septiembre 06, 2010

Mensaje del Vicepresidente de la Confederación Argentina, Salvador María del Carril, al abrir las sesiones del Congreso Legislativo Federal (1859)

MENSAJE
DEL
VICEPRESIDENTE DE LA CONFEDERACIÓN ARGENTINA
Salvador María del Carril
AL ABRIR LAS SESIONES DEL CONGRESO LEGISLATIVO FEDERAL
EN 15 DE MAYO DE 1859
En la Ciudad del Paraná, capital provisoria de la Confederación

CIUDADANOS DEL SENADO Y CAMARA DE DIPUTADOS:
Cumpliendo con el sagrado deber que imponen las leyes al Pre¬sidente de la Confederación, vengo nombre de él a claros cuenta de la situación general del país.
Y es para mi sobremanera satisfactorio veros congregados en este augusto recinto en momentos en que todo cuanto concierne al orden público, en lo interior, a la conservación de las relaciones internacionales, a la defensa del territorio, al fomento de la riqueza pública y al desarrollo de los intereses morales de la sociedad, se encuentra en situación de inspirar las esperanzas más lisonjeras a todos los habitantes de la Confederación.
Por las memorias que oportunamente someterán a vuestra consideración los Ministros Secretarios de Estado, os instruiréis cumplidamente de la marcha del gobierno durante el periodo que ha transcurrido desde vuestro receso.
Ellos os dirán que entre los trece miembros que componen las vasta asociación argentina, sujeta al imperio de la Constitución de Mayo, reina la más perfecta armonía, que el Ejecutivo Nacional es respetado y acatado en todas partes por el celo que ha desplegado en la observancia de las leyes que ha hecho guardar y obedecer, castigando sus infractores, sin transgredir los limites de su deber y su derecho.
También veréis por ellas el pie en que se encuentra la fuerza pública, los trabajos efectuados en las dilatadas fronteras sobre la Pampa y el Chaco, para asegurar a los moran dentro de ellas en el ejercicio tranquilo de sus diversas industrias y la posesión sin zozobra de su riqueza. Los progresos de la instrucción primaria, de los estudios de orden superior, de todo aquello tendiente a levantar el tono de la inteligencia y a perfeccionar las costumbres; el estado de la hacienda pública, las reformas y mejoras introducidas en el sistema de recaudación, el resultado de las leyes calculadas para facilitar su desenvolvimiento, por medio de la atracción del comercio directo; las mejoras practicadas en la vialidad, los trabajos científicos emprendidos a efecto de aumentar los medios de comunicación y de transporte, que identificando las ideas, los hábitos y costumbres de todos los pueblos de la Confederación, establecerán entre ellos una estrecha mancomunidad de intereses muy saludables al bien general; la cordial inteligencia que mantenemos con las potencias extranjeras y las pruebas de consideración que de todos hemos recibido, por la manera franca, digna y circunspecta con que constantemente procuramos robustecer los vínculos internacionales, en obsequio a los grandes intereses de comercio y navegación que nos ligan a ellas; en una palabra, os dirán que si el país no se encuentra aun a la altura del destino que le deparan sus sabias y liberales instituciones, se halla en vía de progreso y prosperidad; como vosotros mismos, Honorables Representantes del Pueblo, lo habréis observado en vuestro tránsito por sus campos y ciudades, donde la ganadería, la agricultura y las industrias útiles se desenvuelven considerablemente, al mismo tiempo que la población indígena acrece y la inmigración extranjera afluye espontáneamente en todas direcciones.
Tengo, sin embargo, que oscurecer los vivos colores de este cuadro, hablandoos de un acontecimiento nefando que produjo en el país una turbación profunda de indignación y de dolor público.
En benemérito Brigadier General D. Nazario Benavidez, comandante general de la circunscripción militar del Oeste, acusado por el Gobierno de San Juan de haber atentado contra el orden público fue preso en la cárcel de la capital de aquella provincia.
