudillejos que trataron de derrocarla, llevase con el ferrocarril que se abría al comercio y al trabajo, la palabra que corrige los errores aun del patriotismo y dirige a mejores fines las actividades y las ambiciones.
La última tentativa de insurrección en Entre Ríos concluyó en el ridículo de que un Juez de Paz capturase al obstinado anarquista, como a cualquier otro cuatrero. Este discurso puede ser consultado como una franca y leal exposición de principies de gobierno, que ningún hecho esencial puso en problema, en cuanto a la sinceridad de la política que reposaba sobre ellos.
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