noviembre 07, 2010

"Las dos autocracias" Manuel Ugarte (1914)

PALABRAS EN BUENOS AIRES [1]
Las dos autocracias
Manuel Baldomero Ugarte
[14 de Julio de 1914]

Consecuente con las ideas que expuse hace ocho años, cuando vine la última vez a Buenos Aires, después de otra ausencia larga, sigo creyendo que el problema social, debe constituir una de nuestras preocupaciones fundamentales. No basta imponer silencio a la democracia con leyes expeditivas y discutibles. Es necesario examinar las causas que originaron la protesta, es necesario bajar hasta el fondo de los remolinos que comprobamos en la superficie. Se me dirá que la pobreza y la desigualdad son males antiguos que han hecho derramar millones de lágrimas y que la sociedad no ha sabido remediar en veinte siglos de desorden. Pero nuestra época de reflexión y de análisis tiene el deber de reaccionar contra la inmovilidad y la despreocupación que ha venido enconando la discordia. Yana soy un adulador de multitudes, yo no soy el demagogo que pasa llevando tras si al pueblo por las calles como si arrastrara un manto real. Sé que la democracia, como todas las grandes fuerzas, tiene sus aberraciones y más de una vez he gritado: "Pueblo grande y generoso, ¿cómo es posible que te ciegues hasta el punto de no saber distinguir lo que te perjudica?" Pero los errores de los que mandan, ¿son acaso menos graves? Ya no quisiera aumentar las divisiones, pero si pudiéramos pesar la vida en una balanza, poniendo en el primer platillo todos los crímenes de los pueblos y en el segundo platillo todos los atentados de los gobiernos, acumulando en el primer platillo todos los desmanes de los malditos de la sociedad y en el segundo platillo todos los abusos de los privilegiados de la fortuna, si pudiéramos reunir desde el principio de las épocas en un bloque monstruoso todo el mal que se ha hecho desde el llano y en el otro todo el mal que se ha hecho desde las cúspides, tengo la convicción de que, arrastrada por el peso enorme, la balanza se precipitaría del lado de los más altos, porque en el cómputo final de los delitos, los más culpables, los más cargados de responsabilidad, son los más conscientes.
Basta evocar la semiesclavitud de los indios en algunos territorios, basta recordar que si el extranjero inmigrado se hacina en las capitales es porque en muchos casos carece de garantías en el interior, basta tener en cuenta las condiciones del trabajo que aquí se precipita o se detiene según las estaciones, para comprender, que aún al margen de las doctrinas y de las ideas generales, limitándonos a los fenómenos del más pura localismo, el problema social tiene que ser el eje de nuestra política interior.
Pero, sino más premioso, porque nada puede ser más premioso que remediar la situación de los que sufren, más inminente, más irremediable, más cerca de nuestra carne, aparece el problema de que he hablado en todas las capitales de América. No somos nosotros los que disponemos el programa de los siglos y distribuimos los itinerarios de la historia, eligiendo los temas que han de imponerse a la atención general. Son los acontecimientos los que violentan las voluntades y nos encaran con los conflictos, imponiéndonos la necesidad de asignar a cada problema su verdadera ubicación y su importancia dentro de la multiplicidad de cuestiones que solicitan nuestra atención. No hay que dejarse fascinar por un detalle, por grande que sea, no hay que entregarlo todo en un movimiento. Hay que dominar las perspectivas y abarcar el porvenir.
Mi viaje ha sido una quijotada de esas que solo la juventud y el pueblo saben comprender. Para los hombres maduros y tranquilos, ha sido una locura pueril. Pero el mundo y la vida serían doloroso erial si no existieran las nobles pasiones y los generosos entusiasmos. Lo que yo he venido haciendo de norte a sur del continente, no ha sido una obra de división y de antagonismo, que estaría en contradicción con todas las tendencias de mi espíritu, sino una suprema tentativa para asentar sobre bases seguras la paz y la concordia en el Nuevo Mundo. Lo que yo he venido pidiendo de norte a sur ha sido justicia para los pueblos que se ahogan en el confín de los mares.