Sabedor de ello el Gobierno Nacional y aunque sin conocer la justicia de su arresto, nombró una comisión compuesta de los señores Ministro de Guerra, D. José M. Galán y del doctor D. Baldomero García, miembro de la Suprema Corte de Justicia, con objeto de sustraerlo de aquella prisión y evitar así que la fatalidad o el crimen se cebaran en la persona de un soldado que había prestado excelentes servicios a su patria y que era muy acreedor a la gratitud y consideración de sus compatriotas.
Los temores del Gobierno Nacional no eran infundados.
Los hechos han probado que obro con sobrada previsión; porque una horrible catástrofe de aquellas que envía la Providencia a los pueblos para poner a prueba su organización, la lealtad de sus man¬datarios y la virtud de sus instituciones, tuvo lugar en la ciudad de San Juan, durante la madrugada del desgraciado día 23 de Octubre de 1858.
¡El Brigadier General D. Nazario Benavidez no existe ya!
La comisión que debes arrancarle a la muerte llego a Mendoza al mismo tiempo que la aciaga noticia de que el país había perdido uno de sus primeros servidores.
Un grito de anatema alzóse en todas partes.
La vindicta pública ofendida clamó justicia en nombre de Dios, de la humanidad y de las leyes juradas. Y en medio del duelo universal, del sinsabor y desencanto que causan los grandes atentados contra la mora, esa manifestación de horror para el crimen vino a tranquilizar los ánimos. Porque el país entero vio que había pasado la época de violar impunemente los respetos debidos a la sociedad, a la dignidad y a la vida del hombre.
Mas no es dado a los pueblos presenciar ciertos hechos sin pasar por grandes vicisitudes. ¡Esta inmutable ley de las sociedades humanas se ha cumplido en San Juan!
La muerte del Brigadier General D. Nazario Benavidez irritó los ánimos, despertó sospechas: creyóse ver la mano oculta de los enemigos de la organización nacional, que se abrigan en Buenos Aires y que el sosiego público estaba gravemente amenazado.
En tales casos la autoridad nacional no puede permanecer impasible.
Cumple a su alta responsabilidad tomar todas aquellas medidas conducentes a cimentar el orden y restablecer el imperio de las leyes, sin ahorrar esfuerzos, ni economizar sacrificios. Así procedió. El Ministro del Interior, Dr. D. Santiago Derqui, fue enviado a reunir a los primeros comisionados y de consuno trabajarán en el sentido de restablecer la quietud pública.
Seria prolijo y difuso narraros los procedimientos que en las circunstancias anormales en que hallaron la provincia creyeron prudente seguir. Y como de todo esto seréis menudamente informados a su tiempo, quiero pasar cuanto antes a instruiros de otro suceso, que por un raro favor de la Providencia, acaba de distraer los ánimos del cuadro luctuoso que os he bosquejado, llenando a los que aman la gloria de su país, de la más grata y legitima complacencia.
Diferencias suscitadas entre nuestra hermana mayor la gran República del Norte, los Estados Unidos, y nuestra vecina amiga, la del Paraguay, amenazaban la paz internacional de estas regiones.
Los gobiernos amantes de la libertad, en el orden, de la confraternidad americana, esperábamos que antes de apelar a la última razón de los Estados, ambos gobiernos se harían recíprocas concesiones y que procurarían dirimir sus desacuerdos según los preceptos de la moral política, del derecho de gentes y del buen gobierno.
Pero los aprestos bélicos que de una y otra parte se hacían, el tono de la prensa de ambos países, y más que todo, la presencia de una armada numerosa de los Estados Unidos que en uso del derecho que acuerda nuestra legislación fluvial, penetró en las aguas del majestuoso Paraná, hizo comprender a Presidente de la Confederación que los beligerantes estaban más dispuestos a oír tronar el cañón, que los sanos consejos de la diplomacia.
Ante el aspecto que presentaban las cosas, ante la aglomeración de fuerzas que hacía el Paraguay, a la entrada de sus puertos, aquella inquietud no era vena.
