CARTA AL VICEGOBERNADOR DE LA PROVINCIA DE BUENOS AIRES, DR. ADOLFO SALDIAS [1]
“Lucha de clases y humanitarismo”
Manuel Baldomero Ugarte
[1904]
AL DOCTOR ADOLFO SALDÍAS
Muy distinguido doctor y querido amigo:
Leo su carta fresca y brillante, como suya, y admiro la flexibilidad de su inteligencia, abierta a todo lo que palpita y lo que vive. Sin embargo, no estoy de acuerdo con usted en todos los puntos y aunque no cabe una tentativa de polémica en las cuatro líneas de una respuesta amistosa, quiero precisar mi manera de ver en lo que se refiere a la lucha de clases, que es la base y la razón de ser de nuestro partido.
Como Magnaud, usted ha sabido dictar fallos generosos y revolucionarios por su mansedumbre,
como todos los hombres que no han hecho del egoísmo el pedestal de su vida, usted se siente inclinado a atenuar la injusticia de las desigualdades de fortuna y a imaginar nuevas fórmulas de concordia social.
Pero esa tendencia, honrosa y digna de todo aplauso, no es más que una variante del humanitarismo de Hugo.
Nosotros vamos mucho más lejos.
No nos contentamos con atacar los males más visibles, descubrimos las fuentes y tratamos de llevar la equidad igualitaria hasta los orígenes.
Como socialistas, creemos que, si no hay antagonismo entre el capital y el trabajo, porque son dos cosas que se completan, lo hay y muy grave, entre la clase social que produce la riqueza y la clase social que de ella disfruta. De ahí que entendamos que comprobar ciertos conflictos no es sembrar la discordia y dividir a la sociedad en dos campos intransigentes, sino "situar" el problema, hacerlo tangible y empujarlo hacia soluciones prácticas.
Bien sabe usted que el odio está desterrado de nuestro ideal. Nuestro propósito es implantar entre los hombres la solidaridad y la concordia, poner punto a la guerra civil de todas las horas, reconciliar a la prole y dar a cada cual, dentro de una sociedad refundida, la mayor suma de felicidad y libertad posibles.
No ignoro que, según algunos, en el estado presente, nuestro ideal apaciguador, toma, en ciertos casos, un matiz guerrero. Para los tímidos, la huelga misma es un acto de coerción. Sin embargo, no es difícil descubrir que esa crispación transitoria de las energías proletarias, esa mise en demeure ocasional de los explotados, no es más que una consecuencia lógica, una sanción legítima de la tiranía sistemática e incansable que ejercen los favorecidos por la suerte.
La brusca cesación del trabajo no es un ardid del obrero para imponer una voluntad más o menos justificada, sino un recurso para atenuar o contener momentáneamente la imposición diaria y envilecedora de que es víctima. Cruzarse de brazos no es atacar. Al desertar de los talleres, el obrero no provoca, responde a la provocación del que le emplea, retirándose con dignidad de la casa. Y es de advertir que al hacerlo, no llama en su ayuda, como los patronos, a los batallones de gendarmes.
El ideal armonizador del socialismo no se desmiente en ninguna circunstancia. Condenamos la guerra, la pena de muerte y en general todo abuso de la fuerza. Perseguimos una coordinación más sabia de las voluntades. Somos pacifistas, colectiva y personalmente. Pero de ahí a soportar la injusticia sin protesta, media un abismo. Decir que los obreros que se resisten a la tiranía patronal y hacen una huelga tumultuosa y rompen algunos vidrios provocan la discordia en la sociedad, es como afirmar que delinque el reo al defenderse cuando lo arrastran a la guillotina.
Al crispar los puños y afirmarse para no avanzar, no hace el desgraciado más que movimientos perfectamente humanos y legítimos. La provocación constante, a verdadera excitación a la guerra civil, está en la insolente tranquilidad con que los potentados se atiborran de riqueza, mientras los productores de esa riqueza llevan una vida oscura de privaciones. Ellos son los que suscitan agrios antagonismos en la sociedad y los que hacen fatal e ineludible esa lucha de clases que durará hasta que, por la fuerza combinada de las cosas, se vean los capitalistas obligados a desarmar y a fundirse en una nueva humanidad sin privilegios.
Ya ve usted, mi querido doctor, como no nos aplicamos a dividir la sociedad, sino a unificarla sobre una base de justicia. No somos empresarios de guerra civil, como dicen algunos, sino buenos filósofos altruistas, empeñados en hacer de nuestra pobre jaula de fieras un universo habitable. Usted, que es bueno y que es perspicaz, no ha podido dejar de sospecharlo.
MANUEL UGARTE
[1] Reproducida en El arte y la democracia. F. Sampere y Cía Editores, España, 1906.
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