septiembre 06, 2010

Mensaje del Presidente de la Confederación Argentina, Justo José de Urquiza, al abrir las sesiones del Congreso Legislativo Federal (1858)

MENSAJE
DEL
PRESIDENTE DE LA CONFEDERACIÓN ARGENTINA
Justo José de Urquiza
AL ABRIR LAS SESIONES DEL CONGRESO LEGISLATIVO FEDERAL
EN 20 DE MAYO DE 1858
En la Ciudad del Paraná, capital provisoria de la Confederación

SEÑORES SENADORES Y DIPUTADOS:
Con inmensa satisfacción veo reunidos a los miembros del Congreso Argentino, en este augusto recinto, adonde han concurrido, dejando la comodidad de sus hogares, para abrir las sesiones de la 4° Legislatura. Es un gran consuelo para mi corazón observar la fidelidad con que los representantes de la Nación desempeñan sus deberes y el noble patriotismo que guía sus pasos. Su presencia ha sido siempre precursora de inmensos bienes para la patria y en esta virtud, lleno de esperanzas, as saludo, honorables Senadores y Diputados, con respetuosa y elevada consideración.
Dios ha querido bendecir vuestra obra. Todas las provincias confederadas gozan hoy los beneficios de la paz al amparo de sus propias instituciones examinadas y aprobadas por el Congreso. A los horrores y escándalos de otras épocas de funesto recuerdo, ha sucedido el imperio del orden bajo de instituciones liberales: en todas las clases se encarna la conciencia del derecho y de la dignidad del hombre libre; la Confederación Argentina se alza llena de prosperidad y de vida, tributando al Ser Supremo el homenaje de su profundo reconocimiento y a vosotros también, señores, en quienes contemplo con justicia los instrumentos de su inefable providencia.
El Gobierno Nacional, comprendiendo la importancia del sagrado depósito confiado a su patriótica vigilancia, ha procurado conservarle ileso de todo ataque que pudiera comprometerlo; ha mantenido con religiosa lealtad las relaciones de amistad y buena inteligencia que nos ligan con las naciones extranjeras de quienes recibe las más constantes manifestaciones de cordial afecto.
Su Majestad la Reina del Reino Unido de la Gran Bretaña é Irlanda, dio parte del feliz enlace de su hija la alteza real Victoria Adelaida María Luisa, Princesa real del Reino Unido de la Gran Bretaña e Irlanda, con su alteza real el Príncipe Federico Guillermo, Nicolás Carlos, sobrino de S. M. el Rey de Prusia.
El Gobierno cumplimentó a Su Majestad por un hecho tan ligado a la ventura de la real familia, como la había acompañado en su duelo por el sensible fallecimiento de S. A. R. la Princesa Victoria, última hija sobreviviente de S. M. el Rey Jorge III.
Todas las naciones reconocen en nuestro Gobierno el único representante soberano de la Nación Argentina y aunque tengo el pesar de anunciar que el Gobierno de S. el Emperador de los franceses, ha recibido un encargado de negocios del Gobierno de Buenos Airee ha expresado asimismo que este acto inesperado no altera las relaciones de su anterior política, en mengua de los derechos de la Nación.
La vida de S. M. el Emperador de tos franceses fue muy de cerca amenazada por la explosión de una máquina infernal; una conspiración de asesinos habían concebido este plan espantoso contra la ventura de aquella nación amiga y contra la paz de la Europa. Nuestro Gobierno felicitó a S. M. L por la protección que le había dispensado el cielo salvando su preciosa vida y la de S. M. la Emperatriz, de tan feroz atentado.
El Gobierno Nacional no reconoce otra contrariedad grave en la feliz actualidad de la República que la actitud hostil del gobierno de Buenos Aires, el cual ha multiplicado su actividad en estos últimos tiempos, precisamente para frustrar las más sinceras tentativas de unión.