El Presidente de la Confederación, anhelante siempre de mantener imperturbable la paz, fuente perenne y fecunda de tantos bienes; siempre fiel a su política de conciliación, dentro y fuera del país, corrió inmediatamente a la Asunción a interponer los bueno oficios de su amistad.
Ambas partes se acogieron cual nuncio de paz.
Y como está de Dios que las acciones nobles y desinteresadas han de tener una justa recompensa, el éxito mas completo coronó su generosa mediación.
Todo el país aplaudió su proceder: el gobierno paraguayo, el digno representante de la Unión y los amantes todos de la paz del mundo.
Verde y puro es el laurel que recogió el Primer Magistrado de la Confederación y es henchido -de noble orgullo que os anuncio, honorables elegidos de los pueblos, que al dar cuenta al Gobierno de su misión, le depositó con abnegación sublime en el altar de la patria.
Es un rasgo de virtud republicana que debernos honrar.
Pero séame permitido, después de haberos comunicado tan plausible acontecimiento, volver los ojos a las provincias de Cuyo.
Momentos antes de fallecer el respetable Gobernador de Mendoza el Sr. D. Juan Moyano aparecieron allí algunos celajes que Ibáñez condensando, cuando llegó el Brigadier General D. Pascual Echagüe, comisionado del Gobierno y cuyas últimas comunicaciones hacen concebir a reciente esperanza de que aquella provincia recobrará antes de poco su normalidad, sin esfuerzos costosos, ni consecuencias ulteriores. Porque la universalidad de los ciudadanos se muestra reverente a la Constitución, dócil a las insinuaciones del buen sentido y respetuosa a la autoridad nacional.
Tal es, conciudadanos del Senado y Cámara de Diputados., la situación general de los pueblos argentinos que aceptaron la Constitución de Mayo revestida hay del prestigio que le dan cinco años de concienzudo ejercicio, de garantías, de progresos obtenidos a la sombra de ella.
Una cuestión gravísima, no obstante, absorbe en estos momentos la inteligencia y el corazón de todos.
La Provincia de Buenos Aires, que con nosotras adquirió glorias inmarcesibles, que como nosotros, soportó el yugo ominoso de una larga dictadura; esa hermosa provincia, cuyo destino es uno con el nuestro, porque no podemos renegar los juramentos hechos en los días santos de la revolución de 1810; porque la sangre, el idioma, la religión, la geografía, nos han impuesto leyes a las cuales seria insensatez querer sustraerse: esa rica provincia, que tantas y tan verdaderas simpatías cuenta en la Confederación, no forma hoy de hecho, parte de la comunidad argentina.
Semejante situación engendra un malestar que no necesito detenerme a demostrarlo a vuestro penetrante patriotismo, al presente sobre todo, en que el mensaje del Gobernador Valentín Alsina, encierra un jactanciosa amenaza contra la Confederación.
Llamo seriamente vuestra atención sobre ese documento tan provocativo cuanto impolítico, y asimismo la de los gobiernos extranjeros.
El aislamiento de Buenos Aires se nos presenta todos los años como un fantasma, cuando en cumplimiento de lo que prescribe nuestro pacto fundamental, el jefe del Poder Ejecutivo os da cuenta de la manera cómo ha dirigido los negocios públicos, de la situación política, comercial y económica del país.
Los pueblos sienten que así no se puede vivir. La unión es una necesidad suprema. No se concibe la familia, sin armonía ni cohesión entre sus miembros, sin una ley igual para todos.
Y si antes, la gran mayoría de los pueblos ha podido retraerse de instar solemnemente a Buenos Aires a que acepte sus leyes, para que nos rijamos por un derecho común, porque no estaban consagradas ni por la experiencia, ni por el convencimiento de su utilidad, ni por el criterio de su ejercicio, hoy los pueblos no opinan así, si algo significan las entusiastas peticiones que día por día legan al Poder Ejecutivo de la Nación.
