EL EJEMPLO DE MEXICO [1]
Manuel Baldomero Ugarte
[Julio de 1914]
Imaginemos una ciudad minada secretamente por la peste. Se han producido diversos casos en los arrabales. Aquí y allá han caído numerosas víctimas poco conocidas. Sin embargo, nadie se ha inquietado. La muerte ronda en silencio por las calles y se codea impunemente con los transeúntes. Una indiferencia apática y culpable inmoviliza la voluntad de todos.
Pero estalla un caso en pleno centro, se enferma una persona de figuración y el ambiente se transforma. La alarma cunde hasta los límites, se emociona la opinión pública, se toman medidas de defensa y todos los que hasta ayer ignoraban el flagelo se conciertan y se agrupan para ahogar el peligro común.
Algo análogo ha ocurrido en estas últimas semanas en la América Latina.
El imperialismo yanqui, la ambición desmedida de los Estados Unidos, la racha invasora del Norte, había hecho sentir sus latigazos en varias regiones del Continente. Cuba había sido maniatada con las cadenas de la enmienda Platt. Santo Domingo gemía viendo sus aduanas en poder de la gran república. Colombia se enclaustraba en su orgullo después de haber perdido el istmo de Panamá. Nicaragua protestaba contra un gobierno que la entregaba, esclava, a los píes del invasor. La injusticia y el crimen segaban las esperanzas de ciertas repúblicas. La insolencia del fuerte humillaba las banderas de admirables pueblos hermanos. Pero nadie se movía en América.
Unos por indiferencia, otros por egoísmo, otros por ignorancia, todos continuaban ensimismados o se encogían de hombros. Se hubiera dicho que un siglo había bastado para romper los lazos de sangre y de historia entre los núcleos que se lanzaron juntos a la Independencia. Parecía que los trasatlánticos y los ferrocarriles nos había alejado en vez de acercamos, haciéndonos perder toda noción de solidaridad fraterna.
Mas surge al fin el caso de México. Se produce el atentado contra una nación que no tiene 300.000 habitantes como Nicaragua sino quince millones, se violan los derechos de una república que se cuenta entre las más importantes de nuestro propio grupo y se desencadena en todas partes la protesta airada, en la cual entra por mucho el instinto de conservación.
Ya no cabe duda. El peligro está ahí, claro, tangible. De nada valen los sofismas panamericanos, ni las prédicas capciosas de los emisarios sutiles que han sorprendido tantas veces nuestra aldeana buena fe. Toda la sangre latinoamericana se rebela contra la injuria, contra la acechanza, contra las mismas ignorancias u olvidos que nos han llevado a callar tantas veces mientras el gladiador yanqui estrangulaba en la sombra a los países pequeños cuyos débiles pulmones, cuya falta de personalidad o de medios de protesta les impedían lanzar su anatema y su maldición a los cuatro vientos del mundo.
Desde este punto de vista y a pesar del dolor que nos causan los sufrimientos del pueblo hermano, tenernos que felicitamos de lo que está ocurriendo en México. Ha cundido la voz de alarma, se ha hecho carne en el alma de las muchedumbres, ha repercutido en todos los ámbitos de la América Hispana y ya no habrá poder humano -ni interés, ni miedo, ni olvido- que vuelva a encauzar la política de nuestras naciones por la senda brumosa de abdicación y de egoísmo que nos ha llevado, dispersos e incautos, a girar como satélites alrededor de la bandera estrellada.
El ejemplo, de. México, sean cuales sean las incidencias o los resultados del conflicto actual, quedará grabado en nuestra memoria y la conciencia latinoamericana, siempre despierta, permanecerá al acecho de los acontecimientos, dispuesta a hacer caer sobre los agresores el peso formidable de su desaprobación. El pueblo heroico que hoy se debate bajo la arremetida bélica y diplomática de los Estados Unidos arremetida acaso más peligrosa la segunda que la primera, porque aviva con la intriga la hoguera de la guerra civil- habrá sido el personaje notorio que al ser herido por la peste denuncia el peligro y salva a la ciudad.
Reunidos y atentos como estamos alrededor del conflicto, no nos contentemos con crispar los puños de indignación ante la abominable injusticia. Trabajemos para el porvenir, defendámonos defendiendo a los demás y en estos momentos trágicos sentemos las bases de la futura solidaridad latinoamericana.
MANUEL UGARTE
[1] Publicado en Revista Americana Buenos Aires, julio de 1914.
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