S. E. Sir Williams Douglas Christie, Ministro Plenipotenciario de S. M. B., acreditado cerca del Gobierno de la Confederación, deseando coadyuvar a nuestros esfuerzos para traer a Buenos Aires al seno de la Nación, ofreció a este Gobierno, su mediación amistosa para con el de Buenos Aires, expresando que obraba así en el sentido de sus instrucciones. El Gobierno Argentino aceptó inmediatamente este ofrecimiento, como una prueba de interés y amistad, y acordó con el mismo caballero que este Gobierno abriría la negociación con una nota que se pasó con fecha 9 de Septiembre, y cuyo contenido solo se contraía a encarecer la necesidad de la unión para participar en común los beneficios adquirirlos por nuestros comunes esfuerzos, proponiendo como un medio eficaz para este fin, el examen y voto del pueblo de Buenos Aires sobre la Constitución Nacional.
El Gobierno de Buenos Aires contestó aparentando aceptar esta abertura y proponiendo para la discusión de los arreglos un expediente ineficaz, como era el nombramiento, de comisiones, ya anteriormente ensayado sin éxito. Sin esperar contestación de este Gobierno, se apresuraba a decretar el nombramiento de un Ministro Diplomático en Francia, de cuyo Gobierno solicitaba un reconocimiento; rompiendo por este solo hecho la base y el objeto del arreglo proyectado, aun en el caso de ser aceptadas sus propuestas.
Procurando evitar a toda costa la discusión tranquila de la cuestión iniciada, quiso distraer la atención la atención pública sobre ella, dirigiendo este Gobierno las más absurdas inculpaciones sobre nuestra supuesta alianza con los indios salvajes del Sud en las frecuentes depredaciones que éstos cometen sobre la provincia de Buenos Aires, en toda la extensión de su frontera. Ni un solo habitante de la Confederación podría creer que tan ridículos cargos se hiciesen seriamente, porque saben todos que nuestra relación pacífica con las tribus del desierto, sólo se limita a la, seguridad de nuestras fronteras y a rescatar con nuestro tesoro los cautivos que hacen en la provincia de Buenos Aries, cuyo Gobierno los abandona a la rapiña de los salvajes, después que ha incitado imprudentemente su saña.
Ni el mismo Gobierno de Buenos Aires podía esperar que sorprendería la credulidad del pueblo argentino, pero esta superchería estaba calculada para justificar en el exterior la separación que persigue con sus conatos de aparecer en el exterior representando la Nación Argentina, dejando de paso un antecedente que disimulase a su tiempo el golpe que combinaba sobre nuestras fronteras.
El Gobierno Argentino, avisado de esta inconsecuencia, se dirigió al de Buenos Aires, protestando atentamente de ella en Octubre siguiente, cuya nota fuéle devuelta el 3 del mismo, so pretexto de irrespetuosa.
El Gobierno Argentino volvió a remitir la nota devuelta con la que era acompañada, llamando seriamente la atención de aquel Gobierno sobre la inconveniencia de una conducta que desconsideraba los más vitales intereses de la patria.
El Gobierno de Buenos Aires, sin contestar más al de la Confederación, continuó en su funesto empeño de destruir la integridad de la Nación. Comprendiendo que la civilización y ventura de estas regiones dependen de la paz, ha maquinado contra ella, ha fomentado una revolución escandalosa contra la autoridad legal en la República Oriental, que ha consternado a estos pueblos por los actos de inaudita barbarie que la han caracterizado y que arrastraron por fin a aquel Gobierno a castigarla con sensible severidad.
La contracta del Gobierno Argentino, en esta deplorable emergencia, fue digna de sus antecedentes, y de la causa de civilización que sostiene. Prestó el apoyo de sus fuerzas a requisición del Gobierno Oriental y en alianza con el Imperio del Brasil. Una fuerte división del Ejército y Guardias Nacionales Entrerrianas pasaron al Uruguay y concurrieron felizmente al sostén de la autoridad legal, cortando toda esperanza de los revolucionarios. Permitidme que me apresure a recomendaros encarecidamente la denodada y virtuosa conducta de esa columna de valientes.