Es como presintiendo que no podrá resistir al torrente de la opinión, que con fecha 19 de Abril ultimo ha expedido un decreto supremo, precursor de medidas ulteriores, que se verá precisado a tomar en cumplimiento de la voluntad imperiosa de los pueblos.
El Presidente de la Confederación esa siempre dispuesto a acatar su voluntad soberana, legítimamente manifestada. Y yo no dudo que antes de terminar periodo legal, rendirá a su patria el eminente servicio de integrarla, sin mengua de los derechos de nadie, porque así completará la dicha de los pueblos, que se han constituido a la sombra de la bandera que triunfó en Monte Caseros y aumentará el esplendor de su brillante carrera pública.
Con la mano puesta sobre mi corazón, me atrevo a daros esa seguridad, en este acto solemne.
Sí, conciudadanos, el Presidente de la Confederación, cuyas altas miras le han valido la confianza de los pueblos, y la vuestra, defendiendo como es de su deber el pacto fundamental de nuestra asociación política, amenazada por los hombres que oprimen al pueblo de Buenos Aires, sabrá asumir con firmeza la posición que le asignen los sesos y la voluntad de los pueblos argentinos, ávidos de organización nacional, de- instrucciones sabias y de paz duradera.
La unión fraternal, que debe asegurar a estos países, con los beneficios de la civilización moderna, un futuro de orden y de prosperidad, se basa en la fusión de los argentinos y la evolución de los viejos partidos que nos dividieron.
Para su resurrección maldita trabajan los pocos y malos hombree que se oponen en Buenos Aires a la organización definitiva de la República, bajo el sistema federal, que esta reconocido el único legal por el código político de la Confederación, y aun por la ley de la provincia misma disidente, al mismo tiempo que, en la práctica, es el único posible para nuestro país.
El Gobierno de Buenos Aires, declarándose jefe de un titulado partido unitario, compuesto en su gran parte de los peores elementos de le tiranía pasada, levantando la bandera del exclusivismo y del odio, encendiendo de nuevo la hoguera ya apagada de la discordia, persiguiendo a los buenos patriotas partidarios de la nacionalidad argentina y de la realidad de sus instituciones, pronunciándose contra la “idea federal”, ataca la soberanía y la existencia de cada una de las provincias federales, a la vez que la de aquella misma en donde violentamente domina. domina; amenaza la paz pública, conmueve por su base el orden establecido, e inicia un estado de guerra que es la consecuencia inevitable de un propósito de centralización administrativa, dirigida a destruir la autonomía y la personalidad política de cada provincia, garantida por pactos y leyes que no sólo se fundan en reglas generales de nuestro derecho político, sino en las obligaciones expresas y solemnes.
El Gobierno de hecho de Buenos Aires no puede llenar su programa de retroceso y de odio, sino sometiendo a los pueblos de la Confederación, donde impera el régimen federal, o separándose para siempre de ellos.
En cualquiera de estos dos casos posibles, el círculo que domina a Buenos Aires, seria el único responsable de los males supervinientes.
Pero la acción de la autoridad nacional se haría sentir con rapidez y eficacia, en defensa de las leyes y de la integridad de la República, sin menoscabar ni los derechos, ni la individualidad de la provincia oprimida.
Es imprescindible que estando, como acaba de hacerlo sentir, comprometida la seguridad de la Confederación, prestéis en caso oportuno, el apoyo de vuestras deliberaciones, a fin de hacer desaparecer hasta la sombra de aquel peligro. A las fuerzas morales de la ley, se unirán entonces las de acción, para la consecución del gran fin que el Gobierno Nacional tuvo constantemente en vista: la integridad nacional bajo un pacto protector de los miembros todos que componen la antigua República Argentina.
Al declarar, pues, que están abiertas vuestras sesiones, pido al Todopoderoso que os inspire, para que dictéis leyes adecuadas al país, y hagáis prevalecer la justicia; que es el norte que ha procurado se¬guir el Poder Ejecutivo Nacional, de que he estado encargado durante vuestro receso.
Mayo 15 de 1859.
SALVADOR MARIA DEL CARRIL

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