EL PUEBLO Y LA VIOLENCIA [1]
Manuel Baldomero Ugarte
[1922]
El estado de sitio, las persecuciones, la arbitrariedad en todas sus formas, sólo sirven para vigorizar la acción de los partidos revolucionarios.
Hay cierta candidez en suponer que bastan unos cuantos decretos con firmas nerviosas al pie para contrarrestar los deseos de la masa popular y ahogar en germen sus aspiraciones. A una declaración de guerra se contesta con otra; y no es posible saber quién triunfará definitivamente si se encuentran en presencia dos fuerzas irreductibles.
La legalidad establecida es aceptada a condición de que mantenga los derechos que ella misma concede. Pero cuando el Poder los viola, rompe el tácito convenio y echa mano de armas nuevas y antojadizas; las víctimas se preguntan si la legalidad tiene dos caras: una para los de arriba y otra para los que, sin desearlo, los sostienen. Destruida la legalidad por los mismos que en ella se escudan, nada puede retener a los que la toleraron sin haber contribuido algunas veces a crearla. Sí en los comienzos pudieron sentirse cohibidos por las artificiales leyes del duelo, recuperan con la ruptura todos sus recursos, y con ellos, el derecho de rechazar la agresión como convenga. Dentro del respeto mutuo todo puede ser discutido serenamente; fuera de él se desvanecen las equidistancias y sólo queda en presencia, de un lado, la tiranía recurriendo a todas las injusticias para perpetuarse; del otro, la libertad, que, como todo lo que tiene alas, busca su salvación en la altura.
La situación creada por recientes sucesos no puede ser más clara. Si el Poder, renunciando a los propósitos conciliantes, se deja llevar a persecuciones, la democracia se hará invulnerable, dentro de su energía serena. Ni el rigor, ni las dádivas, ni las concesiones parciales, ni las leyes restrictivas pueden modificar sus propósitos y su acción. Dispuesta a discutir pacíficamente y a aprovechar las buenas disposiciones para realizar reformas y atenuar injusticias cuando la oportunidad se presenta, pero decidida también a defender su organización por todos los medios contra los que pretenden destruirla - a igual distancia de los arrebatos prematuros y de los desfallecimientos culpables- es un bloque de piedra capaz de resistir a todo. Si el rayo la hiere, ella también sabe esgrimir el rayo.
Pero el valor no consiste en lanzarse a todas las empresas, sino en sobreponerse al ímpetu v saber medir cuáles son las que tienen probabilidades de éxito. Las provocaciones suelen ser un ardid para encender las cóleras y justificar hábiles represiones. El pueblo, consciente de sus responsabilidades v de sus destinos, debe saber evitar los lazos que le preparan delimitar las fronteras entre su acción y la de ciertas agrupaciones y dar la sensación de un gran conjunto seguro de su verdad. En épocas normales todo lo espera de la eficacia de sus razones y sólo recurre a la agitación en último extremo para defender el ideal.
MANUEL UGARTE
[1] Del libro La Patria Grande, Editorial Internacional (Berlín-Madrid), 1922.
No hay comentarios:
Publicar un comentario