Pero no era esta sola tentativa la que ponía en ejecución el Gobierno de Buenos Aires. So pretexto de una expedición contra los indios del Sud, avanzaba una fuerte expedición al desierto, por nuestra mismo territorio, pronta a lanzarse, en caso de buen éxito, sobre nuestras fronteras, sembrando la desolación y la guerra en las provincias fronterizas.
Para lograr el objeto de esta expedición se había procurado antes de moralizar nuestras guarniciones de fronteras. Es bien sabido que emisarios de Buenos Aires consiguieron amotinar la guarnición de Melincué y asesinar al valiente Comandante Caufpas y que los asesinos fueron amparados por aquel Gobierno, cuando nuestras autoridades reprimieron el escandaloso motín. Este mismo plan fue ensayado para sublevar las fuerzas fronterizas al mando del Brigadier General Don Juan Pedernera y existe un proceso que éste mandó formar al Capitán de infantería Don José Gutiérrez, sentenciado a muerte por un consejo de Guerra, por delito de sedición sugerida por jefes de la fuerza de Buenos Aires.
Es bien sabido asimismo que toda la división que se internó al desierto habría caído prisionera, agotada por la sed y el hambre, si una pequeña parte de nuestras fuerzas, al mando del Brigadier General López, o del Brigadier General Pedernera, le hubiera cortado la retirada, obrando en el sentido de la supuesta alianza. Lejos de eso, nuestros jefes tenían órdenes de amparar a los individuos que llegasen derrotados a su campo y de rescatar los cautivos que pudiesen, como lo han verificado libertando treinta, cuyos nombres ha publicado la prensa.
Así respondía aquel Gobierno a las aperturas de arreglo que le hizo el de la Confederación, así burlaba los amistosos oficios del distinguido caballero Sir W. Christie, quebrando la integridad de la República en el exterior, por sus gestiones en el gabinete francés, como lo intentaba en el interior provocando la guerra civil. Felizmente, no son los actos de un gobierno extranjero los que deben decidir de la justicia en nuestras cuestiones internas, y con respecto a la invasión proyectada sobre nuestras fronteras, es sabido que no tuvo mejor éxito que la revolución en el Estado Oriental.
El Gobierno Nacional se ha encontrado oprimido por estos hechos inesperados. Ha visto con dolor que su conducta de fraternidad y to¬lerancia no era prenda bastante segura para la paz que había declarado reposar bajo la garantía de su honor y de su conciencia. Los intereses del comercio extranjero que la Nación ha identificado con sus propios derechos quedaban también expuestos, por ese espíritu de revuelta, y la responsabilidad moral de la Nación comprometida ante el mundo por actos de un gobierno revolucionario y disidente, cuya hostilidad lejos de provocar, había procurado hacer imposible por su política tolerante y amistosa.
Hizo presente esto mismo al Gobierno de Buenos Aires, en una nota en que le representaba la inconveniencia de su conducta y la necesidad de poner término a una situación inconciliable con los intereses de esa provincia; de la Nación a que pertenece y de las demás con quienes estamos en relación de amistad, insistiendo en el examen y veto del pueblo de Buenos Aires, sobre la Constitución nacional. El Gobierno de Buenos Aires, sin contraerse al asunto principal, procuró encontrar en otras reminiscencias de la nota de este Gobierno una ocasión de ostentar una arrogancia intempestiva, so pretexto de injuriosas amenazas.
El Gobierno Nacional reiteró amistosamente sus propuestas, evitando cuidadosamente toda expresión que pudiera servir de pretexto a la insistencia de ese gobierno y precisó los términos de la cuestión, de una manera que era imposible toda contestación evasiva.
Asimismo parece haberlo reconocido ese Gobierno, pues ha tenido que buscar los antiguos pretextos en documentos extraños al debate, para cerrar toda abertura de arreglos pacíficos. El tono altanero de sus notas, contrasta con su falta de justicia y con la moderación del Gobierno Nacional, a un extremo que la dignidad de la Nación parecía comprometida ante la opinión de los pueblos.