Este día, esta reunión, este público, son por de¬cirlo así la síntesis de los ensueños que mellan guiado. Aquí está la América Latina, encarnada en esta tierra argentina que se eleva y progresa, probando que el adelanto y la civilización no son patrimonio de una raza determinada, sino tesoro de los hombres todos. Aquí está España, nuestra vieja, noble y querida España, que ha asombrado al mundo con su vigor y su demencia sublime, ensanchando los límites del planeta y entregando a la humanidad, al vencer la barrera de los mares, nuevas posibilidades de prosperidad y de gloria. Aquí está Italia, tan mezclada a nuestra vida y a nuestra nacionalidad, la cuna y el origen de todas nuestras naciones, que prolonga y ensancha en los tiempos modernos la tradición portentosa de la Roma inmortal. Aquí está Francia en fin, cuya inolvidable epopeya festejamos hoy, la Francia que llevó a través del mundo la libertad y la luz en las heroicas cabalgatas de hace un siglo. Aquí está la raza latina toda entera, la raza que encabezó todos los grandes movimientos de la historia, la que sembró el ideal en la vida, la que embelleció el mundo y la que en los tiempos modernos, encontrando el planeta estrecho para su acción, inventó los aeroplanos, creó los pájaros sublimes, horadó las nubes y desgarró la túnica del cielo, para llevar a la especie, a nuevas ascensiones y poner en fin al hombre cara a cara con el sol.
Yo he querido ser siempre un amigo del pueblo, nunca un jefe. El caudillo es una forma anticuada de la actividad argentina. Ya hemos dejado atrás felizmente esa etapa inferior en que los hombres se agrupaban alrededor de los hombres. Hoy nos reunimos alrededor de las ideas. Podemos discutir la acción de las generaciones, pero es necesario reconocer que algo ha cambiado en estas zonas de América. A los hombres que solo desean parecer, se han substituido los que solo ansían hacer, a los que perseguían míseros fines individuales, los que alimentan concepciones y propósitos altruistas. Hacer política, no es ya para nosotros intrigar para subir, sino defender ideas.
Siempre he creído que en la historia no hay formas inconmovibles. Si las Sociedades por acciones crearon en el siglo XIX una nueva clase de propietarios, ¿qué es lo que se opone a que la participación en los beneficios cree en el siglo XX una nueva clase de rentistas? Pero así como todos los hombres tienen derecho al bienestar al aire y a la luz, todos los pueblos tienen derecho a la autonomía, al respeto y a la libertad. Si aceptamos que hay pueblos inferiores dentro del mundo, tendríamos que aceptar que hay clases inferiores dentro de la sociedad y el mismo olvido egoísta se transformaría en arma contra vosotros. Por eso se une de manera estrecha la causa del proletariado con la causa de la defensa latinoamericana y por eso tengo la convicción de que la juventud socialista me acompaña en la cruzada. Se ha insinuado que esta campana tiene algo de patrioterismo, pero yo hago un llamamiento al buen sentido de los que me escuchan. ¿No hemos estado con los poloneses cuando las grandes naciones de Europa consumaban la desmembración de ese pueblo heroico? ¿No hemos vibrado con los boers cuando Inglaterra preparaba el aniquilamiento de esa nación tan pequeña como admirable? ¿Cómo no hemos de estar ahora con nosotros mismos para defender nuestra lengua, nuestro espíritu diferente y nuestra voluntad de dar forma propia al porvenir? Entre la juventud y los poetas hay grandes paralelismos de intenciones y de temperamento, hondas repercusiones de la misma emoción, ímpetus simultáneos que los enlazan en la vida y en la lucha: y es tal la simpatía que los acerca, es tal la compenetración que los ata, es tal la vibración que los confunde, que así como la juventud es poesía se podría decir que la poesía no es más que juventud.
Y es que el poeta y la juventud coinciden en el culto supremo a los ideales superiores que enaltecen el espíritu, en la tendencia a vivir una existencia heroica y altruista, en el deseo de evadirse de la vida real para explorar zonas de ensueño, aunque ellas les conduzcan al sacrificio, aunque ellas les cierren el camino de los éxitos clamorosos, aunque, prisio¬neros de los existentes, los castillos que construyen con la imaginación se derrumben a menudo sobre sus propias almas.
Casi nunca alcanza el poeta su recompensa, porque el destino quiere acaso que viva entre desengaños y vicisitudes para que su alma llore mejor las armonías. Pero le queda siempre la satisfacción de haber coincidido con las dos fuerzas que son la base insustituible de toda acción eficaz, que son las dos columnas tradicionales que han sostenido desde el comienzo de los siglos todos los templos del ideal: la juventud y el pueblo.
Al conmemorar este 14 de Julio de los principios inmortales, hagamos votos porque el sufragio universal se aplique en todos los órdenes, no solo para que los ciudadanos puedan gobernarse dentro de la nación, sino para que las naciones puedan disponer de si mismas dentro de las luchas del mundo, acabando con las dos autocracias, la que nacionalmente se llama tiranía y la que internacionalmente se llama imperialismo.
MANUEL UGARTE

[1] Fuente: publicado en el libro Mi campaña hispanoamericana, Edit. Cervantes, Barcelona, 1922.

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