Los documentos que han salido del Gobierno Nacional han debido tener presente esta última consideración: han debido explicar al mundo los antecedentes de tela cuestión, sin los cuales parecería la Nación Argentina un pueblo de insensatos; pues sin esta explicación y los recuerdos históricos que le conciernen, era imposible concebir que un pueblo culto resistiese sin razón plausible los consejos que la razón y el buen sentido acatan a todos los países del mundo civilizado.
El Gobierno ha querido provocar la manifestación directa de la opinión pública de la Nación sobre estos documentos, porque cuenta con ella para el apoyo moral de cualquier resolución que adoptase el Congreso en uso de sus exclusivas atribuciones soberanas. Porque una manifestación universal espontánea, a la cual serian extrañas las pasiones transitorias de una composición administrativa o ministerial, robusteciera cualquier resolución extrema de un rompimiento de hostilidades, o enalteciera la magnanimidad de una resolución generosa, desde que no pudiera parecer dictada por una falta de cooperación en la opinión del pueblo argentino.
Tal es la situación en que se halla la cuestión de la integridad nacional: la conducta del gabinete francés viene a complicarla, contra sus propios designios declarados, haciendo ineficaz la política de espera y de paz adoptada hasta hoy en favor de los intereses del comercio nacional y extranjero. El Gobierno espera que S. M. el Emperador de los franceses, que ha sostenido tan gloriosamente en Europa la causa del derecho contra la fuerza y el principio de la autoridad contra las revueltas, modificará los actos de su gobierno que no estén en perfecta armonía con aquellos principios y no consentirá que en el Río de la Plata cambien las sabias declaraciones hechas en el Congreso de París, alentando a un gobierno revolucionario y tumultuoso contra el derecho y la autoridad de un gobierno amigo y aliado a su política.
El Gobierno espera este cambio en la política del gabinete francés, haciendo el honor que debe a la nobleza del Emperador Napoleón, y porque confía que concurrirán a este fin los informes que reciba de S. E. el señor Ministro Plenipotenciario de S. M. I. M. Lefebre de Becour. Este distinguido caballero, que tan merecidas simpatías ha conquistado en nuestra sociedad, ha podido apreciar imparcialmente la impresión dolorosa que ha causado en la opinión pública el reconocimiento de un Agente Diplomático de Buenos Aires por el Gobierno de Francia. y ha podido notar también que a la noticia de este acontecimiento ha llevado el pueblo argentino instintivamente la mano a sus armas para contener, aun con la guerra civil y su funesto cortejo, la desmembración de la República, que ninguna consideración permanente ni transitoria puede aconsejar.
Debo haceros notar, señores, con satisfacción, que ese pronunciamiento, fruto de profundas convicciones y de honrosos sentimientos, se ha ejercido dentro de los lindes de la ley y carece de las pretensiones de arrastrar a las autoridades nacionales o cualquiera especial resolución. Dicesenos de todas partes, por el contrarío, que el pueblo argentino aplaudirá toda media que diese por resultado la integridad nacional.
Están escritas igualmente en esas manifestaciones de toda pasión, si no es de aquellas por las cuales viven y se conservan las sociedades humanas. Se nos calumnia atribuyendo al pueblo argentino un odio incomprensible hacia Buenos Aires. ¿Será porque valorando su ventajosa posición, la importancia de su población, su poder físico e intelectual, nos alarmamos con viveza por la amenaza de su segregación? ¿Porque sentirnos con inquietud que el tesoro de las glorias comunes y la hermosa bandera de Mayo se despedacen y se pierdan para todos? ¿Porque conservamos como una reliquia sagrada el doloroso recuerdo de nuestras desgracias y errores de 40 años, y en él mi talismán que nos preserve de iguales extravíos en adelante? Odio a Buenos Aires. Apelo al testimonio de la conciencia de cada uno de vosotros, si no pensáis todos que esta calumnia vulgar es un arbitrio osado para extraviar a aquel pueblo hasta hacerlo consentir a la consumación del atentado parricida de segregar aquella provincia de la patria común.
Confiamos en Dios y en nosotros mismos que esa infamia no se ha de llevar a cabo antes que sus imprudentes y criminales autores sean responsabilizados.
El Gobierno de S. M. el Emperador del Brasil nos ha dado un testimonio inequívoco del deseo de estrechar cada vez más los vínculos que unen el Imperio con la Confederación Argentina. Ambos Gobiernos, de acuerdo con tan ilustradas y patrióticas vistas han ajustado algunas convenciones que reclamaban las relaciones de frontera, el comercio reciproco y la navegación fluvial, en el interés común y en el de las demás naciones.
Una misión especial fue a este fin enviada a esta capital y gracias a las buenas disposiciones de ambos gobiernos y al mérito de sus dignos plenipotenciarios, se proveyó a las necesidades que ambos países sentían, de tratados que fijasen definitivamente su respectiva frontera, asegurasen la extradición de criminales y aplicasen a los grandes afluentes del Plata los principies que reglan en Europa la navegación fluvial.
La memoria del Ministro Secretario de Estado en el Departamento de Relaciones Exteriores dará al Congreso una precisa y auténtica noticia de todos estos actos internacionales, que complementando y desenvolviendo las estipulaciones preexistentes, afirmarán permanentemente nuestra buena inteligencia y amistad con aquel importante estado sudamericano.
La convención fluvial a que me refiero, además de ser altamente recomendada por las condiciones físicas e internacionales de los ríos cuya navegación reglamenta era también un acuerdo de urgencia pata evitar la calamidad de una guerra inminente entre dos pueblos vecinos, el Brasil y la República del Paraguay.
El Gobierno imperial solicitó nuestra amigable cooperación, en doble calidad de ribereños y amigos de ambas partes disidentes. Como ribereños, teníamos positivo interés en ver adoptado por la República del Paraguay el gran principio de la libre navegación, que nuestra ley fundamental ha elevado a la categoría de dogma político de la Nación Argentina. Como amigos de los dos estados entre los que se agitaba una cuestión que tan de cerca nos tocaba, éramos llamados a cumplir deberes que nos son siempre caros, y a los que jamás nos hemos rehusado.
No pretendo encarecer el concurso amigable que en tales circunstancias prestamos, mas he visto con la más viva satisfacción, que mediante el acuerdo y concurso ajustado entre la Confederación y el Imperio, la diplomacia brasileña obtuvo en la Asunción un éxito digno de las altas partes contratantes y sumamente lisonjero para la paz y la civilización de esta parte de América.
El Gobierno de la República del Paraguay no juzgó, conveniente adherir a la convención que ajustamos con el Brasil, pero aceptó sus disposiciones esenciales con respecto al libre tránsito fluvial y manifestó intenciones que prometen para lo sucesivo un perfecto acuerdo a este respecto.
La nueva convención celebrada entre aquella República y el Brasil (cuya estipulación nos ha ofrecido el Gobierno Paraguayo), satisfacen en gran parte las justas reclamaciones del Gobierno Argentino y contienen principios que pueden dar una solución amistosa y eficaz sobre las cuestiones que nos son especiales. Procuraré resolver estas cuestiones tan amigablemente como lo espero, en la primera ocasión oportuna. Debemos confiar mientras tanto en que el Gobierno Paraguayo teniendo bien presentes las estipulaciones del tratado de 9 de julio 1856, y correspondiendo a los sentimientos benévolos que siempre le hemos profesado, hará espontáneamente cuanto este de su parte para evitar y remover desinteligencias que dañan a ambos países, creando prevenciones nocivas a la amistad que tanto les conviene cimentar y estrechar.
Los sucesos que dieron lugar a la intervención reclamada por el Gobierno Oriental, al de la Confederación y al del Imperio, manifestaron la necesidad perfeccionar la convención del año 1828 y regularizar el tratado de 7 de Manto de 1856 en sus artículos 2°, 3° y 4°. A este fin han convenido los tres gobiernos en abrir una negociación en la Corte de Río de Janeiro, por medio de sus respectivos plenipotenciarios y ha sido nombrado por el Gobierno Argentino y competentemente autorizado al efecto, el ciudadano doctor José Luis de la Peña.
Nuestro Santísimo Padre Pío IX se ha dignado enviar cerca de nuestro gobierno, en el carácter de Delegado Apostólico al Ilustrísimo Sr. Arzobispo de Palmira, Doctor D. Marino Marini. Las recomendables virtudes de este venerable prelado, acreditan al acierto de su nombramiento y favorecerán los fines de su misión: ésta se reduce a preparar los arreglos necesarios en las iglesias argentinas, sobre su dotación, disciplina y otros puntos que deberán establecerse previamente a la creación del Obispado del Litoral y la provisión de los demás que se hallan vacantes. El gobierno espera satisfacer los deseos de la Santa Sede arreglando esos puntos convenientemente.
Nuestro tesoro sigue desempeñando con la regularidad posible las cargas de la administración. Me abstengo de entrar en detalles que dará completos la memoria del Ministro de Hacienda; no obstante esto, me es grato informar al Congreso que se ha establecido una casa bancaria en el Rosario, con arreglo a las condiciones que el Congreso había acordado en la autorización conferida al Gobierno sobre el particular. El establecimiento de esta casa y la oportunidad en que tuvo lugar, han favorecido las transacciones comerciales, durante la crisis monetaria que ha afligido todos los mercados del Inundo. Sin esta crisis habrían sido más palpables los beneficios del banco, y más extensas las operaciones de crédito y el desarrollo consiguiente en el comercio, fuente principal de nuestra renta.
Activase la liquidación de la deuda interior que reclaman algunos individuos extranjeros, por perjuicios causados por los extravíos de nuestra pasada guerra civil y en breve arbitrará el Gobierno el medio de satisfacerlas mediante un arreglo que concilie las exigencias reconocidas y permita atender a las cargas ordinarias del tesoro, con el pago lento y sucesivo de esta deuda. En esta misma sesión el Gobierno os presentará el proyecto de ley que abraza esta operación.
La ley del Soberano Congreso Constituyente, que declara obligación nacional la reparación de los perjuicios por una fuerza cualquiera antes de la instalación del Gobierno Nacional, es una especialidad del Gobierno Argentino, que honra altamente, es la satisfacción que damos al mundo escandalizado de nuestros pasados errores, es una transacción generosa que otorga la feliz actualidad de la República, a las épocas de infortunio que quisiéramos borrar de nuestra historia, si posible fuera. El pueblo argentino es el único que ha aceptado con nobleza las consecuencias de una declaración semejante y cumplirá religiosamente su palabra.
La instrucción pública presenta un cuadro lisonjero, en este último período. No quisiera detenerme por más tiempo en detalles que obtendrá el Congreso del Ministerio respectivo, por no abusar de su atención. Básteme por ahora asegurar que los resultados obtenidos en este ramo de la administración han correspondido a la solicitud y las afanes que se le han consagrado.
La disciplina y moral del ejército es otro objeto de la administración que merece mis más ardientes encomios. El ha garantido la seguridad de nuestras dilatadas fronteras, sufriendo a más de las penalidades ordinarias, las escaseces en que se ha visto nuestro naciente tesoro.
El ejército ha respondido con entusiasmo al llamamiento que se le hizo para concurrir al sostén de la autoridad legal en la República vecina. El está siempre dispuesto a defender con la vida el territorio y el honor argentino, contra cualquier enemigo que intente atacarles.
He querido pasar en estos días una revista de las fuerzas de línea y guardias nacionales del territorio federalizado, para que los representantes de la nación argentina juzguen del apoyo con que deban contar las supremas resoluciones del Congreso Nacional.
Ahora toca al Congreso, manteniéndose en la altura de su posición, continuar la sublime misión que ha recibido de las provincias, y pueblos de la Confederación Argentina. Dios que ha iluminado hasta hoy la inteligencia y la voluntad de los legisladores argentinos, confío os continuara la dispensación de sus dones para el bien de la patria. Concluyo, pues, proclamando que están abiertas las sesiones de la 4° Legislatura del Congreso Federal.
Paraná, 20 de Mayo de 1858.
JUSTO JOSE DE URQUIZA

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